La responsabilidad de Gendarmería

Fuente: Juan Alonso | Nuestras Voces
Fecha: 22 de OCT 2017

El juez Gustavo Lleral dijo que habrá que esperar dos semanas más para determinar, según los datos que arroje la autopsia, la fecha aproximada de la muerte de Santiago Maldonado y saber cómo se produjo. El gobierno salió nuevamente a despegarse de la responsabilidad del caso. Repasamos en esta nota los puntos centrales que demuestran que Gendarmería está involucrada en la muerte de Maldonado: el rol de Noceti, los gendarmes identificados durante la respresión, el terror del sargento Pelozo y las contradicciones del subalférez Echazú. ¿Por qué todavía no se allanó la estancia de Benetton? ¿Por qué no se peritó el teléfono de Noceti?

Esta crónica está hecha sobre la muerte. Una muerte joven. La de Santiago Maldonado. A veces escribir es lacerante. Los primeros datos de la autopsia determinaron, según fuentes confiables, que no hubo lesiones visibles o aparentes, pero eso no significa que no haya sido obligado a arrojarse al río con el agua fría que calaba los huesos. Los resultados finales de la autopsia estarán en quince días. Santiago murió durante un operativo represivo de la Gendarmería. De ahí en más (casi) todo es debatible, menos la consecuencia funesta de haber puesto en marcha un aparato militarizado capaz de acorralar la vida.

Argentina vive uno de los momentos más oscuros de su historia. Un gobierno negador que intentó tapar la responsabilidad de la Gendarmería en la muerte de Santiago desde el 1 de agosto. Hay al menos siete gendarmes identificados. Llegaron a la vera del río después de las 11:32 del 1 de agosto, luego de que la propia fuerza tomó una fotografía de Santiago vestido de azul-celeste a la izquierda de una casilla de la Lof en resistencia mapuche de Cushamen, Chubut. Lo que sucedió después de ese fragmento de tiempo encriptado hasta las 12:30 es un misterio macabro.

Santiago hoy estaría vivo si no fuese porque la Gendarmería entró de forma ilegal con la ruta despejada.

Este gobierno eligió al pueblo mapuche como chivo expiatorio y lanzó una cacería criminal que aquí venimos narrando desde enero. Santiago tenía una causa sublime: fue hermano de los otros. Por eso estaba en el kilómetro 1848 de la ruta 40 a las 18 horas del 31 de julio. Para pedir por la libertad del lonko mapuche Facundo Jones Huala, preso desde fines de junio en Esquel, con pedido de extradición de Chile.

Podría decirse que el dramático desenlace de la vida de Santiago comenzó cuando Mauricio Macri y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, decidieron elegir a los mapuches como hipótesis de conflicto.

A las 10 de la mañana del 31 de julio, el jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad, Pablo Noceti, encabezó una reunión en la ciudad de Bariloche. Allí estaban los jefes regionales de las fuerzas federales, sus pares de la Policía de Chubut y de Río Negro, y el ministro de Gobierno de Chubut, Pablo Durán. ¿Qué discutieron? Un informe de Inteligencia de Gendarmería que decía “R.A.M.” (Resistencia Ancestral Mapuche). Allí constaban seguimientos de antigua data, que definieron como de “seguridad nacional” y aconsejaron no revelar el contenido completo de esa carpeta sigilosa.

Aquella vez Noceti hizo una arenga sobre lo “inconveniente” para “el turismo y las inversiones agropecuarias de los productores locales y extranjeros” el hecho de convivir en la Patagonia con “un grupo de mapuches extremistas”.

Con esos mapuches, que Noceti y los funcionarios de su Ministerio, entre ellos, Daniel Barberis y Gonzalo Cané tildaron como “terroristas” estaba Santiago Maldonado.

Viajó desde El Bolsón a Cushamen en la camioneta 4×4 de la testigo Claudina Pilquiman y participó del corte de ruta del 31. Así fue grabado por el Canal 4 de Esquel y reconocido por sus familiares, amigos y la comunidad mapuche.

¿Qué sucedió después? Pasó la noche en la Pu Lof con varios testigos, entre ellos Matías Santana, tan hostigado por estas horas de odio y persecución contra el pueblo mapuche.

Todo comenzó a transformarse en una sombra maligna. Fue luego de las 11:15 del 1 de agosto. Al verse en minoría, los mapuches y Santiago huyeron rumbo al río Chubut, y en ese lugar Santiago se topó con los gendarmes y su muerte. Dentro de la comunidad sólo quedaron dos mujeres y sus niños. ¿Qué gendarmes estaban en los alrededores? Uno de ellos era el sargento Juan Carlos Pelozo, quien declaró ante el juez Guido Otranto, las querellas y el defensor oficial Fernando Machado. En esa ocasión, Pelozo estaba muy nervioso. Vestía una campera negra y la risa que esgrimió durante “el procedimiento” al andar por las vías de La Trochita, se le esfumó del rostro cuando le preguntaron sobre el subalférez Emmanuel Echazú:

–¿Lo vio a Echazú dentro de la comunidad?

–Sí, haciendo las actuaciones.

–¿Y en el río?

–No, yo en el río no lo vi…

Es curioso lo de Pelozo. En estas horas llamó a un familiar para que lo asista en su abismo personal. Tiene miedo al miedo. Es decir: pánico. Vive dentro de un cuartel y teme a sus camaradas, a los mapuches y al destino. La última vez que estuvo frente al Juez pidió garantías para él y su familia. Declaró que fue uno de los primeros en llegar al río, pero dice que no vio a Echazú, del que hemos hablado varias veces aquí.

El subalférez Echazú bajó al río con una escopeta calibre 12/70 que carga postas de goma y plomo, y volvió con una fractura de pómulo y serias heridas en el maxilar. Dijo que había sido herido con una piedra al igual que su colega Ernesto Yáñez antes de ingresar por la tranquera de la Pu Lof. Pero no. El enfermero Juan Ramos y los escopeteros Darío Rafael Zoilán y Aníbal Cardozo aseguraron en la causa que lo vieron con un abundante sangrado hasta el cuello del uniforme dentro del territorio mapuche y no afuera.

¿Si Echazú y Yáñez fueron heridos dentro de la Lof, hubo delito en flagrancia? Definitivamente, no. ¿El operativo en el que muere Santiago, entonces, puede definirse como ilegal? Sí.

El juez federal Guido Otranto había ordenado el despeje de la ruta. A las 3:30 de la madrugada del 1 de agosto, otro hábil declarante de Gendarmería, el primer alférez Daniel Gómez –quien redactó el acta del 31 de julio y estuvo horas después muy cerca del río y también en Leleque con tres detenidos– manifestó que habían despejado la ruta y no había manifestantes a la vista. ¿Dónde estaba Santiago en ese momento? Dentro de la casilla de vigilancia con Matías Santana y otros integrantes de la comunidad mapuche.

La testigo Soraya Maicoño dijo que vio a Noceti en la subcomisaría de Leleque y describió una camioneta sin identificación que sería de la estancia del magnate. El mismo vehículo fue visto por otra testigo, Adriana Baigorria, junto con una camioneta de la Policía de Chubut y una ambulancia en el cruce Gualjaina. ¿Otranto peritó alguna ambulancia? Nadie lo sabe. ¿Cuántas ambulancias había en el lugar? Otra incógnita. Lo que sí se sabe es que Noceti le avisó a Gendarmería el 3 de agosto (48 horas después del hecho) que la Policía Federal iba a peritar los vehículos.

Pero si se traza una línea cronológica de Santiago en la Pu Lof hay tres momentos clave:

Cuando llega con Claudina Pilquiman el 31 de julio.
Cuando se lo ve en el corte de ruta a las 18 horas del 31.
Y cuando fue fotografiado por efectivos de Gendarmería a las 11:32 del 1 de agosto con vida, a la izquierda de una casilla.
¿Qué pasó desde ese momento hasta que murió? Todo un misterio.

La operación de autopsia es fundamental, pero es una pericia más de una causa penal compleja, con muchos testimonios que acusan a un grupo de gendarmes en el río. Además, no sólo es importante la data de muerte. También es relevante la mecánica (cómo se produjo el hecho) y el levantamiento de rastros en el escenario donde hallaron el cadáver. Si bien la Fiscalía a cargo de Silvina Ávila habló de 300 metros río arriba de la casilla de vigilancia de la Lof, la comunidad mapuche sostiene que el cuerpo fue “plantado” entre 50 y 70 metros en línea recta del lugar exacto que describió Santana en su testimonio.

Así lo afirmaron Fernando Jones Huala, Soraya Maicoño y el propio Matías. Lo mismo sostienen Julio Saquero y Mabel Sánchez de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), que participaron del rastrillaje como integrantes de una de las querellas. Es más: Sergio Maldonado, hermano de la víctima, tampoco descartó esa hipótesis, porque dijo que “no tenía confianza en nadie”.

El cuerpo podía verse desde una loma a la altura del las vías de la Trochita, que surca la Lof y los campos de Benetton. “No puede ser, son unos hijos de puta, es muy evidente, se ve desde acá”, dijo Sergio Maldonado, según testigos del hallazgo.

Toda una aparición forzada antes de las elecciones, que se produce en el marco de una puja latente entre la Gendarmería y la Policía Federal; la fuerza que reveló con pericias tecnológicas los inquietantes diálogos y videos en los teléfonos y computadoras de 70 gendarmes en Cushamen.

Sergio y su pareja, Andrea Antico, junto a su abogada Verónica Heredia, tuvieron que quedarse ocho horas al lado del cuerpo para preservar la escena. Recién cuando llegó Alejandro Incháurregui, perito de parte de la familia Maldonado, completaron el levantamiento y el traslado a Esquel, y después a la Morgue que depende la Corte.

Al cierre de esta edición, la familia Maldonado contó que Mauricio Macri habló el viernes (después de casi 80 días) con Estela, la madre de Santiago, que vive en 25 de Mayo y se jubiló como portera de una escuela.

Nada se dijo sobre la multiplicidad de pistas falsas y la manipulación mediática que promovió el Ministerio de Seguridad. Poco se habló del armado del relato oficial de Gendarmería, de cómo actuó el juez Otranto en las primeras 72 horas. Nadie explicó por qué no se allanó a Benetton y por qué la Gendarmería estuvo 10 días en la causa hasta ser apartada, además de que lavó las camionetas como denunció el defensor Machado, y tardó 16 días en admitir que usó a 127 gendarmes para reprimir a siete mapuches. Llevaron un eurocargo, tres unimog y varias camionetas a la zona donde hallaron muerto a Santiago. La División Inteligencia de Gendarmería fotografió a las 12:20 del 1 de agosto a la camioneta con patente OLW237 dentro de la Lof y cerca del río con una bolsa negra y varios elementos secuestrados. La misma camioneta –en la que se trasladaron el subalférez Echazú y el subcomandante Escola– aparece en otra foto unos 20 minutos después, a las 12:49 con conos naranjas y la misma bolsa negra, pero ya sobre la ruta 40.

Nadie preguntó por qué en esos momentos terribles, el jefe del destacamento de El Bolsón, Fabián Méndez, tuvo una repentina y oportunísima indisposición estomacal. Tal es así que viajó 40 kilómetros para ir al baño. Tampoco se dieron detalles sobre las comunicaciones del 1 de agosto entre Noceti con los comandantes Diego Conrado Balari y Juan Pablo Badié.

Ayer atentaron contra una de las tres torres de Movistar en Esquel. El testigo Garzi dijo que alguien atendió durante 22 segundos el teléfono con chip chileno de Santiago el 2 de agosto. El juez Gustavo Lleral debe precisar dónde estaba ubicado el aparato y quiénes estaban cerca de él con sus respectivos celulares. Podrían ser gendarmes yendo rumbo a El Bolsón.

La muerte de Santiago Maldonado pone en cuestión la disputa por la tierra en la Patagonia y la lucha del pueblo mapuche. También deja al desnudo la complicidad de esta administración del Estado con los terratenientes Joe Lewis y Benetton.

Santiago murió a los 28 años. Le decían Lechu, Brujo y Ardilla. Tatuaba por amor y pintaba para perpetuarse. Había aprendido en Chiloé mirando las estrellas. Pintó murales en 25 de Mayo donde su trazo continuará entre sus amigos. Vivía con lo puesto en una casita muy humilde detrás de la Biblioteca del Río, en El Bolsón. Con sus compañeros de kendo hablaba mucho e improvisaba letras de hip hop. Se reían. Charlaban después de clase, algunos fumaban un cigarrillo antes de volver con sus familias. Se juntaba con su amigo Ariel Garzi para tomar unos mates y dar la vuelta al mundo en palabras que hoy rondan el infinito. Allí donde anidan los afectos, los abrazos, los por qué.

Sergio lo amaba, Germán también. Sus padres lo esperaban. Sus hermanos hubiesen querido ser como él: un viajero anhelante. Fue en búsqueda de los ríos y las montañas, las machis y la curación con las plantas, respiró libre. Ideó una huerta orgánica para darle de comer a los hambrientos. Con los amores y los fracasos se hizo un amasijo. Algunos de esos lazos que perduran por siempre, aun después de la muerte, como el que construyó con una joven poeta que lo amó. Ahora que arrasa la tristeza, puede renacer la esperanza entre los jóvenes que mencionan su nombre.

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