D’Alessio y los espías de la AFI

Fuente: Ricardo Ragendorfer | Nuestras Voces
Fecha: 24 de FEB 2019

Marcelo D’Alessio reveló en su declaración indagatoria información confidencial de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) para salvar de la trama de extorsión al fiscal Carlos Stornelli. Dijo que Aníbal Degastaldi (foto) y Ricardo Bogoliuk, ex comisarios bonaerenses, pertenecen a la Agencia que dirige el amigo presidencial, Gustavo Arribas y fueron quienes le encargaron el “trabajo”. Bogoliuk fue una de las últimas personas en hablar por teléfono con el fiscal Alberto Nisman. Fue denunciado por encubrir a piratas del asfalto. Degastaldi actuó en la caso de María Marta García Belsunce y estuvo vinculado a secuestros express cuando era comisario en San Isidro.

“Es una de las personas que en Argentina más sabe de seguridad. Va al frente. Este es un tipo valiente”. Así ensalzó alguna vez Alejandro Fantino la figura de Marcelo D’Alessio en Animales sueltos. Nunca fue tan atinado el nombre del programa. Claro que había que ver a ese mismo personaje, lloroso y con las manos en posición de rezo, al implorar: “Déjenme ir a casa y yo les cuento todo”. Fue el 17 de febrero pasado, durante su indagatoria ante el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla. En su atemorizado empeño por despegar al fiscal federal Carlos Stornelli del episodio extorsivo sobre el empresario Pedro Etchebest, hizo añicos un secreto de Estado: la pertenencia a la AFI de los ex comisarios bonaerenses Aníbal Degastaldi y Ricardo Bogoliuk, a quienes les atribuyó el rol de mandantes del chantaje en cuestión. ¿Acaso D’Alessio habrá sido consciente de que aquello era como huir de Hiroshima para refugiarse en Nagasaki?

Degastaldi es apenas recordado a raíz de hechos ya desdibujados por el tiempo. Entre éstos, su asistencia al velorio de María Marta García Belsunce, de donde se retiró sin suponer que le habían volado a tiros la tapa de los sesos. Y también por su morosidad en la búsqueda de Hugo Conzi, dueño del famoso restaurante Dallas-Olas Boulevard, quien se encontraba prófugo tras matar allí a un cliente por cuestiones de polleras.

En cambio, Bogoliuk –con una trayectoria signada por una discreción casi obsesiva– tuvo la desdicha de haber sido uno de los últimos interlocutores telefónicos del fiscal Alberto Nisman, poco antes de su muerte. Y eso hizo que por unos días su nombre titilara en los medios.

Pero ambos son dos viejos pájaros de cuentas, cuyos vidriosos pasos por la función policial merecen ser evocados.

Dúo dinámico

El 12 de julio de 2002 fue una fecha infausta para el gobernador Felipe Solá y su ministro de Seguridad, Juan Pablo Cafiero. Ese día ocurrió el secuestro del joven Juan Manuel Canilla. Aquel hecho fue el primero con epílogo fatal en la modalidad “express”.

A la conmoción causada por el asesinato no tardó en sumarse un sujeto petiso y calvo que incesantemente acariciaba su tupido bigote. Era el jefe de la DDI de San Isidro, comisario Degastaldi. Su jurisdicción abarcaba la zona en que se cometió el crimen.

A la noche se prestó a la requisitoria periodística con un semblante que lucía entre desencajado y furioso. Entonces, dijo: “Fue un delito aberrante, una cosa absolutamente salvaje”. Y dio por concluida la conferencia de prensa.

Deslizaban en su entorno que desde ese momento algo pareció haberlo afectado. El sombrío final de la víctima era un tema que lo ponía sumamente nervioso. “Fue gente que se zarpó”, le confió en esos días al autor de esta nota. Pero no dijo más. Parecía atesorar un gran secreto.

Después, alguien vinculado a la investigación sugirió la complicidad en ese secuestro de “policías de la seccional de Victoria, y su participación habría consistido en el encubrimiento”. También aportó el apellido de un sargento.

Degastaldi había incrementado su prestigio al investigar los secuestros de Cristián Riquelme (hermano del jugador de Boca) y del rugbier Federico Virasoro, entre otros. Justamente su consagración se produjo el 4 de abril de aquel año, cuando en su oficina de la DDI convocó a la prensa para anunciar la liberación de Riquelme. “El pibe fue liberado a las cuatro de la madrugada, pero no tengo información sobre el monto”. Pronunció la segunda parte de la frase sin atenuar bajo el bigote una pícara sonrisa.

“Degastaldi tiene absoluto conocimiento acerca de todos los secuestros en San Isidro”, dijo el hombre, antes de prender un cigarrillo. Y agregó: “Don Aníbal está en todas partes”. Entonces soltó una risita quejumbrosa.

Era un tipo de la SIDE que había participado de un operativo conjunto entre ese organismo y La Bonaerense para detener a Félix “El Boli” Díaz, un integrante de la banda que capturó a Riquelme. Conocía al dedillo la cocina de aquella pesquisa y también las sospechas sobre Degastaldi. Según sus dichos, el comisario intervino activamente en las tensas negociaciones entre la familia y los secuestradores por el rescate, a pesar de que la policía trabajaba de oficio por no haber denuncia.

En este punto, fue muy detallista:

– Él se encargó de llevar el dinero a los secuestradores. O sea, la familia le entregó un bolso con 160 mil dólares, que Degastaldi en la comisaría contó billete por billete. Nunca se supo el destino de esa suma. Aníbal, desde luego, dice que se la entregó a la banda. Pero nadie lo vio.

Entonces el espía soltó otra risita, que ceso cuando le preguntaron:

– ¿Es habitual que un comisario sea el encargado de entregar el rescate?

–No. Salvo en San Isidro. Ahí es tradición.

Agregó que en el secuestro de Virasoro, Degastaldi llevó 50 mil dólares del rescate a los captores. El rugbier fue liberado tras cinco días de cautiverio en medio de un mar de dudas.

También dijo que la SIDE habría detectado “llamadas efectuadas por los secuestradores a los teléfonos de Degastaldi”. Específicamente, al directo suyo en la DDI y a sus dos teléfonos celulares. A su vez hubo “llamadas entre la banda y cuatro oficiales de Degastaldi”. Claro que tales datos no llegaron a ningún juzgado.

Por aquellos días el ministro Cafiero firmó los ascensos de los efectivos del Comando de Operaciones Policiales, y puso como director nada menos que al comisario Bogoliuk. Era el mismo que en 1999 había sido relevado del cargo de subjefe de la DDI de Mercedes por encubrir a piratas del asfalto. Él y sus oficiales efectuaban falsos procedimientos de control de camiones, además de liberar zonas y proteger galpones con mercadería robada.

Bogoliuk renació con la llegada de Carlos Ruckauf a La Plata. Así pasó a ser subjefe de la Departamental de Mar del Plata. Allí nuevamente incurrió en un desliz: encubrir a los policías acusados del asesinato de Natalia Mellman y facilitó la fuga del único acusado civil, Gustavo “Gallo” Hernández.

Degastaldi y él formaban parte de la línea policial interna liderada por el legendario comisario Mario Naldi aún tras pasar a retiro en 1996.

Ambos además lograron salir indemnes de las pesquisas patrimoniales que Cafiero solía ordenar a la División de Asuntos Internos, en cuya nómina había  “muchachos amigos”. Así se soslayó que Degastaldi era propietario de varios restaurantes, dos bailantas, una estación de servicio, una empresa de seguridad y un lujoso inmueble en la Capital.

Su buena estrella se extendió hasta el 31 de marzo de 2006. Aquel día, una resolución del ministro León Arslanián lo eyecto de la fuerza junto con otros 114 uniformados. Entre ellos, Bogoliuk,

El diario dominical Perfil publicó en su edición del 24 de diciembre de 2016 una nota titulada “Qué hacen y como viven los principales personajes del caso García Belsunce”. Sobre Degastaldi, consigna: “Se jubiló. Llegó a tener una agencia de seguridad con Naldi, de la cual se separó en 2009. Ahora tiene una prepaga y una empresa de gastronomía”.

Ya se sabe que las confesiones de D’Alessio le añadieron a la intensa agenda ocupacional de este septuagenario otra honrosa actividad.

Efecto rizoma  

“¡Me cagaron! Soy un boludo. Un muerto civil”. Aquellas fueron las palabras que lanzó el falso abogado al fango de su autoexculpación, antes de señalar a la dupla Degastaldi-Bogoliuk por su infortunio.

Su mensaje es que todo había sido un engaño orgánico de la AFI. Pero en el aspecto procesal, la sola mención de esos apellidos bastó para que el juez añadiera a la carátula de la causa dos sonoros vocablos: “asociación ilícita”, sin aligerar su embarazosa situación en el expediente ni las sospechas sobre el doctor Stornelli. Bien a tono con aquella sinrazón, éste mientras tanto fatigaba estudios de TV para proclamar su inocencia como si fuera el capitán Dreyfus, ese oficial del ejército francés que al concluir el siglo XIX fue encarcelado por una falsa acusación en medio de una fina trama de espionaje.

¿Hay en este caso “una fina trama de espionaje”? ¿Podría ello existir en un sitio como la AFI?

El reclutamiento de los dos ex comisarios en dicho organismo no es un dato menor. Y que se presta a jugosas suspicacias. Un rumor adjudica aquellas “adquisiciones” a su segunda jefa, Silvia Majdalani, y que fueron concretadas al inicio de 2016. Otras voces señalan sus ingresos orgánicos con anterioridad a la llegada del macrismo al poder, por obra del entonces todopoderoso jefe de Operaciones, Horacio Antonio Stiuso, influenciado por su hermano de la vida, Mario Naldi. Sea como fuere, en la interna de la AFI, Stiuso es considerado el “guía espiritual” de Majdalani, en detrimento del inexperto Señor 5, Gustavo Arribas. Casi un usurpador del lugar.

Tamaña complejidad escénica –agravada por la estrafalaria medianía de sus actores– es parte de un fenómeno que se podría llamar “efecto rizoma”, en alusión a la estructura de algunas plantas, cuyos brotes pueden ramificarse en cualquier punto, sin importar su forma ni su orden.

Una metáfora botánica para un país en estado vegetativo.

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