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Aportes a la Cultura Judía, Aportes de adherentes

El día que fui ashkenazi

Trabajos premiados del Concurso de Narrativa Breve de la vida judía en la Argentina Por: Bartlevy Esa fría mañana de junio, la llovizna tenue caída desde la madrugada había empapado el barrio en pocas horas. Desde la ventanilla del auto, camino al Templo en el cual Elías, ahora en un cajón encabezando el cortejo, había pasado todos los sábados y festividades de los últimos cincuenta años de su vida, se veían los negocios aún cerrados y a algunas personas tratando, sin éxito, de guarecerse mientras esperaban el colectivo. El hombre, ingresando ya en la fragilidad de todo recuerdo, había llevado una vida limpia, de mucho laburo esmerado y constante y de jubilado sufriendo injustas estrecheces. Murió convencido del valor de la palabra y de que el esfuerzo tiene su recompensa, con una candidez digna del santo o del ingenuo. Después de haber sufrido tantas carencias en su infancia en La Boca, en esa comunidad sefaradí pequeña y humilde, se había acostumbrado a agradecer cada uno de los pequeños placeres que fue conquistando, los cuales otras personas, más favorecidas o menos agradecidas que él, hubieran considerado tonterías sin valor: el afecto de su familia, el sabor del café y el cigarrillo, un campeonato de la azul y oro, la ópera, el gol de Maradona a los ingleses. Todos eran tesoros dignos de un rey, que Adonai le había concedido en su inmensa misericordia. Creo que él lo hubiera dicho así, pero no estoy seguro. Es decir, no sé si creía en Dios, pero sí sé que creía ciegamente en Beethoven. Cuando me conoció, fui el goy que salía con su hija, y no se había hecho, aún, a esa idea, el día que anunciamos que viviríamos juntos sin casarnos. Pasó del asombro a la aceptación rápidamente, aunque nunca dejó de mirarme como a un bicho raro que festejaba Navidad y respetaba el viernes Santo sin entusiasmo ni convicción, pero con regularidad inquebrantable. En ese punto, a lo mejor, pienso ahora, después de tanto tiempo, nos parecíamos bastante. Los ritos, las tradiciones, nacieron para ser respetadas. Por encima de cualquier reflexión o sensatez, como todo lo religioso. El judaísmo, en su caso, y el catolicismo, en el mío, nos daba la incierta seguridad de que nunca estaríamos del todo solos. Por ese motivo, esa mañana fría y lluviosa, el cortejo iba a paso lento hacia el Templo. Buscando, sin sentido, algo de sentido para una muerte injusta. Porque debemos convenir en que algunas muertes hacen del mundo un lugar peor. Cuando llegamos, el cortejo se detuvo y bajamos los varones. Chiche, siempre decidido, se anticipó a la morosidad del resto y dijo, sin dirigirse a nadie en particular: “dejá, yo me encargo” y desapareció por una de las puertas laterales. Mientras esperábamos, calándonos hasta las tripas, recordé algunas cosas que se contaban de Chiche, una especie de primo segundo de todos. Decían que era muy gracioso (y lo era), que había manejado un colectivo toda su vida, que una vez se había desviado del recorrido nada más que para alcanzar a Elías hasta su casa, que había nadado en las calles de Mar del Plata en las inundaciones de los años cincuenta, que en cada aniversario de la muerte de Gardel daba un pequeño y sentido discurso en su homenaje en el monumento del cementerio de Chacarita. Cuando contaban esas cosas, él callaba y, así, disfrutaba el crecimiento de su modesta leyenda. Después de una breve eternidad, apareció Chiche con alguien que era, a todas luces, el Rabino, quien dijo algunas palabras en árabe que no entendí. Nos miró a todos, con parsimonia. Diez varones tristes, ensopados de lluvia, ateridos, esperando junto al cuerpo de un hombre bueno. Habló en voz muy alta y ceremoniosa, y me miró, como estudiándome. Nueve de nosotros murmuraron unas palabras que seguían pareciéndome árabes. Bajé la cabeza para disimular mi mutismo, mi turbación. Sin embargo, pude sentir que el Rabino nos observaba, hablando con un tono que pasaba del desconcierto al enojo. Había advertido que éramos 10 varones y, al mismo tiempo, éramos 9. No había solución posible. Ante nuestro silencio, infinitesimal, el Rabino me señaló. Chiche me miró, miró al Rabino y dijo, con firmeza: — Siga nomás. Este es ashkenazi. No entiende nada. El resto asintió con la cabeza. El Rabino dudó un instante. Luego pareció reconfortado, me sonrió beatíficamente y comenzó el rezo. Esa mañana gélida y aciaga, fue escenario y testigo de un acto de justicia. Y de una gran mentira piadosa.

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¿Puede “dios” resolver el conflicto palestino-israelí

Dalia Scheindlin | Haaretz (11 de mayo de 2022) Las encuestas de israelíes y palestinos son definitivas: la devoción religiosa se correlaciona claramente con el extremismo político. Los judíos religiosos y los musulmanes alimentan la incitación y la violencia. Pero, ¿podrían también resolver el conflicto? ¿Tiene el fervor religioso más capacidad bruta para escalar el conflicto y bloquear la paz en el conflicto israelí-palestino que los reclamos de tierra, poder, recursos, nación y narrativa?  Como el Ramadán, la Pascua y la Pascua coincidieron y estallaron enfrentamientos violentos en el recinto del Monte del Templo/Al-Aqsa de Jerusalén, la única sorpresa fue que no desencadenaron una guerra a gran escala. La creciente presencia de judíos que visitaban el complejo provocó protestas palestinas, la represión policial alimentó los temores palestinos de un «complot» israelí para apoderarse de Al Aqsa; y el líder islamista de Hamas en Gaza, Yahya Sinwar, hizo un llamado a los ataques contra los israelíes y una posible guerra religiosa . A última hora del Día de la Independencia, dos atacantes palestinos le tomaron la palabra y mataron a tres israelíes ultraortodoxos en la ciudad de Elad. Después de décadas de escudriñar cómo piensa la gente de esta región, es fácil concluir que el fervor religioso se eleva sobre los reclamos de tierra, poder, recursos, nación y narrativa, en su cruda capacidad para intensificar el conflicto y bloquear la paz. En el contexto israelí-palestino, los movimientos religiosos son los principales actores que alimentan y provocan la escalada: desde los cohetes de Hamás o la Yihad Islámica disparados contra Israel hasta los ataques de los colonos judíos radicales contra los palestinos y la implacable expansión de los asentamientos durante décadas. Pero precisamente por su centralidad en la sociedad y la política de ambos lados, no puede haber paz sin la aquiescencia al menos parcial de las comunidades religiosas. ¿Por qué la religión es una fuerza de incitación y violencia? Incluso cuando las comunidades religiosas no son activamente violentas, ¿su identidad religiosa dicta inevitablemente actitudes políticas militantes y de línea dura? ¿Hay alguna forma de salir del punto muerto entre la religión y la línea dura? Una razón clave del impacto tóxico de la religión es que las narrativas de muchos creyentes son tribales y exclusivas: solo nosotros somos el grupo elegido y solo nuestras afirmaciones son correctas. Lo que es más importante, la misión religiosa divina a menudo se enmarca como una cuestión de vida o muerte. En la derecha religiosa judía israelí, el rabino Tzvi Yehuda HaCohen Kook, una de las figuras más influyentes del movimiento de asentamientos religiosos desde 1967 hasta la actualidad, santificó la noción de «dar la vida por la tierra «, explica Ofer Zalzberg del Instituto Herbert Kelman . algo que el actual primer ministro de Israel, Naftali Bennett, ha defendido en el pasado. Algunos toman el concepto literalmente: después de que un atacante palestino matara al estudiante de yeshivá Yehuda Dimentman cerca de un asentamiento de Cisjordania, uno de sus compañeros enojados en el antiguo asentamiento de Homesh me dijo: «La respuesta más moral del mundo [al asesinato] es para Judíos para establecerse en la tierra de Israel. Cualquiera que no se dé cuenta de eso tiene una enfermedad». Los grupos extremistas religiosos palestinos como Hamás y la Yihad Islámica apoyan matar y atacar a civiles, y también a ellos mismos, si es necesario. La carta original de Hamas de 1988 explica las aspiraciones del grupo: «Yihad es su camino y la muerte por el bien de Alá es el más elevado de sus deseos». La Yihad Islámica Palestina también santifica tanto la tierra de Palestina como el uso de la violencia contra los israelíes; fue «pionero» en el uso de ataques suicidas contra israelíes. Notablemente, para ambos lados, la causa es tan sagrada que incluso justifica violar los propios principios de cada religión: las mujeres judías violan los tabúes sobre tocar a los hombres en peleas con soldados; el Corán prohíbe el suicidio . Más allá de los activistas y extremistas, las encuestas concluyen que la conexión inquebrantable entre la devoción religiosa y las actitudes cotidianas de línea dura también es válida para el público en general. Entre los judíos israelíes, la correlación directa entre los niveles de observancia religiosa y la autodefinición política es clara e inflexible en todas las encuestas, durante décadas. En una encuesta para Btselem en 2021, el 88 por ciento de los judíos ortodoxos (o «religiosos nacionales») informaron que eran de derecha, en comparación con solo el 38 por ciento de los judíos seculares. El eje derecha-izquierda en Israel representa ante todo el conflicto. En una encuesta conjunta israelí-palestina de 2020, el 70 por ciento de los judíos ortodoxos se opuso a la noción general de una solución de dos estados; dos tercios de los judíos seculares lo apoyaron.   Los palestinos muestran tendencias similares, aunque las brechas no son tan grandes y ocasionalmente inconsistentes. En esa encuesta conjunta de 2020, el 39 por ciento de los palestinos religiosos apoyó la solución de dos estados en comparación con el 53 por ciento de los no religiosos. Más del 40 por ciento de los palestinos religiosos apoyaron la lucha armada contra Israel, diez puntos más que otros. Más del 40 por ciento de los encuestados religiosos tenían la intención de votar por Hamas, pero solo el 18 por ciento de los encuestados «algo» religiosos.   Entre los palestinos, aproximadamente la mitad de la población se considera «religiosa» (en comparación con «algo» o «no» religiosa); entre los judíos, los religiosos ortodoxos y nacionales son menos, cerca de una cuarta parte. Pero los «tradicionalistas» autodefinidos también son fuertemente derechistas, sumando más de la mitad de los judíos en total cuyas actitudes políticas están altamente correlacionadas con la religión. Estas tendencias son reales; ya menudo la respuesta liberal es descartar a las personas religiosas como saboteadores de la paz fundamentalistas; cuantos más, más oscuro el futuro. Las voces moderadas Sin embargo, las variedades de interpretación religiosa y los diversos roles que la religión puede desempeñar en la sociedad en la práctica, erosionan la imagen simple de que la devoción exacerba inevitable o exclusivamente el conflicto. Incluso la interacción de la política y la religión no siempre impulsa el extremismo. El rabino Ovadia Yosef , el imponente carismático fundador del partido ultraortodoxo

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REFLEXIONES DESDE ISRAEL

Por: Alejandro Stein (Compañero del Llamamiento, desde el kibutz Barkai, Israel) 1. Se cae. No se cae. Aguanta. No aguanta. A veces no se sabe qué es peor, la mentira o la memoria. Esta coalición de gobierno rara, de esas “imposibles”, que va desde la derecha más derecha potable, de esa que uno digiere a fuerza de Hepatalgina suponiendo que la Hepatalgina todavía exista, hasta la izquierda más progresista dentro del sionismo, y un partido árabe religioso, se creó con un único propósito: ¡Fuera Netanyahu! Fuera Netanyahu es todo lo que él simboliza: La falta de escrúpulos, el amor desmedido a la silla, la mentira y la deslealtad como modo de vida e instrumento de trabajo de uso diario, (en definitiva, métodos que recuerdan con regusto amargo en la boca, no sólo al menemato sino al macriato). Y sus amistades, o como él los llama sus “aliados naturales”: Los actuales “aliados naturales” del Likud son un partido fascista y racista, llamado “El Sionismo Religioso” y dos partidos, también religiosos pero ultraortodoxos, uno askenazi y el otro sefaradí. Las bases del programa político de este grupo es sacarle las castañas del fuego al ex primer ministro en los juicios por corrupción con los que se está enfrentando, y de paso reducir el peso específico del Poder Judicial a 0, profundizar el apartheid israelí ya existente, desembozar aún más el racismo contra cualquier ciudadano que no sea judío, especialmente por supuesto la población palestina, tanto la israelí como la de los territorios ocupados, y convertir, de facto y de iure a estos territorios de “ocupados” en “liberados”, esto es, anexarlos. La coalición anduvo bien al principio. Esta melange se fue moviendo con cautela, aceptando y respetando las diferencias de posiciones, rechinando los dientes cuando había que votar en la Knesset algo que jamás hubieran apoyado si no hubieran tenido al cuco Bibi enfrente. Más que una coalición es lo que los troskos hubieran llamado un “frente único”, que se creó para, en términos semi médicos, extirpar un tumor. Y funcionó unos meses, hasta que algunos de los integrantes de la coalición se dieron cuenta que por sobre cualquier necesidad que tuviera el país, por cualquier tumor que lo amenazara, estaban ellos, no sólo con su ideología, sino con sus apetitos. Y comenzaron los planteos, y los sacudones. Mientras nuestro Boletín estaba de vacaciones, una diputada de “Derecha”, el partido del propio primer ministro llamada Idit Silman se pasó con armas y bagajes a la oposición. Y posteriormente otra diputada miembro de Meretz, Jida Rinawi Zohavi, amenazó hacer lo mismo por unos días, acercándose a la Lista Árabe Unida, hasta que dio marcha atrás después que consiguieran “convencerla” con concesiones especiales a la población palestina de Israel. El partido árabe Ra’am también corcovea. Y la coalición se va debilitando por derecha y por izquierda. Todos sabían para qué y por qué se formó este gobierno, pero están quienes no pueden dejar de ser lo que son: políticos, con sus cuotas de falta de escrúpulos, de hipocresía, de ambiciones. Y es así como el tumor sigue vivito y coleando. Este frente único se convirtió en una película de suspenso. Interesante ver cuánto va a aguantar el gobierno. 2. Mientras escribo esto, se cumple el 55 aniversario de la “reunificación” de Jerusalén. Cada vez que se habla de la “reunificación”, y de la manera que se la festeja, me acuerdo de eso de “¡España, una, España, grande, España, libre!”, que se desgañitaban gritando los falangistas en la edad más oscura de España. Y si hay que festejar, se festeja a lo grande. Provocando. Con desfile de banderas israelíes por Jerusalén, bailes, marcha por el barrio musulmán de la Ciudad Vieja entrando por la Puerta de Damasco y culminando en el Muro de los Lamentos para agradecer, por supuesto. Esta ciudad “una”, “reunificada”, tiene un sistema de reunificación muy particular. Pregúntenle si no a los habitantes palestinos del barrio de Sheikh Jarrah, creado durante el período otomano en el siglo XIX, con mayoría de vecinos palestinos musulmanes, minoría de vecinos judíos (hasta la guerra del 48), y otra pequeña minoría cristiana. Hace ya tiempo que los colonos judíos (sionistas) tratan de desalojar a los vecinos árabes, argumentando derechos de posesión anteriores a la guerra de 1948, enseñando como prueba documentos de compra, algunos dudosos ellos, y amparándose en esa justicia que supimos defender en la reflexión anterior, pero que es, en definitiva, la justicia del apartheid. Dentro de dicha legislación (la del ocupante) hay una ley que les da a derecho a los judíos a recuperar sus propiedades ocupadas por palestinos después del ’48, y “liberadas” en la Guerra de los 6 Días, derecho que no tienen los palestinos con las suyas, vaya a saber uno por qué. Como hubiera dicho mi finado tío, “esas son leyes y no las que vienen en pomo”. Ver a los jóvenes israelíes, embebidos de patriótica pasión, bailar con sus banderas israelíes en la Puerta de Damasco, y pasearse por las calles del Barrio Musulmán de la Ciudad Vieja imbuidos de amor al prójimo y voceando, aparte de cánticos sionistas y patrióticos, consignas vomitadas por el sector más racista y reaccionario, que lo hace avergonzarse a uno de ser judío, como “Muerte a los Árabes”, “Que se les queme el poblado” y otras lindezas, protegidos por la Policía y el Ejército, provoca en quien escribe la comparación imaginaria de miles de hinchas de Ríver paseándose con camisetas, banderas, bombos, cantando los insultos que nos tenemos reservados unos a otros en la cancha, protegidos por fuerzas de seguridad, por el barrio de la Boca, desembocando en la Bombonera. Alguien cuya opinión respeto mucho, con menos sentido del humor, dijo que le recuerda las marchas nazis en la Alemania de los años 30, también protegidas por la policía, ellas. En fin, la vergüenza ajena y la bronca están ahí, no dejan de crecer, regados con la desesperanza. La bandera israelí agitada en Jerusalén Oriental pretende simbolizar, desafiante, lo que Israel proclama

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Los alegatos de las defensas de los genocidas en la Mega Causa Campo de Mayo desde la mirada de Dibujos Urgentes

Por: Maria Paula Doberti y Eugenia Bekeris Los alegatos de las defensas de los genocidas en la Mega Causa Campo de Mayo desde la mirada de Dibujos Urgentes. Entre el 16 de marzo y el 1° de junio de este año nueve abogadxs ocuparon trece audiencias (unas 52 horas en total) para defender lo indefendible. Desde la Defensoría Oficial hablaron Juan Carlos Tripaldi (defensor de Ramón Vito Cabrera, Luis del Valle Arce, Miguel Conde, Carlos Alberto Rojas, Arnaldo José Román, Santiago Omar Riveros, Luis Saadi Pepa, Mario Rubén Domínguez y Eugenio Guañabens Perelló), Hernán Campi, Eduardo Masci y Alejo Pisani (defensores de Francisco Orlando Agostino). Como abogadxs particulares actuaron Sebastián Olmedo Barrios (defensor de Alfredo Oscar Arena), Gonzalo Miño (defensor de Roberto Fusco), Gerardo Ibáñez y Carmen Ibáñez (defensorxs de Carlos Tamini, Pacífico Luis Britos y Federico Ramírez Mitchel) y Alejandro Arguilea (defensor de Carlos Caimi y de Bernardo Caballero). Todxs desplegaron estrategias que abarcaron un abanico estrecho, entre el negacionismo y el desprestigio de las querellas y sobre todo del Ministerio Público Fiscal, a cargo de la Fiscal Gabriela Sosti. La Fiscalía acusó a los imputados por cargos de secuestros, privación ilegal de la libertad, allanamiento ilegal de domicilio, tormentos agravados, violaciones, abuso deshonesto, robo en poblado y en banda, secuestro de bebés y homicidios. Para responder a la CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA que dieron en su alegato la Fiscal Sosti y el abogado querellante Pablo Llonto, la Defensa desplegó diversas respuestas: Tripaldi negó el contexto histórico en el que se desarrollaron los hechos denunciados. Arguilea reclamó “una legítima reconstrucción histórica” con “datos objetivos”. Masci hizo un sesgado recuento histórico, desde las batallas de San Martín, deteniéndose en los gobiernos peronistas de los 70: “¿Dónde nace la responsabilidad de los hechos, en el gobierno de facto o en los anteriores?”, se preguntó. Olmedo Barrios basándose en que “nuestra Patria fue víctima de un enfrentamiento armado” argumentó que “no hubo persecución política”. Para demostrar esto dijo que “las FAR asaltaron Campo de Mayo”, que hubo “1541 homicidios comprobados, 1745 secuestros y posesión de 5042 explosivos”, que “las organizaciones político-militares no pretendían un país mejor” y que hay que contar “la verdad real”. Gerardo Ibáñez sostuvo que “es una ingenuidad pensar que el Estado no adoptara ninguna defensa frente a la infinidad de secuestros del ERP y Montoneros. La Justicia los había condenado y Cámpora los liberó. Por eso hubo Áreas de Defensa, como el Área 400”. Las leyes de PUNTO FINAL y de OBEDIENCIA DEBIDA reaparecieron reiteradamente. Masci sostuvo que se dictaron para “dar una vuelta de página, como hizo Uruguay con Pepe Mujica”, que “el Congreso no puede anularlas” por lo que “no debería ser juzgado ninguno de los imputados”. Y recordó con nostalgia los INDULTOS de Menem: “se dijo “ya está, es suficiente, unamos de una vez el país””. Argumentaron que se trata de COSA JUZGADA. Gerardo Ibáñez Consideró que “los criterios jurídicos 45 años después, por culpa del Estado, son desatinados” y que “el marco por el que deben ser tratados es el de aquella época, no el de hoy”. Campi llegó más lejos (o más atrás): dijo que en Nuremberg hubo “AUDITORES MILITARES” por lo que “resulta ilógico juzgar a los militares en la Justicia ordinaria”. La comparación entre los acusados de aquel Juicio con los del actual corrió por parte de su propio abogado. Sobre la figura de LESA HUMANIDAD dijeron que, como los hechos son anteriores a la norma “no debería tenerse en cuenta” y que asumirla es “un atropello brutal al principio de legalidad”, que “los hechos están prescriptos”, que es una “violación al principio de legalidad” y que “los guerrilleros armados no eran población civil, eran combatientes”. Rechazaron la figura de GENOCIDIO porque, arguyeron, “no hubo persecución a una Nación”. Basándose en que “no se fijaron las penas antes del hecho” y en que “no se encuentra tipificado” el modo de juzgar estos hechos, pidieron que “se rechace para que se preserve el principio de legalidad”. Intentaron embarrarle la cancha al MINISTERIO PÚBLICO FISCAL, representado por Gabriela Sosti. Tripaldi sostuvo que la Fiscalía “violentó los principios juridireccionales”, que “debió hacerse algo distinto”, que “no se le da al trabajo la seriedad que debería tener”, que “hay liviandad”, que las acusaciones tienen “endeblez del argumento” y son “caóticas”, que hay “falta de talento para organizar la acusación”, que “es un desastre”, que “hay un desinterés en trabajar de manera puntillosa”. Arguilea afirmó que “Sosti no probó el uso de la picana”, que se basó en “conjeturas, indicios y tergiversaciones”, que “armó una imputación con una mirada estrecha” con “afirmaciones falsas” y que “se basa en la nada, sólo en su convencimiento cercana a la Inquisición”. Campi y Masci afirmaron que “los fiscales pueden tener sed de revancha o venganza” y que Sosti parece tiene “una obsesión con los funcionarios de Inteligencia”. Sostuvieron que se hizo una “errónea conclusión de penas, una lectura parcial de la documentación testimoniales y un arribo a conclusiones que no se compadecen con la realidad”. Miño afirmó que “la acusación es subjetiva, caprichosa y antojadiza”. Sobre los TESTIMONIOS escuchados en los más de dos años de Juicio, repitieron casi a coro que “hay testigos que se contradijeron”, que hablaron por terceros, que “hicieron referencia al vox populi” y que “los rumores no tienen valor jurídico”. Campi y Masci dudaron de los testimonios de familiares porque están “contaminados”, “no prueban nada”, por lo que “no hay pruebas que valorar”. Tripaldi osó ensuciar las declaraciones de sobrevivientes y familiares tildándolos de brindar “testimonios contaminados” por “los organismos de Derechos Humanos” que, según él, les brindaron información que no tenían. Hizo preguntas capciosas, como la referida al sobreviviente Gregorio Díaz: “¿Declaró libremente?” En varias audiencias se dedicaron a menoscabar las declaraciones del sobreviviente Juan Carlos “Cacho” Scarpati, quien declaró en diversos juicios dando datos claves para encontrar pruebas y reconocer genocidas. Tripaldi hasta cuestionó el carácter de víctima de Scarpati porque, sostuvo, “no está probado que estuvo privado de la libertad. Siempre resultó

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«La Policía Federal participó del encubrimiento de los atentados», Horacio Lutzky, co-autor de «Iosi, el espía arrepentido» junto a Miriam Lewin

Por: Rolando Graña en radio La 990 El abogado, periodista y co-autor de «Iosi, el espía arrepentido» junto a Miriam Lewin, fue al piso de LA990 para charlar con Rolando Graña y el equipo de RPM sobre el caso del efectivo de Inteligencia de la Policía Federal que estuvo infiltrado durante 15 años en la comunidad judía.  «Iosi se capacitó ampliamente sobre el mundo hebreo y participaba activamente de la comunidad», contó Lutzky, y detalló que el espía reportaba la información a una mujer que manejaba a varios filtros, no sólo a él. «Se les dice ‘filtros’ cuando están infiltrados en una organización», aclaró. El investigador aseguró que Iosi está convencido de que la información recopilada por él fue utilizada como inteligencia previa de los atentados contra la Embajada de Israel y contra la AMIA: «Él me confirmó que en su fuerza lo único que les preocupaba era conocer qué se estaba pensando en la comunidad judía y qué se estaba investigando». También se refirió a las distintas gestiones de gobierno que pasaron desde los años ’90, y dijo que «a Nilda Garré la volteó el grupo de fiscales junto con la DAIA y el radicalismo porque se había metido con la pista local a fines de 2001». Por otra parte, aportó datos del contexto nacional e internacional de aquel momento: «Entre 1991 y 1995 se desarrollaba un gran operativo de contrabando de armas con vértice en Argentina que involucraba a Croacia y Ecuador, pero también a la Bosnia musulmana». Consultado sobre el rol de Iosi al interior de la comunidad hebrea, contó que el espía «estaba muy cómodo en los grupos universitarios judíos, hasta que por su militancia fue propuesto para ocupar lugares centrales dentro de la comunidad». «Iosi se enamoró perdidamente de alguien de adentro y tuvo que quemar todos los manuales; se casó en secreto y le tuvo que confesar su identidad», narró Lutzky, y agregó que además se vio obligado a entrar al Programa de Protección a Testigos e Imputados por la infidencia de un periodista. «De un día para el otro tuvo que abandonar la vida tal como la conocía». Además, el escritor señaló que -a pesar de tratarse de uno de los testigos más importantes del caso en muchos años- el fiscal Alberto Nisman nunca lo convocó para tomarle declaración. «En 1998 Iosi ya había filmado un video a solas para contar todo, porque tenía miedo de que lo fueran a matar o de que dieran vuelta la historia para señalarlo a él como responsable».

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La falsa promesa de seguridad de Israel

Por: Edo Konrad | Sin Permiso (16 de abril de 2022) Han pasado tres días desde que un palestino armado del campo de refugiados de Jenin abrió fuego en un bar en la calle Dizengoff en el centro de Tel Aviv, asesinando a tres personas e hiriendo a varios más. Varios de los que fueron heridos siguen luchando por sus vidas. Ver las escenas caóticas de esa noche, incluida la imagen de miles de policías y soldados recorriendo las calles en busca del asesino, a quien rastrearon y mataron horas después, trajo sentimientos de dolor y desesperación, tristeza y añoranza. Los muertos podrían haber sido mis amigos o familiares en ese bar. Podrían haber sido yo. Esos sentimientos solo empeoraron en los días siguientes. El sábado, las fuerzas israelíes lanzaron una incursión masiva en Jenin y sus alrededores, en el norte de Cisjordania, donde fueron confrontados por militantes palestinos que continuan intercambiando disparos con el ejército hoy. Anoche, una turba de palestinos destrozó e incendió la Tumba de José en Nablus antes de ser dispersada por las fuerzas de seguridad palestinas. Esta mañana, unos soldados israelíes mataron a tiros a una madre palestina desarmada con seis hijos en la ciudad de Husan, en Cisjordania, alegando que se acercó a ellos de “manera sospechosa”. La espiral continúa descendiendo cada día que pasa. El ataque en la calle Dizengoff fue el cuarto que tuvo lugar en una ciudad israelí en las últimas tres semanas, tras los asesinatos en Be’er Sheva, Hadera y Bnei Brak, que han dejado un total de 14 muertos en Israel. Y, como un reloj, los políticos israelíes, con el eco de los principales medios de comunicación del país, han estado pidiendo una represión más severas contra los palestinos, tanto ciudadanos de Israel como quienes viven bajo la dictadura militar en los territorios ocupados, en nombre de la restauración de la “seguridad”. Pero para estos políticos, la “seguridad” no se trata realmente de salvar vidas o proteger a todos los civiles de cualquier daño. Se trata de preservar y vigilar un orden sociopolítico. Se trata de controlar la distribución de recursos y privilegios para los judíos-israelíes. Es una tapadera para una ideología más profunda de asentamiento y despojo. Es una promesa violenta que las autoridades no pueden cumplir, incluso cuando la gran mayoría de los israelíes aceptan su premisa. Es, en esencia, un falso mesías.Policía israelí y rescatistas en la escena de un tiroteo en la calle Dizengoff, en el centro de Tel Aviv, 7 de abril de 2022. (Noam Revkin Fenton/Flash90) Israel no está interesado, por ejemplo, en la seguridad de sus ciudadanos palestinos, quienes durante años le han estado rogando al gobierno que haga algo con respecto a la violencia armada y el crimen organizado que asolan sus comunidades, pero el estado solo ha comenzado a tomar medidas y retirar las armas cuando han sido usadas contra ciudadanos judíos. El estado tampoco está interesado en la seguridad derivada de una vivienda y trabajo estables para las clases bajas mizrajíes y etíopes de Israel en la periferia, que sufren el acoso y la brutalidad policial de forma regular. Y, por supuesto, Israel tampoco está interesado en la seguridad de los palestinos en Cisjordania y Gaza ocupadas, que viven todos los días con un temor constante por sus vidas y sus medios de subsistencia, asediados por un ejército extranjero que es a la vez juez, jurado, y verdugo. La “seguridad” no los abarca a ellos, ni a sus hermanos palestinos en el exilio forzoso, sino que se produce a expensas de ellos. Incluso cuando se limita a la cuestión de los ataques armados por parte de los palestinos, la verdad es que pocas personas, a pesar de fingir lo contrario, realmente creen que Israel puede brindar seguridad a través de medios tan violentos. Muchos ex miembros de los servicios de seguridad de Israel, desde generales del ejército hasta directores del Shin Bet, han confesado que mantener a millones de personas bajo un sistema impuesto a la fuerza nunca puede garantizar la seguridad a largo plazo. Pero las élites políticas, militares y culturales de Israel han seguido desestimando estas advertencias. En cambio, la población judía, cosechando los beneficios del llamado statu quo, ha creado hábilmente una burbuja psicológica para eliminar cualquier interés en “cómo vive la otra mitad”. Esa burbuja solo se agrieta en los momentos esporádicos en que un cohete, un cuchillo o una pistola se vuelve contra nosotros desde el “otro lado”, obligándonos a recordar a los millones de palestinos que obligamos a vivir bajo nuestra bota.Soldados israelíes detienen a palestinos en la aldea de Yabad, cerca de la ciudad cisjordana de Jenin, durante una operación de búsqueda tras la muerte de un soldado israelí, el 12 de mayo de 2020. (Nasser Ishtayeh/Flash90) Aquellos que actualmente están ideando castigos nuevos y creativos para la sociedad palestina después del ataque del jueves por la noche son conscientes de que sus esfuerzos no son tanto “soluciones” como pasos en una rutina que se ha vuelto deprimentemente repetitiva. Después de todo, hay una razón por la que «cortar el césped», «quemar la conciencia» y «mostrar quién manda» se han convertido en declaraciones intercambiables en el consenso político israelí. Este “teatro de la seguridad” tiene como objetivo reafirmar a la población que la violencia palestina se puede sofocar a través de algún gesto final, brutal y sangriento, cuya mera fuerza aterrorizaría a los palestinos tan completamente que se lograría la seguridad sin necesidad de un acuerdo político. Pero estas declaraciones belicistas son cada vez más obsoletas. Son argumentos ensayados, visiblemente deshilachados por el uso excesivo, un ritual cada vez más desprovisto de sustancia. Los defensores cínicos de “gestionar” o “reducir” el conflicto intentarán disuadir a los israelíes de pensar que esta situación es insostenible. Algunos podrían sorprenderse al saber que, a pesar de que se ha descartado hablar de una solución, el problema se ha negado obstinadamente a desaparecer. Pero el hecho sigue siendo ineludible: mientras Israel elija esta visión de “seguridad” y abandone cualquier pretensión de tratar de “terminar el conflicto”, solo podemos esperar más víctimas. De hecho, a medida que las imágenes de Tomer Morad, Eytam Magini y Barak Lufan, tres jóvenes cuyas vidas se vieron truncadas mientras disfrutaban de

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A 79 años del levantamiento del ghetto de Varsovia

A propósito del ghetto Por: Elina Malamud (Adherente del Llamamiento) | Página/12 (19 de abril de 2022) No parecés, me dijeron más de una vez cuando yo explicaba que era judía, y siempre me embargaba la loca o sutil percepción de que esa frase –que hoy día ya nadie repite– pretendía ser un halago… En estas reminiscencias andaba mientras abría el cajón de la mantelería heredada para preparar la mesa del primer séder de Pesaj, la primera cena de las Pascuas judías en las que desde hace tres mil años –día más, día menos– recordamos que fuimos esclavos en Egipto y, por mandato de nuestro dios, transmitimos a las generaciones que nos siguen el relato de aquella epopeya tan discutida y complicada de manera que no nos carcoma el olvido. A los ateos no nos complica repetirlo cada año porque Él, aun siendo novedoso en su concepción de sí mismo, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos de la dialéctica materialista y, aunque mandón e impiadoso, no nos excomulga desde su divina y eterna majestad a cambio de que le sigamos la corriente como si existiera. Me miraba, desde el cajón de marras, el mantel de zephir celaco a cuadros azules y blancos, que mi mamá tendía sobre una larga mesa para servir el chocolate de cumpleaños, en mi infancia lejana. Recordar mi cumpleaños me trae a la memoria que nací apenas un par de años después del Armisticio que se firmó en la madrugada del 9 de mayo, quiero decir de la rendición de la Alemania nazi, del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y no fue un tiempo casual. Mis padres cargaban con cierta indolencia para el alborozo y el optimismo, propia de algunos inmigrantes del Este de Europa y, siempre atenciosos a los hechos globales, se negaban a traer más judíos o judías al mundo mientras fueran ciertas algunas noticias de la guerra europea que leerían quién sabe cómo y dónde, con un asombro extraño, escarchado entre el pasmo y la incredulidad. Relaté en varias ocasiones pasajes pavorosos o de prodigiosa valentía sucedidos en aquella guerra, tal vez la más escalofriante de la historia humana. Me viene a la mente la imagen de Lena Gartenstein cerrando, llena de rabia, la puerta de su casa de Varsovia y guardándose la llave en el bolsillo cuando debió trasladarse al ghetto. El 19 de abril de 1943 –fecha de celebración de las Pascuas judías de ese año– oyó, desde el pequeño departamento donde dos muchachas polacas la habían escondido, el estruendo de la rebelión en el ghetto del que había escapado unos días antes; sintió el olor de los incendios y la explosión final que lo redujo a escombros. Cuando todo terminó, salió a la calle y simplemente se puso a caminar, contemplando o sin contemplar las ruinas de Varsovia, ya sin ninguna llave ni ningún mantel a cuadros que pudiera encontrar en un cajón cuando quisiera recordar su pasado. En esta página he instituido memoria de esa guerra, de las rebeliones y también de los judíos que escapaban de otros ghettos para esconderse en los bosques y unirse a los partisanos o simplemente para sobrevivir; de cómo Alexander Pechersky atisbó, tras la arboleda del lager de Sobibor, el humo en el que volaban las almas incineradas de los que acababan de llegar con él al campo de exterminio. Ya los judíos contamos tantas veces la Jurbn –la destrucción–  que acabó con los templos bíblicos y con la sinagoga de Varsovia y siguiendo la tradición de Pésaj, seguimos relatando nuestras grandezas, nuestras tragedias y nuestras rebeliones para mantenerlas en la memoria colectiva. Pero, ¿qué significa guardar la memoria de aquellos años de desquicio de la humanidad que recordamos cada mes de abril cuando evocamos el levantamiento del Ghetto de Varsovia? Ya no es suficiente memorar el hambre, el apiñamiento, la caza del hombre, la tisis y la muerte o la obstinación en sobrevivir y mantenerse humanos. Porque el ghetto no brotó de un huevo sorpresivamente roto. Hubo un camino recorrido por gentes humanas que consideraron más que admisible, tal vez hasta meritorio, avanzar hacia el Este de su casa, con el derecho autoconcedido de vaciar territorios, en una escalada de clasificación del otro con los cánones raciales inventados por el positivismo. ¿Cómo pasó? Sería suficiente volver los ojos atrás para sentir el resentimiento decimonónico de los campesinos ante el abuso señorial, ahogado más que contenido por el pastor luterano y enquistado en sus almas agobiadas, de manera que confundieran la realidad de la explotación con la culpa por propios pecados; aplaudir el empoderamiento de los trabajadores en la socialdemocracia alemana, primera organización obrera de Europa y ejemplo de las que surgirían, pero que aprobó, con nacional patriotismo, los empréstitos necesarios para la Primera Guerra y fue culpable del bárbaro asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. En esa Alemania humillada por el tratado de Versalles, muerta de frío porque el carbón se iba a Francia, el desconcierto ante el futuro, la inflación descontrolada, el elevado costo de vida llevaron a la población al borde de la sublevación. Surgió entonces el dirigente necesario, carismático, que aunque defenestró a la casta —política– y su sistema liberal parlamentario, entró en su juego para destruir la democracia desde dentro, como el peligroso fantoche pelucón que hoy lo imita, practicando sus muecas y sus tonos de voz frente al espejo. Buscó un enemigo que fuera culpable de las pesadumbres del pueblo y lo encontró en el gitano, en el judío, en el que percibía su sexo de manera peculiar, en el que tenía un cuerpo que se salía de las normas, en los adeptos a religiones humanistas o a las artes centenarias, en los propios eslavos y, para ellos, decretó las leyes raciales que justificaban desocupar Europa de esperpentos subhumanos. Armó grupos paramilitares contra las organizaciones obreras, contra los comunistas y los piqueteros que llevaban a sus hijos a las marchas cuando tendrían que estar en la escuela, y con ellos estrenó los protocampos de concentración cuando apenas mediaban

Aportes de adherentes

“Tóxico” o una profunda exploración sobre el abordaje de una pérdida

Por: Liliana Fijtman (Com. Boletín del Llamamiento) Un escenario casi desierto, un banco y una mesa con unos vasos y una botella son todo lo quenecesitan en la puesta de Tóxico para mostrar la frialdad de un cementerio y el encuentro deuna pareja después de nueve años de separación. Pablo Di Paolo es el responsable de la puestay dirección de esta obra que se repone después de una primera temporada muy exitosainterrumpida por las restricciones sanitarias debidas a la pandemia. La dramaturgia de laholandesa Lot Vekemans en la acertada traducción de Ronald Brouwer desgrana la palabra, ladicha y la que se calla, como un cuentagotas que se filtrara entre los escombros hasta llenar lahistoria de sentidos.Han atravesado juntos la pérdida de un hijo hace diez años. Luego, él se ha ido. Sentimos en elrelato, la atención auditiva de ella puesta en el sonido de la puerta al cerrarse, el encendido delmotor, el tiempo que transcurre hasta el arranque y la partida. La esperanza de su regreso. Inútil.Adónde van las palabras que no se dijeron…Qué es lo que cada uno hace con lo que siente, conlo que espera de si mismo y del otro. “Somos dos seres que se amaron, que se perdieron a símismos y luego perdieron al otro”La obra abunda en la profundización de los sentimientos de cada protagonista y tanto MaraBestelli como Marcelo Subiotto le aportan cuerpos y actuaciones sensibles a sus personajes.Ella, como quien se quedó anclada en un momento de su historia, sin poder rehacerse más alláde los límites cercanos psíquicos y físicos, volviendo una y otra vez a las preguntas de quién,cómo ocurrió, como se continúa después de esto. Él, y en esto también la salida física del espaciohogareño podría establecer una marca metafórica de la apertura a otras vivencias, buscandosobrevivir a la pérdida y tender a la reconstrucción de la vida y de la alegría.Se puede ver durante el mes de abril, en el Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3378. CABA,los sábados a las 22.40 hs. Informes y reservas en Alternativa Teatral o al 4862-7400Liliana Fijtman

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