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«La Policía Federal participó del encubrimiento de los atentados», Horacio Lutzky, co-autor de «Iosi, el espía arrepentido» junto a Miriam Lewin

Por: Rolando Graña en radio La 990 El abogado, periodista y co-autor de «Iosi, el espía arrepentido» junto a Miriam Lewin, fue al piso de LA990 para charlar con Rolando Graña y el equipo de RPM sobre el caso del efectivo de Inteligencia de la Policía Federal que estuvo infiltrado durante 15 años en la comunidad judía.  «Iosi se capacitó ampliamente sobre el mundo hebreo y participaba activamente de la comunidad», contó Lutzky, y detalló que el espía reportaba la información a una mujer que manejaba a varios filtros, no sólo a él. «Se les dice ‘filtros’ cuando están infiltrados en una organización», aclaró. El investigador aseguró que Iosi está convencido de que la información recopilada por él fue utilizada como inteligencia previa de los atentados contra la Embajada de Israel y contra la AMIA: «Él me confirmó que en su fuerza lo único que les preocupaba era conocer qué se estaba pensando en la comunidad judía y qué se estaba investigando». También se refirió a las distintas gestiones de gobierno que pasaron desde los años ’90, y dijo que «a Nilda Garré la volteó el grupo de fiscales junto con la DAIA y el radicalismo porque se había metido con la pista local a fines de 2001». Por otra parte, aportó datos del contexto nacional e internacional de aquel momento: «Entre 1991 y 1995 se desarrollaba un gran operativo de contrabando de armas con vértice en Argentina que involucraba a Croacia y Ecuador, pero también a la Bosnia musulmana». Consultado sobre el rol de Iosi al interior de la comunidad hebrea, contó que el espía «estaba muy cómodo en los grupos universitarios judíos, hasta que por su militancia fue propuesto para ocupar lugares centrales dentro de la comunidad». «Iosi se enamoró perdidamente de alguien de adentro y tuvo que quemar todos los manuales; se casó en secreto y le tuvo que confesar su identidad», narró Lutzky, y agregó que además se vio obligado a entrar al Programa de Protección a Testigos e Imputados por la infidencia de un periodista. «De un día para el otro tuvo que abandonar la vida tal como la conocía». Además, el escritor señaló que -a pesar de tratarse de uno de los testigos más importantes del caso en muchos años- el fiscal Alberto Nisman nunca lo convocó para tomarle declaración. «En 1998 Iosi ya había filmado un video a solas para contar todo, porque tenía miedo de que lo fueran a matar o de que dieran vuelta la historia para señalarlo a él como responsable».

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La falsa promesa de seguridad de Israel

Por: Edo Konrad | Sin Permiso (16 de abril de 2022) Han pasado tres días desde que un palestino armado del campo de refugiados de Jenin abrió fuego en un bar en la calle Dizengoff en el centro de Tel Aviv, asesinando a tres personas e hiriendo a varios más. Varios de los que fueron heridos siguen luchando por sus vidas. Ver las escenas caóticas de esa noche, incluida la imagen de miles de policías y soldados recorriendo las calles en busca del asesino, a quien rastrearon y mataron horas después, trajo sentimientos de dolor y desesperación, tristeza y añoranza. Los muertos podrían haber sido mis amigos o familiares en ese bar. Podrían haber sido yo. Esos sentimientos solo empeoraron en los días siguientes. El sábado, las fuerzas israelíes lanzaron una incursión masiva en Jenin y sus alrededores, en el norte de Cisjordania, donde fueron confrontados por militantes palestinos que continuan intercambiando disparos con el ejército hoy. Anoche, una turba de palestinos destrozó e incendió la Tumba de José en Nablus antes de ser dispersada por las fuerzas de seguridad palestinas. Esta mañana, unos soldados israelíes mataron a tiros a una madre palestina desarmada con seis hijos en la ciudad de Husan, en Cisjordania, alegando que se acercó a ellos de “manera sospechosa”. La espiral continúa descendiendo cada día que pasa. El ataque en la calle Dizengoff fue el cuarto que tuvo lugar en una ciudad israelí en las últimas tres semanas, tras los asesinatos en Be’er Sheva, Hadera y Bnei Brak, que han dejado un total de 14 muertos en Israel. Y, como un reloj, los políticos israelíes, con el eco de los principales medios de comunicación del país, han estado pidiendo una represión más severas contra los palestinos, tanto ciudadanos de Israel como quienes viven bajo la dictadura militar en los territorios ocupados, en nombre de la restauración de la “seguridad”. Pero para estos políticos, la “seguridad” no se trata realmente de salvar vidas o proteger a todos los civiles de cualquier daño. Se trata de preservar y vigilar un orden sociopolítico. Se trata de controlar la distribución de recursos y privilegios para los judíos-israelíes. Es una tapadera para una ideología más profunda de asentamiento y despojo. Es una promesa violenta que las autoridades no pueden cumplir, incluso cuando la gran mayoría de los israelíes aceptan su premisa. Es, en esencia, un falso mesías.Policía israelí y rescatistas en la escena de un tiroteo en la calle Dizengoff, en el centro de Tel Aviv, 7 de abril de 2022. (Noam Revkin Fenton/Flash90) Israel no está interesado, por ejemplo, en la seguridad de sus ciudadanos palestinos, quienes durante años le han estado rogando al gobierno que haga algo con respecto a la violencia armada y el crimen organizado que asolan sus comunidades, pero el estado solo ha comenzado a tomar medidas y retirar las armas cuando han sido usadas contra ciudadanos judíos. El estado tampoco está interesado en la seguridad derivada de una vivienda y trabajo estables para las clases bajas mizrajíes y etíopes de Israel en la periferia, que sufren el acoso y la brutalidad policial de forma regular. Y, por supuesto, Israel tampoco está interesado en la seguridad de los palestinos en Cisjordania y Gaza ocupadas, que viven todos los días con un temor constante por sus vidas y sus medios de subsistencia, asediados por un ejército extranjero que es a la vez juez, jurado, y verdugo. La “seguridad” no los abarca a ellos, ni a sus hermanos palestinos en el exilio forzoso, sino que se produce a expensas de ellos. Incluso cuando se limita a la cuestión de los ataques armados por parte de los palestinos, la verdad es que pocas personas, a pesar de fingir lo contrario, realmente creen que Israel puede brindar seguridad a través de medios tan violentos. Muchos ex miembros de los servicios de seguridad de Israel, desde generales del ejército hasta directores del Shin Bet, han confesado que mantener a millones de personas bajo un sistema impuesto a la fuerza nunca puede garantizar la seguridad a largo plazo. Pero las élites políticas, militares y culturales de Israel han seguido desestimando estas advertencias. En cambio, la población judía, cosechando los beneficios del llamado statu quo, ha creado hábilmente una burbuja psicológica para eliminar cualquier interés en “cómo vive la otra mitad”. Esa burbuja solo se agrieta en los momentos esporádicos en que un cohete, un cuchillo o una pistola se vuelve contra nosotros desde el “otro lado”, obligándonos a recordar a los millones de palestinos que obligamos a vivir bajo nuestra bota.Soldados israelíes detienen a palestinos en la aldea de Yabad, cerca de la ciudad cisjordana de Jenin, durante una operación de búsqueda tras la muerte de un soldado israelí, el 12 de mayo de 2020. (Nasser Ishtayeh/Flash90) Aquellos que actualmente están ideando castigos nuevos y creativos para la sociedad palestina después del ataque del jueves por la noche son conscientes de que sus esfuerzos no son tanto “soluciones” como pasos en una rutina que se ha vuelto deprimentemente repetitiva. Después de todo, hay una razón por la que «cortar el césped», «quemar la conciencia» y «mostrar quién manda» se han convertido en declaraciones intercambiables en el consenso político israelí. Este “teatro de la seguridad” tiene como objetivo reafirmar a la población que la violencia palestina se puede sofocar a través de algún gesto final, brutal y sangriento, cuya mera fuerza aterrorizaría a los palestinos tan completamente que se lograría la seguridad sin necesidad de un acuerdo político. Pero estas declaraciones belicistas son cada vez más obsoletas. Son argumentos ensayados, visiblemente deshilachados por el uso excesivo, un ritual cada vez más desprovisto de sustancia. Los defensores cínicos de “gestionar” o “reducir” el conflicto intentarán disuadir a los israelíes de pensar que esta situación es insostenible. Algunos podrían sorprenderse al saber que, a pesar de que se ha descartado hablar de una solución, el problema se ha negado obstinadamente a desaparecer. Pero el hecho sigue siendo ineludible: mientras Israel elija esta visión de “seguridad” y abandone cualquier pretensión de tratar de “terminar el conflicto”, solo podemos esperar más víctimas. De hecho, a medida que las imágenes de Tomer Morad, Eytam Magini y Barak Lufan, tres jóvenes cuyas vidas se vieron truncadas mientras disfrutaban de

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A 79 años del levantamiento del ghetto de Varsovia

A propósito del ghetto Por: Elina Malamud (Adherente del Llamamiento) | Página/12 (19 de abril de 2022) No parecés, me dijeron más de una vez cuando yo explicaba que era judía, y siempre me embargaba la loca o sutil percepción de que esa frase –que hoy día ya nadie repite– pretendía ser un halago… En estas reminiscencias andaba mientras abría el cajón de la mantelería heredada para preparar la mesa del primer séder de Pesaj, la primera cena de las Pascuas judías en las que desde hace tres mil años –día más, día menos– recordamos que fuimos esclavos en Egipto y, por mandato de nuestro dios, transmitimos a las generaciones que nos siguen el relato de aquella epopeya tan discutida y complicada de manera que no nos carcoma el olvido. A los ateos no nos complica repetirlo cada año porque Él, aun siendo novedoso en su concepción de sí mismo, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos de la dialéctica materialista y, aunque mandón e impiadoso, no nos excomulga desde su divina y eterna majestad a cambio de que le sigamos la corriente como si existiera. Me miraba, desde el cajón de marras, el mantel de zephir celaco a cuadros azules y blancos, que mi mamá tendía sobre una larga mesa para servir el chocolate de cumpleaños, en mi infancia lejana. Recordar mi cumpleaños me trae a la memoria que nací apenas un par de años después del Armisticio que se firmó en la madrugada del 9 de mayo, quiero decir de la rendición de la Alemania nazi, del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y no fue un tiempo casual. Mis padres cargaban con cierta indolencia para el alborozo y el optimismo, propia de algunos inmigrantes del Este de Europa y, siempre atenciosos a los hechos globales, se negaban a traer más judíos o judías al mundo mientras fueran ciertas algunas noticias de la guerra europea que leerían quién sabe cómo y dónde, con un asombro extraño, escarchado entre el pasmo y la incredulidad. Relaté en varias ocasiones pasajes pavorosos o de prodigiosa valentía sucedidos en aquella guerra, tal vez la más escalofriante de la historia humana. Me viene a la mente la imagen de Lena Gartenstein cerrando, llena de rabia, la puerta de su casa de Varsovia y guardándose la llave en el bolsillo cuando debió trasladarse al ghetto. El 19 de abril de 1943 –fecha de celebración de las Pascuas judías de ese año– oyó, desde el pequeño departamento donde dos muchachas polacas la habían escondido, el estruendo de la rebelión en el ghetto del que había escapado unos días antes; sintió el olor de los incendios y la explosión final que lo redujo a escombros. Cuando todo terminó, salió a la calle y simplemente se puso a caminar, contemplando o sin contemplar las ruinas de Varsovia, ya sin ninguna llave ni ningún mantel a cuadros que pudiera encontrar en un cajón cuando quisiera recordar su pasado. En esta página he instituido memoria de esa guerra, de las rebeliones y también de los judíos que escapaban de otros ghettos para esconderse en los bosques y unirse a los partisanos o simplemente para sobrevivir; de cómo Alexander Pechersky atisbó, tras la arboleda del lager de Sobibor, el humo en el que volaban las almas incineradas de los que acababan de llegar con él al campo de exterminio. Ya los judíos contamos tantas veces la Jurbn –la destrucción–  que acabó con los templos bíblicos y con la sinagoga de Varsovia y siguiendo la tradición de Pésaj, seguimos relatando nuestras grandezas, nuestras tragedias y nuestras rebeliones para mantenerlas en la memoria colectiva. Pero, ¿qué significa guardar la memoria de aquellos años de desquicio de la humanidad que recordamos cada mes de abril cuando evocamos el levantamiento del Ghetto de Varsovia? Ya no es suficiente memorar el hambre, el apiñamiento, la caza del hombre, la tisis y la muerte o la obstinación en sobrevivir y mantenerse humanos. Porque el ghetto no brotó de un huevo sorpresivamente roto. Hubo un camino recorrido por gentes humanas que consideraron más que admisible, tal vez hasta meritorio, avanzar hacia el Este de su casa, con el derecho autoconcedido de vaciar territorios, en una escalada de clasificación del otro con los cánones raciales inventados por el positivismo. ¿Cómo pasó? Sería suficiente volver los ojos atrás para sentir el resentimiento decimonónico de los campesinos ante el abuso señorial, ahogado más que contenido por el pastor luterano y enquistado en sus almas agobiadas, de manera que confundieran la realidad de la explotación con la culpa por propios pecados; aplaudir el empoderamiento de los trabajadores en la socialdemocracia alemana, primera organización obrera de Europa y ejemplo de las que surgirían, pero que aprobó, con nacional patriotismo, los empréstitos necesarios para la Primera Guerra y fue culpable del bárbaro asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. En esa Alemania humillada por el tratado de Versalles, muerta de frío porque el carbón se iba a Francia, el desconcierto ante el futuro, la inflación descontrolada, el elevado costo de vida llevaron a la población al borde de la sublevación. Surgió entonces el dirigente necesario, carismático, que aunque defenestró a la casta —política– y su sistema liberal parlamentario, entró en su juego para destruir la democracia desde dentro, como el peligroso fantoche pelucón que hoy lo imita, practicando sus muecas y sus tonos de voz frente al espejo. Buscó un enemigo que fuera culpable de las pesadumbres del pueblo y lo encontró en el gitano, en el judío, en el que percibía su sexo de manera peculiar, en el que tenía un cuerpo que se salía de las normas, en los adeptos a religiones humanistas o a las artes centenarias, en los propios eslavos y, para ellos, decretó las leyes raciales que justificaban desocupar Europa de esperpentos subhumanos. Armó grupos paramilitares contra las organizaciones obreras, contra los comunistas y los piqueteros que llevaban a sus hijos a las marchas cuando tendrían que estar en la escuela, y con ellos estrenó los protocampos de concentración cuando apenas mediaban

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“Tóxico” o una profunda exploración sobre el abordaje de una pérdida

Por: Liliana Fijtman (Com. Boletín del Llamamiento) Un escenario casi desierto, un banco y una mesa con unos vasos y una botella son todo lo quenecesitan en la puesta de Tóxico para mostrar la frialdad de un cementerio y el encuentro deuna pareja después de nueve años de separación. Pablo Di Paolo es el responsable de la puestay dirección de esta obra que se repone después de una primera temporada muy exitosainterrumpida por las restricciones sanitarias debidas a la pandemia. La dramaturgia de laholandesa Lot Vekemans en la acertada traducción de Ronald Brouwer desgrana la palabra, ladicha y la que se calla, como un cuentagotas que se filtrara entre los escombros hasta llenar lahistoria de sentidos.Han atravesado juntos la pérdida de un hijo hace diez años. Luego, él se ha ido. Sentimos en elrelato, la atención auditiva de ella puesta en el sonido de la puerta al cerrarse, el encendido delmotor, el tiempo que transcurre hasta el arranque y la partida. La esperanza de su regreso. Inútil.Adónde van las palabras que no se dijeron…Qué es lo que cada uno hace con lo que siente, conlo que espera de si mismo y del otro. “Somos dos seres que se amaron, que se perdieron a símismos y luego perdieron al otro”La obra abunda en la profundización de los sentimientos de cada protagonista y tanto MaraBestelli como Marcelo Subiotto le aportan cuerpos y actuaciones sensibles a sus personajes.Ella, como quien se quedó anclada en un momento de su historia, sin poder rehacerse más alláde los límites cercanos psíquicos y físicos, volviendo una y otra vez a las preguntas de quién,cómo ocurrió, como se continúa después de esto. Él, y en esto también la salida física del espaciohogareño podría establecer una marca metafórica de la apertura a otras vivencias, buscandosobrevivir a la pérdida y tender a la reconstrucción de la vida y de la alegría.Se puede ver durante el mes de abril, en el Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3378. CABA,los sábados a las 22.40 hs. Informes y reservas en Alternativa Teatral o al 4862-7400Liliana Fijtman

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La cita (cuento)

Por: Héctor Gurvit (Com. del boletín del Llamamiento) Nos encontramos por última vez en la pizzería de Callao y Corrientes. Gaspar apareció como un suspiro, apurado. Los pasos cortitos y esos mechones que le caían para uno y otro lado.Vestía una camisa blanca con el cuello corroído y un pullover lleno de pelotitas. Se sentó frente a mí en una mesa que no estaba cerca de la ventana. Tomábamos esas precauciones para evitar exponernos y nos poníamos esos sobrenombres que no eran más útiles que sentarnos lejos de la calle. Si nos chupaban no nos iban a preguntar. Ya sabían.Me miró con cara de susto y me dijo que la teníamos que hacer breve, porque no se sentía seguro. Sus ojos iban de uno a otro lado como si alguien lo estuviera vigilando, como si el peligro estuviera ahí, en la pizzería. “Estamos mal, compañero. La cosa se complica”.Yo no dije nada. Preferí esperar. Ni siquiera preguntar qué es lo que estaba mal. No había mucho para decir. Era cierto, las cosas estaban empeorando. Sabíamos que Pocho no aparecía y que la Tana andaba de casa en casa tratando de buscar un lugar seguro. Le pregunté por ella, no dijo nada.Gaspar afirmaba que todavía se podía ganar. Que había posibilidades, que no es lo que parece.Seguía hablando. Yo escuchaba, vagamente. No podía concentrarme, seguirle sus argumentaciones, no podía. Todo estaba mal, pero él era todo entusiasmo. Así como me dijo que “la cosa se complica” insistía en hablar de los logros, de que ya van a cambiar las cosas, que en cualquier momento volvíamos.Mientras él hablaba yo pensaba en la Tana, en sus ojos, en sus piernas. En ese tiempo que se nos estaba escurriendo, en la última noche en aquel hotel de Constitución.Cuando terminó de hablar, quedamos en la próxima cita. Nos íbamos a encontrar en Avellaneda, en el Petit, el lunes siguiente. El horario era estricto, si nos demorábamos más de diez minutos teníamos que levantarla y esperar.Me dediqué a leer los diarios. En los titulares parecía que en el país no pasaba nada. Todos se fotografiaban con una sonrisa plena, victoriosa. Había muchos bigotes. El país, se decía, entraba en la normalidad.Mi única obsesión era encontrar a la Tana, porque necesitaba verla. Me fui a la casa de los padres y me quedé enfrente, esperando, para ver si aparecía.Lo hice durante tres días seguidos. El tercero la vi. Cinco horas estuve parado ahí, angustiado. Se me ocurría definir mi estado de ánimo con esas frases trilladas que encierran siempre una cierta cuota de verdad: “con el corazón en la boca”, “cagado hasta las patas”.Cuando ya estaba por desistir la veo venir; no estaba sola. Venía con dos tipos que la acompañaban. Caminaba dura, mirando para uno y otro lado, y eso me desconcertó. Quiénes eran esos tipos que eran así, como nosotros, pero extraños. Yo me daba cuenta de que no eran de los nuestros, nada parecía distinto, pero había algo, que me decía que eso no era normal.Había ido a buscarla porque no tenía otro lugar a dónde ir. Siempre pensé que era bastante inútil lo que estaba haciendo. Sin embargo, ella aparece, acompañada. Descuidando todo tipo de seguridad me hice notar. Simplemente me aseguré de que me viera, que me reconociera y yo sé que me vio, pero en ese preciso momento miró para otro lado, me ignoró, entró a su casa con los dos desconocidos y yo no supe qué hacer. Me estaba protegiendo y tuve miedo.La Tana era Marita. Teníamos un respeto casi religioso por ella. Nada de lo que se proponía le era difícil. Y estaba conmigo y eso era mágico.Eran dos, podía haber hecho algo. Entrar, enfrentarlos, salvarla. Algo que me redima. Acaso ¿no éramos héroes?Me fui. Preferí caminar por Mitre, unas ocho cuadras, y tomarme el colectivo hacia Constitución. Mientras tanto, trataba de entender. Me había comportado como un cobarde, que esa decisión de irme terminaría pesándome para toda la vida.Al lunes siguiente, cuando fui al Petit, Gaspar no estaba. Esperé los diez minutos reglamentarios y me fui. Nunca más visité la casa de la Tana. Mucho tiempo después supe. Nunca más volví a verlos, ni a él ni a ella. Aquello fue como una bisagra, esa tristeza que llevo adentro, que como hormigas en el vientre horadan, esperando el momento de la redención.

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PERDONA MIS PECADOS

Nuevo fallido intento de la DAIA de blanquear su rol durante la dictadura genocida Jorge Knoblovits, titular de la DAIA, junto a Mónica Pinto y el rabino Ariel Stofenmacher POR: JORGE ELBAUM | El Cohete a la Luna (27 de marzo de 2022) El camino hacia lo sagrado pasa por lo profano. Abraham Joshua Heschel El miércoles 23 de marzo, el Seminario Rabínico Latinoamericano realizó un homenaje a los desaparecidos y desaparecidas con el objeto de rememorar la fatídica fecha del 24 de marzo y rendir homenaje a las víctimas del periodo más trágico de la historia argentina. La iniciativa, de la que participó llamativamente el embajador de Estados Unidos, Marc Stanley, congregó a un panel conformado por el anfitrión –el rector del Seminario, rabino Ariel Stofenmacher–, el titular de la DAIA, Jorge Knoblovits, la ex decana de la Facultad de Derecho de la UBA, Mónica Pinto, el juez de la Corte Suprema de Justicia bonaerense Sergio Torres, el ex camarista federal Ricardo Gil Lavedra y el dirigente de la Unión Cívica Radical Hernán Najenson. La actividad se caracterizó por las ausencias más que por las presencias: los integrantes de la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos (AFDJ) decidieron no participar, pese a haber sido invitados en forma explícita. Sus referentes, amigos y familiares evaluaron que el evento pretendía constituirse en una representación fraguada destinada a blanquear un quehacer institucional devaluado, evaluación que corroboraron al confirmar que la DAIA no estaba dispuesta a pedir perdón. Solo pretendían, adujo uno de los miembros de la AFDJ, lavar sus culpas y responsabilidades del pasado, sin mostrar el más mínimo resquicio de autocrítica auténtica y sentida. Las palabras iniciales de Knoblovits validaron las conjeturas de los familiares: “No vine –señaló, en forma provocadora­– a condenar a las gestiones pasadas de la DAIA”. “Vengo a cumplir una deuda que tiene la comisión directiva que conduzco desde 2018 –afirmó como si se tratase de un trámite de blanqueamiento– (…) Nunca hubo tanto ensañamiento hacia los judíos como en la dictadura. Callarse la boca nunca debe ser una opción”. Mientras los presentes esperaban palabras de empatía y condescendencia hacia las víctimas, la DAIA se encargaba de confirmar lo que los informes de los organismos de Derechos Humanos exponían cuatro décadas atrás. El titular de la DAIA adujo que las acciones de las autoridades de los años ‘70 podían ser consideradas como “desaciertos” o “errores” y no dudó en equipararse a las víctimas de las desapariciones, ejecuciones, torturas y exilios, al considerar que “todos somos sobrevivientes” de aquella noche dictatorial. Knoblovits no se refirió en ningún momento a los testimonios de los familiares de lxs desaparecidxs que denunciaron al director de Relaciones Públicas de la DAIA, Naum Barbarás, quien recibía con desprecio y desgano a quienes buscaban contención, consuelo o ayuda. Tampoco mencionó los documentos desclasificados que revelan la simpatía de varios dirigentes con el denominado Proceso de Reorganización Nacional, ni la participación conjunta en actividades de beneficencia de una vicepresidenta de la DAIA, Amalia Polack, con Alicia Raquel Hartridge de Videla, la esposa del genocida. Semanas antes de la convocatoria, los familiares de lxs desaparecidxs habían comunicado que sólo se harían presentes si la DAIA asumía un genuino arrepentimiento público referido al abandono y la indiferencia infringida a miles de familias argentino-judías que habían implorado socorro y ayuda cuando se sucedía la criminal cacería genocida. En los contactos previos con los organizadores del Seminario, los familiares de las víctimas dejaron en claro que solo se sentirían reconfortados si existía el compromiso de reproducir los términos de una carta reclamada, una década atrás, por las autoridades de la AFDJ. La respuesta de Marshall Meyer En esa declaración –que fue rechazada por Knoblovits en 2012 y en la última semana– se le exigía a la DAIA la honestidad para cuestionar a quienes habían maltratado y abandonado a padres y madres desesperados. Se le exigía que fuesen capaces de “pedir perdón por la situación de abandono sufrida”. La DAIA debía asumir “que no tuvo el coraje, la sensibilidad ni la convicción para responder a los pedidos de solidaridad y asistencia que las víctimas reclamaban [lo que supone] un pedido de perdón que proviene de un auténtico arrepentimiento institucional”. Estos son algunos tramos de la carta que hace diez años las autoridades de la DAIA se negaron a leer frente a las víctimas que continúan padeciendo, desde hace casi medio siglo, la pérdida irreparable de sus seres queridos. Esta es la humilde condescendencia discursiva que la institución de la calle Pasteur no estuvo dispuesta a admitir, en los días previos a la promocionada autocrítica de su rol institucional. El acto exhibió, sin embargo, un contenido antagónico cuando el rabino Stofenmacher decidió apelar a fragmentos de prédicas y textos de Marshall Meyer, para reseñar –con visible contrición– el dolor de las víctimas, su desconsuelo y angustia: “Suenan terribles golpes en la puerta, o se oye una ráfaga de ametralladora y la puerta es derribada a balazos. Irrumpen diez o doce hombres armados (…) Antes de decir una palabra, le parten la cabeza a tu mujer con la culata de un rifle. Un puñetazo te rompe los dientes y empezás a escupir sangre. Es probable que te encapuchen. Cómo ladrando, alguien exige saber dónde está tu hijo o tu hija. (…) Alguien grita: ‘Acá hay un libro de Freud’. Otro: ‘Y acá, uno de Marx’ (…) Hasta el 24 de marzo de 1976 yo nunca había entendido cómo se podía vivir tan cerca de Treblinka o Bergen Belsen o Dachau o Auschwitz y pretender que no se sabía nada. Lo aprendí. Fue una terrible lección. (…) ‘Todo aquel que destruye una vida humana –consigna la Mishná Sanedrín– es como si hubiese destruido un mundo entero, todo aquel que salva una vida humana es como si hubiese salvado un mundo entero’”. La DAIA volvió a intentar blanquearse. Pero lo hizo sin convicción ni aval de sus mandantes. En 2005 había intentado hacer lo mismo en una actividad en la Facultad de Derecho

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¿Por qué el terrorismo?

O CÓMO VISIBILIZAR AL PUEBLO PALESTINO Por: Héctor Gurvit (Com. del Boletín del Llamamiento) En base al artículo de Gideon Levy publicado en Haaretz el 31/3/22[1] y traducido por María Landi, el siguiente texto intenta analizar si el terrorismo es una vía válida para visibilizar las luchas del pueblo palestino. Al mismo tiempo relacionar su discurso con ciertos aconteceres en el mundo globalizado y a la luz del conflicto ruso-ucraniano. Cuando se habla de Israel es imposible no hacer referencia, casi como un mantra a la cuestión Palestina. No es novedad que los palestinos, o en realidad, su causa sea invisibilizada. Gideon Levy afirma en su artículo que la violencia “es la única vía que les permite recordarles a Israel, a los Estados árabes y al mundo su existencia”. Y agrega “esto no es una especulación hipotética: se ha demostrado en la realidad, una y otra vez. Cuando se callan, el interés por su causa se evapora y desaparece de la agenda de Israel y del resto del mundo”. No parece una buena forma de analizar la cuestión palestina contando muertos, pero es necesario intentar dilucidar si es cierto que “sólo cuando vuelan las balas, los cuchillos atacan y los cohetes estallan, la gente recuerda que hay otro pueblo aquí con un terrible problema que debe ser resuelto. La conclusión es dura y aterradora: sólo a través del terrorismo serán recordados, sólo a través del terrorismo podrán obtener algo”. La palabra terrorismo se ha tornado en una palabra maldita. Y acaso lo sea. Pero también puede ser una excusa para la represión indiscriminada, tan violenta como la misma palabra. En el marco de la batalla cultural se juega cada vocablo, cada voz, cada término, cada expresión. En nuestro país lo sabemos bien. Las cuevas donde se fugan divisas son paraísos, la oligarquía agro ganadera exportadora y egoísta es el campo y al dólar negro lo han rebautizado como blue. Por el camino del olvido, de ocultar la tierra debajo de la alfombra, hay un mundo que “quiere olvidarse ya de la existencia del pueblo palestino. La gente está cansada de oír hablar del sufrimiento palestino; y el silencio lo hace posible”. Las clases dominantes manejan la cuestión del olvido. Para ellos solo hay que mirar para adelante, dicen, olvidarse de la historia o contar la historia a lo Mitre. Y parece que ese discurso infundado y débilmente soportado ha hecho carne en grandes sectores de la sociedad. Este fenómeno es también global. El pasado ha perdido prensa. Y “si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia…”. Dice el artículo: “en las últimas semanas, hemos informado aquí sobre un estudiante palestino que salió de excursión y fue asesinado de un disparo en la cabeza, sobre un chico que sostenía un cóctel molotov ante un muro de 20 metros de altura y fue asesinado de un disparo en la espalda, sobre un hombre que regresaba de hacer deporte cuando los soldados dispararon 31 balas contra su coche, y sobre un adolescente que corría huyendo de los agentes de la Policía de Fronteras, que le dispararon 12 balas y lo mataron. ¿No es esto también terror?” La alternativa a la cuestión palestina que sugiere dos estados para dos pueblos parece estar hoy muy lejos de poder concretarse. No es tolerable que los asentamientos de judíos en Cisjordania sigan engordando. No es tolerable el sistema de Apartheid instalado en Israel. Si había grandes dificultades para que ambos pueblos lleguen a un acuerdo estos comportamientos lo han hecho casi imposible. El autor rechaza la violencia, pero es consciente de que “la violencia de los terroristas que disparan indiscriminadamente contra transeúntes inocentes, y la violencia uniformada autorizada por el Estado contra personas palestinas inocentes, es una cuestión de rutina”. Es bueno analizar y transpolar lo que muestra el conflicto ruso-ucraniano. La hipocresía con que lo tratan, desde la comunicación, los medios hegemonizados por la derecha. Y es el ejemplo palpable y transferible de lo que pasa con el pueblo palestino. Mientras los EEUU y sus socios se ocupan de bombardear poblaciones como lo hace Arabia Saudita en Yemen del Norte o los bombardeos en Somalia por los EEUU, sus deportistas pueden participar sin restricciones en el mundial de fútbol, los tenistas jugar en los torneos oficiales y nadie parece estar enjuiciando a los McDonald. En este estado de situación es bastante lógico que estemos en guerra contra Vladímir Mayakovski, y que a Anna Netrebko, una cantante de ópera rusa, se viera obligada a cancelar varias de sus actuaciones en Europa tras ser fuertemente criticada por su buena relación con el presidente Vladímir Putin[2], Que la Universidad Milano-Bicocca en la provincia italiana de Milán, en medio de controversias, cancelara un curso del escritor italiano Paolo Nori sobre Fiódor Dostoyevski[3]. Y que en Noruega un camión que vendía mantequilla rusa en el Festival de Esquí de Holmenkollen, cerca de Oslo, fuera destrozado[4]. Pero volvamos a Palestina. Nos dice el autor del artículo: “Los palestinos estuvieron relativamente tranquilos durante meses, mientras sufrían la violencia y enterraban a sus muertos, y perdían sus tierras, sus casas y sus últimos restos de dignidad. ¿Y qué obtuvieron a cambio? Un gobierno israelí que declara que la cuestión de su suerte no será discutida en ningún momento en el futuro próximo, porque no es un asunto cómodo para el gobierno de coalición en su actual composición”. Les dice a los palestinos que no tienen futuro. ¿No es eso violencia? Y termina su artículo con una conclusión: “Los ataques terroristas son el castigo; el pecado es la arrogancia y la sensación de que nada es urgente: Israel se encuentra ahora en una situación incómoda; la coalición de gobierno es delicada; y continúa: Hay que luchar contra el terrorismo, por supuesto. Ningún país puede permitir que su pueblo viva con miedo y en peligro”, pero continúa: “la ola de atentados terroristas: la que pretende recordarle a él y a sus colegas que, aunque cenaran kebab de pescado en hojas

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Discursos de odio: La manipulación de un sector minoritario pero decisivo

Por: Carlos Alberto Rozanski | Página/12 (31 de marzo de 2022) El odio recorre las entrañas de la historia. Crímenes atroces han sido cometidos impunemente en el nombre de superioridades de todo tipo y culpabilidades atribuidas a las propias víctimas. Razas, colores, edades, géneros y disidencias, han sido razones que sólo tenían sustento en las mentes de los perpetradores. Sus verdaderos fines siempre fueron el poder, la riqueza o simplemente la satisfacción de perversos impulsos nunca confesados. Sin embargo, a pesar del dolor infinito que causaban y lo insostenible de sus argumentos, la mayoría de esos crímenes, han quedado sin castigo. Las razones profundas de esa obscena impunidad, excederían el espacio de estas líneas, pero se impone al menos, advertir sobre el avance en nuestro país de discursos de odio que de manera organizada se vienen llevando adelante a través de los diversos medios de comunicación masivos y redes sociales. Forman parte de la estrategia política de las derechas en todo el mundo. Sus impulsores, inspirados en los 11 principios de Goebbels, reiteran a diario todo tipo de mentiras, las que terminan instalándose como verdades en aquellos sectores de la comunidad a quienes están dirigidas. No se trata de manipular grandes porcentajes de la población, lo cual sin dudas sería muy difícil. El objetivo es una porción de votantes que son los que terminan definiendo una elección. Recuérdese que Mauricio Macri, llegó a la presidencia de Argentina con un porcentaje de ventaja final del 2,7 % sobre Daniel Scioli. Para ello, con el asesoramiento de la empresa Cambridge Analytica de Inglaterra, instalaron todo tipo de falsedades respecto de los líderes de las fórmulas opositoras. Se trata de maniobras de manipulación para convencer a parte de un colectivo determinado, de que le conviene votar una propuesta que en definitiva lo va a perjudicar. Esas maniobras se basan en la descalificación del oponente, no sólo con falsedades sino, además y muy especialmente, con discursos de odio. Recientemente, en los peores momentos de la pandemia por el covid 19, esos sectores políticos, impulsaron campañas de descrédito de las medidas sanitarias gubernamentales, utilizando los recursos más deleznables que podrían pensarse. Líderes de la oposición acusaron al Presidente de la Nación de “envenenar a la población” por la adquisición de vacunas que luego resultaron ser de gran eficacia. Asimismo, impulsaban la quema de barbijos o la colocación de bolsas mortuorias simulando mortajas en la puerta de la Casa de Gobierno con carteles con el nombre de figuras públicas. En aquel desgaste planificado del gobierno surgido en las elecciones de 2019, se fue incrementando el nivel de agresividad y violencia de los mensajes. Con diversas estrategias pero similares fines, la principal coalición opositora Juntos por el Cambio, así como los restantes sectores de las derechas, liderados por Javier Milei y Jose Luis Espert, intensificaron en los últimos meses el nivel de violencia de sus discursos. Negacionismo y denostación de los movimientos defensores de los Derechos Humanos, recrudecieron con motivo del recuerdo del proceso genocida iniciado el 24 de marzo de 1976 que se lleva adelante todos los años. Espert, con la naturalidad característica de los violentos, insultó públicamente a madres, hijos, abuelas y al movimiento de defensa de los DDHH en un programa de televisión (Desafio 2022). Su conductor y panelistas fueron igualmente agredidos con descalificaciones pocas veces vistas en televisión. Se trata sólo de un ejemplo del incremento de los discursos violentos que integran las estrategias de las derechas en nuestro país pero que se desarrollan simultáneamente en todo el mundo. Naciones Unidas tomó nota de este fenómeno altamente peligroso. Señaló al respecto Antonio Guterres, Secretario General de la ONU: “En los últimos años se ha observado un aumento preocupante del discurso de odio y de la incitación a la violencia. El derecho a la libertad de expresión está protegido por las normas internacionales, pero las expresiones que constituyen una incitación a la violencia, están prohibidas”. La aclaración resulta pertinente, toda vez que disipa la falsa oposición entre la libertad de expresión y el combate a los discursos de odio. Al respecto, el Estado tiene la obligación de proteger a la población de quienes, con sus mensajes, estimulan la violencia tratando de impedir la plena vigencia de los DDHH. La prevención de la incitación a la violencia se basa en la más alta normativa, en especial el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que integra nuestra Constitución Nacional. En su art. 20 el Pacto señala: “2. Toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley”. Cuando Espert vocifera públicamente que “Los derechos humanos son un curro”, o que las madres de plaza de mayo «curran con los DDHH” y que los desaparecidos no son 30.000, por dar sólo algunos ejemplos recientes, no sólo realiza apología del crimen, sino que además incita al odio en los términos de la legislación vigente. Concretar en sentencias las sanciones a los violentos es una decisión jurídica, garantizar una justicia independiente, capaz de frenar los discursos de odio, es una decisión política. 

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