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Legisladores estadounidenses subordinan su país a Israel

Fuente:  Daniel Kupervaser| Blog de Daniel Kupervaser Fecha: 8 de octubre de 2020 Desde sus primeros días hasta hoy, la sociedad estadounidense se caracterizó por otorgar al dinero el primer lugar como factor que forja los caminos en la vida del país. Lo fue históricamente durante la fiebre del oro, y hoy se perfila claramente en la relación entre políticos aspirantes a funciones jerárquicas y los donantes a sus campañas electorales. Las donaciones de magnates judíos a las campañas electorales de políticos estadounidenses de los últimos años se convirtieron en un factor central y dominante de este rubro. Basta observar la corrida y fervientes declaraciones de apoyo a Israel de boca de estos candidatos, muchas veces descabelladas, frente a instituciones y agrupaciones de judíos estadounidenses. Dos informes confirman el carácter crítico para cada candidato que representa la obtención de donaciones de fuentes judías.  En una académica investigación que detalla la participación de judíos en las elecciones de USA, Gil Troy, un reconocido investigador judío, afirma que bolsillos judíos, con una participación de solo el 2% en la población estadounidense, aportaron el 50% de las donaciones que recibió el partido demócrata y el 25% de las que recibió el partido republicano en las elecciones de 2016 (“Why the Jewish vote is so important to US presidential candidates”, Ynet, 11-6-2016). En relación con las próximas elecciones de este año, el medio informativo judío Jewish Telegraphic Agency difundió que, 15 de los 25 mayores donantes son judíos o de origen judío (¿“Who are the biggest Jewish donors of the 2020 campaigns?”, Jerusalem Post, 25-9-2020). LEGISLADORES DE USA QUE PROPONEN SUBORDINARSE A ISRAEL Ante esta realidad, nadie debe sorprenderse de la competencia de la mayoría de los legisladores estadounidenses que quieren reelegirse, como aquellos que proyectan arribar al congreso por primera vez, en congraciarse con estos donantes judíos a través de proyectos cuyo único objetivo es beneficiar a Israel, sin la más mínima relación con la sociedad estadounidense, y, probablemente en contraposición con intereses de ese país. La Jewish Telegraphic Agency informó en estos días que fue presentado un proyecto de ley bipartidista (republicanos y demócratas) destinado a otorgar a Israel el derecho a veto en toda negociación que el gobierno de USA proponga la venta de armamento estadounidense a algún otro país de Medio Oriente que, según la opinión de Israel, ponga en peligro su superioridad militar en la región (“Bipartisan bill would give Israel a veto on Middle East arms sales”, Jerusalem Post, 3-10-2020). Según la nota difundida, el proyecto de ley “requeriría que el presidente de USA consulte con el gobierno israelí para garantizar que se resuelvan las preocupaciones de la ventaja militar cualitativa en lo que respecta a la venta de armas a los países de Oriente Medio”. El mismo informe no deja de mencionar que AIPAC, el poderoso lobby de judíos estadounidenses, expresó su apoyo al proyecto. Sin lugar a dudas, se trata de un paso adelante muy importante en un prolongado proceso en donde legisladores estadounidenses no titubean en desprenderse de las riendas de poder y socavar la soberanía nacional estadounidense a favor de intereses foráneos de un país que tiene relaciones de pertenencia étnica con ciudadanos estadounidenses que, por causalidad, son los mayores donantes a campañas electorales en USA. Hasta poco tiempo atrás, la sociedad estadounidense se mostró mayormente indolente frente a esta perdida de independencia de su liderazgo. Hoy la situación esta cambiando drásticamente. La gran ola de aversión hacia Israel y el judaísmo que se está configurando en USA es un fiel reflejo que la tolerancia de esta sociedad a semejante trasgresión a normas democráticas básicas, lentamente está arribando a su límite. Basta imaginar la respuesta de la sociedad argentina ante una propuesta de algunos de sus legisladores, o candidatos a legislador, que proponga una ley por la cual se le otorga a Israel el derecho a veto para toda venta de granos argentinos a cualquier país de Medio Oriente. Si Israel y los judíos del mundo no quieren ser culpados de usar su dinero para disponer de poder en países donde ciudadanos judíos tratan de interferir en la toma de decisiones en favor de Israel, es necesario frenar todas esas instituciones como AIPAC, J-Street, Coalición Republicana Judía, Consejo Judío Demócrata y otras más. Israel, como cualquier país, tiene el derecho y la obligación de presionar al gobierno estadounidense para la toma de decisión en su favor. Esa es la función de la diplomacia con ciudadanos exclusivamente israelíes. La participación de ciudadanos judíos estadounidenses, y mas aun, las sumas millonarias que vuelcan en esta acción, necesariamente se convertirán en el caldo de cultivo para que parte de la ciudadanía estadounidense se rebele y diga basta. Como se sabe, estas respuestas pueden llevar a una tragedia a la colectividad judía de USA. Que nadie se equivoque: va llegar el momento que la sociedad estadounidense pase factura a su componente judío. Ojalá me equivoque Daniel Kupervaser Herzlya – Israel 7-10-2020 kupervaser.daniel@gmail.com @KupervaserD

America Latina, Internacionales, Portada

La tercera década latinoamericana

Fuente: Emir Sader | Alainet Fecha: 8 de octubre de 2020 El siglo XX se anunciaba como un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones ya en su primera década, con la masacre de la Escuela de Santa María de Iquique y la Revolución Mexicana. La segunda década contó con la Reforma Universitaria de Córdoba y las movilizaciones populares que propiciaron la fundación de los Partidos Comunistas y Socialistas. La tercera década fue abierta con las sublevaciones populares lidereadas por Sandino y por Farabundo Martí, en Nicaragua y en El Salvador. Todo confirmaba los presagios del viraje del siglo. El siglo XXI comenzaba en un marco de viraje conservador en el mundo, con sus reflejos en Latinoamérica, territorio de la más grande cantidad de gobiernos neoliberales, en sus modalidades más radicales. La última década del siglo XX fue la del auge de la hegemonía neoliberal en el continente, que se impone como consenso, en el marco internacional del Consenso de Washington y del pensamiento único. El canciller de Brasil que aceptó sacarse los zapatos para ingresar a un aeropuerto de EEUU y el deseo de Carlos Menem de establecer “relaciones carnales” con EEUU son símbolos de la postura de la total subordinación de los gobiernos del continente con Washington en aquella década. Pero la primera década del siglo XXI en Latinoamérica sorprendió, con una ola de reacción a los gobiernos neoliberales, cambiando radicalmente el escenario político en el continente y constituyéndose, una vez más, en el epicentro de las luchas en el plano internacional. Al solitario triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela, todavía a fines del siglo, vio sumarse la victoria de Lula en Brasil. Chávez compareció a la toma de posesión del nuevo presidente brasileño, manifestando que, finalmente, dejará de estar solo en la lucha. El abrazo de Lula a Néstor Kirchner, en la toma de posesión de éste, en el primer año del nuevo gobierno brasileño fue un marco que sellaría la primera década del siglo en Latinoamérica. Los dos gobiernos se constituirían en el eje de los procesos de integración regional que nacían en aquel momento. Cuando los dos fueron a la toma de posesión de Tabaré Vázquez en Uruguay, ya tenían claro que nacía un proyecto con dimensiones estratégicas para Latinoamérica. A ello se sumaron Bolivia, con el extraordinario triunfo de Evo Morales, y Ecuador, con el de Rafael Correa, que expresaron que ya no se trataba de una nueva época de cambios, sino de un cambio de época. Esos seis gobiernos han protagonizado, en la primera década del nuevo siglo, la lucha contra el neoliberalismo y en la construcción de gobiernos posneoliberales. A contramano del capitalismo en escala mundial, disminuyeron las desigualdades en esos países, fortalecieron la presencia del Estado y desarrollaron procesos de integración regional e intercambio Sur-Sur. Tuvieron un extraordinario éxito, haciendo de la década la más importante de la historia de esos países. En el paso hacia la segunda década del siglo XXI ya se notaban elementos de recomposición de la iniciativa de la derecha y debilidades de esos gobiernos, que han hecho con que la segunda década fuera marcada por una contraofensiva de la derecha, que ha restablecido gobiernos neoliberales en países como Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia e Uruguay, desarticulando el eje de gobiernos antineoliberales que había marcado la primera década. A lo largo de la década, el neoliberalismo ha demostrado el aliento corto que tienen sus políticas, al punto que, en Argentina, en la primera elección presidencial a que se han sometido, han sido desplazados de nuevo del gobierno. En otros países como Ecuador y Brasil, se ha confirmado que la derecha solo dispone del modelo neoliberal, duro y puro, que los llevan al fracaso. Que tienden a ser derrotados en disputas electorales democráticas, frente a lo cual han puesto en práctica su estrategia de judicialización de la política, poniendo en práctica nuevas formas de golpes, como son los casos de Brasil y de Bolivia, que demuestran más bien la debilidad de la derecha y no su fuerza. Cuando llegamos al final de la segunda década, hay una disputa abierta sobre el carácter que tendrá la tercera década en Latinoamérica. La elecciones en Bolivia y Ecuador, así como el desenlace de la crisis brasileña, definirán los rasgos de esa nueva década. En caso de que la izquierda triunfe, esos nuevos gobiernos se sumarán al de Argentina, contando, en cierta medida también con el de México – limitado por los tratados de libre comercio que tiene con EEUU -, así como el de Venezuela, para recomponer el eje de gobiernos antineoliberales. Como la derecha mantiene el neoliberalismo como su bandera, esos gobiernos tienen que caracterizarse, antes de todo, por su antineoliberalismo. Cuando surgía la crisis de esos gobiernos, hace algunos años, Rafael Correa convocó a una reunión en Guayaquil, un evento de balance sobre los cambios que se venían, participando, entre otros, Pepe Mujica y representantes de Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay. Se sacó la decisión de publicar un libro con un balance de la situación y perspectivas de los seis gobiernos. Yo coordiné entonces la publicación del libro que tomó el título de Las vías abiertas de América Latina, publicado en Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia. En ese libro, Álvaro García Linera, René Ramírez, Ricardo Forster, Constanza Moreira, Alfredo Serrano, Manuel Canelas, Juan Guijaro y yo, presentamos nuestras visiones de cada país, introducidos por un análisis general de la tendencias en todo el continente. Ahora es el momento para retomar algo similar, con un proyecto de investigación ambicioso, que haga el balance de la primera y la segunda décadas en esos países y proyecte la tercera década. Es hora de convocar a los intelectuales del pensamiento crítico latino-americano para sumarse a ese proyecto, que analice y apoye a las fuerzas políticas antineoliberales en la reconstrucción del eje de gobiernos con esa orientación, así como para que entregue análisis sobre las debilidades que han permitido la recomposición de la derecha y los reveses de la izquierda, para retomar el proyecto antineoliberal con más profundidad

Internacionales, Israel, Portada

En el papel de la quinta columna: la comunidad ultraortodoxa de Israel

Fuente: Gideon Levy | Haaretz  Fecha: 8 de octubre de 2020 Los ultraortodoxos (haredim) han sido durante años un objetivo del odio secular. Su otredad, su aislamiento, sus extrañas costumbres y líderes murmuradores, su actitud hacia las mujeres, la coacción religiosa y particularmente el hecho de que no sirven en el ejército (Dios no lo quiera), no estudian materias básicas y en muchos casos no trabajan, avivó el fuego contra ellos. El odio hacia ellos era ciego, ardiente, exagerado e indigno, a veces parecido al antisemitismo. Algunas de las expresiones utilizadas para describirlos se encuentran entre las más feas y repulsivas que se hayan escuchado aquí. Junto con su propia contribución a la formación de la actitud hacia ellos, también han sido víctimas de emociones oscuras, a veces fascistas. Los israelíes admiraban a los colonos, que les habían hecho un daño mucho mayor y más fatídico, pero odiaban a los haredim. Los árabes israelíes son mucho más despreciados, excluidos, discriminados, humillados y rechazados. A diferencia de los haredim, siempre se ha sospechado que son una quinta columna que socava los cimientos del estado y busca destruirlo desde adentro. Se cuestiona su lealtad, no se reconoce su contribución al estado, se bloquea su camino hacia el avance y se condiciona su libertad. Son claramente víctimas del nacionalismo y el racismo que están profundamente arraigados en este país. Debido a la crisis del coronavirus, se requiere una reevaluación de la actitud de la sociedad hacia estas comunidades. Este es el momento de reiniciar, llegar a una cuenta contundente con los haredim por su comportamiento desenfrenado y desconsiderado y de renovar totalmente nuestra actitud hacia los árabes debido a sus contribuciones. Si ha habido una quinta columna en esta campaña en concreto, ha sido la comunidad Haredi, con todas las generalizaciones que ello conlleva. Por primera vez en su historia, el comportamiento de la comunidad está socavando la base de la sociedad y haciéndole un daño grave. El desafío total de grandes sectores de esta comunidad, la forma en que los haredim se enseñorean con otros israelíes y su indiferencia descarada y arrogante ante la angustia, las dificultades y el sufrimiento del pueblo han cambiado su estatus en la sociedad. Incluso aquellos que los admiraban y pensaban que la actitud hacia ellos era escandalosamente inapropiada ya no pueden ignorar su vergonzoso comportamiento. Así es como se ve una quinta columna. Son las acciones de una comunidad que no piensa en nadie más que en sí misma, en sus necesidades, en su fe y en su idiosincrasia. Los haredim pagarán por esto de una manera que nunca antes habían pagado. Los israelíes no olvidarán su comportamiento tan rápido. Las semillas del odio que los haredim han plantado ahora con sus propias manos han creado una situación en la que la mayoría ya no aceptará seguir las viejas reglas del juego. Esta falta de solidaridad tendrá un precio. No debemos olvidar la forma en que le dieron la espalda a la sociedad y pusieron en riesgo la salud y la vida de muchas personas. No sucederá en un día, pero los haredim aún extrañarán el antiguo arreglo. El odio por ellos aumentará y estallará. Por otro lado, esta debería ser la hora de gloria para la comunidad árabe de Israel, más excluida pero más leal. Esta comunidad, al comienzo de la pandemia, también actuó de manera vergonzosa y dañina, ignorando los requisitos y las reglas, pero con el paso del tiempo se recompuso y cambió de dirección. Después de meses en los que la tasa de infección en la comunidad árabe se asemejaba a la de los haredim, aprendieron la lección y redujeron su tasa de morbilidad al promedio nacional. Este es el momento no solo de reconocer la corrección que hicieron con respecto al coronavirus, sino también de apreciar su impresionante contribución a la batalla contra él. A diferencia de los haredim, cuya contribución es mínima, la comunidad árabe juega un papel importante en el sistema de salud. Ella no es una quinta columna. Es una primera o segunda columna. Debido a sus otras contribuciones a la sociedad y la economía, que son demasiado numerosas para enumerarlas, los judíos israelíes deben revertir su actitud ingrata hacia ellos. En un raro y emotivo momento televisado en Channel 12 News, Arad Nir recibió a dos médicos de la sala de coronavirus del Hospital Ha’emek en Afula. Solo sus nombres dan testimonio de sus orígenes étnicos. El Dr. Na’il Bisharat y el Dr. Ehud Paz estaban discutiendo sobre la gravedad de la pandemia. El concepto de igualdad entre árabes y judíos nunca tuvo una mejor expresión. Quién sabe, tal vez presagia el comienzo de un cambio.

Estados Unidos, Internacionales, Portada

El descalabro del sistema interamericano

Fuente: Juan Gabriel Tokatlian | Nueva Sociedad Fecha: 22 de septiembre de 2020 La elección de un estadounidense a la cabeza del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) revela una situación de mayor alcance: los efectos de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el giro a la derecha de varios gobiernos de la región y, no menos importante, una fragmentación extrema de América Latina que la condena a una suerte de irrelevancia internacional autoinfligida. El sistema interamericano contemporáneo remite al conjunto de instrumentos e instituciones que han configurado las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Con un variado legado de doctrinas, organizaciones, usos y prácticas no carentes de tensiones y divergencias, ese sistema tuvo su mayor institucionalización después de la Segunda Guerra Mundial. En 1947, por ejemplo, se firmó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), en 1948 se creó la Organización de Estados Americanos (OEA) y en 1959 se fundó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y se creó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el seno de la OEA. Por supuesto, no siempre ni en todos los temas los intereses y propósitos latinoamericanos y estadounidenses fueron plenamente coincidentes. Sin embargo, y dadas las enormes asimetrías de poder, la región procuró y avaló compromisos multilaterales entendiendo que, a través de ellos, se podía limitar la arbitrariedad de Washington, reforzar los lazos intrarregionales, avanzar en algunos aspectos de la agenda latinoamericana y alcanzar ciertos beneficios con el menor costo posible. Aquellos años coincidieron con el momento de apogeo de la hegemonía de Estados Unidos a escala mundial y continental. En el periodo comprendido entre 1947 y 1959, Washington concentró su atención política y sus recursos militares en Europa (el bloqueo de Berlín de 1948-1949), el sudeste de Asia (la Guerra de Corea de 1950-1953) y Oriente Medio (la Guerra del Sinaí de 1956 y la crisis en el Líbano de 1958). En América Latina, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) organizó, en 1954, el derrocamiento mediante un golpe de Estado del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz. Este golpe fue antecedido por una resolución anticomunista auspiciada por Estados Unidos en la OEA (con el voto en contra de Guatemala y la abstención de Argentina y México) y fue encubierto mediante la inacción de la organización. Los tres acuerdos (TIAR, OEA, BID) se enmarcaron en la disputa estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Visto desde Washington, y también desde la mayoría de las capitales latinoamericanas, se debía contener –y de ser necesario, revertir– el eventual avance político de Moscú, frenar el comunismo en el área y hacer atractiva para América Latina la inversión estadounidense y su American way of life. Con marchas y contramarchas, el sistema interamericano se preservó durante décadas. Fue actualizado con la aprobación, en 2001, de la Carta Democrática Interamericana. Desde la región surgieron proyectos alternativos tales como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que no alcanzaron a cimentar un sistema latinoamericano sólido. Se dirá que primó el divide et impera de Estados Unidos. Sin embargo, ese argumento registra una condición necesaria pero no suficiente a los efectos de explicar y entender la ausencia o la imposibilidad de opciones exitosas para la reformulación de las relaciones entre Estados Unidos y la región provenientes de América Latina. Hoy Latinoamérica ha llevado al límite su propia fragmentación, lo cual conduce a la región a una irrelevancia internacional autoinfligida. El más reciente y mayor intento de transformación del sistema interamericano provino de Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump y contó con el notable acompañamiento y aquiescencia de un buen número de gobiernos de la región. Es posible que estemos frente a la búsqueda de una redefinición sustantiva del manejo de la relación entre Washington y América Latina de acuerdo con los objetivos, intereses y preferencias exclusivas de los sectores más reaccionarios en Washington (en consonancia con la lógica de America First). Si así fuera, se trataría de un ejercicio de poder que ha contado con el estímulo y/o el beneplácito de diversos actores domésticos en distintos países de la región. Tres ejemplos apuntan en esa dirección. El primero tiene que ver con el sistema interamericano en materia de defensa. En 2019 se decidió aplicar el TIAR a Venezuela, país que lo había denunciado en 2013. Históricamente, el TIAR y su convocatoria han mostrado ser ineficaces en su propósito de prevenir o resolver conflictos. En abril del año pasado, la OEA reconoció como representante de la Asamblea Nacional de Venezuela a un hombre designado por Juan Guaidó. En septiembre, el enviado de Guaidó solicitó la convocatoria de una reunión para activar el TIAR. Bajo la batuta de Estados Unidos, y en el marco del artículo 6 del tratado (que no es aplicable al caso en cuestión), se identificó a Venezuela como una amenaza al mantenimiento de la paz y la seguridad del continente. Según la resolución aprobada, esto podría llevar a considerar «eventuales recomendaciones en el marco del artículo 8», artículo que incluye «el empleo de la fuerza armada». Las consecuencias que se podrían derivar de la invocación del TIAR en el caso de Venezuela pueden ser muy inquietantes. Ubica a la región en la «alta política» mundial de competencia entre grandes poderes –como no lo había estado desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962–, identifica una suerte de peligro para la seguridad internacional en América del Sur en el doble marco de la «guerra contra el terrorismo» y la «guerra contra las drogas» lideradas por Estados Unidos, y agita, como en la Guerra Fría, el regreso de la idea del «cambio de régimen» –pero en este caso, mediante el uso colectivo de la fuerza–. En los primeros nueve meses de 2020 y en el contexto de la pandemia de covid-19, cuyo epicentro está ahora en el continente, la probabilidad de recurrir al TIAR y aplicarlo en Venezuela disminuyó notablemente. Sin embargo, esto no significa que no se pueda reactivar (así sea para fines

America Latina, Internacionales, Portada

Las alucinaciones de Vargas Llosa

Fuente:  Atilio Borón| Blog de Atilio Borón Fecha: 21 de septiembre de 2020  En su artículo de este domingo 20 de Septiembre de 2020 en El País de Madrid Mario Vargas Llosa vuelve a dar rienda suelta a una de sus frecuentes alucinaciones, y probablemente la más estrafalaria de todas. Según ella los países pobres lo son porque eligieron serlo. En cambio otros pueblos, más lúcidos y trabajadores, optaron por la prosperidad y la consiguieron. De ser cierta esta ocurrencia del narrador peruano produciría una revolución copernicana en la historia y las ciencias sociales, sumergiendo en una crisis terminal al pensamiento social de Occidente desde Platón hasta nuestros días. Pero aún el alumno más indolente de los primeros años de cualquier carrera de sociología, historia y economía sabe que las cosas no son (ni fueron) así y que si la gran mayoría de los países del mundo están inmersos en la pobreza debe haber causas que expliquen lo que en el pensamiento del autor de Conversación en La Catedral no puede ser otra cosa que una imperdonable estupidez. La hipótesis de que miles de millones de personas de la población mundial  prefieren vivir en la miseria, la desnutrición, la ignorancia y la enfermedad es absurda porque supone que todos ellos son víctimas de un incurable masoquismo que los impulsa a optar por el sufrimiento en vez del goce y el disfrute que vienen de la mano de la prosperidad. Los ejemplos a los que apela Vargas Llosa desnudan la intencionalidad política de su exabrupto: Venezuela eligió ser pobre y Alemania, en cambio, prefirió ser rica. Mientras aquella eligió el camino del socialismo los alemanes prefirieron al capitalismo. La descripción que hace del país sudamericano no sólo es incorrecta sino también inmoral. Venezuela, ni siquiera durante los años del boom petrolero, “progresaba a pasos de gigante” como fabula el novelista. En aquella dorada época las compañías norteamericanas saqueaban a voluntad el petróleo venezolano, destinando   algunas migajas para corromper a la clase dirigente y a los operadores del Pacto de Punto Fijo, engatusar a las capas medias más acomodadas con las luces cegadoras del consumismo mientras dejaban al pueblo en total indefensión. Millones de personas no vieron a un médico en su vida hasta que Chávez llegó a Miraflores; millones de mujeres parieron tres y cuatro hijos en los rancheríos de Caracas y otras ciudades sin jamás haber visto a una ginecóloga o siquiera una enfermera. Cuatro millones de personas (sobre un total de 24) eran zombies civiles y políticos privados de todo derecho:  carecían de documentos de identidad, vivían en calles sin nombres y casuchas sin número y la mayoría no sabía ni leer ni escribir. Todo esto ocurría en las épocas en las cuales según las afiebradas fantasías del escritor Venezuela prosperaba “a pasos de gigante.” Llegó Chávez y puso fin a tanta injusticia. El “caracazo” de 1989 es la prueba más elocuente -de las muchas que hay- para descalificar su aseveración. Y si en ese país hoy escasean los alimentos, medicamentos e insumos de todo tipo (para la industria, el transporte, etcétera) es a causa de las sanciones y la hostilidad permanente que Estados Unidos desató en contra de la Venezuela Bolivariana desde su nacimiento. Obviar ese dato no sólo invalida su descripción sino que constituye una inmoralidad de marca mayor. Vargas Llosa no puede ignorar que el bloqueo y las sanciones económicas concebidas para producir privaciones y sufrimientos –como lo propone un ex asesor de Barack Obama en The Art of Sanctions– con el ánimo de provocar un levantamiento popular que ponga fin al gobierno de Nicolás Maduro son crímenes de lesa humanidad, políticas de exterminio, de aniquilación de una población. Son, en una palabra, genocidio.[1] Escamotear este dato convierte al tan galardonado escritor en un cómplice de esos crímenes, al igual que Luis Almagro y Michelle Bachelet, Mike Pompeo y Donald Trump, entre tantos otros. Alemania, en cambio, optó por “la prosperidad, es decir, estimuló la empresa privada, la competencia y el ahorro, e integró su economía en los mercados mundiales.” El resultado: un formidable crecimiento económico. Sin embargo, los violentos incidentes que tuvieron lugar el 23 de Junio en Stuttgart desmienten la versión idílica, novelesca, del peruano. Según el diario Frankfurter Rundschau  la tensión social que conmueve el subsuelo de la sociedad alemana tiene su génesis en el pasado, cuando millones de “Gastarbeiter“ (“trabajadores invitados”) llegaron a Alemania para laborar en sus fábricas. Pero, tal como lo indica su nombre, se suponía que los “invitados” en algún momento regresarían a sus lugares de origen, cosa que no ocurrió. Su radicación en el país que los había invitado con una intención claramente oportunística puso en cuestión la integración social de una sociedad que en poco más de una generación se convirtió en pluriétnica y multicultural y, encima de eso, más desigual. Esto se comprueba al observar que el índice Gini que mide la desigualdad económica alcanzó recientemente un valor de .295, el nivel más elevado desde 1989, cuando se produjo la reunificación de Alemania.[2] Por otra parte, ¿cómo ignorar que las políticas del Banco Central Europeo y la Comisión Europea favorecieron descaradamente a Alemania, a costa de sumir en la crisis a otros países europeos, Grecia siendo apenas el caso más conocido? ¿O que el proyecto de la Unión Europea fue la astuta concreción del Deutschland uber alles (Alemania por encima de todo) como lo demuestra no sólo el Brexit sino el resentimiento de tantos países de la eurozona que se empobrecieron mientras Alemania se enriquecía? El remate del razonamiento de Vargas Llosa es que las dificultades para emular al modelo alemán radican en la corrupción que, “en el caso de América Latina … está tan profundamente arraigada en sus gobiernos, roban tanto sus ministros y funcionarios y el robar es una práctica tan extendida en casi todos los Estados, que es del todo imposible establecer una economía de mercado que funcione de verdad.” Otra generalización absurda que coloca en el mismo saco a todos los gobiernos de la región, incluyendo, en buena hora, al de sus amigos

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Dios, ¿qué terrible pecado cometimos para merecer a Netanyahu?

Fuente: Nehemia Shtrasler | Haaretz Fecha: 21 de septiembre de 2020 Si fuera posible obtener una respuesta de Dios, le preguntaría en este momento, entre Rosh Hashaná y Yom Kipur, ¿qué pecado cometimos para merecer un castigo tan severo? ¿Qué transgresión cometimos para merecer un primer ministro tan fallido? ¿Que ofensa cometimos que Benjamin Netanyahu se nos ha impuesto durante tanto tiempo? Después de todo, es bien sabido que es el peor entrenador del mundo. Es incapaz de tomar decisiones a tiempo. Antes de cada decisión, agoniza y revisa cada detalle, luego decide solo en el último momento, e incluso entonces solo porque no hay otra opción. Y con respecto al coronavirus, esto ha sido crítico. Sus decisiones, que se tomaron con extrema demora y cambiaron a diario, han provocado caos, confusión, desconfianza y un nuevo brote del virus. En lo que respecta a la gestión, es el polo opuesto del ex primer ministro Ariel Sharon, quien describió a Netanyahu como «alguien que se siente presionado por cada situación, que se apodera del pánico y pierde la calma». Netanyahu es incapaz de resistir la presión. Él capitula ante todos los grupos de presión. Su estilo de gestión es sumamente amateur. Todo lo que hace es apagar incendios, y para él, el largo plazo son las 8 p.m. hora de la emisión de noticias. Estamos siendo testigos de los terribles resultados en todos los ámbitos de la vida. Empecemos por la sociedad. En lugar de tender puentes para conectar diferentes segmentos de la sociedad, ha creado cismas y polarización. Ha incitado a todos contra todos: personas religiosas contra personas seculares, derechistas contra izquierdistas («han olvidado lo que significa ser judío») y judíos contra árabes («van a las urnas en masa»). Ha inflamado los ánimos y ha encendido incendios. Durante su mandato, el odio se ha extendido por todo Israel y lo explota para satisfacer sus propias necesidades políticas. El segundo campo es la economía. A pesar de su imagen creada por él mismo, ha fracasado a lo grande en la economía. No ha llevado a cabo una sola reforma importante desde 2009. No se ocupó del «gordo» (el sector público), que ha engordado aún más con él. No canceló los aranceles aduaneros sobre los alimentos y, por lo tanto, no redujo el costo de vida. Durante su mandato, los precios de la vivienda se dispararon. Incluso tenía demasiado miedo de aumentar la edad de jubilación de las mujeres. El resultado ha sido un descenso constante de la tasa de crecimiento y una caída de nuestro nivel de vida en relación con Europa. Su manejo del presupuesto también ha sido escandaloso. Instigó y aprobó enormes déficits, que han alcanzado su punto máximo ahora, durante el coronavirus. Desde que estalló el virus, ha desperdiciado decenas de miles de millones de shekels sin un presupuesto aprobado y nos ha devuelto a un déficit aterrador (14 por ciento del producto interno bruto) y un nivel de deuda peligroso del 80 por ciento del PIB. La tasa de desempleo de Israel también es una de las más altas del planeta: el 12 por ciento de la fuerza laboral, lo que significa alrededor de 500.000 personas. Su tercer fracaso es diplomático. No se deje cegar por los acuerdos de paz y normalización con los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein. Son bonitos, pero no históricos. No resuelven el problema principal: los palestinos. Netanyahu ha destruido la confianza de los palestinos. El presidente palestino Mahmoud Abbas no quiere reunirse con él, ni tampoco el rey de Jordania. Esta es una bomba de relojería que requiere una solución diplomática acordada, pero ni siquiera vamos en la dirección correcta. Netanyahu tampoco ha encontrado ninguna solución a los cohetes de la Franja de Gaza, ni ha impedido que Hezbollah se arme con decenas de miles de misiles. Y eso es mucho más importante que un viaje a Bahréin. El cuarto campo es la ley. Ha minado gravemente a las fuerzas del orden, la fiscalía y los jueces. Luchó contra el ex comisionado de policía Roni Alsheich y ahora está tratando de que el fiscal general Avichai Mendelblit renuncie. Incluso ha convertido a la Contraloría del Estado en una institución débil y ridícula. Intimida a los medios de comunicación y ahora está intentando destruir otro elemento fundamental de la democracia: las protestas en su contra. Incluso en política, ha sido un gran fracaso. No ha logrado generar confianza y una relación de trabajo con el hombre más tolerante del mundo, Benny Gantz. Por tanto, su gobierno está paralizado. Incluso ha socavado a su propio ministro de finanzas y se ha negado a respaldar al zar del coronavirus que él mismo nombró, Ronni Gamzu. ¿Cómo es posible trabajar con alguien así? Y todo esto junto nos ha llevado al quinto fracaso, el peor de todos: su fracaso en la guerra contra el coronavirus. Este fallo está registrado íntegramente a su nombre. El segundo encierro y sus daños son sus hijos legales. Netanyahu es un cheque posfechado que ha rebotado. Cuán grandemente debemos haber pecado, transgredido y ofendido para recibir un castigo tan severo. Traducción: Dardo Esterovich

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Noam Chomsky: «La supervivencia de la democracia está en juego»

Fuente: Bernarda Llorente | Telam Fecha: 11 de septiembre de 2020 El pensador norteamericano definió a las elecciones presidenciales de noviembre próximo en su país como «las más importantes en la historia de la humanidad» y habló del deterioro de la democracia y la catástrofe medioambiental en una entrevista exclusiva con Télam. Chomsky advierte sobre los desafíos y las crisis que enfrenta la humanidad. El lingüista y politólogo estadounidense Noam Chomsky, uno de los intelectuales más elocuentes para leer los escenarios complejos que se articulan por debajo de la pandemia que hoy paraliza al mundo, sostiene que estamos ante una confluencia crítica generada por el deterioro de la democracia, la inminencia de una catástrofe medioambiental y la amenaza de una guerra nuclear: la evolución de ese panorama depende de las próximas elecciones en su país, a las que define en una entrevista exclusiva con la Presidenta de Télam como «las más importantes no sólo en la historia de Estados Unidos sino también en la historia de la humanidad». A los 91 años, el brillante pensador y autor de obras como «El nuevo orden mundial (y el viejo)» o «Poder y terror» mantiene la potencia de su voz disidente y antibelicista que a lo largo de más de sesenta años lo llevó a compatibilizar sus aportes académicos con intervenciones públicas que le han valido represalias de los sucesivos gobiernos de su país, como ser detenido por condenar la guerra de Vietnam, figurar en la lista negra del ex presidente Richard Nixon o recibir duros cuestionamientos por denunciar la guerra sucia de Ronald Reagan. Acusado a veces de «antiamericano» por la dureza de sus críticas, Chomsky tiene un rol activo en causas colectivas -hace pocos meses firmó junto a 150 intelectuales un manifiesto donde alertan sobre el riesgo de la censura a los contenidos que no se ajustan a los parámetros impuestos por la corrección política- sin dejar de atizar sus cruzadas personales: el combate a las multinacionales, al neoliberalismo y al actual presidente Donald Trump, a quien caracteriza en una entrevista con Télam, vía Zoom desde su casa en Tucson (Arizona), como «una especie de dictador de pacotilla que ha creado en Washington un pantano de corrupción». Entrevista exclusiva a Noam Chomsky Dr. Chomsky, mientras una parte importante de la humanidad pareciera centrada en el impacto del Coronavirus y sus consecuencias, usted redobla la apuesta y advierte que la sobrevivencia de nuestra especie humana es lo que verdaderamente está en peligro. Debemos reconocer que este es un momento histórico notable. Estamos en medio de una confluencia de crisis existenciales: la de la catástrofe medioambiental, la de la guerra nuclear, la crisis del deterioro de la democracia, que es el único medio para combatir estas crisis. Y, además, las crisis de pandemias. El Covid-19 en particular -del que saldremos- tendrá un costo innecesario, terrible. Pero no será el último. Hemos tenido mucha suerte hasta ahora porque las repetidas epidemias de coronavirus que hemos vivido lograron contenerse. El Ébola, por ejemplo, fue altamente letal pero no demasiado contagioso. El SARS es muy contagioso, pero no muy letal. La próxima pandemia que se presente podría ser ambas: altamente contagiosa y altamente letal. Entonces nos enfrentaremos a algo así como la Peste Negra del siglo XIV. Podemos prevenirlo, pero hay que hacerlo. ¿Por qué tenemos una pandemia hoy? Es una pregunta importante para hacer. Tuvimos la epidemia de SARS en 2003, un virus muy similar. Los científicos advirtieron que vendrían otros, que debíamos prepararnos y sabíamos cómo hacerlo: aislar los virus, planificar cómo desarrollar una vacuna, fortalecer un sistema de prevención de pandemias. Todo está bastante claro. Pero no basta con tener la información, alguien tiene que hacerlo. Las grandes empresas farmacéuticas tienen los recursos, los laboratorios, etc. No lo hacen, sin embargo, porque hay algo que se llama Capitalismo. El capitalismo dicta que siempre intentes aumentar tus ganancias. No gastas dinero en algo que podría suceder dentro de diez años y en lo que no se ganará mucho dinero, de todos modos. Tienes la vacuna, la gente la usa, se acabó. Las compañías farmacéuticas invierten en cosas que puedan seguir vendiendo mañana. ¿Tal vez las crisis están mostrando la necesidad de que el Estado retome su protagonismo? El gobierno tiene recursos inagotables, laboratorios maravillosos, pero no puede hacerlo por algo llamado neoliberalismo. Como lo expresó Ronald Reagan en su discurso inaugural, “el gobierno es el problema, no la solución”. Esto significa que las decisiones tienen que pasar de las manos del gobierno al poder privado. ¿La razón? Ellos creen que el gobierno es una institución defectuosa porque responde a la población, al menos en parte, y ese es un problema grave. No podemos permitirlo. Por tanto para ellos es necesario trasladar las decisiones a tiranías privadas que no rinden cuentas al público en absoluto. Se llama “libertad” en el discurso orwelliano contemporáneo. Volviendo a la pandemia, significa que el gobierno no pudo intervenir, porque nunca pensaron en la gente. Así que no hubo esfuerzos para desarrollar la vacuna y así sucesivamente. No obstante, hubo algunos avances. ¿Se refiere a las políticas del presidente Obama y su propuesta de seguro médico? Cuánto devastó Trump de ese legado? La administración Obama puso en funcionamiento un plan de respuesta ante una pandemia que era bastante esperable que estallara. Hubo investigaciones conjuntas entre científicos estadounidenses y chinos para tratar de identificar coronavirus en cuevas de China e intentar secuenciar los genomas. Se ejecutaron programas de demostración para ver qué pasaría si el virus se propagaba. Todos estas iniciativas sucedieron hasta enero de 2017. Si bien no eran suficientes, al menos eran algo. A los primeros días de asumir, Trump desmanteló estos proyectos. Todos los años ha intentado retirar los fondos. La última vez fue en febrero de 2020. Cuando la pandemia se desata, el presidente recorta los gastos relacionadas con la salud pública, incluidos los del Centro para el Control de Enfermedades. Como resultado, Estados Unidos estaba singularmente mal preparado cuando golpeó la pandemia. Ha habido todo tipo de incompetencia y malicia en relación a su

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Lo que se gana, a pesar de la derrota en el BID

Fuente:  Alfredo Serrano Mancilla| Celag.org Fecha: 12 de septiembre de 2020 El vaso siempre se puede ver medio lleno o medio vacío. La votación para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) tiene múltiples lecturas, y todas son necesarias para entender la complejidad del momento geopolítico que vive el mundo, y muy especialmente América Latina. Limitar el análisis a una única conclusión, “ganó Trump y perdió la región”, sería cometer un craso error por desconocer los infinitos matices que caracterizan el actual escenario en disputa. He aquí 5 puntos clave a considerar: Aunque el BID es un ente político de carácter supranacional, su votación para presidirlo no obedece al criterio de “un país, un voto”, como ocurre en la mayoría de los organismos internacionales (salvo en el FMI, que tiene similitud al BID). La lógica es menos democrática: se vota según su estructura accionarial. Por ejemplo, Estados Unidos cuenta con el 30% de los votos. La votación fue a favor de Mauricio Claver-Carone, exresponsable de temas del hemisferio occidental en el Consejo de Seguridad Nacional y asesor especial de Trump en esta materia. Obtuvo el 66,8% del capital accionario, es decir, logró tener un 36,8% adicional, derivado del apoyo de otros países. La primera anomalía histórica de esta votación fue que el candidato no tuvo apoyo unánime. Enfrente se encontró con una nutrida oposición, conformada por 16 países (33,2% del capital accionario), que acabó absteniéndose. Esto ocurre gracias al rol protagónico y creciente de la nueva gran alianza geopolítica regional, conformada por Argentina y México, que había propuesto una posición diferente, sólida y no subordinada ni sumisa a las directrices de Estados Unidos (como así también sucediera en la última elección en la OEA). Otra anomalía histórica de esta votación es que Estados Unidos propuso su propio candidato sin respetar los usos y costumbres de la institución, que hasta el momento siempre había permitido que la Presidencia fuera ocupada por América Latina. Trump rompió esta tradición, seguramente para tener más poder y presencia en una región que no tiene bajo control. Necesitaba dar este “golpe en el tablero” para compensar otros fracasos en su política exterior para América Latina: su fallido Grupo de Lima, su desapercibido Guaidó, su inexistente Prosur y su desaparecida Alianza del Pacífico. Estados Unidos ha pretendido usar esta votación, una vez más, para instalar la mayor “zozobra” posible al interior de América Latina. Más específicamente, el objetivo era romper el bloque Argentina-México, que incomoda -y mucho- al presidente Trump, porque le evita gobernar a sus anchas en toda la región. El clásico “divide y vencerás” era otro de los grandes propósitos en esta estrategia de Trump para el BID. Creyó que podría “condicionar” la posición de México en esta decisión, así como la de Argentina, aprovechándose del proceso de negociación que este país tiene actualmente con el FMI. Pero no. No ha sido posible afectar la estrecha relación que tienen Alberto Fernández y AMLO, a pesar de todos los intentos hechos por las usinas conservadoras y sus ecos mediáticos. En definitiva, “lo que no mata, te hace más fuerte”. Y esto es lo que va a pasar en el bloque geopolítico que no ganó: saldrá reforzado gracias a la demostración de una posición conjunta, digna y firme ante el todopoderoso Estados Unidos, que además contó con el apoyo de otros países de América Latina y Europa. Trump gana, pero bien sabe que no se queda con todo. Sólo se queda con lo que ya tenía: gobiernos que hace tiempo decidieron subordinarse, y que en este momento están en graves problemas por la incapacidad de garantizar estabilidad y paz puertas adentro. Y al otro lado se consolida otro gran espacio geopolítico, soberano, que no rompe relaciones con Estados Unidos, pero no obedece ordenes. En geopolítica, dos no es igual que uno más uno. América Latina sigue en disputa o, como diría Álvaro García Linera, está en empate catastrófico, a pesar de la votación en el BID a favor de los intereses de Trump. Alfredo Serrano Mancilla Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), España. Realizó estancias predoctorales en Módena y Bolonia (Italia) y Québec (Canadá) y un postdoctorado en la Université Laval (Québec, Canadá). Es especialista en economía pública, desarrollo y economía mundial. Se desempeña como profesor de posgrado…

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