El antisemitismo durante la última dictadura, según los documentos desclasificados del Departamento de Estado
Fuente: Gabriela Esquivada | Infobae Fecha: 13 de ABR 2019 Entre los documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre Argentina en los años de la última dictadura militar, muchos se ocupan del antisemitismo durante el periodo. Bombas en sinagogas, escuelas judías y otras instituciones comunitarias, publicaciones filonazis y amenazas a figuras de renombre, entre muchos otros actos, reconstruyen este aspecto particular de aquel tiempo. Algunos de los documentos se ocupan del uso antisemita que se podría hacer del Caso Graiver y otros del factor antijudío en el secuestro de Jacobo Timerman; otros más reseñan el análisis de los diplomáticos israelíes sobre el peso de antisemitismo en el gobierno de facto o recogen las opiniones del rabino Marshall Meyer sobre ese y otros temas. Y alrededor de unos 15 tratan el tema exclusivamente, lo cual habla tanto de la realidad del odio discriminatorio en Argentina como de la preocupación de los Estados Unidos por la cuestión. En el cruce de ambas variables, las diferentes posiciones de la comunidad judía argentina intervienen en los informes que la embajada en Buenos Aires enviaba a Washington DC. 1976: bombas y literatura nazi Un telegrama del 1º de septiembre de 1976 informó que el embajador en Buenos Aires, Robert Hill, se entrevistó en Estados Unidos con Morton Rosenthal, director de la oficina latinoamericana de la Liga Antidifamación (ADL) de la B’nai B’rith, el 30 de agosto. El rabino Rosenthal habló sobre los casos de «sinagogas que habían sido bombardeadas y comercios [propiedad de individuos] judíos que habían sido baleados», además de «una enorme cantidad de literatura antisemita». Hill se comprometió a ocuparse del tema apenas regresara a la Argentina, y también «a consultar con el embajador israelí y con otros embajadores occidentales sobre el recrudecimiento del antisemitismo» en el país. Según el documento, también David Geller, del Comité Judío Estadounidense (AJC), había presentado las mismas preocupaciones a funcionarios del Departamento de Estado. El texto cierra pidiendo que se averigüe la posición oficial de la Casa Rosada ante «el terrorismo contra los judíos», ya que «si no se toman medidas para reducir el antisemitismo argentino», eso podría generar «importantes críticas adicionales» al presidente de facto Jorge Videla. La pregunta tiene particular sentido en la coyuntura: era el comienzo de la dictadura y las instituciones judías locales no habían denunciado una política antisemita específicamente. Como señalaría luego el «Informe sobre la situación de los detenidos desaparecidos judíos durante el genocidio perpetrado en Argentina 1976-1983», publicado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), «la comunidad judía fue afectada como parte de la comunidad argentina global: como miembros insertos en los diversos sectores de la sociedad, fueron afectados en su carácter de ciudadanos argentinos». Con el paso del tiempo —como registra el informe— la percepción se modificó: «Pero la comunidad judeo-argentina sufrió también en forma particular, tanto durante el secuestro y desaparición de las personas judías como durante su estadía en los centros de detención, donde numerosos testimonios denuncian el ‘tratamiento especial’ al que fueron sometidas las víctimas judías». Lo informaría, en su momento, el embajador que sucedió a Hill, Raúl H. Castro: «Las fuentes judías nos dicen —y nos inclinamos a creerles— que algunos judíos detenidos por razones de seguridad son sujetos a un trato más duro que los no judíos, debido al antisemitismo tradicional entre ciertos elementos policiales y de seguridad». Otro cable de agosto de 1976 detalló la denuncia del rabino Rosenthal: «En el mes de agosto se vio un aumento considerable del acoso anti-judío. El 1 de agosto se descubrió una bomba en un templo de la comunidad judía en Buenos Aires, pero la policía la sacó antes de que causara daño. El 4 de agosto una cooperativa de crédito judía y una cantidad de comercios de propietarios judíos fueron rociados con fuego de ametralladoras desde un auto en movimiento. Una bomba explotó en un instituto cultural judío el 24 de agosto y dos sinagogas y un comercio fueron atacados el 27 de agosto». El mensaje cierra con el último acontecimiento: «Un club judío en Córdoba resultó gravemente dañado por la explosión de una bomba». La enumeración fue el contexto que el documento de la embajada en Buenos Aires ofreció para su tema central: «Un grupo, que se autodenomina Frente Nacional-Socialista Argentino, ayer se declaró responsable de los ataques de la semana pasada a dos sinagogas y un comercio judío. En una carta enviada a las redacciones de los periódicos, el grupo anunció que había ‘declarado la guerra’ a lo que llamó ‘la plutocracia judeo-bolchevique’ que, denunció, tiene la culpa de la desintegración nacional de Argentina». Un peligro «todavía» no demasiado grave Sin darle mayor importancia a la banda nazi, el cable recordó que era la misma que «aparentemente se declaró responsable del ataque a un centro de mujeres judías hace un año». La desestimación se fundó en parte en que la embajada consultó a autoridades de la comunidad judía internacional y de la embajada israelí local, quienes habían coincidido en que los incidentes «todavía no constituyen una amenaza grave». Sin embargo, una semana más tarde los ataques habían continuado y la DAIA había publicado una declaración, «la más fuerte hasta el momento», según el nuevo telegrama, «en repudio de lo que llamó ‘una campaña delictiva repetida y sistemática de antisemitismo». El texto —informó el jefe adjunto de la misión estadounidense, Maxwell Chaplin, al Departamento de Estado— «siguió a la aceleración de los ataques contra establecimientos judíos, incluidas las bombas del viernes (4 de septiembre) en una escuela judía en Flores y una sinagoga en el centro de Buenos Aires». El texto habla también del nombramiento del nuevo embajador argentino ante Israel, Enrique Ros, y menciona que la felicitación oficial de Videla al diplomático «no fue vista como particularmente tranquilizadora para la atribulada comunidad judía». Alude también —como comentario valorativo de Chaplin— a la importancia de la protesta de la DAIA, que «ha sumado ahora otra voz a la creciente protesta pública contra la violencia descontrolada en el país». Días más tarde, cuando se habían producido otros atentados con bombas en la Sociedad Hebraica y el Banco de Israel, ambos en Córdoba, Hill volvió a mencionar la cuestión. Anunció también el cierre de una imprenta antisemita el 13 de septiembre, «Editorial Milicia» y la prohibición de «ocho de sus más recientes publicaciones antisemitas». El documento describió el sello como «responsable de producir la mayoría de las publicaciones pro-nazis, antisemitas que han proliferado en Argentina en los meses recientes». El «sentimiento» antisemita Una de las cuestiones que analizan varios cables es la naturaleza generalizada del antisemitismo. El problema no era