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¿Qué quiere decir “terminar con la grieta”?

Fuente: Edgardo Mocca | Página/12 Fecha: 25 de agosto de 2019 Se dice habitualmente que Macri incumplió todas las promesas electorales formuladas en 2015. Es cierto, con alguna salvedad. Primero hay que decir que en la casi totalidad de los casos, esas promesas no constituían el programa real de gobierno de la segunda Alianza; eran simples y llanas mentiras. Hubo, en cambio, una promesa que era el gran programa macrista: el final de la grieta. La grieta fue una fórmula construida por los grandes medios de comunicación para aludir a un cierto estado de cosas caracterizado por una tensión social persistente, una división binaria de la sociedad que atravesaba todos los ámbitos sociales y separaba familias, grupos de amigos y otras formas de convivencia. Claro que la palabra grieta no era una denominación casual ni neutral. En el interior de esa fórmula había y hay una implícita atribución de responsabilidades en el surgimiento de esa realidad. ¿Cuándo y por qué surgió la grieta? Fue a principios de 2008 y tuvo en el conflicto entre el gobierno y las patronales del campo su expresión central. Es decir, la grieta habría empezado con el gobierno de Cristina Kirchner. Y se habría profundizado cuando en las emisoras de radio y televisión públicas aparecieron y se desarrollaron voces y programas destinados a “atacar” a los críticos de ese gobierno, particularmente a los periodistas. El sistemático ataque mediático al gobierno de entonces y particularmente de su presidenta no forma parte del diagnóstico.   La grieta así interpretada se convirtió en un arma de combate político de aquellos tiempos y todavía también de estos. Existe, claro, otra interpretación de los hechos. La que alude a la reaparición de un viejo antagonismo de la historia argentina, cuya formulación podría plantearse en términos de cuáles deben ser los límites del poder de las clases privilegiadas, cómo es y cómo debe ser la relación entre el poder del capital y las autoridades políticas resueltas por la voluntad soberana del pueblo. Si se mira con atención, se verá que es una querella que hoy recorre el mundo, como lo ilustra sistemáticamente el papa Francisco en cada una de sus intervenciones. Ese conflicto recorre la historia argentina y está en la base de la larga saga de golpes de estado, gobiernos ilegales, persecuciones y violencia que la atraviesa. Ese fue el conflicto que se jugó en la época de Yrigoyen, en la década infame, en el surgimiento del peronismo y su derrocamiento violento, más cerca de nosotros, en el golpe de 1976 con su saga de crímenes y despojos, y en los años de democracia electoral. En la década del 90 pareció que el empate se había roto catastróficamente: el “mercado” gobernaba a voluntad y el gobierno de turno tenía como única función preservar ese dominio, con el respaldo electoral del pueblo. La catástrofe de la convertibilidad sería el fin de esa etapa. Volvamos atrás. Macri prometió cerrar la grieta. Esa promesa le valió el triunfo electoral ante una sociedad fatigada del conflicto. Y el modo de cerrar la grieta era la eliminación de uno de los dos contendientes, la conversión de Cristina y sus seguidores en una secta radicalizada, divorciada del pueblo y carente de potencia política; eventualmente perseguida y encarcelada, lo que efectivamente ocurrió y ocurre. Al servicio del cumplimiento de esa promesa se puso la propaganda mediática –ahora prácticamente liberada de toda contestación influyente-, el sector adicto de la corporación judicial, los servicios de inteligencia, las fuerzas represivas. Y el resultado es el que se conoce: fue Cristina Kirchner la que enunció ante todo el país la fórmula presidencial en la que ella tendría un rol secundario. Es decir, la fórmula de Macri (del poder del capital representado por sus propios miembros) para terminar con la grieta fracasó de modo rotundo. Ahora hemos llegado a una situación muy curiosa. Macri necesita del candidato del Frente de Todos para dotar a su gobierno del mínimo de oxígeno necesario para terminar en pie hasta el fin del mandato. En otras palabras, necesitan la ayuda del perverso peronismo que no deja terminar en paz a ningún mandatario que no provenga de sus filas. El problema es que el proveedor de ese oxígeno es también el adversario electoral del presidente. Lo necesita pero también necesita provocarlo y deslegitimarlo para tener alguna chance en la elección de octubre. Solamente podría intentar remontar la paliza del 11 de agosto si lograra recrear el miedo al triunfo del populismo y a la perspectiva de convertirnos en “Venezuela” A la luz de este recorrido, sería bueno revisar la fórmula para cerrar la grieta. No se puede hacer suprimiendo la lucha por el poder y la existencia de proyectos de país diferentes que entran en conflicto. Eso se intentó muchas veces, la última de ellas fue la sangrienta dictadura surgida en 1976 a impulso del poder económico concentrado que en esa época usaba el nombre de Asamblea permanente de entidades gremiales empresarias (APEGE). Macri lo intentó durante un período en el que la conciencia antidictatorial siguió siendo suficiente para frenar sus ínfulas autoritarias, aunque no evitó un enorme deterioro del estado de derecho. Cerrar la grieta no es suprimir el conflicto sino reconocerlo, organizarlo, encauzarlo pacíficamente. Asegurando la plenitud de la libertad política y al mismo tiempo enderezando la cancha, habilitando voces diferentes, compensando las enormes y crecientes asimetrías de poder. Por ejemplo, una contribución a cerrar la grieta sería cerrar el chorro de ganancias inauditas de los oligopolios energéticos obtenidas con las privaciones que sufren millones de familias y con el cierre masivo de empresas causado por el demencial aumento de las tarifas de luz y de gas entre otras. La regla primera para ir cerrando la grieta sería la del reconocimiento colectivo del poder de tomar decisiones por parte del nuevo gobierno, siempre sobre la base de la ley y la Constitución. Y la segunda podría ser la de asegurar la libertad de opinión, no solamente para los oligopolios mediáticos, sino para toda la sociedad,

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La vuelta de la política

Fuente: Claudio Scaletta | Página/12 Fecha: 25 de agosto de 2019 Desde el domingo 11 todo comenzó a suceder muy rápido. Primero se dejó correr el dólar como castigo, no sólo por improvisación. Fue cuando hasta el tránsfuga Miguel Ángel Pichetto reforzó los dichos presidenciales y afirmo que, con la devaluación, la sociedad estaba pagando los costos de su voto. Pero el desatino sistémico duró poco. El propio poder económico se asustó por las furias desatadas con más devaluación. A nadie le conviene que el macrismo “se vaya por la ventana”. Hubo un consenso de parar la pelota y la política acompañó. Sólo pasaron unos pocos días de shock hasta que comenzó a asumirse que la experiencia macrista tenía el boleto picado y que, con toda la suerte, apenas conservaría el poder en su plaza de origen, la Ciudad Autónoma del resto del país. Para la siempre improbable figura del observador imparcial el espectáculo fue vertiginoso y, vale reconocer, no estuvo exento de indignidades. Sobresalieron los garrochazos de los periodistas ultraoficialistas para seguir siéndolo aun con cambio de gobierno. En menor medida y sin ir a los extremos, desde el periodismo de guerra a las tribunas de doctrina comenzaron a descubrir los defectos de Macri, que ya no es Mauricio. La estampida llegó también a los funcionarios, según informó el sitio “Mundo Empresarial” cinco mil CEOs que en 2015 apostaron a una nueva épica mudándose al sector público vuelven a engrosar la demanda de trabajo privado. Fueron los primeros en asumir, aun antes de las PASO, que el conchabo termina en diciembre. Los consultores especializados explican que no será fácil reubicarlos, pero que prevalecerá el ajuste por precio. Al mismo tiempo, según cuentan los asesores económicos de Alberto Fernández, los grandes empresarios que hasta el 10 de agosto bregaban por la continuidad de Macri ahora hacen fila para entrevistarse con el seguro próximo presidente. Lo mismo sucede con los representantes de los inversores del exterior, desde bancos a fondos de inversión. El poder económico tiene ideología y mucha conciencia de clase, pero siempre fue esencialmente pragmático para adaptarse a los cambios de poder. Y aunque haya cambiado de discurso, hoy sabe lo mismo que sabían antes de las elecciones, que un gobierno de Alberto Fernández supondrá un cambio de enfoque en la política económica, pero ninguna ruptura con el denominado “orden establecido”, tanto por historia personal, como por voluntad. Todas las entrevistas de la prensa hegemónica inquirieron hasta el cansancio al candidato del Frente de Todos sobre la posibilidad de estas rupturas. Quizá el cénit de la insistencia se haya alcanzado en la entrevista pública realizada el pasado jueves en tierras del grupo Clarín, donde con cierto patetismo se le volvió a preguntar a Fernández si caería en default, si intervendría en el Poder Judicial, si reinstauraría el Cepo, si amaba al régimen venezolano, si se pelearía con Estados Unidos, si intervendría el Indec. Sólo faltaba que le pregunten si volvería a “matar a Nisman”… No faltó. También hubo preguntas sobre el caso Nisman y hasta por la vuelta de 678. El candidato respondió una y mil veces no, que no habrá rupturas. Y hasta le tiró algunos centros a la ortodoxia económica, aunque situándose siempre en el lugar del pragmatismo. Podrá gustar más o menos, pero Alberto Fernández expresa algo que no fue suficientemente destacado: la vuelta a la política como espacio para dirimir el conflicto social, lo que hoy quiere decir el fin de esa confrontación que se denominó “la grieta”. No se trata del fin de la verdadera grieta, que es la lucha de clases, sino de la grieta que constituyó primero el eje de la guerra mediática contra el kirchnerismo y luego, el eje del modo de ejercer el poder del macrismo. La experiencia cambiemita pasará a la historia por tres elementos principales, la mega deuda tomada en tiempo récord y su herencia de condicionalidades y miseria, la persecución política a la oposición, incluidas las prisiones arbitrarias y la destrucción de las empresas de los “enemigos”, y la profundización de la grieta hasta el punto extremo de asociar al adversario político con la delincuencia, lo que en la práctica significa la negación de la democracia. La síntesis provisoria es que no habrá rupturas porque no dan los tiempos históricos, es decir las relaciones de fuerza, pero sobre todo porque lo que la sociedad parece necesitar después del trauma macrista es, precisamente, la vuelta de la política. Las rupturas demandarán algo más de tiempo para la construcción de consensos. Para terminar una pequeña digresión. Los días previos a las últimas primarias fueron testigo de un caso de manipulación de mercados que, mirando hacia el futuro, debería funcionar como ejemplo a combatir. Se trata del uso de encuestas falsas para manipular precios de acciones y bonos, una movida que se presume delictiva antes que inescrupulosa. Estas encuestas fueron lideradas por la consultora Elypsis y permitieron que unos pocos ganen millones a costa de quienes creyeron en la información basura. Los economistas de la firma trabajaron hasta el último minuto del viernes 9 en convencer a los inversores que “Juntos por el Cambio” se impondría en las primarias, lo que impulsó el precio de los papeles locales. En sus propios términos fue una jugada brillante, porque a priori se sabía que había muchos interesados en comprar la carne podrida, tanto desde el gobierno como desde los principales medios de comunicación, que el sábado 10 hicieron tapa con el boom del mercado. Fue un cóctel perfecto entre el interés económico de unos pocos y quienes estaban ansiosos por creer en sus deseos. Los resultados fueron dos. El primero fue permitirle a los inversores con buena información salir a mejor precio de papeles que se sabía se depreciarían. El segundo fue macroeconómico y mucho más gravoso en términos sociales, pues exacerbó el pánico de los mercados apenas conocido el resultado electoral, acelerando la caída del martes 13 y la devaluación y llevando el riesgo país a las nubes. Se trata de un accionar que, por el buen funcionamiento de los mercados, no debería quedar impune.

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Terrorismo ambiental y la reacción egoísta de los poderosos

Fuente: Stella Calloni | Tiempo Argentino Fecha: 25 de Agosto de 2019 El devastador incendio en la Amazonia es una acción depredatoria de alto nivel: los incendios siempre son producto de la acción del hombre ya sea accidental o premeditadamente. Nadie desconoce los ambiciosos planes para apoderarse de la Amazonia, que figuraban en libros de estudios de EE UU como territorios bajo su control. A partir de la detención en Chile en 2012 del soldado israelí Rotem Singer por el incendio en el Parque Nacional de Torres del Paine, reserva de la biósfera en la Patagonia chilena, este tipo de hechos está bajo sospecha. A partir de entonces se determinó que los incendios asolaron al sur de Chile y de Argentina han sido iniciados por manos siniestras, lo cual es terrorismo ambiental. Que Bolsonaro sostenga que su país no puede hacer frente a esta situación resulta increíble. «El Amazonas es más grande que Europa ,¿cómo se van a controlar los incendios en esta área?», dijo. Pero acusó a la oposición y ONG que dejaron de recibir dinero de Alemania y Noruega y «como están desempleados quieren derrotarme». Otra de sus hipótesis es que pueden ser «los agricultores o los indios», y también aludió a los ganaderos, que conforman grupos de elite de la derecha que lo apoyan. Pretender acusar a los pobladores indígenas, a los que persigue desde su llegada al poder, es otra evidencia de su política de sembrador de odio. Los pueblos originarios amazónicos son los mejores cuidadores de sus tierras y la naturaleza. Los discursos de dirigentes indígenas mujeres en el Congreso de Brasil han sido contundentes, desesperados, y muy claros en cuanto a la amenaza por el ingreso de las grandes mineras y otras empresas que terminarán acabando con sus vidas y con el pulmón del mundo. La reacción de dirigentes mundiales muestra inmenso egoísmo porque sólo hablan del daño para sus países y en ningún momento de los miles de seres vivos, hombres, animales, pájaros que aseguran la biodiversidad. La respuesta de Bolsonaro se compara con lo actuado por el presidente de Bolivia Evo Morales, que ante el primer incendio nombró de inmediato un Comité de Crisis y puso todos los medios disponibles a trabajar. La ONG Open Democracy –con apoyo de George Soros– dice haber accedido «a documentos internos del gobierno de Bolsonaro que demuestran un proyecto para echar por tierra los planes de conservación y avanzar en la explotación del Amazonas». Según este informe, el gobierno de  Bolsonaro utiliza el discurso de odio para «disminuir el poder de las minorías que viven en la región» y de esa manera desarrollar sus «proyectos depredadores» y cita al llamado «Triple A» (Andes, Amazonas, Atlántico), un corredor ecológico con 135 millones de hectáreas de bosque tropical que uniría los Andes con el Atlántico pasando por el Amazonas. Una trabajo publicado por Hispan TV analiza la gran amenaza que significan los centros biológicos de EE UU, que se están instalando estratégicamente junto con bases militares, como en Colombia. Se menciona que esos laboratorios se relacionan «con el control de la Amazonia como una de las proyecciones geopolíticas del Pentágono, para lo cual Brasil y Colombia resultan dos centros neurálgicos en la realización de sus intereses».

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Los argentinos queremos goles

Fuente: Ricardo Aronskind | El Cohete a la Luna  Fecha: 25 de agosto de 2019 Lo inocultable La pelota tenía que elevarse, pasar por encima de la barrera de jugadores, y entrar en el ángulo del arco, en un lugar tal que el arquero no tuviera posibilidad de rozar el balón. Tenía que ser allí, porque si no, no habría gol, y el resultado del partido sería muy distinto. Y la pelota entró exactamente allí. Así fueron los resultados de las PASO del 11 de agosto. El macrismo había preparado un conjunto de artimañas –las que eran públicamente conocidas, y las que no— para minimizar el resultado previsto que favorecía al Frente de Todos. No sólo contaba con la dudosísima empresa SmartMatic –contratada para concretar la compulsión macrista de “electronizar” las elecciones para ponerlas a tiro de hackers contratados locales o extranjeros—, sino el muy buen manejo de tiempos y climas del que había hecho gala Cambiemos en 2017, la colaboración hiper-oficialista de los grandes medios, el visto bueno militante de las embajadas amigas, la solidaridad de la derecha global con un gobierno que consideran propio con justa razón. La trampa era viable y posible dentro de determinados límites. Todo estaba para diluir y eventualmente falsificar el resultado electoral, pero la pelota entró en el ángulo, y el hecho político fue indisimulable: 15 puntos de diferencia en Nación, 17 en Provincia de Buenos Aires. Abrumador. En esta misma columna habíamos consignado que “los mercados”, o sea los intereses alineados con este gobierno, en consulta con los analistas políticos amigos, consideraban que 6 era el número que separaba lo manejable de lo inmanejable por parte de Cambiemos. La frontera era 6. Nunca 10, nunca 15. Y ahí estaba la pelota del voto popular clavada en el lugar de lo políticamente irreversible. Comunicacionalmente se trataba de un acontecimiento in-ninguneable, como hubiera sido una diferencia de 5 puntos. Empezando por la prensa internacional, que por más conservadora que sea, no ha llegado aún a la degradación desinformativa de los medios locales. A partir de allí, ningún gobierno extranjero podía dejar de tomar nota, ni las grandes corporaciones, ni los bancos y los grandes fondos de inversión, de la debacle del gobierno de los mercados. Y por lo tanto el cerco mediático local quedó inutilizado, y hasta el propio Cambiemos, campeón de la negación y la manipulación de masas, debió conceder y aceptar un resultado ominoso para su futuro. A partir de allí florecieron los mil cactus del odio y el resentimiento interno, el clima de desbande, las reacciones que oscilaban entre redoblar el ataque furioso contra el “kirchnerismo” (que de ser una secta de corruptos y autoritarios se había ampliado hasta abarcar al 47% de la población), o encontrar formas de ir al rescate de los enojados, los confundidos, los desorientados por el pequeño detalle del hundimiento económico. Moviéndose hacia el centro No cabe duda que fue la decisión estratégica de Cristina Fernández la que creó este escenario. Fue también el acierto en la designación de un político mucho más articulado que el candidato del FpV de 2015. Alberto Fernández fue el puente hacia sectores del peronismo oportunistas o más conservadores, remisos a toda confrontación con nadie, y hacia sectores de la población sin definiciones políticas muy precisas. También es potable para los ex macristas superficiales. Quien esto escribe planteó, durante el período kirchnerista, que en muchos aspectos la gestión de Cristina se ubicaba en posiciones a la izquierda de lo que era un hipotético promedio social argentino. Fue una gestión que rozó los bordes de lo tolerable por una sociedad que tiene reservas de apatía y conservadorismo importantes, en todos los sectores. De todas formas, la buena gestión de ese gobierno, sus logros sociales, su voluntad integradora, ayudaron a atraer a un nuevo electorado y crearon las bases consistentes de un movimiento que, aunque desorganizado, es masivo y tienen una clara sensibilidad popular y progresista. Para la derecha local, muy retrógrada e ideologizada, la experiencia kirchnerista rozó el “chavismo”, cuando en realidad fue una combinación de instintos populares y soberanistas y medidas pragmáticas para resolver –sin dañar a las mayorías— diversos problemas que se fueron presentando a lo largo de 12 años. La acción propagandística de Cambiemos, que sólo fue la prolongación de lo que ya venían haciendo los grandes multimedios, apuntó al aislamiento y a la eventual desaparición del espacio social kirchnerista. Y algo logró en cuanto a generar rechazos pre-políticos no sólo contra la figura de Cristina, sino a todo lo que fuera popular o latinoamericanista. Bajo la máscara de la República, impulsaron un pensamiento conservador e individualista. La decisión de Cristina respondió específicamente a esa situación. Si bien importante, el kirchnerismo encabezado por su líder indiscutida, podría ser eventualmente segregado o aislado por una combinación de todas las fuerzas anti-k, por las razones que fueran. Alberto no es Cristina, como lo ha dicho reiteradas veces, y convoca a una coalición política diferente. Los denominadores comunes son más básicos, aunque resultan indispensables luego de la arrasadora gestión macrista. Es característico de los ciclos de derecha en Argentina, que cuando concluyen es tal el descalabro que la sociedad se debe unir en base a cuestiones mínimas y elementales: la vida, al final de la dictadura cívico-militar, la subsistencia en el derrumbe de la convertibilidad. El vasto espacio peronista, con sus gobernadores, sus intendentes, sus sindicalistas, parece dispuesto a acompañar un intento de gobierno en base a cuestiones muy básicas, como la restitución del poder adquisitivo del salario, la reactivación del mercado interno, el acotamiento de los negocios particulares a costa del resto de la sociedad. En un contexto normal, se diría que es una coalición de centro, que viene a administrar y encauzar una situación más que orientar el rumbo del país mediante transformaciones significativas. Pero en la Argentina, que está terminando de sobrellevar una experiencia extremista neoliberal por tercera vez, adquiere el significado de un gobierno popular y de progreso. Macri el malo A medida que se derrumba la imagen presidencial, la figura

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Alberto y Cristina

Fuente: Luis Bruschtein | La Tecl@ Eñe Fecha: 23 de agosto de 2019 Algunos se preocupan porque Alberto Fernández no es igual que Cristina. Es como discutir si se ve la parte llena o la parte vacía del vaso. Las diferencias o los acuerdos. Pero también importa el vaso, lo que los contiene. El peronismo siempre fue la resultante de distintos afluentes. Por eso Perón prefería llamarlo «movimiento». Por eso, cuando se habló de tres, cuatro y varios peronismos, en realidad se hacía referencia a esa conformación diversa. Pero además, cada dirigente expresa una mirada diferente. Sin embargo, el peronismo no es un dispositivo vacío para tomar el poder por asalto. En teoría el peronismo resume la multiplicidad de intereses populares, con las contradicciones que implica ese papel que, además, siempre se cumple de manera imperfecta. Y encarna el impulso, informe y siempre en falta, de construcción de la Nación como entidad soberana e independiente. Dentro de ese cauce caudaloso y accidentado transcurre la heterogeneidad que a veces se ha resuelto en forma democrática y otras no. Pero esa diversidad, dentro de ese cauce, es inherente a su naturaleza y los peronistas tienen que navegar en aguas turbulentas. Con esa heterogeneidad molesta pero necesaria es imposible que el camino sea lineal. Es sinuoso, con marchas y contramarchas. La historia de la Argentina moderna muestra que esa masa globular e inestable ha sido la máxima concentración de fuerza para confrontar al neoliberalismo. Esa confluencia, que además suma a otras corrientes no peronistas, es lo que define al llamado campo nacional y popular. Se probaron otras convocatorias, progresistas o de izquierda y todas fracasaron. El país cambió, el mundo cambió y en ese tránsito cambiaron muchos de los paradigmas del peronismo que se manejaban entre el ’45 y los ’70. Cambió el significado de pueblo, el significado de Nación y la configuración mundial. Pero sigue habiendo el espacio pueblo y la meta de Nación, y sigue habiendo un planeta donde juegan intereses que colisionan o confluyen. Con una propuesta vetusta que no supo entender las expectativas populares, el peronismo perdió, por primera vez, las elecciones en 1983. Los intentos posteriores de renovación fueron arrasados por la fuerte hegemonía del neoliberalismo en los ’90, que cooptó al menemismo de la misma forma que lo había hecho con las socialdemocracias europeas y con otros movimientos latinoamericanos de raíz popular como Acción Democrática en Venezuela, el Partido Colorado en Uruguay, el APRA peruano, el MNR de Paz Estenssoro en Bolivia. Todos fueron doblegados y aplicaron políticas neoliberales que iban en contra de sus principios de origen. Y la mayoría de ellos desapareció o quedó solamente el sello. Entre los gobiernos peronistas, el menemismo significó la desviación. Fue un gobierno neoliberal que privatizó lo que Perón había estatizado y la prueba contundente de su fracaso como peronista fue que desapareció cuando perdió el gobierno y perdió una elección. Néstor y Cristina surgieron de esas cenizas donde parecía que el neoliberalismo había apagado el fuego. La contrapartida popular al neoliberalismo no salió de otro lado, sino de ese peronismo que parecía agotado. En cambio la confluencia de algunos peronistas y progresistas en la Alianza dirigida por la derecha radical, fue neoliberal desde el principio. Nunca intentó otra cosa y terminó en el peor de los fracasos. La derrota electoral de 2015 hizo pensar a muchos analistas que el kirchnerismo, como una de las encarnaciones del peronismo, estaba fulminado ante la consagración estelar de Mauricio Macri y su «derecha moderna». Anunciaron que el kirchnerismo dejaría de existir en menos de lo que canta un gallo, como le había pasado al menemismo. Pero a pesar de la represión, de la salvaje persecución judicial, de la obscena censura mediática y, a diferencia del menemismo que había desaparecido, el kirchnerismo resistió haciendo gala de la tradición peronista en la resistencia, a su manera, en otras realidades y otras herramientas. Cristina iba a ser la candidata para estas elecciones, pero decidió que, para la etapa que debían atravesar y las tareas que debería asumir el gobierno peronista en caso de derrotar al neoliberalismo, sería mejor Alberto Fernández. En esa decisión hubo una concordancia entre ambos dirigentes y Cristina se ubicó en el segundo término de la fórmula. Cristina concluyó que ella tendría que hacer lo mismo que hará Alberto Fernández cuando asuma y que para esa tarea, entonces, era mejor que fuera el candidato. Con problemas y limitaciones el kirchnerismo representó la renovación del peronismo. Lo convirtió en la expresión actualizada de lo que es un movimiento popular en este país y en esta época de Lulas, Evos, Chávez y Correas. Gracias a los logros de sus gobiernos, Cristina se convirtió en el centro de un remolino de pasión popular, también en la mejor tradición de la liturgia peronista que actúa como gran contenedora de la heterogeneidad en una sociedad tan fragmentada. Resulta difícil que ese factor determinante cambie en el futuro próximo. Pero además, y al igual que lo hizo Perón en los ’70, el kirchnerismo atrajo a la militancia política a una generación de jóvenes. Como en los ’70 podrán meter mucho la pata, pero darán trascendencia y proyección en el tiempo al peronismo. Una prueba de ese fenómeno ha sido la elección contundente de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. Quedarse en que Alberto Fernández no es igual a Cristina sería atorarse en una obviedad. Son figuras que se complementan y, sobre todo, hay un proceso abierto. Se rompió el cuello de botella que anunciaba a fines del viejo milenio el fin de la política y que Macri parecía confirmar.

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La lealtad equivocada de los judíos estadounidenses

Fuente: Gideon Levy | Haaretz Fecha:  22 de agosto de 2017 Donald Trump tiene razón: los judíos son realmente desleales. Donald Trump está equivocado: la mayoría de ellos son leales a los valores equivocados. Cuando el presidente de los Estados Unidos describe a la mayoría de los judíos estadounidenses, que votan por los demócratas, como «una falta total de conocimiento o una gran deslealtad», no está claro si se refiere a su lealtad a su país o pueblo, a los Estados Unidos o a Israel. Se puede suponer que quiso decir que quienes votan por el partido de las congresistas Rashida Tlaib e Ilhan Omar no son leales a Israel, los judíos y los Estados Unidos. Pero lamentablemente, solo unos pocos judíos estadounidenses apoyan las posiciones de las dos congresistas. Esta es su falta de lealtad: la deslealtad a los principios de justicia y moralidad, el espíritu liberal tradicional de los judíos en los Estados Unidos, y también la falta de lealtad a los intereses de su país, que son lo contrario de lo que Trump pretendía. Los judíos estadounidenses, en su apoyo o en su silencio, en la ceguera o la ignorancia, son más leales a la ocupación israelí que cualquier otro valor. Es fácil acusar a las minorías de cualquier cosa, traición o ignorancia, en Israel como en Estados Unidos. Los árabes israelíes no pueden soñar con un estatus como el de los judíos en los Estados Unidos; solo tienen una cosa en común: la acusación de deslealtad es su nervio más sensible. Hay evidencia de esta acusación en Estados Unidos. El apoyo automático del establishment judío para cada gobierno israelí y casi cada una de sus posiciones es la prueba de doble lealtad. La elección del establishment judío es clara y automática: Israel primero, Israel sobre todo. El saludo ciego a Israel, excepto si involucra asuntos internos judíos como el status de los judíos reformistas y orar en el Muro de los Lamentos. Esta lealtad, si no es adoración, es desastrosa. Al final, perjudicará a todos, a los judíos en los Estados Unidos y también en Israel. Y Trump realmente quiere aún más. Nadie espera que comprenda la importancia de la ocupación, sus crímenes y daños, pero es posible y necesario esperar más de los judíos estadounidenses, que se consideran en su mayoría liberales. Comprender que Israel no es solo lo que les están vendiendo en los viajes de Birthright, con los escoltas armados, que están destinados a fortalecer la sensación de peligro y la victimización entre los jóvenes; y en los eventos de caridad de Friends of the IDF con los soldados discapacitados que suben al escenario al rugido de la audiencia y sus lágrimas. Israel es también lo que las congresistas Tlaib y Omar querían ver y ser vistas. Israel tiene un lado muy oscuro y malvado. La mayoría de los judíos estadounidenses lo apoyan o ignoran su existencia. Todo esto no necesariamente tiene que ser. En Sudáfrica, muchos de la comunidad judía defendieron la justicia y lucharon junto a los negros, resultando heridos y arrestados con ellos. También en los Estados Unidos, muchos judíos apoyaron la lucha de los negros por la igualdad de derechos. Solo en la lucha por la igualdad en Israel se ha silenciado su voz. Es cierto que hay individuos y organizaciones entre los judíos estadounidenses, jóvenes y viejos, que luchan valientemente contra el apartheid israelí, pero son pocos y están expuestos a una deslegitimación severa. Lo que fue permitido e incluso admirado en la identificación con Nelson Mandela y Martin Luther King, Jr. está prohibido pararse junto a Marwan Barghouti y Omar Barghouti, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, quienes luchan por esos mismos principios y la misma justicia. El hecho de que la mayoría de los judíos todavía vote por los demócratas es alentador. El hecho de que el Partido Demócrata esté experimentando cambios, por ejemplo, la elección de Tlaib y Omar para el Congreso, también da esperanza. Pero la lealtad de la mayoría de los judíos estadounidenses todavía está encadenada al lado oscuro de la luna, al patio trasero de la única democracia. Este es un asunto fatídico: la judería estadounidense tiene el poder de convertirse en un factor de «cambio de juego». Una comunidad judía que haga oír su voz con claridad y con determinación contra la ocupación provocará un cambio. Nadie puede ignorar su voz, ni en Israel ni en los Estados Unidos. Así es como la comunidad judía puede ser verdaderamente leal: a su país, a sus personas y a sus valores universales. Valores exactamente opuestos a los de Donald Trump y Benjamin Netanyahu. Traducción: Dardo Esterovich   Vídeo relacionado:  https://www.youtube.com/watch?v=ErhaWVG0o1I   Los Simpson : The west wing storry Los Simpson parodiaron el conflicto de Trump con las legisladoras Demócrata  estadounidenses  Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib, Ilhan Omar y Ayana Pressley. “No deberían de estar en América. Nadie más que yo en América. Sin impuestos para mí en América. Este es mi cabello natural”, comienza así su oda el mandatario, que parodia la canción “America” de West Side Story. (El West Wing es como se denomina la Sala de Crisis ubicada en el ala oeste de la Casa Blanca). El origen extranjero de su esposa Melania, una comparación con el primer ministro de Reino Unido, el trasero de Vladimir Putin o una alusión a los deseos de los rivales de Trump de verlo en la cárcel son parte del bagaje del pequeño musical, así como una mención directa al último suceso político de relevancia ocurrido entre Washington y Jerusalén. “Tu vida amorosa nos hace vomitar” le canta Ocasio-Cortez en la Sala de Crisis de la Casa Blanca, a lo que Trump responde con una sonora rima en inglés dirigiéndose a Omar y Tlaib, que cargan con acusaciones de antisemitismo por sus críticas al Estado de Israel: “Ustedes dos nunca verán Tel Aviv”. Trump, huyendo de las danzantes chicas de The Squad y de cientos de personas que piden su revocación del poder a las afueras de la Casa Blanca, termina en

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Portugal, objetivo estratégico de la extrema derecha

Fuente: Boaventura de Sousa Santos* | Público Fecha: 20 de agosto de 2019 Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez Varios acontecimientos recientes han revelado señales cada vez más inquietantes de que el internacionalismo de extrema derecha está transformando Portugal en un objetivo estratégico. Entre ellos, cabe destacar el reciente intento de algunos intelectuales de jugar la carta del odio racial para poner a prueba las divisiones de la derecha y la izquierda e influir así en la agenda política, el encuentro internacional de partidos de extrema derecha celebrado en Lisboa el 10 de agosto y la huelga simultánea del recién creado Sindicato Nacional de Conductores de Materiales Peligrosos. Hay varias razones que apuntan en este sentido. Portugal es el único país de Europa con un gobierno de izquierda a lo largo de una legislatura completa y en el que se acerca un proceso electoral, y es también el único país en el que ningún partido de extrema derecha tiene presencia parlamentaria. El primer ministro de Portugal, Antonio Costa, tras una comparencia en el Palacio de Sao Bento, en Lisboa. REUTERS/Pedro Nunes ¿Realmente Portugal es tan importante para merecer esta atención estratégica? Por supuesto que sí. Es importante porque desde la perspectiva de la extrema derecha internacional, Portugal representa el eslabón débil a través del cual puede atacar a la Unión Europea (UE). El objetivo central es destruir la UE y hacer que Europa vuelva a ser un continente de Estados rivales donde los nacionalismos puedan florecer y las exclusiones sociorraciales manipularse políticamente con más facilidad. Para la extrema derecha internacional, la derecha tradicional desempeña un papel muy limitado en este objetivo porque durante mucho tiempo ha sido la fuerza impulsora de la Unión Europea. De ahí que se la trate con relativo desprecio, al menos hasta que se acerque, por su propio vaciamiento ideológico, a la extrema derecha, como está sucediendo en España. Por el contrario, las fuerzas de la izquierda son fuerzas a las que hay que neutralizar. Para la extrema derecha, la izquierda se ha percatado que la UE, con todas sus limitaciones, que durante mucho tiempo fueron razón suficiente para que algunas de esas izquierdas fueran antieuropeístas, es hoy una fuerza de resistencia contra la ola reaccionaria que avasalla el mundo. De la Unión Europea no se puede esperar mucho más que la defensa de la democracia liberal, pero es más probable que esta muera democráticamente sin la UE que con la UE. Y las izquierdas saben por experiencia que serán las primeras víctimas de cualquier régimen autoritario. Tal vez recuerden que las diferencias entre ellas siempre parecieron más importantes desde el interior de las propias fuerzas de izquierdas que desde la perspectiva de sus adversarios. Por mucho que socialistas y comunistas se enfrentasen en el periodo posterior a la I Guerra Mundial, cuando Hitler llegó al poder no vio entre ellos diferencias que mereciesen un trato diferente. Los liquidó a todos. Sin embargo, no es relevante saber si es esto lo que piensan las izquierdas. Es lo que la extrema derecha piensa sobre las izquierdas, y esta es la base sobre la que se mueve. ¿Quién la mueve? La mueven fuerzas nacionales e internacionales. Son varias y con objetivos que solo parcialmente se superponen. Para sorpresa de algunos, la política internacional de Estados Unidos es una de ellas. Estados Unidos es hoy un defensor muy condicional de la democracia, pues solo la defiende en la medida en que es funcional a los intereses de las empresas multinacionales estadounidenses. La principal razón es la rivalidad entre Estados Unidos y China, que está condicionando profundamente la política internacional. La confrontación entre dos imperios, uno decadente y otro ascendente, requiere el alineamiento incondicional de los países aliados a cada uno de ellos o en su zona de influencia. Una Europa fragmentada será un conjunto de países fácilmente presionables o irrelevantes (Alemania es el único que requiere atención especial). Más que nunca, los intereses económicos son los que dominan la diplomacia. Así, según la BBC el pasado 9 de agosto, los tuits en chino del presidente Trump tienen más de 100 mil seguidores entre los disidentes chinos que consideran al presidente estadounidense un defensor de los derechos humanos. Y ciertamente lo será en el contexto de China y porque eso sirve a los intereses de la guerra con China. No es casual que China culpe a Estados Unidos de la ola de protestas en Hong-Kong. Pero Trump no es un defensor creíble de los derechos humanos ante los venezolanos, sujetos a un embargo cruel y devastador que la propia ONU considera una violación grosera de los derechos humanos. La extrema derecha tiene tres instrumentos fundamentales: el aprovechamiento de la protesta social contra medidas de gobiernos considerados hostiles, la explotación de idiotas útiles y, en el caso de gobiernos más a la izquierda, la maximización de las dificultades de gobernanza derivadas de las coaliciones existentes. En el primer caso, sirve como ilustración la huelga del Sindicato Nacional de Conductores de Materiales Peligrosos. Este tipo de huelga puede tener efectos tan graves que desmoralicen cualquier gobierno. Los sindicatos conocen eso: tradicionalmente negocian fuerte y, al mismo tiempo, saben hasta dónde pueden llegar para no cuestionar intereses vitales de los ciudadanos. No es lo que ha ocurrido con este sindicato. Es altamente sospechoso el lenguaje radicalizado del vicepresidente del sindicato (“dejó de ser un derecho laboral para ser una cuestión de honor”), un personaje aparentemente convertido en ángel protector de sindicalistas descontentos. La historia nunca se repite, pero nos obliga a pensar. El gobierno democrático socialista de Salvador Allende, hostilizado por las elites locales y por Estados Unidos, sufrió su crisis final tras las huelgas de sindicatos de transportistas de combustible, precisamente debido a la paralización del país y la imagen de ingobernabilidad que reflejaba. Años después se supo que la CIA estadounidense había estado bastante activa detrás de las huelgas. Los idiotas útiles son aquellos que, con las mejores intenciones, juegan al juego de la extrema derecha, aunque no tengan nada que ver con ella. Cito dos

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La derrota del marketing

Fuente: Mariano Szkolnik * |  Nueva Sión Fecha: 14 de agosto de 2019 Celebradas las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), se desató un terremoto político de proporciones. Diseñadas para dirimir internas partidarias de modo abierto y transparente, en los hechos funcionan como una aproximación bastante ajustada de las preferencias políticas de la población, en vistas a la elección general. La fórmula del Frente de Todos se impuso por 16 puntos porcentuales sobre la boleta que proponía la reelección de Mauricio Macri, en tanto que Axel Kicillof lo hacía por 18 puntos sobre la gobernadora María E. Vidal. ¿Cómo entender no sólo los vaivenes de la política económica del gobierno de Cambiemos durante los últimos casi cuatro años, sino también su catástrofe electoral del domingo pasado? La política económica llevada adelante por Macri a partir de diciembre de 2015 no constituye una excepción histórica, ni mucho menos una novedad. Muy por el contrario, se inscribe en un extenso linaje que, en su versión moderna, se remonta hasta mediados de los años ‘70, momento en el cual la sociedad argentina se hundía en la larga noche dictatorial. Los tres ciclos neoliberales Al comando de José Alfredo Martínez de Hoz, el gobierno cívico-militar que asaltó el poder en 1976 impuso profundas transformaciones estructurales como intento consciente de desmantelamiento del modelo de producción industrial orientado al mercado interno, vigente desde la segunda posguerra. La industrialización por sustitución de importaciones, el desarrollo de una trama de producción local para proveer de maquinarias e insumos a la industria en proceso de crecimiento y diversificación, el pleno empleo de la fuerza de trabajo y la incorporación de las clases trabajadoras al esquema de poder, fueron atacados en el contexto de una feroz represión. El país probaría los amargos frutos de la especulación financiera sostenida por el endeudamiento externo (tanto público como privado) y la apertura comercial indiscriminada, a la par que los derechos sociales eran prácticamente pulverizados. Ese primer experimento neoliberal colapsó en medio de tensiones económicas, sociales y políticas, una guerra con la OTAN, y 30.000 desaparecidos. El gobierno democrático surgido en 1983 estuvo condicionado por el descalabro financiero y productivo heredado del Proceso, con una deuda externa inmanejable y cuantiosas transferencias hacia los sectores concentrados locales, medidas incompatibles con cualquier esquema de distribución equitativa del ingreso social. De las cenizas de un Estado arrojado a la bancarrota, surgió el segundo experimento neoliberal. Fue Domingo Cavallo quien retomó la infausta antorcha de Martinez de Hoz, profundizando la estrategia: privatización de activos y empresas públicas, extranjerización de las principales empresas y bancos locales, precarización y expulsión de cientos de miles de empleados del mercado de trabajo, endeudamiento récord, y nuevamente la habilitación oficial para la especulación financiera y la fuga de capitales, fueron aspectos que signaron la etapa enmarcada en el Plan de Convertibilidad. Dos años de interinato de Fernando De la Rúa pretendieron extender la vida de un modelo, a esas alturas, más que agotado. La consecuencia fue el estallido de diciembre de 2001, suscitado a partir de la restricción del acceso a los depósitos bancarios, a lo que se sumaron saqueos a supermercados en los barrios periféricos por parte de sectores empujados a la pobreza y la indigencia, con un saldo general de una treintena de muertos a manos de las fuerzas represivas. El gobierno de Mauricio Macri, asumido en diciembre de 2015, encarna el tercer experimento neoliberal de esta saga. Con una formidable estrategia de marketing (ver La Victoria del Marketing, nuestra columna de opinión de diciembre de 2015), el empresario contratista concitó el interés del electorado al prometer “mejorar todo aquello que se había hecho bien”, poniendo especial foco en la inversión productiva extranjera, el estímulo a las economías regionales, al tiempo que declamaba el respeto de todos los derechos adquiridos por la población durante la etapa previa. En realidad, se trataba de la punta de lanza de un nuevo ciclo de apertura comercial, especulación financiera, endeudamiento externo y fuga de capitales, garantizada por el FMI a través de una serie de acuerdos firmados a contramano de sus propios estatutos. A los pocos días de asumir, el gobierno exhibió las cartas que escondía bajo la manga: mediante la reducción de retenciones, en simultáneo con la devaluación del peso, enriqueció instantáneamente al ya opulento complejo agroexportador. Aquella cesión de recursos por parte del Estado tuvo su correlato en la eliminación de los subsidios al consumo, traducidos en nuevos cuadros tarifarios por la prestación de servicios básicos que redujeron más que sensiblemente el ingreso de los sectores populares. El “sinceramiento de tarifas” no era más que una parte de la estrategia de redistribución regresiva de los ingresos. Lejos de tratarse de “errores” de la política económica, la acción de gobierno fue consecuente con el ideario que la sustentaba: menos Estado, más mercado, y que sobrevivan los sectores internacionalmente competitivos. El tercer ciclo neoliberal produjo nada menos que cuatro millones de nuevos pobres, la paralización de la actividad productiva, y el desfinanciamiento de la seguridad social, junto con abultados compromisos externos que, de no ser renegociados, comprometerán la gobernabilidad y la paz social durante los próximos años. Cambiar a Cambiemos Las Primarias Abiertas celebradas el domingo 11 de agosto asestaron un duro golpe a la alianza gubernamental. Las apelaciones fluviales a “cruzar el río hasta llegar a la orilla”, sumado a la saturada exhibición del asfalto como única política pública, chocaron contra la realidad de una población cuyo bienestar se encuentra en baja. Podría decirse que el presidente Macri fue el mejor jefe de campaña de la fórmula Fernández-Fernández: su manifiesta tozudez a reconocer la realidad angustiante que padecen millones de personas, y su inquebrantable fe en un rumbo económico que condujo al colapso productivo, convirtieron a la fuerza opositora en una alternativa viable de gobierno. En este sentido, las PASO no sólo plebiscitaron el rumbo de la gestión de Cambiemos, sino que evidenciaron el quiebre de la legitimidad que el macrismo supo construir con el apoyo de los medios masivos de comunicación. Ya no alcanza con un

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¿Quién tiene la culpa de la crisis económica en Argentina?

Fuente: Mark Weisbrot* | The New York Times en Español Fecha: 19 de agosto de 2019 ¿Qué se supone que debemos deducir de los sorpresivos resultados de las elecciones celebradas en Argentina el 11 de agosto, que sacudieron a los encuestadores y a los analistas por igual y agitaron los mercados financieros del país? En las elecciones primarias rumbo a la elección presidencial, en octubre, el candidato de la oposición Alberto Fernández derrotó al presidente Mauricio Macri por un margen inesperado del 15,6 por ciento. La coalición de Fernández atribuye su victoria a las políticas económicas fallidas de Macri, pues lo consideran culpable de la crisis económica, la recesión y la inflación elevada que el país experimenta actualmente. Por su lado, Macri afirma que el miedo a un futuro gobierno kirchnerista fue el culpable de la turbulencia financiera tras las elecciones, así como a los problemas que ha habido en la economía desde que asumió el cargo hace más de tres años y medio. El actual presidente argumenta que tanto los mercados como el pueblo deberían temerle a este resultado. Esta discrepancia no es solo objeto de debate académico, y tampoco es una situación exclusiva de Argentina. Es un diálogo recurrente, casi arquetípico, que surge durante las crisis económicas que permean contiendas políticas. En los últimos años, los dirigentes en turno —en el Reino Unido, España, Francia, Grecia y otros países donde las políticas económicas fallidas se enfrentaron a adversarios de centroizquierda— han usado el estribillo de Macri como una línea de ataque frecuente. Los mercados financieros pueden alterarse por muchas razones, que pueden ser poco claras o incluso partir de percepciones erróneas de la realidad. En el caso de Argentina, está la derrota electoral de un gobierno cuyas políticas económicas han fracasado de manera evidente y una victoria para los rivales que provienen de un periodo de crecimiento económico sólido y ampliamente compartido. Esto no es algo inherentemente negativo para la economía. Cuando Macri dice “kirchnerismo”, se refiere a las políticas, los simpatizantes y los gobiernos de la familia Kirchner, que gobernó de 2003 a 2015, primero con Néstor Kirchner y después con Cristina Fernández de Kirchner. Cristina ahora se ha postulado como compañera de fórmula del candidato presidencial Alberto Fernández y es una lideresa prominente de la coalición de oposición, aunque esta coalición peronista es mucho más grande y amplia que la base kirchnerista. Desde la perspectiva de un economista o un científico social, no está claro el motivo por el cual deberíamos temerle al kirchnerismo. Si se observan los indicadores económicos y sociales más importantes, los gobiernos de los Kirchner estuvieron entre los más exitosos del hemisferio occidental. Algunos cálculos independientes mostraron una disminución del 71 por ciento en la pobreza y del 81 por ciento en la pobreza extrema. Los gobiernos kirchneristas establecieron uno de los programas de transferencias monetarias condicionadas para los pobres más grandes de Latinoamérica. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el producto interno bruto per cápita aumentó un 42 por ciento, casi tres veces más que la tasa mexicana. El desempleó se redujo más de la mitad y la desigualdad económica también disminuyó de manera considerable. Los doce años en los que los Kirchner estuvieron en el poder se generaron importantes mejoras en la calidad de vida de una gran mayoría de los argentinos, de acuerdo con cualquier comparación razonable. El crecimiento económico decayó en los últimos años de la presidencia de Cristina. El gobierno cometió algunos errores y también se llevó un golpe económico externo. El fallo de un tribunal federal de apelaciones en Nueva York en 2012 —una decisión que muchos consideraron cuestionable y política— tomó de rehenes a más del 90 por ciento de los acreedores de Argentina para obligarla a pagar a un pequeño grupo de fondos buitre que se negó a unirse a la reestructuración de la deuda que se determinó a principios de la década de 2000. El gobierno de Estados Unidos bloqueó los créditos de los prestamistas internacionales, como el Banco Interamericano de Desarrollo, en una época en que la economía necesitaba el intercambio de divisas. En contraste, durante el mandato de Macri —que comenzó en diciembre de 2015— la pobreza ha incrementado de manera significativa, el ingreso por persona ha caído y el desempleo ha aumentado. Las tasas de interés a corto plazo se han disparado del 32 al 75 por ciento actualmente; la inflación se ha elevado del 18 al 56 por ciento. La deuda pública ha crecido del 53 por ciento a más del 86 por ciento del PIB. ¿Qué tanto de esta crisis económica y mal desempeño es responsabilidad de su predecesora? En 2018, Macri firmó un acuerdo por un préstamo de 57.000 millones de dólares: el rescate financiero más grande del FMI en la historia. El contrato del préstamo, junto con las revisiones que se le han hecho desde entonces, detallan las metas, la estrategia y la ejecución en términos económicos del gobierno. Hay mucha información disponible al público que expone lo que falló. La estrategia principal del programa era restaurar la confianza de los inversionistas por medio de una política fiscal y monetaria más estricta. Sin embargo, como ha ocurrido con frecuencia en el pasado, estas medidas desaceleraron la economía y socavaron la confianza de los inversionistas. Para octubre de 2018, los resultados ya eran mucho peores de lo que había pronosticado el FMI. El gobierno y el FMI endurecieron las políticas fiscales y monetarias, pero no sirvió de nada. El gobierno también desperdició más de 16.000 millones de dólares en intentos fallidos para evitar que el peso decayera y aumentó en gran medida el componente extranjero más problemático de la deuda pública. El resultado ha sido una recesión casi constante y una inflación elevada, además de tasas de interés descomunales, depreciación del peso, inestabilidad financiera y enorme acumulación de deuda pública. El incremento de la deuda es particularmente digno de atención porque Macri heredó un nivel bajo de deuda pública. Irónicamente, el FMI es conocido en Argentina por promover políticas igual de irrealizables durante la crisis de 1998 a 2002 (que se puede comparar a la Gran Depresión de Estados Unidos en la

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