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Irracionalismo: el virus político poderoso y letal que acecha a Alberto

Fuente: Edgardo Mocca | El Destape Fecha: 19 de julio de 2020 Dijo Elisa Carrió: «Si la sagrada comunión no puede darse en los templos debe darse en las calles porque Jesús es el que sana y cura». Le da así a la resistencia a la cuarentena una especie de épica teológica. ¿Cómo se hace para discutir políticamente con esa afirmación? La ex diputada nos ha acostumbrado al uso de la extravagancia oral como recurso político. Pero mucho más importante que el imposible diálogo con ese tipo de dictámenes conviene la reflexión sobre cómo llegamos a este punto. Porque haríamos mal en pensar el problema en términos psicológicos individuales: el aire de la discusión política está globalmente viciado. Está penetrado por el auge del irracionalismo: el pensamiento mágico se ha apoderado de segmentos cruciales del poder a escala global. El presidente actual de Estados Unidos practica también, en su propio estilo, estos modos del discurso. Es cierto que ese país vive un proceso acelerado de declinación de su rol como principal potencia global. Pero también es verdad que sus decisiones políticas y militares pueden provocar –y de hecho provocan- mucho daño a escala planetaria. Es la ideología del terraplanismo: el coronavirus no existe y la tierra es plana.   Ahora bien, que ese tipo de personas hayan alcanzado ese lugar no es una circunstancia casual. Todo lo contrario, parece necesario pensar en las razones sistémicas que facilitan la emergencia de liderazgos de esa naturaleza. Para Trump la ingesta de lavandina es un recurso muy importante contra la pandemia. Es un registro profundamente irracionalista que ha impregnado la práctica política del mundo occidental, que siempre se consideró a sí misma como custodio de la razón científica contra las amenazas de “teocracias orientales” y los residuos del “pensamiento pre-científico”.  La pandemia ha alimentado esta deriva de la cultura y la política occidental. En nuestro país circula la crítica al gobierno por haberse rodeado de científicos especialistas en infecciones y epidemiólogos. ¿Por quién habría de ser asesorado el presidente en estas circunstancias? ¿Por brujos y hechiceros? No, la idea que se hace circular  es que debería tener más cerca a los “economistas”. Claro que la referencia no es genérica a quienes han obtenido el correspondiente diploma universitario. Se refiere a otra comunidad: a la de un tipo de hechiceros (también ellos irracionales y en este caso corresponsables de los mayores desastres de nuestra comunidad política). Son los sacerdotes de una potente religión contemporánea: el culto al dios dinero. El que sostiene las maravillas de la apertura económica, del libre mercado, del equilibrio fiscal… Prometen la celestial utopía del “derrame” que esas prácticas producirán en las sociedades que participen en ese culto. En ese paraíso al que llegaremos sacrificando (hoy por la pandemia, siempre por los bajos salarios, la desocupación y la desidia social y estatal) a muchos millones de seres humanos de esta generación, en espera de los ríos de leche y de miel que nunca llegaron ni llegarán.   Es decir, el irracionalismo de Trump, de Carrió, de Macri, de Bolsonaro, de las ultraderechas europeas y globales no es otra cosa que la religión de los más ricos y poderosos entre los ricos y poderosos. Los militantes anti-cuarentena inscriben en sus banderas el nombre de la libertad. Los demonios que exorcizan son el comunismo, el populismo, el chavismo. Son los demonios del ataque a la propiedad privada, de la socialización, de la promoción del segmento salvaje de la sociedad, de los desheredados, de los que carecen de cultura y de buenos modales. Ese giro mundial de la derecha es el que en nuestro país ha reverdecido un viejo fantasma que después de 1983 y sobre todo en la década de los noventa había entrado en decadencia: el antiperonismo. Es muy interesante conectar esta época de derechas extremas e irracionales con la etapa del capitalismo en la que hemos entrado: la época del capitalismo de la timba, en la que impera la lógica excluyente de la acumulación del capital, ya sin el freno que funcionó en la etapa posterior a la segunda guerra: el del “estado de bienestar” como premisa de la competencia con el mundo socialista. Es la época del salto en la orientación destructiva del capital. El tiempo de la máxima capacidad aniquiladora de las armas, el de la destrucción sistemática de los recursos necesarios para la vida en el planeta. Trump puede parecer una anomalía por sus modales de gánster que se asume como tal; pero no hay que olvidar que el país que preside se resiste a firmar los acuerdos de Kyoto de prevención contra el calentamiento global. Que su país no necesitó de las “nuevas derechas  que intoxican Europa con su discurso de odio xenófobo porque en Estados Unidos el odio racial es uno de los emblemas ideológicos más potentes a escala masiva.  Es en este mundo que surgió la pandemia del coronavirus. El globalismo ideológico de los años noventa no tiene hoy discurso político para esta trágica coyuntura. Cada país trata de arreglárselas como puede. Estados Unidos (no Trump sino Estados Unidos) retira su apoyo a la Organización Mundial de la Salud. Las fronteras tienden a cerrarse (para las personas no para el capital). Sigue la escalada discursiva, las amenazas y las provocaciones de la Casa Blanca contra Irán, Venezuela, Cuba y cualquier país que no adhiera al culto excluyente del dinero. El papa Francisco, por su parte, ha colocado a su papado, por primera vez en décadas al servicio del rescate de una concepción del mundo auténticamente cristiana; por eso los ideólogos de la razón, el liberalismo y el progreso lo atacan sistemáticamente, en nombre de la religión que adora al dios dinero. El establishment corporativo clama por retomar la “actividad económica” que es el nombre neutral que se usa para designar la incesante acumulación y concentración del capital en manos de un ínfimo porcentaje de la población global.      Cada vez está más claro que en esta etapa tan dura y dolorosa estamos empezando a decidir un largo futuro.

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“Llegó el momento de imaginarnos Israel como el hogar judío, que no es un estado judío”

Fuente: Daniel Kupervaser | Blog de Daniel Kupervaser Fecha: 17 de julio de 2020 Finalmente, aunque muy lentamente, a la izquierda judía le comienza a caer la ficha. La visión de la solución del conflicto palestino-israelí en base a la fórmula “dos estados para dos pueblos” no es mas que una utopía. Peter Beinart es, tal vez, el periodista e intelectual judío estadounidense más sobresaliente en estos tiempos dentro de la denominada línea liberal y progresista (peyorativamente catalogada como “izquierda”). De familia judía tradicional, cumple estrictamente las normas kosher de la vida familiar judía con asistencia permanente a sinagogas. Sus punzantes y argumentadas notas periodísticas lo convirtieron en punta de lanza y la voz parlante del judaísmo liberal estadounidense. Durante años, como toda la corriente a la que se incorporó, se posicionó abierta e insistentemente detrás de la formula “dos estados para dos pueblos, en la solución del conflicto palestino-israelí. Para sorpresa de muchos, días atrás publicó un artículo nada menos que en el New York Times, en donde anunció su divorcio incondicional y definitivo con la fórmula de dos estados bajo el título “No creo más en un Estado Judío” (“I No Longer Believe in a Jewish State”, New York Times, 8-7-2020). Finalmente se dio cuenta lo que para algunos de nosotros lo anunciamos hace tiempo y hoy ya es un hecho consumado: la mayoría del componente judío de la sociedad israelí, con la anuencia de gran parte de la diáspora judía, condujo inexorablemente a Israel hacia un estado binacional judío-palestino. Ya no hay posibilidad de retorno.   Lo mas impactante de su confesión se concentra en una conmovedora frase: “llegó el momento de imaginarnos Israel como el hogar judío, que no es un estado judío”. El liderazgo judío de Israel consolidó una estructura institucional en todo el territorio desde el Mediterráneo hasta el Rio Jordán (incluyendo Gaza) en donde su población (unos 13 millones) más o menos se distribuye 50% palestinos y 50% judíos. Este estado binacional, por su componente poblacional, está bajo dominio prácticamente absoluto de su componente judío y su carácter democrático u opresor y antidemocrático dependerá del nivel de grados de libertad y derechos civiles que ese componente judío le adjudique a toda su población palestina. Hasta el momento, solo un pequeño porcentaje de los denominados árabes israelíes (2 millones) goza de plenos derechos civiles, aunque sufren alto grado de discriminación. La afirmación de Beinart es indiscutible, en la práctica Israel dejó de ser un estado judío para ser un estado binacional judío-palestino. Lo único que queda por definir es si el componente judío se propone continuar con su dominio total imponiendo normas de Apartheid (normas legales distintas para judíos y palestinos en el mismo territorio, incluyendo los 300 mil palestinos dentro de Jerusalén bajo soberanía israelí) o se propone otorgar a toda la población palestina plenos derechos civiles de manera que se pierda la mayoría judía en elecciones. De una manera u otra, el componente judío de Israel tendrá que acostumbrarse que su futuro le impondrá vivir, codearse y compartir el estado con población palestina de su mismo tamaño durante toda su vida. Los hay quienes argumentan que toda esta problemática es de corto plazo por la dañina injerencia de Trump como resultado de las presiones de las millonarias donaciones de magnates judíos a su campaña electoral. Los sondeos de intención de votos en Estados Unidos nos anuncian que en un par de meses probablemente nos podremos desligar de Trump y así se podrá retornar a la mesa de negociaciones. Craso error. Con todo el discurso de Biden y la cúpula del partido demócrata estadounidense a favor del retorno a la formula “dos estados para dos pueblos”, muy probablemente el único logro que podrán registrar en su currículo será una vuelta al conocido statu quo que no es mas que un lento avance hacia la configuración definitiva del estado único binacional, frente al avance acelerado que nos promete el plan de anexión de Netanyahu. En estos días se reveló el componente israelí de la plataforma del Partido Demócrata en mira a las próximas elecciones presidenciales en USA. Según esta fuente, el comité redactor rechazó la exigencia de sectores más liberales que demandaban la condena de la ocupación israelí de Cisjordania. El documento retorna a las viejas promesas de apoyo a Israel con el proyecto de dos estados, ayuda a la defensa y rechazo de todo boicot contra Israel. La única advertencia es contra la anexión (“Despite pressure from progressives, no major changes in Democratic platform on Israel”, Jewish Telegraphic Agency, 16-7-2020). La diáspora judía tiene que tener claro que fue cómplice de un hecho consumado – Israel como estado judío-palestino – y en su futuro tiene una disyuntiva histórica: Israel estado democrático en donde los judíos pierden la mayoría y el poder, o Israel estado Apartheid con dominio judío. Tienen que elegir de qué lado están. El mundo y los pueblos que los acogen los están esperando. Ojalá me equivoque. Herzlya – Israel 17-7-2020 kupervaser.daniel@gmail.com@KupervaserD   Nota relacionada:

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La radicalización de las derechas latinoamericanas

Fuente:  Marco Teruggi | Página/12 Fecha: 17 de julio de 2020 El viernes 8 de noviembre de 2019 por la noche estaba claro, desde la soledad de la Plaza Murillo, centro del poder político en La Paz, que el esquema para enfrentar el avance golpista había hecho agua. Se multiplicaban las noticias de motines policiales, los grupos civiles armados de la derecha habían recorrido el eje Santa Cruz, Cochabamba hasta instalarse con logística a pocas cuadras de la Casa de Gobierno. Esa noche de lluvia helada solo quedaban grupos pequeños para sostener esa posición estratégica que se perdió sin resistencia la mañana del sábado. El Alto aún no se había manifestado con fuerza, lo haría el sábado en la tarde, cortando el acceso a La Paz. Ya era tarde: 24 horas después sucedió el derrocamiento, Evo Morales y Álvaro García Linera se trasladaron al Chapare, luego a México y finalmente a Argentina. La escalada golpista duró tres semanas. Pocas personas la anticiparon: la economía crecía, existían acuerdos con el empresariado a nivel nacional, incluido en Santa Cruz, se venía de una relativa estabilidad política, y la pregunta central era si Evo ganaba en primera vuelta o debía ir a segunda. La derecha sorprendió dentro de Bolivia y en el continente. Una falta de anticipación similar ocurrió cuando el 23 de enero de ese mismo año un diputado ignoto se autoproclamó presidente de Venezuela en una plaza y fue reconocido inmediatamente por Donald Trump, o cuando el gobierno de Sebastián Piñera desplegó militares en las calles de Santiago para hacer frente a la protesta, un esquema aplicado semanas antes por Lenín Moreno en Quito ante el levantamiento indígena. La suma de eventos, a los que se agrega, por ejemplo, el actual gobierno de Jair Bolsonaro con sus crisis superpuestas –política, institucional, con discursos contra la cuarentena–, indica un cambio de las derechas que atraviesa el continente. Existe un desplazamiento de los límites, una modificación de época marcada por el regreso de viejas metodologías aggiornadas al tiempo de las redes sociales, con vasos comunicantes a la vez que diferencias, con procesos de nuevas derechas como Donald Trump, Matteo Salvini, Marine Le Pen o Vox. Este empujar cada vez más los límites ocurre en Argentina con el despliegue de mensajes anticuarentena, conceptos pobres y peligrosos como la “infectadura”, denuncias de planes de liberación de presos para formar “patrullas que amenacen jueces y expropien el capital”, acusaciones de “gravedad institucional” a las pocas horas del asesinato de Fabián Gutiérrez y la intoxicación mediática con mentiras, medias verdades, acumulación de miedo, odio y revancha. Este mapa de derechas no es homogéneo en el continente, varía según los países, tiempos del conflicto, según sean gobierno y desplieguen la estrategia de lawfare, como en Ecuador, Brasil o Argentina antes del nuevo gobierno, o estén en oposición y apliquen metodologías de desestabilización que llegan a contratar mercenarios para ingresar al país, como ocurrió en Venezuela. Pero existen elementos que forman un cuadro común. En primer lugar, existen dos grandes tendencias en cada país: quienes rompen límites y radicalizan el enfrentamiento, y quienes buscan mantener la disputa dentro del marco conocido. A veces sucede que ambas se unen en un objetivo común, como lo fue derrocar a Evo Morales, para luego volver a dividirse y construir un esquema de golpistas duros, como Jeanine Áñez y Fernando Camacho, y golpistas moderados –presentados como demócratas–, como Carlos Mesa. Esa tensión recorre la derecha en Argentina, con las disputas internas de la oposición emergidas en torno a lo que fue el posicionamiento respecto al asesinato de Gutiérrez, o en Venezuela, respecto a la división entre presentarse a elecciones o insistir a través de la vía armada y el bloqueo. Este último caso expone otra dimensión central: los grados o no de autonomía respecto al Departamento de Estado. Esa relación con Estados Unidos es medular. El proyecto de las derechas contempla dos pilares. Por un lado, la alineación en política exterior con EE.UU., algo que puede verse fácilmente en que cada gobierno de derecha se propuso desarmar la Unasur, darle la espalda a la Celac, y volver a la centralidad de la OEA. Por otro lado, la adhesión a un proyecto neoliberal en materia económica. Se trata de proyectos de minorías al servicio de empresas con intereses fuera del país –dejando a un lado un entramado empresarial con miras al mercado interno– subordinadas a EE.UU., algo constitutivo de las élites latinoamericanas, que no parece modificable, aun con todas las inversiones y el comercio con China. Dos cuestiones son centrales en este escenario. En primer lugar, el sujeto político moldeado por estas claves político-mediáticas. Las agresiones en Buenos Aires el pasado 9 de julio son un ejemplo de ese envenenamiento potenciado por las redes sociales que reúne odios históricos con nuevos apellidos y fantasmas. ¿Qué discursos construir ante eso, cómo diferenciar entre segmentos, desactivar? En segundo lugar, ¿cómo gobernar con este volumen de ataques y corrimiento de límites? ¿cómo no dejarse arrastrar al terreno del adversario? Esa pregunta, traducida al conflicto venezolano tiene otras complejidades: ¿cómo se enfrenta un bloqueo económico y operaciones encubiertas? Y en el caso de Bolivia: ¿cómo debía enfrentarse la escalada golpista amparada por una arquitectura financiera, mediática y diplomática? Una parte importante de la derecha regresa a viejas formas con nuevas presentaciones, intenta ofensivas sin pedir permiso ni perdón. Detrás de todo –o delante– está la disputa económica en tiempos de recesión y el retroceso hegemónico estadounidense.

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Debate

Primera parte: Alberto y nuestra izquierda Fuente: Jorge Alemán| La Tecl@ Eñe Fecha: 17 de julio de 2020 El apoyo al gobierno de Alberto Fernández, la percepción del avance de las ultraderechas mundiales, la opinión crítica y las diferencias con las izquierdas testimoniales. Cuando digo nuestra izquierda considero que formo parte de la misma. Sea cual sea el problema que esta definición conlleva, me considero un kirchnerista de izquierdas o un (esto es más problemático) un populista de izquierda. No pretendo callar ninguna opinión crítica, tampoco podría apoyar ciegamente nada. Cuando los otros días, Gustavo Sylvestre habló de «fuego amigo» en el marco de una entrevista, corregí su expresión. Mi percepción diferente con respecto a otr@s compañeros de la izquierda que si bien apoyan el Frente de Todos lo hacen de un modo crítico, unos más enconados que otros, es mi lectura del avance de las ultraderechas en el mundo, la presencia de dispositivos técnicos que vinieron para quedarse y que condicionarán la vida social de un modo inédito y la soledad evidente del proyecto del Frente de Tod@s en el contexto mundial. Un ejemplo de lectura diferente que por ejemplo se me impone con algunos compañer@s, es que ven en el descenso en puntos del gobierno de Fernández una prueba de su tibieza. Por el contrario, a mí me preocupa observar lo que observo en otros lugares del mundo, no una derecha acorralada por sus escándalos sino un inesperado giro de la sociedad hacia la derecha imputándole a Fernández un giro «filocomunista» y chavista. A diferencia de ellos, no pienso que la sociedad espera más «izquierda» sino que cada vez es más fuerte un giro transversal, antipolítico y neofascista, incluso en sectores populares, promovido por un nuevo tipo de aparatos ideológicos que aún están por pensarse. Como no me interesan las izquierdas testimoniales que se conforman con el sector del núcleo duro, con el cual comparto el ideario, pero no quieren ganar, siempre me enrolo con  quienes quieren construir un bloque cultural y político que  pueda a través de distintas mediaciones apoderarse, tarea lenta y ardua, del Estado. En esto, y en esta coyuntura, es donde reside mi apoyo a este gobierno. Segunda parte: El tabú de la correlación de fuerzas Fuente: Horacio González| La Tecl@ Eñe Fecha: 17 de julio de 2020 Horacio González responde en este artículo a Jorge Alemán, y abre el debate en torno a la cuestión de las izquierdas en el mundo, las críticas al gobierno nacional y la correlación de fuerzas.  Quisiera cruzar algunas líneas con Jorge Alemán respecto a la cuestión de las izquierdas, no solo en la Argentina sino en el mundo. Como serán breves, es evidente que habrá un contraste entre la enorme dimensión del problema y la rápida atención que le dedicaré. Tan solo para establecer una respuesta que ojalá anime un debate fructífero. No pienso que debamos ser exclusivamente los hijos de un pensamiento que se basa en la correlación de fuerzas, tal como la pueda establecer algún extraño aparato de medición de energías sociales consolidadas. No puede nadie ignorar la situación que atravesamos, primero, una enfermedad globalizada que inmoviliza a las sociedades y difunde un sentimiento de autoprotección desconfiado y huraño -desde luego en medio de muestras generosísimas de solidaridad -, sumada a una inédita paralización de las formas clásicas de la economía que por tener dimensiones catastróficas, hace temblar al gran concepto humanista de “primero la vida”. Además, el sigiloso pensamiento político de grandes multitudes inconfesables, adquiere peligrosas notas de resentimiento en procura de amos payasescos, como Bolsonaro o Trump, en tanto que lo que antes hubiéramos llamados “socialdemocracias”, ensayan jugadas de memoria que tenían escondidas en su pecho egoísta y conservador, intentando protegerse con medidas de derecha. Llamamos así el previo acatamiento de los gobiernos -antes de cualquier reunión, discusión o disputa- a lo que proponen las grandes empresas que ya tienen computado su cálculo de sacrificados que marchan a la pira del contagio, para que se lancen a jugar más brutalmente los letales algoritmos financieros. Abrir las compuertas de la producción se convirtió en una consigna contra los gobiernos que habían postulado la “primacía vital” -unos pocos, entre ellos el de la Argentina-, para hacerlos ceder en vista de que tampoco era posible reconstruir una economía de otro tipo, al margen de la estructura financiera que no cesa de retozar con la quiebra de las naciones, de las que ni quisiera podrían hacerse cargo, pero no lo quieren, pues es engorroso pagar el sueldo de médicos, maestros y empleados del estado. Solo quieren saborear el jugo que sigue goteando del pago de las viejas y nuevas deudas, asfixiando a los pueblos con sus reclamos de usura, que son la ruta paralela al virus. Las industrias de la conversación presencial, con sus finas tecnologías y las clases a distancias, marcarían nuestro horizonte. Escribió Ezra Pound: “Sientan cadáveres a su banquete por mandato de usura”. Jorge Alemán, a cuya obra no le escatimamos la lectura ni la merecida valoración de sumo aprecio, deduce que alguien que sea de izquierda debe poner al resguardo toda una memoria social militante, en los galpones de lo poco que reste de buenas intenciones en el mundo. La crítica a la que estábamos acostumbrados no sería conveniente. Nos convertiríamos en cuidadores de póstumos mendrugos de lo que ya fue. Con un pensamiento así dispuesto, correríamos siempre el riesgo de contraer el virus de una “enfermedad infantil” de párvulos izquierdistas, profesionales imprácticos que marcamos cuestiones y señalamos falencias. Solo por tener el goce de hacernos los niños rebeldes en medio de la tempestad que carcome al barco. Ante esta eclosión de neonazis, amenazas guerreristas, metrópolis descorazonadas, profusión de cálculos pesimistas sobre el uso ultraderechista de la pandemia, quienes saben lo que es una vida de izquierda, deben replegarla ante el sórdido espectáculo de los poderes desnudos que acechan por doquier. Banqueros desaforados, amenazas de invasiones a Venezuela, trolls desbocados que siguen tecleando excrecencias, utilización de consignas de “libertad y derechos humanos” para enmascarar un nuevo golpismo que

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Paradojales resultados de una “fake news”

Fuente: Atilio A. Boron | Blog de Atilio A. Boron Fecha: 16 de julio de 2020 (Por Atilio A. Boron) Ayer por la tarde Clarín y La Nación titulaban su edición digital con grandes caracteres celebrando el pronunciamiento del gobierno argentino en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU reunida en Ginebra. Engullendo sin la menor perspicacia la noticia -incompleta y tendenciosa, y por lo tanto falsa- difundida por la “prensa independiente” la dirección del PRO no tardó en emitir una declaración en donde “felicitaba” al gobierno argentino por su “reconocimiento, tardío pero correcto, sobre la gravísima situación venezolana.” El comunicado titulado “Mejor tarde que nunca” fue firmado por Patricia Bullrich y Fulvio Pompeo (no confundir con Mike, el Secretario de Estado, aunque uno y otro piensen igual) culmina con una exhortación al gobierno para que sostenga esta actitud “en el tiempo, en los distintos ámbitos políticos y diplomáticos existentes, con el fin de apoyar un proceso que permita sin más demora la celebración de elecciones libres e independientes en Venezuela.” En este caso la verdad a medias que creó la “fake news” engañó y les hizo pasar un papelón a quienes son sus incansables promotores. En efecto, a poco andar se conoció la versión completa de la postura argentina en donde se ratificaba: a) el reconocimiento de Nicolás Maduro como el único presidente legítimo de Venezuela; b) la legalidad del llamado a elecciones parlamentarias convocadas por el gobierno bolivariano para diciembre de este año; c) se reafirmaba la condena al bloqueo y las sanciones económicas, que exacerbaban los sufrimientos de la población; d) y se hacía lo propio con el principio de no intervención tema sobre el cual, en el programa de Víctor Hugo Morales por la AM 750, el presidente reafirmó que nadie tenía derecho a decirle a los venezolanos como debían arreglar sus problemas. “Ni yo, ni Trump, ni nadie” sentenció, para desconsuelo de una derecha colonizada que sí le asigna ese derecho al presidente de Estados Unidos. Además, en la entrevista Fernández recordó la frustrada intervención de José Luis Rodríguez Zapatero para normalizar el proceso electoral en Venezuela y que fue saboteada, a último momento y cuando estaba todo resuelto, por la actitud antidemocrática de la oposición. El resultado: una fake news que le jugó una mala pasada a la derecha. Para colmo, con sus aclaraciones en el día de hoy, el presidente se alejó aún más del Grupo de Lima al que juzgó como irrelevante e irrepresentativo; y descalificó explícitamente -y llamándolo por su nombre- los presuntos derechos que el ocupante de la Casa Blanca esgrime para inmiscuirse en los asuntos internos de Venezuela. Reafirmó también su rechazo al golpe y la dictadura en Bolivia y el compromiso de la Argentina con el ex presidente Evo Morales y cuantos bolivianos busquen asilo en este país. Dos conclusiones surgen de este episodio: primero, que es imprescindible alinear a la Cancillería con las posturas de la Casa Rosada. No hay que ser un lince ni capaz de ver bajo el agua para percatarse que las melodías que resuenan en el Palacio San Martín no gozan del agrado del presidente. Y para jugar un papel positivo en el concierto regional o internacional este país tiene que tener una política exterior, no dos, y evitar que el presidente tenga que salir a aclarar ante los medios qué fue lo que hizo o dijo la Cancillería. Segunda conclusión: la Argentina podría haber ido un poco más lejos en su intervención en Ginebra. Por ejemplo, cuestionando la imperdonable –y permanente- omisión que Michelle Bachelet hace del tema de las sanciones económicas y el bloqueo a Venezuela cada vez que examina la situación de los derechos humanos en ese país. Podría también haber manifestado su insatisfacción ante el hecho de que la funcionaria no hubiese utilizado la misma vara para juzgar el criminal accionar de las fuerzas policiales en Chile, con sus casi cuatrocientas personas que quedaron ciegas o perdieron un ojo, amén de las mujeres violadas y los miles de detenidos y la treintena de muertos durante la represión; o señalar la incongruencia de hablar de “tortura y malos tratos y la violencia de género” a manos de las fuerzas de seguridad en un continente en donde el maltrato (que no siempre es tortura) y la violencia de género son pan de cada día, incluyendo a la Argentina. Pese a ello a esa señora sólo le preocupa lo que pueda ocurrir bajo el gobierno de Nicolás Maduro al paso que ignora las masivas violaciones de los derechos humanos perpetradas en Chile por el régimen de Piñera o en la dictadura boliviana. Podría también el gobierno argentino haberle solicitado que tornase su inquisitiva mirada hacia la vecina Colombia en donde según la agencia EFE, nada sospechosa de simpatías chavistas, el gobierno de Iván Duque fue responsable o cómplice del asesinato  de 100 activistas sociales y políticos entre el 1º de enero y el 15 de mayo de este año.* Pero Bogotá es un proxy del gobierno de Estados Unidos y Bachelet, en su papel de sumisa sirvienta de la Casa Blanca, ni se le pasa por la cabeza hacer tal cosa y prefiere lanzar sus dardos contra la República Bolivariana en lugar de hacerlo contra el narcogobierno colombiano. En fin, haciendo las sumas y las restas, gracias a la “fake news” de Clarín y La Nación la política del gobierno argentino hacia Venezuela quedó dibujada con perfiles más nítidos y esperanzadores. Y esto es una buena noticia. *https://www.efe.com/efe/america/sociedad/sube-a-100-la-cifra-de-lideres-sociales-asesinados-en-colombia-2020-dice-ong/20000013-4248539

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Misión imposible en Ecuador

Fuente: Alfredo Serrano Mancilla | Celag.org Fecha: 16 de julio de 2020 ¿Se imaginan utilizar una vacuna que todos saben que es incapaz de curar? Según el método científico, cualquier experimento probado un cierto número de veces sin resultados satisfactorios queda refutado e invalidado. Y deja de tener sentido volver a ensayarlo. Sin embargo, en la política latinoamericana contemporánea, esta premisa tan básica no es aceptada mayoritariamente por muchos gobiernos conservadores, que se empeñan una y otra vez en procurar hacer desaparecer una identidad política mediante un ataque sistemático por la vía judicial, mediática, económica, internacional, política y electoral contra su principal figura. A pesar de los incesantes intentos, los resultados continúan siendo infructuosos. Entre los muchos ejemplos disponibles de esta reiterada ofuscación está el caso de Ecuador. Han sido más de tres años ininterrumpidos de persecución contra Rafael Correa: dos procesos en etapa de juicio (Balda, Sobornos), a lo que habría que añadir alrededor de 30 investigaciones previas abiertas y pendientes (declaradas como “reservadas” en la propia Fiscalía); infinitas portadas y titulares en su contra de los medios más grandes del país (Teleamazonas, Ecuavisa, El Comercio, El Universo); apropiación de las siglas del movimiento Revolución Ciudadana; intentos múltiples de proscripción electoral del nuevo partido (Compromiso Social); y, cómo no, no quieren permitirle que se presente como candidato a ningún cargo posible en la próxima cita electoral, que tendrá lugar en febrero del año próximo. Y después de los múltiples intentos para erosionar y desgastar la figura de Correa, de estigmatizarlo negativamente, definitivamente no han logrado hacer que desaparezca de la centralidad de la política ecuatoriana. No aprendieron ni un ápice de la experiencia contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina durante los cuatro años macristas; se olvidaron que esa misma estrategia tuvo un efecto bumerán, que condujo al desenlace lo que ya todos conocen: un Frente de Todos ideado por la lideresa argentina que acabó ganando las elecciones el pasado octubre, y con ella como vicepresidenta. En el caso ecuatoriano, se viene replicando el mismo manual, pero adaptado a su episteme local. Desde el inicio, este fue el principal punto de acuerdo entre el presidente Lenín Moreno y su Gran Alianza, conformada por partidos de la derecha ecuatoriana (Partido Social Cristiano, Movimiento Creo), las cámaras empresariales, la banca y los grandes de medios de comunicación; y con la bendición de ciertos poderes internacionales. Hicieron todo lo posible, pero hasta el momento la misión resulta imposible. Correa a día de hoy sigue siendo la principal fuerza electoral y política, como lo certifican todas las encuestas publicadas en el país. Cuando se pregunta por “el candidato de Correa” de cara a la contienda presidencial, siempre sale como la primera opción. En estos años, la mala administración económica empobreció a la ciudadanía; hubo gran inestabilidad institucional -hasta el punto de tener cuatro vicepresidentes en este periodo-; la deficitaria gestión de la pandemia causó muchas muertes y mucho dolor. Y es que el sol no se puede tapar con un dedo. El fracaso del gobierno conjunto de Lenín y la Gran Alianza no puede esconderse echándole la culpa a Correa al mismo tiempo que se le persigue judicialmente. Intentarlo es asumir que la gente es tonta y, evidentemente, esto no es así. Muchas veces se asume erróneamente que un vaivén electoral implica que se borre totalmente la huella que deja un largo periodo de gobierno progresista. De hecho, en el caso ecuatoriano, ni siquiera Correa perdió las elecciones. Las ganó el correísmo con un programa electoral no neoliberal. La gente votó esa opción y luego fue Lenín quien tomó la dirección contraria. La mayoría ciudadana todavía recuerda con anhelo las mejores condiciones de vida en la era correísta, así como la gran transformación en cuanto a infraestructura. Seguramente no todo fue visto con buenos ojos, como ocurre en cualquier Gobierno, pero lo que sí es cierto es que el saldo de su gestión fue positivo, y aún lo es más si lo comparamos con estos años tan difíciles para la ciudadanía ecuatoriana. Correa todavía nuclea la política ecuatoriana. Pero sabe que no estará solo en la próxima disputa electoral presidencial de febrero del 2021. Todos irán contra él. Seguramente, el fenómeno político-electoral del voto útil en su contra se activará en los últimos meses de campaña. Y por esa razón se crea un frente progresista que amplíe las fronteras que tiene el propio correísmo: Unión por la Esperanza (UNES), que aglutina un gran conjunto de organizaciones sociales, campesinas, indígenas (Foro Permanente de Mujeres Ecuatorianas, Confederación de Pueblos y Organizaciones Indígenas Campesinas del Ecuador, Fuerza Rural y Productiva, Coalición Nacional por la Patria, Frente Patriótico Nacional y SurGente). La mesa está servida para decidir el futuro del Ecuador en los próximos años. A un lado, está la estrategia continuada de destrucción del correísmo sin resultados a la vista, y que ahora goza de poco tiempo para reinventarse; que debe elegir si continúa erre que erre con la “obsesión Correa” o si finalmente opta por plantear alternativas en positivo, tanto al correísmo como al desastre que ha supuesto el Gobierno de Lenín Moreno. El principal referente de este bloque es Otto Sonnenholzner (hasta hace poco vicepresidente), aunque también está el banquero Guillermo Lasso. Y al otro lado está la coalición UNES, que es una suma de espacios progresistas, agrupados por el rechazo al neoliberalismo en todas sus expresiones, en el que están el correísmo y otros muchos sectores de la sociedad. La estrategia de invisibilizar al correísmo no solo no funcionó, sino que además lo viene transformando en un espacio más amplio.

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A pesar de la presión de los progresistas, no hay cambios importantes en la plataforma demócrata sobre Israel

Fuente: RON KAMPEAS | Jewish Telgraphic Agency  (JTA) Fecha: 16 de julio de 2020 WASHINGTON (JTA) – Los centristas en el comité de redacción de la plataforma del Comité Nacional Demócrata neutralizaron a los progresistas que querían que la plataforma condenara la ocupación israelí de Cisjordania. La plataforma 2020 solo alude a la ocupación, preserva la ayuda de defensa de Israel y rechaza el movimiento para boicotear a Israel. Pero sí advierte contra la anexión, la medida que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu está considerando para partes de Cisjordania. La plataforma aún no se ha lanzado públicamente, pero la Agencia Telegráfica Judía obtuvo notas de alguien a quien leyeron la parte de Israel de la plataforma por teléfono. La fuente de JTA solicitó permanecer en el anonimato para mantener la confidencialidad del funcionario que proporcionó la información. El lenguaje, aprobado por el comité de redacción, debe ser afirmado por un comité de plataforma más grande, pero en general ha habido pocos cambios en el lenguaje una vez que el comité de redacción da su aprobación. Los principales progresistas del partido, incluidos el senador Bernie Sanders de Vermont y la representante Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, han pedido recortes en la asistencia de defensa si Israel continúa con la anexión. Y también hubo un esfuerzo concertado, liderado por, entre otros, J Street, el grupo político liberal judío sobre Medio Oriente, para que la plataforma mencionara la ocupación, en parte porque Netanyahu parece estar más cerca que nunca de anexionarse partes de Cisjordania. Pero al igual que lo hicieron en 2016, los centristas rechazaron las posiciones de los progresistas y solo aludieron a la ocupación, advirtiendo tanto a israelíes como a palestinos que no tomen medidas unilaterales, incluida la «anexión», y diciendo que Israel no debe expandir los asentamientos. «Estamos muy preocupados de que el borrador aparentemente no haga referencia a la ocupación en curso del territorio palestino por parte de Israel», dijo J Street en un comunicado. «Reconocer y oponerse a las indignidades e injusticias diarias que enfrentan los palestinos bajo la ocupación es un paso indispensable en el camino para promover y lograr un acuerdo de paz viable y duradero entre israelíes y palestinos que pueda satisfacer las necesidades y aspiraciones fundamentales de ambos pueblos». Hubo asentimientos para pedir que la plataforma tratara a los palestinos de manera más equitativa que en el pasado; plataformas anteriores a veces apenas han mencionado a los palestinos. La nueva plataforma reconoce las aspiraciones legítimas de ambos pueblos. Además, los $ 3.8 mil millones que Israel recibe anualmente en asistencia de defensa siguen siendo sacrosantos en la plataforma. «Los demócratas creen que un Israel fuerte, seguro y democrático es vital para los intereses de Estados Unidos», dice la plataforma. «Nuestro compromiso con la seguridad de Israel, su ventaja militar cualitativa y su derecho a defenderse», así como el memorando de entendimiento de la administración de Obama de 2016 que establece la cifra de 3.800 millones de dólares «son irrefutables». La plataforma también rechaza enérgicamente el BDS, o el movimiento para boicotear a Israel debido a la ocupación, y las medidas de las Naciones Unidas dirigidas a Israel. «Nos oponemos a cualquier esfuerzo por deslegitimar a Israel en las Naciones Unidas, o mediante el movimiento global de Boicot, Desinversión y Sanciones que apunta específicamente a Israel», dice la plataforma, al tiempo que reconoce los derechos de libre expresión, un guiño a los demócratas que se oponen a BDS pero también se oponen leyes estatales que penalizan el BDS. Por lo general, las plataformas se lanzan en las convenciones del partido, y el Partido Demócrata se programó originalmente para esta semana. Se retrasó hasta el próximo mes debido a la pandemia de coronavirus. Mientras un comité redacta la plataforma, el candidato presidencial, que se espera que este año sea Joe Biden, generalmente juega un papel importante. Eso significa que el lenguaje de las Naciones Unidas, en particular, probablemente distancia a Biden de uno de los actos finales de la administración Obama, lo que permitió a través de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que se condenara la ocupación de Israel en Cisjordania. Además, Biden ha dicho que el área donde resistiría la influencia de Sanders era la política exterior, y parece haberlo hecho cuando se trata de Israel. No está claro que Sanders, que se postuló en las primarias presidenciales y fue la amenaza más seria para la nominación de Biden, presionó para que se cambiara de política sobre Israel. Cuando Sanders reconoció a Biden, los dos hombres tuvieron una reunión en línea y Sanders presionó fuertemente por cambios progresivos en seis áreas políticas, ninguna de las cuales tenía que ver con la política exterior. El Consejo Democrático Judío de América dio la bienvenida a la redacción. «JDCA se enorgullece de haber brindado su opinión al comité de redacción de la plataforma del Partido Demócrata», dijo su directora, Halie Soifer. «Estamos muy contentos de ver que esa plataforma continuará con el apoyo de los demócratas a Israel, su asistencia de seguridad de acuerdo con el memorando de entendimiento y una solución negociada de dos estados para el conflicto palestino israelí». Traducción: Dardo Esterovich

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Peligrosos y falsos dilemas

Fuente: Carlos Heller | Tiempo Argentino Fecha: 5 de julio de 2020 El sitio web de Naciones Unidas detalla los resultados de la pandemia del Covid-19: “más de diez millones de infecciones y medio millón de muertos”. Allí se llama a reflexionar sobre el progreso que se ha logrado y las lecciones aprendidas, y a comprometerse a hacer todo lo posible para salvar vidas. Según la ONU, “con ideología política y sin hacer caso a la ciencia no se va a vencer al Covid-19”. Una frase que echa por tierra algunas discusiones que se tratan de instalar en Argentina y en el mundo. En este marco, la cuestión de los supuestamente “cuarentenistas” y los “anticuarentenistas” constituye una presentación falsa —y peligrosa— por donde se la mire. El tema es si se deja que la pandemia avance, y con ella los estragos sobre el conjunto de la población, o si se privilegia cuidar la vida de la ciudadanía, en un contexto en el que hay que optar por las soluciones “menos malas”. Son dilemas que se intentan construir también alrededor de otros temas importantes, como es el caso de la deuda. Aquí están los que desean arreglar “como sea”. El gobierno ha dado sobradas muestras de que quiere llegar a un arreglo, sin dejar de lado la idea de la sostenibilidad de la deuda. Dilemas que tratan de correr el eje de lo importante y que intencionadamente no reparan en el hecho de que la pandemia pega más en los sectores más vulnerables, los de menores ingresos. Según UNICEF, en un estudio sobre Argentina, si en el segundo semestre de 2019 la pobreza afectaba al 53% de los/las niños/as, podría escalar al 58,6% hacia fines de 2020. Números que no encuentran adjetivo. En tanto, la OIT acaba de señalar que a nivel mundial se ha destruido en el segundo trimestre del año el equivalente a 400 millones de puestos laborales en todo el mundo y que América Latina perdió 47 millones de puestos de tiempo completo. Según la OIT las medidas que se tomen para remediar el problema moldearán el futuro del mundo del trabajo “más allá de 2030”. Por eso el gobierno ha estado muy presente con diversas medidas y resoluciones y, con buen criterio, también ha comenzado a trabajar en las medidas post pandemia. Por ejemplo, en la semana, la Secretaría de Comercio Interior anunció la prórroga del esquema de precios máximos hasta el 30 de agosto, incluyendo alimentos, bebidas, artículos de higiene y limpieza, que deberán mantener los valores del 6 de marzo último. El plazo podrá ser prorrogado en atención a la evolución de la situación epidemiológica. A su vez, se contempla la posibilidad de establecer nuevos precios máximos, sujetos a las condiciones que dicha subsecretaría establezca, “en aquellos casos en los que se acrediten debidamente variaciones en las estructuras de costos que afecten sustancialmente la situación económica financiera de los sujetos alcanzados por la aludida norma, con posterioridad al día 6 de marzo de 2020”. No deja de ser una resolución valorable. Además, se nutre del espíritu de la Ley 26.991, de Nueva Regulación de las Relaciones de Producción y Consumo, sancionada en 2014, que entre otras cuestiones habilita el acceso de las autoridades a la cadena de costos y valor para comprender la dinámica de la formación de los precios internos. Cuestiones que son válidas más allá de esta crítica coyuntura, y esenciales a la hora de ir avanzando hacia una nueva normalidad. Pensando hacia adelante El gobierno ya se encuentra trabajando en los lineamientos centrales del Presupuesto 2021, que dan el marco para la estrategia pos pandemia. A la recesión de 2020, por ahora imposible de cuantificar, hay que sumarle toda una cantidad de emergencias que ya se heredaban. Las prioridades, según surge del Informe de Avance enviado al Congreso por el ministro Guzmán, “estarán enfocadas en recuperar las fuerzas productivas, luego del impacto de la pandemia Covid-19 y consolidar la construcción de un modelo de desarrollo económico inclusivo y sustentable que logre potenciar las capacidades productivas, la utilización de la mano de obra bajo condiciones de trabajo dignas y con derechos y, así, mejorar la condición de vida de todos y todas los habitantes. Ese desafío requerirá un proceso de transformaciones no sólo respecto al fallido esquema económico del periodo 2016-2019 sino también a lógicas de funcionamiento de la economía argentina que, a pesar de los avances logrados entre 2003 y 2015, se presentan como limitaciones estructurales al desarrollo nacional”. Ejes que son absolutamente coherentes con el mandato otorgado por la ciudadanía en las urnas y que, como dice el texto, en materia productiva, darán especial impulso a las MiPyMEs; canalizarán los excedentes monetarios generados durante la situación extraordinaria de la crisis Covid-19 a la reinversión productiva y al ahorro en moneda nacional. O que irán detrás de un “sistema tributario más progresivo y al servicio de la inversión productiva”. El avance del Presupuesto postula la transformación de cuatro aspectos estructurales de la economía argentina: 1. impulsar un cambio para lograr una estructura productiva distinta, congeniando “la persecución de ganancias individuales por parte del sector privado con la creación de empleo de calidad y la generación genuina de divisas”. 2. “aumentar el empleo y fortalecer la inclusión y generación de oportunidades para las y los argentinos”. 3. Se requiere “una intervención activa y multidimensional por parte del Estado” y 4. “El Estado debe generar las discusiones y los ámbitos institucionales necesarios para lograr un diálogo social plural y democrático”. En una reciente propuesta de la UIA se abona en políticas que coinciden en varios aspectos. El documento sostiene que “para la economía argentina, esta crisis (la originada por la pandemia) agrava los problemas preexistentes. La transición hacia la «nueva normalidad» estará atravesada por el impacto económico de la pandemia y la vulnerabilidad económica que se arrastra de la fase previa”. También propone “una política monetaria que fomente el ahorro en moneda local y busque gradualmente salir de los controles y regulaciones cambiarias; una política cambiaria

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Estatuas rotas

Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la Luna Fecha: 5 de julio de 2020 En las últimas semanas se escuchó el sonido de estatuas destrozadas y pedestales quebrados. Activistas enemigos de las herencias coloniales ataron cuerdas y cadenas en los cuellos de bronce de épocas despreciables. La irritación de los manifestantes se inició con el asesinato de George Floyd, pero su onda expansiva se desplazó hacia las representaciones de los victimarios de los pueblos originarios, curiosamente coincidentes. El 25 de mayo último, en Minneapolis, se inició una protesta social multitudinaria que cubrió el territorio de los Estados Unidos pero que luego se extendió hacia otras ciudades del mundo. El contexto del  distanciamiento social no impidió que cientos de miles de personas se congregaran para revelar su hartazgo respecto a un sistema que necesita de la discriminación para su autopreservación. Cuando Covid-19  se transformó en una pandemia, muchos analistas se preguntaron sobre sus posibles consecuencias y sobre cuáles serían los actores sociales colectivos que influirían en sus efectos y secuelas. Apenas tres meses después se advierten algunas respuestas. El virus dejó al desnudo diferentes superficies infectadas del engranaje neoliberal, pero la pausa global no logró disimular algunas de sus partes constitutivas, sobre las que fundan la cultura racialista de la modernidad. El supremacismo, más o menos explícito, es una condición de posibilidad del entramado neoliberal. Sus beneficiarios se han postulado históricamente como los promotores de una etapa racional y sensata de la civilización. Para justificar su continuidad como redentores de la humanidad han apelado a la naturalización del sometimiento y a la sacralización de sus ornamentos urbanos, emplazados como adorno pero también como dispositivo de advertencia y disciplinamiento. Las movilizaciones que terminan destruyendo monumentos, que los vandalizan, manchan o que llevan a cabo intervenciones sobre ellos están desafiando la argamasa simbólico-cultural sobre la que se sustenta el orden social. Su malestar se orienta a rechazar tanto su impronta bélica como su persistencia represiva. La primera fase de la movilización social, convocada para repudiar el asesinato de Floyd, consistió en desplegar consignas contra la desvalorización de la vida de los afrodescendientes. La segunda etapa cuestionó las estatuas de los referentes esclavistas ligados a la Guerra de Secesión de mediados del siglo XIX y a sus traficantes de esclavos asociados. El último movimiento de protesta se aglutinó en torno a las representaciones imperiales expresadas por la imagen de Cristóbal Colón. En Boston, una estatua del marino italiano fue decapitada en rechazo al sufrimiento causado a los pueblos originarios. En la ciudad de Bristol, en el Reino Unido, el monumento que recordaba  al esclavista Edward Colston fue arrojado al río Avon. Las manifestaciones que se suceden desde hace más de mes tendrán sin duda consecuencias en la campaña electoral estadounidense, de cara a los comicios de noviembre próximo. Sin embargo, quienes agitan la consiga de Las vidas de los negros importan (Black Lives Matter) no objetan únicamente un presente electoral. Advierten una realidad disimulada y/o escondida: que la población afrodescendiente es la minoría más golpeada por el desempleo, que sufren los más altos índices de encarcelamiento y que es la más castigada por la epidemia de las adicciones. Además, la respuesta al crimen contra Floyd no se agota en el antirracismo. Se amplía hacia otras expresiones recónditas del sometimiento: contra las representaciones de quienes instauraron la comercialización de seres humanos y contra quienes se enriquecieron con la acumulación de riqueza generada por el trabajo esclavo. Superhéroes esclavistas Como contrapartida, los grupos hegemónicos herederos y beneficiarios de la lógica supremacista –hoy devenidos en rentistas de los esquemas financieros– intentan preservar la memoria de sus ancestros, los mercaderes de carne humana, porque de esa rememoración  también depende la continuidad de su identidad legitimada. Son conscientes de que su perdurabilidad como grupo también depende de que se cuestione lo menos posible la impunidad de la dominación, en todas de sus formas. Con ese cometido, para impedir la continuidad de este desorden subversivo, el Presidente Donald Trump ha firmado una orden ejecutiva en la que se prohíbe destruir monumentos, dado que forman parte de los contenidos fundacionales de la sociedad estadounidense. Efectivamente: para que la lógica imperial pueda perpetuar su rol de gendarme planetario –esbozan los indignados defensores de las estatuas– deben preservarse los lazos históricos que vinculan y actualizan el permanente énfasis guerrerista. Gran parte de los monumentos atacados por los manifestantes, advierten las organizaciones de Derechos Humanos, fueron emplazados con posterioridad a la Guerra Civil (1861-1865), con el explícito objetivo de someter culturalmente a la población afrodescendiente, garantizar la continuidad de su segregación y desvalorizar la libertad recientemente obtenida. A mediados de junio la senadora estatal de Virginia Mamie Locke explicó el malestar de la comunidad negra respecto a determinado mobiliario urbano: “Esas estatuas no fueron erigidas para hablar sobre la realidad de la historia. Fueron erigidas para decirme a mí y al resto de los afrodescendientes que ‘sus vidas realmente no me importan’”. La bandera de la Confederación –que funciona como divisa para los grupos supremacistas– sirve para humillar a los descendientes de esclavos con el objetivo de impedirles abandonar la actitud de resignación y subordinación introyectada por los mercaderes. Sus integrantes son homólogos a quienes defienden la portación de armas de guerra para usos civiles. Son parientes también de los que desprecian a los inmigrantes y que resguardan el espíritu militarista que legitima bombardeos e invasiones. Estos defensores del orden consideran que es ignominioso destrozar iconografías urbanas porque suponen una afrenta contra su  identidad. Se resisten a aceptar que muchos transeúntes se ven obligados a observar –como si fuesen altos dignatarios o próceres– a los torturadores y asesinos de sus antepasados. Entre 1870 y 1930 se difundieron por América del Norte y Europa los zoológicos itinerantes humanos. El objetivo, presentado con ánimo antropológico, permitía observar detenidamente a quienes se definía como criaturas diferentes –procedentes de África y otras regiones periféricas–. En 1958, durante la denominada Exposición Universal de Bruselas, se montó el último zoológico de personas en el que se exhibió (para la educación y diversión de

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