Fuente: Eduardo Aliverti | Marca de Radio Fecha: 27 de marzo de 2021 ¿No debería ser más habitual la práctica de analizar algunas situaciones a la luz de cómo serían si se plantea o ejecuta su reverso? De dejarse llevar por tantas voces que arguyen serios problemas e incluso una ruptura definitiva entre los Fernández, entre Cristina y Guzmán, entre Guzmán y Kicillof, entre Kicillof y La Cámpora, entre La Cámpora y los funcionarios que no funcionan, y así sucesivamente, estaríamos en primer lugar ante un Gobierno atado con alambre que, casi, sólo podría sobrevivir gracias a una oposición símil adefesio. Pero al margen de eso último, que no resiste dedicarle medio segundo, está aquello de atender argumentaciones de signo opuesto estrictamente en base a datos capaces de dejar certezas o preguntas elementales. Como es norma cuando aparece Cristina, para el caso a raíz de uno de los recordatorios por el 24 de marzo, el país periodístico completo corrió detrás de ella para reafirmar su admiración o putearla sin descanso. A esta altura, y no es una originalidad ni una chicana, resulta casi inconcebible cómo se las arreglarían ciertos colegas, para hablar y escribir, sin hablar y escribir de Cristina. Una cosa es el odio que le profesan y otra es que ella sea el único vector de sus comentarios. Es como si no pudieran, de ninguna manera, disponer no ya de una mayor estatura analítica, sino de unos pocos y mejores recursos estético-narrativos. Por cierto, y si es por estos días en particular, vale lo mismo con las horas y horas, y líneas y líneas, y gestos y gestos, que prensa adicta al oficialismo le dedicó al zoom de Macri con cara de dormido, y al fondo de imagen con su esposa en pijama mirando el celular. Una cosa es boludear en las redes y otra que se le otorgue semejante espacio profesional a tamaña boludez. El término “recordatorio” asoma esencial para definir la intervención de Cristina o de quien hubiere sido, porque justamente se trató –y trata, siempre– de recordar que el golpe del ‘76 tuvo el objetivo primario de imponer por el terror de Estado un modelo económico antipopular, salvaje, cipayo. Pasa que ella empalmó el recordatorio del porqué con las responsabilidades y culpas de los permanentes propagandistas de, entre otras delicias, arreglar con el FMI a como sea. Y, madre del borrego, pasó que le dijo al Fondo que no tenemos plata para pagarle convencionalmente la bestialidad dejada por Macri, en medio de que el ministro de Economía estaba en Washington empezando a negociar con el organismo. No hubo más. Los voceros del establishment dictaminaron la enésima enajenación de una loca corrupta que, entretanto el voluntarioso y stiglezco de Guzmán estaba en uno de los planetas de las finanzas mundiales, lo mandó abajo de un camión avisándole al Fondo que no hay cómo afrontar la deuda salvo con las chances nuestras. Vayamos, entonces, a la hipótesis contraria de qué sucedería si la voz argentina se mostrara sumisa. ¿Cuándo se vio que en una negociación sólo concurra la imagen del policía bueno, entregado de movida? ¿Cuándo pasó que agacharse con el Fondo redundara en algo que no fuese que el Fondo estrangule? ¿Cuándo sucedió que muestras exclusivas de buena voluntad, con significantes de la rapiña político-financiera, hayan sido significados de misericordia? ¿Están hablando en serio de que haberse ido del Grupo de Lima, esa cabecera de playa de Estados Unidos para desembarcar en Venezuela, perjudica gravemente las probabilidades argentinas de llegar a un acuerdo con el FMI? ¿Hablan en serio de que la Casa Blanca tiene a Argentina entre sus principales prioridades geopolíticas? Siendo que tampoco es cuestión de minimizarse o de perder de vista paradigmas como el de Grecia, que terminó sojuzgada ante la Europa central, y más precisamente Alemania y precisamente por obedecer (aunque Argentina es mucho más que Grecia por el volumen de su economía y su incidencia continental), nadie niega que tenemos problemas complicados. No se niega que el Fondo apretará; ni que a esos efectos dan lo mismo gobiernos republicanos y demócratas; ni que Guzmán ya discutió aquí que debe presentarse un programa de solvencia fiscal; ni que ya se “consensuó” la respuesta de que eso no debe ser a costa de otro ajuste contra los que ya se ajustaron; ni que esa discusión se saldó, por ejemplo, a favor de que las tarifas de los servicios públicos no aumentarán según las pretensiones de las empresas. Nada de todo eso implica que haya un quiebre en el frente gobernante ni, muchísimo menos, que alguna figura o sector de esa coalición no tenga claro que la base, lo innegociable, es que no se rompa. Y que, dentro de las limitaciones de un país acogotado, la dirección se define por la negativa a seguir cargando peso en los más humildes. De allí para abajo, pueden sobrar los cuestionamientos. Tomado aleatoriamente, continúa faltando la centralización informativa en lo que, al parecer, es pandemia agravada. Seguirá ocurriendo que el Gobierno es un despelote comunicacional en ese sentido, a veces como causa y no consecuencia de sus dudas políticas y, otras veces, porque simplemente no sabe o no quiere ensamblar sus notificaciones (¿cómo es posible que, diariamente o a cada rato, no sepan articular la información sobre llegada de vacunas, graderío de amenazas sobre “la segunda ola”, probabilidad de cuáles restricciones? ¿Por qué hablan todos a la vez, como si tratara de volcar ansiedades personales?). Es una hijaputez, o una pésima lectura política, colegir que ese tipo de deficiencias son demostración de gobierno quebrado, inútil, en parálisis total. Y es una o ambas cosas pretender la apatía de callarse. ¿Para qué se tiene un gobierno que, con todas las contradicciones propias de un frente político armado al quedar evidente la necesariedad de sacarse de encima a Macri, y con todos sus entrecejos ejecutivos, vino a decir que la política tiene un lugar en la mesa de discusión? ¿Cuál es la contraria? ¿Regodearse con los errores de cálculo en la provisión de