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Lenin hoy

Fuente: Emir Sader (*) | Alainet Fecha: 24 de abril de 2020 En el 150 aniversario del nacimiento de Lenin, un artículo sobre su actualidad. La actualidad del pensamiento de Marx es incuestionable. Sus análisis del capitalismo son más actuales que nunca.  Según la definición precisa de George Lukacs, «lo que es ortodoxo en el marxismo es la dialéctica». Es decir, la actualidad del pensamiento de Marx es la actualidad de la dialéctica, del método de pensamiento que hace posible aprehender la realidad concreta con todas sus contradicciones. ¿Podemos decir lo mismo sobre el pensamiento de Lenin? ¿Sus análisis le permiten extraer de ellos métodos para enfocarse en la realidad que perdura en el tiempo? En resumen, ¿qué tan actual es el pensamiento de Lenin? El pensamiento de Lenin siempre ha estado estrechamente relacionado con la Revolución Rusa, con la construcción de la estrategia de los bolcheviques, por lo que no es fácil disociarlo de esas circunstancias concretas. Él mismo siempre indicó el «análisis concreto de la realidad concreta» como el objetivo de sus enfoques. Él desarrolló el análisis más impresionante de la realidad concreta de un país con «El desarrollo del capitalismo en Rusia». No era suficiente afirmar que Rusia estaba integrada en el sistema capitalista mundial. Era necesario comprender las formas de reproducción del capitalismo en un país asiático atrasado, en sus condiciones de subordinación a los poderes económicos europeos. Esta es la primera lección que aprender de Lenin: el análisis concreto de situaciones concretas es lo que permite superar el dogmatismo y aprehender las condiciones en las que se actuará políticamente. Sin embargo, el aspecto más importante de la obra de Lenin fue su comprensión de que el capitalismo estaba entrando en una nueva fase en su historia: la fase imperialista. Marx fue el mayor teórico de la transición del capitalismo a su fase industrial. Lenin fue el mayor teórico en la transición del capitalismo al imperialismo. «El imperialismo, etapa superior del capitalismo» es el trabajo fundamental en el que Lenin señala el paso del capitalismo a una nueva fase y las consecuencias políticas que resultan de ese movimiento. Lenin inicialmente descubrió que el capital industrial había sido reemplazado por capital financiero. Este no es solo el capital bancario, sino también el resultado de la fusión de los monopolios, que a su vez se infiltran en todos los ámbitos de la sociedad. Desde un punto de vista económico, los monopolios reemplazan a la libre competencia. La definición leninista del imperialismo tiene cinco características fundamentales: a. Concentración de producción y capital. Elemento decisivo: el monopolio. b. Fusión de capital bancario e industrial: constitución de una oligarquía financiera. c. Exportación de capital (y no solo la exportación de bienes). d. Formación de monopolios de potencias internacionales, que dividen el mundo en zonas de influencia. e. Realización final del reparto territorial del mundo por las grandes potencias capitalistas. Lenin también agrega el carácter parasitario del capital financiero, así como que la exportación de capital se realiza en detrimento del país que lo exporta. De este conjunto de transformaciones, Lenin extrae importantes consecuencias políticas, que permiten comprender el mundo, más allá de las predicciones de Marx. Marx predijo que el socialismo probablemente surgiría en el centro del capitalismo, donde el mayor desarrollo de las fuerzas productivas tenía como una de sus consecuencias la mayor maduración de la lucha y las contradicciones de clase. El proletariado, a su vez, sería una expresión, en estos países, de grados de conciencia de clase, organización y fuerza política incomparablemente mayores que en los países de la periferia del sistema. Un carácter más intenso de las contradicciones de clase y la lucha de clases correspondería a la constitución más completa de las clases sociales. Así, el socialismo tendría las condiciones objetivas y subjetivas más favorables en los países del centro del capitalismo, en Europa Occidental, más específicamente, en aquel momento histórico. La historia tomó caminos diferentes de los predichos por Marx. El sistema capitalista se rompió primero en la periferia, en Rusia, y las rupturas continuaron no de regreso al centro, sino en la dirección más periférica hasta ahora: en China, en Vietnam, en Corea, en Cuba. ¿Por qué este cambio del centro a la periferia tuvo lugar como los eslabones más débiles de la cadena capitalista? Lenin logra explicar este giro político de dimensiones estratégicas y sus consecuencias, con los nuevos desafíos que plantea. Por un lado, dice Lenin, los países imperialistas explotan a los países de la periferia, distribuyen parte de lo que obtuvieron en esta exploración con su clase trabajadora. Como consecuencia, los efectos de la explotación de la clase obrera en los países imperialistas, que de alguna manera comparten esa explotación, disminuyen la intensidad de las contradicciones de clase, formando una especie de aristocracia que operaría en los países en el centro de los sistemas imperialistas. Por otro lado, como contrapartida, se aumenta la explotación de los países colonizados y dominados por las potencias imperialistas. La intensidad de la lucha de clases disminuye, por ejemplo, en Inglaterra, ya que redistribuye una parte de lo que explota de colonias como India y China, mientras que las contradicciones nacionales y de clase se intensifican en estos países periféricos. Fue a través de este mecanismo que el eslabón más débil de la cadena imperialista se trasladó a la periferia del sistema, promoviendo la ruptura representada por la Revolución Rusa. Rusia se había convertido en el eslabón más débil de la cadena imperialista, por haber sido víctima del dominio de las potencias europeas, mientras experimentaba una situación de atraso interno y, además, había sido derrotado en la guerra contra Japón, a principios del siglo pasado. Pero, ¿qué cambia con el paso del eje de las luchas anticapitalistas del centro a la periferia? ¿Con ello se ha superado el punto de vista de Marx o hubo simplemente un cambio de los términos de las contradicciones en escala mundial? Lenin logra nuevamente responder a las nuevas condiciones estratégicas para las fuerzas anticapitalistas. Distingue las condiciones de tomar el poder de

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Algo cruje: La crisis sanitaria mundial expone la descomposición de una arquitectura global caduca

Fuente: Jorge Elbaum | El cohete a la luna Fecha: 12 de abril de 2020 La crisis sanitaria producida por la pandemia muestra la debilidad de un sistema mundial regulado para beneficiar a sectores minúsculos de la población y desamparar a las grandes mayorías. Las evidencias más tangibles de esta barbarie contabilizada sobre la base de miles de personas que tienen el virus o fallecidas tras contraerlo, se hace más explícita con la carencia de infraestructuras científicas y médicas y la consecuente desprotección de los más vulnerados. Los grupos monopólicos de poder globalizado poseen agendas ajenas a los grandes problemas de la humanidad: la salud, los derechos humanos básicos, el trabajo, el medio ambiente, la violencia institucionalizada, la disparidad de género o las guerras no aparecen como problemas acuciantes que deben ocupar el centro de las preocupaciones políticas y/o económicas. Para el neoliberalismo financiarizado, estas temáticas son oportunidades de negocios. Las demoras de Estados Unidos y el Reino Unido en asumir la gravedad de la enfermedad aparecen como consecuencia de esta distorsión de prioridades. Dos meses después de declarada la epidemia en China, el 23 de febrero, el Presidente de los Estados Unidos declaraba en una conferencia de prensa que “tenemos prácticamente bajo control al SARS-Cov-2”. El 27 de Febrero, en una actividad convocada junto a líderes afronorteamericanos, manifestó que el virus “va a desaparecer en poco tiempo como un milagro”. Luego de que el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la emergencia global, Trump intentó enmascarar los tres meses que había desaprovechado en asumir los efectos de la transmisión generalizada, asegurando que “siempre supe que esto era real (…) He percibido que esto era una pandemia mucho antes de que lo llamaran de esa manera”. Cuando una semana atrás Estados Unidos pasó a ser el epicentro y alcanzó el 30 % de los contaminados a nivel mundial, Trump intentó responsabilizar a China y a la OMS de la catástrofe: “La Organización mundial se equivocó, no avisó a tiempo, podrían haber avisado meses antes, lo sabían; deberían haberlo sabido, probablemente lo sabían”. En esa misma rueda de prensa diaria, consideró que la OMS reverenciaba a Beijing, motivo por el cual congelaría los aportes de Washington a ese organismo multilateral. El titular de la OMS, Tedros Ghebreyesus, rechazó las acusaciones y advirtió que “politizar la pandemia podría empeorarlo todo y llevar a multiplicar las bolsas para cadáveres”. En la misma lógica que el magnate neoyorquino, el gobernador republicano de Mississippi, Tate Reeves, se negó inicialmente a que el distanciamiento social se convirtiera en norma dentro de su Estado. En una conferencia de prensa realizada la última semana de marzo, negó que Mississippi fuera a imitar el confinamiento estricto que permitió a Beijing disminuir la tasa de contagio. “Mississippi nunca será China. Mississippi nunca será Corea del Norte”, afirmó y le pidió a la población confiar en el “poder de la oración”. El último martes, cuando su Estado se había convertido en uno de los focos de contagio más graves de Estados Unidos (en el duodécimo lugar per cápita), decidió cerrar las escuelas. En forma paralela clasificó como negocios esenciales a las tiendas de armas y municiones, las instalaciones religiosas, los restaurantes, los cines y  las cafeterías. El 1 de abril, Mississippi tenía mil setenta y tres personas enfermas confirmadas, veintidós fallecidas y la tasa de hospitalización más alta del país. Con la misma negación para aceptar las recomendaciones de los virólogos encargados de monitorear la pandemia, Trump decidió el último lunes impedir el desembarco de los efectivos del portaviones USS Theodore Roosevelt, solicitado por su comandante, el Capitán Brett Crozier. En su carta al presidente, Crozier afirmó: “No estamos en guerra. No es necesario que los marineros mueran. (…) Considero que se deben evacuar a la mayoría de los aproximadamente 5.000 marinos de la tripulación, entre los cuales hay más de 200 casos confirmados, imposibilitados del distanciamiento social exigido para no contaminar al resto”. Trump despidió a Crozier por hacer pública la carta que le enviara a su despacho. El desprecio La misma lógica asumida por Trump fue verbalizada por el ministro de Educación Abraham Weintraub, perteneciente al gabinete de Jair Bolsonaro, quien denunció que China provocó la pandemia global de coronavirus en el marco de “un plan para dominar el mundo”. Al otro día de la afirmación, el Centro de Investigaciones Genéticas de la Escuela de Medicina de Mount Sinai, en conjunto con la Universidad de Nueva York, informó que el brote activo detectado en Nueva York, el primero dentro de Estados Unidos, tenía origen en cepas europeas, motivo por el cual era desafortunado asociar el itinerario del virus con extravagantes disputas políticas internacionales. Bolsonaro comparte con Trump los mismos criterios economicistas que lo llevaron a soslayar inicialmente el distanciamiento social recomendado por los infectólogos. Su negativa a validar las recomendaciones fomentadas por la inmensa mayoría de los gobernadores estaduales generó una denuncia del Ministerio Público Federal contra el Presidente por bastardear las medidas de cuarentena sugeridas. La demanda exige que Bolsonaro “se abstenga de emitir discursos e información falsa que debilite las medidas adoptadas para evitar la propagación de Covid-19”. Dos semanas atrás el Congreso de Estados Unidos aprobó un salvataje de 2 billones de dólares (trillons en su versión anglosajona). Una cuarta parte de esa suma fue preasignada a la subvención de grandes corporaciones –como empresas de aviación, casinos, cadenas hoteleras y franquicias de comida rápida–, cuyo monto se pretendía fuera orientado por el Poder Ejecutivo. Tras la fuerte oposición de los demócratas, se consensuó su supervisión por parte de funcionarios independientes de la Casa Blanca. Uno de ellos fue Glenn Fine, quien resultó destituido de su cargo por Trump el último martes, al ser acusado de interferir en las decisiones del Presidente respecto al uso de dichos recursos. Una de las disputas planteadas por Fine se orientaba a cuestionar el rol del sistema bancario. Ese mismo día, el último 7 de abril, el Coordinador del Sistema de Pequeñas y Medianas Empresas Joseph Amato denunciaba

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COVID-19 da paso a otro brote del virus antisemitismo. Necesitamos una cura

Fuente: Yehuda Bauer (*) | Haaretz   Fecha: 10 de abril de 2020 Por supuesto, la historia del odio al judío comenzó antes del cristianismo, en el período helenístico, si no antes. Creo que sus orígenes se encuentran en la diferencia entre la cultura judía en desarrollo y la civilización helenística «global» que aspiraba a la unificación cultural, social y política dentro de su territorio. Como dice el libro de Ester (escrito por judíos, no por antisemitas): “porque no siguen la religión (es decir, las costumbres) del rey”. La deificación del monarca gobernante y el culto a los dioses no podían ser aceptados por los judíos. El cristianismo, y luego el Islam, profundizaron esta polarización. El antisemitismo nazi también fue una continuación y una mutación del odio al judío que lo convirtió en el motivo político central en un momento en que el nacionalismo se estaba convirtiendo en racismo en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX. El nazismo y su legado, incluido el antisemitismo del Islam radical, continúan hasta nuestros días. El antisemitismo se ha convertido en un fenómeno básico de la sociedad moderna. Sin embargo, parece que se ha agregado otro catalizador importante en los últimos años. Está sucediendo en el contexto de una caída catastrófica en la tasa de natalidad en las sociedades desarrolladas, en lugares como China, Japón, Rusia, Europa y América del Norte. La tasa de natalidad promedio en estos países es de 1.6 a 1.7 por mujer. (El mínimo necesario para garantizar la estabilidad demográfica es 2.1.) En China es 1.6, en Alemania y Estados Unidos está entre 1.6 y 1.7, en Rusia es aún más bajo y en Italia es 1.4. La excepción es Israel, donde la tasa es 3.1. Consideremos Polonia. Según la UE, para 2040 su población se reducirá a 28 o 29 millones de los 38 millones actuales. El resultado es un envejecimiento de la población y una contracción de la fuerza laboral para mantener el nivel de vida actual. Para mantenerlo, será necesaria la inmigración; El uso de la robótica en la fabricación no es suficiente. La alta tasa de natalidad en África y las crisis político-militar-sociales en Medio Oriente, América Latina y, en cierta medida, en Ucrania podría continuar proporcionando la fuerza de trabajo desaparecida, al menos en parte. Aquí es donde entra el problema de los refugiados. Los refugiados provienen de culturas diferentes, a veces opuestas. No hay forma de evitar esta inmigración; Es vital para muchos países. Nacionalismo y maximización de ganancias Sin embargo, la respuesta ha sido pavloviana: muchas personas en todos los países desarrollados se oponen firmemente a esta invasión que amenaza con alterar la naturaleza tradicional de las culturas locales. El hecho de que estas culturas «tradicionales» también fueron creadas por la inmigración siglos antes, porque la raza humana ha sido históricamente una raza migratoria, no hace ninguna diferencia. Esto ha llevado al surgimiento de fuerzas nacionalistas de derecha (y de izquierda radical). El resultado es una insularidad nacionalista e intentos de autarquía, combinados con el tremendo aumento del poder de las corporaciones multinacionales (incluidas las empresas de medios) que, en un grado u otro, utilizan el nacionalismo local para sus necesidades. Y su necesidad es maximizar las ganancias. En otras palabras, con el auge del nacionalismo también hay un aumento del racismo, y en Occidente la punta de lanza es el antisemitismo, del cual el caso nazi (que aún persiste) es una continuación de las formas anteriores de antisemitismo. También es una mutación causada, al menos en parte, por los factores enumerados anteriormente. Y recuerde, esto está sucediendo en un rico contexto histórico de odio al judío. En las últimas semanas, los judíos han sido acusados cada vez más de inventar y propagar el coronavirus. Los Estados Unidos a menudo son acusados de estar involucrados en el mismo delito. De muchas de estas afirmaciones en los medios de comunicación de Medio Oriente, he aquí un ejemplo. El periodista jordano As´ad al-Azouni, escribió en el sitio web Donia al-Watan, el 16 de marzo, que «este virus es indudablemente el resultado del odio secreto judío por todo el mundo». Él escribe que «cuando los judíos causaron el estallido de la Primera Guerra Mundial, obtuvieron la Declaración Balfour» y cuando «causaron» el estallido de la Segunda Guerra Mundial, obtuvieron su «colonia» en Palestina y «ahora quieren causar el brote de la Tercera Guerra Mundial para que puedan declarar el establecimiento del Reino del Gran Israel». Regresamos a la Peste Negra de 1348, de la que los judíos fueron acusados de causar y difundir. Los argumentos son los mismos. Redes sociales al rescate ¿Qué se puede hacer? Primero, no hay forma de que los judíos puedan librar una batalla efectiva contra el antisemitismo por su cuenta. Hay alrededor de 13 millones de judíos en un mundo (dependiendo de quién está contando y cómo están contando) de miles de millones de personas. Primero, es de notar que en las culturas basadas en la herencia cristiana, ningún gobierno apoya públicamente el antisemitismo, y esto es, con razón, explotado por organizaciones y gobiernos, tanto judíos como no judíos. Estos últimos están trabajando en legislación e iniciativas educativas que, si bien son importantes, son claramente insuficientes. La Iglesia Católica, o más precisamente, sus líderes, han sido otro aliado desde el Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II de 1965. Las fuerzas liberales en estos países, que se interponen anate miembros de la derecha y la extrema izquierda (como Jeremy Corbyn) – también están en esta lista. Otra forma podría construirse sobre el legado y la memoria de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el Holocausto fue una operación alemana, pero no podría haber «tenido éxito» sin la amplia colaboración de otros países europeos con los nazis. Aún así, la guerra fue emprendida por los nazis, en gran parte, tal vez principalmente, debido a una ideología centrada en la creencia de que los judíos globales se estaban apoderando del mundo. Esta ideología, cuando se tradujo en acción política,

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¡Tenía que venir un virus para poner patas arriba el capitalismo!

Fuente: Gemma Cairó i Céspedes | Viento Sur Fecha: 8 de abril de 2020 ¿Ha venido el covid-19 para quedarse? No cabe duda de que la pandemia que estamos viviendo, con sus devastadores efectos tanto en términos humanos como socioeconómicos pone en primer plano, confrontándonos, aquello que a menudo no queremos ver. Ya no hay escapatoria. La muerte, el aislamiento y la crisis nos confronta directamente nuestro modo de vida, anclado en un sistema económico desigual, alienante y corrosivo. El covid-19 nos invita a cuestionarnos, especialmente a los economistas, las falacias del capitalismo y los mitos acerca de nuestro supuesto bienestar. Es lo que tiene la distopía. Desde confines más oscuros podemos ver más claro, porque ya no hay donde escondernos ni donde distraernos. Ya hace décadas que el capitalismo viene mostrando su faceta más depredadora y parasitaria. Años de neoliberalismo, marcados por la financiarización y la desigualdad, han deslegitimado históricamente un sistema (el capitalista), si es que alguna vez la tuvo, que ha sido incapaz de cumplir de forma justa y sustentable la reproducción material de nuestras sociedades. El desarrollo histórico del capitalismo ha mostrado ciertamente su capacidad de supervivencia, cual ave fénix renaciendo de sus propias cenizas, pero a su vez se han evidenciado sus contradicciones más acuciantes: i) la desvalorización de la fuerza de trabajo cuya mercantilización y explotación creciente aparece indiferenciada de cualquier otra mercancía; ii) el menosprecio por la esfera reproductiva cuya lógica, la sostenibilidad de la vida, se enfrenta a la lógica de la acumulación que reina en el ámbito productivo; iii) la superación de los límites impuestos por sistemas de orden superior, como el natural, sobre el cual descansa el propio proceso de producción y reproducción de la sociedad. Esta pandemia nos ayuda a desvelar lo que el manto mercantil de un capitalismo que todo lo impregna ha ido oscureciendo. Es ahora una buena oportunidad para re-conocer aquello que ya sabemos pero que (parece) se nos olvidó. Re-conocer que es la fuerza humana la que mueve el mundo. Hoy más que nunca se pone de manifiesto que la rueda que hace girar la economía es la energía y el esfuerzo de la fuerza de trabajo, imprescindible para producir aquello que necesitamos. Cuando nos quedamos en casa, la actividad cesa, la producción cae, el riesgo del desabastecimiento es real. Incluso peor, nuestra curación está en manos de l@s sanitari@s. Todavía no se conocen maquinas que intuben a los enfermos y robots que den clases virtuales a nuestros hijos. Abandonar la ilusión tecnológica de un mundo robotizado y ver el peligro del creciente desplazamiento de la fuerza de trabajo es hoy más obvio y necesario que nunca. Re-conocer que somos seres dependientes. Concebimos la sociedad atomizada formada por individuos autónomos, independientes y autosuficientes. En el peor de los casos creemos en el fastidioso “homo economicus”. La vulnerabilidad a la que nos enfrenta el coronavirus nos evidencia nuestra dependencia de todo, obviamente en lo material (des de lo que comemos) y también en lo inmaterial (hasta lo que sentimos). El reconocer que el mundo es interdependiente implica desbancar la lógica antropocéntrica, cuestionando nuestra osadía en manipular, organizar y ordenar el mundo a nuestro antojo. Sentirnos dependientes es reconocer la necesidad del otro y de lo otro, denunciar la explotación humana y el abuso de la naturaleza. Re-conocer que necesitamos dignificar el valor de lo doméstico. La pandemia y el consiguiente confinamiento desbanca la prepotencia del ámbito productivo (el dinero, el estatus, la competencia) e irremediablemente devuelve su valor intrínseco a aquello que sostiene la vida, el mundo de los cuidados, invitándonos a reequilibrar individual y colectivamente la balanza siempre decantada hacia lo productivo. El verdadero valor está en lo humano, en nuestras relaciones, en nuestros contactos, en nuestras miradas. El acento ya no está ahora en lo que puedo conseguir o alcanzar, sino en lo que soy y lo que valoro. Re-conocer que nuestro modelo de vida es alienante. Paradójicamente a más confinamiento (físico) menos aislamiento (social). El quehacer compulsivo y estresante en una sociedad capitalista que nos aturde con el consumo indiscriminado, con la (des)conexión telemática y con la obcecación de conseguir más (de lo que sea) en cierto sentido se ha paralizado. Quizás hemos pasado de aquella prisión a una nueva, pero este aislamiento entre cuatro paredes nos invita a una mirada más introspectiva, preguntándonos en que estoy yo y en que esta el otro, acercándonos a nuestr@s familiares, a nuestr@s vecin@s, a nuestr@s cajer@s desde otro lugar. Estamos aislados, pero menos alienados, y la empatía nos sienta bien. Gemma Cairó i Céspedes, doctora en Economía y profesora de la Universitat de Barcelona. Coordinadora y coatura de Economía mundial. Deconstruyendo el capitalismo global Este texto se inspira en el artículo “Mercantilización y patriarcado, o como el capitalismo erosiona las esferas que sustentan la vida” (de próxima publicación en la Revista de Economía Crítica). Artículo relacionado: La pandemia y el fin de la era neoliberal

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Secuencias y consecuencias de los virus

Fuente: Alberto Kornblihtt | Página/12 Fecha: 8 de abril de 2020 El 9 de marzo pasado, el ministro de Ciencia, Roberto Salvarezza, convocó a una reunión con representantes del Conicet, del Ministerio de Salud,empresas farmacéuticas y referentes de la infectología, virología y biología molecular de nuestro país para coordinar acciones respecto dela inminente epidemia de SARS-COV-2, la variedad de coronavirus que está azotando al mundo. Al final de la misma, recuerdo las palabras de Elsa Baumeister, jefa del servicio de infecciones respiratorias del instituto Malbrán: “Mañana me sumerjo en el laboratorio de alta seguridad de mi instituto para aislar el virus de un paciente. Deseenme suerte”. Estas palabras, dichas hace menos de un mes cobran un sentido profundo al enterarnos hoy que el equipo que Elsa dirige en el Malbrán acaba de obtener la secuencia de bases, es decir la exacta información contenida en el genoma, de las cepas del virus que circulan en la Argentina ¿Porqué era tan importante no confiar simplemente en la secuencia publicada del virus que surgió en China? Porque el coronavirus es un virus cuyo genoma está constituido por ARN (ácido ribonucleico) y no por ADN (ácido desoxirribonulceico). Y se sabe que los virus a ARN mutan sus secuencia con una frecuencia mucho mayor que los virus a ADN. Esto es así porque la enzima que lee y copia su genoma de ARN es poco fiel, comete errores, a diferencia de las enzimas que copian ADN que son 1000 veces más fieles. Entonces, esa infidelidad de la copia del ARN que ocurre cada vez que el coronavirus infecta nuestras células hace que se vayan acumulando mutaciones que sólo pueden ser detectadas si se determinan las secuencias experimentalmente tal como lo hizo el equipo del Malbrán. Notablemente nuestros científicos encontraron tres secuencias diferentes en los coronavirus que circulan en nuestro país, lo cual revela la existencia de al menos tres cepas: una proveniente de EE.UU., otra de Asia y la tercera de Europa. Esto indica que el virus ya había mutado de manera diferente al ser transportado por humanos desde Asia a Europa y a EE.UU. y que nosotros recibimos virus ligeramente distintos de cada uno de esos orígenes. Esta información tiene un valor práctico importante para conocer las rutas de contagio y contribuir a tests de diagnóstico más precisos de la presencia del virus en los pacientes. Es difícil de explicar, pero los métodos de diagnóstico están basados en el reconocimiento de la secuencia de bases (A, C, G y U) del virus y si los científicos están alertas de posibles mutaciones en las cepas que circulan en Argentina pueden ajustar sus métodos de diagnóstico para que no se les escape ninguna. Uno se pregunta hasta cuándo la ciencia y los científicos argentinos deberemos seguir rindiendo examen frente al establishment. ¿No hemos ya dado prueba suficiente de que sin ciencia local, seria y rigurosa, es imposible afrontar los múltiples problemas sociales, de salud y de producción que enfrenta nuestra sociedad? ¿No resulta ilustrativo que el Premio Nobel César Milstein, descubridor en Inglaterra de los anticuerpos monoclonales, herramienta indispensable en el diagnóstico de enfermedades, en la industria farmacéutica y en la nueva terapia del cáncer, haya sido echado del Instituto Malbrán en la década del 60 pasada? Hoy hay centenares de jóvenes científicos de todo el país, y no sólo del campo de las biomedicinas sino también de las ciencias sociales, que están trabajando contrarreloj para tratar de encontrar alternativas más rápidas y económicas de diagnóstico de coronavirus y mitigar sus consecuencias. El nuevo gobierno es muy consciente de este esfuerzo, lo valora y lo promueve. Habrá quizás llegado el momento de que el resto de la sociedad y sobre todo quienes detentan el poder económico también lo hagan. * Biólogo molecular Conicet-FCEN-UBA.

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La política en tiempos del coronavirus

Fuente: Edgardo Mocca | El Destape Fecha: 15 de marzo de 2020 “Si las retenciones a la soja pasan del 30 al 33% habrá una nueva guerra con el campo”. Así se titula una nota de Joaquín Morales Solá publicada en el portal del diario La Nación, el último 27 de febrero. Pocos días después, cuando todavía estaba vigente el “paro agropecuario”, la agenda política argentina había producido un viraje espectacular: el coronavirus había entrado en el país y desplazado a todas las controversias nacionales. La “guerra con el campo” no tuvo lugar. Quedó reducida a lo que era en realidad: un carnaval político de la derecha contra una decisión gubernamental que favorecía a todos los segmentos de la producción agraria, con excepción de una ínfima minoría de grandes productores y exportadores de soja. La coincidencia temporal entre un alboroto absolutamente minoritario y una tensión angustiosa de alcance nacional tiene en su interior un profundo contenido político. En todo el mundo se está discutiendo hoy la cuestión de la democracia y su relación con la capacidad de los estados nacionales para actuar con efectividad en la reducción de los daños que provoca la pandemia. La República Popular China –según se reconoce mundialmente- actuó de manera efectiva, parece haber controlado la situación y empieza a desplegar su colaboración con países europeos gravemente afectados por el virus; ya comenzó a hacerlo en Italia y se anuncia que lo hará también en España. Rápidamente los principales medios de comunicación de alcance global han abierto el debate bajo el signo de interrogante sobre la capacidad que tienen las “democracias occidentales” para movilizar a sus pueblos con la efectividad mostrada por la súper-potencia china, que es sistemáticamente atribuida a la existencia de un poder despótico que no respeta las libertades individuales. El costo de la “ejemplar democracia occidental” se pagaría así en términos de capacidades organizativas estatales para actuar ante catástrofes naturales. El orden conceptual que se utiliza es el de la comparación directa y sin mediaciones entre “democracia” y “autoritarismo”. La ineficacia que se está evidenciando en varios países europeos para actuar ante la pandemia obedecería, así, al obligado respeto estatal a las libertades individuales que complicaría la movilización social defensiva frente a la emergencia. Excede las posibilidades de esta nota un análisis de las democracias “realmente existentes” en los países occidentales. Por eso saldremos de la órbita de los regímenes políticos, de las formas de gobierno, para incorporar otra perspectiva, la del peso global enorme que adquirió en las últimas décadas el neoliberalismo. Como tal, la referencia no es solamente a una determinada política económica sino a una cosmovisión duramente hegemónica a lo largo y a lo ancho del planeta. Es una ideología privatista, consumista, antisolidaria y de un individualismo extremo. Más que cualquier filósofo posmoderno de los años ochenta del siglo pasado, fue Margaret Thatcher la que dio la definición más precisa de esa cosmovisión: “la sociedad no existe”, dijo. Existen los vecinos, los parientes y algunos conocidos; nada más. ¿Para qué tiene que seguir existiendo el Estado, entonces? Tiene que seguir existiendo para proteger la propiedad de los que tienen propiedad. Un Estado gendarme. La salud a los hospitales privados, la educación a las empresas privadas del ramo. Y así de seguido la policía, el transporte, la energía eléctrica. Como fallidamente supo decir el ex ministro Dromi en medio de la orgía privatizadora del menemismo: “nada de lo que deba ser estatal quedará en manos del Estado”. No es solamente un problema de orden económico, es una concepción del mundo y del lugar de los seres humanos en él. Su eje mitológico es el “capital humano”. Es decir, el ser humano concebido como una empresa en sí mismo. La competencia “meritocrática” consiste en tomar buenas decisiones a favor del crecimiento de ese capital: buenas escuelas (las más caras), buenas decisiones “empresariales”, cuidado de la salud personal como base material de ese capital. Las relaciones con los demás seres humanos se rigen también por la necesidad de cuidar y acrecentar ese capital. ¿Cómo hacer para que ese “nuevo hombre” (o mujer) neoliberal se comporte adecuadamente en las condiciones de una crisis humanitaria? ¿De dónde pueden surgir los impulsos solidarios y fraternales, completamente inservibles en la lucha por el éxito del capital individual y dramáticamente necesarios para una situación como la que enfrentamos? Volvamos a los chinos. Dicen que en el idioma chino el ideograma “crisis” combina los conceptos de “peligro” y “oportunidad”. De la crisis sanitaria actual saldrán mejor parados los pueblos que actúen de modo más unido, más solidario y más organizado (para recurrir a la retórica de Perón). Frente a una amenaza colectiva hay que volver a la virtud política, a la capacidad de actuar juntos en defensa de la polis. Es decir, actuar como pueblo y no como una suma dispersa de individuos incapaces de pensar en el otro/otra. En la Argentina, es la oportunidad de enfrentar la ideología ampliamente predominante en los últimos años con su carga de acumulación rapaz de recursos en pocas manos, de indiferencia por la suerte de las mayorías, de privatización y vaciamiento de lo público. El presidente propuso en su reciente discurso “Un país unido en el que cada uno debe comprometerse con los demás y todos con cada uno, empezando por el Estado”. Buena fórmula que no debería limitarse a los tiempos del coronavirus, sino proyectarse a la etapa larga que nos espera para la reconstrucción del país después de la destrucción operada por Macri y su lujoso equipo.

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La “cuestión Malvinas” y la geopolítica del Atlántico Sur

Fuente: Tamara Lajtman y Luis Wainer | Celag.org Fecha: 21 de diciembre de 2019 Hace un mes, precisamente el Día de la Soberanía Nacional, comenzó a operar el vuelo que conecta San Pablo con las Islas Malvinas, una nueva ruta comercial administrada por Latam Airlines Brasil. No se trata de un hecho aislado, sino que puede ser concebido como resultado del acuerdo firmado el 13 de septiembre 2016: el “Acuerdo Foradori-Duncan”. Dicho acuerdo pretende limitar o evitar las restricciones económicas impuestas por las leyes argentinas, sancionadas por el Congreso Nacional, sobre protección de recursos ictícolas y de explotación de hidrocarburos. Entre otras medidas, incluyó la posibilidad de aumentar el número de vuelos a las islas, con escala en Argentina, pero sin aceptación de empresas de transporte aéreo nacionales ni de vuelos directos desde la Argentina continental. Todo en el marco de la política sobre Malvinas implementada durante la Presidencia de Mauricio Macri, destinada a mejorar las condiciones de este enclave neocolonial-militar, como uno de los pilares para recuperar las relaciones amistosas (subordinadas) con potencias occidentales. Malvinas y el Atlántico Sur: impacto geopolítico global Vale destacar que en el Atlántico Sur Occidental -sector correspondiente a Suramérica- solo dos actores regionales detentan casi la totalidad del litoral marítimo: Brasil y Argentina. Por su parte, las potencias extrarregionales con fuerte presencia son Estados Unidos (EE. UU.) y el Reino Unido, que detentan la posesión de la cadena de islas que se encuentran en el centro del Océano Atlántico Sur, entre América y África, al tiempo que ejercen poder naval de la zona.[1] De este modo, lejos de una disputa de 11 mil kilómetros cuadrados –correspondientes a las dos islas mayores y al conjunto de islotes que de ellas se desprende– la “cuestión Malvinas” hace referencia a un conflicto que supone alrededor de 6 millones de kilómetros cuadrados, es decir, ni más ni menos que “dos Argentinas” continentales más un océano que rebalsa de recursos. El Estrecho de Magallanes, los Pasajes de Beagle y Drake, posibilitan la comunicación interoceánica Atlántico-Pacífico y son fundamentales para el monitoreo e intervención en el comercio mundial. Se estima que alrededor de 200.000 buques de carga transitan anualmente el Atlántico Sur. El 80% del petróleo que demanda Europa Occidental y el 40% de las importaciones de EE. UU. representan parte importante de este flujo comercial.[2] Otra dimensión que da cuenta de la importancia geoestratégica de las Malvinas es la conexión que establece con la Antártida, territorio codiciado por las potencias hegemónicas por ser reservorio de minerales, biodiversidad, por almacenar en forma de hielo más de las tres cuartas partes de agua dulce existente en el planeta y también de suma importancia para la actividad espacial. Actualmente, el enclave militar con la base aérea de Mount Pleasant cuenta con una pista de 2.590 metros y otra de 1.525 que posibilitan el desplazamiento de aviones de gran porte y helicópteros. A esto se suma el puerto de aguas profundas Mare Harbour, utilizado por la Marina Real para el amarre de buques y submarinos (Londres ha enviado submarinos de última generación y de propulsión nuclear). Incluye silos y rampas para lanzamiento de armas nucleares. Viven allí entre 1.500 y 2.000 efectivos, de los cuales alrededor de 500 residen en forma permanente mientras que el resto es parte de contingentes rotativos que arriban para ser sometidos a entrenamiento y posteriormente enviados a escenarios bélicos donde esté involucrada Gran Bretaña, como fue el caso de Irak o Afganistán.[3] Esta base cuenta con aviones de última generación, denominados Eurofighter Typhoon, que reemplazaron a los Harrier que se usaron en la guerra y a los Tornado F3; ninguna fuerza aérea en Latinoamérica cuenta con este tipo de avión.[4] A esto se suma que en 2017 el Ministerio de Defensa británico resolvió ampliar el presupuesto de la base en 267 millones de libras para los próximos diez años, implementando nuevos sistemas de defensa misilísticos que reemplacen al anterior sistema de defensa de misiles Rapier. Lo dicho deja en claro que se trata de un punto geopolítico y geoestratégico de primera importancia. Por otro lado, los asentamientos coloniales británicos –aún pendientes de descolonizar en el siglo XXI– sirven para establecer un sistema interconectado de bases militares que incluyen a Tristán de Acuña, Santa Elena y Ascensión. Si bien algunas no conforman bases militares clásicas, constituyen importantes “barreras” en la geopolítica del Atlántico Sur ya que, como Santa Elena -con una reciente inauguración de una pista aérea- pueden transformarse rápidamente en bases útiles para el transporte y apoyo logístico; una suerte de columna vertebral que permite el abastecimiento y traslado de fuerzas de combate rápidamente.[5] Malvinas y la disputa “Occidente vs Oriente” Es fundamental entender la estrategia del Reino Unido en el Atlántico Sur como complementaria a la de EE. UU. y al esquema de despliegue militar de la OTAN. En 2004, Londres trasladó la Comandancia Naval del Atlántico Sur a Mare Harbour y Monte Agradable. Cuatro años más tarde, EE. UU. anuncia la reactivación de la IV Flota para patrullar el Caribe, América Central y América del Sur con fines “humanitarios”. En 2009 las islas Malvinas, islas del Atlántico Sur y el Territorio Antártico pretendido por Gran Bretaña fueron incorporadas unilateralmente como territorios europeos de ultramar a través de la ratificación del Tratado de Lisboa y la aprobación de la Constitución Europea por el Parlamento Europeo. En agosto de 2018 el secretario de Defensa británico, Gavin Williamson, ante el grupo de expertos del Atlantic Council –think tank referente del establishment imperialista fundado en 1961 en el marco de la Guerra Fría- resaltó la fortaleza de la relación entre el Reino Unido y los EE. UU.: “(…) Estamos listos para responder a cualquier situación en cualquier momento. Hemos desplegado fuerzas en todo el mundo, podemos recurrir a nuestros territorios de ultramar en Gibraltar, las Áreas de la Base Soberana en Chipre, la Isla Ascensión, las Islas Falklands y el Territorio Británico del Océano Índico. Estos a menudo proporcionan instalaciones clave no solo para nosotros, sino también para EE. UU.”[6] En un informe de la Comisión de Revisión

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¿Hacia dónde van los Estados en Latinoamérica?

Fuente: Raúl Zaffaroni | La Tecla Eñe Fecha: 6 de noviembre de 2019 En momentos de esperanza para la Argentina es bueno no dejar de echar un vistazo sobre nuestra región y, en particular, sobre el modelo de Estado que impulsa el colonialismo financiero, mediante el endeudamiento astronómico, la supresión de subsidios y planes sociales y la imposición de fuertes ajustes presupuestarios en perjuicio de los más débiles. Es claro que este nuevo colonialismo erosiona nuestros Estados, que se van alejando del modelo de Estado de Derecho, se abren brechas de odio en las sociedades y renacen prejuicios de toda índole, muchos marcadamente racistas, resabios no superados de las anteriores etapas colonialistas, dando lugar a una particular mezcla de coetaneidad de elementos no coetáneos. El programa ideológico del colonialismo financiero es claro: formatear sociedades con un 30% de incluidos y 70% de excluidos, conteniendo a los últimos mediante una creación de realidad mediática única y monopólica y, de no ser suficiente, con represión brutal y desembozada. La ideología con que se encubre esta realidad reemplaza hoy a las esgrimidas por los totalitarismos de entreguerras en cuanto a confrontación con las libertades, la democracia, los Derechos Humanos y el Estado de derecho. Dicho groseramente, es clarísima la confrontación de Friedrich von Hayek -uno de los máximos teóricos del autodenominado neoliberalismo-, sosteniendo que nadie tiene derecho a nada por el mero hecho de haber nacido, con la famosa nota de Rousseau, que sostenía que siempre alguien debe tener algo que lo motive a sostener el contrato. Efectivamente: todo Estado de Derecho –para generar un orden– debe ser en alguna medida social pues, cuando esta condición se pierde y muchos quedan sin nada, sólo resta procurar el orden por medio de la mentira y la represión, hasta que todo se desbarata en el desorden. Es clarísimo que el neoliberalismo no es una ideología liberal. Por el contrario, cabe afirmar –confrontando a von Hayek con Rousseau- que es su antípoda, lo que en el plano real se verifica y también explica la especial empatía de los Chicago boys con la dictadura de Pinochet. Pero, ante todo, el neoliberalismo es una ideología. Toda ideología es un sistema de ideas que puede ser racional o irracional, según sirva para acercarse a la realidad develándola o alejarse de ella encubriéndola. Por eso, no siempre una ideología es encubridora –concepto sólo negativo que le asignaba Marx-, sino que las hay también que permiten acercarse a la realidad, cuestión a dilucidar por la crítica de las ideologías. De allí que las ideologías –cuando son encubridoras- al excluir o neutralizar datos de realidad- ocultan el mundo (o parte de éste) a sus seguidores, que acaban creyendo que están haciendo lo que en realidad no hacen o no haciendo lo que en realidad hacen. El neoliberalismo es, pues, una máscara que encubre las pulsiones totalitarias del corporativismo financiero transnacional y del colonialismo por endeudamiento de nuestra región, valida de un grosero reduccionismo economicista seguido de su aberrante antropología del homo economicus. Sus seguidores creen que se alejan del modelo de Estado de Derecho para ordenar mediante la violencia punitiva y represiva la sociedad 30 y 70 bajo la forma de Estados de policía, que sería su ideal políticamente antiliberal. Pero no son sólo sus cultores los que lo creen, sino también solemos creerlo sus críticos. La vieja polarización de modelos ideales de Estado entre los de Derecho (todos iguales ante la ley) y los de policía (todos igualmente sometidos a la voluntad arbitraria del que manda), proveniente de lo confrontación de entreguerras entre democracias y totalitarismos, nos ha encasillado y –ni ellos ni nosotros- tenemos las ideas claras respecto de qué sucede con los Estados a medida que este colonialismo nos aleja del Estado de Derecho, puesto que no es verdad que los conduzca en el sentido del modelo de policía, sino a otro diferente y no suficientemente observado. En efecto: el modelo de Estado de policía requiere cúpulas fortísimas y verticalizantes, como eran Stalin, Hitler, Mussolini, los genocidas nuestros de la seguridad nacional. Pero las cúpulas del poder estatal de nuestra región tienden a ser cada vez más débiles e inestables: su principal preocupación –como domadores de potros o novilleros- es resistir los corcoveos para que no los  revuelquen por el suelo. Aunque no en todos los países el proceso alcanza el mismo grado de avance ni mucho menos, vale la pena reparar en las situaciones más dramáticas de Estados apartados del modelo de derecho, porque existe la seria amenaza de que se marche lentamente por el mismo camino en toda la región. Lo que vemos en esas situaciones extremas y dolorosas es que sus policías (seguridad, inteligencia, etc.) se autonomizaron y montaron sistemas de recaudación propios (suele llamárselo corrupción) que, naturalmente, requieren un aparato de coerción, o sea que montan también su propio sistema de penas (extorsiones, torturas, detenciones ilegales). Como también eliminan a los rateros de pequeña monta (ejecuciones sin proceso, letalidad policial), éstos se protegen refugiándose en organizaciones más estructuradas (delincuencia de mercado llamada organizada, o sea, oferta de servicios ilícitos). La delincuencia de mercado también tiene su propio sistema de recaudación y de penas (venganzas mafiosas), pero en ningún país puede subsistir sin una relación alternativa o selectiva de cooperación/conflicto con las policías autonomizadas, de modo que se establecen vasos comunicantes. De este modo, la población va siendo sometida a diferentes exigencias de recaudación y a sus respectivos sistemas de penas  –incluso contradictorios-, por lo que suelen generar grupos de autodefensa que acaban montando también sus aparatos de recaudación y de penas, lo que acrecienta el caos en la sociedad. Cuando a la cúpula débil se le reclama insistentemente por el caos social, trata de mostrar un poder que no tiene y –como pretendida medida preventiva- autonomiza más a sus agencias policiales, lo que realimenta todo el proceso de caos social. Al agravarse la situación, como medida desesperada, la débil cúpula decide echar mano de las fuerzas armadas, degradándolas a funciones policiales. Como éstas no están entrenadas para la prevención y seguridad interior, comienzan cometiendo errores y luego atrocidades; finalmente, terminan montando también sus propios sistemas autónomos, al igual que las policías. El resultado es que el caos social se acrecienta aún más y, al perder prestigio y respeto público las fuerzas armadas, se lesiona gravemente la defensa nacional. El Estado se debilita, es decir, sucede todo lo contrario de lo que sería un Estado de policía verticalizado, pues

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¿Fin de cuál ciclo?

Fuente: Atilio Borón | Telesur HD Fecha: 10 junio 2019 Fueron muchas y muchos los que a mediados de esta década y en coincidencia  -¿casual, involuntaria?- con el despliegue de la ofensiva restauradora del imperio se apresuraron a anunciar el “fin del ciclo” progresista en Latinoamérica. La derrota del kirchnerismo en el 2015 y el ilegal e ilegítimo derrocamiento de Dilma Rousseff en 2016 así como el grotesco juicio y encarcelamiento de Lula aparecían como signos inequívocos del inicio de un nuevo ciclo histórico. Sólo que los profetas de esta epifanía jamás se aventuraron a arriesgar algo muy elemental: ¿qué venía después? Terminaba un ciclo, bien, pero: ¿quería esto decir que comenzaba otro? Silencio absoluto.  Dos alternativas. O bien adherían a las tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, cosa absurda si las hay; o como los más audaces insinuaban, con fingida preocupación, estábamos al comienzo de un ciclo largo de gobiernos de derecha. Digo fingida porque, hipercríticos con los gobiernos del ciclo supuestamente en bancarrota in pectore preferían la llegada de una derecha pura y dura que, supuestamente, acentuaría las contradicciones del sistema y mágicamente abriría la puerta a quien sabe qué … porque, sorprendentemente, ninguno de esos acerbos críticos del ciclo progresista hablaba de revolución socialista o comunista, o de la necesidad de profundizar la lucha antiimperialista. Por lo tanto, su argumento meramente retórico y academicista moría en la mera certificación del presunto cierre de una etapa y nada más. Ahora bien: todos esos discursos se derrumbaron abruptamente en las últimas semanas.  En realidad, ya venían cuesta abajo desde el inesperado triunfo de López Obrador en México y su tardía incorporación al “ciclo progresista”. Su victoria demostraba que si bien herido seriamente éste no había muerto. La debacle del macrismo y su casi segura derrota en las presidenciales de octubre de este año y la reciente revelación de las ilegales e inmorales argucias fraguadas entre el corrupto juez Sergio Moro y los fiscales del poder judicial brasileño para enviar a la cárcel a Lula asestan un duro golpe a los dos puntales sobre los cuales reposaba el inicio del supuesto ciclo “pos-progresista”. En la Argentina los macristas esperan lo peor, sabiendo que sólo un milagro los salvaría de una derrota. Y Bolsonaro está al borde del abismo por la crisis económica del Brasil y por haber designado como super-ministro de justicia a un letrado inescrupuloso que da un rotundo mentís a su pretensión de ofrecer un gobierno transparente, impoluto, inspirado en los más elevados principios morales del cristianismo que le inculcaron los pastores de la iglesia evangélica cuando -apropiada y oportunistamente- lo rebautizaron en el río Jordán como Jair “Mesías” Bolsonaro. Las filtraciones de los chateos por WhatsApp y conversaciones entre Moro y los fiscales dadas a conocer por The Intercept , amén de las múltiples denuncias por corrupción en su contra y sus hijos, revelan que este santo varón llamado a lavar de sus pecados a la política brasileña no es otra cosa que el jefe de una banda delictiva, un impostor, un charlatán de feria, un energúmeno cuyos días en el Palacio del Planalto parecen estar contados. Y mantener a Lula en prisión será cada día más difícil habida cuenta de la farsa jurídica perpetrada en su contra y ahora exhibida a plena luz del día. Y Lula libre es un peligro de marca mayor para el actual gobierno de Brasil. ¿Se trata de que sólo Argentina y Brasil están incumpliendo con los pronósticos de los teóricos del “fin de ciclo”? No. ¿Qué decir del desastre colombiano, una verdadera “dictablanda” pseudoconstitucional donde según el tradicional periódico El Tiempo “durante los primeros 100 días de mandato del presidente Iván Duque se han registrado 120 asesinatos de líderes”, un baño de sangre comparable o peor que el de las dictaduras que asolaron países como Argentina, Brasil, Chile y Uruguay  en los setentas y ochentas (https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/el-mapa-de-los-lideres-sociales-asesinados-en-colombia-184408). Y qué decir del caso del Perú, en donde todos sus ex presidentes desde 1980 (Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Alan García están presos, fugados o suicidados, lo que junto con la catástrofe colombiana y la deserción de México humedeció irreparablemente la poca pólvora que quedaba  en manos del “Cartel de Lima” como lacayo regional del Calígula estadounidense. Mismo el caso chileno no está exento de dudas toda vez que la deslegitimación de su sistema político ha llegado a niveles sin precedentes. En efecto, ante la escandalosa capitulación de esa frágil democracia frente a los grandes intereses corporativos, en cuyo nombre exclusivamente se gobierna,  la mayoría de la población adulta ha optado por el abstencionismo electoral con el consecuente vaciamiento del proyecto democrático.  En pocas palabras: lo que supuestamente vendría una vez consumado el agotamiento del “ciclo progresista” es por lo menos problemático y está muy lejos de constituir una alternativa superadora del “extractivismo” o el “populismo” que supuestamente habrían caracterizado los gobiernos precedentes. Lo anterior no debe interpretarse como una aseveración de que el ciclo iniciado con el triunfo de Chávez en las presidenciales de Diciembre de 1998 en Venezuela prosigue su marcha imperturbable. Mucho ha sufrido en los últimos tiempos. El cambio en el clima económico internacional le juega en contra; la obra de destrucción llevada a cabo por Macri, Piñera, Duque, Bolsonaro y la infame traición de Moreno, esa verdadera “armada Brancaleone” que Trump y su predecesor instalaron en Latinoamérica, ha socavado muchos de los avances del pasado. Pero la realidad es porfiada y un traspié no es derrota, como tampoco lo es un retroceso puntual.  El viejo topo de la historia prosigue incansable su labor, favorecido por la exasperación de las contradicciones de un capitalismo cada vez más salvaje y predatorio. La larga marcha por la emancipación de nuestros pueblos -que nunca fue lineal e invariablemente ascendente- sigue su curso y acabará por desalojar a esos gobiernos entreguistas, reaccionarios y cipayos que hoy agobian a Latinoamérica y nos avergüenzan ante el mundo. Y no habrá que esperar mucho para verlo.

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