Aportes a la Cultura Judía

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MIS DÍAS COMO JUDÍO

Por: Alberto Daniel Golberg En el 2000 realicé un stage de 4 meses en la Universidad de California-LOS ÁNGELES, si bien el objetivo era profundizar el estudio de la fisiología de estomas, la razón fundamental fue la de acercarme a una comunidad judía religiosa. La mayoría de los judíos de la diáspora padecemos un “conflicto de identidad” de muy difícil solución. El dilema que se nos presenta posee numerosas aristas, aunque en un afán reduccionista podría restringirse al interrogante: ¿Qué es ser judío: religión, raza, nacionalidad, cultura, todo eso junto? Cada uno debe hacer su propia experiencia para tratar de responder ese dilema Y probablemente termine sus días sin poderlo resolver. Hay quienes se consideran descendientes de Abraham por línea directa, han recorrido un largo camino desde Babilonia hasta Estados Unidos, Rusia o Argentina, otros se conciben como un gajo desprendido del árbol de la diáspora sin saber a ciencia cierta dónde están sus raíces ¿Venimos directamente de Sión o de algún sitio ignoto del Mediterráneo, el norte de África o el  Cáucaso? Quién puede afirmarlo con total certidumbre. ¿Cómo se construyó esa identidad judía si es que realmente existe? Podría haber realizado el stage en Israel pero me pareció un territorio muy complejo para obtener lo que estaba buscando, preferí los Estados Unidos donde la ortodoxia religiosa parece tener un nivel más civilizado porque lo que estaba investigando era la manera de introducirme en el entramado de la identidad a través de la fe religiosa.    Como en la Divina Comedia, yo elegí mi Virgilio       —Descendamos, ahora, al mundo sin luz—dijo mi noble Guía, conmovidoy pálido—. Y yo, al ver su blanca faz:¡Maestro!, si vacila la virtudde tu valor, ¿qué haré? —Hijo querido,lo que en mi rostro ves, sólo es piedad.Y siguiendo sus pasos, me adentréen el primer círculo.  Pero mi búsqueda era diferente a la del Dante, no se trataba de un descenso a los infiernos, modestamente rastreaba mi identidad judía. El Guía elegido resultó ser Roberto Bronstein (llamado Menahem en su metamorfosis al universo de la trascendencia) pues tenía varias ventajas: lo conocía de antigua data, investigaba sobre movimiento de estomas por lo cual me resultó fácil incluirlo en mi proyecto de stage y sobre todo, lo más importante: se había transformado en un religioso ortodoxo. Charlas instructivas tuve con él mientras recorríamos el campus de UCLA; fueron bastante extrañas y difíciles de comprender, estaban relacionadas principalmente con el basamento científico de la fe judía, al menos de la que él ostentaba. El día que abordamos el tema del Génesis se me quemaron todos los papeles: yo pensaba que la única manera de interpretar la descripción del inicio del Universo tal cual la describe el Génesis es asimilándola a una metáfora de la cual seguramente muchos pensadores ya habían encontrado su significado, un sacudón neuronal recibí cuando mi Horacio negó esa posibilidad aduciendo que el Libro era la palabra de Dios transmitida a los hombres y que no cabía realizar ninguna interpretación por fuera de lo que estaba escrito.  Le respondí que si se echaba por la borda la Teoría de la Evolución gran parte del andamiaje de la biología se venía abajo; a lo cual él replicó: ¿Qué es lo que se vendría abajo? Sentí que con eso había llegado al límite de la razón, al menos de la mía y dejé la respuesta rebotando en la arboleda del campus circundante. Otra duda que me había perturbado desde que comencé a interesarme en los misterios de la judería está vinculada con el status de pueblo elegido que ostentamos, privilegio que nos ha costado tanta sangre sudor y lágrimas. A ese interrogante, mi Virgilio respondió: “no es ningún gracia sino una inmensa responsabilidad ante los otros”. -Pero algún beneficio debió haber significado para nosotros y sin embargo sólo nos agració con persecución y muerte (yo). -Las escrituras establecen que Él siempre obra para bien, a veces resulta difícil de comprender el trasfondo de ese bien (él). -Pero como entender la Shoa si consideramos que siempre obra para bien (yo). -Te dije, a veces es muy difícil, quizás imposible para nosotros encontrar la explicación de ese bien (él). Nuevamente sentí que habíamos llegado al límite de mi racionalidad, dirigí mí mirada a una ardilla que nos cruzó a poca distancia y me callé. Virgilio-Bronstein en realidad me tercerizó en la persona del rabino Mendel, un enorme pedazo de humanidad, gordo como el mundo y con tantos hijos que confundía sus nombres o los olvidaba. Había pasado algunos años en Buenos Aires, vivió en el gheto judío del barrio Once, allí estuvo a cargo de una sinagoga, hablaba un español rudimentario que preferí al inglés californiano de los otros rabinos. El objetivo de la tarea que Menahem le había encomendado a Mendel fue introducirme en los arcanos de la fe judía, al menos en su faz operativa; su labor diaria consistía en iniciarme en la colocación del tefilin (o filacteria): se trata de una pequeña pirámide trunca de cuero con unas tiras salientes confeccionadas también en cuero. Mendel me lo colocaba primeramente en el brazo izquierdo y yo debía repetir con él unas frases en hebreo que estaban relacionadas con versículos de la Biblia, al menos eso presumía, la manera de sujetarlo al brazo no era aleatoria (nada es aleatorio en la fe judía, de eso pude darme cuenta muy rápidamente), sino que debían darse siete vueltas siguiendo el trazo de algunas letras del alfabeto hebreo. Una vez concluido el ritual del brazo, lo desataba también siguiendo un protocolo y me lo colocaba en la frente conjuntamente con la correspondiente oración. Cuando Mendel intentó explicármelo, poco entendí sobre el significado de ese ritual; recurrí entonces a mi primer guía espiritual quien me informó que la manera más sencilla de concebirlo era como si fuera una antena que permitía comunicarnos directamente con Él.  La lectura del Libro fue mucho más ardua que la colocación de los tefilines, apenas podía retener algunas palabras sueltas en hebreo y los conceptos se me

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Je suis Karl: los cimientos de la nueva ultraderecha europea

Por: Francisco Pedroza | Agencia Paco Urondo Enviado por: Alberto Ferrari Tras la avanzada de políticas de ultraderecha en Europa y en el mundo, llega a Netflix un nuevo exponente del cine alemán: Je suis Karl. Una película de ficción que recorre las entrañas de un movimiento de extrema derecha. No resulta una novedad la creciente ola de movimientos de extrema derecha en el mundo. En nuestra región lo podemos ver con nuestros propios ojos. Ideas que parecían enterradas hace tiempo, debido a sus sanguinarios desenlaces, hoy vuelven a hacerse presentes pero con otras máscaras y otros referentes. Más allá de esas consignas que creíamos que nunca más íbamos a ver en el poder, hay otro factor que se repite: los movimientos que los difunden están, en general, integrados mayormente por jóvenes, siendo estos los más fieles a sus ideas y los más radicales a la hora de su expansión. Je suis Karl es una coproducción entre Alemania y República Checa donde se aborda esta problemática desde adentro de una organización ficticia. La trama sigue la historia de Maxi (Luna Wedler),  joven alemana e hija de padres que ayudan a refugiados a cruzar la frontera y radicarse en el país. Todo comienza cuando la madre, junto a sus dos hermanos, son asesinados en un ataque terrorista y Maxi conoce a Karl (Jannis Niewohner), un carismático líder de una organización fascista. A partir de este encuentro, veremos las estrategias que usan desde adentro para atraer jóvenes hacia su movimiento, que lejos de ser skinheads o reivindicar algunas de las banderas de antaño, son hipsters, influencers y estudiantes bien posicionados.  Esto se vuelve muy claro cuando, al inicio de un discurso de Karl en la universidad, una de las jóvenes se anima a gritar “Sieg heil”, frase del nazismo utilizada para saludar a su líder. Karl, lejos de condenar aquellas palabras, sólo atina a decir que es parte del pasado y que hay que superarlo. Una especie de referencia a una batalla perdida y no un genocidio. En términos narrativos, el film por momentos cae en lugares comunes y hasta trillados, como apelar a la lastima o al romance. Sin ir más lejos, la historia sobre movimientos radicalizados fue contada muchas veces: en La ola veíamos a un profesor que experimentaba con una clase convirtiéndola de a poco en una organización política; o, más reciente, en la serie Years and Years vemos el crecimiento de posiciones extremistas a lo largo de los años y la simpatía que generan en ciudadanos, que incluso al principio eran reacios. Sin embargo, a diferencia de estas producciones, Je suis Karl no muestra escenarios hipotéticos, sino que refleja algo mucho más crudo y perturbador: una serie de ideas que hoy en día están en expansión y de qué forma son transmitidas. Como señalamos más arriba, estas ideas no son algo nuevo en ninguna parte del mundo, pero hoy son comunicadas de otra manera y esta película se mete en el debate. No sobre por qué para tantos jóvenes son llamativas, eso queda muy claro a lo largo de las dos horas de duración del film, sino ¿Por qué a pesar de todo todavía no hemos podido desterrarlas? Y en especial ¿Qué es lo que realmente están pidiendo? ¿Qué necesitan? En definitiva, si existe alguna forma de satisfacer esas demandas, sin necesidad de recurrir a movimientos extremistas y prácticas violentas, que ya sabemos a dónde nos han llevado en la historia de la humanidad.

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¿QUIÉN ES ESA CHICA, LA DE LA FOTO QUE  APARECIÓ EN EL PROGRAMA DE TELEVISIÓN QUE DIO TANTO QUE HABLAR?

Por: Graciela Perez Esandi (Com. de P. de Género) Es posible que algunos de los lectores de esta revista sepan quién es, o quién era, pero es muy probable que muchos otros, no. Y que una persona joven diga, no la conozco, no está en las redes, no aparece en revistas ni diarios y piense ”si no estás en ningún medio social es como que no existís”. Para esas personas es que escribo este relato. Esa joven, conocida en todo el mundo, se llamaba Anna Frank. Anna nació en Francfort, Alemania en 1929, hace 92 años y murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen en marzo de 1945, poco antes de la liberación que se produjo el 8 de mayo de 1945. Tenía sólo quince años, ¿Qué pudo haber hecho para que se la siga recordando aún hoy? Durante su corta vida vivió en su país de origen con su familia sin contratiempos hasta que en 1933 se produjeron hechos violentos muy graves contra los judíos y otros grupos no deseados por el gobierno que asumió ese año. Y pudieron exiliarse en Amsterdam en los Países Bajos. No fué sencillo y tuvieron suerte porque muchas otras familias judías no pudieron irse de su país y sucumbieron en los campos de concentración o en los ghettos que los Nazis formaron para encerrar a los judios en barrios de los que no podían salir. En Amsterdam el padre, Otto Frank, logro tener un empleo, sus hijas, Margot y Anna, pudieron seguir estudiando en la escuela. Edith Frank, la madre, pudo hacer una vida normal. El gobierno Neerlandés era tolerante y neutral. La vida apacible duró hasta que el país fué invadido por las tropas alemanas nazi en mayo de 1940. Ya había comenzado la Segunda Guerra Mundial, y las condiciones nuevamente tomaron un giro para peor. Por segunda vez intentaron exiliarse en otro país o incluso en otro continente, pero no tuvieron esa suerte. A partir de ahí, en secreto, los padres organizaron un escondite, mudaron muebles, ropa, libros, enseres domésticos, todo de manera poco visible, mientras siguieron viviendo de manera normal en su domicilio, hasta que decidieron irse a lo que llamaron luego “La Casa de Atrás”, unos ambientes que estaban detrás de la fábrica donde trabajaba Otto. Para sostener este audaz proyecto tuvieron que contar con personas que los protegieran, que les llevaran alimentos, que los ayudaran a resolver todo tipo de problemas y que no los denunciaran. Además de la familia Frank, se alojaron en ese pequeño espacio, otra familia, los Van Pels, formada por Auguste, Hermann y Peter, madre, padre e hijo, y un dentista de nombre Fritz Pfeffer. En ese encierro vivieron desde el 9 de julio de 1942 hasta que el 4 de agosto de 1944 los hallaron fuerzas de la Grune Polizei neerlandesa y los detuvieron y encarcelaron. El 11 de septiembre de 1944 los llevaron al campo de concentración transitoria de la policía alemana en Amerfoort. Sus protectores fueron Viktor Kugler y Johannes Kleiman, quienes fueron detenidos también, aunque a las mujeres que también fueron protectoras, Miep Gies y a Elizabeth “Bep” Voskuijl, no se las llevaron. La policía se llevó todo objeto de valor y dinero, pero no se llevaron todo. Algo muy importante quedó en ese lugar, gracias a Miep Gies y “Bep” Voskuijl, que pusieron a resguardo el Diario que Anna venía escribiendo desde poco antes que su familia fuera sacada de la “Casa de Atrás”. De los detenidos sólo uno de los ocho que estuvieron escondidos en la Casa de Atrás sobrevivió y ese fue Otto Frank, el padre de Anna. De sus protectores, Kugler y Kleiman sobrevivieron, Kleiman porque fue liberado por cuestiones de salud y Kugler porque logró escaparse y emigró a Canadá. “Bep” vivió en Amsterdam hasta su muerte en 1984. Miep Gies vivió hasta los 100 años. La mención de todos estos nombres es intencional, es para recordar que así como hay personas violentas, asesinas y crueles, hay personas que son compasivas, altruistas, y que resisten las injusticias aún a riesgo de perder sus vidas en defensa de otras personas. A ellos hay que recordarlos y rendirles homenaje también. EL DIARIO DE ANNA FRANK Este texto, escrito por Anna Frank desde el 12 de junio de 1942, el día que cumplió trece años, finaliza el 1ro de agosto de 1944. En esa fecha ella tiene quince años y termina su última anotación diciendo que está “buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser…si no hubiera otra gente en este mundo”. Una adolescente que no llegó a ser adulta, una jovencita que demostró un talento para escribir que se va conociendo al leer su diario al que le había puesto el nombre de “Kitty”. Sus anotaciones están escritas como Cartas a Kitty como si fuera su confidente, con franqueza. Le cuenta todo lo que le pasa, lo que le preocupa, lo que sueña, sus emociones, sus enojos, sus planes para el futuro. Otto Frank recibió de manos de Miep Gies el diario de su hija cuando se supo que no volvería. El padre decidió publicar el libro pero no fue tarea sencilla porque los temas sexuales que aparecen en el Diario no eran tratados en la literatura, mucho menos si era para jóvenes, en esa época. Además, él quiso respetar la memoria de las personas de La Casa de Atrás que Anna mencionaba muy francamente, a veces con simpatía y otras con irritación o antipatía. Finalmente legó los escritos originales al Instituto Holandés de Documentación de Amsterdam. Otto falleció en 1980.

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Y sin embargo, soy judía

Enviado por: Benjamin Falicoff  Por: Alexandra Kohan | El Diario AR (7 de septiembre de 2021) Este año fui invitada por LimudBA a participar de esa lindísima celebración que se llama Rosh Hashaná Urbano. Un acontecimiento que emociona por la alegría que suscitan los lazos comunitarios que se construyen. La idea, como siempre para Limud, es celebrar la diversidad. Me animaría a decir que se trata de sacar lo judío a la ciudad, de que se mezcle en lo público, de ser parte de algo que no se encierre en un “nosotros” -subrayo que no se encierre-. Fue una experiencia de vitalidad y entusiasmo en medio de una época en la que no abundan. Siguen siendo momentos difíciles para todos y considero que estos espacios nos muestran que, a pesar de todo lo que se rompió, a pesar de que la pandemia no haya terminado, la vida sigue siendo posible, sigue siendo posibilidad. Voy a estar siempre agradecida a LimudBA por ese momento. Una parte del texto que sigue fue leído ese día: Yo no sabía que era judía cuando íbamos a lo de mi tía Raquel a comer kreplaj y varenikes.  Yo no sabía que era judía cuando mi mamá hacía un leicaj riquísimo, unos knishes espectaculares, o un guefilte fish exquisito. Yo no sabía que era judía cuando veía el carnet de mi papá de socio vitalicio de Hebraica. Yo no sabía que era judía cuando mi papá decía tujes o shikse. Yo no sabía que era judía cuando pregunté un día qué quería decir que mi hermano estuviera circuncidado.  Yo no sabía que era judía cuando mi papá decía “(tal) es paisano”.  Yo no sabía que era judía cuando iba al templo para los casamientos de los amigos de mi hermana. Yo no sabía que era judía cuando iba a los Bar Mitzvah de algunos amigos.  Yo no sabía que era judía cuando escuchaba a mis amigos decir potz. Yo no sabía que era judía porque en mi casa nadie había dicho nunca “sos judía” ni “somos judíos” ni “soy judío”.  Sé, por mi querido amigo Facundo Milman, que Emmanuel Levinas dice: “no se puede ser judío sin saberlo”, pero yo era judía aunque no lo supiera, pero lo sabía: Como el  inconsciente, que es un saber no sabido.  Y un día supe qué era un matrimonio “mixto”. Porque resulta que, para algunos judíos, yo no era judía, por el vientre de mi mamá, pero tampoco era católica por el apellido de mi papá. ¿Y entonces?  Y entonces pensé que eso también era lo judío en mí: esa errancia, esa expulsión, ese ir de un lugar al otro sin ser alojada del todo, manteniendo siempre una extrañeza en lo familiar, siendo un poco extranjera en lo propio. En mi familia no se practicó jamás ningún ritual religioso, no se celebró jamás ninguna fiesta judía. Y sin embargo, no dudo cuando digo soy judía.  El psicoanálisis me enseñó que una identidad no es algo natural y dado y que, en cambio, se construye a partir de múltiples escrituras, identificaciones, legados, determinaciones, muchas de ellas, la mayoría, inconscientes. Sé, porque estudié psicoanálisis, que la identidad es un palimpsesto que se construye con otros, en la alteridad. Que no hay Yo sin otro y que la identidad es siempre un poco precaria, movediza, inestable; que el ser es una ficción -verdadera como toda ficción-. Y sin embargo, no dudo cuando digo soy judía.  La identidad es un palimpsesto que se construye con otros, en la alteridad. Que no hay Yo sin otro y que la identidad es siempre un poco precaria, movediza, inestable.Y sin embargo, no dudo cuando digo soy judía. Las lecturas que hice a lo largo de mi vida me enseñaron que los esencialismos son una usina de prejuicios, que se trata de que sospechemos de eso que tiende a la naturalización, que los esencialismos funcionan como un modo de obturar preguntas y coagular estereotipos, de conformar odios y segregaciones. Comparto lo que dice Milman: “ser judío no es una esencia, es la imposibilidad de ser total”. Eso también me lo enseñó el psicoanálisis. Y sin embargo, no dudo cuando digo soy judía. Yo, que creo con vehemencia, que pensar es dudar, hacer vacilar las certidumbres; que pensar es hacer preguntas, abrir hiatos, interrogar las certezas, no dudo cuando digo soy judía. Quizás porque no dudo del poder performativo de la palabra, acaso porque sé que la palabra no es sólo un decir, sino que es un hacer, acaso porque sé que el ser es un efecto del decir, acaso porque sé que la palabra funciona en la medida en que se responda por ella, es que no dudo cuando digo soy judía. Me gustó mucho lo que dijo Wally Liebhaber en otra edición del Rosh Hashaná urbano: “el judaísmo es esa pregunta constante que no termina (…) nadie puede arrogarse el derecho a decir quién es judío y quién no (…) cada uno tiene su manera de ser judío”. Gershom Scholem también había dicho: “¿qué es ser judío? seguir preguntándoselo”. Martín Kohan lo dice así: “Me preguntaba, pues, por mi judaísmo. ¿Era judío? ¿había dejado de serlo? Claro que era judío, ¿pero en qué sentido lo era? Me hacía la pregunta, y no daba con la respuesta. Me llevó algún tiempo advertir que el judaísmo radicaba en la pregunta. En la pregunta, antes que en cualquier respuesta”. ¿De qué está hecho mi judaísmo? y no ¿qué es mi judaísmo? Dice Diana Sperling: “el acento más puesto en el hacer que en el ser, y el hacer no constituye identidad porque nunca se aquieta, es dinámico”. Me gusta pensar ahí, en eso que me fue legado sin saber, en eso que me fue transmitido sin aleccionamientos. Quizás porque en mi familia no hubo dogmatismos es que puedo decir soy judía sin tener que dar explicaciones. Quizás porque uno de los legados más importantes de mi papá fue el de practicar la diversidad. No solo casándose con una mujer no judía, sino evitando hacer de eso una épica. Y es que sí, como dice Diana Sperling, «lo que caracteriza a lo judío es la diversidad”. Quizás porque en mi familia

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1er. CONCURSO DE NARRATIVA BREVE: “Pequeñas historias o cuentos de la vida judía en la Argentina”

EL LLAMAMIENTO ARGENTINO JUDÍO y la Comisión de Cultura invitan a participar de su 1er. CONCURSO DE NARRATIVA BREVE – Edición 2021 “Dardo Esterovich” Tema: “Pequeñas historias o cuentos de la vida judía en la Argentina”. BASES DEL CONCURSO: 1.          El concurso es abierto y gratuito a todo/a aquel que quiera participar. Es de alcance internacional. 2.          Se convoca a presentar trabajos escritos que no hayan ganado premios anteriormente. 3.          Las obras deberán estar escritas en castellano. 4.          Las narraciones se enmarcarán bajo el siguiente tema: “Pequeñas historias o cuentos de la vida judía en la Argentina”. Pueden ser de ficción o real. 5.          Sólo se puede presentar un trabajo por participante. 6.          Las obras figurarán bajo un seudónimo y serán enviadas por correo electrónico a la siguiente dirección: llamamiento.concurso@gmail.com.         Se enviarán 2 documentos Word adjuntos con el siguiente texto en el asunto: “1er. Concurso Llamamiento Argentino Judío”.         En un primer documento Word se enviará la obra. En el encabezado y en cada hoja debe figurar: «TITULO DE LA OBRA – SEUDÓNIMO (con el que se participa)«         Un segundo documento Word con el título: “PLICA – seudónimo (con el que se participa)” debe contener los siguientes datos indefectiblemente: seudónimo, nombre y apellido, edad, número de documento, título del trabajo presentado, domicilio, teléfono y correo electrónico (recomendable). 7.          Los trabajos no podrán exceder las tres (3) carillas en letra Arial 12 a doble espacio y numeradas.  8.          Los tres trabajos ganadores -diferenciados en 1er, 2do, 3er lugar y menciones- serán premiados con medallas, diplomas y con la publicación virtual de los mismos en todas las redes del Llamamiento Argentino Judío.  9.          Todos los premios podrán ser declarados desiertos. El Jurado estará conformado por distintas personalidades vinculadas al tema y sus nombres se darán a conocer en el acto de entrega de premios. 10.       Los premios se entregarán en un acto de premiación a realizarse entre los meses de abril y mayo 2022. En ningún caso se enviarán por correo. 11.       El fallo del Jurado será inapelable.  12.       La participación en el presente concurso implica el conocimiento de las bases y su total aceptación. IMPORTANTE: El no cumplimiento de las presentes bases implicará la descalificación automática del trabajo presentado. 13.       El Llamamiento Argentino Judío se reserva el derecho de incluir los trabajos en sus redes sociales u otros medios gráficos, radiales y televisivos como así también formar parte de un potencial libro.  14.       Se establece como fecha y hora tope para recepción de los trabajos, el 31 de diciembre de 2021 a las 24 horas. 15.       El resultado del presente concurso será dado a conocer a través de la página Web del Llamamiento Argentino Judío.   16.       Se podrán hacer consultas al correo electrónico:  llamamiento.concurso@gmail.com. Si tenés previsto participar enviando un trabajo, podés completar este muy breve form para tener un número estimativo de participantes. HACER CLICK AQUÍ (Es opcional)

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Shtisel, un mundo de mierda

Lo que otros no te dicen de la serie israelí por correctos o pelotudos Eduardo Blaustein | Socompa (27 de mayo de 2021) Será por un asunto de corrección política, todos educaditos, pero nadie habla de la muy vista serie israelí como se lo merece. O al menos como la interpreta el autor de esta nota. Qué refleja Shtisel acerca del mundo de los ultraortodoxos en Israel, gente muy religiosa y muy pilla, dada al choriplanerismo religioso. Tiene bastante de telenovela clásica, de esas tipo Migré que conocimos en los 60 y 70, y a veces hasta de culebrón tropical. Solo que se habla en distintos formatos de hebreo e ídish. No aporta casi nada de nuevo al arte de la puesta en escena, ni de la fotografía, ni de la narración, aunque sus diálogos –en general breves- son sutiles, inteligentes, muy eficaces, mejor editados. La serie de vez en cuando conmueve –sobre todo cuando sus personajes son capaces de salir de las trampas que se autoimponen-, engancha, pero sobre todo (así le sucede a quien escribe) irrita un montonazo. Eso dependerá de quien la vea. La mayor parte de las actuaciones van de muy buenas a extraordinarias, im-pre-sionantes, y quizá más se conmuevan ante esas actuaciones los judíos que todavía guardan alguna memoria remota de las gestualidades, inflexiones, sabores e intimidades de lo ídish. Ayuda mucho a la serie su componente “antropológica” que muchos verán como colorida o puramente exótica. Shitsel se comenzó a rodar con un presupuesto rata y hasta con grabaciones distantes por falta de financiación. Hasta que terminó convirtiéndose en uno de esos malditos nichos de mercado y fue comprada por Netflix. En Netflix lo judío ya aparece como un renglón o sección específica de ficciones a vender, mientras que Amazon compró la franquicia para adaptarla a Nueva York. La serie no tiene nada de espectacular, ni de original, salvo –no es poco- su temática, sus personajes, su muy cuidada mesura, su sensibilidad y su inteligencia. Nada extraordinario, pero es a la vez una buena, pero muy buena serie. Sin embargo, lo que nos convoca a escribir aquí es hacer algo sobre la serie que no hemos visto o leído en las redes: hacer de Shitsel una lectura que no pase exclusivamente por lo colorido o lo existencial, sino hacer una lectura política. Shtisel es una serie israelí que se desarrolla en el barrio de Geula, en Jerusalén. Ese barrio medio fulería, en la real realidad –como decía Gasalla- está poblado mayoritariamente por haredim, corriente dominante de los judíos ultraortodoxos. El 20 por ciento de ellos vive bajo la línea de pobreza. Alerta spoiler: porque no quieren laburar. Los Shitsel pertenecen a una de esas familias ultraortodoxas. Obviamos acá la parte de los vestuarios: levitas y sombreros negros, barbas enormes, peyes o peyot (los rulos que llevan sobre las sienes, precepto bíblico). Casi todos son rabinos, todos se la pasan estudiando el Talmud, solo aspiran a enseñar o trepar en sus yehsivot –escuelas religiosas-, mientras las mujeres sostienen la reproducción cotidiana: lavan, planchan, paren, cocinan, atienden a los caprichos de sus maridos, aunque se las ingenian también para empoderarse y –casi tanto como los masculinos- manipular a maridos, hijos o ajenos. Lo fundamental de la serie es el retrato de la vida cotidiana de una familia ultraortodoxa. Un mundo del año 1000 en Sefarad/España, aunque allí las cosas eran más luminosas gracias a la convivencia con los árabes, la cultura más dinámica y brillante de la época. Un mundo entonces del siglo XV o XVI en alguna aldea de Europa Oriental, donde según más de un autor judío los espíritus más libres eran los judíos pobres, los menos estudiosos y religiosos. Estos Shtisel, en cambio, viven torturados, presionados, llenos de culpas por supuesto, horriblemente pendientes del qué dirán. Como los ultraortodoxos de la real realidad, los Shtisel viven al margen de la sociedad, el Estado y todo Occidente. Todo lo lejos que puedan de la televisión satánica, la ciencia, la tecnología y el sexo y regidos por la autoridad indiscutible del Señor, la Torá y las infinitas, laberínticas autoridades rabínicas. Ya veremos que eso de vivir lejos de los beneficios del Estado y la ciencia –en la real realidad- es relativo. Esta gente no conoce la palabra amor ni enamorarse (“¿De dónde sacaste esa palabra?”, dice una madre a su hijo en algún capítulo). Los matrimonios –urgidos pues hay que multiplicarse y ser severos y cumplir los ritos- se conciertan mediante casamenteros y para casarse bastan dos o tres citas. Si no te arreglaste con eso o sos un loco o un desastre descarriado de la grey. Nada de tocarse los cuerpos antes del casamiento. Nada de nada, nada mal. Si en el contexto de reglas religiosas o culturales despiadadas hay un fracaso, eso debe ocultarse. Si una mujer es engañada o dejada, debe ocultarse. Si en el matrimonio hay un disgusto, una discusión, un malestar, debe ocultarse. A continuar los hombres con sus insufribles estudios infinitos y las mujeres a la cocina. Tal como se pinta en la serie, el barrio de Geula es feo. Paredes sucias cubiertas de afiches –ídem las cabinas telefónicas- y esos afiches, otra vez, en la vida real, son denuncias que se intercambian los ultraortodoxos por incumplir reglas o mandarse presuntas cagadas. Los departamentos en los que viven los Shitsel no solo son austeros, son horribles. Paredes color crema barata, muebles y sábanas de los peores negocios (o del peor Once), los objetos justos y bien vulgares, las mujeres con pelucas vestidas de manera deplorable, no sea cosa de incitar a la tentación. Ahí va una de esas reglas: el recuerdo en un episodio de la mujer que se lloró todo, toda una noche, porque se le corrió la peluca ante los otros. Shtisel muestra un mundo del orto (pero doxo), asfixiante, de gente torturada que ríe muy pero muy poco, y menos acaricia o besa, que no puede tomarse libertades ni autonomías. Que no ve la tele, ni va casi al cine (y si va debe negarlo), ni al teatro. Gente que ante cada problemita o problemón acude a la palabra inapelable

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Israel: de crisol de razas a sociedad capitalista

Por: Efraim Davidi La ex ministra de Cultura del Likud, Miri Regev, denunció hace pocas semanas atrás, a principios de agosto, el «ADN blanco» de la dirección del partido derechista. Regev, que se jactó siendo ministra de «que nunca leyó a Chejov», alabó en una entrevista con el diario «Iediot Ajaronot» al ex-premier Netanyhau y habló de sus esperanzas de ser algún día primer ministro. Ella señaló que muchos puestos de liderazgo en Israel nunca han sido ocupados por un judío mizrají desde la creación de Israel, a pesar de que la mayoría de los miembros del Likud pertenecen a esa comunidad. Incluso comparó la situación de los mizrajíes con los negros en EE.UU. Regev no es un nuevo Martin Luther King de habla hebrea. Después de una larga carrera en el ejército, la coronel Regev, que fuera responsable de la censura militar a los medios de comunicación existente en Israel desde 1948, fue elegida diputada por el Likud en el 2008 y se destacó por sus injurias contra los refugiados africanos que habitan el sur del Tel-Aviv. «Son un cáncer en el seno de Israel», profirió en una demostración racista realizada en el barrio pobre Shjunat Hatikva de Tel-Aviv.   Pero Regev resucitó la cuestión de los judíos de origen oriental (mizrají). La cuestión de los judíos mizrajíes o mizrajim (en hebreo en plural, mizrají en singular) es un tema recurrente en la política, la sociedad, la economía, la cultura, el cine, las artes, la literatura y la poesía de Israel. ¿Quiénes son los los judíos mizrajíes? Se puede buscar en vano el significado del término en cualquier diccionario en castellano de la lengua hebrea. No existe. Pero de acuerdo a «Wikipedia»: «Los judíos mizrajíes o mizrajim son descendientes de las comunidades judías del Medio Oriente y norte de África. Literalmente mizrají significa «oriental», ya que Mizraj (en hebreo: מזרח‎) significa «Este». Originalmente el uso del término mizrají y «Edot ha-Mizraj» fue una traducción de la palabra árabe mashrīqī (oriental), que se refería a la gente de Siria, Irak y otros países asiáticos, mientras que a los judíos del norte de África se les llamaba, en árabe, magāriba (magrebíes). En el Israel actual esta palabra hace referencia a todos los judíos de países árabes asiáticos, aunque muchos mizrajím rechazan el uso de este término y prefieren ser identificados por su país de origen, o el de sus antepasados inmediatos, y no por una palabra que los englobe a todos. También se utiliza la palabra ‘sefardí‘, en un sentido amplio, aunque ello da lugar a confusión en ocasiones, ya que esta palabra debe emplearse únicamente para los descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica (Sefarad) en los siglos XV y XVI». De estos párrafos se puede entender que en «el Israel actual [el término] hace referencia a todos los judíos de países árabes asiáticos». Pero no es así. «Mizrají» se utiliza incluso en la prensa diaria de mayor circulación en Israel («Iediot Ajaranot», por ejemplo) para designar a todo israelí procedente o descendiente de los judíos llegados al Estado Judío desde el Norte de África, el Medio Oriente y hasta Yemen, Irán y Afganistán (estos dos últimos no son países árabes). ¿Comunidad o comunidades? Pero este término de uso diario tiene un origen. Y no tiene nada que ver con «las comunidades orientales» (Edot ha-Mizraj). Este último término apunta a que no hay una «comunidad oriental», sino «comunidades» (en plural), acorde con la ideología imperante en el establishment sionista en Israel en los 50 y 60 del siglo pasado. No es un secreto que el primer Premier del Estado de Israel, David Ben-Gurion, tenía una visión discriminatoria hacia esas comunidades. Uno de los líderes del partido laborista gobernante de Ben Gurion, Mapai (Mifleget Poalei Eretz Israel), Giora Yoseftal dijo en el Congreso Sionista 23 realizado en Jerusalén en 1951 que «la condición indispensable para el crisol de diásporas es el necesario cambio en las concepciones de aquellos que provienen de los países atrasados. No hay nada en común entre los padres que dan todo a sus hijos y ven en su educación y la salud el objetivo de sus vidas y hasta pueden deprenderse de su comida y ropas por el bien de sus hijos; y aquellos que les quitan a sus vástagos las raciones de comida, los envían a trabajar, no entienden por qué los niños deben estudiar y no saben qué es un médico o un medicamento. No puede haber un crisol de diásporas cuando en una familia se obliga a la mujer a volver a trabajar a los pocos días del parto y en otra se gastan hasta los últimos centavos en el bienestar de los hijos». Estas declaraciones de un líder laborista no es una visión puramente personal sobre «los recién llegados» (los mizrajim). Siete años después, en un debate en la Knesset, otro líder laborista, Mordejai Namir, a la sazón Ministro de Trabajo, se refirió al proyecto de ley de la bancada comunista de establecer el seguro de desempleo: «La gran mayoría de los desempleados son nuevos inmigrantes (olim jadashim). Tenemos un gran problema con este grupo: el solo hecho de trabajar, conocer  por dentro un lugar de trabajo y la disciplina laboral, representa para ellos una revolución mayor en sus vidas e incluso una revolución personal en cada individuo, en su mente y en su cuerpo. La mayoría de ellos nunca trabajó, y están obligados aquí a estudiar los rudimentos del trabajo. ¿A esta gente le daremos dinero para que no trabajen? ¿Un seguro de desempleo no será para ellos una motivación más para dejar de trabajar? Incluso si este seguro de desempleo representa una entrada muy reducida, ¿no habrá entre ellos aquellos que quieran vivir en la pobreza – pero sin trabajar?» El propio Ben-Gurion, que en junio de 1958, tuvo que hacerse cargo de la cartera de Bienestar Social por una defección en la coalición gobernante encabezada por su partido, declaró «estar a cargo en forma oficial de atender

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