REFLEXIONES DESDE ISRAEL
Por: Alejandro Stein (Compañero del Llamamiento, desde el kibutz Barkai, Israel) 1. Se cae. No se cae. Aguanta. No aguanta. A veces no se sabe qué es peor, la mentira o la memoria. Esta coalición de gobierno rara, de esas “imposibles”, que va desde la derecha más derecha potable, de esa que uno digiere a fuerza de Hepatalgina suponiendo que la Hepatalgina todavía exista, hasta la izquierda más progresista dentro del sionismo, y un partido árabe religioso, se creó con un único propósito: ¡Fuera Netanyahu! Fuera Netanyahu es todo lo que él simboliza: La falta de escrúpulos, el amor desmedido a la silla, la mentira y la deslealtad como modo de vida e instrumento de trabajo de uso diario, (en definitiva, métodos que recuerdan con regusto amargo en la boca, no sólo al menemato sino al macriato). Y sus amistades, o como él los llama sus “aliados naturales”: Los actuales “aliados naturales” del Likud son un partido fascista y racista, llamado “El Sionismo Religioso” y dos partidos, también religiosos pero ultraortodoxos, uno askenazi y el otro sefaradí. Las bases del programa político de este grupo es sacarle las castañas del fuego al ex primer ministro en los juicios por corrupción con los que se está enfrentando, y de paso reducir el peso específico del Poder Judicial a 0, profundizar el apartheid israelí ya existente, desembozar aún más el racismo contra cualquier ciudadano que no sea judío, especialmente por supuesto la población palestina, tanto la israelí como la de los territorios ocupados, y convertir, de facto y de iure a estos territorios de “ocupados” en “liberados”, esto es, anexarlos. La coalición anduvo bien al principio. Esta melange se fue moviendo con cautela, aceptando y respetando las diferencias de posiciones, rechinando los dientes cuando había que votar en la Knesset algo que jamás hubieran apoyado si no hubieran tenido al cuco Bibi enfrente. Más que una coalición es lo que los troskos hubieran llamado un “frente único”, que se creó para, en términos semi médicos, extirpar un tumor. Y funcionó unos meses, hasta que algunos de los integrantes de la coalición se dieron cuenta que por sobre cualquier necesidad que tuviera el país, por cualquier tumor que lo amenazara, estaban ellos, no sólo con su ideología, sino con sus apetitos. Y comenzaron los planteos, y los sacudones. Mientras nuestro Boletín estaba de vacaciones, una diputada de “Derecha”, el partido del propio primer ministro llamada Idit Silman se pasó con armas y bagajes a la oposición. Y posteriormente otra diputada miembro de Meretz, Jida Rinawi Zohavi, amenazó hacer lo mismo por unos días, acercándose a la Lista Árabe Unida, hasta que dio marcha atrás después que consiguieran “convencerla” con concesiones especiales a la población palestina de Israel. El partido árabe Ra’am también corcovea. Y la coalición se va debilitando por derecha y por izquierda. Todos sabían para qué y por qué se formó este gobierno, pero están quienes no pueden dejar de ser lo que son: políticos, con sus cuotas de falta de escrúpulos, de hipocresía, de ambiciones. Y es así como el tumor sigue vivito y coleando. Este frente único se convirtió en una película de suspenso. Interesante ver cuánto va a aguantar el gobierno. 2. Mientras escribo esto, se cumple el 55 aniversario de la “reunificación” de Jerusalén. Cada vez que se habla de la “reunificación”, y de la manera que se la festeja, me acuerdo de eso de “¡España, una, España, grande, España, libre!”, que se desgañitaban gritando los falangistas en la edad más oscura de España. Y si hay que festejar, se festeja a lo grande. Provocando. Con desfile de banderas israelíes por Jerusalén, bailes, marcha por el barrio musulmán de la Ciudad Vieja entrando por la Puerta de Damasco y culminando en el Muro de los Lamentos para agradecer, por supuesto. Esta ciudad “una”, “reunificada”, tiene un sistema de reunificación muy particular. Pregúntenle si no a los habitantes palestinos del barrio de Sheikh Jarrah, creado durante el período otomano en el siglo XIX, con mayoría de vecinos palestinos musulmanes, minoría de vecinos judíos (hasta la guerra del 48), y otra pequeña minoría cristiana. Hace ya tiempo que los colonos judíos (sionistas) tratan de desalojar a los vecinos árabes, argumentando derechos de posesión anteriores a la guerra de 1948, enseñando como prueba documentos de compra, algunos dudosos ellos, y amparándose en esa justicia que supimos defender en la reflexión anterior, pero que es, en definitiva, la justicia del apartheid. Dentro de dicha legislación (la del ocupante) hay una ley que les da a derecho a los judíos a recuperar sus propiedades ocupadas por palestinos después del ’48, y “liberadas” en la Guerra de los 6 Días, derecho que no tienen los palestinos con las suyas, vaya a saber uno por qué. Como hubiera dicho mi finado tío, “esas son leyes y no las que vienen en pomo”. Ver a los jóvenes israelíes, embebidos de patriótica pasión, bailar con sus banderas israelíes en la Puerta de Damasco, y pasearse por las calles del Barrio Musulmán de la Ciudad Vieja imbuidos de amor al prójimo y voceando, aparte de cánticos sionistas y patrióticos, consignas vomitadas por el sector más racista y reaccionario, que lo hace avergonzarse a uno de ser judío, como “Muerte a los Árabes”, “Que se les queme el poblado” y otras lindezas, protegidos por la Policía y el Ejército, provoca en quien escribe la comparación imaginaria de miles de hinchas de Ríver paseándose con camisetas, banderas, bombos, cantando los insultos que nos tenemos reservados unos a otros en la cancha, protegidos por fuerzas de seguridad, por el barrio de la Boca, desembocando en la Bombonera. Alguien cuya opinión respeto mucho, con menos sentido del humor, dijo que le recuerda las marchas nazis en la Alemania de los años 30, también protegidas por la policía, ellas. En fin, la vergüenza ajena y la bronca están ahí, no dejan de crecer, regados con la desesperanza. La bandera israelí agitada en Jerusalén Oriental pretende simbolizar, desafiante, lo que Israel proclama