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Pospandemia

Fuente: Luis Brushtein | La Tecl@ Eñe Fecha: 19 de mayo de 2020 Luis Bruschtein sostiene en este artículo que la recomposición pospandemia implicará redoblar la solidaridad activa, física, la lucha contra las injusticias, la fraternidad con los más vulnerables. Encontrarse con uno mismo será, en ese caso, encontrarse con los demás en un contexto mundial en el cual las empresas informáticas tratarán de naturalizar procesos para insocializar a las sociedades. Resulta por lo menos dudoso que la salida de la crisis beneficie a los sectores populares a nivel mundial, en el sentido de un mundo menos desigual y más equilibrado, si no se rompe la relación de fuerzas con las que se entró a la epidemia. Es cierto que desde una mirada racional sobre el proceso de la pandemia tendría que surgir una mayor valoración de las decisiones políticas sostenidas por un Estado con recursos suficientes, así como la idea de responsabilidad social, no desde lo individual, sino desde una consciencia comunitaria y solidaria, y sobre todo, una mayor valoración de la salud pública y de lo público en general. Es evidente en todo el mundo que las mejores respuestas a la epidemia surgieron desde esas actitudes, mientras que las contrarias provocaron la pérdida de decenas de miles de vidas. Ese es un aspecto del balance que está dejando la pandemia. Otro aspecto es que la epidemia surgió en un mundo de grandes desigualdades, con una extraordinaria concentración de la riqueza que, a su vez, se expresaba en procesos políticos reaccionarios. La epidemia no modificó esa relación de fuerzas y las nuevas evidencias que surgen tampoco inciden en esa puja mientras no se transformen en reclamo consciente que se constituya en presión y organización para obtenerlo, y en respaldo consciente a los gobiernos que representan ese impulso. Al estallar la epidemia en sociedades configuradas de esa manera, así como las sociedades sacan sus conclusiones, las grandes corporaciones hacen lo mismo. Y tratarán de institucionalizar las oportunidades de negocios que se abren en el nuevo mundo apestado con prácticas sociales de confinamiento y separación. Es posible que muchos de los comportamientos del distanciamiento social al que obliga la cuarentena se prolonguen hasta que se encuentre la solución definitiva a la epidemia. O sea que podrán permanecer bastante tiempo y habrá una fuerte tendencia para naturalizarlos e instalarlos en forma definitiva. Porque varios de estos comportamientos son funcionales a una sociedad compartimentada, individualista y conectada a la realidad en forma virtual y manipulable. Miles de millones de personas pegadas durante la mayor parte del día a pantallas de computadoras y celulares es el paraíso del neoliberalismo. Las compras por las redes evitan alquileres de locales, gastos de servicios y salarios. De la misma manera sucede con el trabajo online. Una sola clase virtual puede reemplazar a miles de maestros. Las personas forjan su identidad a partir de ese complejo entramado social en el que interviene hasta la cola de los jubilados en el banco. Si ese universo de contactos y entrecruzamientos es reemplazado en su mayoría por la ilusión de relacionamiento que genera el mundo virtual, se produce una anomia, Se pierde noción de uno mismo en un contexto con los otros. Es parecido al proceso para cazar algunos animales a los que se persigue haciéndolos separar de la manada hasta acorralarlos cuando quedan solos. Todo el sistema informático sobre el cual se desarrollan estas prácticas ilusoriamente sociales está controlado por no más de diez grandes corporaciones en todo el mundo. Obviamente son las más favorecidas por la epidemia y las que tratarán de naturalizar estos procesos para insocializar a las sociedades. Lo que más duele en las cuarentenas es la falta de intercambio físico con otras personas, sobre todo con los seres queridos, familiares y amigos. Y la reacción es aferrarse con desesperación a las brillantes pantallitas. Esa amputación de la parte socializante de cada uno sólo tiene sentido en este momento como forma de evitar la expansión de la epidemia. Aunque suene paradójico, aislarse se convierte así en una actitud social. Pero aislarse sin epidemia sería lo opuesto: reducirse y al mismo tiempo despersonalizarse. En este mismo momento, el hombre o la mujer aferrados a su pantalla está desconectado del que está en situación de calle, del que perdió el trabajo o del que vive hacinado en una villa. Supone que lo conectan los emoticones. Si ve las muertes en la villa, pone el emoticón de enojado y supone que conectó con esa tragedia. El escenario del planeta atacado por un virus, con cuarentenas mundiales mientras mueren cientos de miles de personas y las calles de las principales capitales aparecen desoladas, sin hablar de las escenas de las inmensas fosas comunes o las imágenes de cadáveres abandonados en las calles en algunos países donde fueron desbordados el sistema de salud y hasta los servicios fúnebres, tiene un dejo apocalíptico. El ser humano tiene una enorme capacidad para recomponerse. La epidemia se desarrolla en un juego que favorece al que tiene más resto. Para cambiar las estructuras injustas e irracionales del sistema mundial, la catástrofe tendría que ser aún más destructiva. La recomposición pospandemia implicará redoblar la solidaridad activa, física, la lucha contra las injusticias, la solidaridad con los más vulnerables. Encontrarse con uno mismo será en ese caso, encontrarse con los demás. *Periodista

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75 años de la derrota del fascismo

Fuente: Gustavo Espinoza M. | Alainet Fecha: 8 de mayo de 2020 Hace 75 años, en mayo de 1945, el Estado Mayor Hitleriano firmó la rendición de Alemania en la II Guerra Mundial. Cuando cayó el telón de la escena, el fascismo había sido derrotado, pero la lucha dejó una dolorosa estela de muerte y de sangre. Más de 50 millones de personas ofrendaron su vida por esa causa, centenares de ciudades, y millares de aldeas, fueron arrasadas por los ejércitos en marcha; pueblos enteros desaparecieron, y se destrozaron fronteras. La guerra fue un precio muy alto que el mundo debió pagar para librarse de la tiranía y de la esclavitud. El oscuro antecedente En realidad los sucesos que se desencadenaron en Europa a partir de 1939, tuvieron un antecedente definido: la I Guerra mundial, librada entre 1914 y 1918, que dejó un continente destruido y mutilado. Esa guerra, originalmente fue ideada por las grandes corporaciones financieras como un modo de hacer frente a la aguda crisis que afectaba la estabilidad del sistema de dominación capitalista. Forjar una economía de guerra, que alentara la instalación de fábricas de armas, produjera ingentes cantidades de artefactos de ese orden, diera empleo al gran número de desocupados que pululaban en todos los países y reflotara la economía a partir de la comercialización de productos bélicos; pareció ser -entre 1912 y 1914- el modo de enfrentar una crisis que corroía las bases mismas de la sociedad de entonces. Para ejecutar esa política, se dio inicio a la Primera Gran Guerra. Ocurrió, sin embargo, que estas previsiones no se cumplieron. Los pueblos no hicieron suya a causa de la guerra, aunque esta vinera envuelta en fina papelería de patriotismo. Como en otras circunstancias, en ésta, la Patria fue sólo un pretexto para enfrentar a unos contra otros; pero los trabajadores de distintos países percibieron que eso no era así. Que los obreros franceses nada tenían contra los obreros alemanes; y que los obreros alemanes no tenían por qué ver en los obreros franceses, a sus adversarios históricos. En todo caso, unos y otros debían ajustar las cuentas con sus propias burguesías, las de cada país, responsables de la crisis que se vivía en cada territorio y beneficiarias directas de la explotación inicua que ejercían contra sus pueblos. Los que se dieron cuenta de esa realidad, levantaron estandartes de paz, pero no fueron “pacifistas”. Enarbolaron la consigna de “¡Guerra a la guerra!” y llamaron a los pueblos a voltear los fusiles disparando no contra sus hermanos de otros países, sino contra los explotadores que tenían al frente. Fue esa, una lucha revolucionaria que estalló como una luz cuando los cañones del Crucero Autora alumbraron el nacimiento de la Revolución Rusa. Después de los sucesos de Petrogrado y Moscú, surgió en el mundo una verdadera Ola Revolucionaria –“La Ola Revolucionaria de los años 20”, se le llamaría-. En distintos confines del planeta, pero sobre todo en Europa, estallaron diversos procesos revolucionarios de corte socialista. Finlandia, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Alemania; fueron escenario de los principales episodios de esos años. Para enfrentarlos, las grandes corporaciones construyeron su propio parapeto: el fascismo. El surgimiento del fascismo El fascismo fue ideado como una barrera contra la insurgencia del proletariado. Ante la fuerza de la clase obrera. Las corporaciones construyeron la fuerza de la burguesía.  Y para hacerle efectiva, se valieron de los segmentos más pauperizados en la sociedad capitalista: el Lumpen del proletariado. Así forjaron una herramienta de masas y la pusieron bajo la égida de aventureros sin principios que hicieron del terror su manera de administrar el Poder. Años más tarde, Jorge Dimitrov definiría al fascismo como “la dictadura terrorista de los grandes monopolios, con apoyo de masas” Y llamaría a todos los pueblos a cerrar filas contra ese enemigo, que era ya el enemigo principal de la humanidad. Derrotada la Ola Revolucionaria de los años 20, en el mundo asomaron dos poderes: La Rusia Soviética que construía el socialismo; y el régimen fascista que asumiría la defensa de los intereses de los Monopolios. El fascismo optaría, desde un inicio, por una política belicista. No sólo habló de la guerra interna contra los trabajadores en cada país, sino también de una guerra de conquista y expansión, que se desarrollaría en el tiempo, y que buscaría convertir a los Estados Fascistas en los conductores de la humanidad. En la idea de sus jerarcas, el fascismo llegó para quedarse. Adolfo Hitler, diría después, que construirían “un milenio de dominio Pardo”  De la Italia fascista a la Alemania nazi El fascismo se originó en Europa central. Cuando en Hungría fue aplastada en sangre la República de los Concejos liderada por Bela Kun; el almirante Horty apareció a la cabeza de un régimen siniestro. En Bulgaria ocurrió un fenómeno parecido. Depuesto el gobierno progresista de la Unión Agraria, de Alesxander Stamboliinski, el general Tshankov se hizo del Poder con métodos siniestros. Pero fue en Italia donde el fascismo logró su principal victoria. En octubre de 1922, la Marcha Sobre Roma, ejecutada por las huestes del fascismo, permitió que el rey Victor Manuel entregara la Jefatura del Estado al “Ducce”, Benito Mussolini para instaurar el régimen fascista. Mussolini, en el Poder, no dio tregua a los trabajadores. Socialista converso, radical y chovinista, desplegó una violenta ofensiva contra los sindicatos a los que consideró “responsables” de la crisis italiana. Contra ellos, forjó la alianza de los grandes industriales con los segmentos emergentes de la sociedad – el lumpen del proletariado- Con ella, concibió la idea de construir un “Estado Nuevo”, el Estado Corporativo Fascista. El ejemplo fue seguido poco después en Portugal por Oliveira Salazar, quien, en 1925, se hizo del Poder en Lisboa con las mismas banderas. Y luego en Alemania, con el ascenso de Adolfo Hitler, a partir de 1932. Con Hitler en el Poder, las grandes corporaciones consideraron salvado su régimen de dominación. El líder Nazi se entendió, rápidamente con los segmentos más altos de la gran burguesía alemana y enfiló sus baterías

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Algo cruje: La crisis sanitaria mundial expone la descomposición de una arquitectura global caduca

Fuente: Jorge Elbaum | El cohete a la luna Fecha: 12 de abril de 2020 La crisis sanitaria producida por la pandemia muestra la debilidad de un sistema mundial regulado para beneficiar a sectores minúsculos de la población y desamparar a las grandes mayorías. Las evidencias más tangibles de esta barbarie contabilizada sobre la base de miles de personas que tienen el virus o fallecidas tras contraerlo, se hace más explícita con la carencia de infraestructuras científicas y médicas y la consecuente desprotección de los más vulnerados. Los grupos monopólicos de poder globalizado poseen agendas ajenas a los grandes problemas de la humanidad: la salud, los derechos humanos básicos, el trabajo, el medio ambiente, la violencia institucionalizada, la disparidad de género o las guerras no aparecen como problemas acuciantes que deben ocupar el centro de las preocupaciones políticas y/o económicas. Para el neoliberalismo financiarizado, estas temáticas son oportunidades de negocios. Las demoras de Estados Unidos y el Reino Unido en asumir la gravedad de la enfermedad aparecen como consecuencia de esta distorsión de prioridades. Dos meses después de declarada la epidemia en China, el 23 de febrero, el Presidente de los Estados Unidos declaraba en una conferencia de prensa que “tenemos prácticamente bajo control al SARS-Cov-2”. El 27 de Febrero, en una actividad convocada junto a líderes afronorteamericanos, manifestó que el virus “va a desaparecer en poco tiempo como un milagro”. Luego de que el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la emergencia global, Trump intentó enmascarar los tres meses que había desaprovechado en asumir los efectos de la transmisión generalizada, asegurando que “siempre supe que esto era real (…) He percibido que esto era una pandemia mucho antes de que lo llamaran de esa manera”. Cuando una semana atrás Estados Unidos pasó a ser el epicentro y alcanzó el 30 % de los contaminados a nivel mundial, Trump intentó responsabilizar a China y a la OMS de la catástrofe: “La Organización mundial se equivocó, no avisó a tiempo, podrían haber avisado meses antes, lo sabían; deberían haberlo sabido, probablemente lo sabían”. En esa misma rueda de prensa diaria, consideró que la OMS reverenciaba a Beijing, motivo por el cual congelaría los aportes de Washington a ese organismo multilateral. El titular de la OMS, Tedros Ghebreyesus, rechazó las acusaciones y advirtió que “politizar la pandemia podría empeorarlo todo y llevar a multiplicar las bolsas para cadáveres”. En la misma lógica que el magnate neoyorquino, el gobernador republicano de Mississippi, Tate Reeves, se negó inicialmente a que el distanciamiento social se convirtiera en norma dentro de su Estado. En una conferencia de prensa realizada la última semana de marzo, negó que Mississippi fuera a imitar el confinamiento estricto que permitió a Beijing disminuir la tasa de contagio. “Mississippi nunca será China. Mississippi nunca será Corea del Norte”, afirmó y le pidió a la población confiar en el “poder de la oración”. El último martes, cuando su Estado se había convertido en uno de los focos de contagio más graves de Estados Unidos (en el duodécimo lugar per cápita), decidió cerrar las escuelas. En forma paralela clasificó como negocios esenciales a las tiendas de armas y municiones, las instalaciones religiosas, los restaurantes, los cines y  las cafeterías. El 1 de abril, Mississippi tenía mil setenta y tres personas enfermas confirmadas, veintidós fallecidas y la tasa de hospitalización más alta del país. Con la misma negación para aceptar las recomendaciones de los virólogos encargados de monitorear la pandemia, Trump decidió el último lunes impedir el desembarco de los efectivos del portaviones USS Theodore Roosevelt, solicitado por su comandante, el Capitán Brett Crozier. En su carta al presidente, Crozier afirmó: “No estamos en guerra. No es necesario que los marineros mueran. (…) Considero que se deben evacuar a la mayoría de los aproximadamente 5.000 marinos de la tripulación, entre los cuales hay más de 200 casos confirmados, imposibilitados del distanciamiento social exigido para no contaminar al resto”. Trump despidió a Crozier por hacer pública la carta que le enviara a su despacho. El desprecio La misma lógica asumida por Trump fue verbalizada por el ministro de Educación Abraham Weintraub, perteneciente al gabinete de Jair Bolsonaro, quien denunció que China provocó la pandemia global de coronavirus en el marco de “un plan para dominar el mundo”. Al otro día de la afirmación, el Centro de Investigaciones Genéticas de la Escuela de Medicina de Mount Sinai, en conjunto con la Universidad de Nueva York, informó que el brote activo detectado en Nueva York, el primero dentro de Estados Unidos, tenía origen en cepas europeas, motivo por el cual era desafortunado asociar el itinerario del virus con extravagantes disputas políticas internacionales. Bolsonaro comparte con Trump los mismos criterios economicistas que lo llevaron a soslayar inicialmente el distanciamiento social recomendado por los infectólogos. Su negativa a validar las recomendaciones fomentadas por la inmensa mayoría de los gobernadores estaduales generó una denuncia del Ministerio Público Federal contra el Presidente por bastardear las medidas de cuarentena sugeridas. La demanda exige que Bolsonaro “se abstenga de emitir discursos e información falsa que debilite las medidas adoptadas para evitar la propagación de Covid-19”. Dos semanas atrás el Congreso de Estados Unidos aprobó un salvataje de 2 billones de dólares (trillons en su versión anglosajona). Una cuarta parte de esa suma fue preasignada a la subvención de grandes corporaciones –como empresas de aviación, casinos, cadenas hoteleras y franquicias de comida rápida–, cuyo monto se pretendía fuera orientado por el Poder Ejecutivo. Tras la fuerte oposición de los demócratas, se consensuó su supervisión por parte de funcionarios independientes de la Casa Blanca. Uno de ellos fue Glenn Fine, quien resultó destituido de su cargo por Trump el último martes, al ser acusado de interferir en las decisiones del Presidente respecto al uso de dichos recursos. Una de las disputas planteadas por Fine se orientaba a cuestionar el rol del sistema bancario. Ese mismo día, el último 7 de abril, el Coordinador del Sistema de Pequeñas y Medianas Empresas Joseph Amato denunciaba

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COVID-19 da paso a otro brote del virus antisemitismo. Necesitamos una cura

Fuente: Yehuda Bauer (*) | Haaretz   Fecha: 10 de abril de 2020 Por supuesto, la historia del odio al judío comenzó antes del cristianismo, en el período helenístico, si no antes. Creo que sus orígenes se encuentran en la diferencia entre la cultura judía en desarrollo y la civilización helenística «global» que aspiraba a la unificación cultural, social y política dentro de su territorio. Como dice el libro de Ester (escrito por judíos, no por antisemitas): “porque no siguen la religión (es decir, las costumbres) del rey”. La deificación del monarca gobernante y el culto a los dioses no podían ser aceptados por los judíos. El cristianismo, y luego el Islam, profundizaron esta polarización. El antisemitismo nazi también fue una continuación y una mutación del odio al judío que lo convirtió en el motivo político central en un momento en que el nacionalismo se estaba convirtiendo en racismo en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX. El nazismo y su legado, incluido el antisemitismo del Islam radical, continúan hasta nuestros días. El antisemitismo se ha convertido en un fenómeno básico de la sociedad moderna. Sin embargo, parece que se ha agregado otro catalizador importante en los últimos años. Está sucediendo en el contexto de una caída catastrófica en la tasa de natalidad en las sociedades desarrolladas, en lugares como China, Japón, Rusia, Europa y América del Norte. La tasa de natalidad promedio en estos países es de 1.6 a 1.7 por mujer. (El mínimo necesario para garantizar la estabilidad demográfica es 2.1.) En China es 1.6, en Alemania y Estados Unidos está entre 1.6 y 1.7, en Rusia es aún más bajo y en Italia es 1.4. La excepción es Israel, donde la tasa es 3.1. Consideremos Polonia. Según la UE, para 2040 su población se reducirá a 28 o 29 millones de los 38 millones actuales. El resultado es un envejecimiento de la población y una contracción de la fuerza laboral para mantener el nivel de vida actual. Para mantenerlo, será necesaria la inmigración; El uso de la robótica en la fabricación no es suficiente. La alta tasa de natalidad en África y las crisis político-militar-sociales en Medio Oriente, América Latina y, en cierta medida, en Ucrania podría continuar proporcionando la fuerza de trabajo desaparecida, al menos en parte. Aquí es donde entra el problema de los refugiados. Los refugiados provienen de culturas diferentes, a veces opuestas. No hay forma de evitar esta inmigración; Es vital para muchos países. Nacionalismo y maximización de ganancias Sin embargo, la respuesta ha sido pavloviana: muchas personas en todos los países desarrollados se oponen firmemente a esta invasión que amenaza con alterar la naturaleza tradicional de las culturas locales. El hecho de que estas culturas «tradicionales» también fueron creadas por la inmigración siglos antes, porque la raza humana ha sido históricamente una raza migratoria, no hace ninguna diferencia. Esto ha llevado al surgimiento de fuerzas nacionalistas de derecha (y de izquierda radical). El resultado es una insularidad nacionalista e intentos de autarquía, combinados con el tremendo aumento del poder de las corporaciones multinacionales (incluidas las empresas de medios) que, en un grado u otro, utilizan el nacionalismo local para sus necesidades. Y su necesidad es maximizar las ganancias. En otras palabras, con el auge del nacionalismo también hay un aumento del racismo, y en Occidente la punta de lanza es el antisemitismo, del cual el caso nazi (que aún persiste) es una continuación de las formas anteriores de antisemitismo. También es una mutación causada, al menos en parte, por los factores enumerados anteriormente. Y recuerde, esto está sucediendo en un rico contexto histórico de odio al judío. En las últimas semanas, los judíos han sido acusados cada vez más de inventar y propagar el coronavirus. Los Estados Unidos a menudo son acusados de estar involucrados en el mismo delito. De muchas de estas afirmaciones en los medios de comunicación de Medio Oriente, he aquí un ejemplo. El periodista jordano As´ad al-Azouni, escribió en el sitio web Donia al-Watan, el 16 de marzo, que «este virus es indudablemente el resultado del odio secreto judío por todo el mundo». Él escribe que «cuando los judíos causaron el estallido de la Primera Guerra Mundial, obtuvieron la Declaración Balfour» y cuando «causaron» el estallido de la Segunda Guerra Mundial, obtuvieron su «colonia» en Palestina y «ahora quieren causar el brote de la Tercera Guerra Mundial para que puedan declarar el establecimiento del Reino del Gran Israel». Regresamos a la Peste Negra de 1348, de la que los judíos fueron acusados de causar y difundir. Los argumentos son los mismos. Redes sociales al rescate ¿Qué se puede hacer? Primero, no hay forma de que los judíos puedan librar una batalla efectiva contra el antisemitismo por su cuenta. Hay alrededor de 13 millones de judíos en un mundo (dependiendo de quién está contando y cómo están contando) de miles de millones de personas. Primero, es de notar que en las culturas basadas en la herencia cristiana, ningún gobierno apoya públicamente el antisemitismo, y esto es, con razón, explotado por organizaciones y gobiernos, tanto judíos como no judíos. Estos últimos están trabajando en legislación e iniciativas educativas que, si bien son importantes, son claramente insuficientes. La Iglesia Católica, o más precisamente, sus líderes, han sido otro aliado desde el Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II de 1965. Las fuerzas liberales en estos países, que se interponen anate miembros de la derecha y la extrema izquierda (como Jeremy Corbyn) – también están en esta lista. Otra forma podría construirse sobre el legado y la memoria de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el Holocausto fue una operación alemana, pero no podría haber «tenido éxito» sin la amplia colaboración de otros países europeos con los nazis. Aún así, la guerra fue emprendida por los nazis, en gran parte, tal vez principalmente, debido a una ideología centrada en la creencia de que los judíos globales se estaban apoderando del mundo. Esta ideología, cuando se tradujo en acción política,

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La pandemia y el fin de la era neoliberal

Fuente: Atilio A. Boron | Blog de Atilio A. Boron Fecha: 10 de abril de 2020 El coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que tienen como común denominador la intención de dibujar los (difusos) contornos del tipo de sociedad y economía que resurgirán una vez que el flagelo haya sido controlado. Sobran las razones para incursionar en esa clase de especulaciones, ojalá que bien informadas y controladas, porque si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se cobró la pandemia fue la versión neoliberal del capitalismo.  Y digo la “versión” porque tengo serias dudas acerca de que el virus en cuestión haya obrado el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema internacional. Pero la era neoliberal es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar. ¿Qué ocurrirá con el capitalismo? Bien, de eso trata esta columna. Simpatizo mucho con la obra y la persona de Slavoj Zizek pero esto no me alcanza para otorgarle la razón cuando sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste debería caer muerto a los cinco segundos. No ha ocurrido y no ocurrirá porque, como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo sobrevivió a la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos vio la luz en Kansas, en marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, y que luego las tropas estadounidenses que marcharon a combatir en la Primera Guerra Mundial diseminaron el virus de forma incontrolada. Los muy imprecisos cálculos de su letalidad oscilan entre 20, 50 y 100 millones de personas, por lo cual no es necesario ser un obsesivo de las estadísticas para desconfiar del rigor de esas estimaciones difundidas ampliamente por muchas organizaciones, entre ellas la National Geographical Magazine . El capitalismo sobrevivió también al tremendo derrumbe global  producido por la Gran Depresión, demostrando una inusual resiliencia –ya advertida por los clásicos del marxismo- para procesar las crisis e inclusive y salir fortalecido de ellas. Pensar que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y políticas señaladas por el revolucionario ruso (que de momento no se perciben ni en Estados Unidos ni en los países europeos) ahora se producirá el tan anhelado deceso de un sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto. Zizek confía en que a consecuencia de esta crisis para salvarse la humanidad tendrá la posibilidad de recurrir a “alguna forma de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas. Pero, como casi todo en la vida social, dependerá del resultado de la lucha de clases; más concretamente de si, volviendo a Lenin, “los de abajo no quieren  y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”, cosa que hasta el momento no sabemos. Pero la bifurcación de la salida de esta coyuntura presenta otro posible desenlace, que Zizek identifica muy claramente: “la barbarie”.  O sea, la reafirmación de la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica, coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de su hasta ahora intacta dictadura mediática. “Barbarie”, István Mészarós solía decir  con una dosis de amarga ironía, “si tenemos suerte.” Pero, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia, ni la tan temida “barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis en los capitalismos realmente existentes”) ni la igualmente tan anhelada opción de un “comunismo reinventado”? ¿Por qué no pensar que una transición hacia el postcapitalismo será inevitablemente “desigual y combinada”, con avances profundos en algunos terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por ejemplo y otros más vacilantes, tropezando con mayores resistencias de la burguesía, en áreas tales como el riguroso control del casino financiero mundial, la estatización de la industria farmacéutica (para que los medicamentos dejen de ser una mercancía producida en función de su rentabilidad), las industrias estratégicas y los medios de comunicación, amén de  la recuperación pública de los llamados “recursos naturales” (bienes comunes, en realidad)? ¿Por qué no pensar en “esos muchos socialismos” de los que premonitoriamente hablaba el gran marxista inglés Raymond Williams a mediados de los años ochenta del siglo pasado? Ante la propuesta de un “comunismo reinventado” el filósofo sur-coreano de Byung-Chul Han salta al ruedo para refutar la tesis del esloveno y se arriesga a decir que «tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.” Es una afirmación temeraria porque si algo se dibuja en el horizonte es el generalizado reclamo de toda la sociedad a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos desquiciantes de los mercados en la provisión de servicios básicos de salud, vivienda, seguridad social, transporte, etcétera y para poner fin al escándalo de la híperconcentración de la mitad de toda la riqueza del planeta en manos del 1 por ciento más rico de la población mundial. Ese mundo post-pandémico tendrá mucho más estado y mucho menos mercado, con poblaciones “concientizadas” y politizadas por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” en países como Estados Unidos, nos recuerda Judith Butler, repudiando el desenfreno individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el neoliberalismo y que nos llevó a la trágica situación que estamos viviendo. Y además un mundo en donde el sistema internacional ya ha adoptado, definitivamente, un formato diferente ante la presencia de una nueva tríada dominante, si bien el peso específico de cada uno de sus actores no es igual. Si Samir Amin tenía razón hacia finales del siglo pasado cuando hablaba de la  tríada formada por Estados Unidos, Europa y Japón hoy aquella la constituyen Estados Unidos, China

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¡Tenía que venir un virus para poner patas arriba el capitalismo!

Fuente: Gemma Cairó i Céspedes | Viento Sur Fecha: 8 de abril de 2020 ¿Ha venido el covid-19 para quedarse? No cabe duda de que la pandemia que estamos viviendo, con sus devastadores efectos tanto en términos humanos como socioeconómicos pone en primer plano, confrontándonos, aquello que a menudo no queremos ver. Ya no hay escapatoria. La muerte, el aislamiento y la crisis nos confronta directamente nuestro modo de vida, anclado en un sistema económico desigual, alienante y corrosivo. El covid-19 nos invita a cuestionarnos, especialmente a los economistas, las falacias del capitalismo y los mitos acerca de nuestro supuesto bienestar. Es lo que tiene la distopía. Desde confines más oscuros podemos ver más claro, porque ya no hay donde escondernos ni donde distraernos. Ya hace décadas que el capitalismo viene mostrando su faceta más depredadora y parasitaria. Años de neoliberalismo, marcados por la financiarización y la desigualdad, han deslegitimado históricamente un sistema (el capitalista), si es que alguna vez la tuvo, que ha sido incapaz de cumplir de forma justa y sustentable la reproducción material de nuestras sociedades. El desarrollo histórico del capitalismo ha mostrado ciertamente su capacidad de supervivencia, cual ave fénix renaciendo de sus propias cenizas, pero a su vez se han evidenciado sus contradicciones más acuciantes: i) la desvalorización de la fuerza de trabajo cuya mercantilización y explotación creciente aparece indiferenciada de cualquier otra mercancía; ii) el menosprecio por la esfera reproductiva cuya lógica, la sostenibilidad de la vida, se enfrenta a la lógica de la acumulación que reina en el ámbito productivo; iii) la superación de los límites impuestos por sistemas de orden superior, como el natural, sobre el cual descansa el propio proceso de producción y reproducción de la sociedad. Esta pandemia nos ayuda a desvelar lo que el manto mercantil de un capitalismo que todo lo impregna ha ido oscureciendo. Es ahora una buena oportunidad para re-conocer aquello que ya sabemos pero que (parece) se nos olvidó. Re-conocer que es la fuerza humana la que mueve el mundo. Hoy más que nunca se pone de manifiesto que la rueda que hace girar la economía es la energía y el esfuerzo de la fuerza de trabajo, imprescindible para producir aquello que necesitamos. Cuando nos quedamos en casa, la actividad cesa, la producción cae, el riesgo del desabastecimiento es real. Incluso peor, nuestra curación está en manos de l@s sanitari@s. Todavía no se conocen maquinas que intuben a los enfermos y robots que den clases virtuales a nuestros hijos. Abandonar la ilusión tecnológica de un mundo robotizado y ver el peligro del creciente desplazamiento de la fuerza de trabajo es hoy más obvio y necesario que nunca. Re-conocer que somos seres dependientes. Concebimos la sociedad atomizada formada por individuos autónomos, independientes y autosuficientes. En el peor de los casos creemos en el fastidioso “homo economicus”. La vulnerabilidad a la que nos enfrenta el coronavirus nos evidencia nuestra dependencia de todo, obviamente en lo material (des de lo que comemos) y también en lo inmaterial (hasta lo que sentimos). El reconocer que el mundo es interdependiente implica desbancar la lógica antropocéntrica, cuestionando nuestra osadía en manipular, organizar y ordenar el mundo a nuestro antojo. Sentirnos dependientes es reconocer la necesidad del otro y de lo otro, denunciar la explotación humana y el abuso de la naturaleza. Re-conocer que necesitamos dignificar el valor de lo doméstico. La pandemia y el consiguiente confinamiento desbanca la prepotencia del ámbito productivo (el dinero, el estatus, la competencia) e irremediablemente devuelve su valor intrínseco a aquello que sostiene la vida, el mundo de los cuidados, invitándonos a reequilibrar individual y colectivamente la balanza siempre decantada hacia lo productivo. El verdadero valor está en lo humano, en nuestras relaciones, en nuestros contactos, en nuestras miradas. El acento ya no está ahora en lo que puedo conseguir o alcanzar, sino en lo que soy y lo que valoro. Re-conocer que nuestro modelo de vida es alienante. Paradójicamente a más confinamiento (físico) menos aislamiento (social). El quehacer compulsivo y estresante en una sociedad capitalista que nos aturde con el consumo indiscriminado, con la (des)conexión telemática y con la obcecación de conseguir más (de lo que sea) en cierto sentido se ha paralizado. Quizás hemos pasado de aquella prisión a una nueva, pero este aislamiento entre cuatro paredes nos invita a una mirada más introspectiva, preguntándonos en que estoy yo y en que esta el otro, acercándonos a nuestr@s familiares, a nuestr@s vecin@s, a nuestr@s cajer@s desde otro lugar. Estamos aislados, pero menos alienados, y la empatía nos sienta bien. Gemma Cairó i Céspedes, doctora en Economía y profesora de la Universitat de Barcelona. Coordinadora y coatura de Economía mundial. Deconstruyendo el capitalismo global Este texto se inspira en el artículo “Mercantilización y patriarcado, o como el capitalismo erosiona las esferas que sustentan la vida” (de próxima publicación en la Revista de Economía Crítica). Artículo relacionado: La pandemia y el fin de la era neoliberal

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Las grandes farmacéuticas se aprestan a lucrarse con el coronavirus

Fuente: Sharon Lerner | The Intercept Fecha: 17 de marzo de 2020 Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández A medida que el nuevo coronavirus propaga enfermedades, muertes y catástrofes por todo el mundo, prácticamente ningún sector económico ha podido evitar los daños. Sin embargo, en medio del caos de la pandemia mundial, hay una industria que no solo está sobreviviendo sino que se está beneficiando enormemente. “Las compañías farmacéuticas ven en el Covid-19 una oportunidad única en la vida para hacer un gran negocio”, dijo Gerald Posner, autor de “Pharma: Greed, Lies, and the Poisoning of America”. Por supuesto que el mundo necesita productos farmacéuticos. En particular, para el nuevo brote del coronavirus necesitamos tratamientos y vacunas y, en EE. UU., tests. Docenas de compañías rivalizan ahora para hacerlos. “Todos se han apuntado a esa carrera”, dijo Posner, quien describió como enormes los beneficios potenciales en caso de ganar la carrera. La crisis global “será un éxito de taquilla para esa industria en términos de ventas y ganancias”, dijo, y agregó que “cuanto peor sea la pandemia, mayores serán sus futuras ganancias”. La capacidad de ganar dinero con los productos farmacéuticos es ya excepcionalmente grande en EE. UU. al carecer de los controles básicos de precios que tienen otros países, lo que brinda a las compañías farmacéuticas más libertad para fijar los precios de sus productos que en cualquier otro lugar del mundo. En la actual crisis, los fabricantes de productos farmacéuticos pueden tener aún mayor margen de beneficios de lo habitual debido al discurso que los grupos de presión de la industria metieron en un paquete de gasto para el coronavirus de 8.300 millones de dólares, aprobado la semana pasada, para maximizar sus ganancias a causa de la pandemia. Algunos legisladores trataron inicialmente de asegurarse que el gobierno federal limitaría la cantidad de compañías farmacéuticas que podrían recoger los frutos de las vacunas y los tratamientos para el nuevo coronavirus que se desarrollaran con el uso de fondos públicos. En febrero, la representante Jan Schakowsky, demócrata por Illinois., y otros miembros de la Cámara escribieron a Trump pidiéndole que “asegurara de que cualquier vacuna o tratamiento desarrollado con dólares de los contribuyentes estadounidenses sería accesible, disponible y asequible”, un objetivo que alegaron no podría cumplirse “si las corporaciones farmacéuticas tienen autoridad para establecer precios y determinar la distribución, poniendo los intereses con fines de lucro por encima de las prioridades de salud”. Cuando la financiación del coronavirus estaba negociándose, Schakowsky lo intentó de nuevo escribiendo al Secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, el 2 de marzo postulando que sería “inaceptable que los derechos para producir y comercializar esa vacuna se entregaran posteriormente a un fabricante farmacéutico a través de una licencia exclusiva sin condiciones respecto al precio o acceso, lo que permitiría que esa compañía cobrara lo que quisiera y vendiera fundamentalmente la vacuna al público que pagó para que pudiera desarrollarse”. Pero muchos republicanos se opusieron a agregar una redacción al proyecto de ley que restringiera la capacidad de ganancias de la industria, argumentando que eso sofocaría la investigación y la innovación. Y aunque Azar, que trabajó como principal grupo de presión y jefe de operaciones de Estados Unidos para el gigante farmacéutico Eli Lilly antes de unirse a la administración Trump, aseguró a Schakowsky que compartía sus preocupaciones, el proyecto de ley continuó consagrando la capacidad de las compañías farmacéuticas para establecer precios potencialmente exorbitantes para las vacunas y medicamentos que se desarrollan con los dólares de los contribuyentes. El paquete final de la ayuda no solo omitió el lenguaje que habría limitado los derechos de propiedad intelectual de los fabricantes de medicamentos, sino que prohibía específicamente al gobierno federal emprender cualquier acción en caso de sentir  preocupación de que los tratamientos o vacunas desarrolladas con fondos públicos tuvieran un precio demasiado alto. “Esos grupos de presión merecen una medalla de sus clientes farmacéuticos al haber liquidado esa disposición de propiedad intelectual”, dijo Posner, quien agregó que el lenguaje que prohíbe que el gobierno responda al aumento de precios fue aún peor. “Permitirles tener este poder durante una pandemia es indignante”. La verdad es que sacar provecho de la inversión pública es también un negocio habitual para la industria farmacéutica. Desde la década de 1930, los National Institutes of Health  (NIH) han invertido unos 900.000 millones de dólares en investigaciones que las compañías farmacéuticas utilizaron para patentar medicamentos de marca, según los cálculos de Posner. Cada medicamento aprobado por la Food and Drug Administration entre 2010 y 2016 involucró ciencia financiada con dólares de los impuestos a través del NIH, según el grupo de defensa Patients for Affordable Drugs. Los contribuyentes gastaron más de 100.000 millones de dólares en esa investigación. Entre los medicamentos que se desarrollaron con algunos fondos públicos y se convirtieron en grandes ingresos para las empresas privadas se encuentran el medicamento contra el VIH AZT y el tratamiento contra el cáncer Kymriah, que Novartis vende ahora por  475.000 dólares. En su libro “Pharma”, Posner señala otro ejemplo de compañías privadas que obtienen ganancias exorbitantes de medicamentos producidos con fondos públicos. El medicamento antiviral sofosbuvir, que se utiliza para tratar la hepatitis C, surgió de una investigación clave financiada por los NIH. Ese medicamento es ahora propiedad de Gilead Sciences, que cobra 1.000 dólares por píldora, mucho más de lo que muchas personas con hepatitis C pueden pagar; Gilead ganó 44.000 millones de dólares del medicamento durante sus primeros tres años en el mercado. “¿No sería genial que algunas de las ganancias de esos medicamentos volvieran a la investigación pública en los NIH?”, se preguntaba Posner. En cambio, esas ganancias han financiado enormes bonificaciones para los ejecutivos de las compañías farmacéuticas y una comercialización agresiva de medicamentos para los consumidores. También se han utilizado para impulsar aún más la rentabilidad del sector farmacéutico. Según los cálculos de Axios, las compañías farmacéuticas obtienen el 63% de las ganancias totales de la atención médica en EE. UU. Eso se debe en parte al éxito de sus esfuerzos de cabildeo. En 2019, la industria farmacéutica gastó 295 millones de dólares en cabildeo, mucho más que cualquier

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Vía libre a la limpieza étnica

Fuente: Jorge Elbaum | El cohete a la luna Fecha: 20 de octubre de 2019 El tablero geopolítico de Medio Oriente continúa siendo uno de los focos más trágicos de conflictividad internacional. La existencia de gas y petróleo en la zona, la posición geográfica estratégica para el intercambio comercial entre Europa y Asia y las repetidas intervenciones militares de Washington hacen de la zona un epicentro de destrucción, desplazamientos forzados y refugiados, que ya llegan a cuatro millones. En ese marco, Donald Trump continúa su campaña electoral de cara a 2020, apelando a todos los recursos posibles para movilizar a la opinión pública de su país, sobre todo a los sectores más conservadores y aislacionistas, para quienes el mundo debe concluir en las fronteras de los Estados Unidos. La opción de tensar la cuerda con la oposición del Partido Demócrata elegida por los asesores del actual Presidente llevó a Trump a consentir que Turquía inicie su ansiada limpieza étnica en el norte de Siria, donde habita una gran proporción de kurdos. Dicho colectivo cultural y lingüístico ha sido hostigado en forma sistemática por todos los gobiernos de la región. Lo conforman aproximadamente 45 millones de integrantes, mayoritariamente de confesión sunita. Una tercera parte del total, aproximadamente 14 millones, habita en Turquía. Ankara teme que sus vecinos puedan desarrollar capacidades militares que alienten la insubordinación al interior de su país. Los kurdos, por su parte, aspiran –desde hace un siglo– a obtener mayores niveles de autonomía  que les son sistemáticamente negados por las autoridades de Turquía, Siria, Irak e Irán. La orden ejecutiva del primer mandatario busca garantizar un doble objetivo: reducir el inmenso déficit presupuestario que Washington acumula, como producto –entre otros factores–  del financiamiento de 4855 bases militares ubicadas en 43 países y 7 territorios de ultramar, y acceder a una devolución de favores a la entente islámica sunita (Ankara-Riad,  comprometida a oponerse a la alianza alauita/shiíta de Siria e Irán, díscola con los mandatos del Departamento de Estado en la región, desde hace decenios. Irán, a través de Hezbolá, colaboró militarmente con Al-Asad en su enfrentamiento a los grupos sunitas fundamentalistas desde el inicio de la guerra civil en Siria en 2011, logrando la casi completa derrota de ISIS y Al Qaeda, llamativamente armada  con pertrechos estadounidenses. Washington, en esa ocasión, vio la oportunidad de deponer al mandatario sirio o, en su defecto, debilitar la alianza de éste con Teherán. Las cosas no salieron como pretendía el Pentágono, y el ingreso de Rusia como aliado de Damasco modificó el tablero: selló la derrota de los grupos fundamentalistas, apuntalados también por contingentes chechenos, enemigos declarados de Vladimir Putin. Si te visto no me acuerdo Los kurdos lograron recuperar los territorios sobre los que hoy Turquía pretende garantizar su control. Para justificar el abandono del territorio liberado, Trump se justificó el último miércoles afirmando que “los kurdos no son ángeles” y que “los demócratas los apoyan porque entre los combatientes peshmergas [kurdos] hay muchos comunistas”. Las trágicas consecuencias de los abandonos intempestivos de territorios controlados por fuerzas de ocupación son descriptas en la historia política internacional como multiplicadores de conflictos demográficos, desequilibrios regionales y matanzas de civiles. En 1948, la fuga desordenada del Reino Unido de Palestina –sin pactar previamente con los actores en disputa– contribuyó a un enfrentamiento entre árabes y judíos cuyas consecuencias persisten hasta la actualidad. La huida de Trump le permitió a Erdogan irrumpir en el territorio sirio y expulsar de sus fronteras a los peshmergas, cuyo máximo líder político, Abdulah “Apo” Ocalam, permanece detenido por Ankara desde hace 20 años, en una prisión de alta seguridad ubicada en el mar de Mármara. Ankara es parte de la OTAN y sede de la base aeronaval estadounidense de Incirlik donde se almacenan 50 bombas nucleares tácticas B61. La curva que mira Trump: Deuda de Estados Unidos actual y proyectada respecto del PBI. Se busca reducir el gasto militar en aquellos objetivos en los que no se puede obtener un rápido beneficio. La decisión de abandonar el norte de Siria fue motivo de una gran tensión al interior de la Casa Blanca. A pesar de que el primer mandatario posee mayoría en la Cámara Alta, dos terceras partes de los senadores republicanos votaron por primera vez en su contra . Pero el cuestionamiento más frontal a la postura de Trump fue liderado por la parlamentaria Nancy Pelosi, líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. El último jueves la legisladora de California increpó al Presidente acusándolo de favorecer a las milicias del Estado Islámico (ISIS) que habían sido derrotadas gracias a la ayuda de las Milicias para la Protección del Pueblo Kurdo (YPG). Pelosi le recordó a Trump, además, que los kurdos mantienen encarcelados a un millar de prisioneros ex integrantes de agrupaciones fundamentalistas, provenientes de 20 nacionalidades diferentes, cuyos países se niegan a repatriarlos. En la reunión se precisó además que luego de dos días del anuncio de Trump se habían producido varias liberaciones de milicianos del ISIS, cuyas prisiones fueron abandonadas por los kurdos en su retirada. La discusión entre Pelosi y Trump, reconstruida por los periodistas, muestra a las claras el deterioro institucional de Washington: cuando la legisladora cuestionó la intempestiva decisión, el rubicundo empresario respondió: “Odio a ISIS más que tú”, a lo que Pelosi manifestó: “Usted no puede saber cuánto desprecio yo al ISIS”. El intercambio final se convertirá, sin dudas, en un contrapunto histórico: ­–Eres sólo una política–, señaló Trump, elevando su tono de voz, en tono de agravio. –A veces desearía que usted lo fuese—, respondió Pelosi, mientras se levantaba de su asiento. Uno de los periodistas acreditado ante la  oficina oval divulgó la foto del suceso y Trump la difundió para mostrar la irritación de Pelosi, a quien caracterizó como “desquiciada”. Como respuesta, la legisladora demócrata incorporó la imagen en sus redes sociales, como evidencia de orgullo y altivez. Consejos inteligentes La desvalorización de la política como mecanismo de construcción de consenso y/o de tramitación de diferencias, demostrada por

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Wallerstein sin anestesia

Fuente: Atilio A. Boron | Blog de Atilio A. Boron Fecha: 2 de septiembre de 2019 La muerte de Immanuel Wallerstein nos priva de una mente excepcional y de un refinado crítico de la sociedad capitalista.[1] Una pérdida doblemente lamentable en un momento tan crítico como el actual, cuando el sistema internacional cruje ante las presiones combinadas de las tensiones provocadas por la declinación del imperialismo norteamericano y la crisis sistémica del capitalismo. Wallerstein fue un académico de dilatada trayectoria que se extendió a lo largo de poco más de medio siglo. Comenzó con sus investigaciones sobre los países del África poscolonial para luego dar inicio a la construcción de una gran síntesis teórica acerca del capitalismo como sistema histórico, tarea a la que se abocó desde finales de la década de los ochentas y que culminó con la producción de una gran cantidad de libros, artículos para revistas especializadas y notas dirigidas a la opinión pública internacional. Wallerstein no sólo cumplió a cabalidad con el principio ético que exige que un académico se convierta en un intelectual público para que sus ideas nutran el debate que toda sociedad debe darse sobre sí misma y su futuro sino que, además, siguió una trayectoria poco común en el medio universitario. Partió desde una postura teórica inscripta en el paradigma dominante de las ciencias sociales de su país y con el paso del tiempo se fue acercando al marxismo hasta terminar, en sus últimos años, con una coincidencia fundamental con teóricos como Samir Amin, Giovanni Arrighi, Andre Gunder Frank,  Beverly Silver y Elmar Altvater entre tantos otros, acerca de la naturaleza del sistema capitalista y sus irresolubles contradicciones. Su trayectoria es inversa a la de tantos colegas que, críticos del capitalismo en su juventud o en las etapas iniciales de su vida universitaria acabaron como publicistas de la derecha: Daniel Bell y Seymour Lipset, profetas de la reacción neoconservadora de Ronald Reagan en los años ochentas; o Max Horkheimer y Theodor Adorno que culminaron su descenso intelectual y político iniciado en la Escuela de Frankfurt absteniéndose de condenar la guerra de Vietnam. O a la de escritores o pensadores que surgidos en el campo de la izquierda -como Octavio Paz,  Mario Vargas Llosa y Regis Debray-  convertidos en portavoces del imperio y la reacción. Wallerstein fue distinto a todos ellos no sólo en el plano sustantivo de la teoría social y política sino también por su activa inserción en las luchas sociales por un mundo mejor –asiduo participante en sucesivas reuniones del Foro Social Mundial de Porto Alegre, conversaciones con el Subcomandante Marcos y otros líderes populares en distintas partes del mundo, participación en eventos organizados por movimientos sociales – y, ciertamente, por sus aportes la discusión epistemológica como lo revela su magnífica obra de 1998: Abrir las ciencias sociales. En este texto propone una crítica radical al paradigma metodológico dominante en las ciencias sociales, cuyo núcleo duro positivista condena a éstas a una incurable incapacidad para comprender la enmarañada dialéctica y la historicidad de la vida social. En línea con esta perspectiva de análisis sus previsiones sobre el curso de la dominación imperialista no podrían haber sido más acertadas. En uno de sus artículos del año 2011 advertía que “la visión de que Estados Unidos está en decadencia, en seria decadencia, es una banalidad. Todo el mundo lo dice, excepto algunos políticos estadunidenses que temen ser culpados por las malas noticias de la decadencia si la discuten.” [2] En Latinoamérica, en cambio, entre las clases dominantes, los políticos del establecimiento y el mandarinato intelectual predomina aún una visión hollyvoodense sobre la salud del imperio, misma que se penetra en buena parte de la población. Según esta perspectiva lo que Donald Trump representa es el renovado vigor del imperio y no los desesperados pataleos de quienes se resisten a admitir su lento pero inexorable ocaso. No obstante, no había un gramo de infantil triunfalismo en ese diagnóstico cuando advertía que si bien “hay muchos, muchos aspectos positivos para muchos países a causa de la decadencia estadunidense, no hay certeza de que en el loco bamboleo del barco mundial, otros países puedan de hecho beneficiarse como esperan de esta nueva situación.”  O, podríamos agregar, podrán sacar ventajas los países cuyos gobiernos adopten una política de autodeterminación nacional que les permitan maximizar sus márgenes de autonomía en la economía y la política mundiales. Quienes en cambio sigan sumisos a los dictados del imperio lo acompañaran en su lenta declinación. El criminal belicismo de la Administración Trump en respuesta al irreparable derrumbe del orden mundial de posguerra que tenía su eje en EEUU confirma las previsiones formuladas por Wallerstein. Sus pronósticos sobre el futuro del capitalismo son desalentadores para la burguesía mundial y sus propagandistas. En efecto, en una conferencia que dictara en Madrid en 2009 sostuvo que “lo que estamos viendo ahora es el colapso del periodo especulativo que arrancó en los años setenta. Hasta aquí, todo normal.” [3] Pero, agrega, hay un elemento extraordinario y este no es otro que el “fin del actual sistema-mundo capitalista y la consiguiente transición hacia otro sistema. Todavía no sabemos qué va a ocupar el lugar del capitalismo porque dependerá del resultado de una lucha política que aún se está dirimiendo.” Y remata su razonamiento sentenciando que “Podemos estar seguros de que en 30 años ya no viviremos bajo el sistema-mundo capitalista. Pero, ¿en qué sistema viviremos entonces? Podría ser un sistema mucho mejor o mucho peor. Todas las posibilidades están abiertas. La solución la encontraremos cuando se resuelva el conflicto entre lo que yo denomino el espíritu de Davos y el espíritu de Porto Alegre.” Pero lo que no suscitaba mayores incertidumbres en el pensamiento de Wallerstein era la evolución de la creciente polarización –económica, social, cultural- que signaba al capitalismo contemporáneo. Concentración de la riqueza, el saber y el poder en manos de unos pocos, dentro de las naciones y en el sistema internacional. Esto se traducía en el primado de los enormes conglomerados oligopólicos –en la economía real, las finanzas, los medios

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