Un duelo por la conciencia social
Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la Luna Fecha: 06 de MAY 2018 La frase del Presidente de la Nación referida a que “el tema de las tarifas es el centro de la batalla cultural” supone no solo la aceptación de la puja, de un enfrentamiento entre sectores e intereses en disputa, sino la existencia de una lucha simbólica, eminentemente política, por “ganar consciencias” y voluntades. Es lógico que para Macri esta tirantez, que se expresa en el Congreso, las calles y en el humor social, suponga una pelea de fondo dispuesta a quebrar los diques de contención de lo aceptable socialmente. De esa lucha –y de las jubilaciones o de la reforma laboral— provendrá, conjetura el PRO, la base de una legitimidad apta para arrasar con el resto de las fortalezas sociales que se encargaron de edificar los trabajadores durante un siglo. Admitir que se trata de una batalla supone reconocer contendientes, actores sociales que se encuentran en situación de antagonismo. Por supuesto que siempre existió este pleito, pero su asunción pública por parte del Presidente (subrayado con un latiguillo caro a la década ganada, —batalla cultural—), funda un escenario menos dependiente del maquillaje marketinero y, por lo tanto, más abierto a la confrontación política. El gobierno vio en los últimos meses deshilacharse su maquillaje a un ritmo paralelo al de su incapacidad de dar soluciones a los problemas que prometió superar. La política incluye consentir la existencia de modelos contrapuestos, asumir que hay algo que los aparta: una fisura, una mínima hendija o una profunda grieta. La nitidez creciente de la acción gubernamental –ostensible por sobre cualquier disimulo u ocultamiento mediático— convierte los colores iniciales de su arco iris en un brutal contraste cromático fundido en blanco y negro, sobreexpuesto por rumores de impaciencia y cansancio irritado. Algunos han denominado esa discrepancia visceral que cíclicamente se pone sobre la mesa, a la vista de tod@s, como proyectos de país opuestos, como lucha de clases, o simplemente como el resultado de antagonismos epocales. Lo cierto es que la contienda –siempre— termina por superar cualquier fraseología acostumbrada al ninismo (ni esto ni lo otro, es todo lo mismo) y se posiciona como una confrontación en el territorio de la política. Ese es el predio donde los latiguillos como “la unidad de los argentinos” y “los argentinos somos derechos y humanos” empiezan a ser insípidos. Donde las convocatorias a superar la grieta se transfiguran en antiguallas protoelectorales que dejan lugar a la irrupción de un conflicto dispuesto únicamente para reducir el valor de la fuerza de trabajo (eufemismo sustituido mediante el sambenito de costo laboral) y la capacidad de pelea de quienes no pueden valorizarse en el mercado financiero. A grandes rasgos (estilizados), el conflicto se expresa en términos de quienes buscan que el capital (lo denominan inversiones) sea más rentable contra quienes pretenden compartir las mieles del desarrollo social en términos un poco más equitativos. Ese conflicto tiene superficies económicas, pero se entabla sobre bases y zonas culturales y simbólicas: se trata de convencer a grandes mayorías acerca de la indefectibilidad de unos aumentos de tarifas (cuyos beneficiarios son los más privilegiados). El macrismo intenta reinstaurar la creencia –un upgrade de Rodrigo, Martínez de Hoz, Menem y De la Rúa— sobre la inexistencia de alternativas por fuera del esfuerzo abnegado de los trabajadores. En una rapiña cíclica, la derecha argentina recurre desde los años ´70 a convocatorias sacrificiales que auguran un paraíso de crecimiento que nunca llega. El mandato neoclásico exige el costo ascético del sufrimiento como única garantía de acceso al reino de los cielos, donde no es posible diferenciar claramente —en su letra chica—, el inequitativo reparto de dicho sacrificio. La energía como territorio en disputa La tensión política se desplaza a todos los campos, sobre todo porque plantea interrogantes sobre el devenir. ¿Cuán lejos nos encontramos del precipicio del 2001? ¿Son el mejor equipo? ¿Gobiernan para enriquecerse aún más? Estas preguntas invaden la cotidianeidad de colectivos sociales que no entienden mucho de la suba del dólar o de las LEBACs, pero sí comprenden las externalidades de la inflación y el incremento de las tarifas. Los empresarios del Foro por la Convergencia Empresarial, reducto condensado de uno de los dos lados del mostrador –aliados de la batalla cultural declarada por Macri— emergieron recientemente como adalides de la responsabilidad fiscal, a través de un documento justificador del tarifazo. [1] Entre las justificaciones manifestadas, demandaron “dejar de lado las especulaciones electorales y el afán de confrontar con el Gobierno”, como si la batalla planteada desde el Ejecutivo requiriese una rendición incondicional de quienes figuran del otro lado del mostrador. “Te declaran la guerra y te acusan de irresponsable cuando intentás defenderte”, murmuró un asistente a las reuniones de Comisión de la Cámara de Diputados, donde se trató la ultima semana el pedido para retrotraer los aumentos. Algunos de los integrantes empresariales de la infantería cultural macrista exigieron, a través de un comunicado, “no apelar a recursos demagógicos que hagan retroceder en el camino iniciado”. El trayecto iniciado al que hacían referencia se traduce, en términos cuantitativos y sintéticos, a los siguientes guarismos ejemplificadores: [2] La factura mensual de gas –de consumo moderado— creció desde $158 a $1.234, entre 2015 y abril de 2018. Eso supone un aumento del 681%. [3] Desde comienzos de 2016 los servicios públicos, en el ámbito de la Ciudad y provincia de Buenos Aires, se incrementaron en un 920% en energía eléctrica y 683% en agua. [4] Un quinto (21%) del Salario Mínimo Vital y Móvil actual de $9.500 por mes se destina a pago del consumo de servicios públicos, monto que implicaba un 3 % en 2015. [5] Su contraparte, en la llamativa repartija de los panes y los peces, puede plasmarse en el siguiente caso: Pampa Energía, cuyo accionista mayoritario y CEO es Marcelo Mindlin, controla al grupo EDENOR, la Transportadora de Gas del Sur y otras empresas que intervienen en todas las etapas del proceso energético. Edenor es la distribuidora y