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El capitalismo camina hacia el tecnofeudalismo

Por Alfredo Zaiat | Página/12 (24/07/2021) Alarma en las potencias occidentales y hasta en el FMI por el poder cada vez más impresionante de las grandes corporaciones Mientras la derecha política y mediática local repite eslóganes y prejuicios contra el Estado, el debate mundial apunta a fortalecerlo, ya no sólo por el papel central ocupado en la pandemia, sino para enfrentar el avance despiadado de los gigantes del mundo digital. Señales para la economía argentina acerca de la necesidad de intervenir sobre empresas que abusan de la posición dominante de mercado. Tres ideas se están debatiendo en los máximos niveles políticos de las potencias, que necesariamente deberían tener influencia en países periféricos como Argentina: 1. Las multinacionales contabilizan ganancias extraordinarias y, para financiar a un Estado que ha destinado muchos recursos para atender la pandemia, deben pagar un impuesto adicional. 2. La posición dominante de grandes empresas monopólicas u oligopólicas deriva en aumentos de precios excesivos y en ausencia de competencia. 3. El cada vez mayor poder de mercado y financiero de las grandes empresas está limitando la efectividad de tradicionales instrumentos de política monetaria, como la suba de la tasa de interés por parte de las bancas centrales para atender tensiones inflacionarias. No se trata de diagnósticos y propuestas de una plataforma de gobiernos de izquierda, sino que es la reacción de un sistema estatal que, desde su origen, estuvo aliado y, a la vez, condicionado por las corporaciones, pero ahora las firmas dominantes directamente se están independizando de ese circuito político y de control económico tradicional. Esta emancipación se expresa en la utilización de guaridas fiscales para pagar poco o nada de impuestos en los países de origen; los aumentos de precios por encima del promedio luego de eliminar por absorción a la competencia; y la abundancia de recursos financieros líquidos que hace que no les importe la estrategia monetaria de las bancas centrales. Son más grandes que el Estado La pandemia dejó al descubierto la actual fase histórica del capitalismo concentrado cuando, por primera vez, una extraordinaria crisis económica-financiera global no afectó en forma negativa el negocio bursátil. Por el contrario, el índice promedio de las principales bolsas mundiales está en niveles record, mientras las economías se derrumbaron y están tratando de recuperar lo perdido, la desocupación se ha disparado y el drama sanitario y social ha sido fulminante. Este comportamiento divergente entre la economía real y la evolución de las cotizaciones de grandes firmas es uno –no el único- factor que refleja la nueva etapa del capitalismo. En ésta se está desvinculando la histórica asociación entre los Estados y las corporaciones dominantes del sistema de organización tradicional de las fuerzas de producción. Las tres menciones arriba indicadas sobre las multinacionales sólo son la reacción del mundo político de las potencias, en especial las de Occidente, para tratar de no ver disminuida la capacidad de intervención e influencia de los Estados o, en los hechos, la pretensión de no perder importancia en las relaciones de poder. Cuál será el legado de la pandemia No deja de sorprender el análisis rústico de economistas locales, con sus habituales amplificadores, dedicados a debilitar y desacreditar el rol del Estado en la economía. Hasta la revista conservadora The Economist se hace eco de la nueva etapa y del papel central que está ocupando el Estado, espacio que aspira a preservar pese a la expansión de las corporaciones globales, en especial las vinculadas al negocio digital. En el texto «Después de la enfermedad. El largo adiós a la covid-19» se asegura que, con la vacuna, están surgiendo destellos de vida poscovid, pero se advierte que existen dos cuestiones claras. Una, que la última fase de la pandemia será prolongada y dolorosa, y dos, que la covid-19 dejará atrás el mundo conocido. Ese mundo nuevo que presenta The Economist seguiría el patrón establecido por pandemias pasadas, identificando tres cambios, definidos por el sociólogo y médico greco-estadounidense Nicholas Christakis de la Universidad de Yale: 1. La amenaza colectiva impulsa un crecimiento del poder estatal. 2. El vuelco de la vida cotidiana conduce a la búsqueda de sentido. 3. La cercanía de la muerte que trae precaución mientras la enfermedad se agita estimula la audacia cuando ha pasado. La gente se atrinchera con el Estado El artículo describe que cuando la población de los países ricos se refugiaba en sus casas durante los cierres, el Estado se atrincheró con ellos. Detalla que durante la pandemia, los gobiernos han sido el principal canal de información, los que establecieron las reglas, fueron la fuente principal de dinero en efectivo y, finalmente, se han convertido en los proveedores exclusivos de vacunas. Calcula que los Estados de los países ricos pagaron 90 centavos por cada dólar de producción perdida. Menciona que existe un vigoroso debate académico sobre si los encierros «valieron la pena, pero el legado de la pandemia del gran Estado ya está a la vista«. Apunta en forma crítica –vale recordar que The Economist es una fuente destacada del conservadurismo- que «sólo hay que mirar los planes de gastos de la administración Biden». Para concluir que «cualquiera que sea el problema (desigualdad, crecimiento económico lento, seguridad de las cadenas de suministro), un Estado más grande y más activista parece ser la solución preferida«. Hasta el FMI se sorprende del poder de las corporaciones Algo está cambiando en el marco analítico, por lo menos en la voluntad de reflexionar sobre la dinámica de la economía en la fase de la globalización pospandemia. Un reciente documento del Fondo Monetario Internacional«Taming Market Power Could (also) Help Monetary Policy», de los investigadores Romain Duval, Davide Furceri y Marina M. Tavares, explica que, ante la amenaza de la inflación, las bancas centrales de los países desarrollados están estudiando aplicar la receta conocida: subir la tasa de interés. Esta medida es lo que la ortodoxia local está reclamando que haga el Banco Central, para imitar al resto de las autoridades monetarias de la región que ya subieron las tasas. Como se sabe, el alza de las tasas incrementa la renta de inversores y encarece el crédito, una forma de restringir así la demanda y, por lo tanto, controlar los precios. Es la receta monetarista clásica. La idea de la suba de la tasa de interés, además, busca influir

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La pandemia, un crimen perfecto

Fuente: Walter Goobar | El Destape Fecha: 7 de abril de 2021 Todo el SARS-COV2 que ha puesto en jaque al planeta podría caber en una lata de gaseosas. A esta conclusión llegó el científico Cristian Yates, autor del libro Matemáticas de la vida y la muerte, que realizó el cálculo para un programa de la BBC. Sin embargo, esta guerra microbiana en la que el diámetro de una partícula de Corona virus oscila entre 80 y 129 nanómetros, ha liberado las peores miserias de la Humanidad y las ha viralizado. Si a comienzos de la pandemia se acaparaba papel higiénico y barbijos, ahora la lógica del sálvese quien pueda se ha trasladado a las vacunas: en un planeta en el que los países ricos acaparan vacunas y toleran que los monopolios farmacéuticos generen una escasez artificial para maximizar sus ganancias, las vacunas están por convertirse en algunos de los medicamentos más lucrativos de todos los tiempos. Solo este año, las compañías esperan ganar miles de millones de dólares por la venta de vacunas. De acuerdo al informe del director financiero de Pfizer, Frank D’Amelio, la compañía obtendría en 2021 unos 42.000 millones de dólares en ganancias y de ellos, 15.000 millones por la venta de la vacuna contra el COVID-19. Los beneficios financieros de Moderna por la venta de su vacuna, según lo revelado por su presidente, Stephen Hoge a los inversionistas, «alcanzarían unos 18.000 millones de dólares durante el año en curso». Sin duda alguna, algo similar pasaría con el rendimiento de AstraZeneca y J&J. Y esto está sucediendo después de que el Gobierno de Donald Trump financió completamente, usando 2.000 millones de dólares del dinero público, todo el proceso de investigación y desarrollo de vacunas anti- COVID-19 de Moderna y J&J. También Pfizer recibió cerca de 2.000 millones de dólares y su socia alemana BioNTech, 500 millones de dólares por sus vacunas. Como explica el escritor y periodista Matt Taibi: “El modelo de negocio de Big Pharma es brillante. Una parte importante del gasto en I+D lo paga el Estado que regala su ciencia a las empresas privadas que luego pueden extraer pingües beneficios del mismo gobierno”.  En el último número de la revista Business Wek titulado “La distribución rápida, tensa y lucrativa de Pfizer” se analiza la estrategia de la multinacional farmacéutica. El artículo explica cómo Israel logró hacerse con una cantidad elevada de vacunas de Pfizer tras pagar 30 dólares por dosis, un 50% más de lo que ofrecía EE.UU. o Europa. “La distribución de las vacunas hace pensar en un juego de suma cero”, acierta Business Week al señalar que “cinco días después de la victoria de Netanyahu (en la contratación de vacunas), Pfizer informó a todos sus clientes– menos a EE.UU.– de que recortaría sus suministros debido al cierre provisional de su planta en Bélgica”. Pfizer empezó pidiendo 54 euros por dosis en Europa y luego bajó a entre 15 y 30 dólares para todos los países “industrializados”, que serían casi los únicos capacitados para negociar mano a mano con D’Amelio y con el consejero delegado de Pfizer, Albert Bourla. Los países ricos ya han comprado el 75% de las vacunas producidas a escala mundial. Canadá tiene cinco veces más de lo que necesita. Los principales directivos de Pfizer, Moderna y de Johnson & Johnson aseguraron hace poco, por separado, a sus inversionistas que esta pandemia se convertirá en una endemia estacional, lo que permitiría subir el precio de las vacunas basado en su valor en el mercado.  De acuerdo a los estudios de las farmacéuticas, el virus estará persistiendo largo rato transformándose en una endemia perenne a medida que las mutaciones seguirán propagándose y no se descarta que se necesiten inyecciones de refuerzo. Según el director financiero de Pfizer, Frank D’Amelio, «la necesidad de inyecciones de refuerzo presenta para nosotros una oportunidad significativa para nuestra vacuna desde una perspectiva de demanda y desde una perspectiva de precios». Las promesas iniciales de las farmacéuticas de no beneficiarse de las vacunas durante la pandemia las está llevando el viento. Ya el año pasado, la corporación AstraZeneca anunció que desde el primero de julio de 2021 cambiará su política de precio de la vacuna. El presidente de la corporación Moderna, Stephen Hoge y el vicepresidente ejecutivo de Johnson & Johnson, Joseph Wolk afirmaron en las conferencias con sus inversionistas que planean volver a precios más comerciales ya a fines de este año. Por lo pronto, Moderna se ha negado a participar en el fondo respaldado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para distribuir vacunas a bajo precio a los países en desarrollo.  Tras constatar la perplejidad europea ante el desabastecimiento de sus vacunas, Business Week concluye: “Algún día habrá una autopsia de la pandemia y una cuestión central puede ser cómo es posible que una sola empresa llegase a tener tanto poder sobre tantas personas”. Sobre el autor: Walter Goobar es editor del canal informativo de Telegram “Pandemias y Vacunas”

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Geopolítica a tres bandas – El nuevo tablero mundial y sus potenciales efectos sobre América Latina y el Caribe

Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la Luna Fecha: 28 de marzo de 2021 Durante las dos últimas semanas se produjeron cuatro sucesos que brindan claves para comprender el devenir de las relaciones internacionales y sus efectos sobre América Latina y el Caribe. El 12 de marzo, la Asamblea Nacional Popular (ANP) de la República Popular China aprobó el XIV Plan Quinquenal que orientará sus políticas domésticas y exteriores en el próximo lustro. Cuatro días después Joe Biden amenazó a Rusia y calificó a Vladimir Putin de asesino. El 18 y 19 –en Anchorage, Alaska– se llevó a cabo una gélida reunión bilateral entre el responsable del área de Asuntos Exteriores del Partido Comunista de China, Yang Jiechi, y el jefe de Departamento de Estado, Anthony Blinken. Para concluir con la seguidilla de encuentros trascendentes y conexos, el 22 y 23 de marzo el jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, visitó a su par chino, Wang Yi. El Plan Quinquenal plantea cambios respecto a su capítulo previo, el XIII, aprobado en 2015. Desde 1953 las orientaciones definidas por Beijing han marcado el itinerario de las políticas desarrolladas e implementadas por el gobierno. Los objetivos comunicados por Xi Jinping el 11 de marzo incluyen un marco de referencia conceptual denominado Visión 2035, en el que explicitan los objetivos de mediano plazo debatidos durante el último año en el seno del Partido Comunista chino y en su ANP. Las siete metas relevantes, esbozadas en ambos documentos, pueden ser sintetizadas en: Expandir la demanda interna, combatir los monopolios y sostener la exportación. Promover el cuidado del medio ambiente y adecuar la producción a formatos ecológicos. Reemplazar el crecimiento de alta velocidad con un crecimiento de alta calidad. Impulsar la innovación mediante la inversión en Ciencia y Tecnología. Promover el cuidado del medio ambiente y adecuar la producción a formatos ecológicos. Reducir la interdependencia económica, financiera, comercial y tecnológica con Estados Unidos. Mantener un entorno externo cooperativo con el resto del mundo. Respecto al primer objetivo, el nuevo Plan Quinquenal considera la necesidad de superar la etapa de apalancamiento exportador, para pasar a un modelo de circulación dual, consistente en privilegiar el mercado interno para blindarse de la potencial volatilidad de los mercados internacionales y los continuos cambios de políticas de Washington. Para promover políticas más amigables con la naturaleza, el proyecto se propone disminuir la velocidad del crecimiento económico y priorizar la calidad de vida de su población por sobre el incremento del PBI. Ese concepto es denominado en el documento Visión 2035 como la cimentación de una futura sociedad moderadamente próspera, distante de la opulencia y la acumulación material desmedida. Con ese cometido, se estipula el cumplimiento del Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático y la reducción sistemática de las emisiones de dióxido de carbono, para llegar al 2030 en equilibrio neutral con la naturaleza. El planteo supone además una reconfiguración del modelo productivo, orientando la inversión pública y privada hacia la tecnología aeroespacial, la neurociencia, los circuitos integrados, la computación cuántica, la inteligencia artificial, la biotecnología, las energías renovables, la investigación genética y la exploración espacial. La mayor parte de las inversiones estará orientada –señala el Plan– al mercado interno, para mejorar la calidad de vida de la población, siguiendo la idea cardinal de que para el año 2049, cuando se cumplan los cien años de la República Popular China, los ciudadanos chinos gocen de una prosperidad moderada, lema del desarrollo planteado. Para su logro, advierte el Plan, se deberán combatir las prácticas monopólicas, hecho que ha quedado demostrado en los dos últimos años con las limitaciones impuestas a la empresa Alibaba –similar a MercadoLibre en Argentina–, propiedad del empresario Jack Ma. La propuesta de Beijing ha sido calificada por diferentes analistas internacionales como tecnonacionalismo. En la actualidad, China y Estados Unidos controlan el 78% de las patentes de inteligencia artificial, el 50% de la inversión global de proyectos de 5G (denominado también como la internet de las cosas), el 75% del mercado informático en la nube y el 90 % de las principales plataformas digitales existentes. Según el primer ministro chino, Li Keqiang, el valor añadido al PBI de la Investigación y el Desarrollo (I+D) debería pasar del 7,8% de 2020 al 10% en 2025. «Mejoraremos nuestras capacidades en innovación independiente porque las innovaciones no se pueden comprar», afirmó Wang Zhigang, ministro de Ciencia y Tecnología. Cada vez más la productividad se articula con la producción de conocimiento. Las patentes, por su parte, expresan la acreditación futura de dicha acumulación de saberes, competencias y aplicaciones prácticas. Expansión sin injerencia En términos de su articulación internacional, Beijing propone multiplicar las inversiones de infraestructura en Asia, África y América Latina, profundizando su liderazgo en el sudeste asiático, su articulación con Rusia y su relación con la Unión Europea, con el claro objetivo de desacoplarse de Washington. Ante la perspectiva de posibles restricciones de las cadenas de suministro ligadas a Estados Unidos, el Plan Quinquenal impulsa la diversificación de las relaciones político-económicas y el fortalecimiento de su autosuficiencia, sustentada en el mercado interno de 1.400 millones de habitantes. En 2020 la economía de China supuso el 16,8% del PBI global y exhibió un superávit en su cuenta corriente equivalente al récord histórico expuesto por cualquier otro país en la historia. A pesar de la ofensiva profundizada por el trumpismo, Beijing se convirtió en el mayor receptor de Inversión Extranjera Directa (IED), desplazando a Estados Unidos en ese rubro. También en 2020, el conjunto de 14 países integrantes del acuerdo del sudeste asiático conocido como RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership) se consolidó como el primer socio comercial de Beijing. La Unión Europea se ubicó en el segundo puesto y Estados Unidos fue desplazado al tercer lugar, prologando la desconexión y el desacoplamiento planteado por el Plan. El proyecto respecto a su vínculo con terceros países asume el compromiso de no injerencia político-gubernamental en los asuntos internos de ningún país, en un claro indicador diferencial respecto de Washington. En ese sentido se proyecta como una potencia dispuesta a contribuir a la generación de bienes públicos globales (medio ambiente, infraestructura, previsibilidad financiera, control de pandemias). Pocos días después de la

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El capitalismo neoliberal, la pandemia por el coronavirus y la política

Fuente: Edgardo Mocca | El Destape Web Fecha: 9 de enero de 2021 El principal problema en el combate contra la pandemia es el capitalismo neoliberal. Se podría decir que no hace falta el adjetivo “neoliberal” pero también es cierto que el mundo capitalista ha dado un giro particularmente dañino y peligroso en términos civilizatorios durante los últimos cuarenta años. No solamente en términos de distribución del ingreso sino también en términos culturales. La velocidad de circulación del capital ha crecido exponencialmente, la cantidad y calidad de aspectos de la vida de la sociedad que se subordinan a la lógica del mercado es abrumadora. Es inevitable, entonces, lo que el papa Francisco llama “descarte”: si algo no es funcional a la única aspiración del capital, que es reproducirse en la escala y en los ritmos más veloces posibles, es completamente descartable. La pandemia no está fuera de esa realidad, no podría estarlo. Es un factor “externo”, pero rápidamente se convirtió en un habitante natural del planeta que altera todas las prácticas y amenaza todas las seguridades de la civilización humana. ¿Y cómo reaccionamos los seres humanos? La diversidad tiende al infinito, por eso no se puede contestar de modo simple la pregunta. Pero esa diversidad gira alrededor de un eje, el eje es la cultura de una civilización que abarca todos los sitios habitables de nuestro planeta, aun cuando no en todos esos lugares imponga su hegemonía con la misma intensidad. Esa cultura es capitalista-neoliberal. Hay que insistir: la propia cultura con pretensiones emancipatorias está impregnada de individualismo, mercantilismo, espíritu competitivo y otras de las bellezas tan exaltadas en la tradición filosófica liberal (en este caso sin el prefijo “neo”). Todo esto no tiene cuarenta años de historia sino más de cinco siglos. El enorme desarrollo de la civilización tecno-industrial, lo colosal de sus adelantos convive con una cada vez más pronunciada degradación de su relación con el resto de las formas de vida en nuestro planeta y con sus semejantes.  La desigualdad crece en modo exponencial. Hoy comprobamos que el único momento en que se interrumpió el avance exponencial de la desigualdad fue el que va desde el final de la segunda guerra mundial hasta la desaparición de la Unión Soviética. Fue el tiempo del capitalismo “bueno y sensible”, de los estados “de bienestar”, de la intervención estatal para morigerar la desigualdad. En ese contexto la desigualdad creció de todos modos pero en forma menos impactante que en los años anteriores y posteriores. MÁS INFO ¿Qué es lo que reclamamos cuando pedimos “más libertad”? Está claro que es recuperar un modo de vivir. Que el Estado no nos moleste en nuestro proyecto de vida. Ese es el vector principal, por la sencilla razón de que el Estado –ese demonio del neoliberalismo- conserva cierta escasa capacidad de controlar el descontrol capitalista. Puede influir en los salarios, en los modos de trabajo (cada vez menos) y en muchos otros aspectos de la vida colectiva. Y la decisión no siempre coincide con la lógica automática de la tasa más alta de ganancia posible para el capital. No puede coincidir siempre, entre otras causas, porque funcionan (cuando y donde funcionan) mecanismos estatal-democráticos, puntualmente las elecciones libres, que incluyen en la vida pública la agenda de la demanda social. Y la demanda social no tiene como sentido excluyente la exitosa y rápida circulación del capital. La pandemia ha llevado a una encrucijada: a qué le damos prioridad, a la vida o a la circulación del capital. Parece fácil: a la vida. Pero, entonces, por qué tantas personas han pasado a considerar las reglamentaciones sanitarias de los gobiernos como el problema principal de sus vidas. La proporción en que cada vida está en peligro es baja. Menos baja en ciertas condiciones socio-ambientales pero de todos modos baja. Del otro lado, en cambio, hay certezas: me impiden trabajar, me impiden reunirme con amigos, me impiden ver determinados espectáculos. Muy caro todo, en relación con una probabilidad de morirme relativamente baja. Ese cálculo ya es una forma capitalista, es un cálculo de costos y beneficios tal como lo explican algunos profesores de economía. El modo del cálculo es inteligente para el individuo y desastroso para la humanidad. Pero, más allá de la pandemia, ese modo del cálculo abarca toda la vida de las criaturas humanas del capitalismo neoliberal. Ahí radica la clave del envenenamiento progresivo del planeta, de la destrucción de especies enteras a favor de la extensión del reinado de la propiedad privada y la máxima ganancia capitalista. También la clave de la consideración –hoy extendida a lo largo del mundo- de la vida o la muerte de “los otros” como una variable estadística. Esta pérdida progresiva de la compasión es la principal amenaza para la vida humana. Una vez más: lo que es beneficioso para el cálculo individual es desastroso para el conjunto del género. Escuché decir hace unos días que los humanos somos la especie menos compasiva hacia sus propios individuos entre todas las que habitan la tierra. Estamos viviendo la demostración de esa tesis. Y en este contexto se hace política. En la Argentina hay un gobierno surgido de un tipo de contrato electoral específico. Consiste en alentar e impulsar una sociedad más igualitaria, más contenedora de todos, menos librada a las lógicas automáticas del mercado. El gobierno surgido de ese contrato ha encarado con mucha inteligencia y sensibilidad la cuestión de la defensa sanitaria de argentinos y argentinas. El paso del tiempo fue debilitando esa posición: en la calle cesaron los aplausos a los médicos y enfermeros y aparecieron “puebladas” de cierta clase media contra la intervención estatal. Es en ese contexto que el gobierno empezó a poner –con muy buen sentido- el tema de las vacunas como clave de su posición. El problema es que la esperanza en la vacuna terminó siendo un factor adicional a favor de la lógica de “volver a la vida normal”. Y ahora estamos frente a otro período crítico que la vacuna no resolverá y que demanda una nueva apelación a la disciplina colectiva de difícil éxito. El antagonismo político ha ocupado también el problema de la pandemia. No se puede hablar

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Las fiestas y el Principio Esperanza

Fuente: Jorge Elbaum| Dejámelo Pensar (Sandra Russo) Fecha: 23 de diciembre de 2020 Imágen: Antonio Berni. Juanito Laguna va a la Fábrica. 1977 Jesús es el nombre latino de Iehoshua, cuyo apócope es Ieshua o Ieshu (יֵשׁוּעַ). En arameo y en  hebreo Ieshu significa “salvador” o “redentor”. Ese fue el nombre que Miriam (מרים)  traducida como María, eligió para su hijo. Ieshu es el nombre de quien anuncia y transmite la liberación. Cristo es una palabra griega (cristós) que traduce el término hebreo de Meshíaj (משיח) cuy traducción es “ungido” o “elegido”.  Ieshu es postulado como el elegido que trae la redención, la liberación. Un enviado, un testigo  que expresa la esperanza por una salvación ante el terror imperial romano. Un maestro (Rabí) que formula la recuperación de la amistad, de la humanidad. Alguien que simboliza la contracara del daño, de la falta. Que enuncia la presencia de quienes duelen o ven pasar su biografía a través de un velo de sufrimiento e injusticia. La tradición judía apostó a la llegada de un enviado. De una reparación frente al malestar. Y los tiempos mesiánicos se asociaron siempre con los contextos de opresión. La salvación remitía a un padecimiento generalizado que debía recurrir a la esperanza. Postuló la redención, como una acción capaz de trasmitir algún tipo de curación ante la pérdida. Cordialidad y empatía ante la congoja. Sensibilidad ante la angustia. La relación de Ieshu con sus amigxs expresa ese paradigma de la amistad encarnada en la abnegación. En la posibilidad de que la fraternidad/sororidad fuese la única moneda corriente del intercambio humano. En la promesa del encuentro libre de soberbias, de pretensiones jerárquicas y de mezquindades egoístas.  La periodicidad humana, tan abierta a lo cíclico, dispuso fechas para reactualizar esta pertinaz esperanza. La que convive en una intención superadora de la herida. En la apuesta a un propósito de empatías múltiples en perpetuo desafío de la crueldad. De ahí viene la expectativa del presencia o la irrupción: una llama encendida en la oscuridad de una noche que no sabemos si titila, o su apariencia intermitente es producto de la distancia que la nubla.  Un nacimiento es un ritual de celebración vital. Una ratificación de la persistencia de la vida frente a la negra mancha de la caída. Un vínculo con la trascendencia al interior de lo que se inicia. Un grito de llanto tierno ligado a la rugosidad inicial del cachorro humano. La llegada es un anuncio y es también la antesala de una partida que busca su ilusión en el regreso. Engendrar es la muestra de nuestra capacidad para reestablecer la ligazón con el mañana. Es una forma empecinada de hacer frente  al padecimiento circundante apelando a la  luminosidad como proyecto. En términos existenciales es una de las manifestación del deseo y la aspiración que arrastran el tiempo hacia el futuro: nuestra desgarrada consciencia del final es permanentemente retada por esta imagen de la resurrección humana.  Transitamos con la esperanza arraigada en determinadas fechas. Son subterfugios. Hitos de una frecuencia que busca aproximarnos mientras se afronta el delicado devenir de los días.    Los nacimientos, las natividades, los años nuevos, en todas las culturas, son el ritual cronológico de un tiempo propuesto por la especie humana para renovarse frente al espejo de la vida. Poseen una capacidad de doble movimiento. De balance y de proyecto. Nunca es sencillo lidiar con el dolor, con los números de seres humanos abatidos, con la pérdida que agiganta el temor.  La verdadera comunión, la autenticidad del encuentro, radica en una disposición de ilusión realizable: el aferrarnos a un coincidencia liberadora cuya sacralidad remite a la forma superior de la emoción, que solemos denominar como amor.  La continuidad del tiempo nunca nos ofrece un salto preciso. Son simples fechas en un calendario dividido por la torpeza demográfica o cronológica de quienes buscaron instituirse como dueños del devenir. Somos nosotrxs, sus transeúntes quienes apostamos sobre futuros. Los que ponemos las ganas y apostamos por un espacio para (re) construir, una nueva oportunidad para junto a lxs justos, lxs más sensibles, lxs más humildes, lxs más débiles.  No hay esperanza en la negrura. Su cometido, el que conjuga la expectativa de un vivir superior, sólo arraiga en el destino posible de algo que limpie los dolores inútiles, fabricado por nuestrxs congéneres: una vida más buena supone desenmascarar a los portadores de la maldad  y al mismo tiempo rescatar de la confusión a los desorientados. Quienes implantan al desesperanza imponen un presente perpetuo, destinado a la continuidad de las oscuridades que benefician a los privilegiados.  De ahí que la esperanza incluye la crítica. Su proyecto implica un antagonismo con la maldad. Un duelo contra la indiferencia, contra el egoísmo, contra el descreimiento y la ausencia de compasión. La esperanza solo puede postularse en contradicción con aquello de la realidad que debe ser revisado, cambiado, derrotado. La esperanza auténtica conlleva un cuestionamiento de lo real existente. Es por eso que se atreve a imaginar otro mundo posible mediante la renuncia aun presente perpetuo.   En 2020 la esperanza se atrinchera con el objeto de recriminarle a la sombra su espacio de de amenaza. Su prerrogativa de contagio y de muerte.  La peste nos señaló con dedos sucios de advertencia y la esperanza tiene forma, otra vez, de ciencia, de vacunas, de investigadores que buscan los anticuerpos de un virus que no es solo epidemiológico. Una enfermedad que sigue cuestionando (y temiendo) a la solidaridad por la intrínseca capacidad que posee esta última para potenciar la esperanza.  La epidemia mostró la herida no curada de varias incisiones previas. Mientras la tragedia se sucedía los discursos del odio ascendieron hacia los conocidos territorios del racismo (eufemizado en Argentina como anti peronismo o anti-kirchnerismo), el terraplanismo pre conciliar, la infectadura o el epigrama paranoico de los antivacunas. Esto son los sectores que desprecian la esperanza. Son quienes pujan por la continuidad de sus prerrogativas y se desviven por elaborar justificaciones orientadas a justificar el imperio brutal de su egoísmo. Compran voluntades de (pseudo) comunicadores

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Noam Chomsky: «La supervivencia de la democracia está en juego»

Fuente: Bernarda Llorente | Telam Fecha: 11 de septiembre de 2020 El pensador norteamericano definió a las elecciones presidenciales de noviembre próximo en su país como «las más importantes en la historia de la humanidad» y habló del deterioro de la democracia y la catástrofe medioambiental en una entrevista exclusiva con Télam. Chomsky advierte sobre los desafíos y las crisis que enfrenta la humanidad. El lingüista y politólogo estadounidense Noam Chomsky, uno de los intelectuales más elocuentes para leer los escenarios complejos que se articulan por debajo de la pandemia que hoy paraliza al mundo, sostiene que estamos ante una confluencia crítica generada por el deterioro de la democracia, la inminencia de una catástrofe medioambiental y la amenaza de una guerra nuclear: la evolución de ese panorama depende de las próximas elecciones en su país, a las que define en una entrevista exclusiva con la Presidenta de Télam como «las más importantes no sólo en la historia de Estados Unidos sino también en la historia de la humanidad». A los 91 años, el brillante pensador y autor de obras como «El nuevo orden mundial (y el viejo)» o «Poder y terror» mantiene la potencia de su voz disidente y antibelicista que a lo largo de más de sesenta años lo llevó a compatibilizar sus aportes académicos con intervenciones públicas que le han valido represalias de los sucesivos gobiernos de su país, como ser detenido por condenar la guerra de Vietnam, figurar en la lista negra del ex presidente Richard Nixon o recibir duros cuestionamientos por denunciar la guerra sucia de Ronald Reagan. Acusado a veces de «antiamericano» por la dureza de sus críticas, Chomsky tiene un rol activo en causas colectivas -hace pocos meses firmó junto a 150 intelectuales un manifiesto donde alertan sobre el riesgo de la censura a los contenidos que no se ajustan a los parámetros impuestos por la corrección política- sin dejar de atizar sus cruzadas personales: el combate a las multinacionales, al neoliberalismo y al actual presidente Donald Trump, a quien caracteriza en una entrevista con Télam, vía Zoom desde su casa en Tucson (Arizona), como «una especie de dictador de pacotilla que ha creado en Washington un pantano de corrupción». Entrevista exclusiva a Noam Chomsky Dr. Chomsky, mientras una parte importante de la humanidad pareciera centrada en el impacto del Coronavirus y sus consecuencias, usted redobla la apuesta y advierte que la sobrevivencia de nuestra especie humana es lo que verdaderamente está en peligro. Debemos reconocer que este es un momento histórico notable. Estamos en medio de una confluencia de crisis existenciales: la de la catástrofe medioambiental, la de la guerra nuclear, la crisis del deterioro de la democracia, que es el único medio para combatir estas crisis. Y, además, las crisis de pandemias. El Covid-19 en particular -del que saldremos- tendrá un costo innecesario, terrible. Pero no será el último. Hemos tenido mucha suerte hasta ahora porque las repetidas epidemias de coronavirus que hemos vivido lograron contenerse. El Ébola, por ejemplo, fue altamente letal pero no demasiado contagioso. El SARS es muy contagioso, pero no muy letal. La próxima pandemia que se presente podría ser ambas: altamente contagiosa y altamente letal. Entonces nos enfrentaremos a algo así como la Peste Negra del siglo XIV. Podemos prevenirlo, pero hay que hacerlo. ¿Por qué tenemos una pandemia hoy? Es una pregunta importante para hacer. Tuvimos la epidemia de SARS en 2003, un virus muy similar. Los científicos advirtieron que vendrían otros, que debíamos prepararnos y sabíamos cómo hacerlo: aislar los virus, planificar cómo desarrollar una vacuna, fortalecer un sistema de prevención de pandemias. Todo está bastante claro. Pero no basta con tener la información, alguien tiene que hacerlo. Las grandes empresas farmacéuticas tienen los recursos, los laboratorios, etc. No lo hacen, sin embargo, porque hay algo que se llama Capitalismo. El capitalismo dicta que siempre intentes aumentar tus ganancias. No gastas dinero en algo que podría suceder dentro de diez años y en lo que no se ganará mucho dinero, de todos modos. Tienes la vacuna, la gente la usa, se acabó. Las compañías farmacéuticas invierten en cosas que puedan seguir vendiendo mañana. ¿Tal vez las crisis están mostrando la necesidad de que el Estado retome su protagonismo? El gobierno tiene recursos inagotables, laboratorios maravillosos, pero no puede hacerlo por algo llamado neoliberalismo. Como lo expresó Ronald Reagan en su discurso inaugural, “el gobierno es el problema, no la solución”. Esto significa que las decisiones tienen que pasar de las manos del gobierno al poder privado. ¿La razón? Ellos creen que el gobierno es una institución defectuosa porque responde a la población, al menos en parte, y ese es un problema grave. No podemos permitirlo. Por tanto para ellos es necesario trasladar las decisiones a tiranías privadas que no rinden cuentas al público en absoluto. Se llama “libertad” en el discurso orwelliano contemporáneo. Volviendo a la pandemia, significa que el gobierno no pudo intervenir, porque nunca pensaron en la gente. Así que no hubo esfuerzos para desarrollar la vacuna y así sucesivamente. No obstante, hubo algunos avances. ¿Se refiere a las políticas del presidente Obama y su propuesta de seguro médico? Cuánto devastó Trump de ese legado? La administración Obama puso en funcionamiento un plan de respuesta ante una pandemia que era bastante esperable que estallara. Hubo investigaciones conjuntas entre científicos estadounidenses y chinos para tratar de identificar coronavirus en cuevas de China e intentar secuenciar los genomas. Se ejecutaron programas de demostración para ver qué pasaría si el virus se propagaba. Todos estas iniciativas sucedieron hasta enero de 2017. Si bien no eran suficientes, al menos eran algo. A los primeros días de asumir, Trump desmanteló estos proyectos. Todos los años ha intentado retirar los fondos. La última vez fue en febrero de 2020. Cuando la pandemia se desata, el presidente recorta los gastos relacionadas con la salud pública, incluidos los del Centro para el Control de Enfermedades. Como resultado, Estados Unidos estaba singularmente mal preparado cuando golpeó la pandemia. Ha habido todo tipo de incompetencia y malicia en relación a su

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¿Volver a la normalidad?

Fuente: Atilio Borón | Blog de Atilio Borón Fecha: 23 de mayo de 2020 La cruel pandemia que azota a la humanidad ha despertado reacciones de todo tipo. Unos pocos la ven como la cruel pero fecunda epifanía de un mundo mejor y más venturoso que brotará como remate inexorable de la generalizada destrucción desatada por el coronavirus. Si Edouard Bernstein creía que el solo despliegue de las contradicciones económicas ineluctablemente remataría en el capitalismo, sus actuales (e inconscientes) herederos apuestan a que el virus obrará el milagro de abolir el sistema social vigente y reemplazarlo por otro mejor  El trasfondo religioso o mesiánico de esta creencia salta a la vista y nos exime de mayores análisis. Otros la perciben como una catástrofe que clausura un período histórico y coloca a la humanidad ante un inexorable dilema cuyo resultado es incierto. Quienes  abrevan en este argumento están lejos de ser un conjunto homogéneo pues difieren en dos temas centrales: la causalidad, o la génesis de la pandemia, y el mundo que se perfila a su salida. En relación a lo primero hay quienes adjudican la responsabilidad de su aparición a una entelequia: “el hombre”, como los ecologistas ingenuos que dicen que aquél -entendido en un sentido genérico, como ser humano- es quien con su actividad destruye la naturaleza y entonces el Covid-19 habría también sido causado por “el hombre.” Pero la verdad es que no es éste sino un sistema, el capitalismo, quien destruye naturaleza y sociedades como lo demuestra el pensamiento marxista e, inclusive, aquellos que sin adherir a él son analistas rigurosos de la realidad, como Karl Polanyi. Sistema que con sus políticas privatizadoras y de “austeridad” (para los pobres, más no para los ricos) hizo posible la gran expansión de la pandemia. Pruebas al canto: el Covid-19  desnudó la responsabilidad de las clases dominantes del capitalismo y sus gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos y sus “vasallos” en  el resto del mundo. Cuando se compara el número de muertes ocurridas en los países con gobiernos capitalistas con los que se registran en estados socialistas, como China, Vietnam, Cuba, Venezuela, los resultados son espeluznantes. En China los muertos por millón de habitantes son 3; en Vietnam hasta el 18 de mayo no había muerto nadie a causa del virus, y eso que tiene una población de 96 millones de personas; Cuba, con poco más de 11 millones tiene una tasa de muertos por millón igual a 7 y en la República Bolivariana de Venezuela esta ratio es de 0,4. En Argentina, con un gobierno acosado por el sicariato mediático y la gran burguesía el número es 9, pero se triplica cuando se observa al “oasis neoliberal” de Sebastián Piñera, con una ratio de 27 muertos por millón de habitantes. México, cuyo gobierno al principio cometió el error de subestimar al coronavirus está con 44 decesos por millón, por encima del promedio mundial que es 41,8. Pero luego viene el escándalo: Ecuador, donde manda el más rastrero lamebotas de Donald Trump, se lleva todas las fúnebres palmas de Nuestra América con  161 muertos por millón de habitantes, 54 veces más que China y 23 más que en Cuba. Suiza, la elegante guarida fiscal europea, registra una obscena ratio de 219 muertos por millón y Estados Unidos 283 por millón, o sea, 95 veces más que China y unas 40 veces mayor que la agredida y bloqueada Cuba. No les va  mejor a la rica Bélgica, campeona mundial con un escandaloso récord de 790 muertos por millón de habitantes y a quienes le siguen en el podio: España con 594, Italia con 532 y el Reino Unido con 521. Conclusión: los gobiernos que apostaron a la “magia de los mercados” para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano. Esto se comprueba aún en países como Cuba y Venezuela pese a padecer múltiples sanciones económicas y los rigores del criminal bloqueo impuesto por Washington. En las antípodas se encuentra Brasil que con sus 18.130 muertos ocupa el sexto lugar en la luctuosa estadística de víctimas del coronavirus y con sus 85 muertos por millón de habitantes registra una incidencia 12 veces mayor que Cuba y 28 mayor que China. A su vez Chile, paradigma neoliberal por excelencia, tiene una tasa 9 veces mayor que la de China y casi cuatro veces superior a la de la acosada isla caribeña. Párrafo aparte merece el Uruguay, que gracias a los quince años de activismo estatal de los gobiernos frenteamplistas, en los cuales la inversión en salud pública fue prioritaria, registra una tasa de 6 muertos por millón de habitantes. Es de esperar que su actual presidente,  Luis Lacalle Pou, confeso admirador de Jair Bolsonaro y Sebastián Piñera, tome nota de esta lección y se abstenga de aplicar sus letales fantasías neoliberales al sistema de salud público del Uruguay. Esta disímil respuesta ofrecida por los estados capitalistas y socialistas (más allá de algunas necesarias precisiones sobre esta caracterización, que deberían ser objeto de otro trabajo) es suficiente para fundamentar la necesidad de que el nuevo mundo que se asomará una vez concluida la pesadilla del Covid-19 se caracterice por la presencia de rasgos definitivamente no-capitalistas. Es decir, un ordenamiento socioeconómico y político que revierta el desvarío dominante durante cuatro décadas cuando al impulso de la traicionera melodía neoliberal casi todos los gobiernos del mundo se apresuraron a seguir las directivas emanadas de la Casa Blanca y privatizar y mercantilizar todo lo que fuera privatizable o mercantilizable, aún a costa de violar derechos humanos, la dignidad de las personas y los derechos de la Madre Tierra. Un mundo que, siguiendo algunos razonamientos de Salvador Allende, podría ser caracterizado como “protosocialista”; es decir, como una  imprescindible fase previa para viabilizar la transición hacia el socialismo. Este período es requerido para robustecer al estado democrático; introducir rígidas limitaciones al “killing instinct”

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Pospandemia

Fuente: Luis Brushtein | La Tecl@ Eñe Fecha: 19 de mayo de 2020 Luis Bruschtein sostiene en este artículo que la recomposición pospandemia implicará redoblar la solidaridad activa, física, la lucha contra las injusticias, la fraternidad con los más vulnerables. Encontrarse con uno mismo será, en ese caso, encontrarse con los demás en un contexto mundial en el cual las empresas informáticas tratarán de naturalizar procesos para insocializar a las sociedades. Resulta por lo menos dudoso que la salida de la crisis beneficie a los sectores populares a nivel mundial, en el sentido de un mundo menos desigual y más equilibrado, si no se rompe la relación de fuerzas con las que se entró a la epidemia. Es cierto que desde una mirada racional sobre el proceso de la pandemia tendría que surgir una mayor valoración de las decisiones políticas sostenidas por un Estado con recursos suficientes, así como la idea de responsabilidad social, no desde lo individual, sino desde una consciencia comunitaria y solidaria, y sobre todo, una mayor valoración de la salud pública y de lo público en general. Es evidente en todo el mundo que las mejores respuestas a la epidemia surgieron desde esas actitudes, mientras que las contrarias provocaron la pérdida de decenas de miles de vidas. Ese es un aspecto del balance que está dejando la pandemia. Otro aspecto es que la epidemia surgió en un mundo de grandes desigualdades, con una extraordinaria concentración de la riqueza que, a su vez, se expresaba en procesos políticos reaccionarios. La epidemia no modificó esa relación de fuerzas y las nuevas evidencias que surgen tampoco inciden en esa puja mientras no se transformen en reclamo consciente que se constituya en presión y organización para obtenerlo, y en respaldo consciente a los gobiernos que representan ese impulso. Al estallar la epidemia en sociedades configuradas de esa manera, así como las sociedades sacan sus conclusiones, las grandes corporaciones hacen lo mismo. Y tratarán de institucionalizar las oportunidades de negocios que se abren en el nuevo mundo apestado con prácticas sociales de confinamiento y separación. Es posible que muchos de los comportamientos del distanciamiento social al que obliga la cuarentena se prolonguen hasta que se encuentre la solución definitiva a la epidemia. O sea que podrán permanecer bastante tiempo y habrá una fuerte tendencia para naturalizarlos e instalarlos en forma definitiva. Porque varios de estos comportamientos son funcionales a una sociedad compartimentada, individualista y conectada a la realidad en forma virtual y manipulable. Miles de millones de personas pegadas durante la mayor parte del día a pantallas de computadoras y celulares es el paraíso del neoliberalismo. Las compras por las redes evitan alquileres de locales, gastos de servicios y salarios. De la misma manera sucede con el trabajo online. Una sola clase virtual puede reemplazar a miles de maestros. Las personas forjan su identidad a partir de ese complejo entramado social en el que interviene hasta la cola de los jubilados en el banco. Si ese universo de contactos y entrecruzamientos es reemplazado en su mayoría por la ilusión de relacionamiento que genera el mundo virtual, se produce una anomia, Se pierde noción de uno mismo en un contexto con los otros. Es parecido al proceso para cazar algunos animales a los que se persigue haciéndolos separar de la manada hasta acorralarlos cuando quedan solos. Todo el sistema informático sobre el cual se desarrollan estas prácticas ilusoriamente sociales está controlado por no más de diez grandes corporaciones en todo el mundo. Obviamente son las más favorecidas por la epidemia y las que tratarán de naturalizar estos procesos para insocializar a las sociedades. Lo que más duele en las cuarentenas es la falta de intercambio físico con otras personas, sobre todo con los seres queridos, familiares y amigos. Y la reacción es aferrarse con desesperación a las brillantes pantallitas. Esa amputación de la parte socializante de cada uno sólo tiene sentido en este momento como forma de evitar la expansión de la epidemia. Aunque suene paradójico, aislarse se convierte así en una actitud social. Pero aislarse sin epidemia sería lo opuesto: reducirse y al mismo tiempo despersonalizarse. En este mismo momento, el hombre o la mujer aferrados a su pantalla está desconectado del que está en situación de calle, del que perdió el trabajo o del que vive hacinado en una villa. Supone que lo conectan los emoticones. Si ve las muertes en la villa, pone el emoticón de enojado y supone que conectó con esa tragedia. El escenario del planeta atacado por un virus, con cuarentenas mundiales mientras mueren cientos de miles de personas y las calles de las principales capitales aparecen desoladas, sin hablar de las escenas de las inmensas fosas comunes o las imágenes de cadáveres abandonados en las calles en algunos países donde fueron desbordados el sistema de salud y hasta los servicios fúnebres, tiene un dejo apocalíptico. El ser humano tiene una enorme capacidad para recomponerse. La epidemia se desarrolla en un juego que favorece al que tiene más resto. Para cambiar las estructuras injustas e irracionales del sistema mundial, la catástrofe tendría que ser aún más destructiva. La recomposición pospandemia implicará redoblar la solidaridad activa, física, la lucha contra las injusticias, la solidaridad con los más vulnerables. Encontrarse con uno mismo será en ese caso, encontrarse con los demás. *Periodista

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75 años de la derrota del fascismo

Fuente: Gustavo Espinoza M. | Alainet Fecha: 8 de mayo de 2020 Hace 75 años, en mayo de 1945, el Estado Mayor Hitleriano firmó la rendición de Alemania en la II Guerra Mundial. Cuando cayó el telón de la escena, el fascismo había sido derrotado, pero la lucha dejó una dolorosa estela de muerte y de sangre. Más de 50 millones de personas ofrendaron su vida por esa causa, centenares de ciudades, y millares de aldeas, fueron arrasadas por los ejércitos en marcha; pueblos enteros desaparecieron, y se destrozaron fronteras. La guerra fue un precio muy alto que el mundo debió pagar para librarse de la tiranía y de la esclavitud. El oscuro antecedente En realidad los sucesos que se desencadenaron en Europa a partir de 1939, tuvieron un antecedente definido: la I Guerra mundial, librada entre 1914 y 1918, que dejó un continente destruido y mutilado. Esa guerra, originalmente fue ideada por las grandes corporaciones financieras como un modo de hacer frente a la aguda crisis que afectaba la estabilidad del sistema de dominación capitalista. Forjar una economía de guerra, que alentara la instalación de fábricas de armas, produjera ingentes cantidades de artefactos de ese orden, diera empleo al gran número de desocupados que pululaban en todos los países y reflotara la economía a partir de la comercialización de productos bélicos; pareció ser -entre 1912 y 1914- el modo de enfrentar una crisis que corroía las bases mismas de la sociedad de entonces. Para ejecutar esa política, se dio inicio a la Primera Gran Guerra. Ocurrió, sin embargo, que estas previsiones no se cumplieron. Los pueblos no hicieron suya a causa de la guerra, aunque esta vinera envuelta en fina papelería de patriotismo. Como en otras circunstancias, en ésta, la Patria fue sólo un pretexto para enfrentar a unos contra otros; pero los trabajadores de distintos países percibieron que eso no era así. Que los obreros franceses nada tenían contra los obreros alemanes; y que los obreros alemanes no tenían por qué ver en los obreros franceses, a sus adversarios históricos. En todo caso, unos y otros debían ajustar las cuentas con sus propias burguesías, las de cada país, responsables de la crisis que se vivía en cada territorio y beneficiarias directas de la explotación inicua que ejercían contra sus pueblos. Los que se dieron cuenta de esa realidad, levantaron estandartes de paz, pero no fueron “pacifistas”. Enarbolaron la consigna de “¡Guerra a la guerra!” y llamaron a los pueblos a voltear los fusiles disparando no contra sus hermanos de otros países, sino contra los explotadores que tenían al frente. Fue esa, una lucha revolucionaria que estalló como una luz cuando los cañones del Crucero Autora alumbraron el nacimiento de la Revolución Rusa. Después de los sucesos de Petrogrado y Moscú, surgió en el mundo una verdadera Ola Revolucionaria –“La Ola Revolucionaria de los años 20”, se le llamaría-. En distintos confines del planeta, pero sobre todo en Europa, estallaron diversos procesos revolucionarios de corte socialista. Finlandia, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Alemania; fueron escenario de los principales episodios de esos años. Para enfrentarlos, las grandes corporaciones construyeron su propio parapeto: el fascismo. El surgimiento del fascismo El fascismo fue ideado como una barrera contra la insurgencia del proletariado. Ante la fuerza de la clase obrera. Las corporaciones construyeron la fuerza de la burguesía.  Y para hacerle efectiva, se valieron de los segmentos más pauperizados en la sociedad capitalista: el Lumpen del proletariado. Así forjaron una herramienta de masas y la pusieron bajo la égida de aventureros sin principios que hicieron del terror su manera de administrar el Poder. Años más tarde, Jorge Dimitrov definiría al fascismo como “la dictadura terrorista de los grandes monopolios, con apoyo de masas” Y llamaría a todos los pueblos a cerrar filas contra ese enemigo, que era ya el enemigo principal de la humanidad. Derrotada la Ola Revolucionaria de los años 20, en el mundo asomaron dos poderes: La Rusia Soviética que construía el socialismo; y el régimen fascista que asumiría la defensa de los intereses de los Monopolios. El fascismo optaría, desde un inicio, por una política belicista. No sólo habló de la guerra interna contra los trabajadores en cada país, sino también de una guerra de conquista y expansión, que se desarrollaría en el tiempo, y que buscaría convertir a los Estados Fascistas en los conductores de la humanidad. En la idea de sus jerarcas, el fascismo llegó para quedarse. Adolfo Hitler, diría después, que construirían “un milenio de dominio Pardo”  De la Italia fascista a la Alemania nazi El fascismo se originó en Europa central. Cuando en Hungría fue aplastada en sangre la República de los Concejos liderada por Bela Kun; el almirante Horty apareció a la cabeza de un régimen siniestro. En Bulgaria ocurrió un fenómeno parecido. Depuesto el gobierno progresista de la Unión Agraria, de Alesxander Stamboliinski, el general Tshankov se hizo del Poder con métodos siniestros. Pero fue en Italia donde el fascismo logró su principal victoria. En octubre de 1922, la Marcha Sobre Roma, ejecutada por las huestes del fascismo, permitió que el rey Victor Manuel entregara la Jefatura del Estado al “Ducce”, Benito Mussolini para instaurar el régimen fascista. Mussolini, en el Poder, no dio tregua a los trabajadores. Socialista converso, radical y chovinista, desplegó una violenta ofensiva contra los sindicatos a los que consideró “responsables” de la crisis italiana. Contra ellos, forjó la alianza de los grandes industriales con los segmentos emergentes de la sociedad – el lumpen del proletariado- Con ella, concibió la idea de construir un “Estado Nuevo”, el Estado Corporativo Fascista. El ejemplo fue seguido poco después en Portugal por Oliveira Salazar, quien, en 1925, se hizo del Poder en Lisboa con las mismas banderas. Y luego en Alemania, con el ascenso de Adolfo Hitler, a partir de 1932. Con Hitler en el Poder, las grandes corporaciones consideraron salvado su régimen de dominación. El líder Nazi se entendió, rápidamente con los segmentos más altos de la gran burguesía alemana y enfiló sus baterías

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