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Arlie Hochschild: «El actual votante de Trump ahora se siente movilizado, no aislado»

Fuente:  EDUARDO OLIVARES| Pauta Internacional Fecha: 1° de diciembre de 2020 La reconocida socióloga norteamericana describe al votante típico del presidente de Estados Unidos. ¿Cómo Estados Unidos se ha polarizado desde el punto de vista ideológico e incluso cultural? Buena parte de esas inquietudes se han instalado en los últimos años y eclosionaron en 2016 con el sorpresivo triunfo de Donald Trump ante Hillary Clinton. Los principales medios de comunicación, los analistas en Washington y los académicos de las mayores universidades en Estados Unidos salieron a buscar respuestas para entender el fenómeno de los votantes que respaldaron la candidatura de un empresario sin experiencia partidista (fue demócrata, ahora republicano), a menudo desbocado, proclive al lenguaje políticamente incorrecto y vilipendiado por los liberales de la costa este y oeste. Pero ya en 2016 había una reconocida socióloga que había hecho el trabajo. Arlie Russell Hochschild se fue al sur a recorrer Luisiana durante cinco años, lejos de su burbuja en Berkeley, California. Estaba intrigada por el magnetismo del Tea Party, aquel movimiento dentro del Partido Republicano que abrazaba el libre mercado y los valores cristianos que estaba generando popularidad sobre todo entre norteamericanos blancos, de clases medias y bajas, sin carreras universitarias. Y en particular viajó a una zona donde grandes petroleras no solo contaminaban el medioambiente, sino que ni siquiera proveían de suficiente trabajo. ¿Por qué esos habitantes favorecían a los políticos que promovían relajar las regulaciones ambientales y que entregaban exenciones tributarias a grandes corporaciones? «Es un misterio cómo a lo largo de Estados Unidos, son los estados pobres —con las familias más disruptivas y los niveles más bajos de educación, con la peor seguridad de salud, la mayor cantidad de contaminación y la expectativa de vida más baja —, los cuales más reciben plata del gobierno federal en proporción a lo que estos estados dan en impuestos que, aun así, son estados que odian al gobierno federal», describe la socióloga norteamericana. Tal es el ejemplo de Luisiana: «Era una versión exagerada de la paradoja del estado rojo», con ciudadanos muy conservadores y proclives al Tea Party. «Aquellos ciudadanos se imaginan en una línea, esperando el sueño americano. Sienten que se han esforzado, pero que esta línea no se ha movido en décadas y que se están moviendo levemente hacia atrás», cuenta. En cambio, agrega, esos mismos votantes tienen la percepción de que «los afroamericanos, las mujeres, y los trabajadores del sector social del tercer mundo les llevan la ventaja. Ven cómo el gobierno ayuda a estos grupos a través de múltiples acciones».El culto de los medios de comunicaciónsubir Cuando Hochschild llegó a Luisiana a realizar su trabajo de campo, se sorprendió al no encontrar ejemplares del The New York Times a los que estaba tan acostumbrada en California, según relata en Extraños en su propia tierra. Los sureños norteamericanos tenían otras preferencias en medios de comunicación: más televisión y más Fox News. «Es una forma de iglesia. He hablado con gente que prendía las noticias de la mañana y que saludada a los comentaristas. Una mujer me contó que tenía una pequeña televisión al lado de su computador, que veía a mediodía mientras trabajaba. Luego, a las cinco de la tarde se sentaba junto a su marido para ver el siguiente noticiario. Y empezó a pensar en los comentaristas como una familia». Bill O’Reilly era uno de los grandes referentes para esos electores. Sin embargo, la pandemia del nuevo coronavirus ha hecho su mella. «Dado que el Covid se está acercando a los estados rojos, los ciudadanos están viendo que [Trump] no es un bien líder en este aspecto. La gente se ve menos entusiasta por esto, pero no creo que pierda mucho el agarre que parece tener». -¿Cómo caracterizaría al votante actual de Trump más allá de Luisiana? «Creo que el votante actual que apoya a Trump ahora se siente movilizado, no aislado. Junto con otros que también usan gorros rojos se crea como una especie de culto empoderado. Sienten que tienen un líder que está intentando levantar a los trabajadores blancos con educación media. Dice ‘miren, no soy racista, pero otros han sido preferidos y esto está mal’. Entonces, está haciendo que el escenario vuelva a ser justo. Eso es lo que sus votantes sienten. Y para eso, necesitas a un tipo que no tema ofender a la gente, para poder derribar lo que ha sido construido». «Creo que hay mucho trabajo de reparación que el Partido Demócrata debe hacer. Y este libro inicia con la paradoja del estado rojo, pero termina con la paradoja del estado azul. ¿Cómo es que los estados pobres no pertenecen al Partido Demócrata? ¿No es así como este partido comenzó, Como una consecuencia del movimiento sindical para mejorar las vidas de los desposeídos?», cuestiona.

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Los últimos días de Pompeo

Fuente:  Editorial|Haaretz Fecha: 20 de noviembre de 2020 Mike Pompeo eligió terminar su mandato como secretario de Estado con una gira de solidaridad con la extrema derecha de Israel, mientras escupía sobre décadas de política exterior estadounidense anterior a Trump, sobre las normas del derecho internacional y la justicia. El miércoles se mostró más como un líder extremista del Consejo de Asentamientos de Yesha que como el ministro de Relaciones Exteriores de la superpotencia. Es bueno que presumiblemente esta sea su última visita oficial. Es bueno que pronto deje el cargo. El jueves por la mañana, después de su reunión con el primer ministro Benjamin Netanyahu, Pompeo anunció que el Departamento de Estado considerará al movimiento internacional de boicot, desinversión y sanciones como antisemita y llamó al movimiento un «cáncer». Con eso, el secretario de Estado abrazó la falsa propaganda del gobierno israelí, según la cual cualquiera que apoye un boicot a los asentamientos o a Israel por la ocupación es un antisemita. Esta peligrosa posición constituye un silenciamiento antidemocrático de la libertad de expresión. No es necesario apoyar al BDS o ignorar los círculos antisemitas que pueden hacer uso del movimiento para reconocer que llamar al boicot de una ocupación ilegal que no es reconocida por la comunidad internacional es legítimo, no violento y ciertamente no necesariamente antisemita. Las sanciones y los boicots son herramientas aceptadas internacionalmente contra regímenes injustos, y mientras la ocupación israelí persista y el pueblo palestino no sea libre, habrá más y más llamamientos para utilizar estas herramientas contra Israel y los asentamientos. Pompeo viajó hasta la bodega Psagot, en la zona industrial de Sha’ar Binyamin, donde le obsequiaron el vino al que le dieron su nombre. El vino se hizo con uvas cultivadas en tierras de propiedad privada que fueron robadas a sus propietarios palestinos, la mayoría de los cuales viven en la ciudad adyacente de El Bireh. El fundador y director ejecutivo de la bodega, que acogió a Pompeo, vive en una finca que él mismo construyó, también en terrenos privados robados. El secretario de Estado dio el visto bueno del Departamento de Estado a los siguientes pecados: visitó asentamientos, bebió del cáliz envenenado, sancionó el despojo y más tarde también anunció que el Departamento de Estado permitirá que los bienes producidos en los asentamientos se marquen como israelíes cuando se exporten a los Estados Unidos. Parecería que lo único que aún le queda por hacer a Pompeo durante su visita es aprobar la anexión de Israel al Consejo de Yesha. Estos son los últimos días de Pompeo. Qué bueno que este sea el caso. Traducción: Dardo Esterovich

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La derecha global es una amenaza para los judíos estadounidenses, pero un hogar natural para los israelíes

Fuente:  Yair Wallach |+972 Magazine  Fecha: 16 de noviembre de 2020 La elección presidencial estadounidense de 2020 puso de relieve el contraste entre las comunidades judías estadounidense e israelí, los dos principales centros del mundo judío. Según las encuestas postelectorales, el apoyo de los judíos estadounidenses a los demócratas sigue siendo extremadamente alto, del 77 por ciento (frente al 70 por ciento en 2016). Se estimó que el presidente Donald Trump recibió solo el 21 por ciento del voto judío. En Israel, sin embargo, las encuestas han demostrado que los judíos israelíes prefieren a Trump en lugar de Biden en un 70 por ciento a 13 por ciento. Mucho se ha escrito sobre la creciente brecha entre los judíos estadounidenses e Israel en términos de valores e identidad judía. En particular, el aferrarse con la ocupación y el creciente autoritarismo del régimen de Benjamin Netanyahu han provocado una creciente desilusión con Israel, especialmente entre los jóvenes judíos progresistas en América del Norte. Por un lado, está el inconfundible giro de Israel hacia la derecha nacionalista; por el otro, el compromiso de los judíos estadounidenses con los ideales liberales, pluralistas y progresistas, ejemplificados por la difunta jueza Ruth Bader Ginsburg. El icono liberal simbolizó para muchos el papel que el «Tikkun Olam«(reparar el mundo) judío puede desempeñar en la lucha por la justicia social universal. Ahora, las dos comunidades se encuentran no solo separándose, sino también cada vez más en desacuerdo. La mayoría de los judíos estadounidenses ven a Trump como una clara amenaza, mientras que la mayoría de los judíos israelíes lo ven como un aliado que ofrece seguridad y esperanza. Esta divergencia tiene que ver no solo con los diferentes valores de las dos comunidades, sino también con sus posiciones estructurales. Siendo una minoría relativamente próspera y mayoritariamente blanca, el grado de respaldo de los judíos estadounidenses a los demócratas es sorprendente. Un estudio de 2015 encontró que el apoyo judío a los demócratas era un 40 por ciento más alto que el de los no judíos en posiciones socioeconómicas similares. Y si bien parte de esto se puede explicar en los niveles de educación y concentración judíos en las áreas metropolitanas, esto está claramente lejos de toda la historia. El modelo de ciudadanía inclusiva del Partido Demócrata se ajusta a las aspiraciones de los judíos estadounidenses de cultivar una identidad minoritaria cultural y religiosa junto con la participación cívica. En tal modelo, el particularismo judío y la ciudadanía estadounidense universal se refuerzan mutuamente como dos caras de la misma moneda. El carácter cristiano abrumadoramente blanco del Partido Republicano, por otro lado, es mucho menos complaciente en este sentido. La fuerte base evangélica del Partido Republicano y su conservadurismo social infundido por el cristianismo han disuadido a la mayoría de los judíos de considerarlo un hogar político. En los últimos cuatro años, las conexiones de Trump con la extrema derecha han agregado una dimensión antisemita explícita a esta ecuación. Trump se ha negado repetidamente a denunciar a los grupos supremacistas blancos y la conspiración antisemita de QAnon (Secta de apoyo a Trump donde se difunde las teorías conspirativas más extravagantes de la derecha. N del T). Los políticos republicanos habitualmente invocan conspiraciones con respecto al financista judío húngaro George Soros, mientras utilizan su apoyo a Israel para desviar las acusaciones de antisemitismo hacia ellos. El cambio en la retórica del Partido Republicano bajo Trump ha revelado que la asimilación general de los judíos blancos a la blancura tiene límites claros. Los comentarios de Trump a los judíos estadounidenses, en los que se refirió a Israel como «su país» y a Benjamin Netanyahu como «su primer ministro», traicionaron su comprensión de los judíos estadounidenses como no totalmente estadounidenses, de acuerdo con su noción exclusivista general de ciudadanía. El ataque mortal de 2018 a la sinagoga de Pittsburgh por parte de un nacionalista blanco que se suscribió a las teorías de conspiración amplificadas por el Partido Republicano que involucran a Soros e la inmigración, mientras tanto, mostró en los términos más crudos los peligros de la normalización de Trump de la supremacía blanca. El lugar de los judíos en un EE.UU. nativista está lejos de ser seguro, y está claro por qué rechazan abrumadoramente esta visión política. El apoyo israelí a Trump se basa de manera similar en realidades estructurales y está vinculado a la transformación del sistema político de Israel en los últimos 20 años. La lenta pero segura desaparición de la solución de dos estados, y la incorporación efectiva de la ocupada Cisjordania a Israel, marcan el surgimiento de un sistema político de un solo estado en el que el dominio judío está asegurado a través de la erosión de las características democráticas de Israel. Si los judíos estadounidenses son una minoría, los judíos israelíes están en la posición opuesta. Constituyen un grupo hegemónico de aproximadamente el 50 por ciento de la población en Israel-Palestina. Como escribió recientemente Raef Zreik en la revista +972, la Ley del Estado-Nación Judío de 2018 detalla el nuevo modelo de dominio político judío, con la degradación de la ciudadanía para los palestinos en Israel y el compromiso con los asentamientos judíos como un «valor nacional». A medida que la permanencia de la ocupación se vuelve cada vez más obvia, Israel ya no puede mantener sus credenciales democráticas y presentarse como una isla de liberalismo en el Medio Oriente. Esto explica por qué Israel ha buscado en la última década posicionarse como un aliado estratégico de la creciente derecha autoritaria, revanchista e islamofóbica global, encabezada por Jair Bolsonaro, Narendra Modi, Viktor Orbán y, por supuesto, Trump. Por ahora, esta alianza parece estar funcionando con los intereses de Israel, en un mundo cada vez más antiliberal. Los comentaristas israelíes de derecha que apoyan a Trump han adoptado una retórica de extrema derecha y han hablado en términos despectivos e incluso antisemitas sobre el apoyo de los judíos estadounidenses a los valores liberales. Los subrogantes clave de Netanyahu han descrito a J Street como “Jew Boys”

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Ganó Biden: ¿y ahora qué?

Fuente: Atilio A. Boron | Blog de Atilio A. Boron Fecha: 10 de noviembre de 2020 Los demócratas y los republicanos son administradores del imperio, nada más. Pero en su encarnación física, personal, idiosincrática, hay matices que no se deben desdeñar. Fidel siempre decía: “Dios no existe, pero está en los detalles.” Que Elliot Abrams, Marco Rubio, Ted Cruz, Bob Menéndez y la Ileana Ross pierdan su acceso directo a la Oficina Oval que les garantizara Donald Trump revela una diferencia que sería absurdo subestimar. Es sabido que ambos partidos han perpetrado toda clase de crímenes, en todo el mundo y que su simple enumeración insumiría decenas de páginas. Pero en esta reciente elección se corría un riesgo adicional: una ratificación plebiscitaria para mantener por cuatro años más a un  hampón como Donald Trump en la Casa Blanca habría tenido funestas consecuencias para nuestros países. Mencionemos apenas tres. Primera, la inmediata activación de la “carta  militar” contra Venezuela que Mike Pompeo preparara durante su gira de hace apenas un par de meses visitando Brasil, Colombia y Guyana (tres países fronterizos con la nación bolivariana) amén del cercano Surinam. Segundo: un Trump “recargado” habría intensificado las sanciones y el bloqueo en contra de Cuba, Venezuela y Nicaragua y aumentado sus presiones en contra de los gobiernos de Argentina y México, que los asesores más reaccionarios de Trump, aunque parezca mentira, consideran como “aliados” o “cómplices” de la subversión chavista. Tercero, la re-elección del magnate neoyorquino habría reforzado la gravitación regional de Jair Bolsonaro, Iván Duque y la derecha radical en Latinoamérica y el Caribe. Estos tres “detalles”, que no significa sean nimiedades, son más que suficientes para recibir con cierto alivio la  derrota del magnate neoyorquino.[i] En suma: había una elección entre el peor y el malo, y prevaleció el último. Decepcionante, ¡seguro!, pero estas son las “opciones” que el imperio siempre tiene para ofrecer. Desconocer esta verdad, asentada sobre un registro histórico de más de doscientos años, equivale a confundir ilusiones con la realidad. Bien, y entonces: ¿qué decir de Joseph Biden? Es un viejo político (cumplirá 78 años el 20 de noviembre) del establishment conservador norteamericano, con 47 años transitando por los laberintos del poder en Washington.[ii] Fue senador desde 1972 hasta que, en el 2009, juró como vicepresidente a Barack Obama. A lo largo de este casi medio siglo hay  muy poco en su record como para esperar un viraje significativo en la política exterior de Trump, especialmente en el siempre turbulento ámbito de las relaciones hemisféricas. Lo que sí hay es la certeza de que a lo largo de tantos en el Senado fue  cómplice, beneficiario -o por lo menos silente testigo- de la tantas veces denunciada corruptela institucionalizada en Washington, de los jugosos contratos y concesiones ofrecidas a las empresas del complejo militar-industrial y, luego del crash de las hipotecas del 2008, del fabuloso salvataje concedido por el Tesoro al corrupto sistema bancario estadounidense. Todo esto transcurrió bajo su mirada y en ningún momento insinuó disconformidad o incomodidad moral. La renovación o el “nuevo comienzo”, retórica a la cual son tan afectos los presidentes de Estados Unidos cuando desplazan a sus oponentes no se condice con la promiscua relación que Biden -¡al igual que Trump, pero “guardando las formas”!- mantiene con la burguesía imperial. Por ejemplo, su costosa campaña electoral se vio facilitada por el generoso financiamiento que le otorgaron las grandes corporaciones. Un informe revela que Joe Biden recibió donaciones de 44 multimillonarios; pero su acompañante, Kamala Harris, lo superó al obtener aportes de 46 multimillonarios estadounidenses.[iii]  En términos individuales Trump se benefició de la prodigalidad de Sheldon Adelson, el dueño de un casino en Las Vegas y, según The Guardian, un “ardiente conservador pro-israelí” que terminó donando 183 millones de dólares para la campaña del neoyorquino.[iv] Biden, a su vez, recibió un donativo del ex alcalde de Nueva York y magnate de los medios de comunicación Michael Bloomberg por valor de 107 millones de dólares. Como puede verse, parecería haber un pequeña contradicción con el principio elemental de toda democracia de un hombre/una mujer un voto. Porque, ¿qué dudas cabe que tanto Adelson como Bloomberg podrán hacer oír su voz más claramente que las de John y Maggie?, que no pudieron donar siquiera veinte dólares para ningún candidato en la pujante democracia estadounidense. Por eso tiene razón Luzzani cuando habla del “gatopardismo” de Biden. Habrá, eso sí, un cambio de estilo: al olvido pasarán los gestos matonescos y groseros de Trump y compañía (Pompeo y Bolton, especialmente) y, aparentemente, habría una cierta intención de reflotar el multilateralismo y buscar compromisos manteniendo el uso de la fuerza como una alternativa pero no como la primera prioridad. En esa línea Biden prometió su país a los Acuerdos de París sobre el cambio climático; regresar a la Organización Mundial de la Salud para colaborar en la lucha contra la pandemia, y a la UNESCO, de la cual Washington se había retirado aduciendo un supuesto “sesgo anti-israelí” de esa organización. Pero hay que recordar que Estados Unidos había dejado de financiar a la UNESCO en el 2011, bajo la presidencia de Barack Obama y cuando Joe Biden ¡era su vicepresidente! Desde el Senado Biden se preocupó por cimentar la fortaleza del complejo militar-industrial y la estabilidad del sistema financiero en la gran crisis del 2008. Ante la catástrofe sanitaria precipitada por el negacionismo de Trump en relación al Covid-19 podría tratar de resucitar el “Obamacare” como un esquema muy módico de salud pública. Pero acompañó con su voto en el Senado las invasiones a Irak y Afganistán y como vicepresidente avaló las operaciones militares en Libia y Siria. En lo tocante a nuestros países, también en su calidad de vice de Obama, Biden respaldó el golpe en contra de Juan Manuel Zelaya (Honduras, 2009); la intentona golpista en contra de Rafael Correa en el 2010; contra Fernando Lugo  (Paraguay, 2012) y el fraudulento proceso del “impeachment” en contra de Dilma Rousseff, entre 2015 y 2016 en Brasil. No hay, por lo tanto, razones para celebrar nada, excepto la

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Elecciones en Estados Unidos: final anunciado

Fuente:  Santiago O’Donnell / Página/12 Fecha: 9 de noviembre de 2020 Al final no hubo crisis institucional, ni sangrienta revolución en las calles, ni derrumbe democrático. Donald Trump pataleó, demandó, insultó y amenazó como si fuera un personaje despedido de su propio show.  Mientras tanto el traspaso de poder real a Joe Biden no lo pronunció ninguna corte electoral, ni organismo oficial, ni siquiera los propios candidatos.  Ocurrió cuando las cadenas de televisión, agencias de noticias, portales de diarios y demás reconocidos medios de comunicación empezaron a informar, casí al unísono, que según sus cálculos, el candidato demócrata había alcanzado los 270 electores.  La cantidad necesaria para hacerse elegir presidente.  A partir de entonces, esos medios empezaron a llamarlo “presidente electo Biden”. El primero en declarar ganador a Biden había sido la cadena CNN a las 11 y 24 del sábado, horario de la costa este. Durante el minuto siguiente hicieron el anuncio las cadenas NBC, CBS, ABC y el sitio de noticias MSNBC. A las 11:36 fue el turno del Washington Post y a las 11:40, en la voz de su presentador más respetado, Chirs Wallace, se pronunció la cadena Fox News. Si quedaba alguna duda se terminó de despejar cuando la propia Fox, principal arma mediática de Trump, dejó colgado durante horas una chapa roja en la esquina inferior de la pantalla, con la leyenda “Biden presidente electo». Y ahí se acabó todo. O sea, en determinado momento, el avance del conteo llevó a cinco, seis o diez instituciones privadas e  independientes de los tres poderes del gobierno, en base a su demostrable experiencia en la recolección y publicación de información de actualidad, llegando casí todos al mismo tiempo, o sea con mas o menos las mismas fuentes de información, a anunciar que había ganado Biden.  El traspaso de poder fue instantáneo, inmediato e inapelable y aún no había intervenido ni un solo actor estatal. Ni siquiera el presidente electo, que acompañaría con un tuit recién minutos después del coro de anuncios y que recién se mostraría en público muchas horas más tarde, después del anochecer La suerte está echada. Lo dice todo el nombre que los propios estadounidenses eligieron para nombrar esta etapa devaluada del mandatario actual. Lame duck. Pato rengo. Andá a protestar a tribunales, pato rengo. Ahora manda Biden, dice la realidad. No debería sorprender a nadie. Cuanto menos actúan las instituciones más fuertes son,  diría Althusser. No quiere decir que las instituciones estadounidenses sean buenas o malas, mejores o peores que las de Venezuela o Rusia. Pero tampoco parece prudente agarrarse de algunas demoras en procesar una inédita cantidad de votos por correo, en medio de una pandemia, más alguna protesta callejera alentada por un candidato mal perdedor, para concluir que esta elección fue algo más que una metáfora del derrumbe del imperio americano. Se va Trump, llega Biden, los procesos continúan. No cambia todo, tampoco cambia nada. El presidente anterior, Mauricio Macri, tenía una relación personal con Donald Trump que facilitó al país el acceso a importantes créditos. La relación siguió siendo buena bajo la presidencia de Alberto Fernández, quien había sido uno de los interlocutores habituales de la embajada estadounidense durante su gestión como funcionario de los gobiernos kirchneristas.  Los demócratas suelen llevarse bien con los gobiernos peronistas. Los latinoamericanistas del partido Demócrata tampoco son demasiados y en el gobierno hay quienes los conocen bien. Por lo que es muy probable que las relaciones sigan siendo buenas, sin mayores sorpresas.

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Elecciones, racismo y milicias: Degradación social del sistema político que se proclama como paradigma global

Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la luna Fecha: 25 de octubre de 2020 El debate entre Donald Trump y Joe Biden del último jueves volvió a plantear la problemática de la violencia social doméstica, arraigada en la sociedad estadounidense y coherente con el militarismo de exportación promovido por Washington, cuyas víctimas prioritarias residen en América Latina, Medio Oriente y África. Las elecciones se llevarán a cabo el 3 de noviembre próximo y los ejes del último debate público se vincularon con la pandemia, la crisis económica y la racialización creciente promovida y negada desde el gobierno federal. El último cuatrienio coincide con la mayor efervescencia de actos supremacistas y neonazis en los últimos 70 años, desde el periodo macartista de la década del ’50 del siglo pasado. Donald Trump ha empoderado a los sectores más violentos de la sociedad estadounidense y generado la proliferación de milicias supremacistas. En la última semana, una investigación llevada a cabo por el FBI y del Departamento de Seguridad Nacional produjo una serie de detenciones en distintos Estados, ligadas a la milicia autodenominada The Base, promotora de atentados terroristas contra comunidades latinas, afrodescendientes y judías. La Base contaba  con campos de entrenamiento en el Estado de Washington, a pocos kilómetros de la frontera con Canadá, y coordinaba la actividad de miles de reclutas, adherentes y simpatizantes distribuidos en Europa, Australia y el norte de América. Los integrantes de La Base se comunican e interactúan a través de una red social alternativa de Twitter (Gab.com), que adopta –por definición corporativa– la circulación del lenguaje del odio, la estigmatización y la ridiculización de minorías. Gab.com se convirtió desde la asunción de Trump en la ventana discursiva de la denominada Alt-Right  (derecha alternativa), eufemismo con el que la derecha supremacista busca disimular su admiración por el Ku Klux Klan. Uno de los detenidos, Richard Tobin, había sido integrante de la Atomwaffen Division (AWD), un grupo neonazi surgido del portal Iron March, sitio de Internet que congregó –hasta su interrupción en 2017– a gran parte del entramado aceleracionista mundial. Algunos de los detenidos habían planificado el asesinato de activistas antifascistas, los mismos que Trump cataloga como potenciales terroristas por oponerse a las doctrinas policiales que detienen, golpean, encarcelan y asesinan –en forma preferente– a afrodescendientes. El aceleracionismo es la doctrina difundida por James Mason, que postula la necesidad de apresurar los tiempos de una supuesta crisis civilizatoria, para eliminar a los enemigos de la supremacía blanca. Según los informes divulgados por el Departamento de Seguridad Nacional, The Base tiene en la actualidad células autónomas en varios países del mundo, organizadas de manera desagregada e inconexa, de forma análoga al modelo las utilizado dos décadas atrás por Al Qaeda. Uno de los líderes de La Base, Rinaldo Nazzaro, definió la milicia como «una organización que no tiene jerarquía entre sus miembros. Es una red de pequeñas células subterráneas, cada una con un alto grado de autonomía». Mollie Saltskog, analista del centro de Investigación The Soufan Group (una consultora independiente de seguridad internacional), consideró que las operaciones de estos grupos están orientados a lograr una guerra racial. Las últimas investigaciones revelan que la milicia había reclutado varias centenas de milicianos entre militares de Canadá y Estados Unidos –el 20 % de ellos militares en servicio activo–, para llevar a cabo atentados en el marco de “un colapso social inminente”. The Base y Atomwaffen han promovido además, durante los últimos tres años, el alistamiento de lobos sueltos, muletilla con la que se nomina a individuos armados con fusiles automáticos, que se deciden a disparar en espacios públicos concurridos. La publicidad de los integrantes de La Base incluyó imágenes con el epígrafe “quemá tu sinagoga más cercana”, viralizado a través de las redes sociales  luego de la masacre producida por Robert G. Bowers, en octubre de 2018, cuando asesinó a 11 feligreses en el Templo de Pittsburgh. El desmantelamiento de la red terrorista se produjo mientras Donald Trump continúa su campaña de empoderamiento de los sectores supremacistas, multiplicados durante los últimos cuatro años. Gobernadores en peligro El último mes también fue desarticulado el Wolverine Watchmen, una milicia acusada de planificar el secuestro de dos gobernadores demócratas, Gretchen Whitmer (Michigan) y Ralph Northam (Virginia). Ambos mandatarios, según el FBI, fueron señalados por los integrantes de la milicia como refractarios a la portación de armas. Las detenciones se dieron luego de que Trump cuestionara a Whitmer por promover la restricción de la Segunda Enmienda, la disposición constitucional que le brinda cobertura a la comercialización de fusiles automáticos. La gobernadora de Michigan, por su parte, denunció al Presidente Trump por no haberse diferenciado de los grupos que promueven el odio racial, el desprecio hacia los colectivos LGTBI y las comunidades judías. “Cuando los dirigentes de Estados Unidos envalentonan o fraternizan con terroristas domésticos, legitiman sus acciones y son cómplices”, señaló la gobernadora luego de las detenciones informadas por la policía estatal. Como respuesta, Trump cuestionó a Whitmer por las medidas de cuarentena estricta decididas durante la pandemia, y la acusó de ser desagradecida por no valorar el apoyo del FBI en la detención de los integrantes de Wolverine Watchmen: “Mi Departamento de Justicia anunció en el día de hoy que lograron frustrar un peligroso complot contra la gobernadora de Michigan. En lugar de dar las gracias, ella me llama supremacista blanco. Eso en el mismo momento que Biden y los demócratas se niegan a condenar a Antifa, los anarquistas, los saqueadores y las turbas que incendian ciudades”, señaló el Presidente. El representante por California, Jackie Speier, consideró que el objetivo de Trump es “utilizar el terrorismo para iniciar una guerra racial y colapsar a los Estados Unidos. Desencadenar el colapso social puede ser una fantasía enfermiza, pero la realidad es que el terror doméstico se ha cobrado más vidas que el terror internacional desde las Torres Gemelas”. Mientras el Tribunal Federal de Michigan solicitó penas de prisión perpetua para los seis detenidos de Wolverine vinculados al intento de secuestro, el documento del Departamento de Seguridad Nacional, de agosto de 2020, catalogó a los grupos supremacistas como la amenaza de terrorismo más peligrosa para Estados Unidos. Los Wolverine Watchmen se consolidaron luego de que James Alex Fields atropellara con su auto a una veintena

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El descalabro del sistema interamericano

Fuente: Juan Gabriel Tokatlian | Nueva Sociedad Fecha: 22 de septiembre de 2020 La elección de un estadounidense a la cabeza del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) revela una situación de mayor alcance: los efectos de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el giro a la derecha de varios gobiernos de la región y, no menos importante, una fragmentación extrema de América Latina que la condena a una suerte de irrelevancia internacional autoinfligida. El sistema interamericano contemporáneo remite al conjunto de instrumentos e instituciones que han configurado las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Con un variado legado de doctrinas, organizaciones, usos y prácticas no carentes de tensiones y divergencias, ese sistema tuvo su mayor institucionalización después de la Segunda Guerra Mundial. En 1947, por ejemplo, se firmó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), en 1948 se creó la Organización de Estados Americanos (OEA) y en 1959 se fundó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y se creó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el seno de la OEA. Por supuesto, no siempre ni en todos los temas los intereses y propósitos latinoamericanos y estadounidenses fueron plenamente coincidentes. Sin embargo, y dadas las enormes asimetrías de poder, la región procuró y avaló compromisos multilaterales entendiendo que, a través de ellos, se podía limitar la arbitrariedad de Washington, reforzar los lazos intrarregionales, avanzar en algunos aspectos de la agenda latinoamericana y alcanzar ciertos beneficios con el menor costo posible. Aquellos años coincidieron con el momento de apogeo de la hegemonía de Estados Unidos a escala mundial y continental. En el periodo comprendido entre 1947 y 1959, Washington concentró su atención política y sus recursos militares en Europa (el bloqueo de Berlín de 1948-1949), el sudeste de Asia (la Guerra de Corea de 1950-1953) y Oriente Medio (la Guerra del Sinaí de 1956 y la crisis en el Líbano de 1958). En América Latina, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) organizó, en 1954, el derrocamiento mediante un golpe de Estado del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz. Este golpe fue antecedido por una resolución anticomunista auspiciada por Estados Unidos en la OEA (con el voto en contra de Guatemala y la abstención de Argentina y México) y fue encubierto mediante la inacción de la organización. Los tres acuerdos (TIAR, OEA, BID) se enmarcaron en la disputa estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Visto desde Washington, y también desde la mayoría de las capitales latinoamericanas, se debía contener –y de ser necesario, revertir– el eventual avance político de Moscú, frenar el comunismo en el área y hacer atractiva para América Latina la inversión estadounidense y su American way of life. Con marchas y contramarchas, el sistema interamericano se preservó durante décadas. Fue actualizado con la aprobación, en 2001, de la Carta Democrática Interamericana. Desde la región surgieron proyectos alternativos tales como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que no alcanzaron a cimentar un sistema latinoamericano sólido. Se dirá que primó el divide et impera de Estados Unidos. Sin embargo, ese argumento registra una condición necesaria pero no suficiente a los efectos de explicar y entender la ausencia o la imposibilidad de opciones exitosas para la reformulación de las relaciones entre Estados Unidos y la región provenientes de América Latina. Hoy Latinoamérica ha llevado al límite su propia fragmentación, lo cual conduce a la región a una irrelevancia internacional autoinfligida. El más reciente y mayor intento de transformación del sistema interamericano provino de Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump y contó con el notable acompañamiento y aquiescencia de un buen número de gobiernos de la región. Es posible que estemos frente a la búsqueda de una redefinición sustantiva del manejo de la relación entre Washington y América Latina de acuerdo con los objetivos, intereses y preferencias exclusivas de los sectores más reaccionarios en Washington (en consonancia con la lógica de America First). Si así fuera, se trataría de un ejercicio de poder que ha contado con el estímulo y/o el beneplácito de diversos actores domésticos en distintos países de la región. Tres ejemplos apuntan en esa dirección. El primero tiene que ver con el sistema interamericano en materia de defensa. En 2019 se decidió aplicar el TIAR a Venezuela, país que lo había denunciado en 2013. Históricamente, el TIAR y su convocatoria han mostrado ser ineficaces en su propósito de prevenir o resolver conflictos. En abril del año pasado, la OEA reconoció como representante de la Asamblea Nacional de Venezuela a un hombre designado por Juan Guaidó. En septiembre, el enviado de Guaidó solicitó la convocatoria de una reunión para activar el TIAR. Bajo la batuta de Estados Unidos, y en el marco del artículo 6 del tratado (que no es aplicable al caso en cuestión), se identificó a Venezuela como una amenaza al mantenimiento de la paz y la seguridad del continente. Según la resolución aprobada, esto podría llevar a considerar «eventuales recomendaciones en el marco del artículo 8», artículo que incluye «el empleo de la fuerza armada». Las consecuencias que se podrían derivar de la invocación del TIAR en el caso de Venezuela pueden ser muy inquietantes. Ubica a la región en la «alta política» mundial de competencia entre grandes poderes –como no lo había estado desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962–, identifica una suerte de peligro para la seguridad internacional en América del Sur en el doble marco de la «guerra contra el terrorismo» y la «guerra contra las drogas» lideradas por Estados Unidos, y agita, como en la Guerra Fría, el regreso de la idea del «cambio de régimen» –pero en este caso, mediante el uso colectivo de la fuerza–. En los primeros nueve meses de 2020 y en el contexto de la pandemia de covid-19, cuyo epicentro está ahora en el continente, la probabilidad de recurrir al TIAR y aplicarlo en Venezuela disminuyó notablemente. Sin embargo, esto no significa que no se pueda reactivar (así sea para fines

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Los amigos de Israel en la Convención Nacional Republicana: Los “sionistas cristianos” dictan la agenda del Partido Republicano

Fuente:  |  Fecha:  de septiembre de 2020 Recomiendo:5 Los amigos de Israel en la Convención Nacional Republicana Los “sionistas cristianos” dictan la agenda del Partido Republicano Fuente: Ramzy Baroud | Rebelión Fecha: 7 de septiembre de 2020 Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos Foto: El Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo se dirige a la Convención Nacional Republicana desde Jerusalén (Captura de vídeo) Resulta difícil (e inútil) discutir cuál es presidente estadounidense que históricamente ha estado más a favor de Israel. Aunque el presidente Barak Obama, por ejemplo, prometió más dinero a Israel que cualquier otro gobierno estadounidense en la historia, Donald Trump ha proporcionado a Israel un cheque en blanco de concesiones políticas al parecer interminables. Es indudable que el respaldo incondicional y el amor declarado a Israel es común a todos los gobiernos estadounidenses. Sin embargo, en lo que pueden diferir es en el objetivo general, sobre todo en la audiencia a la que se dirigen en periodo electoral. Tanto los republicanos como los demócratas se encaminan a las elecciones de noviembre con un fuerte sentimiento a favor de Israel y un apoyo incondicional, e ignoran completamente la difícil situación del pueblo palestino ocupado y oprimido. Para conseguir el apoyo del electorado proisraelí, pero especialmente el favor del lobby israelí en Washington DC el candidato a la presidencia demócrata Joe Biden y su compañera en la candidatura Kamala Harris se han desviado aún más de los pobres criterios que estableció el gobierno demócrata de Obama. A pesar de su generoso apoyo financiero a Israel y de su total respaldo político, especialmente durante las guerra de Israel contra la Franja de Gaza, Obama se atrevió, a veces, a censurar a Israel por la expansión de sus ilegales colonias judías. La candidatura Biden-Harris, en cambio, ofrece a Israel un apoyo incondicional. “Joe Biden lo ha dejado claro, no vinculará la asistencia de seguridad de Estados Unidos a Israel a las decisiones políticas que tome Israel, y yo no podría estar más de acuerdo”, afirmó Harris en una llamada telefónica el 26 de agosto. Llamaba a lo que el diario israelí Haaretz denominó “partidarios judíos”. The Jerusalem Post y Times of Israel denominaron a este electorado fundamental “donantes judíos”. Las referencias anteriores bastan para definir la naturaleza del apoyo a Israel por parte de la actual cúpula del Partido Demócrata. Aunque en los últimos años el punto de vista de las bases del partido ha cambiado significativamente en contra de Israel, la cúpula demócrata continúa satisfaciendo al lobby israelí y a sus ricos partidarios, aunque eso signifique adaptar la política exterior estadounidense en toda la zona de Oriente Próximo para servir a los intereses israelíes. En el caso de los republicanos, en cambio, es distinto. La cúpula del partido y sus bases están unidas en su amor y apoyo a Israel. Aunque el lobby israelí desempeña un papel importante a la hora de aprovechar y canalizar este apoyo, complacer a los miembros del lobby pro-Israel de Washington DC no motiva totalmente a los republicanos. Los discursos de los dirigentes republicanos durante la Convención Nacional Republicana (RNC, por sus siglas en inglés) celebrada en Charlotte, Carolina del Norte, entre el 24 y el 27 de agosto, tenían por objetivo tranquilizar a los evangélicos cristianos (a los que a menudo se denomina “sionistas cristianos”, que son el electorado proisraelí más poderoso de Estados Unidos). La antaño relativamente marginal influencia de los sionistas cristianos a la hora de configurar directamente la política exterior estadounidense ha ido cambiando con los años (sobre todo durante la presidencia de Trump) hasta definir los valores fundamentales del Partido Republicano. “En pocas palabras, es una política exterior apocalíptica”, tweeteó el comentarista israelí Gershom Gorenberg el 24 de agosto. Lo que dentro de la mentalidad republicana significa “Israel no es un país real sino un país de fantasía, telón de fondo del mito cristiano”. Los comentarios de Gorenberg se tweetearon horas después del polémico discurso del secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, el diplomático de más alto rango de Estados Unidos, que pronunció sus breves palabras desde “la hermosa Jerusalén, con vistas a la Ciudad Vieja”. La ubicación, y la referencia a ella, eran mensajes claros acerca de la importancia religiosa de Israel en la política exterior estadounidense y la audiencia indudable a la que iban dirigidas las palabras. Trump fue aun más obvio en un discurso pronunciado el 17 de agosto en Oshkosh, Wisconsin. “Trasladamos la capital de Israel a Jerusalén” anunció Trump a una multitud que aplaudía, “de modo que los evangélicos (¿saben?, es algo sorprendente) están más entusiasmados con ello que los judíos…Es realmente increíble”. No es de extrañar que el 22 % de las personas residentes en Wisconsin se identifique como “protestantes evangélicos”. No era la primera vez que Trump ridiculizaba a las personas judías estadounidenses por no apoyarlo tanto como a sus rivales demócratas. Hace un año Trump calificó a los demócratas judíos de “desleales” a Israel. “Creo que cualquier persona judía que vote a los demócratas demuestra una falta total conocimiento o una enorme deslealtad”, afirmó en agosto de 2019. No era una simple muestra de la típica falta de sensibilidad política de Trump, sino el reconocimiento de que el verdadero premio republicano en las próximas elecciones no es el voto judío sino el de los sionistas cristianos. En su discurso en la RNC el 27 de agosto Trump contó a esa misma audiencia sus logros proisraelíes, incluido el traslado de la embajada desde Tel Aviv a Jerusalén en mayo de 2018. “A diferencia de muchos presidentes anteriores a mí, mantuve mi promesa, reconocí la verdadera capital de Israel y trasladé nuestra embajada a Jerusalén”, proclamó Trump. El traslado de la embajada, que siempre es una buena oportunidad para repetir la palabra “Jerusalén” ante una multitud exultante, fueron las palabras de moda en la RNC, que repitieron todos los principales dirigentes republicanos, incluida la exembajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley. “El presidente Trump trasladó nuestra embajada a Jerusalén y cuando la ONU trató de condenarnos, me sentí orgullosa de emitir el veto estadounidense”, afirmó orgullosamente Haley, lo que provocó una ovación de aprobación. En todas las referencias a Israel que hicieron los dirigentes republicanos

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Con Harris en el ruedo, se lanza la campaña en EE UU y Trump muestra su cara más misógina

Fuente:  Alberto López Girondo| Tiempo Argentino Fecha: 16 de agosto de 2020 Apenas se confirmó la fórmula demócrata, el actual presidente acentuó su violencia dialéctica. Kamala le suma una imagen joven, enérgica y popular a Biden, que creció con las marchas antirrascimo. Este lunes comienza en Milwaukee la convención del partido demócrata -a esta altura un acto ritual destinado a coronar la fórmula Joe Biden-Kamala Harris para las elecciones de noviembre- que culminará el jueves luego del desfile de decenas de figuras de ese espacio político. Es, como quien dice, el pistoletazo de largada para una campaña presidencial que sin dudas será áspera como pocas en la historia de Estados Unidos. Así lo demuestra Donald Trump, que se encargó de definir a Harris como una “izquierdista radical” y, por si no quedaba clara su tirria por la nominación registrada el martes que pasó, dijo que la senadora por California es “la más mala, la más horrible, la más irrespetuosa de todos” en la Cámara alta. Normalmente, en una convención partidaria los delegados de cada precandidato se juntan para votar al elegido. Cierto es que se llega al acto sabiendo cuántos porotos tiene cada uno, pero el evento tiene un aire de formalidad que los estadounidenses saben apreciar. Tras la renuncia de Bernie Sanders a seguir en carrera -el último que quedaba en pista- el candidato es Biden, exvicepresidente con Barack Obama y crédito del establishment demócrata. Solo faltaba definir quién acompañaría su intento por impedir la reelección de Trump. Hubo un par de hechos que facilitaron la aspiración de Harris al trono. La reacción de Trump a la pandemia dejó a la luz un hueco por el que se filtraron las críticas más feroces de la oposición. Y mientras los contagios crecían a un ritmo espeluznante y los cadáveres se apilaban en las ciudades más pobladas -EE UU se acerca a los 6 millones de casos de Covid-19 y 180 mil muertos- la imagen de Trump se iba desdibujando en una capa de ciudadanos que había sido clave para su triunfo en 2016. Casi en simultáneo, el asesinato de George Floyd desnudó el rostro más brutal de ese país, con fuerzas policiales teñidas de racismo y violencia. En otro lugar del mundo, esos dos hechos definirían a un gobierno autoritario, represivo y con síntomas de dictadura. No es el caso. Harris, que fue fiscal general de California antes de meterse en la actividad partidaria, es una hábil polemista que tuvo a maltraer a Biden durante los debates que se realizaron durante las primarias. Si no siguió peleando una candidatura es porque los popes partidarios le aconsejaron que se bajara. No iba a conseguir financiamiento para su aventura y si hacía caso la anotaban en un lugar expectante para el futuro. Cuenta en su haber que tiene 22 años menos que Biden -55 contra 77-, que es hija de inmigrantes, se hizo de abajo viajando en transportes públicos, y es afrodescendiente. Cuando las calles de todo el país se poblaron de manifestaciones contra el racismo, es un hándicap interesante de cara a los comicios. La experiencia indica que los demócratas triunfan cuando logran sumar votantes de las comunidades vulneradas. En un país donde el voto no sólo es optativo sino que la elección está diseñada para dificultar la participación ciudadana, ese detalle puede hacer la diferencia. La edad es otro dato a tener en cuenta. Biden es el más viejo entre los aspirantes a la presidencia -Trump tiene 74 años-, pero además viene mostrando síntomas de decrepitud. No por nada, el presidente lo llama Sleepy (Dormido) en sus tuits más agresivos. En los debates obligatorios que se avecinan, sus consejeros temen que Trump le haga pasar algún papelón. Por el contrario, descuentan que en los cruces televisados de los vicepresidentes, Harris le sacaría varios cuerpos de ventaja a Mike Pence. Si es que ese tipo de exposición puede implicar algo a la hora de emitir un voto, ahí se verían parejos. La nominación de la fórmula demócrata, sin embargo, les deja un sabor amargo a los que aspiraban a que el “partido del burro” se corriera algo más a la izquierda. El candidato de ellos era Sanders, y hubieran aceptado de mil amores a la senadora Elizabeth Warren. A pesar del brulote de Trump, Harris no es alguien a quien pueda vincularse a los grupos más progresistas dentro del espectro político estadounidense. Biden menos, por cierto: es alguien muy cercano al poder financiero y al aparato militar industrial, y apoyó cuanta intervención armada pasó por su despacho de senador cuando tuvo ocasión. De todas maneras, la apuesta es que esos sectores que esperan sacarse de encima a Trump acepten esta alquimia que no será tanto como indica el presidente, pero promete bajar varios decibeles en la tensión constante que fluye de la Casa Blanca desde el 20 de enero de 2017. En las primeras cuatro horas posteriores a la nominación de Harris, Biden consiguió 10 millones de aportes para su campaña. Toda una señal. «

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