Aportes a la Cultura Judía

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Shtisel, un mundo de mierda

Lo que otros no te dicen de la serie israelí por correctos o pelotudos Eduardo Blaustein | Socompa (27 de mayo de 2021) Será por un asunto de corrección política, todos educaditos, pero nadie habla de la muy vista serie israelí como se lo merece. O al menos como la interpreta el autor de esta nota. Qué refleja Shtisel acerca del mundo de los ultraortodoxos en Israel, gente muy religiosa y muy pilla, dada al choriplanerismo religioso. Tiene bastante de telenovela clásica, de esas tipo Migré que conocimos en los 60 y 70, y a veces hasta de culebrón tropical. Solo que se habla en distintos formatos de hebreo e ídish. No aporta casi nada de nuevo al arte de la puesta en escena, ni de la fotografía, ni de la narración, aunque sus diálogos –en general breves- son sutiles, inteligentes, muy eficaces, mejor editados. La serie de vez en cuando conmueve –sobre todo cuando sus personajes son capaces de salir de las trampas que se autoimponen-, engancha, pero sobre todo (así le sucede a quien escribe) irrita un montonazo. Eso dependerá de quien la vea. La mayor parte de las actuaciones van de muy buenas a extraordinarias, im-pre-sionantes, y quizá más se conmuevan ante esas actuaciones los judíos que todavía guardan alguna memoria remota de las gestualidades, inflexiones, sabores e intimidades de lo ídish. Ayuda mucho a la serie su componente “antropológica” que muchos verán como colorida o puramente exótica. Shitsel se comenzó a rodar con un presupuesto rata y hasta con grabaciones distantes por falta de financiación. Hasta que terminó convirtiéndose en uno de esos malditos nichos de mercado y fue comprada por Netflix. En Netflix lo judío ya aparece como un renglón o sección específica de ficciones a vender, mientras que Amazon compró la franquicia para adaptarla a Nueva York. La serie no tiene nada de espectacular, ni de original, salvo –no es poco- su temática, sus personajes, su muy cuidada mesura, su sensibilidad y su inteligencia. Nada extraordinario, pero es a la vez una buena, pero muy buena serie. Sin embargo, lo que nos convoca a escribir aquí es hacer algo sobre la serie que no hemos visto o leído en las redes: hacer de Shitsel una lectura que no pase exclusivamente por lo colorido o lo existencial, sino hacer una lectura política. Shtisel es una serie israelí que se desarrolla en el barrio de Geula, en Jerusalén. Ese barrio medio fulería, en la real realidad –como decía Gasalla- está poblado mayoritariamente por haredim, corriente dominante de los judíos ultraortodoxos. El 20 por ciento de ellos vive bajo la línea de pobreza. Alerta spoiler: porque no quieren laburar. Los Shitsel pertenecen a una de esas familias ultraortodoxas. Obviamos acá la parte de los vestuarios: levitas y sombreros negros, barbas enormes, peyes o peyot (los rulos que llevan sobre las sienes, precepto bíblico). Casi todos son rabinos, todos se la pasan estudiando el Talmud, solo aspiran a enseñar o trepar en sus yehsivot –escuelas religiosas-, mientras las mujeres sostienen la reproducción cotidiana: lavan, planchan, paren, cocinan, atienden a los caprichos de sus maridos, aunque se las ingenian también para empoderarse y –casi tanto como los masculinos- manipular a maridos, hijos o ajenos. Lo fundamental de la serie es el retrato de la vida cotidiana de una familia ultraortodoxa. Un mundo del año 1000 en Sefarad/España, aunque allí las cosas eran más luminosas gracias a la convivencia con los árabes, la cultura más dinámica y brillante de la época. Un mundo entonces del siglo XV o XVI en alguna aldea de Europa Oriental, donde según más de un autor judío los espíritus más libres eran los judíos pobres, los menos estudiosos y religiosos. Estos Shtisel, en cambio, viven torturados, presionados, llenos de culpas por supuesto, horriblemente pendientes del qué dirán. Como los ultraortodoxos de la real realidad, los Shtisel viven al margen de la sociedad, el Estado y todo Occidente. Todo lo lejos que puedan de la televisión satánica, la ciencia, la tecnología y el sexo y regidos por la autoridad indiscutible del Señor, la Torá y las infinitas, laberínticas autoridades rabínicas. Ya veremos que eso de vivir lejos de los beneficios del Estado y la ciencia –en la real realidad- es relativo. Esta gente no conoce la palabra amor ni enamorarse (“¿De dónde sacaste esa palabra?”, dice una madre a su hijo en algún capítulo). Los matrimonios –urgidos pues hay que multiplicarse y ser severos y cumplir los ritos- se conciertan mediante casamenteros y para casarse bastan dos o tres citas. Si no te arreglaste con eso o sos un loco o un desastre descarriado de la grey. Nada de tocarse los cuerpos antes del casamiento. Nada de nada, nada mal. Si en el contexto de reglas religiosas o culturales despiadadas hay un fracaso, eso debe ocultarse. Si una mujer es engañada o dejada, debe ocultarse. Si en el matrimonio hay un disgusto, una discusión, un malestar, debe ocultarse. A continuar los hombres con sus insufribles estudios infinitos y las mujeres a la cocina. Tal como se pinta en la serie, el barrio de Geula es feo. Paredes sucias cubiertas de afiches –ídem las cabinas telefónicas- y esos afiches, otra vez, en la vida real, son denuncias que se intercambian los ultraortodoxos por incumplir reglas o mandarse presuntas cagadas. Los departamentos en los que viven los Shitsel no solo son austeros, son horribles. Paredes color crema barata, muebles y sábanas de los peores negocios (o del peor Once), los objetos justos y bien vulgares, las mujeres con pelucas vestidas de manera deplorable, no sea cosa de incitar a la tentación. Ahí va una de esas reglas: el recuerdo en un episodio de la mujer que se lloró todo, toda una noche, porque se le corrió la peluca ante los otros. Shtisel muestra un mundo del orto (pero doxo), asfixiante, de gente torturada que ríe muy pero muy poco, y menos acaricia o besa, que no puede tomarse libertades ni autonomías. Que no ve la tele, ni va casi al cine (y si va debe negarlo), ni al teatro. Gente que ante cada problemita o problemón acude a la palabra inapelable

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Israel: de crisol de razas a sociedad capitalista

Por: Efraim Davidi La ex ministra de Cultura del Likud, Miri Regev, denunció hace pocas semanas atrás, a principios de agosto, el «ADN blanco» de la dirección del partido derechista. Regev, que se jactó siendo ministra de «que nunca leyó a Chejov», alabó en una entrevista con el diario «Iediot Ajaronot» al ex-premier Netanyhau y habló de sus esperanzas de ser algún día primer ministro. Ella señaló que muchos puestos de liderazgo en Israel nunca han sido ocupados por un judío mizrají desde la creación de Israel, a pesar de que la mayoría de los miembros del Likud pertenecen a esa comunidad. Incluso comparó la situación de los mizrajíes con los negros en EE.UU. Regev no es un nuevo Martin Luther King de habla hebrea. Después de una larga carrera en el ejército, la coronel Regev, que fuera responsable de la censura militar a los medios de comunicación existente en Israel desde 1948, fue elegida diputada por el Likud en el 2008 y se destacó por sus injurias contra los refugiados africanos que habitan el sur del Tel-Aviv. «Son un cáncer en el seno de Israel», profirió en una demostración racista realizada en el barrio pobre Shjunat Hatikva de Tel-Aviv.   Pero Regev resucitó la cuestión de los judíos de origen oriental (mizrají). La cuestión de los judíos mizrajíes o mizrajim (en hebreo en plural, mizrají en singular) es un tema recurrente en la política, la sociedad, la economía, la cultura, el cine, las artes, la literatura y la poesía de Israel. ¿Quiénes son los los judíos mizrajíes? Se puede buscar en vano el significado del término en cualquier diccionario en castellano de la lengua hebrea. No existe. Pero de acuerdo a «Wikipedia»: «Los judíos mizrajíes o mizrajim son descendientes de las comunidades judías del Medio Oriente y norte de África. Literalmente mizrají significa «oriental», ya que Mizraj (en hebreo: מזרח‎) significa «Este». Originalmente el uso del término mizrají y «Edot ha-Mizraj» fue una traducción de la palabra árabe mashrīqī (oriental), que se refería a la gente de Siria, Irak y otros países asiáticos, mientras que a los judíos del norte de África se les llamaba, en árabe, magāriba (magrebíes). En el Israel actual esta palabra hace referencia a todos los judíos de países árabes asiáticos, aunque muchos mizrajím rechazan el uso de este término y prefieren ser identificados por su país de origen, o el de sus antepasados inmediatos, y no por una palabra que los englobe a todos. También se utiliza la palabra ‘sefardí‘, en un sentido amplio, aunque ello da lugar a confusión en ocasiones, ya que esta palabra debe emplearse únicamente para los descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica (Sefarad) en los siglos XV y XVI». De estos párrafos se puede entender que en «el Israel actual [el término] hace referencia a todos los judíos de países árabes asiáticos». Pero no es así. «Mizrají» se utiliza incluso en la prensa diaria de mayor circulación en Israel («Iediot Ajaranot», por ejemplo) para designar a todo israelí procedente o descendiente de los judíos llegados al Estado Judío desde el Norte de África, el Medio Oriente y hasta Yemen, Irán y Afganistán (estos dos últimos no son países árabes). ¿Comunidad o comunidades? Pero este término de uso diario tiene un origen. Y no tiene nada que ver con «las comunidades orientales» (Edot ha-Mizraj). Este último término apunta a que no hay una «comunidad oriental», sino «comunidades» (en plural), acorde con la ideología imperante en el establishment sionista en Israel en los 50 y 60 del siglo pasado. No es un secreto que el primer Premier del Estado de Israel, David Ben-Gurion, tenía una visión discriminatoria hacia esas comunidades. Uno de los líderes del partido laborista gobernante de Ben Gurion, Mapai (Mifleget Poalei Eretz Israel), Giora Yoseftal dijo en el Congreso Sionista 23 realizado en Jerusalén en 1951 que «la condición indispensable para el crisol de diásporas es el necesario cambio en las concepciones de aquellos que provienen de los países atrasados. No hay nada en común entre los padres que dan todo a sus hijos y ven en su educación y la salud el objetivo de sus vidas y hasta pueden deprenderse de su comida y ropas por el bien de sus hijos; y aquellos que les quitan a sus vástagos las raciones de comida, los envían a trabajar, no entienden por qué los niños deben estudiar y no saben qué es un médico o un medicamento. No puede haber un crisol de diásporas cuando en una familia se obliga a la mujer a volver a trabajar a los pocos días del parto y en otra se gastan hasta los últimos centavos en el bienestar de los hijos». Estas declaraciones de un líder laborista no es una visión puramente personal sobre «los recién llegados» (los mizrajim). Siete años después, en un debate en la Knesset, otro líder laborista, Mordejai Namir, a la sazón Ministro de Trabajo, se refirió al proyecto de ley de la bancada comunista de establecer el seguro de desempleo: «La gran mayoría de los desempleados son nuevos inmigrantes (olim jadashim). Tenemos un gran problema con este grupo: el solo hecho de trabajar, conocer  por dentro un lugar de trabajo y la disciplina laboral, representa para ellos una revolución mayor en sus vidas e incluso una revolución personal en cada individuo, en su mente y en su cuerpo. La mayoría de ellos nunca trabajó, y están obligados aquí a estudiar los rudimentos del trabajo. ¿A esta gente le daremos dinero para que no trabajen? ¿Un seguro de desempleo no será para ellos una motivación más para dejar de trabajar? Incluso si este seguro de desempleo representa una entrada muy reducida, ¿no habrá entre ellos aquellos que quieran vivir en la pobreza – pero sin trabajar?» El propio Ben-Gurion, que en junio de 1958, tuvo que hacerse cargo de la cartera de Bienestar Social por una defección en la coalición gobernante encabezada por su partido, declaró «estar a cargo en forma oficial de atender

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EL GATO QUE HABLABA IDISH

Por: RICARDO FEIERSTEIN (Del nuevo libro de Ricardo Feierstein “Memoria e Identidad: las avenidas del barrio judío en la ciudad literaria”) Este texto imagina una metafórica “ciudad literaria”, con libros en lugar de edificios y “avenidas” por donde circulan escritores judíos. Algunas llegan al centro de la ciudad, otras permanecen en el mismo barrio de origen y en el trayecto existe multitud de variantes. Se incluyen, además, algunos textos de ficción -como el que se reproduce- que proporcionan puentes ideológicos para salir de las categorías premodernas que acompañaron la primera inmigración e iluminan la relación entre memoria personal e identidad buscada, muchas veces más dependiente de la mirada de los otros que del propio análisis individual.. -Quiero comer- dijo el gato. Levanté la vista, distraído por la lectura del periódico, y lo miré. Negro, grande, botitas blancas en las patas traseras, cola gruesa y larga, otra mancha que le divide el rostro en mitades armoniosas. Rocé con un dedo sus largos bigotes, también blancos. -Tranquilo, kétzele. Debo estar alucinando. Tenés un «miau» muy variado, eso es. Volví a desplegar el periódico y entonces él insistió: -Sí, hablo. Todos los gatos hablamos, pero sólo con quienes nos cuidan. Y tengo hambre. Dame de comer. Carraspée, me froté los ojos, pensé. Inútil. El Nero seguía allí, ronroneando su impaciencia en sílabas castellanas. Mi kétzele es, a la vez, tierno y patotero. Yo lo quiero, en especial, por esa manera de ofrecer afecto de a ratos, pero necesitarlo siempre él. Mimoso. En casa se comporta como un dictador: tiene caprichos, es prepotente, corre y amenaza a los otros dos gatos, más pequeños, que conviven con nosotros. Empuja, rasguña, matonea en base a su mayor tamaño. Pero, saliendo a la calle, se transforma. Temeroso del tráfico de autos y personas, difícil que se aleje más de algunos metros de nuestra vereda. Sus ojos van y vienen, inquietos. Al menor ruido, corre de vuelta a su escondite. Se vuelve dulce y zalamero para que lo dejemos entrar al hábitat de su reinado, donde cree dirigir nuestra vida cotidiana. Ese es mi gato negriblanco. En realidad, hay más. La historia del kétzele es la de una doble frustración. De él y mía. Sus miedos pueden explicarse porque lo abandonaron frente a nuestra casa, una madrugada, junto a una gatita parecida a él, ambos en una caja de cartón y temblando en el umbral. Ya teníamos otros dos gatos (Koshko y Tessina) pero, movidos por la compasión- y porque nos gustan estos animales- les permitimos pasar. Al poco tiempo, vimos que era demasiado para nosotros. Regalamos la hembra a los familiares de un vecino y, como con los otros en su momento, al año de edad castramos al Nero (ese fue su primer nombre) para que no escapara por las noches ni llenara la casa de cachorros. Además, quisimos prevenir su salud: este es un barrio muy duro. Hay patotas humanas, pero también gatunas. Las pocas veces que Koshko o Tessina intentaron dar una vuelta, volvieron rasguñados y sangrando, resultado de peleas callejeras para las que no estaban preparados. Bien: ese fue el terrible error que podría haber asegurado mi vejez. Una vez llevo al Nero a un veterinario céntrico y dice: -¡Qué buen animal! Este es un raro tipo de «gato persa». Hay pocos en el mundo y son muy buscados. ¡Y usted lo ha castrado! ¡Qué pena! Cada cría se vende a 250 dólares en el mercado. Pensé que bromeaba, pero… ¡era verdad! Tuve un casal de gatos persas y ¿qué hice? ¡Regalé a la hembra y castré al macho! ¡Derroché la fortuna que el destino había puesto en mis manos! Y, ahora, este kétzele habla. En los días que siguieron, averigüé que muchas personas conversan con sus gatos. Lo mío, al parecer, no es tan novedoso. Sucede que estas cuestiones no se comentan con ajenos, un poco por pudor y otro por miedo a quebrar el encantamiento que produce este trasvasamiento linguístico. Qué sé yo. Tampoco hay que exagerar. Las diálogos se limitan a la convivencia cotidiana: estado del tiempo, temperatura de los alimentos, novedades del barrio (él es un observador privilegiado, nocturno y de altura, de ciertos sucesos que ocurren en las inmediaciones). Y no mucho más. Una mañana, enojado porque había volcado el desayuno por culpa de su glotonería, le recriminé sus limitaciones de conversación. -Me han dicho que otros gatos son interlocutores más entretenidos- dije, vengativo. -Puede ser. Pero los otros no saben hablar idish. Y yo soy bilingüe. Creí se estaba burlando, pero no. De su boca comenzaron a salir frases y melodías de tono inconfundible. Me remitieron a mis días de niñez, las conversaciones entre los abuelos, esas consonantes metidas entre los dientes y la garganta que nunca aprendí a imitar, aunque reconocía su musicalidad. Inglés, francés, hasta hebreo pude estudiar. Pero idish, en el que hablaban mis mayores para que yo no pudiera entenderlos… no. -Es verdad- tuve que admitir. Lo comenté con mis amigos. Todos quisieron venir a escuchar, pero el Nero movió desdeñosamente su cabeza. -Está muy mal, kétzele- protesté, enojado.- Sos mío y quiero lucirme contigo. Soy el único ser humano que posee un gato que habla en idish. Qué, ¿no puedo mostrarte ahora? -Eso es pura vanidad- respondió, desdeñoso. Y me dio la espalda. Pero algo debe haber pensado. Porque al otro día, después de almorzar el arroz que cociné pacientemente para él, dijo: -Te propongo algo. Se acerca Pésaj, la fiesta de liberación de los judíos de Egipto. La primera noche, en la sinagoga, vas a reunir a tus conocidos. Yo explicaré, en idish, el séder (orden) de la celebración. Los niños podrán hacerme las fir cashes, las cuatro preguntas, y conduciré la ceremonia hasta el final. Así entenderán que cada generación debe buscar su propia libertad. ¡Así que mi gato se había vuelto filósofo! Acepté. En las horas siguientes toda la comunidad del pequeño pueblo- viejos y jóvenes, hombres y mujeres- atiborró el templo. Conjeturaban sobre gracia divina, venida mesiánica, simbología

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Un llamado a los hijos de Israel

Por: Jorge Buzaglo (desde Stensveden, Suecia) Según el historiador norteamericano Juan Cole, Mahoma admiraba a lo que él llamaba los hijos de Israel, manifestándose claramente en favor del pueblo judío (ver J. Cole, Muhammad, Nueva York, 2018, pág. 69 y ss.). El Corán contiene muchas referencias a los judíos y al judaísmo. Según el investigador y cabalista israelí Avi Elqayam, el Moisés bíblico es la figura que más influyó en la concepción del Islam. Elqayam da como ejemplo el hecho de que Moisés es la persona más comúnmente mencionada en el Corán. Según Elqayam, Mahoma construyó el Islam a partir del judaísmo (ver entrevista con Avi Elqayam en: Ariel Horowitz, “The Important Dialogue Today is Between Mecca and Jerusalem,” [El diálogo importante hoy es entre La Meca y Jerusalén], Tikkun, 28 de febrero de 2019). Sūratu bani Isra’il [Los hijos de Israel] es la decimoséptima sura [capítulo] del Corán. Esta sura contiene un mensaje profético de Mahoma a los hijos de Israel. Más abajo reproducimos los versículos 2 al 8 de la sura, aquellos que hablan directamente a los hijos de Israel. Intentaremos luego explorar e interpretar el significado más hondo de este texto altamente cargado de sentido. Vale la pena analizar con cuidado y reflexionar detenidamente sobre estas palabras de un profeta inspirado, cuyo mensaje alcanzó tan profundamente y durante tanto tiempo a tantas personas, y lo hace todavía hoy. Nuestra interpretación intenta hallar un significado y una verdad cuyo sentido puede contribuir a proporcionar una base común para la comprensión y la paz. El mensaje a los hijos de Israel Según el Corán, Mahoma escuchó la voz de Dios decir: 17: 2 Y [así, también], transmitimos la revelación a Moisés, y la convertimos en una [fuente de] guía para los hijos de Israel, [ordenándoles:] «No atribuyan a nadie más que a Mí el poder de determinar vuestro destino,  17: 3 ¡Oh vosotros, descendientes de aquellos que llevamos [en el arca] con Noé! ¡Noé era por cierto un siervo muy agradecido [de nosotros]!” 17: 4 E hicimos saber a los hijos de Israel a través de la revelación: «¡Dos veces difundirás la corrupción en la tierra y te llenarás de soberbia!» 17: 5 De aquí que, cuando se cumplió la predicción del primero de esos dos [períodos de iniquidad], enviamos contra ustedes a algunos de Nuestros siervos de terrible destreza en la guerra, y causaron estragos en toda vuestra tierra: y así se cumplió la predicción. 17: 6 Y después de un tiempo, permitimos que prevalecieras contra ellos una vez más, y te ayudamos con riqueza y descendencia, y te hicimos más numerosos [que nunca]. 17: 7 [Y dijimos:] «Si perseveran en hacer el bien, se harán bien a ustedes mismos; y si hacen el mal, se harán mal a ustedes mismos». Y así, cuando se cumplió la predicción del segundo que te humillaran por completo, y que entraran al Templo como [sus antecesores] habían entrado una vez antes, y que destruyeran con absoluta destrucción todo lo que habían conquistado. 17: 8 Tu Sustentador bien puede mostrarte misericordia; pero si vuelves [al pecado], volveremos [a castigarte]. Y [recuerda esto:] Hemos ordenado que [en el más allá] el infierno se cierre sobre todos los que niegan la verdad. (Esta cita es nuestra traducción de los versículos 17: 2 al 17: 8 del Corán, en la versión de Muhammad Asad [Leopold Weiss], The Message of the Qur’an [El Mensage del Corán].) El primer mandamiento Mahoma inicia su llamado en el citado versículo 2, recordándoles a los hijos de Israel el primer mandamiento de la Torá. Mahoma ha escuchado la voz de Dios diciendo a los hijos de Israel: No atribuyan a nadie más que a Mí el poder de determinar vuestro destino.Esto puede verse como una interpretación o variante del primero de los diez mandamientos de la Torá judía: No tendrás otros dioses delante de mí, reproducido en Shemot [Éxodo] 20: 1-17 y Devarim [Deuteronomio] 5: 4-21. Como señala Mahoma en el mismo verso, esto es parte de la revelación de Moisés en el Monte Horeb [Sinaí]: Y así, también, transmitimos la revelación a Moisés, y la convertimos en una fuente de guía para los hijos de Israel. Moisés transmitió esta revelación (junto con los otros mandamientos) como guía  para los hijos de Israel. De acuerdo con Shemot 24: 12-13, Dios dio a Moisés las tablas de piedra con los diez mandamientos que este debería enseñar a su pueblo. (Junto con Moisés, el siguiente tercer verso de la sura alaba también a Noé, quien ayudara a salvar a los antepasados de los hijos de Israel). ´ Ambos mandamientos, en el Corán y en la Torá, llaman a la independencia y la libertad. Las palabras del Corán leen: No atribuyan a nadie más que a Mí el poder de determinar vuestro destino. Los seres humanos no deben subordinarse, someterse, esclavizarse a nada o nadie (excepto a Dios). En el primer mandamiento de la Torá, Dios dice: No tendrás otros dioses delante de mí. Los seres humanos deben rechazar someterse a todo culto o creencia en seres u objetos superiores con cualidades sobrenaturales. Todas las formas de fetichismo e idolatría obstaculizan la libertad humana en la búsqueda de la verdad. El primer mandamiento contiene también un llamado que parece imponer una forma radical, casi científica de escepticismo: No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás. Dios mismo, o la Verdad, permanece invisible a los seres humanos. Es el Ser o Realidad permanente, eterna e infinita; más allá del entendimiento humano; más allá de todas las categorías y descripciones posibles. Esto se refleja en el hecho de que en la Torá, Dios es inefable: הוהי [YHWH]. Es una palabra impronunciable, que se lee como Adonai, en referencia al misterio inaccesible del Ser. La Cabalá, la tradición judía metafísica y teosófica, aspira a acercase a Dios mediante la

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Los Piratas Judíos de Jamaica

Enviado por: Viviana Jolodovsky Si tu viajas a Jamaica, viajero… visita los antiguos cementerios judíos y te sorprenderás cuando veas tumbas abandonadas, casi totalmente derruidas pero que aun conservan grabados sobre las lápidas los nombres de los difuntos en caracteres hebreos, acompañados por los símbolos piratas de las tibias y la calavera y a veces, ¡hasta con la Estrella de David…! Sí…, no te asombres; son los sepulcros de aquellos hebreos que fueron expulsados por los reyes conquistadores de España y Portugal y que navegaron junto a los «descubridores» del nuevo continente. Y ya allí desarrollaron una nueva vida y se fortalecieron (pese a que la corona les mantenía semi frenados con mil leyes antijudías). Y en tierras de piratas, muchos de ellos se hicieron piratas y corsarios, iniciando de esa forma, una intensa lucha de represalia contra aquellos reyes y la codiciosa inquisición. Ya en el Siglo XVII, toda nave de la Armada Española que se pusiera a tiro de cañón, era atacada por los hábiles piratas judíos, en un acto de venganza contra aquellos que les expulsaron en humillación discriminada. La mayor parte de estos Bucaneros Hebreos se mostraban orgullosos de su origen e identidad y existen documentaciones fidedignas de que daban a sus naves nombres tales como: «Samuel, el Profeta”,»La Reina Esther» y «El escudo de Abraham». Entre los piratas judíos más notables, se destaca el nombre del portugués Don Moisés Cohen Enriques, que en 1628 se alió con el almirante holandés Piet Hayne en una feroz campaña de abordaje a los barcos españoles que procedentes de Cuba, se dirigían a Cádiz cargados de oro y plata producto de sus «esquilmas civilizantes» a los indígenas antillanos. Con estos ataques a las naves españolas, los piratas judíos concretaban una ilusión de venganza, evitando que el oro del Perú, la plata de México y las esmeraldas de Venezuela (Nueva Granada) robados desvergonzadamente, llegaran a los puertos de España y se repartieran con El Vaticano. Esta fue una de las operaciones que constituyó uno de los golpes más fuertes a la «gloriosa Armada Española». Aquellos atrevidos piratas hebreos asolaban las costas de México, sembrando el terror entre los navegantes españoles y portugueses, que se auto-calificaban como «Los dueños y señores de los mares”, «La Armada Invencible». Es sumamente difícil conocer con exactitud la cantidad de piratas judíos en el Caribe, aunque como antes dijéramos los viejos cementerios están prácticamente «sembrados» de sepulcros con escrituras hebreas y símbolos de piratería, como sucede en la tumba de Yacoob Mashaj y la de su esposa Deborah en el cementerio judío de Bridgetown, Barbados. Entre otros piratas judíos cabe mencionar a Yaakov Koriel, comandante de tres naves corsarias furiosamente activas contra la armada de los inquisidores. Yaakov abandona en cierto momento sus actividades de navegante y se retira a Safed (Zfat) en donde se dedica al estudio de la Kabala, siendo alumno del Rabi Isaac Luria, junto a quien fue enterrado a la hora de su muerte. David Abrabanel, proveniente de una dinastía rabínica española (a la que perteneció el Rabi Isaac Abrabanel), logra zafarse de las sangrientas garras inquisitorias y llega a las Antillas convirtiéndose en un temido bucanero y se une a los «privateers» ingleses, asolando las costas sudamericanas, utilizando como pseudónimo el nombre de «Capitán Davis, comandando una esbelta nave llamada «The Jerusalem». De entre los piratas judíos en Sud América, se destaca su nombre y su irrevocable costumbre de evitar atacar nave alguna en «Shabat»; los víveres en su embarcación eran rigurosamente «casher» y la bitácora de viaje de sus naves estaba escrita en caracteres hebreos. Uno de sus compañeros de operaciones fue el pirata Subatol Deul. El Capitán Davis trabó relación con el hijo del corsario Sir Francis Drake y con él establece una alianza anti-española que, en la historia de la piratería caribeña, es conocida como la «Fraternidad de la Bandera Negra» (Black Flag Fraternity). La persecución a los judíos se trasladó desde España a todas sus nuevas colonias americanas con mas fuerza y perversidad. La ley inquisidora de España y Portugal determinó que: «ser judío era un estado delictivo”. A raíz de este estado de cosas, los judíos se transformaron en fuertes piratas, bucaneros y filibusteros, causando preocupación y temor a los marinos españoles y respondiendo a la violencia e injusticia de la inquisición con una violencia más enérgica y sofisticada. ¿Cuándo comienza a manifestarse esta reacción?; difícil es saberlo con exactitud, ya que en lo que respecta a la cuestión caribeña, los archivos españoles y portugueses están cerrados a triple vuelta de cadenas. Pero si nos adentramos en los anales de la historia, podemos encontrar sin grandes esfuerzos datos que nos muestran que la rebelión contra el infinito odio xenófobo y la irracional repulsa al judío es cosa muy antigua. La existencia y actividad de piratas judíos defendiéndose de una agresión continua ininterrumpida, tiene testimonios que aseveran su realidad. Flavio Josefo relata en sus escritos, sobre los intensos ataques de piratas judíos provistos de pequeñas embarcaciones, que partiendo del puerto de Jaffa (Yafo), acosaban sin tregua al enemigo romano. En el Siglo VI de la era cristiana, la acción de los piratas judíos era una candente realidad. Sacerdotes cristianos manifiestan en sus escritos la evidencia de los ataques de estos marinos hebreos a lo largo de toda la costa del Norte de África. Un documento clerical del Siglo VI, narra de como en la costa de Cairruán, en Túnez, que fue un gran centro de cultura judeo-sefaradí, los piratas judíos capturan al obispo Sinesio, en represalia a encarcelamientos que este ordenaba realizar a sus esbirros contra vecinos judíos. Moshe Vainroj, Bat-Yam, abril 27 de 2010Bibliografía:Flavio Josefo: «Las Guerras de los JudíosGonzalo Torrente: «Crónica del Rey pasmado»Cesáreo Fernández Dura: «La Armada Invencible»Lucena Salmoral: «Piratas, corsarios y filibusteros»Edward Kritzler: “Los Piratas Judíos del Caribe»Rafael Patai: «Hasapanut HaIvrit»Mordechai Bell: «The Jewish Nation in the Carribean»

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Este día en la historia judía: los presos de Treblinka se levantan contra los captores nazis

David B. Green | Haaretz (2 de agosto de 2021) Prefiriendo morir peleando que por gas, 800 reos de Treblinka armados con 20 rifles y poco más se rebelaron. No salieron victoriosos, pero el campo de concentración resultó lo suficientemente dañado como para cerrarlo dos meses después. Treblinka arde cuando comienza la rebelión. Foto de Franciszek Ząbecki, testigo ocular de cada transporte del Holocausto que llegó al campo. Crédito: Edward Kopówka, Rytel-Andrianik, Paweł, Wikimedia El 2 de agosto de 1943, los judíos internos del campo de exterminio de Treblinka se levantaron en masa contra sus perseguidores. Aunque solo 100 reclusos finalmente sobrevivieron al intento de fuga, la revuelta causó daños considerables en el campo, que los alemanes cerraron dos meses después. Treblinka, situada a unos 80 kilómetros al noreste de Varsovia, se estableció como campo de trabajos forzados en la Polonia ocupada en diciembre de 1941. Medio año después, se abrió una segunda instalación secreta, Treblinka II, con el único propósito de matar. Durante los siguientes dos años, entre 870.000 y 950.000 personas murieron allí, la mayoría de ellas por gaseamiento, lo que hizo que Treblinka fuera el segundo lugar después de Auschwitz en el número de personas asesinadas allí. Quemando la evidencia En la primavera de 1943, la derrota de Alemania había comenzado a parecer más probable, aunque el Tercer Reich tardaría otros dos años en colapsar. Se enviaba a menos deportados a Treblinka, donde la ocupación principal ahora parecía estar quemando las pruebas de los cientos de miles de cuerpos que anteriormente habían sido enterrados en fosas comunes.- Anuncio – Casi todas las personas enviadas a Treblinka II fueron enviadas a la muerte casi inmediatamente después de su llegada al campamento. Cerca de mil presos judíos se mantuvieron con vida para llevar a cabo el mantenimiento diario de la cadena de montaje del asesinato. Estos «trabajadores» judíos ahora temían que antes de retirarse de Polonia, los alemanes los mataran también y destruyeran todo rastro del campo. Suponiendo que era preferible morir luchando que en una cámara de gas, e inspirados por el levantamiento del gueto de Varsovia de abril de 1943, varios prisioneros comenzaron a planear una revuelta, con el objetivo de permitir que la mayor cantidad posible de personas escaparan del campo a los alrededores. bosques. Se estima que unos 800 prisioneros participaron en la revuelta del 2 de agosto. Sus líderes incluían a los médicos polaco-judíos Julian Chorazycki y Berek Lacher, el oficial del ejército checo-judío Zelomir Bloch, el «anciano» del campo Marceli Galewski, Jankiel Wiernik, un carpintero, y Rudolph Masaryk, un presunto pariente del fallecido presidente checo Tomas Masaryk. Masaryk era un no judío que había insistido en acompañar a su esposa judía a Treblinka, donde fue asesinada a su llegada. Explotando el campamento La clave para llevar a cabo una rebelión fue solo eso: obtener una llave del almacén donde se guardaban las armas y municiones. Un astuto subterfugio permitió a un cerrajero judío hacer una impresión de cera de la que cortó una llave.- Anuncio – Cuando comenzó el asalto, los rebeldes poseían unos 20 rifles, varias pistolas y unas 40 granadas. El 2 de agosto de 1943 era lunes, normalmente un día tranquilo en Treblinka, porque los domingos no salían trenes de deportados de Varsovia. Los relatos del día enfatizan que el nivel de anticipación fue extremadamente alto entre los presos, cuyos líderes enfatizaron la necesidad de que realicen sus tareas habituales con normalidad y no hagan nada para alertar a sus captores. La acción comenzó media hora antes de lo programado, después de que un guardia alemán especialmente brutal atrapó a dos prisioneros judíos que llevaban dinero en efectivo, en previsión de su fuga. Cuando comenzó a golpearlos e interrogarlos, otro conspirador que presenció su ataque disparó al alemán. Entonces no hubo más alternativa que continuar con el levantamiento. Uno de los principales objetivos era destruir estructuras físicas. Un rebelde provocó una gran explosión, que se llevó consigo un cuartel de las SS, la panadería, el garaje del campamento y la bomba de combustible. Además, la entrada principal del campamento fue atacada, aunque solo fue parcialmente destruida, por lo que los cientos que intentaron salir todavía tuvieron que lidiar con varias capas de vallas y alambre de púas. Al final, unos 200 lograron entrar en el bosque, y de ellos, unos 100 sobrevivieron a la persecución que provocó la revuelta. Dos meses después, los alemanes cerraron las instalaciones de Treblinka II, que a los presos judíos restantes se les ordenó desmantelar por completo, antes de que ellos mismos fueran fusilados. Treblinka I, el campo de trabajo, fue cerrado en julio de 1944.

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