octubre 2019

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Alberto y el kirchnerismo

Fuente: Edgardo Mocca | Página/12 Fecha: 6 de octubre de 2019 Macri y sus funcionarios nombran a sus principales adversarios electorales con la palabra “kirchnerismo”. Desde los candidatos de esa oposición se responde que el frente de todos excede esa identidad. Sin embargo, gran parte de su composición se organiza en torno a esa denominación: hay quienes se identifican como kirchneristas (y hasta como cristinistas), están quienes fueron kirchneristas y se distanciaron, progresistas que nunca lo fueron y están también, claro, los peronistas. Pero resulta que dentro del peronismo hay kirchneristas, ex kirchneristas y también gente que tuvo y tiene escasas simpatías por el kirchnerismo. El macrismo nombra a la oposición como kirchnerismo para agitar el nuevo macartismo argentino, para fundar las alegorías de Venezuela, la lucha armada, el ataque a la propiedad privada, la disolución de la familia y otras de parecido tenor. Hay que agradecer, en términos de claridad política, que Pichetto se haya sumado a esta derecha “moderna y democrática”. Sin embargo, es cierto que el kirchnerismo es, como tal, un protagonista central de esta escena política, contrariando así las profecías que cundían a principios de 2016. El candidato a presidente reivindica como su mejor antecedente su condición de jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Su relación histórica con Cristina es presentada por él de modo menos lineal; también la acompañó desde esa jefatura, pero se distanció a los pocos meses de que aquella asumiera la presidencia. ¿Es entonces kirchnerista? Por otro lado, los Kirchner nunca se autodenominaron “kirchneristas”, lo que termina de poner ese nombre en una situación bastante ambigua. Sin embargo, más allá de los nombres están las cosas. La palabra kirchnerismo no alude a una estructura partidaria ni a una doctrina elaborada y unívoca. Designa una determinada experiencia histórica que no nace con su forma habitual el día de la asunción de Néstor. Se fue constituyendo a partir de una sucesión de conflictos y de disputas de poder interiores y exteriores al peronismo y a su soporte institucional, el Partido Justicialista. Es, por lo tanto, siguiendo las huellas trazadas en su origen peronista, no un partido sino un “movimiento”. El movimiento no es una estructura orgánica, se constituye alrededor de un liderazgo. Los politólogos liberales siempre han percibido esa condición como una anomalía perniciosa del peronismo, lo que se explica porque no entra fácilmente en los códigos de la democracia liberal con sus rituales consensualistas y con la alternancia en el gobierno como principio central. En este curioso compás de espera que vive la política argentina, en el que todo el mundo está esperando que se concrete la derrota del oficialismo y se produzca el cambio de gobierno, el centro de la atención se desplaza hacia Alberto Fernández. Quien hoy no es más que un candidato es recibido un día por el líder de un importante país europeo y otro día consigue que los gremios aeronáuticos posterguen una medida de fuerza. ¿Qué puede esperarse de su gobierno? Dicho de una manera más directa: ¿Cuán kirchnerista es Alberto Fernández? Para los enemigos del kirchnerismo (básicamente de Cristina) el modo en que accedió a la candidatura alcanza para colocarlo bajo ese mote que, en el caso, comporta miedo y odio. Para los kirchneristas es lo contrario: gran parte de la conversación entre ellos –hoy sujeta a cuidadosas medidas de discreción que a veces llevan a la autocensura- gira en torno a si puede esperarse que el candidato exprese una inequívoca continuidad de la experiencia de los doce años anteriores a 2015 o que más lenta o más rápidamente vaya poniendo distancias de esa saga. Subyace a estas discusiones un malentendido. Se vive la condición de kirchnerista como un hecho dado de una vez y para siempre. Como si todas las peripecias argentinas de aquellos doce años –y las de los cuatro últimos- fueran un simple desenvolvimiento de un designio inicial establecido el mismo día en que asumió Néstor. Lo vive así el kirchnerismo y también sus enemigos. Es probable que una reflexión un poco más histórica y un poco más realista develara que lo que todos denominamos kirchnerismo es el fruto del desarrollo de conflictos, de contradicciones, de marchas y contramarchas que tienen mucho más que ver con las necesidades de la lucha política por el poder que con minuciosos programas y cálculos preconcebidos. Lo que se conoce como kirchnerismo es un proceso histórico, una práctica política. Abierta, contradictoria, guiada sí por principios y por valores y conectada con fuentes muy profundas de la historia política argentina, pero también emanadas del resultado de luchas menores, de cálculos correctos o errados, en fin, de casualidades que son siempre el modo en que se abren paso los procesos históricos. Habría que empezar por considerar que desde el propio triunfo electoral de 2003 estuvo sometido a esa condición. El candidato del Frente expresa reconocimiento y admiración a Cristina y agrega siempre que sostiene las divergencias que tuvo con sus gobiernos. El modo en que se presenta a propios y extraños es el de alguien que recupera la experiencia de los gobiernos kirchneristas y al mismo tiempo la entiende críticamente. Es inevitable que su opinión no sea unánimemente compartida por todos quienes lo reconocen y lo votan. Y es muy importante que las diferencias no sean censuradas ni autocensuradas sino administradas oportuna e inteligentemente. A esto debe agregarse, como parte del cuadro, que quien instaló a Alberto en su actual rol y en el que tendrá en el futuro próximo fue la propia ex presidenta. Este giro político no puede entenderse sino como un intento de recuperar un rumbo general –políticas de inclusión, recuperación de soberanía, reindustrialización- en condiciones nacionales e internacionales distintas. Y que el movimiento táctico producido por Cristina opera como una señal política de la búsqueda de un nuevo punto de partida, que intenta horadar la roca dura de aquellas resistencias al rumbo nacional-popular que no responden a obvios intereses de poder sino a prejuicios largamente cultivados en la historia de las últimas décadas. Está claro que ni

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Lo que el macrismo nos dejó

Fuente: Diego Conno(*)| La tecla eñe Fecha: 5 de octubre de 2019 A Lula y Milagro Sala El macrismo ha conducido a la Argentina ante una nueva crisis. Creer que estamos simplemente frente a una crisis económica es síntoma de una verdad más profunda que subyace a dicha interpretación. Estamos en medio de una crisis donde lo que está en juego es el sentido mismo de la política y de la democracia. ¿Qué es una crisis? Es la puesta en acto de una diferencia o ruptura epocal, una mutación o inflexión de un determinado tiempo histórico, una especie de desorden del tiempo. Para decirlo en el lenguaje de Shakespeare: “The time is out of joint”. El concepto tiene su origen en el mundo antiguo, krisis proviene del verbo griego kríno que significa “separar”, “escoger”, “enjuiciar”, “decidir”; también “medirse”, “luchar”, “combatir”. Decimos que estamos en crisis o que una sociedad entra en crisis cuando nos encontramos ante una situación límite, cuando estamos ante un umbral que nos transforma, que modifica nuestra relación con nosotros mismos, con los otros y con el mundo que habitamos. Por eso el concepto de crisis implica también un momento de reflexión, de lucha y de decisión sobre los modos de leer e intervenir en una coyuntura. El macrismo ha conducido a la Argentina ante una nueva crisis. Creer que estamos simplemente frente a una crisis económica es síntoma de una verdad más profunda que subyace a dicha interpretación. Estamos en medio de una crisis donde lo que está en juego es el sentido mismo de la política y de la democracia. De ahí que de su comprensión dependan sus modos de resolución y el futuro de la nación. En los últimos años, la Argentina -aunque esto puede extenderse para gran parte de América Latina- ha estado expuesta a una especie de “autoritarismo neoliberal”, que implicó un proyecto de economización de todas las esferas de la vida junto a la criminalización de toda disidencia y oposición al poder, haciendo de la política un mecanismo de disciplinamiento y degradación cultural que ha colocado a la sociedad ante un umbral más bajo de civilización. Forjado en estos años desde las usinas de los grandes medios de comunicación la “grieta” ha sido mal concepto. Sea en la forma de su elogio, sea en la de su denigración, la palabra grieta es una forma banal de nuestros modos de pensar la política, principalmente la política democrática. El antagonismo y la división social constituyen la naturaleza misma de las sociedades democráticas. El consensualismo abstracto niega la política al negar la confrontación de intereses que le es inherente. Pero los antagonismos no son fijos, ni se dan de una vez y para siempre; se traman a lo largo de la historia y se constituyen en la contingencia de lo social. Es así que el adversario político debe ser siempre hostis, no inimicus. La moralización de la política es una de las formas de la despolitización. Cuando la política se moraliza el otro deja de ser un adversario y se convierte en un enemigo a eliminar. Debemos decir que no hay macrismo. Lo que entendemos bajo ese nombre ominoso es menos una identidad política que el efecto de sofisticadas técnicas de dominación: comunicacionales, jurídicas, financieras. Máquinas semióticas que han acelerado la decadencia económica, social y cultural de la nación junto a la producción en serie de vidas precarias, vidas que no valen la pena y que el capitalismo contemporáneo las transforma en sujetos desechables. Allá lejos ha quedado la figura del viejo Marx de un ejército industrial de reserva. El “nuevo espíritu del capitalismo” vive de las diversas formas de abyección; su economía de la deuda es la realización absoluta de una barbarie sin reservas. Ya en los años ´50 Hannah Arendt vislumbraba con preocupación la posibilidad de soluciones totalitarias en sociedades o regímenes no totalitarios. Esto sucede en un sistema en el que hay vidas que son consideradas superfluas. La creencia neoliberal en el “sí se puede” ha demostrado que todo puede ser destruido. Los poderes judiciales se han reconvertido en máquinas de guerra. La arbitrariedad de sus acciones en alianza con el poder mediático y financiero ha ido diseminando pequeños “estados de excepción” al interior de nuestras sociedades democráticas. Milagro Sala en Argentina o Lula da Silva en Brasil son casos paradigmáticos. Territorios que supieron alojar prácticas emancipatorias se han transformado hoy en laboratorios neoliberales de experimentación sobre la naturaleza humana. Los grandes medios de comunicación se han convertido en incubadoras reaccionarias de las nuevas formas de violencia y micro-fascismo social. Estos medios han reemplazado el lugar que ocupaba la inquisición en la Edad Media y han devenido, al decir de Adorno, “nuevas fábricas del alma”. Su método de gobierno de las conductas se realiza a través de dispositivos de tele-fascismo a distancia. Ya hace algún tiempo, Giorgio Agamben identificó la correspondencia entre dispositivos mediáticos de control y manipulación de la palabra pública y dispositivos tecnológicos de producción de nuda vida: “entre los extremos de una palabra sin cuerpo y un cuerpo sin palabra”, dice el filósofo italiano, el espacio de la política tiende a reducirse o desaparecer. Las shitstorm de la red son síntoma y radicalización de esta especie de vida dañada convertida en espectáculo de masas. La expresión “cultura de masas” no es igual a la cultura popular. En la masa habita una subjetividad quebrada, una vida dañada por la violencia del capital. Por el contrario, en la vida popular anida un horizonte de justicia y emancipación. El neoliberalismo es una forma de gobierno que produce una masa allí donde habita una subjetividad popular. Como ha sabido decir mi amigo y maestro Alejandro Kaufman, el macrismo construyó pobres allí donde había pueblo. Pero sin embargo hay algo irreductible, una especie de resto inasimilable al poder, un deseo popular que recorre la historia de manera subterránea y que el gran Maquiavelo captó de manera singular: deseo de no ser dominado y ser libre. Pueblo es el nombre de ese deseo. Política el de la construcción de ese pueblo. El triunfo del neoliberalismo se

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Shin Bet torturó a un presunto asesino, pero es la conciencia de Israel la que está sedada

Fuente: Gideon Levy | Haaretz Fecha: 3 de octubre de 2019 Esto es lo que Akiva Novick, el reportero parlamentario de las noticias del Canal 13, tuiteó en respuesta al informe de Haaretz que el jefe de la célula sospechoso de asesinar a Rina Shnerb fue hospitalizado en estado crítico después de ser interrogado por el servicio de seguridad Shin Bet: «Usted dice esto como si fuera algo malo «. Y esto es lo que Ben-Zion Gopstein, fundador de la organización de derecha Lehava, tuiteó: “Cada terrorista necesita ser interrogado para extraer toda su información, y después de eso, la sentencia es la muerte. No importa si tuvo éxito o solo intentó [cometer un ataque]». Su hebreo roto no es lo único que tienen en común. Tampoco hay diferencias ideológicas entre el reportero político ostensiblemente decente y el activista despreciado. Lo que dice crudamente Gopstein, lo dice Novick con la elocuencia típica de su oficio. Pero el veneno que difunde es mucho más mortal. Y, sin embargo, Gopstein es al que se considera extremista e ilegítimo. El Shin Bet torturó hasta la muerte a un presunto asesino, pero Israel está sedado y con un respirador. Esta versión a pequeña escala del asunto del Bus 300, en el que el asesinato por parte del Shin Bet de dos secuestradores capturados en 1984 provocó una protesta masiva, ni siquiera ha provocado un bostezo en el Israel de 2019. Y aquí tienes la historia del país: degeneración moral en pocas palabras. Un hombre estaba a las puertas de la muerte por los golpes de su interrogador, algo que solo podía suceder en Guantánamo y en un puñado de países especialmente oscuros y rechazados. Sin embargo, aquí, los Gopsteins celebran, los Novicks incitan y la mayoría de los medios apenas lo informan. La edición de Israel Hayom del domingo, la víspera de la festividad de Rosh Hashaná, no mencionó al detenido que se estaba muriendo por una paliza. Y si no se informa, no sucedió. En cambio, el periódico tenía una conmovedora historia sobre «los israelíes que están preparándose para un año dulce». En Yedioth Ahronoth, un pequeño titular nos informó que «el cabecilla de una célula terrorista está sedado y con un respirador después de un interrogatorio del Shin Bet». Esto no podría haber sido cubierto por una envoltura más dulce. El tipo fue sedado y se le puso un respirador. Tenía un encierro dorado, estaba cansado. Por casualidad, esto sucedió después de un interrogatorio. Quizás se sobreexcitó. Tal vez le dieron algunas manzanas y miel en honor al año nuevo judío y resultó que era alérgico a estos alimentos. Pero sucedió algo impactante en las salas de interrogatorios del Shin Bet, que podría haber terminado en un asesinato cometido en nombre del estado, con su permiso y autoridad. Las personas que planearon y perpetraron el asesinato de Shnerb serán juzgadas, pero nadie será castigado por lo que sucedió durante este interrogatorio; es poco probable que sea investigado seriamente. Y los medios aplaudirán este fracaso, o al menos tratarán de ocultarlo y hacer que desaparezca. Ninguno de los reporteros que informaron con entusiasmo la captura de Samer Arbid («la cuenta ha sido saldada») tiene la menor idea de cuál fue su papel en el asesinato. Todo lo que saben es repetir como un loro, con una fachada grotesca de estar bien informados, lo que el Shin Bet les dicta, independientemente de si es cierto o no. El sospechoso, por supuesto, ya se ha convertido en el asesino. Tampoco nadie mencionará dónde ocurrió el asesinato, o la historia de cómo esa manantial natural, como docenas de otros, fue violentamente robada por los colonos bajo los auspicios del estado. Según Addameer, una organización de ayuda legal para prisioneros palestinos, Arbid se quejó ante un juez militar sobre dolores en el pecho, dificultad para tragar y vomitar, pero no fue enviado para recibir tratamiento médico. Al día siguiente, lo llevaron al hospital inconsciente, con insuficiencia renal, fracturas de huesos y otras lesiones causadas por las palizas. No es difícil imaginar lo que sucedió en la sala de interrogatorios. O tal vez es insoportablemente difícil. Simon, el sensible investigador del  Shin Bet de la miniserie «Our Boys», torturó a un detenido e indefenso casi hasta la muerte. «Fue un accidente de trabajo», nos dicen ahora, un error operativo. Se producen accidentes graves, especialmente cuando este es el trabajo: cruel, criminal y despreciable, el tipo de trabajo que podríamos haber pensado que ya había desaparecido del centro de interrogatorios en Petah Tikva y sus similares. Después, los interrogadores de Arbid se fueron a celebrar Rosh Hashaná. Indudablemente hablaron entre ellos un poco sobre el accidente y cómo se lo explicarían a los enérgicos investigadores de la unidad que examina las quejas de los interrogados. Los comandantes que les permitieron usar la tortura, el juez que negó el tratamiento a Arbid y el médico que aprobó el interrogatorio también tuvieron un Rosh Hashaná más dulce que la miel. En cualquier caso, la mayoría de los israelíes creen que Arbid merecía morir, en un país que se jacta de no tener una pena de muerte. Solo que a veces interroga a personas bajo tortura, sin juicio y sin que a nadie le interese. Traducción: Dardo Esterovich

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Trump, Ecuador, Argentina, Perú y oposición venezolana sufren crisis simultáneas: un momento de gran peligrosidad

Fuente: Clodovaldo Hernández | La Iguana.tv Fecha: 3 de octubre de 2019 Donald Trump afronta un impeachment. Iván Duque quedó en ridículo con su dossier contra Venezuela. Jair Bolsonaro ofreció el peor discurso de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (a pesar de que tuvo competidores de postín, como los dos anteriores). La élite política del Perú, sede del vociferante Grupo de Lima, sigue cayéndose a pedazos. Macri anda en cuenta regresiva y con una crisis económica monumental. El presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quedó al descubierto como otro narcopolítico. Al chileno Sebastián Piñera ya ni siquiera le compaginan los libretos. Y, para completar, el Ecuador del renegado Lenín Moreno ha entrado en el torbellino del conflicto económico, social y político y él ha decidido enfrentar esa coyuntura con una clásica respuesta de gobiernos de derecha: decretar el estado de excepción. En resumen, da la impresión de que tanto Trump como ese apéndice de su política contra Venezuela que es el Grupo de Lima están experimentando crisis simultáneas, algunas más intensas que otras, pero todas relacionadas con sus escenarios internos, esos de los que pocas veces hablan ellos, afanados como están en demostrar que el único asunto urgente del continente es derrocar a Nicolás Maduro. La crisis también la sufre la oposición venezolana, específicamente la parte de ella que ha tomado el control desde hace meses (Voluntad Popular y Primero Justicia). Esto configura un momento de altísima peligrosidad para los pueblos de los países mencionados y también para Venezuela, pues siempre ha sido el subterfugio de estos gobernantes para distraer la atención y tratar de salir ilesos. En el trance en que se encuentran, no sería raro que pretendieran utilizarla de nuevo como un elemento distractor. Oposición abollada El sector opositor más directamente vinculado a EEUU y al Grupo de Lima viene de sufrir reveses consecutivos devastadores, como la difusión de las fotos de Juan Guaidó con cabecillas del grupo narcoparamilitar los Rastrojos y la confesión de Lilian Tintori acerca de esas relaciones non sanctas. Previamente habían ocurrido las insólitas declaraciones de la pseudoembajadora en el Reino Unido, Vanessa Neumann, en las que recomendó ceder el territorio Esequibo a cambio de apoyo político internacional para el “presidente interino”. En los días de la Asamblea General de la ONU, los resultados fueron desastrosos para el bando antichavista, pues una vez más crearon expectativas que estuvieron lejos de satisfacer. Ellos, que tanto presumen de tener control del escenario multilateral, salieron de los foros diplomáticos con las tablas en la cabeza. La crisis interna se ha expresado también a través de síntomas como la renuncia (no dirigida a Guaidó, sino a su jefe político, Leopoldo López) del supuesto representante ante el Banco Interamericano de Desarrollo, Ricardo Hausmann, lo que según algunos analistas evidencia que importantes sectores de la burguesía nacional se están desentendiendo del Experimento Guaidó. Las crisis del centro imperial, de sus satélites y la clase política opositora venezolana son simultáneas, aunque tal vez sea la misma crisis expresada en síntomas específicos en cada caso. Trump contra las cuerdas La apertura del impeachment a Trump sobrevino justo luego de su infame discurso ante la ONU en el que, una vez más, intentó responsabilizar de todos los males del planeta a los países a los que ha tachado de enemigos, una lista en la que hay superpotencias como China y Rusia y naciones  de menor envergadura, pero rebeldes a sus órdenes, como Irán, Corea del Norte, Cuba y Venezuela.  Puesto personalmente contra las cuerdas, la peligrosidad de este personaje aumenta exponencialmente. Macri en picada El gobierno de Mauricio Macri, en Argentina, viene con plomo en el ala desde las elecciones conocidas como PASO, en las que quedó clara su condición de minoría ante la opción de Alberto Fernández y Cristina Fernández. El hecho político desencadenó lo peor de la enfermedad económica y por eso, Argentina llegará a su primera vuelta electoral sumida en un cuadro que recuerda algunos de sus peores tiempos, previos al liderazgo de los Kirchner. Duque en ridículo La crisis viene tocando a la élite gobernante de Colombia desde hace meses, debido a lo nefasto que ha resultado el gobierno de Iván Duque. De allí sus grandes esfuerzos por desviar las miradas hacia Venezuela. Pero sus intentos han resultado también muy torpes, en particular el que hizo ante la Asamblea General de la ONU, utilizando fotografías que  no corresponden ni en el espacio ni en el tiempo con las acusaciones que pretendía sustentar. El escándalo ha causado severos daños a su ya golpeada imagen en la antesala de unas elecciones regionales y municipales. Esta situación, igual que ocurre con Trump, torna a Colombia en un adversario especialmente peligroso para Venezuela. Lima descabezada otra vez Si algo muestra la crisis del Grupo de Lima (al que la diplomacia venezolana llama “Cartel de Lima”) es la inestabilidad del país sede. Esta característica ya se había puesto de manifiesto cuando fue destituido, por corrupto, el presidente Pedro Pablo Kuzcinski, un personaje especialmente obsecuente ante las órdenes de Washington. En su lugar fue designado Martín Vizcarra, quien mantuvo la línea antivenezolana y la actitud subordinada con EEUU. Los problemas internos, de los que pretendían evadirse, terminaron por explotar y Vizcarra optó por disolver el Parlamento, causando un conflicto de poderes que la prensa global, al servicio del capitalismo hegemónico intenta maquillar a toda costa. De haber ocurrido la disolución del Poder Legislativo en Venezuela, EEUU y sus aliados habrían ejecutado, casi con toda seguridad, la intervención violenta que han venido planificando desde hace mucho tiempo. La narcopolítica a flor de piel El discurso de EEUU y sus adláteres en contra de la influencia del narcotráfico en los gobiernos latinoamericanos ha quedado en ruinas en los últimos días. A las acusaciones difamatorias de Duque (rebatidas por la misma prensa colombiana) se suman las fotos reales de Guaidó con líderes del narcoparamilitarismo. Por si fuera poco, ahora queda clara la relación de Juan Orlando Hernández, el mandatario impuesto por EEUU en Honduras, con el narcotraficante más mediático

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Cómo el amor por una chica judía llevó a Paco Taibo II a Mordejai Anilevich

Fuente: May Samra y Béla Braun | Enlace Judío México Fecha: 3 de octubre de 2019 Luego de presentar un libro que no existe, el escritor y director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, habló con este medio sobre el proceso que lo ha llevado a explorar la historia de un “héroe judío, un héroe adolescente, un héroe socialista y un héroe universal”: Mordejai Anilevich. Hace algunos minutos, Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica y autor de varias decenas de libros, ha hecho algo que jamás había hecho: presentar un libro que no existe. Un proyecto, si se quiere, avanzado y que va tomando forma entre sus manos pero que ni él sabe si habrá de terminar. Se trata de un relato épico que nada tiene de ficción pero que tampoco será un libro de historia sino, más bien, una especie de reportaje histórico. Tras su ponencia, al mismo tiempo abatida y apasionada, Taibo se encuentra con el equipo de Enlace Judío en los pasillos del Centro Cultural Bella Época, donde se lleva a cabo la Feria Internacional del Libro Judío 2019, y lo conduce a su oficina, ansioso por encender un cigarrillo. Conversaremos sobre ese libro inexistente, sobre su pasión por los personajes revolucionarios y hasta sobre un pasaje de su adolescencia que lo llevó a encontrarse con el sionismo de izquierda. “Cuando tenía 15 años andaba persiguiendo a una adolescente judía y terminé yendo a la Hashomer Hatzair (movimiento juvenil judío), sin ser judío, y ahí pasé un año de mi vida, y además, era una biblioteca maravillosa, ahí descubrí a Jack London, a Howard Fast, y tenía grandes amigos en este mundo. Luego, bueno, mi relación con esta muchacha nunca pasó a mayores, yo evolucioné a ciertos espacios de la vida adolescente… Pero el nombre de Mordejai sonaba como el gran héroe del movimiento scout judío, pero yo lo había perdido. El redescubrimiento fue la famosa carta que le escribe a los compañeros en el exterior, donde dice “hasta ahora, los judíos sabemos que vamos a morir pero ahora sabemos cómo vamos a morir.” Se refiere a Mordejai Anilevich, líder de la resistencia del gueto de Varsovia que durante un par de semanas mantuvo a raya al ejército nazi que, entre el estupor y la furia, no atinaba a comprender cómo había surgido un bastión de resistencia entre los judíos, capaz de oponerse con relativo éxito a su maquinaria de aniquilación. “Y eso (el mensaje de la carta) es lo que está detrás de la resistencia y del alzamiento. Uno de los hechos heroicos de la humanidad, el alzamiento del gueto de Varsovia. Ciento cincuenta adolescentes, la mayoría de ellos, de grupos socialistas, sionistas, combatiendo contra 2,000 SS más la artillería y la aviación nazi concentradas sobre el gueto.” La carta aludida fue enviada por el joven Mordejai a sus compañeros del exterior del gueto para informarles que organizaría una rebelión contra los nazis, que ya perpetraban ahí una masacre cotidiana. Anilevich, que contaba con algún entrenamiento militar y era dueño de un liderazgo natural, pudo entramar una red de tráfico de bienes e información que le permitió a la resistencia articularse, conseguir armas, construir túneles y oponerse tanto a los nazis como a los cómplices que estos encontraban dentro de la propia comunidad judía cautiva dentro de las paredes del gueto. Durante 15 años, Taibo ha ido recabando información en lugares tan dispersos como una biblioteca en Houston, donde pasó tres días leyendo “un archivo maravilloso (…) sobre temas del gueto porque, por no sé qué razón, había supervivientes del gueto; (la investigación) me ha llevado a buscar textos en revistas rusas y buscar un amigo que me los traduzca; me ha llevado a entrar en redes de información sobre el Holocausto, de origen judío pero que tienen su base informativa en inglés, lo cual te ayuda enormemente; me ha llevado a encontrar los cinco folletos que había sobre el alzamiento del gueto de Varsovia escritos en español…. Lugares inusitados.” Pero el escritor admite que no era su intención realizar una investigación exhaustiva pues, dice, “no estoy haciendo un libro de historia. Estoy haciendo lo que llamarías un libro de historia narrativa. Una especie de reportaje histórico” que no incluye tampoco testimonios que él haya obtenido directamente de supervivientes, pues “se hubiera convertido en un libro de historia. Cuando entro en la obsesión soy peligroso, me hubiera llevado a hacer un libro como Patria, que me llevó siete años y que tiene cerca de 7,000 fuentes informativas y no, no, cuidado. Me hubiera quedado ahí. Si aquí tengo dificultades para escribir un librito de 100 páginas, no les quiero contar (qué pasaría) si entro en una investigación en profundidad.” Lo que sí hizo fue visitar Varsovia en busca del gueto, de las calles donde se gestó la resistencia y donde el propio Anilevich, acorralado por la maquinaria nazi enfurecida, se quitó la vida. El descubrimiento de Taibo fue “horrible. La pregunta es dónde está (el gueto). Y no está (…). La Varsovia que recorrí era muy fantasmal y la tumba de Mordejai era una patada en el estómago, porque, además, no era ahí, no está puesta donde era la calle Mila, está en un parque.” Como expuso hace una media hora ante un público que lo veía con profundo interés desgarrarse en su estilo apasionado y, a la vez, contenido, Taibo da cuenta de la devastación que realizaron los nazis donde antes había estado el gueto: no dejaron piedra sobre piedra. Había que borrarlo todo. Un crimen doble. El asesinato de la gente y el asesinato de la memoria. Antes de su visita a las calles donde alguna vez se formó el gueto, Taibo supo que el memorial de Anilevich había sido vandalizado por neonazis. Cuando llegó, sin embargo, ya lo habían limpiado. “Si no, yo ya venía con mi bote de pintura blanca, nomás faltaba. La batalla contra los vándalos hay que seguirla dando. Porque el racismo y el fascismo son una enfermedad mental peligrosa: no solo le matan las neuronas al

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La propaganda no es periodismo

Fuente: Atilio Borón | Blog de Atilio Borón Fecha: 2 de octubre de 2019 Mientras esperaba una conexión aérea que me transportara de Santa Cruz de la Sierra a La Paz la pantalla gigante del bar donde estaba disponiéndome a almorzar estaba clavada en la CNN. Por supuesto ignoré lo que allí se transmitía porque era un chismerío sobre el posible juicio político a Donald Trump (que ni los demócratas se lo creen), el papel del presidente de Ucrania inmiscuyéndose supuestamente en la campaña presidencial de Estados Unidos y otras menudencias destinadas a distraer a la audiencia y evitar que se enriquezca con la recepción de insumos cognitivos rigurosos, adecuadamente contextualizados, que le ayuden a comprender que es lo que realmente pasa en el mundo. Seguí ensimismado en la revisión de a ponencia que leería en La Paz a últimas horas de la tarde pero al rato me llamó la atención el tono sumamente enfático de alguien que ahora ocupaba la pantalla y que se preguntaba cómo podía ser que Alberto Fernández dijera que no había una dictadura en Venezuela, aunque sí una deriva autoritaria. Traté de seguir con mi trabajo pero me resultó imposible porque no sólo Andrés Oppenheimer seguía rasgándose las vestiduras sobre los dichos de Fernández sino que comenzó a tirar cifras de las miles de ejecuciones extrajudiciales que habría perpetrado el gobierno bolivariano pese a que la evidencia que sustenta tan grave acusación no resistiría un día de examen en sede judicial. Claro, esto siempre y cuando jueces y fiscales no hubieran sido alumnos de los cursos de “buenas prácticas” organizados por el gobierno de Estados Unidos en donde se instruye a los magistrados a administrar la justicia como Dios manda. El actual ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro, es uno de los más brillantes egresados de esos cursos y su condena del ex presidente Lula una verdadera hazaña de la orfebrería jurídica imperial. Oppenheimer intensificó sus críticas pasando de Maduro a Cristina Fernández a la que acusó de haber producido un desastre económico  durante su mandato pero sin fundamentar, otra vez, tan descalificadora valoración. Sus palabras eran un eco de otro disparate pronunciado por Mario Vargas Llosa, gran novelista pero un mero diletante a la hora de analizar la vida política, que en una nota publicada a comienzos de septiembre en La Nación calificó al gobierno de Mauricio Macri –que arrasó con la economía, la sociedad, la cultura y el estado de derecho en la Argentina- como uno de “los más honestos y competentes” de nuestra historia. Dado que ya me referí a este exabrupto en un posteo reciente vuelvo a lo de Oppenheimer para pedirle que por favor antes de seguir hablando de la “dictadura” de Maduro se sirva contemplar las dos fotografías que acompañan esta nota y que fueron publicadas en el Facebook de Nilson Peña Mora, Alcalde del municipio Rivas Dávila, en el Estado Mérida, de la República Bolivariana de Venezuela. Este sujeto aparece luciendo orgullosamente una camiseta con un grosero insulto al presidente Maduro y en la otra con alguna de sus admiradoras, ataviada de la misma manera. No sólo eso sino que en más de una ocasión declaró públicamente que “su presidente” era Juan Guaidó y no quien había usurpado ese cargo, que no era otro que Nicolás Maduro. Por supuesto, el Alcalde sigue en funciones y haciendo lo que le viene en gana, al igual que el “presidente encargado” (por Donald Trump) de reemplazar a este último. Yo le pregunto a un observador tan atento de la vida política como Oppenheimer qué cree que hubiera ocurrido si alguna persona cualquiera hubiera salido a la calle para pasearse con una camiseta con la misma inscripción pero que en lugar de Maduro dijera Pinochet, Videla, Franco. Bajo esas dictaduras el pobre sujeto habría sido apresado al instante, sometido a feroces torturas y hecho desaparecer sin dejar el menor rastro. Así operan las dictaduras. Nada de esto ha ocurrido con Peña Mora, que al igual que Guaidó, siguen haciendo de las suyas sin ser molestados por las autoridades del estado bolivariano precisamente porque no es una dictadura sino una democracia sometida a una brutal guerra económica (que algunos analistas norteamericanos estiman que ha producido por lo menos 40.000 muertos por el bloqueo en el suministro de medicamentos y comida), tema sobre el cual Oppenheimer y sus cofrades guardan escandaloso silencio.  Don Andrés, por favor: todo periodista tiene que hacer honor a un “juramento hipocrático” que establece que su obligación moral, inescapable, es “decir la verdad y denunciar las mentiras.” Obligación que, claro está, no existe para los cultores de la propaganda política, que pueden mentir a sabiendas, ignorar datos escandalosos como los que ilustran estas fotografías, y seguir con las  prédicas desestabilizadoras que le dictan sus amos desde Washington como parte de la guerra de quinta generación encaminada a producir un “cambio de régimen” en Venezuela, como para enorme felicidad de sus pueblos hicieron en Libia e Irak, e intentan hacer ahora en Siria y Venezuela.

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