La CGT y el vandorismo herbívoro
Fuente: Carlos Romero | Revista Zoom Fecha: 05 de OCT 2017 La paulatina pero constante domesticación de la CGT ocupa un lugar destacado entre los méritos políticos del gobierno de Mauricio Macri. En menos de dos años, sin alterar demasiado el curso de sus decisiones y ahora en la antesala de un pleito electoral clave, Cambiemos volvió a ubicar a la conducción cegetista en la fila de sus interlocutores bajo control, a los que suele proponer una negociación con muy poco margen de maniobra y en la que el Ejecutivo establece y altera a su gusto las reglas de juego, los tiempos y la lógica del intercambio, con más destrato que cortesías. El saldo del Comité Central Confederal, celebrado el martes en la sede de La Fraternidad, vino a formalizar esta relación de fuerzas: la CGT llamó a deponer las amenazas lanzadas al aire, apuntalar la integridad del triunvirato, cajonear eventuales planes de lucha y reencausar el diálogo con Balcarce 50, misión para la que se facultó el Consejo Directivo. Así las cosas, a pesar de que se acercan las temperaturas más cálidas, la CGT seguirá en cuarteles de invierno, a la espera de que pasen las elecciones de octubre y se aclare el panorama. En la nada quedó la advertencia que el 22 de agosto realizó Juan Carlos Schmid. En esa jornada de protesta, desde un escenario en la Plaza de Mayo, el triunviro había asegurado que la reunión del Confederal serviría “para decidir un plan de lucha que incluya un paro general”. “Si en un momento la Rosada y la CGT simulaban dos autos acelerando en rumbo de colisión, no fue el gobierno quien pegó el volantazo o redujo la velocidad” Antes que a la paciencia del cauto, la postura de los líderes sindicales se parece más a la resignación de quien espera lo inevitable: un resultado que en las urnas confirme la potestad del oficialismo para continuar con su programa en materia económica y laboral, reforma mediante. Si meses atrás, cuando el panorama no le era tan adverso y la nueva conducción todavía generaba más expectativas que desencantos, la central obrera nunca mostró la astucia necesaria para disputar con el gobierno, ahora hay un convencimiento general de que las condiciones sólo permiten replegarse y defender. Igual de cierto es que esa fue la conclusión a la que la cúpula de la calle Azopardo arribó, una y otra vez, desde que Macri llegó a la presidencia. Reivindicando su prédica cristiana, la CGT nunca dejó de poner la otra mejilla. Prueba de la situación desfavorable que presiente la dirigencia gremial es la unidad conseguida: a la cita del Confederal asistieron todos, excepto los Moyano, que igualmente acompañaron a la distancia, en un gesto que los preserva para articular por la libre, en vista de los intereses diversificados que encarnan el líder Hugo y sus hijos Pablo y Facundo. Con distintos argumentos y temperamentos, los “gordos”, los independientes, el barrionuevismo, e inclusive los díscolos, se abroquelaron en torno al triunvirato y respaldaron la decisión de reemplazar los tambores de guerra por la bandera blanca del diálogo. Sólo si las tratativas no llegan a buen puerto –algo con profusión de antecedentes en los contactos con la Rosada– volverá a hablarse de pasar a la acción. Esta fue la cláusula gatillo impuesta por Sergio Palazzo, referente de La Bancaria y una de las voces fuertes de la Corriente Federal de Trabajadores, una línea interna que no tiene representación en el secretariado y que apoya abiertamente a Unidad Ciudadana. Palazzo, quien tiempo atrás pedía tensar la soga y confrontar, consideró que hoy salir a la calle sólo traería beneficios para la estrategia electoral de Cambiemos. Otro sector que retornó al seno cegetista fue el de los cerca de 40 gremios del Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA), liderado por Omar Viviani y el ferroviario Sergio Sasia, que tiene como exigencia dejar de lado el mando colegiado y, en 2018, volver al esquema de un solo secretario, un pedido que hace rato conforma mayorías. En apenas dos horas y sin mayores conflictos, salvo algún chisporroteo menor, se ratificó lo acordado en reuniones previas. Lejos del tono inflamado que tuvo a mediados de agosto, Schmid explicó a la prensa las razones de la mesura: “Llevaremos adelante medidas de protesta de no prosperar el diálogo, pero es una resolución que va a ir madurando. Agradecería que no empecemos a poner fechas o establecer límites”. El pedido vino a cuento de uno de los episodios más sonados en el historial del triunvirato, ocurrido en marzo último, cuando los secretarios generales convocaron a un paro nacional, pero sin precisar qué día iba a realizarse, mientras desde abajo del palco montado frente al Ministerio de Producción les gritaban “poné la fecha, la puta que lo parió”. “Antes que a la paciencia del cauto, la postura de los líderes sindicales se parece más a la resignación de quien espera lo inevitable: un resultado que en las urnas confirme la potestad del oficialismo para continuar con su programa en materia económica y laboral, reforma mediante” Héctor Daer fue el encargado de subrayar los “límites innegociables” que pondrán sobre la “mesa de entendimiento” reflotada con el macrismo: no permitir que los cambios en la formación profesional “se transformen en un mercado laboral de pasantes”; seguir de cerca el denominado blanqueo de trabajadores, para lo cual pretenden “compartir la potestad de fiscalizar aquellos nichos y actividades que tienen empleados en la informalidad”; y monitorear “la situación de las organizaciones sindicales que están intervenidas”, un tema que hace sonar todas las alarmas en el mundo gremial. Como contraparte, los compromisos asumidos informalmente por el gobierno tienen ese perfil que caracteriza al oficialismo en la negociación: prometen que no harán lo que todavía no pueden hacer. En el caso concreto de la reforma laboral, el ministro Jorge Triaca ya garantizó que no tendrá un espíritu antisindical y que se evaluará sector por sector. “No va a ser a la brasileña”, resumió el ministro. Palomas