Octubre rojo: balance con futuro
Fuente: Jorge Elbaum | Hamartia Fecha: 10 de NOV 2017 Toda la experiencia del sujeto –biográfico o colectivo– contiene luces y sombras. Pero los matices de su interpretación, con concesiones o atribuciones de oscuridad, depende del enfoque. La nostalgia puede llegar a ser un atributo productivo, si se liga al deseo colectivo, no a la procesión a su sepultura, instalado en los confines del pasado arqueológico. Todavía “suena” en el imaginario humano, en la sucesión de datos históricos, la revolución de octubre. Todavía atraviesa como fantasma a memoriosos y también sus detractores. Ese atravesamiento se liga no solo a una historicidad sino al paradigma de un anhelo y al mismo tiempo a la evidencia de las contingencias sociales: todo puede pasar, incluso lo más desafiante. Y todo puede pasar –incluso hoy o mañana—porque hay ejemplos de que ya ha pasado. ¿La revolución rusa es parte de un proceso o un salto aislado en la continuidad histórico- social? Esa es la pregunta central del análisis teórico. Dado el déficit de humanidad provocado por el capitalismo, su inmanente incapacidad para incorporar a una gran porción de los seres vivos (a una vida plena), su fetichismo de los mercados y su engolamiento por la violencia y las guerras, pareciera que no es una cuestión del pasado. Lenin —llamativamente— sigue “funcionando” como un recurso programático permanente. Pensar “octubre” como un hecho aislado, una gota hundida en el mar de la historia, parece ser más un deseo ingenuo que una entidad operable. Luego de la Comuna de París ha sido el segundo intento por conquistar la identidad completa de lo humano, en la magnitud de un desafío aún pendiente. La larga lista de intentos no suele incorporar –salvo en las investigaciones de larga duración– las derivas parciales de sus efectos. ¿Fracasó la revuelta de los esclavos, liderados por Espartaco, contra el Imperio Romano? ¿qué dejó como impulso volitivo, como “principio de deseo” su derrota a manos del Imperio? Las victorias pírricas, o su dialéctica de sentido hacen de las luchas sociales algo más que triunfos o fracasos. Son jalones apropiables por generaciones venideras que recogen el guante de la historia. Capítulos que servirán para forjar la mística (siempre necesaria) del enfrentamiento, el homenaje a los caídos, pero también el ejemplo de lo posible, de lo ya iniciado, de lo accesible, aunque sea en lo imaginable. No ha habido experiencia de cambio social –consensuado o bélico—que no haya sido guiado en paradigmas previos. La Revolución Rusa sigue siendo hoy el paradigma –entre los dueños del mundo– de aquello que es temido. He ahí su constante desesperación e insistencia para hablar de su “fracaso” y su derrota. La paradoja básica de los sucesos de 1917 es que su eco inició el periodo de las “revoluciones triunfantes” algunas de las cuales fueron sus herederas y hoy permanecen. Octubre supone la persistente amenaza de un cambio que en su momento admitió la posibilidad de enfrentarse a un relato único de desarrollo económico y, simultáneamente, a las extorsiones de los designios imperiales. Supuso, además, una reconfiguración del capitalismo –su versión keynesiana y el “estado de bienestar”— como respuesta defensiva frente a los “peligros” revolucionarios. El leninismo no solo produjo efectos por acción. También generó ecos por defecto: los “treinta gloriosos”, el periodo de mayor extensión de derechos en occidente fue la opción que asumieron las democracias en occidente ante la esperanza subversiva que imponía la revolución rusa. Otra de las consecuencias que permitió la revolución rusa –hoy llamativamente olvidadas—es la liberación de la mitad de la humanidad del yugo colonial. De no haber existido la URSS, los movimientos de liberación nacional hubiesen tenido que enfrentarse en solitario a la lógica imperial extractiva y monopólica que controlaba dos tercios de la geografía del mundo en la época en que se desarrollaron los sucesos de octubre. Una de las dimensiones menos nombradas en los espacios de la nobleza académica es el “efecto conceptual” que devino de la revolución: cuáles fueron los cambios en las sensibilidades de época y las democratizaciones simbólicas que devinieron de su victoria. El mundo de 1917 cambió con su irrupción. Pero lo menos nombrado es que el mundo actual –principios del siglo XXI continúa latiendo con su fantasma. En términos evolutivos, el recorrido cronológico es una combinación yuxtapuesta de regularidades y rupturas. Los sujetos, tanto los individuos como los actores colectivos, son expresión y al mismo tiempo expresiones de esos procesos y de sus creadores y/o sintetizadores. Solo que no eligen el ritmo de sus continuidades ni de sus cambios. Lo que sabemos de la historia humana incluye quiebres abruptos que al mismo tiempo son hijos y nietos de pequeñas mutaciones a veces imperceptibles. Esos “saltos”, esas reconfiguraciones –los que expresan el “derrame” de los cambios anteriores–, producen nuevas formas de entender la realidad (el pasado, el presente y el futuro), y suponen la reorganización de los dispositivos materiales disponibles en una época. Muchos de esos cambios están precedidos por impulsos previos cuya conclusión final obnubila su gestación. o es posible prospectivamente dar por muerto un hecho o una acción social colectiva si ese dato no está anulado por las condiciones de su productividad: la revolución de octubre no feneció simplemente porque las causas que la produjeron están hoy presentes. Tanto los materiales como las simbólicas. La humanidad sigue estrechando su círculo de privilegiados y excluidos. Los procesos migratorios, la crisis de la “noción de trabajo”, los conflictos producidos por el extractivismo, las cíclicas crisis financieras generadas por las caídas de las tasas de ganancia, y las guerras avaladas por las imposiciones neocoloniales actualizan permanentemente los espectros de los soviets. En el nivel “simbólico” la revolución otorgó –sin fecha de vencimiento atraviese o no a generaciones— una “tabla de salvación” esperanzadora para quienes viven en la ignominia y quienes no soportan la idea de convivir (portándola u observándola) con ella. La Revolución Rusa ha sido un salto en la posibilidad de conquistar la vida para nuestra especie. Un múltiple impulso que las biografías históricas apenas pueden divisar