El silencio de un sector fundamental
Fuente: Ricardo Aronskind (*) | La Tecl@ Eñe Fecha: 9 de mayo de 2020 La pandemia, sumada a los problemas estructurales que arrastra el país y al agravamiento provocado por el macrismo, ha hecho que los márgenes para tomar políticas consensuadas se achiquen. El gobierno nacional continúa preso de una inhibición aprendida a lo largo de todo el trayecto democrático, reforzada por un estilo moderado para no parecer “agresivo” frente al aparato comunicacional incólume de la derecha. Es en este cuadro político-social que resulta imprescindible que comience a expresarse con toda su diversidad la fuerza latente de los que realmente están comprometidos con el destino de Argentina y su gente. El campo nacional no puede seguir sometido a la mirada disciplinadora de la derecha liberal que establece límites a las políticas públicas de los gobiernos populares. Luego de la derrota electoral de 2015, el espacio kirchnerista recibió un durísimo ataque organizado y planificado que apuntaba a su desaparición, o a su fragmentación hasta la insignificancia política. A esa derrota se había llegado con problemas internos no menores, escenificados por la ausencia de un candidato que representara en un sentido profundo el recorrido político de los 12 años previos. El nombre Scioli fue el resultado de una transacción entre el espíritu rebelde que corporizaba Cristina Kirchner y el espíritu conciliador de otros sectores amplios del peronismo que no concordaban con las políticas kirchnersitas, o con los enfrentamientos que ésas producían con el poder corporativo, mediático o internacional. Pero a partir de la llegada del macrismo, con la derecha en el poder del Estado, se desató un aluvión de ataques en los más diversos planos contra ese amplio espacio que reivindicaba la trayectoria seguida desde 2003, incluyendo los conflictos que se habían asumido, y el conjunto de valores sintetizados en las políticas y el discurso “nacional y popular”. En el terreno económico, la idea repetida incansablemente por Cristina había sido la del crecimiento con inclusión. Todo eso debía ser desterrado de la política argentina. La organización piramidal –por encontrarle un formato no del todo adecuado- del kirchnerismo, su falta de estructuración política en niveles intermedios, lo hicieron depender notablemente de Cristina, quien a su vez fue bombardeada desde el primer día por la derecha gobernante, tratando de destruirla política y humanamente. Pero sobre todo dañar su imagen pública, cosa que lograron parcialmente, lo suficiente como para mellar en parte su fuerza electoral, lo que fue sintetizado en la expresión “con Cristina no alcanza”. El hostigamiento comunicacional y judicial sobre Cristina, se extendió a todo lo que fuera “K” transformado en letra infamante, que sintetizaba la idea de delito, de autoritarismo, de insensatez y de desconexión del mundo, frente al “buen sentido” y la “decencia” que encarnaba el presidente Mauricio Macri. La maniobra era de más largo aliento, porque apuntaba –y apunta- a estigmatizar como kirchnerista-chavista (ahora también comunista) a cualquier política nacionalista, redistributiva o de transformación clara de estructuras económicas, sociales o institucionales. Por ejemplo: discutir y modificar la Constitución Nacional sería caer en el peligroso kirchnerismo. Modificar al corrupto poder judicial sería peligroso kirchnerismo. Poner coto a la difusión de mentiras y manipulaciones en los principales medios de comunicación, sería peligroso kirchnerismo. En esos cuatro años macristas en los cuales el alto empresariado argentino mostró la total inconsistencia de su plan de gobierno, el espacio nacional y popular pasó por momentos de esperanza casi mágica, luego de desaliento porque no se producía un diciembre del 2001 macrista, y de zozobra cuando Cambiemos ganó las elecciones de medio término con el 42% de los votos. “Se quedan 20 años” fue la sensación de muchxs. El programa económico macrista se reveló como un desastre que empezó a hundirse a sólo dos años de haber iniciado una gestión con total apoyo del establishment local e internacional, y los segundos dos años fueron de caída económica y social acelerada. Si los hechos objetivos estaban claros, en términos de lo deplorable de las políticas macristas, en el terreno de la lucha política la cosa era diferente. Parte del peronismo apoyó al macrismo, la CGT se mostró moderadísima frente al rumbo claramente anti obrero del gobierno, y muchísimos de los intendentes y gobernadores de ese origen se mostraron “neutrales”, influenciados y hasta atraídos por el militante apoyo del mundo de los negocios al macrismo. Además, la deserción de los pocos medios que se consideraban nacionales y populares, y la casi total mordaza y asfixia económica sobre espacios de opinión e información alternativos contribuyeron al monopolio que ya venían ejerciendo y disfrutando los medios del establishment. El gravísimo problema comunicacional democrático, que no se logró resolver durante el gobierno kirchnerista, se agudizó con el gobierno del poder corporativo. Ni qué hablar de la función partidista-militante del poder judicial y de la persecución y encarcelamiento ilegal de figuras opositoras. Todo hecho con el beneplácito de norteamericanos y europeos (las famosas “democracias liberales”), y de toda la satelital derecha latinoamericana. Los 4 años macristas no fueron años de crecimiento del espacio nacional y popular, aunque se podría pensar que era un momento especialmente propicio para que mucha gente entendiera de qué se trataba realmente el verso del republicanismo y las buenas ondas. Ese crecimiento no ocurrió no sólo por la abrumadora propaganda política disparada por un sistema mediático casi completamente sintonizado con la derecha, sino por la falta de palabra y organización del espacio alternativo. El kirchnerismo no creció en estructuración interna, y aunque se agregaron nuevos espacios al campo popular, la dispersión y la falta de trabajo colectivo continuaron. A pesar del daño social provocado en forma creciente por el macrismo, a pesar del desempleo, de la caída salarial, del deterioro de las condiciones de vida que empezó a llegar a sectores medios, no se fortaleció un polo alternativo con una mirada claramente crítica del proyecto neoliberal. Cristina leyó el cuadro, nacional y global, y maximizó el uso de las fuerzas disponibles aprovechando el malestar creciente con el ajuste del macrismo y el FMI, y propuso una figura presidencial a la