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Vicentin, la empresa aceitosa

Fuente: Horacio Gonzalez | Nuestras Voces Fecha: 21 de junio de 2020 Los dueños de Vicentin se mostraron a la altura de la consistencia pastosa del biodiésel que extraían. Pero, así como el aceite comestible puede transformarse en biodiesel, Vicentin puede pasar de ser un centro penumbrosos de negocios a costa del dinero público, a una empresa pública con respaldo estatal. La confrontación está abierta. Las derechas del odio vuelven a anudar la bandera nacional al temor de que se vulnere la propiedad privada. Una vez más nos tocará defender una democracia viva e igualitaria. Son antiguos los debates respecto a qué es una ciudad. En principio, es un ámbito de libertades, que pueden ser exclusivas de un minoría –al promoverse al mismo tiempo la esclavitud, como en las antigua ciudades griegas–, o ámbitos de creación de libertades, como las ciudades que emergen del proceso de industrialización y disolución progresiva del campesinado que sostenía en términos de vasallaje el régimen feudal. Pero no ocurre lo mismo en las grandes metrópolis actuales, que exceden a la ciudades renacentistas, donde la vida se politizaba alrededor de foros, consejeros del príncipe y el príncipe mismo que “creó ciudadanía” a partir de la tensión entre el poder que es temido o deseado. La ciudad de los inicios del capitalismo ya es un engendro singular. Es recordable la descripción que hace Engels en 1843 de “La situación de la clase obrara en Inglaterra”. Las peores condiciones de existencia, hacinamiento, trabajo infantil, niños que duermen en la misma fábrica, entre húmedos alquitranes. Es la ciudad herida por una desigualdad de hierro, el mando fabril y el proletariado sin ciudadanía social, solo entregando su fuerza de trabajo, lo que a su vez lo deshumaniza. Pero una ciudad como Londres no ejerce su vida social solo en torno al surgente movimiento fabril. Otra gran franja de habitantes vive en otras condiciones, adquieren y gozan de una ciudadanía política y cultural. Pueden ir al teatro shakespeariano y leer la “Balada del viejo marinero” de Coleridge. Es una ciudad no reducible enteramente a las condiciones de producción del nuevo industrialismo capitalista. A mediados de siglo XX un recordable libro de Henri Lefebvre sugiere un “derecho a la ciudad”, donde defiende la idea de una comunidad de iguales que usufructúan la ciudad no como un espacio que reproduce el mercado capitalista, sino como un mundo cívico donde se discute cómo construir la vida igualitaria al margen de la alienación del trabajo. No fue esa, sin embargo, la orientación de muchos otros trabajos de la naciente “sociología urbana”, que desde los estudios de la ciudad de Chicago en los años 30 y de San Pablo en los años 50, percibió en la gran urbe un campo de experimentación de circulación, habitacional y laboral, con conflictos de ocupación territorial, tratamiento de la ilegalidad, corrientes inmigratorias, economías impetuosas y expansión fabril, todo lo cual configuraba un ente tanto de ecología vital como de construcción de relaciones simbólicas. Con lo que la ciudad terminaba siendo una identidad productiva y cultural fusionadas y siempre en conflicto. Otros estudios avanzados en los años 60 y 70 enfatizaron mucho más el papel de las ciudades en torno a las grandes fábricas, desbalanceado el papel de la urbe en favor de lo que las gigantescas Corporaciones hacían de ella, un simple suministro de la “reproducción colectiva” de la fuerza de trabajo, en términos de vivienda y educación, todos ellos aspectos subordinados a las necesidades fabriles. Toda la ciudad se concebía como una unión urbana al servicio de la reproducción del trabajador. Era obvio que ciudades como Buenos Aires o París, con su tejido metropolitano tan complejo, no podían reducirse únicamente al mero aspecto de ser ámbitos anexos a las necesidades materiales de la producción industrial. La clásica asociación entre ciudad y libertades cívicas (o creación de identidades y símbolos) quedaría así totalmente anulada. La heterogeneidad urbana y las luchas sociales lo impedían. No obstante, esta cuestión de la adhesión subordinada de un tejido urbano a las necesidades de grandes empresas dista mucho de ser un punto de vista superado. Para dirigirnos rápidamente a las calificaciones que forman parte de nuestra actualidad más candente, veamos el caso de la empresa Vicentin y otras de semejante porte y funciones, primero en relación de las pequeñas ciudades que tienen a su servicio. Como todos sabemos, el Intendente de la ciudad de Avellaneda, en realidad una urbe menos que mediana adosada a la ciudad santafesina de Reconquista, tiene una directa e íntima relación con los directivos de esa empresa cerealera, una de las principales exportadoras de granos del país. Buena parte del pueblo, como es lógico, depende de empleo o formas derivadas de empleos que están directa o indirectamente relacionada con las necesidades de la empresa, que tiene allí su sector portuario exclusivo, aunque el puerto no es de su propiedad. Esto debe aclararse porque muchos puertos de las orillas del Río Paraná, son puertos privados de otras grandes cerealeras, Dreyfus es propietario del puerto de General Lagos, al sur de la provincia de Santa Fe, y en su página oficial lo presenta como “el puerto privado más importante del país”. Lo que se podría considerar el tercer o cuarto puerto de importancia de la Argentina, también sobre el Rio Paraná, luego de Buenos Aires, Rosario y Bahía Blanca, es el Puerto de General San Martín, cercano al solar donde se desarrolló la batalla de San Lorenzo y años después, en las inmediaciones donde se llevó a cabo una de las batallas contra la flota anglo francesa, luego de que superara la oposición que se hizo en Vuelta de Obligado y siguiera río arriba. Son acontecimientos de 1845. Pero en décadas pasadas, el intendente del lugar tuvo que pedir que las empresas propietarias de las grandes extensiones de esa zona sojera, permitiera abrir un pasadizo para que se visitara un monolito conmemorativo. Pero no solo eso, como en las cercanías de ese puerto –junto a la llamada Terminal 6, están instaladas las sedes de Cargill,

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Con la cuarentena no alcanza. Dificultades y propuestas para «danzar a la Argentina» con Covid-19

Fuente:  Daniel Feierstein| El cohete a la luna Fecha: 21 de junio de 2020 El incremento del número de contagios y muertes por coronavirus en el Área Metropolitana de Buenos Aires y las dificultades para sostener social, psicológica y económicamente una cuarentena que lleva tres meses y pareciera necesitar algunos meses más, crean visiones empobrecidas o dogmáticas para evaluar los caminos a seguir. Algunos creen que Argentina es el ejemplo del mundo y que se debe endurecer la cuarentena (“volver a fase 1”). Otros apuestan a la inmunidad de rebaño, con el “costo” de decenas de miles de muertes para “sostener la economía”, algo que ya fracasó con el “modelo sueco”, Gran Bretaña o los ejemplos de la gripe española. Y en los medios masivos desfilan decenas de irresponsables: Jorge Asís y sus “muertos imaginarios” (que ya dejan de serlo), Luis Novaresio (que transfiere agitadamente a la audiencia sus propias ansiedades), entre tantos ejemplos que eligen ignorar el ABC del periodismo: aportar calma, información confiable y seriedad analítica. Martillos y danzas El modelo del ingeniero español Tomás Pueyo (que ha demostrado eficacia para lidiar con la crisis pandémica y que es seguido por numerosos expertos en el mundo) propone dos instancias articuladas: el martillo (cuarentenas estrictas de dos a cuatro semanas para bajar la tasa de contagios y preparar el sistema de salud) y la danza (la “nueva normalidad”, que incluye la apertura protocolizada gradual de actividades y una política de trazabilidad: detección, seguimiento y aislamiento de casos). El éxito inicial argentino radicó en la implementación de un martillo temprano (cuarentena estricta con muy pocos casos), que explica la diferencia en la curva no solo con los ejemplos más graves de la región (Brasil y México, pero también Ecuador, Chile o Perú). Para fines de abril dicha etapa se encontraba agotada y se requería avanzar con la danza, algo que anunciábamos aquí mismo el 26 de abril. Poco de ello fue abordado, destacando las políticas del Programa Detectar y El barrio cuida al barrio, ejecutadas gracias a la persistente tenacidad de las organizaciones populares y los curas villeros. Dos meses después estamos en el mismo punto, pero con una decuplicación de la cantidad de casos diarios en el AMBA y una triplicación del número de muertes. Argentina y América Latina no logran danzar… ¿Por qué? La complejidad de los fenómenos sanitarios La mirada reduccionista del proceso de salud-enfermedad es una constante en la historia moderna y sus consecuencias más graves pueden observarse en las crisis. Alberto Fernández fue inteligente y eficaz al crear el “comité de expertos”. El punto débil fue creer que una crisis sanitaria solo involucra temas médicos, ignorando las cuestiones sociales, psicológicas y logísticas sin las cuales las medidas, por correctas que sean, fracasan. Era evidente para cualquier sociólogo que el éxito obtenido durante las tres o cuatro primeras semanas de aislamiento no podría sostenerse en el tiempo. Con o sin controles, una población educada en el individualismo, sin una campaña de concientización eficaz, comenzó un proceso de “violaciones hormiga”, visitando a parejas, familiares, amigos, saliendo reiteradamente a hacer compras, trámites, trabajos informales, etc. Ello sin contar las millones de personas a quienes no llegó en tiempo y forma la ayuda económica o logística por las deficiencias del aparato estatal para implementar las medidas aprobadas. Y no se logró la creación de formas nativas para resolver la trazabilidad: esto es, el aislamiento de los casos y sus “contactos estrechos” tomando en cuenta las características de nuestra población. Descartados por imposibles los sistemas de vigilancia digital asiáticos, se recargó a los desbordados operadores del sistema de salud con el proceso de investigación de casos, ubicación de contactos, explicitación de protocolos y aislamiento preventivo. Esto generó un caos de agentes intervinientes, directivas contradictorias, casos de maltrato y, por lo tanto, imposibilidad de detener la cadena de contagios. Los índices se contuvieron, contra lo pronosticado, en algunos de los lugares más difíciles: los barrios populares. No solo gracias a programas como El barrio cuida al barrio y Detectar sino al involucramiento de organizaciones con presencia territorial y a la valoración en dichos lugares de las normas de cooperación y de las indicaciones del personal sanitario o asistencial. Por el contrario, en los barrios de sectores medios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se vuelve común el intento de apelar a algún “contacto” para “zafar” de la internación, el retaceo de información como modo de evitarles a los conocidos el transformarse en “contacto estrecho”. Sin mencionar violaciones gravísimas como los bailes públicos en las calles de Recoleta o los casamientos o cumpleaños clandestinos. Las mismas conductas que se expresan en altos índices de evasión fiscal, “coimas”, negocios menores en el mercado ilegal de divisas o subregistro de ventas, no tendrían por qué no aparecer en el campo sanitario, diluyendo los efectos en la salud tanto como vacían las arcas impositivas. Quienes creen que las normas no se aplican a ellos no distinguen entre normas económicas y normas sanitarias. Para revertir esta situación se requiere diseñar políticas públicas que comprendan que una pandemia no es meramente una cuestión de médicos. Y pasar de la reivindicación abstracta de “los científicos” a la inclusión de otras ciencias en el diseño de políticas públicas, algo que no pasa solo por una vacuna o un test. Luego de una década de bombardeo mediático con la imagen de los investigadores como “parásitos sociales que viven de nuestros impuestos” (metáfora racista por excelencia) se vuelve difícil recurrir a un sistema científico con salarios y subsidios miserables. Pero, incluso al propio interior del sistema científico, resulta necesario cuestionar la falsa división entre las ciencias “duras” como “serias” y las “blandas” como “sanata”. Esta crisis y la imposibilidad de danzar nos otorgan un ejemplo privilegiado de la inexactitud de la premisa. La respuesta no pasa por la biología ni la medicina sino por los comportamientos sociales. ¿Cómo seguir? El propio Tomas Pueyo sacó esta semana un hilo de tweets sobre Argentina, preguntando a sus lectores por qué luego de un primer momento exitoso el número de contagios y muertes en el AMBA escala

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El futuro de Vicentin: un test para la democracia argentina

Fuente:  Edgardo Mocca| El Destape Fecha: 20 de junio de 2020 La deriva que asuma el “caso Vicentin” será un test para la democracia argentina. Una vez más el poder judicial acaba de bloquear una decisión política de gobierno tomada en ejercicio legítimo de su poder. En los años de gobierno de Cristina Kirchner esa práctica se apoyó sistemáticamente en dos pilares, el recurso cautelar que suspendía la aplicación de una determinada ley o de una decisión del poder ejecutivo y por la impugnación a la constitucionalidad de esas decisiones. Así fue, por ejemplo, en el caso de la ley de comunicación audiovisual que postergó largamente su aplicación y anuló de hecho el artículo que obligaba a los oligopolios del sector a “desinvertir” hasta  colocarse en condiciones de aceptar la competencia en el sector. El juez Lorenzino ha incorporado una innovación: se abstiene de pronunciarse sobre la constitucionalidad del decreto de necesidad y urgencia 522 dictado por el actual presidente; lo “deroga” de facto al fallar que permanezcan en sus cargos las actuales autoridades de Vicentin.  El interrogante más inmediato que abre este insólito fallo tiene que ver con la voluntad política del gobierno para abrir paso a un rumbo públicamente anunciado por el presidente, orientado a “rescatar” la empresa previamente vaciada por sus administradores y a evitar su desguace o su desnacionalización. Como se sabe, la decisión del presidente ha sido la de ensayar una suerte de plan “b” que consiste en la conformación de una empresa mixta, en la que, según explicó el presidente, el estado tiene que reservarse el poder de decisión. Si los tribunales bloquearan esta alternativa, volvería a funcionar el proyecto de someter la expropiación de la empresa a la discusión parlamentaria. El presidente acaba de afirmar que se trata de dos caminos alternativos para asegurar que el Estado se ponga al frente de esa empresa a la que considera vital para la regulación del comercio agrícola. En los próximos días se verá si efectivamente esa voluntad de intervención estatal se verifica. Pero lo que está en juego no es solamente la suerte de un conglomerado empresarial. El interrogante más importante que este caso plantea es la viabilidad de un proyecto político transformador en el actual contexto institucional. Está claro, dicho sea de paso, que las instituciones argentinas resultan muy funcionales a los proyectos neoliberales; la experiencia del macrismo lo evidencia de modo abrumador. Ninguna ley aprobada en un Congreso en el que la derecha y sus aliados circunstanciales impusieron su circunstancial mayoría, ni siquiera los abusivos decretos presidenciales (uno de los cuales llegó a designar jueces en comisión a la corte suprema de justicia) sufrieron inconvenientes mayores en el poder judicial. El argumento de que se trataba de un gobierno apegado al estado de derecho nunca fue muy sustentable, pero hoy cuando asistimos a la revelación de la metodología mafiosa para espiar y perseguir opositores simplemente provoca risa. Está claro que la institucionalidad “realmente existente” en Argentina es refractaria a los cambios en un sentido popular y complaciente con los designios de los sectores más poderosos de la sociedad. Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia. Ese estado de cosas plantea interrogantes a la hora de establecer una estrategia transformadora. El actual proceso político es hijo de dos circunstancias políticas que confluyeron: el desastroso resultado de la gestión de Macri y la decisión de Cristina de facilitar el proceso de unidad del peronismo y la oposición con su propuesta para la fórmula presidencial. En el momento de su decisión, la ex presidenta subrayó la necesidad de que la coalición de gobierno debía ser incluso más amplia que la unidad electoral. Ese es el tiempo que vivimos. Alberto Fernández trata cordialmente a todo el mundo. Lo explica todo, lo admite todo. Incluso que una periodista impertinente lo trate como si estuviera hablando con un par (todas las personas merecen respeto, pero en este caso la persona era el portador de la más alta representatividad institucional). Muy difícilmente haya otro político con la capacidad de desarrollar el rol de la unidad nacional, de la tolerancia y el respeto institucional. Así y todo, el establishment se dedica a tiempo completo a través de sus herramientas mediáticas a desgastar sistemáticamente su figura. Sea como un autoritario cínico que oculta sus verdaderos propósitos o como una marioneta de la ex presidenta.  Es posible –y comprensible- que la emergencia sanitaria que vivimos haya demorado la puesta en marcha de una agenda de reformas anunciadas ya por el presidente o por altos dirigentes del espacio que gobierna: impuesto a las grandes fortunas, reforma judicial  y legalización del aborto entre otras. Sin embargo, la discusión sobre Vicentín y la deriva todavía incierta de su desarrollo ponen sobre la mesa un interrogante. Y ese interrogante no concierne solamente al presidente sino a las fuerzas políticas y sociales que resistieron al macrismo y consiguieron el triunfo de una promesa de cambio de rumbo. ¿Cuál es el límite dentro del cual se puede compatibilizar la necesidad de cambios muy profundos en la distribución de los recursos en Argentina, con el diálogo y la conciliación política? Cada vez está más claro que lo que cierto periodismo mediocre nombra como “grieta” no es solamente el resultado del carácter individual de algunas personas que ocupan u ocuparon cargos importantes. Que detrás de ese decorado hay un problema muy viejo de este país, que es que hay un bloque social poderoso -dueño de grandes superficies de tierra, de fortunas financieras, de los principales medios de producción y comunicación y hegemónico en la educación- que no acepta el más mínimo condicionamiento de sus privilegios. Que considera que el gravamen a las grandes fortunas es un agravio a la sacrosanta propiedad privada. Que intervenir una empresa destruida por la enfermedad de la especulación financiera es un ataque a los “productores privados”. Que regular democráticamente la comunicación es negar la libertad de opinión.  Que luchar por una reforma del régimen de propiedad de

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Antisemitismo, judeofobia y sionismo

10 ejes para evitar equívocos, confusiones y tergiversaciones El último 12 de junio el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto difundió la Resolución Número 114/20 mediante la cual se adoptó la definición de antisemitismo aprobada por la Alianza Internacional para la Rememoración del Holocausto (IHRA), consensuada por esa organización en mayo de 2016. A través de dicha Resolución se invitó a los organismos del Estado y a instituciones públicas y privadas a adherirse a la iniciativa. En ese marco, el LLAMAMIENTO ARGENTINO JUDÍO manifestó su acuerdo con la propuesta, aceptando explícitamente la invitación. Sugestiva y lamentablemente, en contenidos que consideramos precisos y definidos, surgieron heterogéneos posicionamientos vinculados con la Resolución. Algunas avalando y otros impugnando la decisión gubernamental. Dado que el origen de este debate se basa tanto en confusiones terminológicas como en intentos de tergiversar la definición asumida por la Cancillería, nos sentimos obligados a realizar las siguientes precisiones, con la intención de compartirlas, fundamentalmente, con quienes luchan por una sociedad democrática, más justa y solidaria. 1. Antisemitismo fue el término acuñado por un judeófobo, Wilhelm Marr, en 1873 para identificar y organizar a quienes como él odiaban a los judíos. Sin embargo, Marr no se percató que los pueblos semitas son una comunidad lingüística cuyas lenguas tiene un origen común: el arameo, el árabe y el hebreo, entre otras. 2. Más allá de la confusión de Marr, hasta el día de hoy el antisemitismo se suele utilizar como sinónimo de judeofobia. El diccionario de la Real Academia Española sigue definiendo el término como “Antisemita: De anti y semita. Adjetivo. Que muestra hostilidad o prejuicios hacia los judíos, su cultura o su influencia.” 3. Sin embargo el término preciso para referirse al odio y el desprecio hacia el colectivo debiera ser judeofobia. 4. La International Holocaust Remembrance Alliance –organización de la que Argentina forma parte desde 2001– redactó una definición de judeofobia utilizando el término que aún se sigue utilizando (antisemitismo) para referirse a esta forma de discriminación. 5. Indudablemente la judeofobia se encuentra aún vigente, en forma paralela a muchas otras formas de etiquetamiento, estigmatización y persecución, como advertimos en la actualidad en relación a los afrodescendientes. 6. La definición asumida por la cancillería, en su Resolución 114/2020, expresa que: “El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto” 7. Quienes cuestionan que dicha definición sea asumida por la Cancillería, consideran que puede utilizarse potencialmente en una justificación para perseguir a quienes cuestionan las políticas coloniales de ocupación, llevadas a cabo por el gobierno israelí. Dicho reparo se basa en que efectivamente los sectores de la derecha de la colectividad judía (y de la diplomacia Israel) se empecinan en confundir la identidad judía con la nacionalidad israelí, e incluso con el sionismo. 8. La definición asumida por la cancillería, sin embargo, no nombra ni a Israel ni al sionismo. El sionismo es una ideología política. No es identidad étnica. No todos los judíos son sionistas, ni todos los sionistas son judíos. Más aún: hay judíos que son anti-sionistas (Chomsky para dar un ejemplo muy conocido), y hay comunidades de la derecha evangélica cristiana que se identifican con el sionismo de derecha. 9. El LLAMAMIENTO ARGENTINO JUDÍO avaló la resolución asumida por la Cancillería con la profunda convicción de que la misma no será tergiversada ni utilizada para defender las políticas expansionistas ni colonialistas que lleva a cabo el gobierno de Israel, ni para perseguir a quienes señalan dichos atropellos, repetidamente condenados por la comunidad internacional. 10. Cuestionar la ocupación de Cisjordania o los altos del Golán (territorios pertenecientes a Palestina y a Siria) y el bloqueo a Gaza no puede conferir a quienes se oponen a dichas acciones –llevadas a cabo por el gobierno de Israel–, el estigma de antisemita ni de judeofóbico. Si acaso algún grupo pretendiese alterar o falsear el contenido explícito de la definición asumida por la Cancillería, nuestra entidad se mantendrá fiel a sus postulados fundacionales, que repudian tanto la ocupación colonial, como la islamofobia, la judeofobia, la misoginia, la homofobia y cualquier otra forma de discriminación, que suponga una racialización, la persecución, la inferiorización o la estigmatización. Reafirmamos, en ese marco, los postulados de nuestro documento fundacional: La única norma que define y sanciona los comportamientos discriminatorios es la Ley 23592 aprobada en 1988. En ese sentido, la resolución que ha generado este debate no suma ni altera su normativa. Buenos aires, 18 de Junio de 2020 Marcelo Horestein, Presidente Dardo Esterovich, Secretario General

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Política e ideología en tiempos de definiciones

Fuente: Edgardo Mocca | El Destape Web Fecha: 6 de junio de 2020 Es muy visible el hecho de que la experiencia de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner opera hoy como una perspectiva desde la que se observa el actual proceso político. Desde la derecha esa perspectiva inspira una mirada del actual gobierno en términos de amenaza. No se deja nunca de especular sobre la influencia de Cristina en las decisiones del gobierno, sobre el modo en que el “extremismo chavista” que ella representaría se cierne como amenaza para el país, en la medida en que la ex presidenta sostenga un poder de veto sobre la práctica del presidente y su equipo. La voz de orden de este enfoque es el “peligro autoritario”, hoy ilustrado de modo patético por los que juzgan que la cuarentena es poco menos que el nombre actual de la dictadura (piedra libre para algunos participantes de este coro que fueron partícipes y/o son hoy nostálgicos de la dictadura verdadera).        Entre quienes reivindican los años de los gobiernos de los Kirchner campea un modo de pensar la experiencia actual en clave de su mayor cercanía o distancia respecto de aquella otra experiencia. En este caso, la amenaza que hoy vivimos no sería la del autoritarismo sino la de una excesiva moderación que acabe por alejar al actual gobierno de un rumbo realmente enfocado hacia transformaciones profundas en un sentido nacional y popular.  Ambas perspectivas son ideológicas, lo cual no quiere decir necesariamente engañosas o falsas: no hay modo de vivir políticamente una experiencia si no es a través de la ideología. Y esto no es privativo de las personas intensamente comprometidas con los asuntos públicos; no hay ninguna persona que no tenga una ideología, es decir un repertorio, más confuso o más sistemático, de recursos para interpretar la realidad. Es decir que no hay manera de descartar la ideología para pensar la política.        El problema surge cuando se pretende reemplazar la política por la ideología. Claramente hay ahí un problema en cierto sector de la derecha que sufre de nostalgia del macrismo y querría que el suplicio de un gobierno “kirchnerista” termine lo antes posible. Entonces pasa a considerar, por ejemplo, que Rodríguez Larreta es un traidor porque acompaña al gobierno nacional en la política de aislamiento social para evitar una catástrofe sanitaria. Confunden sus deseos con la realidad. Las conversaciones en el interior del kirchnerismo, por su parte,  están hoy atravesadas por la angustia que provoca la observación de que las medidas de gobierno no coinciden estrictamente con su expectativa respecto del “regreso” de los tiempos anteriores al gobierno de Macri. Y en este punto podría agregarse un “tercer sector” que es el de los partidarios del actual gobierno que no son “kirchneristas” o que lo fueron y dejaron de serlo. Este segmento suele estar más preocupado por diferenciarse simbólica y prácticamente de los gobiernos de esa inspiración que por la naturaleza de las decisiones que se toman. Para ejemplificar –un poco burdamente- las posiciones: frente a la propuesta del impuesto extraordinario a las grandes fortunas, unos confirman sus temores al “autoritarismo chavista”, otros sostienen que está bien pero no es suficiente  y los terceros lo aceptan bajo el principio de que se trata de una medida excepcional, sin relación alguna con una orientación más permanente. Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.        La cuestión es que el país vive intensamente un tiempo en el que empiezan a definirse en muchos aspectos las coordenadas de cómo será su lugar en el mundo, en un tiempo en el que todo indica que nada permanecerá igual en el modo de convivencia humana global. La política, a diferencia de la ideología, siempre vive el presente. Como ya se dijo, no puede hacerlo –aunque lo pretenda- sin un marco interpretativo de orden ideológico. Pero al mismo tiempo ese marco interpretativo no nos provee de una fórmula mágica para tomar decisiones (o para impulsarlas) en la dirección de nuestros deseos individuales y colectivos. La derecha que denuncia la política de Alberto Fernández como autoritarismo resta credibilidad –aunque sea por ahora- a cualquier política de oposición a su gobierno. Se niega a vivir en el cuadro real del estado de ánimo de la sociedad aquí y ahora.        En el cuadrante kirchnerista del frente de todos hay un interesante estado deliberativo. Acaso el obstáculo conceptual más importante aquí es cierta tendencia espontánea a des-historizar la experiencia de los gobiernos de ese signo. Es decir a interpretarla exclusivamente como una recuperación de la memoria de la experiencia del peronismo original que podría haber sucedido en cualquier tiempo histórico. A ignorar que la experiencia de los gobiernos de los Kirchner fue –como todas las historias- un cruce de contingencias, de oportunidades, de decisiones, de cálculos. Y que, entonces, reivindicar la memoria de esa experiencia no consiste en convertir aquellos acontecimientos y la liturgia política que generaron en una llave infalible para resolver qué es lo que hay que hacer aquí y ahora, en las condiciones actuales del país.        Claro que el “aquí y ahora” no es una exaltación del puro pragmatismo. Como el consejo de que ahora hay que hacer “lo que se puede”. Entre otras cosas porque sin aquella experiencia, masivamente vivida por jóvenes y no tan jóvenes generaciones como la gesta de una recuperación del sentido de nación y del sentido de justicia, sería inconcebible el gobierno del frente de todos. Hubiera sido incluso inconcebible su triunfo electoral. Por el peso decisivo de la identidad kirchnerista en el resultado electoral y porque el gesto político que le abrió paso fue una decisión tomada en forma absolutamente personal por Cristina.        Néstor Kirchner hizo mucha política internacional en los tiempos de la primera reestructuración de nuestra deuda externa (aquella que heredamos del menemismo y de la primera Alianza). Buscó y obtuvo el apoyo del gobierno de Bush, por ejemplo. Nunca emprendió una campaña pública contra el FMI y muchos integrantes de su gobierno estaban bien lejos de la

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La Gran Oreja: piedra libre al espionaje macrista

Fuente:  Ricardo Ragendorfer| Revista Zoom Fecha: 5 de junio de 2020 A comienzos de 2019, el arresto del falso abogado Marcelo D’Alessio –por orden del juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla– puso al descubierto una red de espionaje y extorsión integrada por jerarcas judiciales, periodistas y agentes secretos del régimen macrista. Ahora todo parece indicar que aquella estructura fue en realidad el primer signo visible de una organización criminal enquistada dentro del propio Estado, en cuyo pináculo se adivina la figura de Mauricio Macri. De hecho, el ex presidente acaba de ser imputado –junto a los ex cabecillas de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Gustavo Arribas y Silvia Majdalani– por el fisgoneo ilegal sobre los correos electrónicos de casi cien personas, entre los que hasta hubo ex funcionarios, dirigentes políticos y periodistas de su máxima confianza. El asunto es instruido por el juez federal porteño Marcelo Martínez de Giorgi tras una denuncia efectuada por la actual interventora del organismo, Cristina Caamaño. Paralelamente trascendían los pormenores de una tercera causa contra la AFI –instruida a su vez por el juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena– en base al testimonio de un narco conchabado por la central de espías para hacer tareas de sicario, como la colocación de una bomba en el hogar de un alto funcionario del Ministerio de Defensa al que se debía disciplinar. Una trama con insólitas derivaciones que desnudan el alma institucional de una época. Bien vale explorar sus detalles. El susto La banda del tal “Verdura” –así como se lo conocía al traficante de cocaína Sergio Mario Rodríguez– llegó a poseer una movilidad comercial de tres kilos diarios en los kioscos de Monte Grande y Almirante Brown. Pero ese tiempo de bonanza tuvo un final abrupto en diciembre de 2018, al llegar al despacho de Villena una carta anónima que daba cuenta de su actividad. El dealer creía saber la procedencia del soplo. Y rápidamente puso los pies en polvorosa.Desde entonces su existencia fue ajetreada. La Gendarmería le pisaba los talones, y tres veces estuvo a punto de atraparlo. La primera escapó por los techos luego de que su aguantadero fuera rodeado por los uniformados. La segunda, tras ser sorprendido a bordo de una 4×4, se escabulló por caminos de tierra hasta dejar atrás a la jauría policial. Y la tercera, nuevamente rodeado en otro aguantadero, se hizo humo para sorpresa de sus frustrados captores; ellos, al irrumpir en la vivienda, situada en una calle sin salida, no tardaron en darse cuenta de que Verdura se había dado a la fuga a través de un pasadizo secreto que conducía a otra manzana.Sin embargo, la vida clandestina lo fue dejando sin combustible. Porque su pyme, que no era precisamente el Cártel de Sinaloa, quedó diezmada, y con casi todos sus “soldados” tras las rejas, al igual que su esposa, su amante, su primogénito y su suegro. A lo que se añadía el lucro cesante que tal debacle le produjo. Sus ahorros se extinguían. Y los eventuales escondites comenzaron a escasear. De modo que en febrero de este año, ya exhausto tras 14 meses de huida continua, se entregó en el Juzgado Federal Nº1 de Lomas de Zamora.Nadie entonces imaginaba el cariz de su declaración indagatoria. Pero lo cierto es que en ese acto le soltó de entrada a Villena:– ¿Sabe, doctor? Conozco un abogado muy relacionado con “barras” de Independiente. Y que es agente de la AFI…El juez, persuadido de que el narco pretendía algún beneficio procesal, puso cara de póker. Y solo dijo:– Prosiga.– Ese hombre me dijo que la AFI podía darme protección, e incluso una credencial para moverme con libertad…Ahora Villena lo oía con sumo interés. Verdura completó la frase:– A cambio de algo, por supuesto.Seguidamente, su relato se tornó trepidante. Y lo ubicó en el anochecer de un miércoles de julio de 2018, cuando el abogado en cuestión le pidió que llevara “un paquete a un lugar”. El paquete contenía 200 gramos de trotyl, un celular y cables. “No va explotar. Es para dar un susto nomás”, lo apaciguó el tipo, sonriendo desde un escritorio. La escena sucedía en el estudio jurídico Melo, de la calle Paraná al 700. Y él era Facundo Melo, abogado y espía de la AFI. También había otro agente, un gordo canoso y desaliñado. Después, con Melo al volante de un Peugeot 207 blanco, los tres enfilaron hacia el edificio de Callao 1219. Verdura fue el encargado de dejar el “caño” junto al portón. Luego, cuando los técnicos de la Policía Federal lo desactivaron, fue hallado en el paquete el siguiente mensaje: “José Luis Vila ladrón”.Este era nada menos que el subsecretario de Asuntos Internacionales del Ministerio de Defensa durante la gestión de Oscar Aguad.El magistrado oyó la narración sin disimular su estupor. Aún así se puso a trabajar de inmediato en el asunto.Y tras verificar la veracidad de todos los datos aportados por Verdura, dispuso numerosos allanamientos y otras medidas investigativas. De manera que, en tiempo record, tuvo unos 15 espías de la AFI en la mira, encabezados, obviamente, por el abogado Melo.Lo cierto es que éste, debidamente alertado por el seguimiento policial del que era objeto, supo frenar su detención con un habeas corpus presentado en un Juzgado Nacional. Eso no evitó el registro de su domicilio y el secuestro de sus celulares. Dichos aparatos se convirtió en una caja de Pandora.Pero él, además, arrastraba otros problemas. El desertor Los televidentes conocieron el rostro del doctor Melo durante la noche del 15 de abril en el programa ADN, conducido por Tomás Méndez en la señal C5N.Habían ya pasado 50 días desde que Verdura lo mandó al frente con la intimidación a Vila. Sin embargo en esta oportunidad él no tocó tal tema sino otro, aunque también relacionado con su doble papel de abogado y espía.Su gesto de muchacho bueno y afligido resultaba convincente. Entonces admitió haber pertenecido a la AFI desde septiembre de 2016 a junio de 2019, deslizando con muecas que su salida

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Discriminación, repudio y solidaridad

El LLAMAMIENTO ARGENTINO JUDÍO repudia las manifestaciones judeofóbicas enunciadas por manifestantes anticuarentena, el último sábado 30 de mayo. Desde el LLAMAMIENTO insistimos en la necesidad de desterrar las arengas segregacionistas contra todos los colectivos, haciendo cumplir las leyes que tipifican los delitos discriminatorios. Esta manifestación es la versión brutal de una campaña sostenida desde la oposición al gobierno, cuya versión más mediática es el documento suscripto por 300 enemigos de la cuarentena a la que denominan infectadura. Entre sus firmantes figuran varios referentes de la derecha de la colectividad judía que no dudan en acompañar con su firma a Juan José Sebreli, quien recientemente humilló a memoria de los masacrados en la Segunda Guerra Mundial. La concentración del último sábado no solo multiplicó discursos discriminatorios. También fue escenario de una clara agresión al periodista de C5N, Lautaro Maislin, quien con rigor profesional se encontraba registrando los exabruptos. Pese a cumplir con su rol comunicacional, Maislin terminó siendo víctima de una grotesca acusación impulsada por la DAIA, referida a su supuesta pasividad ante los dichos de los manifestantes. La inaudita imputación de la DAIA pone en evidencia su intención de no enemistarse con los mismos sectores que simpatizan con dichas marchas opuestas a las políticas sanitarias. En este marco, el LLAMAMIENTO reitera el llamado a respetar las normativas vigentes de la cuarentena, a repudiar todo acto discriminatorio y a solidarizarse con el trabajo de los comunicadores sociales que también ponen en riesgo su salud, con el objeto de llevar a cabo coberturas periodísticas en ámbitos públicos. Marcelo Horestein, PresidenteDardo Esterovich, Secretario General Buenos Aires, 31 de mayo de 2020

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Un gueto mental

Por Eduardo de la Serna (Sacerdote integrante del Grupo de Curas en Opción por los Pobres) Hace 2 años (abril 2018) el Llamamiento judío – argentino me honró con una invitación a hablar (¡yo!, ¡un cura!) en una jornada en conmemoración de los 75 años del levantamiento del gueto de Varsovia. He aquí mi ponencia: https://blogeduopp1.blogspot.com/2018/04/una-teologia-detras-delanti-semitismo.html. En salón de la legislatura porteña estaba colmada (por el hecho, no por el expositor, sin duda), y allí, además de bastantes jóvenes, o incluso adultos, había un grupo de personas ciertamente muy mayores que habían estado, padecido, sido víctimas de la barbarie de la in-humanidad más perversa. Incluso recuerdo, con algo de espanto, una señora llena de arrugas y dolor que respetuosamente se acercó a preguntarme dónde había estado Dios cuando ella estaba (creo recordar) en Dachau y Auschwitz. Obviamente callé (si Dios calla, es sensato que también lo haga el teólogo). Lo cierto es que en estos días hube de recordar este momento cuando, con total irresponsabilidad y mucha ignorancia por lo menos, alguien, que no merece siquiera ser mencionado, comparó la situación del aislamiento impuesto en Villa Azul (Avellaneda-Quilmes) con aquel gueto de Varsovia. No seré yo quien muestre con datos históricos la diferencia abismal e incomparable de ambas situaciones de aislamiento. Sí quien abomine la comparación. Y recordar con tristeza los rostros que, por lo menos, merecen respeto por su pasado. Por lo menos eso. ¡Lástima que la lavandina, tan necesaria en estos tiempos, no sirva para limpiar y desinfectar lenguas o mentes nimias!Un gueto desde su origen está marcado por un anti judaísmo espeluznante. En 1516 se confinó en la república de Venecia en el barrio con ese nombre (Ghetto) a los judíos. Luego de esta acepción, ya en un sentido amplio (así lo dice el diccionario de la Real Academia Española), se dice también de: 2. m. Barrio o suburbio en que viven personas marginadas por el resto de la sociedad. 3. m. Situación o condición marginal en que vive un pueblo, una clase social o un grupo de personas. Y si así fuera el caso (y sólo de gueto hablo, no del de Varsovia, aclaro) hace muchos, muchos años los villeros viven en una suerte de gueto. Cuando alguien debe mentir su domicilio, porque si “salta” que es de la villa no le dan trabajo, cuando el epíteto “villero” (con otros que se le empardan) es un intento de ofensa y ciertamente discriminación, cuando las villas se intentan desalojar o si no esconder, pues en ese caso hay una actitud de gueto. Sin dudas. Por parte de gente (si cabe llamarlas así), porque “marginadas” están. En los márgenes, precisamente (aunque estén en el centro). Y – una vez más – resulta curioso que quienes marginan, desprecian, quienes miran “desde arriba” a los pobres, se hagan ahora los escandalizados porque se los cuida. Curioso, por lo menos curioso. Quienes tienen a los pobres en un gueto cultural se quejan de que sean tratados como personas. Realmente es muy difícil responder a la estupidez. Creo sensato, también en este caso – aunque con una actitud interior abismalmente distinta a la mencionada anteriormente – callar. En este caso sí que “el silencio es salud”.

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Un virus revolucionario

Fuente: Mario Casas | El cohete a la luna Fecha: 24 de mayo de 2020 Cambios La pandemia desencadenó una dinámica de cambios que lleva implícita una agudización de la lucha de clases, cuyo desenlace dependerá fundamentalmente de la situación en la que cada país se encontraba al ser afectado por el virus y lo que se hizo después, dos aspectos correlativos. En aquellos países en los que gobierna la derecha se agravó  la vulnerabilidad de quienes ya eran vulnerables, en los que el Estado está bajo la conducción de gobiernos populares se ha buscado proteger a todes, pero particularmente a les más vulnerables. En cualquier caso, la lucha es por el control del proceso pospandémico y su dirección. Es probable que los cambios que está impulsando Covid-19 sean de carácter económico, político y cultural; entonces es razonable considerar alguna semejanza entre el momento actual y el generado por ciertos procesos revolucionarios: si la revolución era progresista, con raíces populares, y triunfaba, entonces tendían a mejorar las condiciones de vida de las masas. De lo contrario, empeoraban. La diferencia está en que, en general, una revolución implicaba una iniciativa planificada —en alguna medida— por seres humanos. La pandemia, en cambio, no fue planificada, tomó por sorpresa al planeta entero, en particular a algunas dirigencias políticas, y sembró perplejidad e incertidumbre con las que habremos de convivir durante algún tiempo. En el momento de sufrir los primeros ataques del virus, la Argentina se encontró en una situación singular: un gobierno popular acababa de asumir el control de un Estado nacional que había sido colonizado y adaptado a los intereses del gobierno oligárquico saliente. El gobierno tuvo aciertos tan determinantes como las limitaciones que debió enfrentar; los logros alcanzados se agigantan cuando se comparan con lo sucedido en otros países: si las muertes no se cuentan por miles, si no hay colas de hambre, desempleo masivo o desabastecimiento y saqueos, si está controlada la inflación, es porque hubo una decisión política. No exagero si afirmo que la madre de todos los aciertos fue poner las distintas instancias estatales —que iban a convertirse en protagonistas principales— bajo la conducción centralizada en un Presidente cuyas decisiones persiguieron el objetivo innegociable de proteger al conjunto social. Lo que no significa desconocer ciertas impericias de consecuencias contradictorias con los fines perseguidos por las políticas implementadas. Una de las limitaciones más importantes —no sólo del gobierno, sino del país— consiste en que el bloque de poder que sostuvo al gobierno macrista está intacto, sus integrantes se han enriquecido durante años a expensas de toda la sociedad con maniobras como las que ha dado a conocer en estos días el Banco Central, pero además son descendientes históricos de un poder que tiene la capacidad de difundir su catadura moral a otros segmentos sociales, en muchos casos víctimas, no beneficiarios de la situación. En otras palabras, Clarín, Techint, las energéticas, etc., pretenden que los mecanismos de explotación y apropiación que practican no sólo son técnicamente inevitables sino moralmente buenos. Por si fuera poco, este conjunto de fenómenos pasa desapercibido para amplios sectores de la población Política, economía y cultura Es posible que las características y el modus operandi propios del poderoso bloque dominante hayan estado entre los factores que indujeron la decisión que anunció Cristina hace un año, cuando propuso a Alberto Fernández como candidato a Presidente. Ella entendió que había que vencer en la instancia electoral, pero también que el ajedrez electoral no resuelve nada: era necesario encarar una construcción política que permitiera sobrevivir al triunfo, para después avanzar en transformaciones progresivas. Hoy la nación está ocupada económica y culturalmente, pero no políticamente. Por eso es necesario explicitar las bases del programa de emancipación: cuando los sectores populares cuentan con un proyecto inteligible y una conducción que los unifique, la explotación acentúa la conciencia política; cuando carecen de estos elementos, la explotación vacía la conciencia política. Es imprescindible que tal programa, dirigido a salir del modelo neocolonial caracterizado por la valorización financiera en lo económico, la presencia oligárquica en lo político, la colonización en lo cultural, la jerarquización aristocrática en lo social y un irreductible antilatinoamericanismo en lo atinente a las relaciones exteriores, incluya también la dimensión de una ética colectiva. No está de más recordar lo que ya parece ser una especie de ley de la Historia, que podría enunciarse más o menos así: “En los países dependientes las difíciles transformaciones que conducen a la liberación nacional y social no se sostienen en el tiempo”. Es lo que muestran las experiencias en la región a lo largo de 200 años. El desafío de quebrar esta ley obliga a incorporar la dimensión ética; se trata de encarar algo que ha sido sistemáticamente postergado con el argumento de las urgencias del día a día, algo que habrá de llevarse a cabo al mismo tiempo que las medidas económicas de reparación y cambio estructural: me refiero a lo que Gramsci denominó la “reforma intelectual y moral”. Política y conciencia La concepción del cambio revolucionario en las sociedades occidentales que pensó Gramsci en la cárcel, está unida a la reflexión sobre el fracaso de las tentativas insurreccionales iniciadas en los años ’20 del siglo pasado en Europa, en países cuya compleja estructura social es comparable a la que en nuestro país se configuró a partir de la década del ’40. El esbozo de la transición a un modelo social no capitalista, tal como aparece en los Quaderni, se funda en la conjunción de un cambio político basado en la articulación de un poder hegemónico que vaya más allá de la mera conquista del Estado, un cambio social cimentado en el control y la dirección de las principales instituciones de la sociedad civil, y un cambio ético-cultural fundamentado en una reforma intelectual y moral que sea capaz de crear una nueva cosmovisión e ideología de masas, mediante la cual adquieran una nueva conciencia y apoyen activamente la transformación social. El proyecto gramsciano de reforma intelectual y moral revela un desplazamiento del acento en la lucha social al

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