Cultura

Cultura, Derechos Humanos, Historia, Nacionales, Opinion, Portada

Sobre las rebeliones, la cultura y la biología

Fuente: Eduardo Wolovelsky* | Adherente del Llamamiento Fecha: 06 May 2019 Puede no ser relevante, puede incluso ser una lectura forzada, exagerada e incluso obsesiva, pero el ejercicio de reflexión, a pesar de estas posibles objeciones, parece ineludible porque, según el calendario de efemérides del Ministerio de Educación de la Nación, el 19 de abril se conmemora “El día de la convivencia en la diversidad cultural”. La elección se debe a que en esa fecha, pero del año 1943, se inició la rebelión del Ghetto de Varsovia. ¿Por qué definir de esta manera la memoria sobre uno de los más notables actos de resistencia de la historia contemporánea? “El día de la convivencia en la diversidad cultural” se asemeja más a un lema publicitario que a un acto de compromiso histórico, a tal punto que con él podrían acordar tanto los ángeles como los demonios. La resolución que define esta conmemoración es del 9 de marzo del año 2000 y fue firmada por el entonces Ministro Juan José Llach y contiene las siguientes consideraciones: VISTO: El papel primordial de la educación en la formación y afianzamiento de valores corno la tolerancia, la pluralidad y la conciencia ciudadana, pilares fundamentales de la convivencia democrática, y CONSIDERANDO: Que la Constitución Nacional y los cuerpos normativos internacionales con jerarquía constitucional, así como otra legislación nacional vigente, comprometen al Estado argentino y a la sociedad civil en el respeto por las diferencias y en la condena a toda forma de discriminación; Que la ley Federal de Educación en su artículo sexto establece que el sistema educativo deberá promover una formación basada, entre otros, en los valores de libertad, paz, solidaridad, tolerancia, igualdad y jusficia; Que los Contenidos Básicos Comunes para la Educación General Básica y la Educación Polimodal incorporan aspectos específicos referidos al Holocausto y a la formación y consolidación de actitudes de tolerancia y no discriminación por religión, raza, sexo o ideología; Que, durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi como expresión de una ideología que sostenía el antisemitismo como bandera principal, llevó a cabo una política de deshumanización y exterminio contra el pueblo judío, víctima principal de Holocausto; Que el 19 de abril de 1943, un grupo de jóvenes judíos del ghetto de Varsovia protagonizó un levantamiento contra las acciones del régimen nazi consistentes en la concentración y aislamiento de los judíos en ghettos, imponiéndoles condiciones de vida que ocasionaron, producto del hambre, las enfermedades y la represión directa, la muerte de la mayoría de la población, y en la deportación luego, de los judíos sobrevivientes del ghetto a los campos de exterminio nazi; Que este acontecimiento quedó instalado en la memoria colectiva como una de las formas de resistencia contra la opresión, la intolerancia y la defensa de la dignidad humana y un símbolo de la libertad; Que el recuerdo del Holocausto en el que fueron asesinados cerca de seis millones de judíos y de las causas del levantamiento del ghetto de Varsovia significan mantener viva la memoria de los horrores que puedan generar la intolerancia y el racismo; Que lo propio ocurre con muchos otros episodios de la historia de la humanidad, particularmente en el siglo XX, en los que se incurrió en genocidio, otras formas de exterminio sistemático de pueblos a personas por razones de raza, religión nacionalidad o, simplemente, ideas; Que los acontecimientos que se desarrollaron durante la última dictadura militar en nuestro país y otros correspondientes a la actualidad internacional demuestran que la intolerancia persiste como una amenaza para las sociedades democráticas; Que resulta de extrema relevancia el desarrollo de acciones tendientes para que los miembros de la comunidad educativa asuman la conciencia de su responsabilidad individual en la defensa de los valores que sustentan la vida en democracia y en convivencia pacífica con pleno respeto a la diversidad cultural; Cabe preguntarse porque no llamarlo “El día del derecho a la revuelta armada” “El día de la resistencia”, “El día del derecho a la rebelión” y tantos otros posibles, políticamente más insidiosos. Lo cierto es que estos nombres tampoco son válidos porque le otorgan una ilegítima centralidad histórica a esta revuelta particular por sobre otras rebeliones y revueltas de distintos momentos, de diferentes culturas y de diversos actores políticos. Para comprender en mayor profundidad el conflicto que enfrentamos es interesante considerar las palabras que el historiador Enzo Traverso enunciara en su obra A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945: En abril de 1943, la insurrección del ghetto de Varsovia fue precedida por un intenso debate en el seno de la Resistencia judía, en la cual la ética de la convicción predominó sobre la ética de la responsabilidad. Sobre la base de un sencillo cálculo de la relación de fuerzas, los combatientes no tenían ninguna oportunidad de imponerse y su elección podía parecer puramente suicida. No es difícil reconocer, retrospectivamente, que la moral del sacrificio de estos insurgentes valía más que el sentido de la responsabilidad de los notables de consejos judíos que, al colaborar, no actuaban siempre por oportunismo o conformismo, sino, a menudo, tras un cálculo erróneo de las consecuencias de su elección, por el afán se salvar vidas humanas. El suicidio de Adam Czerniakow, presidente del consejo judío del ghetto de Varsovia en 1942, es la ilustración más dramática de esto. Cómo resolver entonces la cuestión planteada  por el decreto ministerial dado que, como ya enunciamos, el nombre propuesto erosiona los profundos significados de la revuelta bajo una sentencia que desconoce un hecho central del nazismo y que hoy debe ser tenido en cuenta frente a las posibilidades técnicas que se abren en el campo de la genética y de la neurobiología. Era inevitable que el nazismo fuese contra expresiones que reconocemos como parte de la diversidad cultural porque su programa político pretendió actuar sobre un aspecto aún más básico de la condición humana. No olvidemos la definición que diera Rudolf Hess en 1934 y que todo biólogo y profesor de biología debería sopesar con cuidado: el Nacional Socialismo no es

Cultura, Portada

La poesía de Raúl González Tuñón

Fuente: Mario Goloboff* | Página 12 Fecha: 22 de ABR 2018 “Vamos hacia un arte sin trabas, hacia el auténtico arte puro, pasando por el arte revolucionario primero y el arte proletario después”. Así prologaba nuestro Raúl González Tuñón su inmortal La rosa blindada. Esta fue siempre su estética, la de un hombre de su arte y de su tiempo. Acababa de regresar de la convulsionada España, había pasado todo el año 1935 en Madrid, se había encontrado con Federico García Lorca, con Rafael Alberti, con Miguel Hernández, con Pedro Salinas, con Gerardo Diego… Había leído en el Ateneo, en un acto organizado por León Felipe, los poemas inspirados por la insurrección minera de Asturias; publicado en Caballo verde, la revista del Cónsul de Chile en Madrid, Pablo Neruda; discutido con aquellos amigos sobre la función social de la poesía. Y hasta los había convencido. Vuelve y parte. Va a otros países de América, de Europa, de Asia. Escribe siempre. Y anda, incansablemente, como aquel Juancito Caminador que ha inventado en su segundo libro, Miércoles de ceniza (1928) (el primero, El violín del diablo, fue de 1926), que desapareció en La calle del agujero en la media (1930), que saludaba desde el pórtico de El otro lado de la estrella (1934) y alcanzaba su definitiva estatura en Todos bailan (1935), hasta una inolvidable “Canción que compuso Juancito Caminador para la supuesta muerte de Juancito Caminador”: “… murió en un lejano puerto/ el prestidigitador./ Poca cosa deja el muerto./  Terminada su función/ -canción, paloma y baraja-/ todo cabe en una caja./ Todo menos la canción”. Ejerce también el periodismo, la política, la lucha cultural, la formación de los más jóvenes. Todo ello en voz baja, con una sabia modestia, nada exenta de firmeza y convicción. El resto, es un poco más reciente historia. Alienta a los muchachos del grupo “El pan duro” en sus disidencias y aventuras; prologa consagratoriamente el primer libro de Juan Gelman (Violín y otras cuestiones, 1956); es recuperado por los jóvenes sesentistas y  antidogmáticos de izquierda de la revista La rosa blindada; es extendido a una vasta popularidad cuando Juan “Tata” Cedrón pone música a sus bellísimos poemas (“Los ladrones”, “Tarjeta de cartón”, “La fogata de San Juan”…) y cuando Adolfo Nigro lo incorpora definitivamente a la plástica. Justamente, en aquel evocado prólogo de su libro clave, expresaba una poética que mantendría toda la vida: “El poeta se dirige a la masa. Si la masa no entiende totalmente es porque, desde luego, debe ser elevada al poeta. No se trata de nivelar a todos, por la revolución, en el hambre y la incultura sino en la comodidad y la cultura”. En 1928, y poco antes de embarcarse rumbo a Europa, publicó Miércoles de ceniza. Ya en París, escribió uno de sus libros fundamentales: La calle del agujero en la media, publicado en 1930. Poco más tarde, en 1936, publica otro libro clave, La rosa blindada, inspirado en la rebelión de Asturias de 1934. Esta obra fue de gran importancia, ya que Tuñón, con esos versos, fue “el primero en blindar la rosa” (palabras de Pablo Neruda). Su obra se enmarca dentro de las llamadas vanguardias de principios del Siglo XX, y además ejerce firme influencia en los poetas de la Guerra Civil española (muy en particular en Miguel Hernández, uno de los más representativos). Afiliado al Partido Comunista de la Argentina, Tuñón permaneció siempre fiel a sus credos estéticos. Esto lo llevó a arduas polémicas dentro de la organización, con otros artistas o módicos funcionarios; quedaron registradas en los emblemáticos Cuadernos de Cultura del PCA. En líneas generales, no compartió muchas vulgarizaciones formuladas en nombre de la izquierda. Esto explica su situación “a medio camino” entre las dos “capillas” fundantes de la moderna literatura argentina: Florida (homologada a la vanguardia) y Boedo (al realismo). No comulgaba del todo con los cánones artísticos impuestos por el comunismo, pero estaba fuertemente alineado en su defensa de principios y políticas. Sus poemas aludían a viajes, barrios de París y de Buenos Aires, pueblos de la Cordillera de los Andes, personajes de circo, lugares lejanos, tugurios extraños, marineros, hampones o contrabandistas; denotan influencias tan disímiles como François Villon, Rainer María Rilke, Evaristo Carriego, o payadores como José Betinotti y Gabino Ezeiza. Juancito Caminador, personaje inspirado en un artista de circo y en una marca de whisky (Johnny Walker), se convirtió en un alter ego literario del autor. El escritor Pedro Orgambide lo describió como un “Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares”. Es al mismo tiempo uno de los precursores de la poesía social y combativa en la Argentina: sus “poemas civiles”, referidos a acontecimientos políticos y sociales, influyeron en la generación de los ‘60. Fue un intelectual políticamente comprometido, y en más de una oportunidad asistió a eventos internacionales que convocaban a artistas de los cinco continentes, ya fuera por la lucha contra el fascismo o en pos del socialismo, cuya causa abrazó. A partir de su lamentado fallecimiento, en agosto de 1974, es cada día más reconocido como uno de los máximos poetas que nos dio el siglo XX. Como diverso, popular, profundo. Como alguien que supo tocar todas las notas, cantar todos los tonos. En versos de lucha, de victoria, y de dolor y derrota, y también en canciones poco menos que infantiles y graciosas, universales, americanas, argentinas. Y, claro está, porteñas. “En la calle enfarolada/ el piberío viene y va/ alrededor de la fogata/ porque es la noche de San Juan”. Entre aquellos chicos está él mismo, saliendo ansioso de esa humilde casona natal. Más tarde, Juancito Caminador recorrerá otros barrios del mundo, desde París a Pekín, llevando los de su amada ciudad a cuestas, y se detendrá a espiar el cementerio de tranvías en Loria y Carlos Calvo, los sugestivos lances y entreveros en el salón de bailes “La Argentina”, de Rodríguez Peña,

Cultura, Portada

La primera piedra

Fuente: Ricardo Schkolnik | Nueva Sion Fecha: 14 de NOV 2017 En Europa se han dado diversos casos en los que no se ha aceptado a jugadores por ser de una raza diferente a la blanca. Esto ha cambiado durante el inicio del siglo XXI debido a los cambios en la sociedad y también a las campañas de las autoridades futbolísticas en diferentes países. La UEFA y la Unión Europea apoyan el proyecto Fútbol contra el racismo en Europa (FARE), cuyo objetivo es frenar la discriminación racial; aunque los resultados distan de ser satisfactorios. El racismo existe actualmente, aunque no a nivel de clubes sino en las gradas. Ejemplos muy difundidos, aunque tan no recientes son los insultos raciales al jugador del F.C. Barcelona, Samuel Etoo, por parte de algunos hinchas del Real Zaragoza, o al defensor del Messina, Marc Zoro, en un encuentro contra el Inter de Milán. El resonante caso de los hinchas de Lazio (institución identificada históricamente con el fascismo italiano), denigrando la imagen de Ana Frank en Roma, es uno más de una cadena de hechos que de una u otra manera se repiten en la mayoría de los países europeos y sudamericanos. No es secreto que los militantes del Frente Nacional en Francia, el Partido por la Libertad en Holanda, el Amanecer Dorado en Grecia o una Alternativa para Alemania, pueblan masivamente las gradas de los estadios de fútbol. Y negarlo es absurdo porque sólo contribuye a enmascarar el problema. En algunos países como Inglaterra o Alemania, hay campañas muy duras para eliminar el racismo y la intolerancia del fútbol y de los estadios. En otros países como España o Italia, se han tomado pocas medidas al respecto. El mejor jugador de la liga española es un argentino, Messi; Peter Lim, el presidente más acaudalado, desembarcó en Valencia con su chequera procedente de Singapur; el goleador es uruguayo, Luis Suárez; y el entrenador que ganó la última Champions es un francés de origen argelino, Zinedine Zidane. Todos los equipos, salvo el Athletic de Bilbao (que sólo alinea jugadores vascos, cuentan con extranjeros. En las 20 nóminas de Primera División están inscritos 479 futbolistas de 44 países. Esta situación no es común sólo en España. “El fantasma del racismo recorre los estadios de Europa” parafraseó un dirigente alemán hace poco, y nosotros podemos asegurar que en Argentina la situación no es diferente, sin que las instituciones del fútbol ni el Gobierno se atrevan a adoptar medidas contundentes. No podemos ignorar los cánticos antisemitas de la hinchada de Chacarita Juniors, cada vez que enfrenta a Atlanta; o las alusiones peyorativas a la hinchada boquense en la figura de “bolitas y paraguas” (bolivianos y paraguayos) y comparaciones zoológicas cuando se trata de jugadores negros. Es obvio, o debería serlo, que como judíos esto nos conmueve. Pero, ¿estamos dispuestos a enfrentarnos al espejo? Eternamente pura La fama de Abbas Suan, jugador de origen árabe, surgido del humilde y único club árabe de Israel, Bnei Sakhnin, creció cuando en 2006, un tiro suyo desde fuera del área en el minuto 90 supuso el empate uno a uno ante Irlanda, y mantuvo vivas las opciones de jugar el Mundial de aquel año, del que finalmente Israel se quedó fuera por el golaveraje. En el siguiente partido de liga como visitante en el campo de Beitar Jerusalén, la directiva local decidió homenajearlo con un ramo de flores, pero desde la tribuna del lateral Este del estadio Teddy se desplegó una pancarta que heló la sangre de Israel: “Suan, no nos representas”, decía, mientras que el grupúsculo que la portaba gritaba: “Odiamos a todos los árabes”, además de graves insultos contra Mahoma. Al salir del estadio quemaron el coche de Abbas Suan. Esa fue la presentación en sociedad de la barrabrava de Beitar, autodenominada La Familia. Esta anécdota pinta de cuerpo entero las tradiciones de Beitar -fundado en 1936 y que desde siempre fue el representante de esa derecha fuera del establishment del país-. Ha sido el equipo favorito de los nombres más representativos del Likud, el gran partido de la derecha tradicional israelí. En 2005, el nigeriano Ibrahim Nadallah pasó en el club jerosolimitano media temporada, pero cuando se fue dejó la siguiente frase: “No recomiendo a los musulmanes fichar por Beitar”. En noviembre de 2007, en el duodécimo aniversario de la muerte del ex primer ministro Isaac Rabin, La Familia no respetó el minuto de silencio y coreó gritos en favor de Yigal Amir, el judío ultraortodoxo que lo asesinó. Desde entonces, las sanciones -económicas y de puntos- al club han sido constantes por gritos racistas e incitación al odio. Hace cuatro años, La Familia mostró hasta donde podían llegar. El club contrató dos jugadores chechenos musulmanes y este grupo ultra no paró hasta que los echaron. Acosaron a los jugadores y a la directiva, destrozaron una sede del club y consiguieron su objetivo en pocos días. El entrenador terminó admitiendo públicamente que nunca más se plantearían fichar jugadores árabes o musulmanes. En las últimas temporadas, en las tribunas ocupadas por este grupo xenófobo ondea una gran pancarta conde reza “Beitar tehorá la ed” (Beitar pura eternamente). Escalofriante. Cuando desde el mismo corazón de Jerusalén, surge una masa humana en crecimiento que habla de pureza racial, que actúa en consecuencia y se enorgullece de ello, comenzamos a entender que algo, muy básico, muy profundo, no funcionó en los últimos 70 años. Que no estamos libres del pecado del racismo, que a la hora de “tirar la piedra” contra los racistas, muchas de nuestras manos deben quedar en los bolsillos.

Cultura, Portada

Pesaj

Fuente: Dardo Esterovich Fecha: ABR 2017 Las identidades que fueron construyendo los pueblos antiguos quedaron plasmadas en mitos y relatos. Un ejemplo muy conocido es el de la loba que alimentó a Rómulo y Remo que dieron origen a Roma, a su mitología y a su civilización. Los judíos también tienen su propio relato, la Torá y dentro de él una parte trascendental, Pesaj, que refiere a la liberación de la esclavitud en Egipto. Este relato fue estructurado como un texto religioso —no podía ser de otra manera al momento que se fue construyendo—. Sin embargo en nuestros tiempos fueron surgiendo interpretaciones que se esforzaron en despojarlo del rito cristalizado para lograr entender qué hay detrás del simbolismo tan característico en todas las religiones. Empecemos por las constancias históricas de los sucesos que forman parte del relato de Pesaj. Hasta hoy, dos siglos de estudios de la arqueología moderna no han podido aportar datos científicos que probaran objetivamente la veracidad de los acontecimientos relatados en la Torá ni que su escritura se debiera a Moisés. Se encontraron contradicciones, a partir de los estudios de campo, entre fechas y sitios que allí se mencionan. No siendo el motivo de esta nota la discusión sobre estos hallazgos, nos limitaremos a dar la opinión de dos reconocidos arqueólogos israelíes. En un artículo publicado por el New York Time el 9 de abril de 2009 por Michael Massing, éste cita a Lee Levine, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien en su ensayo titulado Arqueología bíblica afirma que «Las fuentes egipcias no hacen ninguna referencia a que el pueblo de Israel haya morado en ese país», escribe, «y la evidencia que sí existe es insignificante e indirecta». Y agrega que la escasa evidencia indirecta, como el uso de nombres egipcios, «dista de ser adecuada como para corroborar la historicidad del relato bíblico». Israel Finkelstein, Director del Departamento de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv, en un reportaje que le hizo la periodista de La Nación Luisa Corradini, publicado en ese diario el día 25 de enero de 2006, dijo lo siguiente: “la saga histórica relatada en los cinco libros que conforman el Pentateuco de los cristianos y la Torá de los judíos no responde a ninguna revelación divina, por el contrario, esa gesta es un brillante producto de la imaginación humana y que muchos de sus episodios nunca existieron. El Pentateuco es una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1500 años después de lo que siempre creímos”. Esto nos conduce a preguntarnos, ¿la falta de pruebas arqueológicas nos lleva a descartar a la Torá como un texto fundamental en la identidad judía? De ninguna manera y en especial con el relato del Pesaj donde se describen los “hechos” que dieron lugar al proceso de aglutinamiento como pueblo con identidad específica, idioma, religión, códigos de conducta y espacio territorial donde se desarrollaron esos acontecimientos. La celebración de Pesaj tiene lugar fundamentalmente en el seno del hogar en una cena a la que se denomina Seder —que significa orden o secuencia— durante la cual se ordena el relato mediante una cantidad de simbolismos que van desde el tendido y disposición de la mesa donde no pueden faltar el vino, la matzá y un plato típico de Pesaj llamado Keará en el que se disponen pequeñas cantidades de alimentos que simbolizan las vicisitudes de los judíos durante la esclavitud. Toda la cena está estructurada en una Hagadá – narración o discurso— como un ejerció de la memoria y de transmisión a las futuras generaciones para que “nunca te olvides que fuiste esclavo en Egipto.” Uno no puede dejar de encontrar ciertas similitudes con los mismos ejercicios de la memoria y transmisión cuando se conmemora la Shoá, los atentados la Embajada de Israel y a la AMIA y a los aberrantes crímenes de la última dictadura cívico-eclesiástica- militar. En cada una de éstas se ha ido instalando un ritual laico que lo hace identificable para todos. Durante siglos la celebración estuvo signada por el dogma religioso pero a partir del iluminismo comenzaron los intentos de resignificación adaptando el relato a las ideas dominantes de la época. Así como la historia se va revisando con nuevos documentos, pero fundamentalmente interpretando los hechos a la luz del presente, vamos a intentar hacerlo con algunos de los símbolos —ya que el espacio de una nota no nos permite un abordaje de la totalidad de los mismos— marcando un camino que permita adentrase en nuestros valores con relación a nuestro tiempo y a nuestro espacio como argentinos judíos del siglo XXI. La Keará contiene seis alimentos que simbolizan la esclavitud y el pacto que permitió salir de ella hacia la Libertad. El maror, hierbas amargas (rábano picante) y el jazete, una lechuga de raíz amarga, representan lo amargo y duro de la esclavitud en Egipto. ¿Nos quedamos con el recuerdo o éstos deberían formar parte de los valores que guíen nuestra conducta? Resignificar estos símbolos nos obligan no solo a oponernos a toda opresión sino a rechazar transformarnos en el Faraón de otros pueblos. A 50 años de la ocupación de los territorios palestinos bien harían los responsables de su persistencia en retornar a las fuentes. El karpás (usualmente apio, perejil, papa hervida) simboliza el fruto del trabajo de la tierra. Se moja dos veces en agua salada, como saladas son las lágrimas. Representa la amargura, el precio de la esclavitud. El fruto amargo de nuestro trabajo esclavo. El jaroset (mezcla de manzanas, vino dulce, nueces y canela), simboliza los ladrillos que hacían los esclavos, trabajo creativo cuyo destino uno no puede ni elegir ni aprovechar. Hoy lo llamamos alienación del trabajo humano y también plusvalía. También está la beitzá, el huevo duro. Tiene varias interpretaciones, la más aceptada es que representa la dureza del corazón del Faraón, la insensibilidad del esclavista con el destino del esclavo, cosa que la experiencia contemporánea nos muestra día a día. Estos tres símbolos nos ubican en nuestro tiempo

Cultura, Portada

“Desde que Isaac Rabin fue asesinado, la derecha nos gobierna”

Autor: Patricio Porta/Página 12 23 de ENERO 2017 Etgar Keret. el escritor más leído de Israel Inmerso en el conflicto del Medio Oriente, Keret referencia su obra en la cultura judía de la diáspora. “No importa tanto lo que pienses”, dice, “siempre puede haber un punto de contacto, pero en Israel ya no se puede discutir.” En un café de la agitada calle Dizengoff, cuando va cayendo la tarde en Tel Aviv, Etgar Keret toma una coca cola y habla sin rodeos sobre el gobierno de Benjamin Netanyahu y la idiosincrasia de los israelíes. Parece no tomarse muy en serio el lugar que la crítica y los lectores le han otorgado. Keret es el escritor israelí más leído dentro y fuera de su país, en parte por la silenciosa e inintencionada renovación que lideró al interior de una tradición literaria dominada por nombres como los de Amos Oz y Aharon Appelfeld. Los temas que toca están lejos del heroísmo y la altisonancia de la guerra y la paz. La clave de su éxito reside en la identificación que suscitan sus relatos. “Leer endurece el músculo de la empatía”, explica a Página 12. Keret se define a sí mismo como un contador de historias. “Un cuento no es una novela más corta, sino una forma de escritura más intuitiva. La literatura es como un susurro, puede cambiar a quien quiere escuchar”, sostiene antes de su visita a la Argentina, donde participará de la Feria del Libro de Buenos Aires. –¿Cómo se convirtió en escritor? –Cuando era joven estaba más interesado en las matemáticas y la física. Mi hermano mayor era una especie de genio de la informática, así que teníamos planeado crear una startup. Pero en Israel el servicio militar es obligatorio. Yo era un pésimo soldado, me metía en problemas y un día me cambiaron a la unidad de informática. Allí no podía comunicarme con otras personas y me ponía a escribir. Estaba solo en mi habitación por horas y entonces escribía mis propias historias. Me veo esencialmente como un contador de historias, y si bien escribo libros, cuento historias en cada lugar que puedo. Soy guionista de televisión y de cine, director, escribo libros infantiles y novelas gráficas. –Usted nació en Israel pero es hijo de sobrevivientes del Holocausto. ¿Sus padres hablaban de ese tema en su casa? –Mis padres no hablaban mucho de ese asunto, era un tema que los afectaba. Mi madre quedó huérfana desde muy pequeña, su familia había sido asesinada en la guerra. Cuando éramos chicos ella nos decía que no tenía referentes a la hora de criarnos y nuestro hogar era un lugar muy loco, en el buen sentido. Por ejemplo, en casa había una regla según la cual si llovía no íbamos al colegio, porque nuestros padres creían que no nos enseñarían algo suficientemente importante que justificase mojarnos. Mi padre trabajaba en una cafetería y se levantaba a las cuatro y media de la mañana y yo, con cinco años, me quedaba levantado mirando la televisión después de que se iba a dormir. Eso nos marcó de cierta forma, porque mis hermanos y yo somos muy diferentes. Mi hermano inició un movimiento pro marihuana, lucha contra la violencia policial y es un activista pro palestino de la izquierda anti sionista. Mi hermana es judía ultraortodoxa, vivió en una colonia en Cisjordania y tiene 11 hijos y 20 nietos a los 55 años. Nos criaron con mucha libertad y siempre nos apoyaron. Mis padres valoraron que mi hermana criara a tantos hijos y nietos y que mi hermano tuviera conciencia y trabajara para lograr cosas que considera significativas para la sociedad. –¿Esa forma de crianza influyó en su imaginación? –Mi madre no tenía muchos recuerdos de sus padres. Pero una de las cosas que sí recordaba eran las historias que le contaban en el gueto antes de dormir. Como no podían leer libros inventaban los cuentos. Esto la hacía sentir una niña muy especial, porque esas historias eran solo para ella. Se dijo que si un día fuese madre tampoco leería cuentos. Mis padres hablaban seis idiomas y la casa estaba llena de libros, pero nunca nos leían. Mi madre tenía mucha creatividad para las historias y mi padre una forma empática y compasiva de narrar sobre gente loca o violenta. Sus historias siempre tenían lugar en un burdel. Cuando tenía cinco años le pregunté qué era una prostituta y me respondió que era alguien a quien se le paga por escuchar los problemas de los demás. Me hablaba de la mafia, que según él era gente que te cobra el alquiler de lugares de los que a veces no son dueños. O de borrachos, personas que cuanto más bebían más felices eran. Entonces de chico yo no sabía si quería formar parte de la mafia, ser alcohólico o prostituta. De más grande, mi padre reconoció que no fue buena idea contarme esas historias, pero que tampoco sabía cómo hacerlo ni cómo explicarme su infancia con los nazis. Después de la guerra se vino a Israel y los británicos lo echaron a Chipre. Se unió al Irgún y lo enviaron al sur de Italia a comprar armas a la mafia, donde su contacto lo dejó dormir en el prostíbulo que administraba, sin necesidad de pagar nada. Era la primera vez que no tenía que esconderse ni ocultar su identidad, y eso le hizo ganar confianza. Estas historias reivindicaban el humanismo, eran un tanto jasídicas. –Sus libros no tratan temas pretensiosos, sino asuntos cotidianos. ¿Se siente parte de la tradición literaria israelí que integran Amos Oz, David Grossman o Abraham B. Yehoshua? –Escribo mucho sobre ataques terroristas y soldados. Pero no soy parte de esa tradición porque existe una gran diferencia entre la tradición israelí y la de la diáspora judía. Mi escritura tiene que ver más con la tradición de la diáspora. La literatura israelí es increíble. Amos Oz es uno de los mejores escritores del mundo. Los grandes escritores israelíes escriben novelas

Scroll al inicio