La primera piedra

Fuente: Ricardo Schkolnik | Nueva Sion
Fecha: 14 de NOV 2017

En Europa se han dado diversos casos en los que no se ha aceptado a jugadores por ser de una raza diferente a la blanca. Esto ha cambiado durante el inicio del siglo XXI debido a los cambios en la sociedad y también a las campañas de las autoridades futbolísticas en diferentes países. La UEFA y la Unión Europea apoyan el proyecto Fútbol contra el racismo en Europa (FARE), cuyo objetivo es frenar la discriminación racial; aunque los resultados distan de ser satisfactorios.

El racismo existe actualmente, aunque no a nivel de clubes sino en las gradas. Ejemplos muy difundidos, aunque tan no recientes son los insultos raciales al jugador del F.C. Barcelona, Samuel Etoo, por parte de algunos hinchas del Real Zaragoza, o al defensor del Messina, Marc Zoro, en un encuentro contra el Inter de Milán.

El resonante caso de los hinchas de Lazio (institución identificada históricamente con el fascismo italiano), denigrando la imagen de Ana Frank en Roma, es uno más de una cadena de hechos que de una u otra manera se repiten en la mayoría de los países europeos y sudamericanos. No es secreto que los militantes del Frente Nacional en Francia, el Partido por la Libertad en Holanda, el Amanecer Dorado en Grecia o una Alternativa para Alemania, pueblan masivamente las gradas de los estadios de fútbol. Y negarlo es absurdo porque sólo contribuye a enmascarar el problema.

En algunos países como Inglaterra o Alemania, hay campañas muy duras para eliminar el racismo y la intolerancia del fútbol y de los estadios. En otros países como España o Italia, se han tomado pocas medidas al respecto.

El mejor jugador de la liga española es un argentino, Messi; Peter Lim, el presidente más acaudalado, desembarcó en Valencia con su chequera procedente de Singapur; el goleador es uruguayo, Luis Suárez; y el entrenador que ganó la última Champions es un francés de origen argelino, Zinedine Zidane. Todos los equipos, salvo el Athletic de Bilbao (que sólo alinea jugadores vascos, cuentan con extranjeros. En las 20 nóminas de Primera División están inscritos 479 futbolistas de 44 países.

Esta situación no es común sólo en España. “El fantasma del racismo recorre los estadios de Europa” parafraseó un dirigente alemán hace poco, y nosotros podemos asegurar que en Argentina la situación no es diferente, sin que las instituciones del fútbol ni el Gobierno se atrevan a adoptar medidas contundentes.

No podemos ignorar los cánticos antisemitas de la hinchada de Chacarita Juniors, cada vez que enfrenta a Atlanta; o las alusiones peyorativas a la hinchada boquense en la figura de “bolitas y paraguas” (bolivianos y paraguayos) y comparaciones zoológicas cuando se trata de jugadores negros.

Es obvio, o debería serlo, que como judíos esto nos conmueve. Pero, ¿estamos dispuestos a enfrentarnos al espejo?

Eternamente pura

La fama de Abbas Suan, jugador de origen árabe, surgido del humilde y único club árabe de Israel, Bnei Sakhnin, creció cuando en 2006, un tiro suyo desde fuera del área en el minuto 90 supuso el empate uno a uno ante Irlanda, y mantuvo vivas las opciones de jugar el Mundial de aquel año, del que finalmente Israel se quedó fuera por el golaveraje.

En el siguiente partido de liga como visitante en el campo de Beitar Jerusalén, la directiva local decidió homenajearlo con un ramo de flores, pero desde la tribuna del lateral Este del estadio Teddy se desplegó una pancarta que heló la sangre de Israel: “Suan, no nos representas”, decía, mientras que el grupúsculo que la portaba gritaba: “Odiamos a todos los árabes”, además de graves insultos contra Mahoma. Al salir del estadio quemaron el coche de Abbas Suan. Esa fue la presentación en sociedad de la barrabrava de Beitar, autodenominada La Familia.

Esta anécdota pinta de cuerpo entero las tradiciones de Beitar -fundado en 1936 y que desde siempre fue el representante de esa derecha fuera del establishment del país-. Ha sido el equipo favorito de los nombres más representativos del Likud, el gran partido de la derecha tradicional israelí.

En 2005, el nigeriano Ibrahim Nadallah pasó en el club jerosolimitano media temporada, pero cuando se fue dejó la siguiente frase: “No recomiendo a los musulmanes fichar por Beitar”.

En noviembre de 2007, en el duodécimo aniversario de la muerte del ex primer ministro Isaac Rabin, La Familia no respetó el minuto de silencio y coreó gritos en favor de Yigal Amir, el judío ultraortodoxo que lo asesinó. Desde entonces, las sanciones -económicas y de puntos- al club han sido constantes por gritos racistas e incitación al odio.

Hace cuatro años, La Familia mostró hasta donde podían llegar. El club contrató dos jugadores chechenos musulmanes y este grupo ultra no paró hasta que los echaron. Acosaron a los jugadores y a la directiva, destrozaron una sede del club y consiguieron su objetivo en pocos días. El entrenador terminó admitiendo públicamente que nunca más se plantearían fichar jugadores árabes o musulmanes.

En las últimas temporadas, en las tribunas ocupadas por este grupo xenófobo ondea una gran pancarta conde reza “Beitar tehorá la ed” (Beitar pura eternamente).

Escalofriante. Cuando desde el mismo corazón de Jerusalén, surge una masa humana en crecimiento que habla de pureza racial, que actúa en consecuencia y se enorgullece de ello, comenzamos a entender que algo, muy básico, muy profundo, no funcionó en los últimos 70 años. Que no estamos libres del pecado del racismo, que a la hora de “tirar la piedra” contra los racistas, muchas de nuestras manos deben quedar en los bolsillos.

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