Autor: Horacio González / Página 12 9 de MARZO 2017 La fecha siempre es importante, por más que los historiadores y nuestras maestras y maestros nos pidan “estudiar los ciclos históricos más amplios”. Claro que eso está bien, la historia arrasa la frágil significancia de una fecha, muchas veces hojas prescindibles del calendario. Pero salvo los grandes espíritus conmemorativos –¿quién no los respeta?– que elaboran un ciclo histórico completo a partir de una fecha, muchas veces nosotros mismos, los hijos de ciertas fechas de las que decimos que “irrumpió una torrente histórico”, solemos desmerecerlas. ¡Pero no! He aquí el fuerte dilema, diría que de índole trágica, sobre si esos dirigentes de la CGT estuvieron en condiciones reales de entender la situación en la que se pusieron. Pensaron que la fecha no importaba. Curiosamente, acataron un viejo razonamiento, totalmente válido en otras circunstancias, de que importaban los “ciclos”, la “prudencia” tomada en abstracto, la “sabiduría” como palabra de un diccionario rápido, circunstancial, para la cita frívola. Pero la verdadera prudencia y sabiduría, como virtudes clásicas, implica un saber panorámico sobre los “ciclos” y un saber específico sobre el “kayrós”, la oportunidad específica (puede ser precisamente una fecha) que pasa silenciosamente delante nuestro y es necesario interpretar y asumir. Schmid, por ejemplo, definió bien un paro general, como un “silencio atronador”, o algo así, quizás dijo un “ensordecedor silencio”, lo mismo da. Un dirigente que ante una metáfora de ese calibre, no pudo pensar sin embargo el momento específico, lo que allí se jugaba en términos de un día. Palabra que tiene múltiples significados, pero aunque sea solamente el astronómico, lo que demora la tierra en girar sobre su eje, ya nos indica como esa aparentemente trivial noción, es de importancia sin igual. Esos dirigentes no vieron los ejes, la rotación de la historia. Grave. ¡Un día! Al Triunvirato se le escapó el día, por seguir demasiado las líneas de interconexión invisible con el gobierno, se les escapó la vitalidad astronómica de un día, esa menudencia que está en el inconsciente social más inescrutable, que de faltar, nos quedamos sin “eje”, fuera de quicio. Son los dirigentes sindicales de las burocracias del pensar social. Porque si Daer dice que no tenían custodia, ejércitos de compañeros como guardaespaldas, y por eso pudo “tomarse el palco”, ciertamente, pueden no ser ellos del tipo de burócratas que no pueden ser tocados por la multitud. Pero lo burocrático yacía en el pensar, en el concebir, en el actuar. Llamar al acto en una territorialidad inadecuada, ignorar la verdadera territorialidad de los actos masivos, ya era una reflexión mezquina. Y la mezquindad siempre es un modo del burocrático pensar. Dispersaron el acto ante escenas urbanas irrisorias y abstractas, que podía ser importantes como sedes de ministerios en el procedimiento material del gobierno, pero abstractas para los manifestantes. Lo burocrático, en fin, era hacer un discurso “combativo” –muchos de esos dirigentes–, en su juventud pudieron pasar por diversas izquierdas y en su madurez, puede recobrar en el seno de su funcionalidad sistémica, ciertas palabras agitativas, pero lo burocrático en sí, permanecía en la trasfondo de sus conciencias. Se equivocan quienes quieren ver en esa posterior “toma del palco” -que surgió del pensamiento sobre “un día”, un pensamiento del corazón antiburocrático de la existencia social real–, una suerte de perturbación, de anomalía que retrataría la confusión en las filas populares. Se equivoca el gobierno, que lo ve así en su callada desesperación, se equivocan los medios que se solazan indebidamente con ese palco enmarañado que sustituyó el pensar burocrático por un pensamiento del “hecho”, que es la remota raíz de la palabra fecha, o data, de donde por deformación viene “dato” y más deformadamente aun, “información”. Lo enmarañado del palco re-ocupado por la multitud, era una maraña promisoria. No fue solo un día histórico; fue histórico también porque se pidió por un día. Pues bien, se pidió por lo que faltó en el acto multitudinario, que superó la vallas escénicas que los Triunviros imaginaron. Evitar la Plaza de Mayo les fue muy costoso, mucho más de lo que imaginaban. Y evitar el día, que era evitar los hechos, la verdadera esencia del acontecer histórico, más costoso aún. Fue una lección que no se puede ignorar. El palco abandonado por los que citaron una multitud para hacerla abstracta (dándole un paisaje indeterminado para complacencia de otros; omitiendo el palenque “donde se rasca la historia”, es decir, el movimiento al que le faltaban los ladrillos o el aguijón de una mera fecha, un día, un día que parecía un alfeñique del tiempo, y que sin embargo, se lo reclamaba como quien reclama entrar a otros modos del tiempo histórico argentino). Ese día de justicia llegará, está en el pensamiento amplio de un amplísimo sector social. Ese día surgirá muy pronto, porque ya en el acto espontáneo de subirse al palco, esa disminuida Bastilla de los Triunviros, ya estaba trazado un nuevo calendario social. Hubo días en la historia argentina a que no se previeron. El 17 de octubre no fue previsto por esa CGT que llamó al paro un día posterior. Decir 18 de octubre nada significa ahora. Pero con un ideal popular en la calle diciendo “poné la fecha”, al contrario, tenemos ahora un llamado cegetista incompleto, al que le faltó la previsión del día. Ese día que falta, será pues un día de justicia, no oscura ni escondida en un internado o entre cuatro paredes. Ese día democrático, social y popular vendrá, y pronto.