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Elogio de Alberto Fernández

Fuente: Jorge Alemán* | La Tecl@ Eñe Fecha: 12 de octubre de 2019 La prudencia de Alberto Fernández, el tacto firme de su enunciación, no es sólo una disposición de carácter, es lo que demanda la situación si se desea que lo político retorne a su lugar. La hora de Fernández es la nuestra, pero no todo depende de él sino de lo que podamos construir para que se pueda  gobernar una situación compleja. El peronismo está siempre habitado por vertientes contrapuestas .Una  es disruptiva, instituyente, de apropiación popular del espacio público. La  otra es institucional, republicana y perteneciente a la lógica de Estado en sus distintos órdenes. No hay nunca una síntesis final entre estas dos dimensiones ni mediaciones que le otorguen un equilibrio definitivo. Es en el seno de estas tensiones irresolubles donde aparece en la escena la conducción política. Y el saber hacer de la política exige tanto del cálculo como la invención. Este es el lugar de Alberto Fernández, donde en  lo ya hecho hasta aquí ha sabido mostrar sus condiciones para la apuesta por esa conducción. En primer lugar en sus diversas comparecencias en los medios adversarios, donde además de la paciencia infinita que ha sabido mostrar, ha sido muy importante también la firmeza y astucia para no permitir que su discurso pierda sus aristas más propias y novedosas. Fernández,  mientras construía su posición singular de futuro presidente, encontraba el lugar pertinente para su reconocimiento al gran peso histórico de Cristina. Cuestión nada fácil que siempre supo solventar frente a los interlocutores más suspicaces y hostiles. Nunca su reconocimiento y admiración por la vicepresidenta le hizo perder fuerza y novedad al propio estilo que él inaugura para esta etapa. Un estilo que se conjuga de inmediato y en una misma lógica con la gravísima situación argentina y el complejo mundo del siglo XXI, donde los poderes mundiales ya anunciaron lo que se prepara en el 2020. El recurso a la moderación de Alberto jamás le impide, todo lo contrario, insistir en que en este tiempo sinuoso, una conducción no es más que una herramienta asediada por una urgente responsabilidad colectiva en un auténtico final de época en la Argentina. Tal vez  estemos en la más urgente de todas nuestras encrucijadas históricas. Por ello más que reclamar una identificación a un líder, Alberto invita a la participación de una construcción colectiva que se permita dar el tiempo para pensar lo que nos pudo ocurrir para que tuviera lugar semejante devastación. Reflexión que nos debemos, aún en las condiciones durísimas de nuestro pueblo. Por ello cuando habla se percibe claramente la intensidad de este dilema. Incluso su sensibilidad liberal y progresista pueda en esta ocasión canalizar de un modo más sensato el enorme caudal transformador de nuestros sectores más jugados y comprometidos en su vocación emancipadora. En otros términos, impedir que se diseminen energías políticas en el sector donde reside nuestro mejor legado. Suele ser difícil que dos personalidades políticas como Cristina y Alberto, transformen la escena pública en un suceder ininterrumpido de lecturas que preparan un diagnóstico de la situación. Será para siempre una muestra definitiva del talento político de Cristina haber elegido a Alberto, y una prueba de solidez e inteligencia prudencial de Alberto haberse construido en un país tan difícil, su lugar inconfundible y singular. La prudencia de Alberto, el tacto firme de su enunciación, no es sólo una disposición de carácter. Es lo que demanda la situación si se desea que lo político retorne a su lugar y que nuestros legados, que estuvieron a punto de naufragar y que otros con tanto poder quisieron hundir, vuelvan  a tomar la palabra. La hora de Fernández es la nuestra, pero no todo depende de él sino de lo que podamos construir para que se pueda  gobernar una situación endemoniada.

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¿Un tiempo más?

Fuente: Carlos Heller | Tiempo Argentino Fecha: 6 de octubre de 2019 Suena a partido de fútbol pero no lo es. La frase «un tiempo más» (para gobernar) salió de boca de Mauricio Macri en un acto en Entre Ríos. Allí también dijo: «El fin de mes se ha hecho muy duro. Cortar esto, lo otro, la tarjeta de crédito. No llegar». Y lejos de «tomar nota» se mostró «orgulloso de todas las cosas» que logró el gobierno. ¿Cómo se sentirá el presidente con los datos de pobreza e indigencia que se acaban de publicar y que muestran el tenor de la emergencia social y, en particular, la alimentaria? Según el Indec, la indigencia llegó en el primer semestre al 7,7% de la población, por encima del 4,9% de un año atrás. Hay que decir que esto no contempla los impactos de la devaluación post PASO que sin dudas seguirá haciendo crecer el número de personas que no llegan a cubrir una canasta básica de alimentos. La culpa es por completo del modelo, no de la democracia. Es lo mismo que pasa con la cifra de pobreza, que en el último año pasó del 27,3% al 35,4% de la población. Extrapolando la muestra del Indec al total de la población, se puede observar que entre el primer semestre de 2018 y el de 2019 se generaron cerca de 3 millones 300 mil nuevos pobres. Para que la pobreza tienda a reducirse es preciso implementar políticas que por un lado mejoren el poder adquisitivo de los ingresos, y que en paralelo incentiven la generación de empleo de calidad. Por caso, la caída del salario real de los siete primeros meses del año contra el mismo lapso de 2018 fue del -10,8%, y los más castigados fueron los del sector privado no registrado (-14,2%). El desempleo también ha ido en alza, pasando del 9,6% en el segundo trimestre de 2018 al 10,6% en el segundo de 2019. La subocupación, en tanto, se incrementó en casi 2 puntos porcentuales. El impulso de la actividad económica, condición necesaria para que los ingresos de la economía se expandan, tampoco parece haber estado en las prioridades de este gobierno. Los últimos datos de la producción de la industria que presentó el Indec muestran una caída del 8,1% en los primeros ocho meses del año, y un 8% de baja en la actividad de la construcción. Para empezar a revertir la situación que deja el gobierno actual hay que poner en marcha la economía, y esto sólo se puede hacer con medidas de corte virtuoso, que generen demanda interna y trasciendan la lógica del ajuste y las reformas, entre ellas las que llevan a la precarización laboral. Los datos del resultado fiscal evidencian el fortísimo ajuste en el gasto, salvo en un ítem: los intereses de la deuda pública. Estos no dejan de crecer: si los medimos como porcentaje del gasto primario, alcanzaron el 6,7% en 2016 y el 9,4% en 2017. Para comparar con los datos actuales, que llegan hasta agosto, en los ocho primeros meses de 2018 este indicador llegó al 11,1%, y en igual período de este año al 17,5%. Esta evolución demuestra que el resultado fiscal primario (sin considerar los intereses, y que es el que mide y exige el FMI) es un enfoque erróneo. Este oculta el incremento de los intereses de la deuda pública. El resultado fiscal que debe considerarse es el total (llamado financiero) que incluye los intereses, ya que es ese el importe que impacta sobre la necesidad de financiarse (si es deficitario) o de poder cancelar deuda e intereses (si es superavitario). En el acumulado de los 8 meses de 2019 las jubilaciones y pensiones cayeron un 10,5% en términos reales, es decir, su poder adquisitivo, y las asignaciones familiares un 19,6%. También se redujeron un 13% los salarios de los empleados públicos de la Nación, un 32% los gastos en educación (y un 43% las asignaciones a infraestructura para este destino) y un 25% los gastos en salud. Pero los subsidios a la energía aumentaron un 8%, aunque los subsidios al transporte cayeron 26%, claro indicador de los sectores que han sido privilegiados por este gobierno. Un tema importante es la evolución de los ingresos tributarios, que cayeron un 5,2% en el acumulado a agosto, debido a la fuerte recesión imperante. Con un plan de ajuste, este comportamiento se vuelve mucho más preocupante, puesto que, para reducir el déficit primario, los gastos deben bajar aun más. De hecho, en dicho período el gasto primario bajó un 11%, el doble de la reducción de los ingresos, siempre medidos en términos reales. Lineamientos básicos El Macri candidato prometió esta semana rebaja de Ganancias a pymes y alivio fiscal a monotributistas para 2020, sin siquiera poner sobre la mesa el cálculo de cómo se afectan los recursos fiscales. Llama la atención que los grandes medios en este caso no le pidan propuestas consistentes. En este plano, ¿cuán coherente con la supuesta intención de tener un sistema previsional sostenible es la propuesta de bajar los aportes patronales, algo que también anunciaron en la semana? Poco y nada. Más allá de las promesas de siempre de Macri, el espíritu que persiguen desde fines de 2015 sigue intacto y puede verse a la luz de las declaraciones de su compañero de fórmula, quien preguntó: «¿Cómo puede ser que los 400 mil venezolanos que ingresaron en el último año estén todos trabajando?». El problema no es la falta del deseo de trabajar (se considera desempleado a quien busca activamente trabajo y no lo consigue), sino la aguda falta de trabajo. Y lo poco que hay es trabajo precarizado, con salarios fuera de convenio y sin ningún tipo de beneficio social, que es al que podrían acceder los recién llegados. Esta semana la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA) recibió a Alberto Fernández, quien tras la reunión comentó que le plantearon «la necesidad de una reforma impositiva, y muchos de esos planteos son ciertos», pero

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El Plan F: Recuperación del salario perdido, disolución de la AFI y del Ministerio de Seguridad

Fuente: Horacio Verbitzky | El cohete a la luna Fecha: 6 de octubre de 2019 Alberto Fernández prepara un shock económico, social, político e institucional, que comenzaría a aplicarse en diciembre, en cuanto asuma la presidencia. Entretanto, sigue abocado a la conformación de su gabinete de ministros, del que no piensa dar indicios antes de la elección del 27 de octubre, para impedir que entre los medios que apostaron a la extinción de lo que llaman populismo o kirchnerismo, y los kamikazes del macrismo terminal (cuyas principales figuras son el ex peronista Micky Vainilla y la ex radical Elisa Carrió), erosionen a los futuros funcionarios antes de tiempo. En sus conversaciones diarias con Cristina Fernández de Kirchner, que no se han interrumpido durante el nuevo viaje de la futura vicepresidente a Cuba, se discuten los nombres propuestos por cada un de les Fernández. La decisión es de Alberto, pero todo está sometido a consulta con Cristina. Ambos están juramentados para no volver a pelearse, algo que sólo ocurriría por diferencias inconciliables sobre temas fundamentales, cosa que no asoma en el horizonte previsible. En la entrevista con Jorge Fontevecchia dije que Alberto pudo comprobar que la primera parte de su definición (sin Cristina no se puede) se demostró cierta, a diferencia de la segunda (con Cristina sola no alcanza). Un alcahuete de provincias escribió que el kirchnerismo intentaba así condicionar y ningunear al candidato. Por ignorancia o mala fe, omitió que no fui yo sino Alberto quien dijo que Cristina no necesitaba cederle la candidatura, porque ella sola ganaba, con Felipe Solá como candidato a la vicepresidencia, como él proponía. La vida te da sorpresas El secreto sobre la nómina de los elegidos provocará sorpresas, cuando algunos de quienes son considerados seguros en todas las especulaciones, no figuren o aparezcan en posiciones de menor relevancia, y otros que nadie tiene en cuenta o menoscaban como secundarios, ocupen cargos decisivos. Un elemento influyente para la decisión es el síndrome de Paladino, puesto en evidencia en los meses en los que varios referentes actuaron en nombre de Alberto ante distintos poderes fácticos, lo cual permitió medir la dimensión de sus apetencias y la extensión y carácter de sus relaciones. Otro, la firmeza de carácter, que será imprescindible para lo que viene. Ni el brillo personal, ni los contactos con el otro lado garantizan ser seleccionado. Casi lo contrario. Lo único que por ahora puede darse por cierto es que a diferencia de Cambiemos, que constituyó una alianza electoral pero nunca una coalición de gobierno, el próximo Presidente será acompañado por representantes de todos los sectores que confluyeron en la conformación del Frente. El candidato afirma que no quiere un albertismo. Entre sus secretarios de Estado figurarán distintos grupos del peronismo (entre otros, representantes de gobernadores e intendentes e incluso alguno de ellos) y las demás fuerzas aliadas. El candidato entiende que esto se expresa también en el trío de inseparables que lo acompañan: Su colaborador personal Santiago Cafiero, quien se estrenará como Jefe de Gabinete de Ministros a una edad avanzada en comparación con su abuelo Tony, quien fue ministro de Comercio Exterior de Juan Perón a los 30 años, diez menos de los que tiene Santiago.     El ministerio de Comercio Internacional, Relaciones Exteriores y Culto, como pasará a denominarse, fue asignado a Felipe Solá, en representación del Frente Renovador de Sergio Massa. Lo acompañará un embajador de carrera para manejar las relaciones al interior de la guarida de devoradores de canapés de la calle Esmeralda, y un especialista en comercio, con la dura tarea de promover el crecimiento de las exportaciones. El candidato habló de duplicarlas. Bastaría con que no le ocurra como a Macrì, quien presentó la meta de triplicarlas y, como en casi todos los rubros, apenas logró igualar las del último año de Cristina, que no fue el más brillante. La Nomenclatura Arancelaria del Mercosur lista 99 capítulos. En dos tercios, las exportaciones decayeron. El ministro del Interior, Wado de Pedro, secretario general en el último gabinete de Cristina, el miembro de la conducción de La Cámpora más próximo a Máximo Kirchner y uno de los hombres que muñequeó la reunificación peronista, desde antes del reencuentro de Alberto y Cristina. Las distintas procedencias de cada uno (y de quienes completen el elenco) no implica que se trate de un loteo al estilo de las coaliciones europeas o, más cerca, de Chile. Todos ellos son personas de confianza personal de Alberto, con quien conforman el núcleo del próximo gobierno. Cafiero ama a Cristina, y Solá sólo desearía que ella fuera más expresiva hacia él y lo considerara como ministro propio, y no sólo de Alberto. Los temas de la agenda La triada prioritaria que encarará el nuevo gobierno incluye la deuda externa, con acreedores privados y con el Fondo Monetario Internacional; la inflación, y la recomposición de ingresos de los trabajadores formales e informales, ya sean ocupados, subocupados o desocupados. El Consejo Económico Social, cuya conformación ya anunció Alberto, será integrado por representantes de los sindicatos patronales y de trabajadores, y allí se negociarán los compromisos imprescindibles para poner un corte abrupto a las políticas que derivaron en la más profunda estanflación de la historia argentina, con caída de la rentabilidad empresarial (salvo los parientes y entenados presidenciales y parte del sector financiero), destrucción de empresas y puestos de trabajo y deterioro de la capacidad industrial instalada. En el rubro alimenticio está ociosa la mitad de esa capacidad, pero ese dato general, que el vicepresidente de la Unión Industrial, Daniel Funes de Rioja, le suministró al candidato, debe ponderarse por el estado de esa capacidad. No es lo mismo una empresa cuya planta trabaja la mitad de los turnos pero sigue en el mercado, que otra que quebró y remató sus maquinarias. El candidato tiene muchas expectativas en el funcionamiento del Consejo, que debería permitir que los apagados motores del consumo y del crecimiento se encendieran, y en los acuerdos que procura alcanzar. Esa seguridad se basa en la percepción de que todos los sectores

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Alberto y el kirchnerismo

Fuente: Edgardo Mocca | Página/12 Fecha: 6 de octubre de 2019 Macri y sus funcionarios nombran a sus principales adversarios electorales con la palabra “kirchnerismo”. Desde los candidatos de esa oposición se responde que el frente de todos excede esa identidad. Sin embargo, gran parte de su composición se organiza en torno a esa denominación: hay quienes se identifican como kirchneristas (y hasta como cristinistas), están quienes fueron kirchneristas y se distanciaron, progresistas que nunca lo fueron y están también, claro, los peronistas. Pero resulta que dentro del peronismo hay kirchneristas, ex kirchneristas y también gente que tuvo y tiene escasas simpatías por el kirchnerismo. El macrismo nombra a la oposición como kirchnerismo para agitar el nuevo macartismo argentino, para fundar las alegorías de Venezuela, la lucha armada, el ataque a la propiedad privada, la disolución de la familia y otras de parecido tenor. Hay que agradecer, en términos de claridad política, que Pichetto se haya sumado a esta derecha “moderna y democrática”. Sin embargo, es cierto que el kirchnerismo es, como tal, un protagonista central de esta escena política, contrariando así las profecías que cundían a principios de 2016. El candidato a presidente reivindica como su mejor antecedente su condición de jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Su relación histórica con Cristina es presentada por él de modo menos lineal; también la acompañó desde esa jefatura, pero se distanció a los pocos meses de que aquella asumiera la presidencia. ¿Es entonces kirchnerista? Por otro lado, los Kirchner nunca se autodenominaron “kirchneristas”, lo que termina de poner ese nombre en una situación bastante ambigua. Sin embargo, más allá de los nombres están las cosas. La palabra kirchnerismo no alude a una estructura partidaria ni a una doctrina elaborada y unívoca. Designa una determinada experiencia histórica que no nace con su forma habitual el día de la asunción de Néstor. Se fue constituyendo a partir de una sucesión de conflictos y de disputas de poder interiores y exteriores al peronismo y a su soporte institucional, el Partido Justicialista. Es, por lo tanto, siguiendo las huellas trazadas en su origen peronista, no un partido sino un “movimiento”. El movimiento no es una estructura orgánica, se constituye alrededor de un liderazgo. Los politólogos liberales siempre han percibido esa condición como una anomalía perniciosa del peronismo, lo que se explica porque no entra fácilmente en los códigos de la democracia liberal con sus rituales consensualistas y con la alternancia en el gobierno como principio central. En este curioso compás de espera que vive la política argentina, en el que todo el mundo está esperando que se concrete la derrota del oficialismo y se produzca el cambio de gobierno, el centro de la atención se desplaza hacia Alberto Fernández. Quien hoy no es más que un candidato es recibido un día por el líder de un importante país europeo y otro día consigue que los gremios aeronáuticos posterguen una medida de fuerza. ¿Qué puede esperarse de su gobierno? Dicho de una manera más directa: ¿Cuán kirchnerista es Alberto Fernández? Para los enemigos del kirchnerismo (básicamente de Cristina) el modo en que accedió a la candidatura alcanza para colocarlo bajo ese mote que, en el caso, comporta miedo y odio. Para los kirchneristas es lo contrario: gran parte de la conversación entre ellos –hoy sujeta a cuidadosas medidas de discreción que a veces llevan a la autocensura- gira en torno a si puede esperarse que el candidato exprese una inequívoca continuidad de la experiencia de los doce años anteriores a 2015 o que más lenta o más rápidamente vaya poniendo distancias de esa saga. Subyace a estas discusiones un malentendido. Se vive la condición de kirchnerista como un hecho dado de una vez y para siempre. Como si todas las peripecias argentinas de aquellos doce años –y las de los cuatro últimos- fueran un simple desenvolvimiento de un designio inicial establecido el mismo día en que asumió Néstor. Lo vive así el kirchnerismo y también sus enemigos. Es probable que una reflexión un poco más histórica y un poco más realista develara que lo que todos denominamos kirchnerismo es el fruto del desarrollo de conflictos, de contradicciones, de marchas y contramarchas que tienen mucho más que ver con las necesidades de la lucha política por el poder que con minuciosos programas y cálculos preconcebidos. Lo que se conoce como kirchnerismo es un proceso histórico, una práctica política. Abierta, contradictoria, guiada sí por principios y por valores y conectada con fuentes muy profundas de la historia política argentina, pero también emanadas del resultado de luchas menores, de cálculos correctos o errados, en fin, de casualidades que son siempre el modo en que se abren paso los procesos históricos. Habría que empezar por considerar que desde el propio triunfo electoral de 2003 estuvo sometido a esa condición. El candidato del Frente expresa reconocimiento y admiración a Cristina y agrega siempre que sostiene las divergencias que tuvo con sus gobiernos. El modo en que se presenta a propios y extraños es el de alguien que recupera la experiencia de los gobiernos kirchneristas y al mismo tiempo la entiende críticamente. Es inevitable que su opinión no sea unánimemente compartida por todos quienes lo reconocen y lo votan. Y es muy importante que las diferencias no sean censuradas ni autocensuradas sino administradas oportuna e inteligentemente. A esto debe agregarse, como parte del cuadro, que quien instaló a Alberto en su actual rol y en el que tendrá en el futuro próximo fue la propia ex presidenta. Este giro político no puede entenderse sino como un intento de recuperar un rumbo general –políticas de inclusión, recuperación de soberanía, reindustrialización- en condiciones nacionales e internacionales distintas. Y que el movimiento táctico producido por Cristina opera como una señal política de la búsqueda de un nuevo punto de partida, que intenta horadar la roca dura de aquellas resistencias al rumbo nacional-popular que no responden a obvios intereses de poder sino a prejuicios largamente cultivados en la historia de las últimas décadas. Está claro que ni

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Lo que el macrismo nos dejó

Fuente: Diego Conno(*)| La tecla eñe Fecha: 5 de octubre de 2019 A Lula y Milagro Sala El macrismo ha conducido a la Argentina ante una nueva crisis. Creer que estamos simplemente frente a una crisis económica es síntoma de una verdad más profunda que subyace a dicha interpretación. Estamos en medio de una crisis donde lo que está en juego es el sentido mismo de la política y de la democracia. ¿Qué es una crisis? Es la puesta en acto de una diferencia o ruptura epocal, una mutación o inflexión de un determinado tiempo histórico, una especie de desorden del tiempo. Para decirlo en el lenguaje de Shakespeare: “The time is out of joint”. El concepto tiene su origen en el mundo antiguo, krisis proviene del verbo griego kríno que significa “separar”, “escoger”, “enjuiciar”, “decidir”; también “medirse”, “luchar”, “combatir”. Decimos que estamos en crisis o que una sociedad entra en crisis cuando nos encontramos ante una situación límite, cuando estamos ante un umbral que nos transforma, que modifica nuestra relación con nosotros mismos, con los otros y con el mundo que habitamos. Por eso el concepto de crisis implica también un momento de reflexión, de lucha y de decisión sobre los modos de leer e intervenir en una coyuntura. El macrismo ha conducido a la Argentina ante una nueva crisis. Creer que estamos simplemente frente a una crisis económica es síntoma de una verdad más profunda que subyace a dicha interpretación. Estamos en medio de una crisis donde lo que está en juego es el sentido mismo de la política y de la democracia. De ahí que de su comprensión dependan sus modos de resolución y el futuro de la nación. En los últimos años, la Argentina -aunque esto puede extenderse para gran parte de América Latina- ha estado expuesta a una especie de “autoritarismo neoliberal”, que implicó un proyecto de economización de todas las esferas de la vida junto a la criminalización de toda disidencia y oposición al poder, haciendo de la política un mecanismo de disciplinamiento y degradación cultural que ha colocado a la sociedad ante un umbral más bajo de civilización. Forjado en estos años desde las usinas de los grandes medios de comunicación la “grieta” ha sido mal concepto. Sea en la forma de su elogio, sea en la de su denigración, la palabra grieta es una forma banal de nuestros modos de pensar la política, principalmente la política democrática. El antagonismo y la división social constituyen la naturaleza misma de las sociedades democráticas. El consensualismo abstracto niega la política al negar la confrontación de intereses que le es inherente. Pero los antagonismos no son fijos, ni se dan de una vez y para siempre; se traman a lo largo de la historia y se constituyen en la contingencia de lo social. Es así que el adversario político debe ser siempre hostis, no inimicus. La moralización de la política es una de las formas de la despolitización. Cuando la política se moraliza el otro deja de ser un adversario y se convierte en un enemigo a eliminar. Debemos decir que no hay macrismo. Lo que entendemos bajo ese nombre ominoso es menos una identidad política que el efecto de sofisticadas técnicas de dominación: comunicacionales, jurídicas, financieras. Máquinas semióticas que han acelerado la decadencia económica, social y cultural de la nación junto a la producción en serie de vidas precarias, vidas que no valen la pena y que el capitalismo contemporáneo las transforma en sujetos desechables. Allá lejos ha quedado la figura del viejo Marx de un ejército industrial de reserva. El “nuevo espíritu del capitalismo” vive de las diversas formas de abyección; su economía de la deuda es la realización absoluta de una barbarie sin reservas. Ya en los años ´50 Hannah Arendt vislumbraba con preocupación la posibilidad de soluciones totalitarias en sociedades o regímenes no totalitarios. Esto sucede en un sistema en el que hay vidas que son consideradas superfluas. La creencia neoliberal en el “sí se puede” ha demostrado que todo puede ser destruido. Los poderes judiciales se han reconvertido en máquinas de guerra. La arbitrariedad de sus acciones en alianza con el poder mediático y financiero ha ido diseminando pequeños “estados de excepción” al interior de nuestras sociedades democráticas. Milagro Sala en Argentina o Lula da Silva en Brasil son casos paradigmáticos. Territorios que supieron alojar prácticas emancipatorias se han transformado hoy en laboratorios neoliberales de experimentación sobre la naturaleza humana. Los grandes medios de comunicación se han convertido en incubadoras reaccionarias de las nuevas formas de violencia y micro-fascismo social. Estos medios han reemplazado el lugar que ocupaba la inquisición en la Edad Media y han devenido, al decir de Adorno, “nuevas fábricas del alma”. Su método de gobierno de las conductas se realiza a través de dispositivos de tele-fascismo a distancia. Ya hace algún tiempo, Giorgio Agamben identificó la correspondencia entre dispositivos mediáticos de control y manipulación de la palabra pública y dispositivos tecnológicos de producción de nuda vida: “entre los extremos de una palabra sin cuerpo y un cuerpo sin palabra”, dice el filósofo italiano, el espacio de la política tiende a reducirse o desaparecer. Las shitstorm de la red son síntoma y radicalización de esta especie de vida dañada convertida en espectáculo de masas. La expresión “cultura de masas” no es igual a la cultura popular. En la masa habita una subjetividad quebrada, una vida dañada por la violencia del capital. Por el contrario, en la vida popular anida un horizonte de justicia y emancipación. El neoliberalismo es una forma de gobierno que produce una masa allí donde habita una subjetividad popular. Como ha sabido decir mi amigo y maestro Alejandro Kaufman, el macrismo construyó pobres allí donde había pueblo. Pero sin embargo hay algo irreductible, una especie de resto inasimilable al poder, un deseo popular que recorre la historia de manera subterránea y que el gran Maquiavelo captó de manera singular: deseo de no ser dominado y ser libre. Pueblo es el nombre de ese deseo. Política el de la construcción de ese pueblo. El triunfo del neoliberalismo se

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No es sólo mala praxis

Fuente:  Carlos Heller | Tiempo Argentino Fecha: 22 de septiembre de 2019 En medicina, aunque también en otras profesiones, la mala praxis hace referencia a un perjuicio contra el paciente. Se deriva de una conducta negligente, imprudente o de falta de pericia de un especialista que no respetó los parámetros que rigen la profesión. La definición sirve como marco para reflexionar sobre muchas decisiones que ha tomado este gobierno y que han derivado en la crítica situación económica y social que hoy padecemos. Sin embargo, desde mi punto de vista, acá no hay solamente errores o «mala praxis». En realidad, la economía política es una disciplina del área social, no exacta o natural, y está condicionada por las posturas ideológicas, lo que indica que no hay un único protocolo. Hay distintos «cómo», en función de los «qué» buscados. De hecho, aunque hablen de errores, para los defensores del «pensamiento único» la mala praxis tampoco aplicaría. En Argentina se siguieron las normas de la ortodoxia a la perfección y podríamos decir que incluso lograron varios de los objetivos buscados. Desde un primer momento señalé que este gobierno siempre supo qué estaba haciendo y que sus políticas sólo generarían un fuerte endeudamiento, desempleo y recesión. Esta es la contrapartida de los «éxitos» conseguidos, en particular en lo que respecta a la brutal caída del salario real, un pedido del establishment concentrado. En una nota de Marcelo Bonelli (Clarín, 19/9/19) se habla de que «la primera tarea que tendría Alberto sería recomponer la relación con los Estados Unidos». La nota se titula: «Las diez medidas que Alberto Fernández le pediría a Macri si gana las elecciones», aunque no aparece una sola política en concreto. Lo que sobresale es la búsqueda de definiciones por parte del establishment. En la semana, el empresario Eduardo Eurnekian afirmó: «El próximo presidente argentino debería entender que no hay otro camino hacia el crecimiento que abrazar el liberalismo al estilo estadounidense, basado en principios que generan progreso y prosperidad». El problema es que es lo que estuvo haciendo desde un comienzo el gobierno de Cambiemos. Lo ocurrido con el salvataje que el Fondo Monetario Internacional concedió a instancias de Donald Trump constituye un auténtico «abrazo de oso». En este marco, acaba de reaparecer en los medios la exdirectora del FMI, Christine Lagarde. Mientras aguarda para asumir la presidencia del Banco Central Europeo, volvió a eludir sus responsabilidades en el caso argentino. Acudiendo a un argumento contrafáctico se preguntó: «¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos estado ahí? ¿Si no hubiéramos hecho nada? Creo que hubiera sido mucho peor. Para mí no hay dudas al respecto». Según Lagarde, «cuando Argentina tocó a nuestra puerta estaba en una situación particularmente difícil. Tendemos a olvidarnos de eso porque todo el mundo se centra en Argentina hoy». En ningún momento se preguntó qué hubiera pasado si no se hubiera permitido la fuga de capitales y el endeudamiento acelerado; si no se hubiera desregulado la economía, más en un entorno internacional que daba señales de volverse cada vez más complicado. La respuesta lógica de la ortodoxia es que todo se hizo para que ingresen inversiones, una apuesta de alto costo y beneficio nulo, ya que los únicos fondos que ingresaron fueron los especulativos, que luego fugaron ante el menor atisbo de baja de ganancias. Lagarde también reconoció que «había pocas posibilidades» de éxito. No llama la atención: es lo mismo que se decía desde el principio en los informes del staff técnico sobre que la deuda era sostenible pero con baja probabilidad. También lamentó que el inmenso crédito no hubiera podido sofocar la inflación. Difícilmente podría ocurrir otra cosa si a la par se buscaba que subiera el tipo de cambio y se ajustaban las tarifas sin ningún tipo de regulaciones que impidieran su traslado a precios. Economía en picada Se conocieron datos del segundo trimestre del año, que entre otras cosas permiten evaluar los datos de actividad económica durante el período de vigencia del acuerdo con el Fondo Monetario. Recordemos que en julio del año pasado el organismo proyectaba un crecimiento del PBI del 1,5% para 2019, aunque terminará con una fuerte caída (por encima del 2,5%). Los típicos yerros del FMI, que intenta justificar sus programas de ajuste a como dé lugar. En el segundo trimestre se verificó un crecimiento del PBI del 0,6% contra un año atrás. No obstante, el dato es sumamente preocupante en el desagregado, ya que se basó en el crecimiento de la actividad del campo (+46%), influido por la baja base de comparación de 2018, producto de la sequía. El resto de los sectores mostró estancamientos y caídas. Destacan el comercio mayorista y minorista (-9,3%), la industria (-6,7%), la intermediación financiera (-13,5%), electricidad gas y agua (-6,6%) y construcción (-5,6%). Considerando la variación respecto del primer trimestre del año, en términos desestacionalizados, se registró una baja del 0,3 por ciento. La evolución sectorial también se refleja en los componentes de la demanda. De hecho, el único rubro que crece en el interanual fueron las exportaciones (+15%), en tanto que se observa una caída en todos los componentes de la demanda interna. El consumo privado cae un 7,7%, el público un 1,7% y las inversiones lo hacen en un 18%. Datos que preocupan por donde se los mire. El mercado interno es a su vez un reflejo de la política salarial del gobierno, y también de la evolución del empleo. El desempleo subió al 10,6% en el segundo trimestre, un punto porcentual por encima de un año atrás. La realidad del mercado laboral no se ve reflejada en toda su dimensión con el dato de desempleo. También hay que considerar la subocupación, es decir, aquellas personas ocupadas que trabajan menos de 35 horas semanales por causas involuntarias, que se incrementó en casi 2 puntos porcentuales. Y los que se desalientan y dejan de buscar trabajo, y para la estadística dejan de ser desempleados. Por grupo poblacional, se observa que la franja de hombres y mujeres de entre 14 y 29

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Constitución nacional y extorsión mediática

Fuente: Edgardo Mocca | Página/12 Fecha: 22 de septiembre de 2019 La fiscal de la nación Cristina Caamaño afirmó en estos días que estaría de acuerdo en la apertura de una discusión sobre una reforma constitucional en el país. No dijo que fuera urgente la convocatoria hizo de la propuesta el centro de gravedad de la política argentina en esta coyuntura: simplemente dijo que, según su parecer, sería oportuna en algún momento. Rápidamente se activaron los reflejos pavlovianos de la comunicación del régimen para poner en acción todo el sistema de señales: “la presidenta de la organización “kirchnerista” Justicia Legítima propone cambiar la constitución argentina por una nueva de corte chavista y antiliberal” (creo que ningún medio lo dijo así pero ese fue claramente el contenido de la manipulación en la mayoría de los casos). Como siempre, las palabras y su significado dejan de ser herramientas de un diálogo para convertirse en un arsenal dirigido a la destrucción del adversario. Hasta aquí no hay nada novedoso. Una rápida mirada a los editoriales del diario La Nación de los últimos sesenta o setenta años revelaría el uso y abuso del sonsonete oligárquico que aparece cada vez que alguien habla de reformar la constitución. La doctrina de la tribuna dice –cada vez que lo considera necesario para la defensa de sus intereses- que la constitución tiene una parte “pétrea” o “dogmática” (es decir inamovible) que es la que refiere a los derechos y garantías. De esos “derechos y garantías”, el que más obsesiona al mitrismo (y a sus nuevos y no tan nuevos acólitos) es el derecho de propiedad. Muy en particular –como se demostró cuando Grabois habló de la reforma agraria- el de la propiedad de la tierra. Parece que el régimen de propiedad de la tierra es la verdadera constitución que defienden, aquello que consideran la constitución originaria de la patria. La colusión con el gran capital económico y financiero global no los aparta de sus fuentes históricas. Lo nuevo está en la coyuntura política que vivimos. Para decirlo rápidamente, lo nuevo es el giro que ha tomado la política argentina con la decisión de Cristina de poner a Alberto Fernández al frente de la fórmula presidencial y con el éxito rotundo que ese giro táctico-estratégico obtuvo en las urnas el último 11 de agosto. Alberto es la promesa de un nuevo punto de partida para la disputa política en la Argentina, la propuesta de una recuperación del sentido histórico de los gobiernos de Néstor y Cristina y, al mismo tiempo, de una revisión de las formas y de los caminos para lograrlo. El candidato dice que no hace falta una ley de medios y propone, en cambio, la utilización y actualización de la legislación de defensa de la competencia. Afirma que no es necesaria una nueva constitución porque con la actual puede avanzar una política de recuperación y ampliación de derechos. Sostiene que no va a interferir en la acción del Poder Judicial, aunque agrega que un sector de éste ha producido mucho mamarracho jurídico en los últimos años. Todo el discurso del candidato apunta a lograr que en el centro de la discusión esté la necesidad y la urgencia de una rápida reparación de los daños sufridos por la población, especialmente por los sectores más débiles, en los últimos años. ¿Significa eso que la prudencia política, particularmente en el tiempo de la campaña electoral obligue a silenciar cuestiones que por su alta sensibilidad social pueden generar ruidos negativos? Ante todo, ¿quién decide sobre la “sensibilidad social” de lo que se dice o lo que no se dice? ¿Estamos seguros de que una discusión sobre el régimen de propiedad de la tierra o un proceso de transformación del poder judicial, por ejemplo, escandalizan a grandes mayorías populares? ¿O se nos propone una especie de derecho a veto de las clases dominantes sobre cuál es la lista de los temas de debate “habilitados” por el pensamiento políticamente correcto y cuáles deben ir a la papelera de reciclaje? Ciertamente una nueva constitución no garantiza por sí misma el éxito de un proceso democrático. Hubo transformaciones sin cambios constitucionales y cambios constitucionales que no aseguraron el éxito de procesos transformadores. En Argentina, por ejemplo, hubo una constitución radicalmente nueva y distinta, la de 1949, que se aprobó después de un intenso proceso de reformas sociales y que unos pocos años después fue derogada, no en aplicación de lo previsto por el artículo 30 de la Constitución de 1853 sino por un bando de un régimen militar, faccioso y criminal. Ahora bien, ¿no puede pensarse que en determinadas circunstancias la discusión pública sobre el orden, sobre el régimen político (que eso es una constitución) es una herramienta poderosa a favor de una transformación dirigida a la profundización de la democracia? Es muy probable que la democracia argentina esté necesitando salir de este régimen de extorsión. De esta capacidad que tienen los grandes emporios mediáticos de dictaminar cuáles temas entran y cuáles no en la agenda política. No es un mal momento para intentarlo. Los publicistas del “peligro chavista”, defensores de la república y el liberalismo vienen de defender de modo sostenido y por momentos dramático a un régimen que empobreció al país como comunidad y a la inmensa mayoría de sus habitantes, que enajenó la soberanía, que cultivó la violencia, utilizó al poder judicial para sus ínfulas políticas autoritarias y hasta para los intereses privados de sus más altos jefes. ¿A quién puede esta gente acusar de antiliberal o antidemocrático? Por otro lado, es cierto que estamos en una inflexión de nuestra historia política en la que intentamos experimentar una ampliación de la base de sustentación de un proceso de recuperación nacional y social. Pero también es cierto que el proceso de reparación que estamos queriendo abrir no es ni puede estar basado sobre la premisa de que los responsables de la catástrofe (que no son simplemente un poder ejecutivo, sino que son un fuerte y consistente bloque social) vayan a ceder

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Joseph Stiglitz: “Macri y el FMI provocaron el desastre”

Fuente: Eduardo Febbro | Página/12 Fecha: 21 de septiembre de 2019 El profesor Joseph Stiglitz es una excepción lúcida en el castillo calculador del imperio liberal. Consiente, según escribe, de que “el experimento neoliberal ha sido un fracaso espectacular”, Stiglitz promueve hoy lo que el denomina “un capitalismo progresista” como reemplazo al fracasado ultra liberalismo. No es un antiliberal pero si un reformista y, sobre todo, un acérrimo adversario de las políticas del FMI. Precisamente, cuando ocupaba el puesto de economista  jefe del Banco Mundial, sus posturas adversaras el FMI le valieron el Premio Nobel de Economía en 2001. A sus casi 77 años Stiglitz perdura con toda la legitimidad de su voz alternativa. Tanto más legítima cuando que, en lo que toca a la Argentina, sus premisas se hicieron una realidad fatal. En sus planteos contra el esquema actual, las experiencias argentinas de los últimos años ocupan un lugar especial. Entre las políticas económicas nacionales erradas y los organismos multilaterales de crédito que las alentaron y las financiaron con un endeudamiento suicida, Stiglitz ve todo el abanico negativo que va desde la desregulación de los mercados, el corte de los impuestos para los más pudientes, la financiarizacion de la economía, la austeridad, el ahogo del crecimiento, tasas de interés descabelladas, la inflación, la devaluación y la deuda. Stiglitz ha sido un critico del modelo macrista y en más de una ocasión predijo que la Argentina podría terminar como Grecia y el dólar en la estratosfera. También se ha mostrado muy mordaz con el Fondo Monetario Internacional y sus “modelos impregnados de ideología”. Ambas líneas, la política del presidente Macri y la intervención de los organismos multilaterales de crédito, han sido, asegura Stiglitz, el desencadenante del desastre argentino. En esta entrevista de Página/12 con el premio Nobel realizada en París, Stiglitz sostiene que la política económica del gobierno fue “una apuesta fallida” respaldada por una comunidad internacional “enceguecida” por modelos caducos. Hace unos días, se voto en la Argentina una Ley de emergencia alimentaria. Parece cada día más un paso hacia una ficción negra: hay urgencia alimentaria en el país cuya retórica nacional ha sido, durante décadas, ser “el granero del mundo”. ¿Es para usted el fracaso rotundo del proyecto que llevó en 2015 al presidente Mauricio Macri a la Presidencia? – Escribí un artículo cuando el presidente Macri empezó a aplicar su política económica. Ya advertí que el presidente estaba corriendo un gran riesgo con la reducción de las retenciones a la exportación. Le aportó ganancias al gobierno, pero derivó en el aumento de los precios de los alimentos en la Argentina y el empobrecimiento de muchos trabajadores. De alguna manera, fue una apuesta por la idea de que se produciría en la Argentina una fiebre de fondod extranjeros hacia el país y que, con ello, Macri podría pagar la enorme suma de dinero que estaba pidiendo prestado con unas tasas de intereses escandalosamente altas. No puede haber ninguna inversión si se pagan tasas de interés del orden del 70 por ciento anual. En un momento las tasas de interés por las nubes desencadenan el efecto contrario. Creo que fue una apuesta fallida. Los inversores extranjeros no acudieron para respaldar la apuesta de Macri. Desafortunadamente para el país, Macri apostó mal y ahora Argentina paga un precio muy alto por ese error que fue respaldado por mucha gente que ya conocemos dentro de la comunidad internacional. Al principio del mandato se celebró la retórica según la cual “La Argentina vuelve al mundo”. Luego ahondaron la idea de que “el mundo nos apoya”. Y siguen con eso, pero la situación demuestra lo contrario. El mundo abandonó a la Argentina en estos años. – Una de las cosas que se hizo cuando Macri se convirtió en presidente fue decir que la Argentina había heredado muchos problemas. Pero una de las cosas buenas que él heredó fue precisamente una deuda externa muy baja. Pero él cambió esto y convirtió a un país con una deuda externa muy baja en otro con una deuda exterior altísima. Esto se llevó a cabo con la connivencia y el apoyo de la comunidad internacional. Ahora se está pagando el precio. La responsabilidad del Fondo Monetario Internacional y de su Directora Gerente, Christine Lagarde, es ineludible. – No sólo se trata de dinero. Ha sido un enorme error de juicio y quedan preguntas que ya se han planteado. ¿ No se trató acaso de un análisis económico contaminado por un análisis político? Tal vez había algunas personas dentro de la administración estadounidense que si deseaban que el plan tuviera éxito y también apoyar la apuesta de Macri. Pero hay preguntas sin respuestas, como en el caso de Grecia y la precaución inicial que debería preceder todo análisis económico, y que en ese caso también fue fallida. ¿Qué le espera como solución a un próximo gobierno con una herencia tan pesada? – La situación se ha deteriorado tan rápido que es muy difícil en este momento emitir un juicio. Creo que la Argentina, en estos últimos cuatro años, no debería haber contraído esos enormes préstamos del FMI y de la comunidad internacional como respuesta a sus problemas. La pregunta sobre lo que se debería hacer concierne ahora a la comunidad internacional dado que fue ella quien también cometió esos errores. Se trata de saber hasta donde está dispuesta a llegar la comunidad internacional reconociendo el papel que desempeñaron en crear esta nueva crisis en tan pocos años. No puedes culpar del todo a la Argentina si alguien en la comunidad internacional te dice que te dará 60 o 70 mil millones. Por supuesto, estás tentado a decir que sí aún si piensas que los banqueros te dirán que no. Son los banqueros quienes detentan el caramelo y también ellos quienes deberían decir que es irresponsable, que no se puede. Debo decir una vez más que es a los banqueros a quienes habría que criticar, incluyendo, en este caso particular, al Fondo Monetario Internacional. Se equivocaron al suministrar esos fondos. El problema fue también que Macri cometió una serie de errores, como cuando empezó a eliminar los impuestos a la exportación para después comenzar de nuevo. Luego están los errores cometidos por el Banco Central con la forma en que se

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El naufragio de Pepin pescador

Fuente: Ricardo Ragendorfer | Revista Zoom Fecha: 18 de septiembre de 2019 Cristina Fernández de Kirchner se despidió de la presidencia el 9 de diciembre de 2015 ante una multitud que desbordaba la Plaza de Mayo. En la ocasión se permitió una ironía: “Miren que no puedo hablar mucho porque a las doce me convierto en calabaza”. Se refería a la cautelar que fijaba el fin de su mandato en el último segundo de aquel miércoles. Aquella medida había sido solicitada a la jueza federal María Servini de Cubría en un escrito firmado por un representante legal de Mauricio Macri. De modo que, exactamente a la cero hora del día 10, ese tipo –escoltado por el futuro jefe de asesores presidenciales, José Torello, y el también futuro secretario Legal y Técnico, Pablo Clusellas– avanzaba con paso firme hacia la Casa Rosada y, frenado en el portón por un guardia de seguridad, expresó su intención de ingresar con solo dos palabras pronunciadas con tono imperativo: “¡Autoridades entrantes!”. Así fue como Fabián Rodríguez Simón (a) “Pepín”, se convirtió en el primer macrista que puso un pie en ese edificio. Ahora, a 45 meses de aquel momento glorioso, su semblante ya no luce tan altanero. El resultado de las PASO lo afectó de sobremanera. De hecho, durante una de las últimas mañanas de agosto se lo oyó decir: “¡Qué mal esto del peronismo! Podemos ir todos presos”. La escena transcurría en una mesa de la confitería La Biela  Y su único interlocutor era nada menos que Torello. Vueltas de la vida. El  mérito de Pepín –un apodo que arrastra desde su época estudiantil en el Colegio Champagnat– fue pasar desapercibido durante gran parte de sus 61 años. En eso le vino de perillas su encarnadura macilenta y menuda como la de un jockey. Tanto es así que ni siquiera era recordado por su breve etapa de funcionario porteño. Un milagro, ya que él fue, a partir de 2008, nada menos que jefe de la Unidad de Control de Espacios Públicos (UCEP), el organismo parapolicial del gobierno de Macri en la Ciudad que se encargaba de apalear a los indigentes. Su escurridiza figura tampoco resaltó en su rol de abogado del grupo Clarín. Ni como defensor del Presidente en causas resonantes. Ni como integrante del directorio de YPF. Ni como legislador del Parlasur. Ni como el arquitecto en la sombra de la política judicial del oficialismo, responsabilidad que supo darle más poder que al ministro del área, Germán Garavano. Pero su buena estrella empezó a declinar a fines de septiembre de 2018, al ser difundida en El Cohete en la Luna, el portal de Horacio Verbitsky, una fotografía tomada a hurtadillas donde se lo ve en el bar Biblos, de Libertad y Santa Fe, con el camarista Martín Irurzun. A partir de entonces las constantes injerencias de Rodríguez Simón en el universo tribunalicio dejaron de ser un secreto de Estado. En ese informe también se ilustró el vínculo que lo enlaza a la diputada Elisa Carrió con un simpático video casero en la que ambos, secundados por Mariana Zuvic, animan una sobremesa denostando a Daniel Angelici (un rival acérrimo de Pepín), al supremo Ricardo Lorenzetti (otro de sus enemigos) y al juez Ariel Lijo (un magistrado que debía ser puesto en caja). Lo cierto es que el romance político entre Lilita y Pepín osciló entre el sainete y la tragedia shakesperiana. A mediados 2016 el Presidente había convocado al entonces vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, y a Rodríguez Simón para confiarles una misión de suma delicadeza: contener a la líder de la Coalición Cívica ante sus habituales derrapes. La posterior eyección de Quintana del cargo hizo que el pobre Pepín fuera el único acompañante terapéutico de la señora. Fue un deber no exento de mala sangre. Porque poco después de la nota de Verbitsky, Carrió soltó en el programa de Mirtha Legrand: “Garavano no existe; la Justicia la manejan Angelici y los pepines”. Una amiga. Rodríguez Simón, sentado frente a la pantalla, montó en cólera. Y por un tiempo le retiró el saludo a Carrió. Hasta que por orden presidencial tuvo a bien reconsiderar aquella actitud. Al fin y al cabo ella era la vaca sagrada de la alianza Cambiemos. Pero la cuestión tuvo sus repercusiones. Por ejemplo, Alberto Fernández estampó el 4 de octubre en su cuenta de Twitter las siguientes palabras: “¿Y si le pedimos juicio oral a @elisacarrio por valerse de Pepín Rodríguez Simón para manipular jueces federales como Martín Irurzun? ¿Y si estudiamos como @ mauriciomacri busca favorecerse con esas causas persiguiendo opositores?” Claro que en aquella época nada hacía suponer que Fernández sería el candidato a presidente opositor. Y el triunfalismo orgánico del PRO aún era una prenda imbatible de impunidad. De manera que Pepín no se vio afectado por la súbita trascendencia de su apellido. Al menos, eso creía. En tanto, su existencia se mediatizaba a pasos agigantados. Hasta Marcello Bonelli lo mancilló (involuntariamente, desde luego) en su columna del diario Clarín publicada el 21 de septiembre del año pasado, al sindicarlo como el ghost writer de un proyecto de ley para –según el texto– “encapsular el escándalo los cuadernos” con la idea de que los involucrados pierdan sus todos derechos. O sea: apartar a los empresarios de sus compañías e impedir a los políticos postularse para cargos públicos. Ahora no cabe ninguna duda de que ese hombre fue el artífice operativo –en el plano legal– de la oleada persecutoria contra funcionarios del gobierno kirchnerista y de las maniobras –con fines de despojo y neutralización– contra empresarios rivales a los intereses financieros de los referentes del régimen. El encarcelado empresario Fabián De Sousa (socio de Cristóbal López) jamás pudo olvidar el timbre nasal de aquella voz que había escuchado en un ya remoto 9 de marzo de 2016: “La guerra empezó y que cada uno se salve como pueda”. El tiempo probó que la amenaza de Pepín no fue en vano. Lo cierto es que entre sus trapisondas previas

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