Doble dependencia
Fuente: Horacio Verbitsky | El cohete a la luna Fecha: 02 de DIC 2018 Tanto la propuesta argentina inicial como el documento final consensuado fueron escritos con el manual de la corrección política. Detrás de ese catálogo de buenas intenciones persisten los conflictos del mundo realmente existente, como experimentó el presidente Maurizio Macrì cuando con ingenuidad se dejó involucrar por Trump en su conflicto con China. Su respuesta no es objetable: la Argentina ve la inversión china como una oportunidad, no como una amenaza. Pero no sale de la casa de muñecas de las palabras, donde con algo de maña y paciencia todo puede acomodarse. En la cena entre Trump y Xi Ji Ping al terminar la cumbre, el estadounidense ofreció suspender la elevación de tarifas del 10 al 25% que pensaba imponer desde el 1° de enero a las importaciones chinas por valor de 200.000 millones de dolares, y su contraparte prometió aumentar las compras de energía y productos industriales y agrícolas estadounidenses. No fue un avance, pero evitó un fracaso, opinó el New York Times. Todo el mundo recibió con alivio esta tregua de 90 días, aunque las tensiones subsistan. El Grupo se autodefine como “el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política” y es el lugar de encuentro de la Argentina con los poderosos del mundo. En realidad, es el escenario de las principales confrontaciones económicas, financieras y políticas, entre potencias que pugnan por apoderarse de la mayor porción posible de esos recursos, sobre dos ejes: la confrontación comercial de Estados Unidos con China, y militar con la Federación Rusa. A Macrì le fue mejor que a Justin Trudeau hace seis meses en Canadá, cuando Trump dejó la cumbre del G7 con insultos al joven anfitrión por sus desacuerdos comerciales; y que a la premier alemana Angela Merkel, hace un año, en Hamburgo, cuando no se firmó un documento de consenso y se exteriorizó la división 19 a 1, cuando Trump se negó a cualquier conciliación sobre el cambio climático, como prolegómeno al retiro de su país del Acuerdo de París. Y quedó años luz de distancia por encima de Macron, a quien se le incendió el país mientras asistía a la Cumbre. El cambio climático no es un tema menor. Hace apenas diez días, la comisión oficial estadounidense que coordina a 13 agencias federales publicó un informe literalmente aterrador, que enumera las catástrofes ambientales ya producidas y advierte las que se avecinan, en plazos que se acortan en forma dramática. Sus principales conclusiones: el calor extremo se generaliza; esto provoca cada vez mayor cantidad de espantosos incendios; la elevación del nivel del mar impondrá migraciones masivas y las ciudades costeras no se están preparando como se debe. En el caso de Canadá, los 180 días transcurridos permitieron que una trabajosa negociación acotara los daños y se llegara a una reformulación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (el NAFTA por su sigla en inglés) que se firmó ahora en Buenos Aires. Pero aún falta la ratificación por los tres congresos, que dista de ser obvia. A contramano Para Macrì la doble dependencia de Estados Unidos y de China es un problema complejo. La cumbre sólo lo puso en primer plano. Desde que asumió, su agenda de apertura y desregulación colisionó con el movimiento opuesto de Trump, de cuyo sostén precisa en forma desesperada para llegar con algún oxígeno financiero al fin de su mandato, dentro de un año y una semana. Pero también necesita de las inversiones y los préstamos de China, cuya impetuosa presencia es la principal preocupación de seguridad nacional de Estados Unidos en esta parte del mundo. El intento de conciliar posiciones, como “mediador de buena fe”, es estimable y la presencia como sherpa argentino del ex vicecanciller de Susana Malcorra, Pedro Villagra, una rara muestra de buen sentido en un gobierno que se caracteriza por lo contrario. No obstante, se necesita algo más que la capacidad de un funcionario de segunda línea de un país de tercera para satisfacer al mismo tiempo las apetencias y requerimientos contradictorios de las dos mayores potencias del mundo, embarcadas en una guerra que Mónica Peralta Ramos describe en otra nota de esta edición. Trump y Macrì acordaron enfrentar la “economía predatoria” que atribuyeron a China, según el comunicado oficial de la vocera estadounidense Sarah Huckabee Sanders, publicado en el sitio de la embajada en Buenos Aires. Primero el embajador en Beijing, Diego Guelar; el ministro y el viceministro de Hacienda, Nicolás Dujovne y Miguel Braun; el canciller Jorge Faurie y por último el propio Macrì, negaron que la Argentina hubiera asentido a esa calificación de Trump. Faurie lo hizo a su manera, tenuemente. Guelar dijo que China es “un socio estratégico integral de la Argentina”, con el que durante la visita de Estado de Xi Jinping se firmarían 37 acuerdos bilaterales. La embajada levantó el comunicado de su página, lo mismo hizo la Casa Blanca y Trump no volvió a mentar el tema. Braun directamente afirmó que se trató de una declaración del gobierno de Estados Unidos y que China era el segundo socio comercial de la Argentina. Macrì añadió que la Argentina mantenía buenas relaciones con todas las naciones. De Estados Unidos dijo que era el primer inversor externo; de China, que Xi Ji Ping era fanático del fútbol, del vino y de la carne. Es decir, nada. Según la crónica del Washington Post, el gobierno de Trump considera a este “predador económico como una potencia hostil que busca socavar la supremacía tecnológica de los Estados Unidos y desalojar a Washington como la potencia global dominante”. Tanto funcionarios estadounidenses como chinos hablan en forma abierta de “una nueva Guerra Fría entre ambos países”. La economía predatoria china es la misma expresión que usó el jefe del Pentágono, general John Mattis, durante su visita de agosto a Brasil y la Argentina. Advirtió que los países de la región podían perder ciertos grados de soberanía, mediante regalos o préstamos chinos que luego sea imposible devolver y den lugar a condiciones