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Médicos de primera clase, pero ciudadanos de segunda

Fuente: Lee Yaron | Haaretz Fecha: 23 de marzo de 2020 Foto: La doctora Suad Haj Yihye Yassin en el Centro Médico Sheba, Tel Hashomer, 16 de marzo de 2020. Tomer Appelbaum Traducido del inglés para Rebelión por J. M. Representan el 17 por ciento de los médicos del país y salvan vidas judías las 24 horas de los siete días de la semana. Pero cuando se trata de representación en el Gobierno, incluso en los tiempos del coronavirus, Netanyahu cree que son un peligro. Una sala COVID-19 en el Centro Médico Rambam, Haifa, 9 de marzo de 2020. Rami Shllush Era sábado por la noche y acababa de terminar un turno de emergencia de 12 horas en el Centro Médico Sheba Tel Hashomer, para tratar a pacientes sospechosos de coronavirus que estaban aislados. La doctora Suad Haj Yihye Yassin llegó finalmente a su casa para descansar un poco antes de su siguiente turno, se sentó en su sala de estar para ver al Primer Ministro Benjamin Netanyahu dirigirse a la nación sobre la situación de emergencia con la que está tan familiarizada. Tiene 31 años, al final de su residencia en inmunología clínica. Ella y su esposo, que es cirujano, viven en Tel Hashomer, en las afueras de Tel Aviv, donde crían a su hija de 3 años entre sus largos turnos. “Atiendo a todos los que vienen al hospital, nunca he diferenciado y nunca me importará si son judíos o árabes. Cada persona, sin importar su raza o género, recibirá la mejor atención de mi parte”, dice. “Cuando llego a casa de la sala de emergencias, después de haber dado todo para tratar a todos y oigo al primer ministro decir que tenemos que formar un Gobierno de unidad nacional para enfrentar la crisis, pero sin los árabes, como si nosotros fuésemos ciudadanos de segunda categoría, duele. ¿Por qué está bien para nosotros estar en primera línea en los hospitales que se ocupan del virus pero no es legítimo para nosotros estar en el Gobierno? La semana pasada se encontró con una serie de publicaciones en las redes sociales de Netanyahu, quien escribió repetidamente en su página de Facebook que un gobierno con la Lista Conjunta predominantemente árabe sería «un desastre para Israel» o un » peligro para Israel«. El domingo Netanyahu agregó: “Mientras el primer ministro Netanyahu está manejando una crisis global y nacional sin precedentes de la manera más responsable y equilibrada, Gantz [Benny, el presidente de Azul y Blanco] galopa hacia un gobierno minoritario que depende de Balad, Heba Yazbak y otros partidarios del terror, en lugar de unirse a un Gobierno nacional de emergencia que salvará vidas». «Es triste escuchar que el primer ministro se refiere a mí como una amenaza cuando en realidad somos nosotros quienes neutralizamos el peligro y salvamos a los pacientes», dice Yassin. “En los hospitales el trabajo conjunto de los equipos árabes y judíos es un ejemplo de convivencia. Todos trabajamos juntos, hombro con hombro, sin distinciones». Sus comentarios arrojan luz sobre una pieza faltante del rompecabezas político-médico de las últimas semanas que Netanyahu está tratando de ocultar. Según cifras oficiales del Ministerio de Salud y la Oficina Central de Estadística, a petición de Haaretz, el 17 por ciento de los médicos de Israel, el 24 por ciento de sus enfermeras y el 47 por ciento de sus farmacéuticos son árabes. Si los médicos y enfermeras árabes se pusieran en huelga como respuesta al provocador discurso del Gobierno o si incluso amenazaran con parar hasta que estuvieran debidamente representados en el Gobierno, el sistema de salud no sería capaz de lidiar con la crisis del coronavirus y la ecuación que Netanyahu está tratando de afirmar como la verdad, se vendría abajo. Pero a partir de conversaciones con médicos árabes en varios hospitales israelíes surge en repetidas ocasiones que están dispuestos a cooperar desconectándose del discurso nacional entre la crisis de salud y la crisis política. La mayoría de los médicos a los que se dirigió Haaretz no solo se sorprendieron ante la perspectiva de que podrían negarse a tratar a las personas durante una crisis debido al racismo que sufren, sino que incluso se negaron a responder preguntas sobre sus experiencias de intolerancia o discriminación. «Nos hemos acostumbrado que en este país digan que no somos seres humanos, no nos sorprende», dijo una doctora que no quería ser identificada. “Si decimos algo podrían despedirnos o vernos como problemáticos. Queremos hacer el trabajo para el que tanto estudiamos, salvar vidas y tratar de olvidar el racismo. En los hospitales todos son igualmente susceptibles a la muerte y lo recordamos. Quizás el coronavirus recuerde al público judío que todos somos iguales». Yassin testifica que en contraste con las buenas relaciones entre el personal médico judío y árabe, que constituyen un modelo para la cooperación judío-árabe, cuando se trata de las actitudes de los pacientes, la política y el racismo con frecuencia ingresan al hospital. Dice que en los últimos años ha encontrado periódicamente racismo de pacientes judíos que se negaron a que ella los tratase porque es árabe. «Tuve una paciente que vino a mí de otro departamento y me dijo que se había negado a ser admitida allí porque los médicos eran árabes», recuerda. “La miré y le dije que yo también soy árabe y pareció sorprendida. Dijo que no lo parezco y pidió otro médico para tratarla. «Estoy orgullosa de ser árabe, de ser médico y de salvar vidas», dice. “Una vez tuve un paciente que sufría de dolores de estómago, me retrasé con otro paciente cuya condición era más urgente y la primer paciente y su esposo comenzaron a gritarme que soy una árabe sucia y que no debería estar trabajando en un hospital. Lo ignoré y le atendí de todos modos”. Yassin ha estado trabajando en el sistema de salud algo menos de una década, pero el profesor Jihad Bishara, director de la unidad de enfermedades infecciosas del Centro Médico Rabin Hospital Beilinson en Petah Tikva, ha estado tratando a judíos y árabes durante 30 años. En

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Un gobierno liderado por Gantz, ¿receta para la reconciliación judío-árabe?

Fuente: Akiva Elder | Al-Monitor Fecha: 12 de marzo de 2020 ¿El primer ministro interino de Israel, Benjamin Netanyahu, cree que el diálogo entre la mayoría judía del estado y la minoría musulmana contribuye a los intereses de la sociedad israelí, o cree que es preferible incitar y deslegitimar al 20% de la población? La respuesta depende de cuándo se hace la pregunta. Poco después de que se emitieran las encuestas de boca de urna el 2 de marzo, indicando la victoria de los partidos ultra ortodoxos de derecha, Netanyahu pidió «curar la grieta» y declaró: «Es hora de la reconciliación». Dos días después, con la publicación del recuento oficial, la «curación» dio paso a que la reconciliación fuera reemplazada por incitar y deslegitimar. El bloque ultraortodoxo de derecha obtuvo menos escaños que el centro-izquierda, pero el primer ministro decidió «calcular» los votos de manera diferente. Según el informe racista del 4 de marzo que Netanyahu presentó públicamente en un rotafolio (1), el bloque político de centro izquierda no representa más de 47 escaños de la Knéset. La Lista Conjunta Árabe, la tercera facción más grande de la Knesset con un récord de 15 escaños en la legislatura de 120 escaños, no figuraba en su aritmética. Para él, es una abominación que ensucia la democracia israelí. «Tal fue la voluntad del pueblo», explicó Netanyahu al analizar los resultados electorales, menos su componente árabe. ¿Qué pueblo? El pueblo judío, por supuesto. El «pueblo» incluye votantes de la alianza derechista Yamina, entre ellos el ministro de Educación, el rabino Rafi Peretz, que apoya la anexión de los territorios ocupados y priva de sus derechos civiles a sus millones de sus residentes palestinos y defiende la terapia de reconversión para las personas homosexuales. Luego está el líder del «pueblo» (el propio Netanyahu), que enfrenta un juicio el 17 de marzo por cargos de soborno, fraude y abuso de confianza. Netanyahu realizó extensos tratos durante el año pasado con Itamar Ben-Gvir, el discípulo del archirracista Meir Kahane y admirador de Baruch Goldstein, el colono judío que masacró a 29 fieles musulmanes en 1994 y cuya foto adornaba la sala de estar de Ben-Gvir hasta hace poco. El mismo Netanyahu acaba de acusar a su oponente Gantz, el general que dirigió las Fuerzas de Defensa de Israel, de coludir con «partidarios del terrorismo de la Lista Conjunta en un intento por anular la decisión del pueblo». En otras palabras, 581.507 ciudadanos israelíes que votaron el 2 de marzo por la Lista Conjunta Árabe, entre ellos miles de judíos, apoyan el terrorismo, incluido el miembro de la Knesset Ofer Cassif del partido árabe-judío Hadash, considerado un judío totalmente kosher. El demócrata de la calle Balfour de Jerusalén fue tan lejos como para amenazar: «Mis amigos, yo y millones de israelíes que votaron por nosotros no permitiremos que esto suceda». ¿Cómo exactamente tiene la intención de hacerlo? Hace un cuarto de siglo, un terrorista judío que asesinó al primer ministro Yitzhak Rabin allanó el camino de Netanyahu al poder. En estos días, el Shin Bet ha hecho bien en reforzar la seguridad alrededor de Gantz. Netanyahu no está solo en desestimar el voto árabe. Dos miembros Azul y Blanco, de la Knesset Zvi Hauser y Yoaz Hendel, han anunciado que se negarán a votar por un gobierno liderado por Gantz que no goza del apoyo de una mayoría judía/sionista de la Knesset. La miembro de la Knesset, Orly Levy-Abekasis, de la boleta laborista de centro-izquierda Labor-Gesher-Meretz, declaró que tampoco apoyaría a un gobierno que dependa de los votos de la Lista Conjunta. «Dije esto antes de las elecciones y lo digo después», escribió en Facebook. En una indirecta apenas velada sobre Gantz, ella criticó a «los líderes que se comprometieron a actuar con credibilidad y responsabilidad, pero que en estos días están comprometidos en un cabildeo vergonzoso». Por cierto, su página de Facebook también incluye una entrevista con el sitio web de Ynet el mes pasado, en la que dijo: «No tengo ningún problema con un gobierno limitado respaldado por la Lista Conjunta». Al contrario de lo que piensan Netanyahu y Levy-Abekasis, la asociación con los árabes y musulmanes israelíes no es un «problema». La voluntad del brazo sur del Movimiento Islámico (representado por Ra’am, uno de los partidos constituyentes de la Lista Conjunta) para recomendar al presidente Reuven Rivlin un gobierno dirigido por Gantz, otros dos ex jefes del ejército y un ex jefe adjunto del Mossad es en realidad una fuente de esperanza para mejorar las relaciones entre las dos religiones. La constelación política creada por las últimas elecciones ofrece la oportunidad de construir una coalición judío-árabe y fomentar la reconciliación judío-musulmana. La infraestructura político-social de esta asociación podría basarse en principios democráticos aceptados, como la igualdad de oportunidades, la reducción de las brechas socioeconómicas, la autonomía cultural y el fin de la ocupación. Como descubrió Israel en los días de la Primavera Árabe, el Movimiento Islámico reconoce el valor de las relaciones con el estado judío. El ex presidente egipcio Mohammed Morsi, un acérrimo islamista, nombró un nuevo embajador en Israel y medió entre Israel y Hamas, contactos que resultaron en un alto el fuego que puso fin a la guerra entre Israel y Gaza en 2012. El entonces canciller Avigdor Liberman expresó su satisfacción con la declaración de Morsi que confirma el compromiso de Egipto con la paz con Israel, con el Acuerdo de Camp David y con la lucha contra el terrorismo. En su libro de 2019 «Musulmanes, Judíos y Jerusalén: Ambivalencia, Diálogo o Armagedón» (en hebreo), el profesor erudito de Oriente Medio Moshe Maoz escribió que contrariamente a «evaluaciones pesimistas de eruditos, analistas y políticos judíos y otros… la mayoría de las élites y regímenes musulmanes» (a diferencia de grandes sectores del público) no son antiisraelíes ni antisemitas». Sus numerosos estudios sobre este tema, escribe Maoz, indican que están motivados por intereses de seguridad estratégica, a diferencia de los grupos yihadistas salafistas, incluido el Estado Islámico Sunita y el Hezbolá chiíta, e Irán, por supuesto,

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Ni fatídico ni importante: la tercera elección de Israel decidirá poco o nada

Fuente: Gideon Levy | Haaretz Fecha: 29 de febrero de 2020 Dele un descanso al dramático pathos y al drama: la elección de mañana no es fatídica, y probablemente ni siquiera sea importante. Al igual que sus dos predecesoras, también decidirá poco, si es que tiene algo que ver con la imagen de Israel, y no solo porque el resultado aparentemente será un empate. Así es cuando hay un amplio acuerdo sobre los asuntos fatídicos, y los controversiales son marginales. Así es cuando la línea que separa los campos es casi totalmente personal (Netanyahu, sí o no) y la disputa entre los campos es sobre personalidades mucho más que sobre ideas. La ira que acompaña a esta lucha no da fe de su importancia; en realidad, muestra el vacío ideológico detrás de la tormenta de emoción. La disputa sobre Benjamin Netanyahu no tiene casi nada que ver con sus políticas, sino principalmente con su conducta personal. No hay casi nada sobre lo que discutir sobre sus políticas porque la oposición no tiene una alternativa real que ofrecer. La Ley del Retorno, la ley del estado nación, el cierre de Gaza y la ocupación de Cisjordania: en estos temas fundamentales existe un consenso maldito. La discusión abarca desde el estilo de vida de Netanyahu y sus esfuerzos indecentes para doblegar el sistema legal para evadir la justicia. Contrariamente a las profecías de la fatalidad, estos problemas determinarán la imagen de Israel mucho menos de lo que sugieren los que se atreven a luchar contra Netanyahu. El rostro de la democracia israelí se forma entre Rafah y Jenin, mucho más que entre la residencia del primer ministro y el tribunal de distrito. El tema que define a Israel más que cualquier otro es uno en el que todos están de acuerdo. La superioridad de los judíos y sus privilegios en este país no están en discusión. Tampoco lo es su subproducto, el derecho del estado a continuar la ocupación a su antojo, un asunto clave de cualquier disputa real. La mayoría de la gente está de acuerdo con eso también. Entre la derecha y la izquierda no hay argumento: a excepción de la Lista Conjunta, todos son sionistas. Todos apoyan la continuación de la superioridad judía. Lo único que queda para luchar es por la llamada ley francesa, un proyecto de ley para evitar la acusación de Netanyahu en los casos de corrupción en su contra. Tal ley es inaceptable, pero en contraste de las voces del fatalismo y del pesimismo, no cambiará nuestro sistema de gobierno. Aparte de eso, todo lo demás es una cuestión de amplio consenso público sobre un estado judío no igualitario con privilegios judíos y superioridad judía. A partir de aquí también surge el derecho indiscutible de gobernar sobre otras personas en los territorios ocupados. Netanyahu y Gantz no tienen discusión sobre esto. Netanyahu dice anexión (y no anexa), Gantz acepta la anexión (bajo ciertas condiciones) mientras que la anexión de facto ha existido aquí durante décadas con el consentimiento de todos, sin intención de ponerle fin. Desde el extremista de derecha Itamar Ben-Gvir hasta el presidente del Partido Laborista, el miembro de la Knesset Amir Peretz, y hasta el miembro de la Knesset Nitzan Horowitz de Meretz, nadie está realmente en desacuerdo sobre lo que los judíos pueden hacer en la Tierra de Israel. Todos son judíos y democráticos, a pesar de la infranqueable contradicción entre ellos y la inevitable necesidad de elegir entre ellos. Por lo tanto, la elección de mañana es menos crítica de lo que parece. El Israel de Netanyahu y el Israel de Gantz se verán increíblemente parecidos. La psicosis anti-Netanyahu es un espantapájaros destinado a encubrir esto. El «destino de la democracia», el «futuro del estado de derecho», el «fin del estado», «la destrucción del templo», todas palabras de alto vuelo, sin nada que las respalde. Si existe una profunda división ideológica, es solo entre la Lista Conjunta y el resto. Unos 15 miembros de la Knesset frente a 105, esa es la historia real. Los ultraortodoxos también se declaran antisionistas, pero esto es completamente falso: son los mejores colonos. Es hora de que Netanyahu se vaya, es hora de que Gantz lo reemplace, pero la oscuridad es mucho menos oscura y la luz es mucho menos luz. En Gran Bretaña, recientemente se celebraron elecciones fatídicas entre derecha e izquierda. En los Estados Unidos puede haber una elección fatídica entre el presidente Donald Trump y el senador Bernie Sanders. En Israel, todo lo que queda por hacer es esperar que May Golan, número 34 en la lista de Likud a la Knesset, no sea elegido, e Iman Khatib Yassin, número 15 en la lista de la Lista Conjunta, sea elegido. Demasiado poco para ser llamado una elección fatídica. Traducción: Dardo Esterovich Nota relacionada: https://elpais.com/internacional/2020/02/29/actualidad/1583009788_450217.html?fbclid=IwAR34Vjf_2uCwgogmrNzVWAqKxmoFF_ogRcqFgu-AdDunJCr5CfdPX3T1TO8

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El cambio de paradigma sobre Palestina

Fuente:  Shlomó Ben Amí (*) | The Times of Israel Fecha: 18 de febrero de 2020 A nadie debería sorprenderle que la propuesta de paz para Oriente Medio del presidente norteamericano, Donald Trump, esté marcadamente inclinada a favor de los israelíes. Lo que sí sorprende es que, en lugar de rechazar la propuesta de Trump, el mundo haya dejado a los palestinos esencialmente librados a su suerte. Al mismo tiempo que desoye los anhelos nacionales de los palestinos con la promesa paternalista de “mejorar sus vidas”, el plan de paz de Trump abraza el relato nacional israelí de que sólo Israel tiene reclamos históricos válidos sobre Judea y Samaria, la tierra bíblica de los judíos. De manera que, si bien les daría a los palestinos su propio estado, sería un territorio fragmentado que cubriría Gaza y el 70% de una Cisjordania salpicada de asentamientos israelíes y rodeada en todos los flancos por territorio anexado israelí. Su capital estaría ubicada en un suburbio de Jerusalén Este, que seguiría siendo la capital indivisa de Israel. El plan ignora las demandas palestinas del derecho a regresar a hogares abandonados cuando se estableció Israel en 1948 –un derecho que fue reconocido en su momento por la Resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas-. Es más, en línea con las ambiciones etnocráticas de extrema derecha de Israel, la frontera se trazaría de manera tal que despojaría a 300.000 árabes israelíes de su ciudadanía, convirtiéndolos en ciudadanos del estado palestino. Los territorios palestinos estarían conectados por una maraña de túneles y puentes y, al igual que los bantustanes de Sudáfrica en tiempos del apartheid, serían objeto de un control militar israelí abrumador. Cualquiera que ingresara a la nueva Palestina –por aire, mar o tierra- tendría que pasar por Israel. Mientras tanto, a los palestinos no se les permitiría crear sus propias fuerzas armadas o involucrarse en cualquier actividad “que afecte adversamente la seguridad del Estado de Israel” –tal como determinó el gobierno de Israel-. De la misma manera, los palestinos tendrían que ganarse el derecho a este falso estado desarmando a Hamas y probando –no sólo ante los organismos internacionales, sino ante Israel y Estados Unidos- que han creado un sistema democrático gobernado por el régimen de derecho. Al presentar un plan tan profundamente injusto, Trump ha destruido toda credibilidad que Estados Unidos aún podría haber tenido como mediador honesto. Es más, ha minado la idea –crucial para un progreso hacia un acuerdo justo- de que los principios del proceso de paz palestino-israelí acordados internacionalmente, desde la necesidad de adherir a las fronteras previas a 1967 hasta la ilegalidad de los asentamientos israelíes, son irrefutables. Considerando lo dispuesto que parece estar el resto del mundo a abandonar a los palestinos, estas pérdidas no serán fáciles de revertir, inclusive si Trump pierde la elección presidencial de noviembre y su sucesor abandona el plan, como parecen estar dispuestos a hacer Bernie Sanders y Elizabeth Warren. El hecho de que nadie esté tomando en serio el plan sesgado de Trump es un testimonio, primero y principal, de la transformación radical que Oriente Medio ha experimentado en los últimos años. La solidaridad con los palestinos solía ser el adhesivo que mantenía unido a un mundo árabe de otra manera fragmentado; ahora, su difícil situación es una molestia, una carga y, sobre todo, un obstáculo para un reacercamiento con Israel. Efectivamente, la Liga Árabe repudió el plan de Estados Unidos en una reunión de sus cancilleres en El Cairo. Pero la verdad, como señaló el movimiento Hezbollah del Líbano, es que “el acuerdo de la vergüenza” de Trump no habría sucedido sin “la complicidad y la traición” de varios estados árabes. Los embajadores de Bahréin, Omán y los Emiratos Árabes Unidos participaron en la ceremonia de inauguración de la Casa Blanca, lo que implicó la aprobación de estos países. Es más, a pesar de “renovar su afirmación” de respaldo al pueblo palestino, Arabia Saudita observó que “valora los esfuerzos” de la administración Trump para “desarrollar un acuerdo de paz integral entre israelíes y palestinos”. Dada la aparente lealtad de Trump hacia Arabia Saudita –basada, sobre todo, en acuerdos de armas lucrativos-, el príncipe de la corona del reino, Mohammed bin Salman, probablemente estuviera al tanto de los contenidos del plan antes de que se diera a conocer. En Jordania, el rey Abdullah en un principio advirtió que la anexión por parte de Israel del Valle del Jordán tendría serias consecuencias para la seguridad. Pero luego aconsejó a otros países a “mirar el vaso medio lleno”. A juzgar por su actitud ambigua hacia el estado palestino, cabe preguntarse si Jordania no preferiría tener como vecino a Israel, con el que ha conspirado históricamente para frenar las ambiciones palestinas, que a un estado palestino. De la misma manera, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Egipto instó a ambas partes a “considerar cuidadosamente” el plan de paz, y hasta dijo que crear un estado independiente y soberano en los territorios ocupados restablecería todos los “derechos legítimos” de los palestinos. Y si bien el presidente de Túnez condenó el plan de paz como “la injusticia del siglo”, el embajador del país ante las Naciones Unidas enseguida fue destituido por liderar un desafío en su contra en el Consejo de Seguridad. Pero no es sólo el mundo árabe el que está desilusionando a los palestinos. El alto representante para asuntos exteriores y políticas de seguridad de la Unión Europea, Josep Borrell, condenó fuertemente el plan. Pero su declaración unilateral fue necesaria precisamente porque algunos países de la UE –entre ellos República Checa, Hungría e Italia- bloquearon una resolución compartida. Francia, por su parte, le dio al plan una acogida cautelosa. Más allá de la UE, el gobierno del Reino Unido celebró el plan de paz de Trump como “una propuesta seria” y “un paso adelante positivo”. Y a pesar de condenar oficialmente el plan por “contradecir las resoluciones de las Naciones Unidas”, Rusia lleva las de ganar a partir de lo que

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La bofetada de Gantz en la cara a todos los israelíes democráticos

Fuente:  Editorial de Haaretz Fecha: 12 de febrero de 2020 Los comentarios del martes por la noche del jefe de Kahol Lavan, Benny Gantz, son una bofetada para los israelíes democráticos, judíos y árabes por igual, que anhelan un cambio en la peligrosa dirección política de Israel. Durante un evento en el que lanzó la sede electoral de su partido para mujeres árabes en Kafr Bana, Gantz dijo que la Lista Conjunta de partidos árabes no podría ser parte de ningún gobierno que formaría. «Hay profundos desacuerdos entre mí y la Lista con respecto a cuestiones diplomáticas, nacionales y de seguridad», dijo. «Mis desacuerdos con su liderazgo son serios e insuperables». Los comentarios de Gantz se produjeron en respuesta a los comentarios del presidente de la Lista Conjunta, Ayman Odeh, esa mañana. En declaraciones a la Radio del Ejército, Odeh dijo que su partido no recomendaría que Gantz forme el próximo gobierno a menos que su formación escuche «una declaración muy clara de él contra la transferencia y la anexión» en respuesta al «acuerdo del siglo» del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Odeh se enfureció porque Kahol Lavan permaneció en silencio durante lo que llamó los ataques del primer ministro Benjamin Netanyahu contra la comunidad árabe. “Esperamos que Gantz diga algo. ¿Piensa que estamos en su bolsillo?” dijo. Evidentemente, Gantz no estuvo a la altura del desafío y renunció a una asociación judía-árabe. Es muy posible que al rechazar una asociación con los árabes, Gantz ha cerrado la puerta a la posibilidad de formar un gobierno que reemplace al régimen de Netanyahu. Luego está el entusiasmo con el que Gantz recibió el plan de Medio Oriente de Trump, que exige la anexión de partes de Cisjordania, y la falta de respuesta del liderazgo de su partido a los comentarios racistas y excluyentes de Yoaz Hendel, que representa el ala derecha de Kahol Levan, en una entrevista con Haaretz la semana pasada. Si tomamos todo esto en cuenta, no está claro qué gran ventaja proporcionaría un cambio en el gobierno. Kahol Lavan se formó como una alternativa al gobierno de derecha del primer ministro Benjamin Netanyahu, pero ahora, con pequeñas diferencias pero ciertos matices de estilo, no está claro por qué el partido de Gantz debería preferirse al régimen actual. Es cierto que Gantz no ha sido acusado de corrupción, pero una alternativa política debe presentar un programa político completo y diferenciado, no solo una versión barata y pálida de lo que ya está en su lugar. Después de las últimas elecciones, Odeh dio un paso valiente al hacer que la mayoría de los legisladores de la Lista Conjunta recomendaran al presidente Reuven Rivlin que Gantz sea primer ministro. Odeh también presentó una agenda cívica dirigida a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos árabes israelíes. Gantz y Odeh podrían liderar un cambio dramático que Israel necesita tanto como los israelíes necesitan aire para respirar. Al cooperar, podrían ofrecer una manera de sanar las heridas que los años del gobierno violento, racista e inflamatorio de Netanyahu han infligido a la sociedad israelí. Pero al inclinarse hacia la derecha, Kahol Lavan ha elegido dejar colgando la mano extendida de los árabes.  

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El holocausto, el gran capital y Palestina

Fuente: Luis Varese(*) | Agencia Latinoamericana de Información Fecha:  31 enero 2020 Dos primos hermanos de mi mamá, Nanni y Salvatore Tuo Ivaldi, estuvieron en el campo de concentración de Mathausen. Ingenieros genoveses que trabajaban en la Ansaldo fueron secuestrados y llevados a Alemania como diseñadores industriales, probablemente de barcos. Regresaron vivos a Génova después de tres años, pesando 37 y 39 kilos respectivamente. Los conocí. Algún día traduciré el libro que escribieron. Las dantescas escenas que vivimos estos días por la televisión, haciéndonos recordar la barbarie nazi, son desgarradoras, repudiables. El exterminio planificado y sistemático de 11 millones de personas (6 millones de judíos y 5 millones de polacos, gitanos, homosexuales, comunistas, socialistas y cualquier otro que le cayera mal al nazi de la esquina o la chica que no le dio cabida al sargento Schmidt). En los campos de concentración, auténticas fábricas alemanas de producción y de molienda de seres humanos. Esta gran industria del exterminio enriqueció a muchas familias de industriales de la época de varios países. La familia Thyssen-Krupp que hasta hoy vende ascensores (los hay en Quito) entre otras cosas, era una de las principales productoras de armas de la época. La Bayern que producía los insumos para las cámaras de gas, Hugo Boss, los uniformes o la General Motors y la Coca Cola, solamente para dar algunos ejemplos (Sugiero a los lectores investigar estos temas). Los más bestias, comerciaron con los dientes de oro de los muertos y las muertas. La banca suiza se benefició de todo ello. El holocausto no tiene parangón por lo sistemático y organizado y por la dimensión del exterminio planificado. La guerra es el gran negocio del capital y esta planificación permitió sistematizar los ingresos de esa oligarquía industrial, de manera ordenada y diabólica. Todo ello propagandizado por una ideología racista, excluyente, nacionalista, que daba instrumentos y justificación en nombre de una raza superior (la supremacía aria) y de una nacionalidad única y dirigente (¿No les hace recordar algunos discursos recientes de Bolsonaro, el Ministro de Interior del Perú contra los venezolanos o el omnipresente Mr. Trump?). La crueldad y el odio son inherentes al ser humano. Forman parte de nuestra esencia, el bien y el mal. Unos caen en ello sin querer, sin tomar la opción, otros escogen esa ruta como sistema de vida. Brutales, no menos sanguinarios, sistemáticos los treinta mil asesinados/ desaparecidos de la Argentina. El exterminio de comunidades indígenas en Perú; los desaparecidos y torturados de Chile; las bestialidades de los Kaibiles contra 250 mil indígenas en Guatemala; los recientes muchachitos de Ayotzinapa, los asesinados de las comunidades indígenas o negras de hoy en Colombia u Honduras, o lo que están haciendo y preparando en Bolivia. El gran capital elimina lo que le molesta y el ser humano, los seres humanos estamos dispuestos a cometer atrocidades en todo momento de la historia, pero las bestialidades planificadas y la acumulación de dinero vienen mayoritariamente del gran capital (Pongo mayoritariamente porque hay casos de genocidio como en Camboya o Ruanda donde el leitmotiv no es ese). Gente como Álvaro Uribe Vélez que crea cuerpos paramilitares para sostener su poder y riqueza o su deseo de exterminio ideológico, es parte de este sector de la humanidad perversa, el de la codicia desmedida. El otro elemento demoniaco es el poder para jugar a ser Dios o el Demonio. Hitler ejerció como tal y su entorno lo secundó en las matanzas. Otros muy conscientes lo apoyaron y lucraron, se enriquecieron con ello. Ellos existen y existirán. Trump es un genio del mal como lo son Mike Pompeo, Elliot Abrams o Jair Bolsonaro Palestina y los y las palestinas, grandes sacrificados inocentes Lo que hacen los Estados Unidos y el Estado de Israel (no los judíos) contra los palestinos es algo similar, sistemático, organizado brutal contra hombres, mujeres, niñas y niños. Confinándolos desde hace más de 70 años, persiguiéndolos, cercándolos, reduciéndolos a cada vez menos espacio, solamente por ser palestinos y ocupar el espacio donde ellos vivieron, viven y tienen enterrados a sus ancestros. Esta es una guerra que tiene que ver con temas históricos, religiosos, de 5000 años, pero hoy en día tiene que ver con el papel que le ha asignado Occidente al Estado de Israel. Y esto no es antisemitismo, es antiimperialismo y defensa del derecho internacional, de los derechos humanos, derecho a tener una nacionalidad un pasaporte, derecho al libre tránsito, a una Patria con su capital, una tierra donde cultivar la vid y el olivo. En este contexto, y utilizando el 75 aniversario de la liberación del campo de Auschwitz por las tropas soviéticas, la bestia apocalíptica de Donald Trump hace una propuesta de solución del conflicto palestino-israelí, evidentemente inaceptable, que nadie cree, nadie que busque la Paz. Tan descarado es el planteamiento en favor de Israel, que lo presenta conjuntamente con Benjamín Netanyahu , Primer Ministro Israelí, sin ni siquiera conversar con la otra parte: los palestinos y palestinas. Qué importante que el presidente de Alemania haga una autocrítica desde su pueblo y su gobierno, como alemanes, sobre el holocausto. Qué importante que se haga un esfuerzo por tomar conciencia contra el fascismo y el nazismo que crece en Europa. Lo más importante para las nuevas generaciones y las viejas, es tomar conciencia contra el capitalismo voraz, que destruye a la humanidad. No hay que aceptar todo este esfuerzo informativo como un hecho aislado. Es inherente al capitalismo y las guerras de agresión, el imperialismo, el colonialismo construyen matanzas. La educación por la paz, el respeto al Estado de derechos, el derecho a crear su propio destino y el derecho a construir sociedades distributivas, solidarias y soberanas es el único camino para cambiar la historia. Trump, el Imperio y sus serviles se oponen a ello y nos exponen a un holocausto planetario de manera consciente y planificada, sin importarle las generaciones futuras, ni siquiera las presentes. Nosotros hemos optado por la Patria Grande, por la redistribución de las riquezas abundantes de nuestros países a través

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Trump declaró la tercera Nakba

Fuente: Gideon Levy | Haaretz  Fecha:  30 enero 2020 Con una bata de hospital endeble, herido, descalzo y confundido, sin comida ni agua, con un catéter conectado y usando un pañal, el residente de Gaza, Omar Abu Jeriban, fue arrojado al costado de la carretera el 13 de junio de 2008 y murió. Chaim Levinson informó la historia en Haaretz en ese momento, David Grossman estaba horrorizado por ella. El otro día, todo el pueblo palestino se convirtió en Abu Jeriban. El papel de la policía que arrojó a un hombre herido en medio de la noche fue asumido por el presidente estadounidense, Donald Trump, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. El papel del hospital que acaba de mantenerse en pie fue asumido por el mundo. En 2008 fue una tragedia humana; hace dos días, fue una tragedia nacional: la Casa Blanca declaró el comienzo de la tercera Nakba. Los palestinos fueron arrojados al costado del camino y abandonados a su suerte. El Israel de derecha está encantado, el Israel de izquierda está perdido como siempre, y el mundo está en silencio. Es el fin del mundo. La Casa Blanca se parecía el otro día a Habayit Hayehudi (1), inundada de kippot e Yiddishkeit (2). ¿Hay que ser antisemita para preguntarse sobre esto? Con todos los comerciantes inescrupulosos asumidos en  pacificadores, todos estos Friedmans, Adelsons, Greenblatts, Kushners y Berkowitzes, estos mediadores supuestamente justos e imparciales, es imposible siquiera pensar en el comienzo de un acuerdo justo. No es difícil adivinar lo que pasa por la mente de todos los palestinos y todos los buscadores de justicia al ver esta imagen de todos los judíos y de toda esta clase de derecha. Pero los palestinos no solo se habían perdido por completo la ceremonia, tampoco estaban en ningún lugar del plan que pudiera sellar su futuro y que anunciara la eliminación de su última oportunidad de alguna decencia tardía, un poco de justicia, una gota de compasión. Los dejaron sangrando al costado del camino. Esta es su tercera Nakba. Después de perder la mayor parte de su tierra, propiedad y dignidad en la primera y su libertad en la segunda, ahora viene la tercera para aplastar lo que queda de su esperanza. Lo han intentado todo. Lucha diplomática y lucha armada, protesta no violenta y boicot económico. Nada ha ayudado. El «acuerdo del siglo» solo confirma lo que se sabía: el mal prospera, esta vez en una edición particularmente extrema de unilateralidad, racismo y arrogancia. Los poderosos se llevan todo. Todo. Los palestinos obtienen una caricatura de un estado independiente después de muchos años, si acaso, y solo mientras estén de acuerdo con una serie de condiciones degradantes de rendición que incluso el colaboracionista más bajo nunca aceptaría. Israel, por otro lado, obtiene casi todo, y de inmediato. ¿Por qué solo los palestinos tienen que demostrar su valía antes de obtener algo? ¿Se ha distinguido Israel en el medio siglo de ocupación? ¿Ha obedecido absolutamente el derecho internacional? ¿Ha prestado atención a la comunidad internacional? ¿Debería haber un premio para el brutal ocupante? ¿Para los colonos? ¿Para qué y por qué EE.UU.? Israel lo consigue todo y sin condiciones, mientras que los palestinos, un pueblo bastante refrenado dado el terrible abuso que padece, todavía tienen que demostrar su valía para recibir las pequeñas migajas de justicia que el presidente estadounidense les arroja. ¿Por qué la seguridad de Israel tiene que estar garantizada una y otra vez, a lo largo de las generaciones y contra todo riesgo, sin que nadie tenga que mover un dedo para garantizar la seguridad de los palestinos, cuya sangre es tan barata derramada por Israel? Una niña en Gaza también merece una noche de sueño reparador, pero ¿a quién le importa ella en Habayit Hayehudi, el Hogar Judío, en 1600 Pennsylvania Avenue? Si este plan se cumple, Dios no lo quiera, será el fin del pueblo palestino. No es el fin físico, el fin nacional. Quien piense que esta es una razón para celebrar, está invitado a unirse a la celebración en la Plaza Rabin por la liberación de Naama Issachar (3) y a votar a Likud o Kahol Lavan. ¿Cuál es la diferencia? Pero cualquiera que todavía tenga una gota de compromiso moral debería estar horrorizado por esta terrible paz de los vencedores que puede terminar bien para Israel pero nunca terminará bien para los israelíes. Israel nunca asumió la responsabilidad de la primer y segunda Nakbas, quizás también evadirá su responsabilidad por la tercera. Pero nunca podrá escapar de la culpa y la desgracia por acabar con otras personas. Notas del Traductor Hogar Judío. Partido de los colonos judíos religiosos ultranacionalistas (N. del T.) Apego emocional e identificación con el pueblo judío. Se expresa generalmente en idish, idioma que usan los judíos ultra ortodoxos. Israelí recientemente indultada por Putin, que permaneció 10 meses presa en Rusia por posesión de marihuana. Traducción: Dardo Esterovich

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La izquierda suicida de Israel

Fuente: Gideon Levy | Haaretz Fecha: 28 de diciembre de 2019 La izquierda israelí está en un frenesí, un frenesí fatal: artículos de opinión, peticiones, manifiestos y anuncios. «La izquierda se une o se suicida», gritó una petición publicada el viernes. No hemos tenido una izquierda tan activa y animada durante mucho tiempo, no desde las últimas elecciones. ¿Qué es todo este alboroto? ¿El ataque aéreo que mató a nueve miembros de una familia de Gaza en noviembre? ¿La decisión en La Haya de investigar a Israel por crímenes de guerra, en preparación para un juicio? ¿Las deportaciones de los hijos de refugiados nacidos en Israel? ¿El belicismo contra Irán? Ni siquiera cerca. Lo que despertó a la izquierda israelí de su sueño es la cuestión existencial de si Miembro de la Knesset  Revital Swid servirá en la próxima Knesset, si MK Ilan Gilon estará dentro o fuera. Esa es la verdad sobre la batalla para unir a la izquierda. Gira en torno a si el número 6 en la boleta de Avodá-Gesher y el número 5 en la lista de la Unión Democrática estarán dentro o fuera. La izquierda sionista de Israel cambia los nombres y las alianzas electorales como calcetines. Eso es lo que sucede cuando un gran y poderoso movimiento desborda sus orillas. Bien podríamos preguntar, suponer que organizaron una reunión política -o dos o tres- y nadie vino. Para la derecha -no me pidas que recuerde todos los nombres- los objetivos son claros: apretar el nudo de la ocupación, expandir los asentamientos, aumentar el abuso de los palestinos, lograr el mayor derramamiento de sangre y despojo posible, lo que aumenta las privaciones de los ciudadanos árabes de Israel, demoliendo más hogares, silenciando a los críticos potenciales, paralizando el sistema judicial y manteniendo a Benjamín Netanyahu en el poder hasta el final de los tiempos. Todo está muy claro. ¿Y qué quiere la izquierda sionista? Su único objetivo obvio es deshacerse de Netanyahu. Un objetivo digno, pero no digno de la histeria que lo rodea. Por la misma razón, la cuestión de si el presidente del Partido Laborista, Amir Peretz, cederá ante la presión de unirse a la Unión Democrática para la izquierda no es una pregunta crucial. ¿Por qué se uniría? ¿Para ganar suficientes votos para pasar el umbral electoral? ¿Por qué pasar el umbral electoral? Para que Swid y Gilon lleguen a la Knesset. Las últimas encuestas sugieren que ninguno de los dos partidos de izquierda sionistas está en peligro de fracasar. Pero si eso sucediera, no sería el fin del mundo. Es cierto que se perderían decenas de miles de votos para el bloque, pero en cualquier caso nos encaminamos hacia un gobierno de unidad con el Likud en el que la izquierda no tendrá voz. Incluso si se formara un gobierno de centroizquierda, ¿y qué? Meretz no podría influenciarlo, los laboristas ni siquiera lo intentarían. Cuando el único objetivo es expulsar a Netanyahu, todo lo demás desaparece. La campaña «Dump Netanyahu» debería haber incluido una propuesta para un nuevo camino a seguir, más allá de los eslóganes que han pasado su fecha de caducidad. Pero cuando no hay un camino alternativo, ¿por qué deberíamos preocuparnos por el futuro de estos dos partidos mohosos? Una izquierda suicida no es una izquierda que no se une, una izquierda suicida es una izquierda silenciosa. Una izquierda suicida es una izquierda que ha perdido el rumbo. Es una izquierda que apoya casi todas las acciones militares, una izquierda que cree que el sistema judicial y de aplicación de la ley de Israel salvará al país y, por lo tanto, no debe ser tocado. Una izquierda suicida es una izquierda que no renueva su liderazgo. Una izquierda suicida es una izquierda que sigue creyendo en una solución de dos estados a pesar de saber que ya no es posible. Una izquierda suicida es una izquierda que no se atreve a proponer un diálogo con Hamas en la Franja de Gaza. Una izquierda suicida es una izquierda que no intenta unirse con la Lista Conjunta de partidos árabes. Una izquierda suicida es una izquierda que sueña con un gobierno de generales de Kahol Lavan*  y cree que esto sería bueno. Una izquierda suicida es una izquierda que cree que reclutar hombres ultraortodoxos en el ejército es una virtud. Una izquierda suicida es una izquierda silenciosa, e incluso solidaria, cuando ser anti-israelí en el extranjero se equipara con antisemitismo. Una izquierda suicida es una izquierda que solo se preocupa por los problemas de la organización, quién está disputando con quién y cuándo. ¿Cuál es el punto de aumentar su fuerza electoral? Aquí es donde las palabras me fallan. «¿Entonces tal vez la izquierda simplemente necesita morir?», le preguntó Carolina Landsmann al sociólogo Nissim Mizrachi al final de una entrevista reveladora y asombrosa en el Haaretz Magazine en idioma hebreo el viernes. «Ya está muerta», fue la respuesta aleccionadora e inspiradora. * Partido Azul y Blanco, del General Gantz y Iosi Lapid que obtuvo la primera minoría en la última elección (N del T) Traducción: Dardo Esterovich

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Advertencia final a Israel de la Corte Penal Internacional

Fuente: Editorial de Haaretz Fecha: 22 de diciembre de 2019 Los manifestantes llevan pancartas y banderas palestinas fuera de la Corte Penal Internacional, La Haya, Países Bajos, 29 de noviembre de 2019. Peter Dejong, AP La decisión de la Oficina del Fiscal de la Corte Penal Internacional de que hay una base para investigar a Israel bajo sospecha de crímenes de guerra, así como a Hamas y las facciones palestinas, no debería haber sorprendido a nadie. Durante los cinco años en que el examen preliminar del fiscal de la CPI Fatou Bensouda estaba en marcha, el gobierno israelí le proporcionó más y más material. La investigación puede haber comenzado a raíz de los eventos de la Operación Margen Protector en Gaza en 2014, pero desde entonces se le han agregado un sinfín de incidentes. Primero en la lista está la cuestión de los disparos contra los manifestantes a lo largo de la frontera con Gaza. La cuestión de los asentamientos, que nunca dejaron de expandirse, también aparecieron ante los ojos del fiscal, y el hecho más reciente fueron los planes declarados de anexión del primer ministro Benjamin Netanyahu . Israel ha demostrado un desprecio crudo y continuo por el derecho internacional. Al mismo tiempo, en ausencia de negociaciones, Israel ha empujado a los palestinos directamente a los brazos de las instituciones internacionales. Lo único sorprendente es la propia respuesta de Israel. El Fiscal General Avijai Mendelblit se apresuró a liberar, justo un momento antes del anuncio del fiscal, una opinión legal urgente cuyo punto principal era la antigua afirmación de que la CPI no tiene jurisdicción sobre el asunto porque Israel nunca confirmó su membresía en el tratado, y porque Palestina no es un estado real y, por lo tanto, no puede proporcionar al tribunal la autoridad judicial penal requerida. Estos reclamos son bien conocidos por la comunidad internacional, y por el fiscal y su personal. Además, la confianza en el reclamo de falta de autoridad es extraña, por decir lo menos. En la práctica, Israel no niega la realización de crímenes de guerra, sino que se centra en la cuestión de quién está autorizado para juzgarlo, si es que se lo hace, y acusa a la CPI de politización. Aún más difícil de entender es la afirmación de que la cuestión del conflicto israelo-palestino debe dejarse para el diálogo y las negociaciones, y el proceso legal solo lo dañará, mientras que para todos está claro que no hay tal proceso sobre la mesa porque el gobierno de Israel no está interesado en ello. Más aún, el propio gobierno expresa públicamente un creciente apoyo a la anexión. Los abogados de Israel también afirmaron que los palestinos deben decidir si son un país soberano, si otorgan autoridad a la CPI, o son un territorio ocupado que no tiene soberanía. Este también es un argumento legal antiguo y bien conocido, pero ridículamente diplomático: Israel en realidad está admitiendo  que los palestinos están bajo ocupación y no soberanía. La decisión del fiscal es una alarma final de advertencia para el gobierno israelí y sus instituciones interesadas en negar la realidad de la ocupación. En los próximos meses, el tribunal decidirá si abre una investigación. Junto con el temor a los posibles resultados de la investigación, es lamentable que Israel no sea capaz de reconocer la tragedia que ha provocado a través de la ceguera y la arrogancia, la ocupación y los asentamientos, y es lamentable que solo una amenaza externa pueda abrirle los ojos. El artículo es el editorial principal de Haaretz, publicado en los periódicos hebreo e inglés en Israel. Traducción: Marcelo Barón  

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