Sin olas
Fuente: María Laura Carpineta | Revista Zoom Fecha: 08 de NOV 2018 No hubo ni ola azul demócrata ni ola joven ni ningún tipo de ola que arrasara en una sola dirección el mapa político de Estados Unidos. Salvo contadas excepciones, las elecciones de medio mandato son un llamado de atención al gobierno en funciones, que suele perder poder en alguna o las dos cámaras del Congreso, y eso es exactamente lo que sucedió. La mayoría de los votantes dijeron que tomaron su decisión basada en su apoyo o rechazo a la gestión del presidente Donald Trump y eso quedó claro tanto con la ampliación de la mayoría republicana en el Senado como con la victoria de la oposición demócrata en la Cámara de Representantes. Las elecciones de esta semana más que un plebiscito sobre el gobierno eran una prueba para la oposición demócrata, para su crisis interna y para el más amplio (y constantemente promovido como épico) movimiento de resistencia contra Trump. Los resultados demostraron que el apoyo del presidente se mantiene fuerte a nivel federal y todavía ayuda a ganar cargos, como sucedió en el Senado; que muchas de las caras de la victoria opositora en la Cámara de Representantes pertenecen a líderes que cuestionaron al aparato partidario demócrata, y que la heterogénea resistencia a Trump -encabezada por mujeres, miembros de la comunidad LGTBQ, inmigrantes y descendientes de inmigrantes- no inundó las urnas, pero sí conquistó algunas batallas importantes para crear las bases de un posible cambio en el futuro. El gran triunfo de Trump en estos comicios fue, sin dudas, la ampliación de la mayoría oficialista en el Senado. Los republicanos pasaron de tener una ventaja de apenas dos bancas a una de cinco. Los demócratas estaban en desventaja en el Senado, tenían que defender 26 bancas -incluidas dos de independientes que suelen votar con ellos- frente a nueve de los republicanos. El oficialismo no sólo consiguió reelegir a todos sus senadores, sino que además ganó tres nuevos escaños: Missouri, Indiana y Dakota del Norte. Las tres victorias son muy parecidas: senadores que defendían su banca en distritos conservadores, en donde Trump había arrasado en las presidenciales de 2016, perdieron contra candidatos muy cercanos al mandatario y que fueron apoyados abiertamente y en repetidas ocasiones por él. Es muy temprano para saber si, por ejemplo, el voto en contra de los tres senadores demócratas en la reciente confirmación del juez Brett Kavanaugh -un magistrado denunciado por varias mujeres por abuso sexual- a la Corte Suprema fue decisivo en la derrota. De lo que no hay duda es que el apoyo de Trump a sus rivales republicanos sí lo fue. A diferencia del Senado, toda la Cámara de Representantes estadounidense se renovaba en estas elecciones y, por lo tanto, la oposición demócrata tenía un escenario más favorable para recuperar la mayoría que perdió en 2010, en la primera elección de medio mandato del gobierno de Barack Obama. Debía arrebatarle al menos 23 bancas a los republicanos para llegar a la mayoría de 218 y lo consiguió con creces. La veterana líder demócrata en la cámara baja y la dirigente que posiblemente sea la próxima líder de la mayoría, Nancy Pelosi, fue una de las primeras en celebrar la mayor victoria de su partido en estos comicios y prometió que su objetivo no será impulsar un juicio político contra Trump, una preocupación que el mandatario no tardó ni 24 horas en plasmar en su Twitter. Pero el triunfo que Pelosi presentó como homogéneo en realidad esconde muchas de la tensiones que tienen en crisis al Partido Demócrata. Por un lado, es el resultado más importante que ha dejado el movimiento de resistencia que iniciaron las mujeres contra el gobierno de Trump desde el primer día de su mandato y que exige también un cambio a los demócratas. Alrededor de 100 congresistas fueron electas -al escribir este artículo algunas elecciones aún debían definirse-, una cifra inédita que igual está lejos de eliminar la asimetría que todavía existe en ambos partidos. Por otro lado, la bancada demócrata sumó, como nunca antes, representantes de minorías y referentes de las bases que critican a la cúpula del partido y piden más democracia interna, más renovación y un programa político progresista. Aunque ni las mujeres ni las minorías religiosas y étnicas del país tuvieron su tan ansiada ola en estas elecciones, sí ganaron voces claves en la Cámara de Representantes como la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez, la dirigente negra de Massachusetts Ayanna Pressley, las dos primeras legisladoras musulmanas, Rashida Tlaib de Michigan y Ilhan Omar de Minnesota; y las dos primeras congresistas indígenas, Deborah Haaland de Nuevo México y Sharice Davids de Kansas. Estas mujeres no sólo intentarán marcarle el ritmo al oficialismo republicano desde el centro del poder político del país, sino también a sus propios líderes de bancada. La crisis de liderazgo de la oposición también sufrió un duro golpe en Texas, donde el carismático y joven congresista Beto O’Rourke perdió su apuesta por el Senado frente a un veterano que se alineó con Trump y que hace años es una de las voces latinas conservadoras más influyentes del Congreso, Ted Cruz. Beto, como lo bautizó su campaña, era la esperanza de muchos votantes demócratas para las próximas elecciones presidenciales de 2020: hombre de familia de 44 años, carismático al estilo Kennedy, con un discurso más progresista, pero amigable y sin un pasado contestatario frente al aparato partidario. La expectativa era que, si lograba ganar en el estado conservador de Texas y frente a una figura tan simbólica como Cruz, podría construir un perfil presidenciable en los próximos dos años que incluya a toda la base electoral demócrata. Los resultados del martes ratificaron que la oposición está muy lejos de tener una figura presidenciable con chances reales para disputarle la reelección a Trump. Más aún, las tradicionales encuestas a boca de urna que se realizan durante la jornada electoral revelaron que los niveles de lealtad a Trump se mantienen firmes desde 2016,