DERRIDA “El aprender a vivir, si es que queda por hacer, es algo que no puede suceder sino entre vida y muerte. Ni en la vida ni en la muerte solas. Lo que sucede entre dos, entre todos los «dos» que se quiera, como entre vida y muerte, siempre precisa, para mantenerse, de la intervención de algún fantasma (…) Hay que hablar del fantasma, incluso al fantasma y con él, desde el momento en que ninguna ética, ninguna política, revolucionaria o no, parece posible, ni pensable, ni justa, si no reconoce como su principio el respeto por esos otros que no son ya o por esos otros que no están todavía ahí, presentemente vivos, tanto si han muerto ya, como si todavía no han nacido”. DERRIDA, Espectros de Marx. El Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, Madrid, Trotta, 1998, pp. 12-13. Propongo una experiencia realizada de un trabajo que fue presentado sobre una entrevista a un sobreviviente de un campo de concentración nazi. Este trabajo fue presentado en el congreso Panamericano de Trauma y Estrés. La historia de un hombre en quien el horror no derroto su esperanza, una experiencia extrema, inconcebible pero real: “El holocausto judío”. A medida que los nazis conquistaban países europeos durante la segunda guerra mundial, millones de judíos eran asesinados o recluidos en el campo de concentración. Cuando concluyó el conflicto, los nazis habían eliminado a más de seis millones de judíos. Esta es la historia de un adolescente de catorce años de edad (1942) en la ciudad de Daloscise (Polonia) que fue deportado al campo de trabajo forzado de Prokocim, junto a sus padres y tres hermanos. Una horda compuesta por tropas de la S.S, auxiliares Ucranianos y pelotones de la policía, colaboracionista polaca, exhortaban a la población judía a reunirse en la plaza central. Una vez reclutados, abordaban los trenes empujados a culatazos. Srulek cuenta en su libro en qué condiciones viajaban; apretujados, comprimidos, maltratados; sufriendo hambre y sed, pero sobretodo miedo, mucho miedo. Iban hacia Pinczow. Cuando llegaron a destino, pudieron ver a través de un vidrio, la ciudad envuelta en el humo de las ejecuciones en masa. En el andén los esperaban grupos de guardias ucranianos que azuzaban a los perros contra los más lentos en bajar. Fue una larga noche que no se iba a borrar jamás de su memoria. Tiritaba abrazado a sus hermanos. Tampoco se le iban a borrar las palabras de su padre cuando se separaron, les encargo a sus hijos que lucharan con todas sus fuerzas para sobrevivir ya que eran jóvenes e inteligentes, como presintiendo que sobrevendrían tiempos aciagos. Les hablo que aprovecharan al máximo sus condiciones y que se esmeraran al máximo por luchar, aun en condiciones adversas. Luego su padre, le entregó dos monedas de oro como única herencia, esos fueron los últimos momentos que pasarían juntos. Episodios que he considerado relevantes Bajo amenaza de ejecución, debían abandonar todas las disposiciones en cajas dispuestas a tal efecto: así perdió las monedas que el padre le había entregado. El campo contaba con unas cincuenta barracas, con unos trescientos presos en cada una. Todas las noches traían camiones llenos de gente, venían con las manos atadas con alambre; Los alineaban a lo largo de una fosa grande contigua al campo y los fusilaban a todos. De esto se encargaban unos ucranianos. Algunos estaban tan embrutecidos que violaban los cadáveres aún calientes de las pobres muchachas. Cuando cesaban los disparos, se inundaba la barraca de un olor nauseabundo de la carne quemada. El resto de la noche, lo pasaban aterrados y si lograban dormir, los sueños estaban poblados de pesadillas. En la plaza se distribuían los trabajos de los presos. Cada grupo de cien, estaba a cargo de un “Kapo” (colaboracionista). Como el joven era de aspecto menudo por su corta edad, los Kapos lo rechazaban. Cuando escuchó que pedían un voluntario como asistente de limpieza, se presentó y fue aceptado. Su trabajo consistía en lustrar las botas de los brutales asesinos y luego limpiar el piso sucio de barro y sangre de las víctimas. Su conocimiento del idioma ruso le valió ser tratado con mayor benevolencia por esos bárbaros. De los encuentros con su hermano (Moniek) La preocupación de ambos era la falta de noticias de sus padres. Una tarde Moniek volvió con una expresión de angustia en su rostro. No hablaba. Se lo veía atribulado, destruido. Ante la insistencia del hermano menor, hizo un esfuerzo para hablar. Y entonces relató el motivo de su congoja. Se había enterado que sus padres y hermano estaban muertos. Querían convencerse de que podría no ser verdad, como negación de un hecho infortunado. Pero en lo más íntimo sabían que debían prepararse para lo peor. Algunas reflexiones del texto en relación a Derrida “Espectros de Marx” Aprender a vivir, ¿no es acaso una experiencia misma?. Srulek aprendió a vivir solo por él mismo entre la vida y la muerte, tanto con la suya como con la del otro. Aprender a vivir con los fantasmas en el Holocausto y después también. A sobre-vivir, a saber una huella cuya vida y muerte no serían huellas mismas, sino huellas de huellas. Hay espíritus y es preciso contar con ellos. Derrida dice: “Los muertos nos vienen a decir algo”, sobrellevar esta carga del horror vivido. La memoria nos dice que es imposible olvidar. Sobrellevar a esos que ya no están, “justicia” porque están vivos en la presencia del fantasma. Por los que aún no han nacido, y por los que están por venir. Cuando Srulek habla y da testimonio del horror vivido, a los 91 años como adulto mayor recorre el mundo, da cuenta de que los acontecimientos vividos nos impulsan a hacer algo, no como un dogma, sino desde su fantasma que asedia en el hacer. La memoria como eje de la justicia. Por otro lado, Derrida plantea la necesidad de una tumba. ¿Es posible entonces el duelo ante la ausencia del cuerpo?. Aquí