Alentando la autocensura
Por: Héctor Gurvit
En estos días un profesor de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento de la Provincia de San Juan fue apartado de todos sus cargos por leer el cuento Canelones de Hernán Casciari. La excusa: contenía las palabras culo, poronga y tetas, que no fueron leídas en clase, lo que “alarmó” a ciertos padres que se quejaron y provocaron la sanción.
Habíamos sido testigos de la quema de libros. Lo hemos visto en la Alemania Nazi. Allí lo hicieron con aquellos autores judíos y/o comunistas, pero también otros tantos que no dignificaban a la raza aria. Entre los destacados podemos nombrar a Bertlolt Brecht, Karl Marx, Vladimir Lenin, León Trotsky y Rosa Luxemburgo, entre otros muchos. Según se dice, en el museo del Holocausto, fueron 25.000 libros y con un acto central a modo de ceremonia.
En la dictadura de 1976, El Proceso de Reorganización Nacional, quemó libros en Avellaneda. Fueron unas 20 toneladas del Centro Editor de América Latina. Hay imágenes que son más que elocuentes. Lo curioso de estas acciones es que quedaron las fotos como testigos de ese “mal entendido” entre los militares y los libros.
El hecho sucedió un 26 de junio de 1980 en Sarandí. A corta distancia de la Capital Federal. Los camiones depositaban los libros en la intersección de las calles O’Higgins y Agüero (hoy Crisólogo Larralde) y allí los quemaban.
También se censuraron libros, entre los que se encontraban:
- Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann,
- Mascaró – El cazador americano – Haroldo Conti.
- El beso de la mujer araña – Manuel Puig.
- Queremos tanto a Glenda – Julio Cortázar.
- El año verde, de Elsa Bornemann.
- El caso Gaspar, de Elsa Bornemann.
- La torre de cubos, de Laura Devetach.
- El pueblo que no quería ser gris, de Beatriz Doumerc.
- La Ultrabomba, de Mario Lodi.
Y como curiosidad se censuró uno llamado “La cuba electrolítica”. Entiendo que la palabra cuba le sonaría peligrosa a algún milico ignorante. No hace falta mencionarlo, pero también se censuraron películas y otras expresiones artísticas que según el criterio militar eran también peligrosas. Ni hablar de autores como Osvaldo Bayer, José Pablo Feinmann, Horacio González y otros.
Pero lo que resulta sumamente inquietante en nuestros días de democracia es que se separe de su cargo a un profesor porque leyó en clase un cuento de Hernán Casciari. Se trata de un escritor y periodista largamente premiado, de abundante producción, que fundó la revista digital Orsai, de fama bien lograda y autor de obras de teatro de éxito, entre ellas, “Mas respeto que soy tu madre”, que se mantuvo en teatros de la calle Corrientes con gran éxito. Fue 1º Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), el Juan Rulfo (París, 1998) con el relato «Ropa sucia y premio de la Deutsche Welle al mejor blog del mundo (Berlín, 2005).
El cuento que el docente leyó se llama Canelones. El original contiene las palabras: culo, poronga y tetas. A algunos padres (acaso unas y unos) no les gustaron. Y una inocente escena sexual que comparada con “Cincuenta sombras de Grey” parece del siglo XIX. En todo caso les recomendaría, a esos padres, que lean, o vean por YouTube, la exposición de Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua de 2004 donde habla de las malas palabras.
El profesor leyó una versión reducida que no las contiene. A partir de allí se desarrollaron no pocas bifurcaciones y comentarios a favor, en contra y numerosos escraches. Si el cuento hubiera sido, por ejemplo, “El hambre” de Manuel Mujica Laínez, donde no solo hay violencia sino necrofagia, probablemente no les habría llamado la atención, porque la violencia tiene buena prensa. Y acaso, a estas alturas, Laínez no parece interesarle a nadie.
Las cuestiones de género están estigmatizadas en la sociedad. El caso de la abolición del aborto legal y seguro en EEUU es una demostración de que estas cuestiones no parecen tener solución. Es una cuestión no resuelta en la sociedad. En el mundo. Y que no parece que se vaya a corregir, por ahora.
Cuando Hernán Casciari, se entera de lo sucedido habla con el profesor, con Juan. El docente se sorprende y se alegra, se emociona e incluso lagrimea ante la situación. Admira al autor. Hernán le pregunta “¿cómo la estás pasando?” y contesta “mal, estoy mal”. El hecho se viralizó, apareció en las redes y ya no hubo forma de mantener cierto cuidado con la visibilización del educador. Se están viralizando, incluso, videos de su adolescencia. Lo han amenazado. Y Juan se pregunta: “¿qué cuento es correcto?” y agrega “tuve que enviar cartas notariales a los medios porque, aunque la escuela quiso preservar mi identidad, no pudo”.
Es curioso, porque el problema comenzó cuando algunos alumnos, alentados por el relato, al volver a sus casas, lo trajeron de Internet y lo leyeron completo. Allí es donde aparecen los padres. Una lectura que hace Casciari es que a ese profesor deberían darle una medalla, en tanto alentó a que los alumnos se apasionen con un texto y lo quieran leer.
A Juan lo han apartado de todos sus cargos. Al momento de esta nota todavía no le habían notificado nada. A partir de la situación creada, el autor del cuento, llamó a la directora del la Escuela Normal Sarmiento de San Juan, Marcela Herrera, que mostró cierta inseguridad ante lo acontecido. Salvo la de culpar a la víctima pidiéndole que le haga un escrito con lo desarrollado en clase. Casciari trato de ponerse en la piel de la rectora, en cuanto esta situación también la deja en un entorno de desequilibrio emocional. Acaso porque tampoco ella tiene claro qué posición tomar. Lo imagino.
No solo habló con la rectora, sino que también llamó a Cecilia Trincado, Ministra de Educación de la Provincia de San Juan, solicitándole que haga algo por el profesor. Que lo proteja, que deberían darle una medalla por el interés que despertó en los alumnos en lugar de apartarlo.
En la conversación, Casciari señala con ironía: “Es un profesor que leyó un cuento en clase y lo hizo tan bien que los chicos fueron a sus casas y lo leyeron completo, por eso hay que suspenderlo”. La ministra, lo deduzco, no la entendió de modo que Hernán rumbeó hacia algún “jardín de senderos que se bifurcan”.
Mientras escribo este texto aparece la noticia de que hay una jueza de menores que estaría actuando de oficio por protección a los menores. ¿De qué se los estaría protegiendo? Lo que propone Casciari, y yo aplaudo, es que hay que educar a los padres.
Ahora bien, es comparable la quema de libros del nazismo y la de los libros de la dictadura con este caso. Probablemente la relación resulte exagerada. Sin embargo, nos hace reflexionar sobre qué clase de educación queremos para nuestros hijos y para las generaciones venideras. No me mostraría apocalíptico como para realizar un análisis sofista que empiece por apartar a un docente que leyó un cuento y llegue a inferir que se pueda llegar a quemar libros en la Plaza de Mayo. Sin embargo…
Que les queda por hacer a los docentes ante esta clase de censura. Va de suyo que, a partir de este caso, deviene la autocensura. Tratar, para no tener una sanción, de leer algo que al menos sea lo suficientemente aburrido como para no alentar a nadie.
Mientras hacía la escuela secundaria una profesora de Literatura nos hacía leer un artículo del suplemente cultural del diario La Nación y escribir un resumen para leer en clase. De esas lecturas solo me quedó la anécdota. Entre mis compañeros, los dos de adelante y el de mi costado nos turnábamos para hacerlo. Sabíamos que solo llamaba a uno cada clase. Si llamaba a alguno de nosotros nos íbamos con el texto a leerlo en el frente. Nunca nos descubrió y no recuerdo ni una de esas columnas áridas y aburridas del diario de los Mitre.
Los que pasamos por la escuela pública sabemos que, a partir de los gobiernos neoliberales ha ido perdiendo terreno esa educación frente a los colegios privados. La autocensura y las limitaciones económicas no son el ámbito adecuado para recibir una buena educación. La buena educación, cada vez más, está limitada por la cuestión económica. Si consideramos que, para estar conectados a un encuentro, una familia debería tener un celular, un computador y suscribir una línea de WIFI, que no es para nada económica, la enseñanza se complica. Todavía estamos esperando que se aplique la tarifa social. Y si son cuatro en el grupo familiar, un solo computador no parece el mejor escenario.
En el siglo XX, la brecha tecnológica no era lo que es hoy. Con la pandemia, el problema recrudeció. De hecho, hubo un porcentaje no menor de estudiantes que se quedaron fuera del sistema durante el covid. Y que, incluso a la vuelta de la presencialidad, no se han integrado. Ese si que es un problema, no el de un joven docente que sabiamente supo alentar a esos niños el interés por la literatura.
Sobre el cuento Canelones
Alentando la autocensura
2022-06-30 Héctor Gurvit
En estos días un profesor de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento de la Provincia de San Juan fue apartado de todos sus cargos por leer el cuento Canelones de Hernán Casciari. La excusa: contenía las palabras culo, poronga y tetas, que no fueron leídas en clase, lo que “alarmó” a ciertos padres que se quejaron y provocaron la sanción.
Habíamos sido testigos de la quema de libros. Lo hemos visto en la Alemania Nazi. Allí lo hicieron con aquellos autores judíos y/o comunistas, pero también otros tantos que no dignificaban a la raza aria. Entre los destacados podemos nombrar a Bertlolt Brecht, Karl Marx, Vladimir Lenin, León Trotsky y Rosa Luxemburgo, entre otros muchos. Según se dice, en el museo del Holocausto, fueron 25.000 libros y con un acto central a modo de ceremonia.
En la dictadura de 1976, El Proceso de Reorganización Nacional, quemó libros en Avellaneda. Fueron unas 20 toneladas del Centro Editor de América Latina. Hay imágenes que son más que elocuentes. Lo curioso de estas acciones es que quedaron las fotos como testigos de ese “mal entendido” entre los militares y los libros.
El hecho sucedió un 26 de junio de 1980 en Sarandí. A corta distancia de la Capital Federal. Los camiones depositaban los libros en la intersección de las calles O’Higgins y Agüero (hoy Crisólogo Larralde) y allí los quemaban.
También se censuraron libros, entre los que se encontraban:
- Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann,
- Mascaró – El cazador americano – Haroldo Conti.
- El beso de la mujer araña – Manuel Puig.
- Queremos tanto a Glenda – Julio Cortázar.
- El año verde, de Elsa Bornemann.
- El caso Gaspar, de Elsa Bornemann.
- La torre de cubos, de Laura Devetach.
- El pueblo que no quería ser gris, de Beatriz Doumerc.
- La Ultrabomba, de Mario Lodi.
Y como curiosidad se censuró uno llamado “La cuba electrolítica”. Entiendo que la palabra cuba le sonaría peligrosa a algún milico ignorante. No hace falta mencionarlo, pero también se censuraron películas y otras expresiones artísticas que según el criterio militar eran también peligrosas. Ni hablar de autores como Osvaldo Bayer, José Pablo Feinmann, Horacio González y otros.
Pero lo que resulta sumamente inquietante en nuestros días de democracia es que se separe de su cargo a un profesor porque leyó en clase un cuento de Hernán Casciari. Se trata de un escritor y periodista largamente premiado, de abundante producción, que fundó la revista digital Orsai, de fama bien lograda y autor de obras de teatro de éxito, entre ellas, “Mas respeto que soy tu madre”, que se mantuvo en teatros de la calle Corrientes con gran éxito. Fue 1º Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), el Juan Rulfo (París, 1998) con el relato «Ropa sucia y premio de la Deutsche Welle al mejor blog del mundo (Berlín, 2005).
El cuento que el docente leyó se llama Canelones. El original contiene las palabras: culo, poronga y tetas. A algunos padres (acaso unas y unos) no les gustaron. Y una inocente escena sexual que comparada con “Cincuenta sombras de Grey” parece del siglo XIX. En todo caso les recomendaría, a esos padres, que lean, o vean por YouTube, la exposición de Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua de 2004 donde habla de las malas palabras.
El profesor leyó una versión reducida que no las contiene. A partir de allí se desarrollaron no pocas bifurcaciones y comentarios a favor, en contra y numerosos escraches. Si el cuento hubiera sido, por ejemplo, “El hambre” de Manuel Mujica Laínez, donde no solo hay violencia sino necrofagia, probablemente no les habría llamado la atención, porque la violencia tiene buena prensa. Y acaso, a estas alturas, Laínez no parece interesarle a nadie.
Las cuestiones de género están estigmatizadas en la sociedad. El caso de la abolición del aborto legal y seguro en EEUU es una demostración de que estas cuestiones no parecen tener solución. Es una cuestión no resuelta en la sociedad. En el mundo. Y que no parece que se vaya a corregir, por ahora.
Cuando Hernán Casciari, se entera de lo sucedido habla con el profesor, con Juan. El docente se sorprende y se alegra, se emociona e incluso lagrimea ante la situación. Admira al autor. Hernán le pregunta “¿cómo la estás pasando?” y contesta “mal, estoy mal”. El hecho se viralizó, apareció en las redes y ya no hubo forma de mantener cierto cuidado con la visibilización del educador. Se están viralizando, incluso, videos de su adolescencia. Lo han amenazado. Y Juan se pregunta: “¿qué cuento es correcto?” y agrega “tuve que enviar cartas notariales a los medios porque, aunque la escuela quiso preservar mi identidad, no pudo”.
Es curioso, porque el problema comenzó cuando algunos alumnos, alentados por el relato, al volver a sus casas, lo trajeron de Internet y lo leyeron completo. Allí es donde aparecen los padres. Una lectura que hace Casciari es que a ese profesor deberían darle una medalla, en tanto alentó a que los alumnos se apasionen con un texto y lo quieran leer.
A Juan lo han apartado de todos sus cargos. Al momento de esta nota todavía no le habían notificado nada. A partir de la situación creada, el autor del cuento, llamó a la directora del la Escuela Normal Sarmiento de San Juan, Marcela Herrera, que mostró cierta inseguridad ante lo acontecido. Salvo la de culpar a la víctima pidiéndole que le haga un escrito con lo desarrollado en clase. Casciari trato de ponerse en la piel de la rectora, en cuanto esta situación también la deja en un entorno de desequilibrio emocional. Acaso porque tampoco ella tiene claro qué posición tomar. Lo imagino.
No solo habló con la rectora, sino que también llamó a Cecilia Trincado, Ministra de Educación de la Provincia de San Juan, solicitándole que haga algo por el profesor. Que lo proteja, que deberían darle una medalla por el interés que despertó en los alumnos en lugar de apartarlo.
En la conversación, Casciari señala con ironía: “Es un profesor que leyó un cuento en clase y lo hizo tan bien que los chicos fueron a sus casas y lo leyeron completo, por eso hay que suspenderlo”. La ministra, lo deduzco, no la entendió de modo que Hernán rumbeó hacia algún “jardín de senderos que se bifurcan”.
Mientras escribo este texto aparece la noticia de que hay una jueza de menores que estaría actuando de oficio por protección a los menores. ¿De qué se los estaría protegiendo? Lo que propone Casciari, y yo aplaudo, es que hay que educar a los padres.
Ahora bien, es comparable la quema de libros del nazismo y la de los libros de la dictadura con este caso. Probablemente la relación resulte exagerada. Sin embargo, nos hace reflexionar sobre qué clase de educación queremos para nuestros hijos y para las generaciones venideras. No me mostraría apocalíptico como para realizar un análisis sofista que empiece por apartar a un docente que leyó un cuento y llegue a inferir que se pueda llegar a quemar libros en la Plaza de Mayo. Sin embargo…
Que les queda por hacer a los docentes ante esta clase de censura. Va de suyo que, a partir de este caso, deviene la autocensura. Tratar, para no tener una sanción, de leer algo que al menos sea lo suficientemente aburrido como para no alentar a nadie.
Mientras hacía la escuela secundaria una profesora de Literatura nos hacía leer un artículo del suplemente cultural del diario La Nación y escribir un resumen para leer en clase. De esas lecturas solo me quedó la anécdota. Entre mis compañeros, los dos de adelante y el de mi costado nos turnábamos para hacerlo. Sabíamos que solo llamaba a uno cada clase. Si llamaba a alguno de nosotros nos íbamos con el texto a leerlo en el frente. Nunca nos descubrió y no recuerdo ni una de esas columnas áridas y aburridas del diario de los Mitre.
Los que pasamos por la escuela pública sabemos que, a partir de los gobiernos neoliberales ha ido perdiendo terreno esa educación frente a los colegios privados. La autocensura y las limitaciones económicas no son el ámbito adecuado para recibir una buena educación. La buena educación, cada vez más, está limitada por la cuestión económica. Si consideramos que, para estar conectados a un encuentro, una familia debería tener un celular, un computador y suscribir una línea de WIFI, que no es para nada económica, la enseñanza se complica. Todavía estamos esperando que se aplique la tarifa social. Y si son cuatro en el grupo familiar, un solo computador no parece el mejor escenario.
En el siglo XX, la brecha tecnológica no era lo que es hoy. Con la pandemia, el problema recrudeció. De hecho, hubo un porcentaje no menor de estudiantes que se quedaron fuera del sistema durante el covid. Y que, incluso a la vuelta de la presencialidad, no se han integrado. Ese si que es un problema, no el de un joven docente que sabiamente supo alentar a esos niños el interés por la literatura.
2022-06-30 Héctor Gurvit
En estos días un profesor de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento de la Provincia de San Juan fue apartado de todos sus cargos por leer el cuento Canelones de Hernán Casciari. La excusa: contenía las palabras culo, poronga y tetas, que no fueron leídas en clase, lo que “alarmó” a ciertos padres que se quejaron y provocaron la sanción.
Habíamos sido testigos de la quema de libros. Lo hemos visto en la Alemania Nazi. Allí lo hicieron con aquellos autores judíos y/o comunistas, pero también otros tantos que no dignificaban a la raza aria. Entre los destacados podemos nombrar a Bertlolt Brecht, Karl Marx, Vladimir Lenin, León Trotsky y Rosa Luxemburgo, entre otros muchos. Según se dice, en el museo del Holocausto, fueron 25.000 libros y con un acto central a modo de ceremonia.
En la dictadura de 1976, El Proceso de Reorganización Nacional, quemó libros en Avellaneda. Fueron unas 20 toneladas del Centro Editor de América Latina. Hay imágenes que son más que elocuentes. Lo curioso de estas acciones es que quedaron las fotos como testigos de ese “mal entendido” entre los militares y los libros.
El hecho sucedió un 26 de junio de 1980 en Sarandí. A corta distancia de la Capital Federal. Los camiones depositaban los libros en la intersección de las calles O’Higgins y Agüero (hoy Crisólogo Larralde) y allí los quemaban.
También se censuraron libros, entre los que se encontraban:
- Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann,
- Mascaró – El cazador americano – Haroldo Conti.
- El beso de la mujer araña – Manuel Puig.
- Queremos tanto a Glenda – Julio Cortázar.
- El año verde, de Elsa Bornemann.
- El caso Gaspar, de Elsa Bornemann.
- La torre de cubos, de Laura Devetach.
- El pueblo que no quería ser gris, de Beatriz Doumerc.
- La Ultrabomba, de Mario Lodi.
Y como curiosidad se censuró uno llamado “La cuba electrolítica”. Entiendo que la palabra cuba le sonaría peligrosa a algún milico ignorante. No hace falta mencionarlo, pero también se censuraron películas y otras expresiones artísticas que según el criterio militar eran también peligrosas. Ni hablar de autores como Osvaldo Bayer, José Pablo Feinmann, Horacio González y otros.
Pero lo que resulta sumamente inquietante en nuestros días de democracia es que se separe de su cargo a un profesor porque leyó en clase un cuento de Hernán Casciari. Se trata de un escritor y periodista largamente premiado, de abundante producción, que fundó la revista digital Orsai, de fama bien lograda y autor de obras de teatro de éxito, entre ellas, “Mas respeto que soy tu madre”, que se mantuvo en teatros de la calle Corrientes con gran éxito. Fue 1º Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), el Juan Rulfo (París, 1998) con el relato «Ropa sucia y premio de la Deutsche Welle al mejor blog del mundo (Berlín, 2005).
El cuento que el docente leyó se llama Canelones. El original contiene las palabras: culo, poronga y tetas. A algunos padres (acaso unas y unos) no les gustaron. Y una inocente escena sexual que comparada con “Cincuenta sombras de Grey” parece del siglo XIX. En todo caso les recomendaría, a esos padres, que lean, o vean por YouTube, la exposición de Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua de 2004 donde habla de las malas palabras.
El profesor leyó una versión reducida que no las contiene. A partir de allí se desarrollaron no pocas bifurcaciones y comentarios a favor, en contra y numerosos escraches. Si el cuento hubiera sido, por ejemplo, “El hambre” de Manuel Mujica Laínez, donde no solo hay violencia sino necrofagia, probablemente no les habría llamado la atención, porque la violencia tiene buena prensa. Y acaso, a estas alturas, Laínez no parece interesarle a nadie.
Las cuestiones de género están estigmatizadas en la sociedad. El caso de la abolición del aborto legal y seguro en EEUU es una demostración de que estas cuestiones no parecen tener solución. Es una cuestión no resuelta en la sociedad. En el mundo. Y que no parece que se vaya a corregir, por ahora.
Cuando Hernán Casciari, se entera de lo sucedido habla con el profesor, con Juan. El docente se sorprende y se alegra, se emociona e incluso lagrimea ante la situación. Admira al autor. Hernán le pregunta “¿cómo la estás pasando?” y contesta “mal, estoy mal”. El hecho se viralizó, apareció en las redes y ya no hubo forma de mantener cierto cuidado con la visibilización del educador. Se están viralizando, incluso, videos de su adolescencia. Lo han amenazado. Y Juan se pregunta: “¿qué cuento es correcto?” y agrega “tuve que enviar cartas notariales a los medios porque, aunque la escuela quiso preservar mi identidad, no pudo”.
Es curioso, porque el problema comenzó cuando algunos alumnos, alentados por el relato, al volver a sus casas, lo trajeron de Internet y lo leyeron completo. Allí es donde aparecen los padres. Una lectura que hace Casciari es que a ese profesor deberían darle una medalla, en tanto alentó a que los alumnos se apasionen con un texto y lo quieran leer.
A Juan lo han apartado de todos sus cargos. Al momento de esta nota todavía no le habían notificado nada. A partir de la situación creada, el autor del cuento, llamó a la directora del la Escuela Normal Sarmiento de San Juan, Marcela Herrera, que mostró cierta inseguridad ante lo acontecido. Salvo la de culpar a la víctima pidiéndole que le haga un escrito con lo desarrollado en clase. Casciari trato de ponerse en la piel de la rectora, en cuanto esta situación también la deja en un entorno de desequilibrio emocional. Acaso porque tampoco ella tiene claro qué posición tomar. Lo imagino.
No solo habló con la rectora, sino que también llamó a Cecilia Trincado, Ministra de Educación de la Provincia de San Juan, solicitándole que haga algo por el profesor. Que lo proteja, que deberían darle una medalla por el interés que despertó en los alumnos en lugar de apartarlo.
En la conversación, Casciari señala con ironía: “Es un profesor que leyó un cuento en clase y lo hizo tan bien que los chicos fueron a sus casas y lo leyeron completo, por eso hay que suspenderlo”. La ministra, lo deduzco, no la entendió de modo que Hernán rumbeó hacia algún “jardín de senderos que se bifurcan”.
Mientras escribo este texto aparece la noticia de que hay una jueza de menores que estaría actuando de oficio por protección a los menores. ¿De qué se los estaría protegiendo? Lo que propone Casciari, y yo aplaudo, es que hay que educar a los padres.
Ahora bien, es comparable la quema de libros del nazismo y la de los libros de la dictadura con este caso. Probablemente la relación resulte exagerada. Sin embargo, nos hace reflexionar sobre qué clase de educación queremos para nuestros hijos y para las generaciones venideras. No me mostraría apocalíptico como para realizar un análisis sofista que empiece por apartar a un docente que leyó un cuento y llegue a inferir que se pueda llegar a quemar libros en la Plaza de Mayo. Sin embargo…
Que les queda por hacer a los docentes ante esta clase de censura. Va de suyo que, a partir de este caso, deviene la autocensura. Tratar, para no tener una sanción, de leer algo que al menos sea lo suficientemente aburrido como para no alentar a nadie.
Mientras hacía la escuela secundaria una profesora de Literatura nos hacía leer un artículo del suplemente cultural del diario La Nación y escribir un resumen para leer en clase. De esas lecturas solo me quedó la anécdota. Entre mis compañeros, los dos de adelante y el de mi costado nos turnábamos para hacerlo. Sabíamos que solo llamaba a uno cada clase. Si llamaba a alguno de nosotros nos íbamos con el texto a leerlo en el frente. Nunca nos descubrió y no recuerdo ni una de esas columnas áridas y aburridas del diario de los Mitre.
Los que pasamos por la escuela pública sabemos que, a partir de los gobiernos neoliberales ha ido perdiendo terreno esa educación frente a los colegios privados. La autocensura y las limitaciones económicas no son el ámbito adecuado para recibir una buena educación. La buena educación, cada vez más, está limitada por la cuestión económica. Si consideramos que, para estar conectados a un encuentro, una familia debería tener un celular, un computador y suscribir una línea de WIFI, que no es para nada económica, la enseñanza se complica. Todavía estamos esperando que se aplique la tarifa social. Y si son cuatro en el grupo familiar, un solo computador no parece el mejor escenario.
En el siglo XX, la brecha tecnológica no era lo que es hoy. Con la pandemia, el problema recrudeció. De hecho, hubo un porcentaje no menor de estudiantes que se quedaron fuera del sistema durante el covid. Y que, incluso a la vuelta de la presencialidad, no se han integrado. Ese si que es un problema, no el de un joven docente que sabiamente supo alentar a esos niños el interés por la literatura.