“Madre, me caso el 22, y no es judío”

Acerca de Alejandra Pizarnik

Por: Héctor Gurvit (miembro del Llamamiento) – 21 de febrero de 2022

El día 25 de setiembre de 2021, sábado, en la Ciudad de Avellaneda, se realizó un homenaje a Alejandra Pizarnik. Como parte del acto, se inauguró una placa en la llamada esquina Pizarnik, en Lambaré y Necochea, Quinta Galli, donde vivía con sus padres. En esa actividad participaron personalidades de la Ciudad y organizaciones que nuclean a escritores locales en todos los géneros de la literatura: EDEA (Encuentro de Escritores de Avellaneda), REIA (Reunión de Escritores Independientes de Avellaneda), SADE Sur bonaerense, entre otras.

Con palabras de Darcy Tortonese, poeta e investigadora de Avellaneda, quien fuera compañera de la escuela secundaria de Pizarnik, se dio inicio al encuentro con la evocación de momentos emotivos y divertidos de su adolescencia. También hicieron uso de la palabra la poeta Raquel Fernández, la novelista Ana Beatriz Romasco, entre otros y otras.

Sin embargo, en esta nota desarrollaremos un perfil poco referido, de lo que fue Alejandra, de su personalidad y algunos datos que muestran otros aspectos interesantes de su vida.

Cuando vuelvo a rescatar de la biblioteca las poesías completas de Pizarnik, reflexiono sobre lo que ella pensaba de sí misma, que era gorda, que tenía asma, que tartamudeaba, que tenía en la cara ciertas marcas, producto del acné y la contrastamos con su fotografía, parece que estuviéramos viendo una imagen producida. No se corresponde con su autopercepción. Unos ojos claros, el pelo cortado a la usanza francesa de los años ‘60, el cigarrillo… Creo que fue (cuesta hablar en pasado) una de esas mujeres a las que, los machos en proceso de deconstrucción, les decimos interesante, con signos de admiración.

Hubiera sido fascinante poder conversar con ella. Sin embargo, sería un monólogo. No cualquiera le resultaba atrayente. Eran sus amigos: Julio Cortázar, Aurora Bernárdez, Olga Orozco, Ítalo Calvino, entre otros y otras. 

Decir que Alejandra Pizarnik es la poeta maldita de la Argentina es ingresar en lo que siempre se dice acerca de su vida. Es preferible pensar a Pizarnik como una mujer compenetrada en sus escritos. La imagino en su casa, en Avellaneda, en Lambaré 114, en su pequeño escritorio de tapa verde, acompañada de lápices de colores y de su máquina de escribir cursiva.

Todo lo que se dice de Pizarnik, o los documentales que hablan de ella, lo hacen desde la tragedia. Como si eso fuera lo importante. Es preferible hablar de Pizarnik desde lo que escribe, de lo que ella “piensa” (si vale el tiempo verbal). Y para saberlo, si es que verdaderamente queremos conocerla, hay que leer sus diarios. Hay quienes, aún admirando su poesía, no quieren leerlos. Afirman que es ultrajar su intimidad. Vivió entre 1936 y 1972. Veamos todo lo que pasó en aquellos años. Una enumeración incompleta:

  • Segunda Guerra Mundial.
  • La Shoá.
  • Perón, del 45 en adelante.
  • El mayo francés de 1968.
  • Los Beatles y los Rolling Stone.
  • Los Hippies.
  • La revolución cubana, el Che, Argelia.

Aquellos años fueron una avalancha de sucesos que marcaron significativamente la historia del mundo. En ningún pasaje de sus diarios se hace mención a estos ni a otros hechos de su tiempo. Acaso unos tan relevantes como los otros.  En cuanto a mí, se me ocurren cuestiones políticamente incorrectas. A veces la comparo, una caprichosa comparación, con Ana Frank, porque ambas vivieron afuera del mundo. Por su edad, y por lo que escriben, que refieren en contados momentos al drama exterior y sin embargo no dejan de estar presentes. Ambas están afuera, de distinta manera claro, pero afuera. Ambos son diarios.

Pizarnik vivía una vida concentrada en la literatura y desconcentrada del mundo. Para ella el mundo se dividía entre los que escriben y los que leen, mas allá no había nada. Pizarnik, como ya lo dijimos, está en sus diarios, unos cuadernillos que fueron escritos para que se lean. De otro modo los hubiera destruido.

Hay, en ellos, una oración que resulta reveladora de su relación con el entorno. Dice: “leo la historia del surrealismo, al llegar al capítulo dedicado al marxismo y a la situación social, económica, etcétera de nuestra época, cierro violentamente el libro y lo guardo, me horrorizo de mi falta de interés, no puedo remediarlo, denme al hombre, no a las masas”. Más adelante agrega: “Yo, yo, yo, yo. Soy la mujer más egoísta del mundo. No sólo vivo por y para mí, sino que exijo de los demás que den elementos que en mí no hallo, elementos que se refieren a mí, siempre a mí”. Y en otro tramo: “me parece imposible encontrar belleza en cualquier tema argentino”. Y en 1970, cuando Levingston asume, reemplazando a Onganía dice: “cabe agregar que afuera hubo o hay un golpe de estado o algo parecido”.

Veamos ahora lo que Pizarnik pensaba de la poesía: “escribo como puedo, jamás sería capaz de escribir un soneto ni una apología al jardín de esa plaza, jamás sabría componer un alejandrino ni calcular una rima, no lo lamento porque D.M. tampoco podría hacer ninguno de mis poemas. Me sorprende la rima, me sorprende y me disgusta, tiene algo de mágico, algo de melodioso que no carece de atractivo, pero después de Vallejo, todo lo demás, es llanto casual”. La mayoría de los nombres propios, en su diario, se referencian con las iniciales.

Y cómo dice ella que escribe. “el método que utilizo para escribir es éste, escribo sin pensar, todo lo que venga de allá, lo guardo. Al día siguiente releo lo escrito y pienso, supero los reparos. Si no fuera por estas líneas muero asfixiada”, y sigue: “cada palabra debe estar llena de polvo, de cielo, de amor, de orín, de violetas, de sudor y de miedo, cada palabra, cada palabra ha de ser gastada, pulida, retocada, sufrida”. Y cuando habla de las sensaciones, de cómo se manifestaba en lo sexual dice: “es muy tarde, estoy excitada, deseo un cuerpo junto al mío, cualquiera, cualquier sexo, cualquier edad, eso es lo de menos, basta un cuerpo a quién tocar y que me toque. Mi sangre galopa. ¡Ah! Deseo fervientemente, me disuelvo en deseos eróticos, nada de amor, no, nada de eso. Sí, lo que yo quisiera es vivir mi vida diurna entre libros y papeles y pasar las noches junto a un cuerpo. Ese es mi ideal”. Y en otro párrafo: “tengo todo lo necesario para sufrir, pero me consuelo escribiendo poesía”.

Veamos otros textos de sus diarios: “el temor a la soledad es mayor al temor a la servidumbre. De allí que nos casemos. Cuando se manifiesta la vocación artística en un hombre, inmediatamente, lo tendrían que llevar a una sala de operaciones y extirparle todos sus órganos molestos de modo que no tenga que sufrir ni hambre ni sed ni deseos eróticos. Soy un ser triste vestido por error de eufonía, soy un ser amargado que goza ante cualquier nimiedad que haga olvidar la amargura. A no ser por mi disfraz, que espero quemar pronto, tengo todo lo estrictamente necesario para desagradar a la mayoría de los hombres y mujeres”. Sigue así: “leo a Proust, en el ómnibus, al pasar por el Riachuelo lo miro ensoñadora. Los barcos me recuerdan la ausencia de él, me esfuerzo en no pensar”. Y una faceta más o menos risueña: “vomito, R me ayuda, viene esa compañera gorda que está en tercero de medicina, me mira, se escandaliza, y dice con un esfuerzo, felicidades, se va. Yo vuelvo con R y su amigo. Mi madre piensa que es un ataque, no sé de qué y me atiende cuidadosa. Es curda madre, le hablo y me río, la vida es mierda, estoy por tener un cáncer, ya pagué la primera cuota, me caso el 22 y no es judío. Acá me dio un ataque de risa. Bueno, dije mil cosas que ahora he de soportar”.

Veamos ahora un poema de su poemario “Extracción de la piedra de la locura”: un libro de 1966. Se llama “Linterna sorda”:

Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el color de los párpados del muerto.

Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.

“Los jóvenes son eternos, morir joven es una forma de nunca envejecer”.

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