Por: Alejandro Stein (Adherente del Llamamiento desde el kibutz Barkai, Israel)
Las mentiras tienen patas cortas, dice un refrán conocido, y en el devenir de la Historia, 74 años son paticortos.
Israel está a punto de cumplir su septuagésimo cuarto cumpleaños, y con éste también lo que en Israel se llama “La Guerra de la Independencia”, y en Palestina se conoce como la “Nakba” (La Catástrofe, el Desastre, en castellano).
Es innegable el papel trágico y central que tuvo el Holocausto en la creación del Estado de Israel, meta por la que venía luchando el Movimiento Sionista desde fines del siglo XIX. “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, proclamaba una de las consignas del sionismo. Y así fue, que en esa “Tierra sin Pueblo”, la flamante ONU decidió en noviembre de 1947 la partición de Palestina, otorgándole al Estado Judío a crearse un 54% del territorio a repartir, un 45% al Estado Palestino, y declarando a Jerusalén y Belén zonas internacionales bajo su mandato.
Así, las Naciones Unidas decidieron restañar una tragedia y darle un hogar tanto a los sobrevivientes del Holocausto como a ese Pueblo sin Tierra creando otra, con la cual convivimos hasta hoy, y que nos acompañará por mucho tiempo.
De esa “Tierra sin Pueblo” fueron borrados 400[1] asentamientos palestinos entre poblados y ciudades, parte arrasados, parte ocupados por inmigrantes judíos, parte convertidos en bosques por el Fondo Nacional de Israel (el Keren Kaiemet), que con su simpática alcancía juntaba una y otra monedita, para plantar un nuevo árbol y así redimir “Eretz Israel”, la Tierra de Israel. El pueblo palestino de Isdud, es hoy la ciudad-puerto de Ashdod, en Bajad al-Shayj, la Haganáh perpetró una masacre con un saldo de entre 70 y 21 muertos según las diferentes versiones provenientes de esa organización, entre el 31 de diciembre de 1947 y el 1 de enero de 1948, en el marco de lo que todavía era una guerra civil entre los judíos y los palestinos. La masacre se realizó como respuesta a los 39 trabajadores judíos masacrados en la Refinería de Petróleo de Haifa el día anterior. Bajad al-Shavi, es hoy en día Nesher, una de las ciudades satélites de Haifa, por dar dos ejemplos.
Entre las ciudades de Haifa y Tel Aviv, antes de la guerra del 48 había 64 asentamientos palestinos. Hoy en día hay sólo dos: los pueblos de G’izer Ha-Sarka y de Fuereidis. Tanto G,’izer como Fuereidis no fueron destruidos y sus habitantes expulsados o muertos porque en el poblado (hoy ciudad) de Zijron Iaakov y en Biniamina se necesitaba mano de obra…
En esa “Tierra sin Pueblo” se abrió una canilla perversa de la cual fueron expulsados entre setecientos y setecientos cincuenta mil palestinos[2], esos refugiados que son hoy más de cuatro millones y medio, para vergüenza del mundo, de la ONU, y desvergüenza de Israel.
Luego de la Guerra de los Seis Días fueron expulsados otros treinta mil palestinos de los territorios ocupados a Jordania. Sobre tres de los poblados arrasados, se alza hoy el hermoso “Parque Canadá”[3]. En ese parque está el llamado “Bosque de la Memoria”, plantado en homenaje a los Desaparecidos Argentinos… Huelgan los comentarios.
Y vuelvo al título de esto, citando por supuesto, una de las frases que me conmovieron de “La Historia Oficial”, de esas películas que le quedan a uno grabadas a fuego: “La Historia la escriben los vencedores”. Esas narrativas que se suceden en todas las historias que narran los vencedores, y que, si bien tienen patas cortas, están aquellos que se comen las galletitas con apetito envidiable.
He escuchado testimonios de miembros del Palmach, unidad de elite de la Haganá, la columna vertebral de lo que posteriormente fue el ejército de Israel, nacidos en lo que en ese momento era Palestina, hablando no sólo del doble mensaje que recibían en su educación como niños, también de la profunda convicción con la que se manejaban. “Cuando llegamos, aquí no había nadie”, otro, “Vinimos a heredar esta tierra”. Si vinimos a heredar ¿de quién?
La batalla por la conquista de Haifa, puerto esencial para los judíos, se desarrolló entre el 21 y el 22 de abril de 1948. Haifa es una ciudad que en ese momento tenía una población de 135000 habitantes, 70000 judíos y 65000 palestinos. Luego de la batalla quedaban 4000 palestinos aproximadamente en la ciudad[4]. Hay fuentes que dicen que la propia Golda Meir viajó hasta Haifa para tratar de convencer a los habitantes palestinos que no huyeran. Ki lo sá.
Teddy Katz es miembro del kibutz Magal. A fines de los ’90 era estudiante de Historia en la Universidad de Haifa. La tesis que presentó para obtener su maestranza se titula “El éxodo árabe de los poblados del sur del Monte Carmelo”, tesis brillante que le reportó una calificación de 97 sobre 100. En su trabajo Teddy se refiere entre otros aspectos a la masacre perpetrada en el pueblo palestino de Al-Tantura, situado al sud de Haifa, entre el 23 y el 24 de mayo de 1948. Estima la cantidad de víctimas en doscientas, aunque otro historiador revisionista israelí, Benny Morris habla de doscientas cincuenta. Donde estuvo un día al-Tantura, se encuentran hoy el moshav Dor y el kibutz Nahsholim. Transcribo literalmente las declaraciones del psicólogo Zalman Amit publicadas en la Wikipedia:
“El psicólogo israelí Zalman Amit, profesor de la Universidad de Montreal, dice haber visitado «el kibutz Nachsholim, fundado sobre las ruinas de la aldea palestina… en el verano de 1954. De la conciencia que sus habitantes, supervivientes del Holocausto,7 tenían de los antiguos pobladores, dice:
“Fuimos recibidos calurosamente y nos instalaron en las antiguas casas que salpicaban la franja costera de lo que antaño había sido Al-Tantura. [Durante una reunión] una chica de mi grupo se volvió hacia uno de los miembros del kibutz y le preguntó por las casas en las que estábamos hospedados. «¿Qué son estas casas?», preguntó. «¿Quién vivía aquí y dónde está esa gente ahora?». Se hizo un breve silencio y luego uno de los miembros mayores del kibutz cambió de tema diciendo: «No hablemos de eso. Es demasiado complicado». En ese instante una luz de alerta se encendió dentro de mí: «Algo malo ha ocurrido aquí». Sin embargo, no hice nada por indagar más. Seguí con mi vida y de hecho acabé olvidando por completo aquel incidente, aunque persistió la conciencia de que algo indecoroso había ocurrido allí.”
El 21 de enero del 2000, el periodista-investigador Dov Guilat publicó en el diario “Maariv” un largo artículo basado en la tesis de Katz. Como consecuencia de dicho artículo se le inició un juicio por difamación. Los demandantes eran veteranos de la División Alexandroni, que fue la que conquistó el pueblo. Katz se vio obligado a retractarse, no porque dudara de la veracidad de sus afirmaciones, sino por las presiones a las que se vio sometido. Parte de ellas provinieron de la misma universidad que calificó con la máxima puntuación su trabajo, al verse ella misma presionada desde el Gobierno de Israel por intermedio de la entonces ministra de Cultura y Educación, Limor Livnat, que amenazó con retirarle los subsidios que el ministerio entonces a su cargo le pasa a las Instituciones Académicas.
Pero, no sólo 20 años no es nada, setenta y pico tampoco. El cineasta Alón Schwartz hizo un documental llamado Tantura, seleccionado para representar a Israel en el prestigioso festival “Sundance”, en el cual relata la historia de la masacre. En la filmación Schwartz hace lo que el Tribunal que falló contra Katz se negó a hacer: Escucha el archivo de cintas que éste reunió durante su investigación, comprobando los falsos testimonios de algunos demandantes, y los testimonios de los sobrevivientes de la matanza[5]. Pero en Israel la “historia oficial” está tan arraigada que la verdad a veces se toma como traición.
Y voy a los paralelismos. A quienes escriben la historia oficial. Desde el lugar donde crecí, con la línea “Mayo-Caseros”, con Lavalle sobre una columna alta en su plaza, porque algún justiciero se ocupaba de teñirle las manos de rojo por el criminal asesinato de Dorrego, con nombres de pueblos vergonzosos como Rauch, un simple mercenario, con una “Campaña del Desierto” que fue un asesinato en masa si no un genocidio, con un presidente corrupto y cínico con estatua y Diagonal a su nombre en CABA, con la Patagonia Trágica, con una revolución que se autotituló “Libertadora”, y tanto, tanto más.
Pero al final se va destapando la olla. Y los esfuerzos de aquellos que tratan de barrer la mugre bajo la alfombra al final resultan inútiles. Hasta en la España desmemoriada el pataleo agita, y tiene eco. Y el “Ejército Nacional” ya no es “Nacional”, y las fosas comunes en las cunetas y los muros de los cementerios se van destapando, por mucho que les duela a los Vox y los Aznar hijo.
En todas partes la historia la escriben los vencedores, pero la rueda gira, en definitiva.
Pido disculpas por el tono a veces panfletario de este escrito. Fue tan difícil para mí escribirlo. Me disculpo también porque muchas de las referencias son en hebreo.
Hasta aquí.
Ale, 21.2.22
[1] https://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=56135
[2] Black, Ian (2017). Enemies and Neighbours: Arabs and Jews in Palestine and Israel, 1917-2017 (en inglés). Londres: Penguin Books. p. 129. ISBN9780241004432. Consultado el 11 de marzo de 2019.
[3] https://www.haokets.org/2020/09/16/%D7%9E%D7%94-%D7%A9%D7%95%D7%AA%D7%A7%D7%95%D7%AA-%D7%94%D7%90%D7%91%D7%A0%D7%99%D7%9D-%D7%91%D7%A4%D7%90%D7%A8%D7%A7-%D7%A7%D7%A0%D7%93%D7%94/
[4] Benny Morris, Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited. (2004)
[5] https://www.haaretz.co.il/opinions/editorial-articles/.premium-1.10559792