Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la Luna
Fecha: 28 de marzo de 2021
Durante las dos últimas semanas se produjeron cuatro sucesos que brindan claves para comprender el devenir de las relaciones internacionales y sus efectos sobre América Latina y el Caribe. El 12 de marzo, la Asamblea Nacional Popular (ANP) de la República Popular China aprobó el XIV Plan Quinquenal que orientará sus políticas domésticas y exteriores en el próximo lustro. Cuatro días después Joe Biden amenazó a Rusia y calificó a Vladimir Putin de asesino. El 18 y 19 –en Anchorage, Alaska– se llevó a cabo una gélida reunión bilateral entre el responsable del área de Asuntos Exteriores del Partido Comunista de China, Yang Jiechi, y el jefe de Departamento de Estado, Anthony Blinken. Para concluir con la seguidilla de encuentros trascendentes y conexos, el 22 y 23 de marzo el jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, visitó a su par chino, Wang Yi.
El Plan Quinquenal plantea cambios respecto a su capítulo previo, el XIII, aprobado en 2015. Desde 1953 las orientaciones definidas por Beijing han marcado el itinerario de las políticas desarrolladas e implementadas por el gobierno. Los objetivos comunicados por Xi Jinping el 11 de marzo incluyen un marco de referencia conceptual denominado Visión 2035, en el que explicitan los objetivos de mediano plazo debatidos durante el último año en el seno del Partido Comunista chino y en su ANP. Las siete metas relevantes, esbozadas en ambos documentos, pueden ser sintetizadas en:
- Expandir la demanda interna, combatir los monopolios y sostener la exportación.
- Promover el cuidado del medio ambiente y adecuar la producción a formatos ecológicos.
- Reemplazar el crecimiento de alta velocidad con un crecimiento de alta calidad.
- Impulsar la innovación mediante la inversión en Ciencia y Tecnología.
- Promover el cuidado del medio ambiente y adecuar la producción a formatos ecológicos.
- Reducir la interdependencia económica, financiera, comercial y tecnológica con Estados Unidos.
- Mantener un entorno externo cooperativo con el resto del mundo.
Respecto al primer objetivo, el nuevo Plan Quinquenal considera la necesidad de superar la etapa de apalancamiento exportador, para pasar a un modelo de circulación dual, consistente en privilegiar el mercado interno para blindarse de la potencial volatilidad de los mercados internacionales y los continuos cambios de políticas de Washington. Para promover políticas más amigables con la naturaleza, el proyecto se propone disminuir la velocidad del crecimiento económico y priorizar la calidad de vida de su población por sobre el incremento del PBI. Ese concepto es denominado en el documento Visión 2035 como la cimentación de una futura sociedad moderadamente próspera, distante de la opulencia y la acumulación material desmedida. Con ese cometido, se estipula el cumplimiento del Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático y la reducción sistemática de las emisiones de dióxido de carbono, para llegar al 2030 en equilibrio neutral con la naturaleza.
El planteo supone además una reconfiguración del modelo productivo, orientando la inversión pública y privada hacia la tecnología aeroespacial, la neurociencia, los circuitos integrados, la computación cuántica, la inteligencia artificial, la biotecnología, las energías renovables, la investigación genética y la exploración espacial. La mayor parte de las inversiones estará orientada –señala el Plan– al mercado interno, para mejorar la calidad de vida de la población, siguiendo la idea cardinal de que para el año 2049, cuando se cumplan los cien años de la República Popular China, los ciudadanos chinos gocen de una prosperidad moderada, lema del desarrollo planteado. Para su logro, advierte el Plan, se deberán combatir las prácticas monopólicas, hecho que ha quedado demostrado en los dos últimos años con las limitaciones impuestas a la empresa Alibaba –similar a MercadoLibre en Argentina–, propiedad del empresario Jack Ma.
La propuesta de Beijing ha sido calificada por diferentes analistas internacionales como tecnonacionalismo. En la actualidad, China y Estados Unidos controlan el 78% de las patentes de inteligencia artificial, el 50% de la inversión global de proyectos de 5G (denominado también como la internet de las cosas), el 75% del mercado informático en la nube y el 90 % de las principales plataformas digitales existentes. Según el primer ministro chino, Li Keqiang, el valor añadido al PBI de la Investigación y el Desarrollo (I+D) debería pasar del 7,8% de 2020 al 10% en 2025. «Mejoraremos nuestras capacidades en innovación independiente porque las innovaciones no se pueden comprar», afirmó Wang Zhigang, ministro de Ciencia y Tecnología. Cada vez más la productividad se articula con la producción de conocimiento. Las patentes, por su parte, expresan la acreditación futura de dicha acumulación de saberes, competencias y aplicaciones prácticas.
Expansión sin injerencia
En términos de su articulación internacional, Beijing propone multiplicar las inversiones de infraestructura en Asia, África y América Latina, profundizando su liderazgo en el sudeste asiático, su articulación con Rusia y su relación con la Unión Europea, con el claro objetivo de desacoplarse de Washington. Ante la perspectiva de posibles restricciones de las cadenas de suministro ligadas a Estados Unidos, el Plan Quinquenal impulsa la diversificación de las relaciones político-económicas y el fortalecimiento de su autosuficiencia, sustentada en el mercado interno de 1.400 millones de habitantes.
En 2020 la economía de China supuso el 16,8% del PBI global y exhibió un superávit en su cuenta corriente equivalente al récord histórico expuesto por cualquier otro país en la historia. A pesar de la ofensiva profundizada por el trumpismo, Beijing se convirtió en el mayor receptor de Inversión Extranjera Directa (IED), desplazando a Estados Unidos en ese rubro. También en 2020, el conjunto de 14 países integrantes del acuerdo del sudeste asiático conocido como RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership) se consolidó como el primer socio comercial de Beijing. La Unión Europea se ubicó en el segundo puesto y Estados Unidos fue desplazado al tercer lugar, prologando la desconexión y el desacoplamiento planteado por el Plan. El proyecto respecto a su vínculo con terceros países asume el compromiso de no injerencia político-gubernamental en los asuntos internos de ningún país, en un claro indicador diferencial respecto de Washington. En ese sentido se proyecta como una potencia dispuesta a contribuir a la generación de bienes públicos globales (medio ambiente, infraestructura, previsibilidad financiera, control de pandemias).
Pocos días después de la aprobación del XIV Plan Quinquenal se desarrolló en Alaska la reunión bilateral ente Estados Unidos y China, de la que participaron Antony Blinken y el consejero de Estado de Relaciones Exteriores Yang Jiechi. El encuentro escenificó el desacuerdo que Washington necesita exhibir para no exteriorizar debilidad frente al trumpismo residual. Como respuesta a esa dramatización de la administración estadounidense, que tuvo como prólogo el agravio de Biden a Putin, la cancillería china planificó una reunión con el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, en la ciudad de Guilin, ubicada en la Región Autónoma de Guangxi Zhuang.
Según el jefe de la diplomacia rusa, el objetivo estratégico de Washington es impedir el desarrollo tecnológico de China y Rusia para frustrar la consolidación de un mundo multipolar. En ese cónclave, China y Rusia acordaron cooperar en aspectos de infraestructura, de seguridad y de investigación espacial pero priorizado las alternativas disponibles para abandonar el dólar como moneda de cambio comercial y de atesoramiento. En la reunión el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, anunció la decisión de contrarrestar las sanciones impuestas por Washington a través de la sustitución del sistema de transferencias interbancarias, el Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication (SWIFT)
En la última década, China impulsó la utilización global del yuan, y la participación del dólar en el comercio bilateral entre Moscú y Beijing se redujo de un 90% en 2015 a un 46% en el primer trimestre de 2020. A nivel global, el dólar cayó del 40% en 2019 al 38% en 2020, mientras que el euro subió más de tres puntos porcentuales. El yuan, por su parte, creció de 0,77 puntos porcentuales hasta el 2,42%. A pesar de los intentos de Washington por utilizar SWIFT para multiplicar sanciones contra Rusia, China, Venezuela, Irán y otros países soberanos, la moneda de Bruselas y la de Beijing, combinadas, superaron por primera vez en 2020 a la divisa de Washington como dispositivo de compensación de valor.
La geopolítica a tres bandas ofrece a América Latina y el Caribe una progresiva posibilidad de limitar la condena de la subordinación hemisférica. La intensificación de la disputa hegemónica muestra una creciente debilidad relativa de Washington y al mismo tiempo una búsqueda por parte de Moscú y de Beijing de auspiciar modelos no injerencistas, cooperativos y multipolares. La enorme economía china requiere materias primas y recursos naturales que pueden fijar la productividad latinoamericana en un orden primarizador y extractivista. Sin embargo, su expansión y su necesidad de legitimidad global ofrecen la posibilidad de concretar inversiones en infraestructura y la eventualidad de articular joint-ventures tecnológicas con empresas privadas, mixtas y estatales instaladas en el sudeste asiático.
La animosidad de Washington contra Putin y Jinping no tiene como fundamento el subterfugio institucionalista que apela a los valores democráticos como justificativo para imponer condenas y sanciones. Existen múltiples evidencias que dan cuenta de la simpatía de Washington con diferentes dictaduras que ejecutaron variados genocidios en América Latina. El aval actual a las monarquías absolutistas de la península arábiga y el apoyo a grupos insurgentes del África subsahariana comprueban que no es el espíritu republicano el factor que guía su política exterior.
Lo que Washington busca en forma denodada es obstaculizar el desarrollo de quienes pueden transformarse en países decididamente soberanos y autónomos, capaces de desafiar o autonomizarse de las decisiones del sistema monopólico, corporativo y financiarizado. Cuanto más independientes son los Estados, menos autoridad poseen las lógicas imperiales para imponer su voluntad. Cuanto más pobres, menos desarrollados y más dependientes son los países, mayor preponderancia detenta el Departamento de Estado para seguir imponiendo sus políticas. Washington elogia a las elites que endeudan a sus sociedades y valora positivamente la desconexión de los países en vías de desarrollo respecto a nuevos centros de poder emergente como China y Rusia. En forma paralela, las guerras mediáticas y tribunalicias contra todos los proyectos emancipatorios impulsan y consolidan un formato de sometimiento al Departamento de Estado.
Las relaciones internacionales se están reconfigurando y se presentan oportunidades novedosas para América Latina y el Caribe. El multilateralismo no sólo implica una diversidad del tablero global. Supone, además, la oportunidad para tomar distancia (o liberarse) de la maldición hemisférica, planteada con desprecio por quienes siguen considerándonos como su patio trasero.