Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la Luna
Fecha: 22 de septiembre de 2019
Las elecciones en Israel del último 17 de septiembre y los bombardeos en las refinerías sauditas de Abqaiq y Khurais sitúan a Medio Oriente, nuevamente, en el epicentro de la conflictividad global. En el primer caso porque la votación vuelve a poner en evidencia la situación irresuelta de la ocupación colonial de Palestina, y en el segundo porque la disputa entre la República Islámica de Irán y la monarquía arábica evidencia una escalada sin precedentes, desde que ambas teocracias se disputan el control y la autoridad política y espiritual sobre la totalidad del mundo musulmán.
El triunfo del candidato de la lista Azul y Blanca (Kajol Labán) –liderado por el ex jefe del Estado Mayor Benny Gantz– por sobre el Likud (histórico partido de la derecha israelí comandado por Bibi Netanyahu), plantea la posibilidad de conformar una nueva alianza dentro de la Kneset, el parlamento israelí. El modelo parlamentario unicameral de 120 bancas requiere 61 escaños para postular un primer ministro. Gantz obtuvo 33 escaños mientras que Netanyahu alanzó los 31 diputados, guarismos que no permiten alcanzar la mayoría necesaria para conformar gobierno.
Más allá de los debates entre las diferentes listas, que se sucederán en las próximas semanas para nominar al primer ministro, el dato más sorpresivo de las elecciones es el tercer lugar alcanzado por la Lista Unida (o Conjunta, Ra´am), liderada por Ayman Odeh, un abogado comunista proveniente de la ciudad de Haifa, quien alcanzó los 13 escaños. Ra´am alcanzó la tercera bancada en importancia en el parlamento, con votos provenientes de la izquierda israelí y del 20 % de los ciudadanos no judíos que habitan Israel.
Los partidos mayoritarios suelen jactarse de que Israel es la única democracia del Medio Oriente, pero ese postulado suele eludir la realidad incontrastable de que 4 millones de palestinos están privados de derechos ciudadanos plenos y sus tierras –sobre todo dentro de Judea y Samaria— vienen siendo usurpadas por colonos identificados dentro de la ultraderecha israelí.
La suspensión unilateral de las negociaciones destinadas a garantizar una solución pacífica a la ocupación militar ha sido respaldada por el gobierno republicano de Donald Trump, quien además impulsó el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, ciudad que también forma parte de la disputa territorial. La derecha israelí considera a esta ciudad como su capital indivisible mientras que los palestinos y la mayoría de la comunidad internacional la consideran como un centro urbano que debe albergar a ambas capitales (la de Israel y Palestina), en el marco de una división urbana consensuada.
Las elecciones vuelven a poner en agenda la cuestión del recientemente proclamado Estado Judío y las amenazas de Netanyahu respecto a la anexión arbitraria y unilateral de porciones de territorio palestino. Estos anuncios, reñidos con el derecho internacional, obligan a los israelíes a plantearse la encrucijada central que las elecciones no pueden eludir:
- la integración de los territorios palestinos en un país multicultural y plurinacional, con el consiguiente otorgamiento de ciudadanía plena a los 4 millones de palestinos (aceptando que una lista Árabe Unida pueda convertirse en una potencial mayoría o primera minoría a futuro),
- el reforzamiento del carácter de apartheid social y territorial sobre la población de Cisjordania y Gaza, y
- el reconocimiento de la soberanía palestina con el consiguiente abandono de la ocupación militar y colonial.
Misiles en el golfo pérsico
El conflicto entre Arabia Saudita e Irán no es ajeno a este otro conflicto. Teherán promueve un estado islámico y avala la confrontación de Hamas (sunitas ligados a los Hermanos Musulmanes, instalados en Gaza) y de Hezbolá (chiitas, ubicado en el sur del Líbano) contra la Autoridad Nacional Palestina. Esa división es utilizada por la derecha israelí y Donald Trump para darle continuidad a una política colonial sobre quienes continúan privados de derechos soberanos y permanecen como víctimas de la justicia militar de ocupación.
La confrontación de Irán con Estados Unidos, de todas formas, no se expresa únicamente en el conflicto palestino-israelí, sino que reviste aristas geopolíticas de otro tenor: los ayatolas han defendido una política autónoma de las imposiciones de Washington en la región y eso les ha ocasionado un hostigamiento permanente cuya expresión actual es la multiplicación de sanciones económicas y financieras. Arabia Saudita, en ese marco, se ha constituido en el socio privilegiado de Washington dentro del mundo musulmán, utilizando el antagonismo de Irán con Estados Unidos para limitar la expansión chiita que se produjo en la región, después del triunfo de la revolución de Jomeini en enero de 1978. Para hacer más efectiva la disputa, tanto Riad como Teherán apelaron a ancestrales rivalidades religiosas vinculadas al enfrentamiento entre sunitas y chiitas. El Islam, fundado por Mahoma en el siglo VII, tiene dos ramas principales: los que siguen la Sunna (tradición que se referencia en los seguidores de los primeros califas) y los chiitas, partidarios del yerno de Mahoma, Alí. Sus diferencias son doctrinales, pero se expresan en términos políticos: los chiitas creen que la sociedad civil debe estar regida por la autoridad religiosa, mientras que los sunitas descreen de este principio.
El ataque con drones y misiles contra las refinerías arábigas se vincula con la lucha que sunitas y chiitas desarrollan en Yemen, Siria y El Líbano. En esos tres países, Irán y los sauditas rivalizan por el control o la hegemonía. En Yemen, en el marco de una guerra civil que ya lleva 15 años en la que la minoría de los zaidíes (conocidos como hutíes) son perseguidos y bombardeados en forma sistemática por una alianza comandada por los sunitas saudíes. En Siria, después de una década de enfrentamientos en la que Irán defendió al gobierno de Bashar al Assad (ligado a la identidad alauita, cercana al chiismo), mientras que los saudíes apoyaron a varios grupos insurgentes. Según cálculos de los organismos de las Naciones Unidos, este conflicto produjo, hasta la fecha, 5 millones de desplazados, medio millón de muertos y un millón de heridos. Teherán y Riad también se enfrentan desde hace tres décadas en el Líbano, donde los sauditas acusan a Hezbolá (partido político de la minoría chiita) de asesinar al ex presidente Rafik Al Hariri en 2005.
Las elecciones en Israel y el conflicto entre Riad y Teherán, sumados a sus respectivos socios geopolíticos, requieren un pormenorizado análisis no apto para simplificaciones. Es un escenario de complejidad singular, cuyos protagonistas han demostrado una absoluta incapacidad de alcanzar soluciones duraderas, más aún cuando el negocio de las armas continúa construyéndose como redituable. Aunque parezca ingenua, la remanida afirmación de Thomas Mann sigue evidenciando lucidez: “La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”.