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Nacionales, Opinion

Navidad con Milagro: “Soy un testimonio ante el mundo de la maldad de este gobierno”

Autor: Jorge Elbaum*/La García 26 de DIC 2016 Llegamos a la prisión de Alto Comedero a las 14 hs. La visita a Milagro Sala supone un trámite especial para las centenas de visitantes un 24 de diciembre. Los integrantes del Servicio Penitenciario nos reciben con preocupación. Casi dubitativos. Como dudando acerca del futuro de Milagro y las posibilidades de que esto que hoy es cárcel, pueda transformarse –en un acto de prestidigitación política, tan característico en nuestro país– en una Milagro Sala empoderada y candidata exitosa de un futuro político provincial. Hay trescientos metros desde la entrada al Penal hasta el pabellón donde se encuentra detenida la líder del Movimiento Tupac Amaru. El trayecto es amenizado por nietos, hijos, hermanos y cuñadas que transportan la comida y la bebida para el almuerzo al aire libre que compartirá este cronista con Milagro y su esposo, Raúl Noro. El menú anunciado consiste en ravioles con pollo y/o carne, a elección de los comensales. La entrada y los abrazos con Milagro se congelan en un tiempo eterno. Como si Sala no quisiera quebrar esa cercanía con cada miembro de su familia…Cada abrazo incluye palabras, llantos y una quietud en el medio del patio del penal que estremece y duele. “Pensé que no llegaba a Navidad”, comenta Milagro luego de mostrarnos las mesas adornadas con guirnaldas que las detenidas desplegaron en cada una de las “ranchadas”: flores rojas y guirnaldas tricolores adornaban los parantes de cada uno de los sectores. Un pequeño arbolito de navidad, montado sobre un arbusto joven, con una estrella roja en el cima acompañaba la larga mesa de quince personas. Pensó que no llegaba, dijo, porque se le había pasado por la cabeza la idea del suicidio. “Me duelen mis hijos, mis nietos. Esto es muy duro. Y la injusticia se hace más grande cuando se escuchan las cosas que me endilgan. El que me hizo pensar fue Horacio Vervitsky. Cuando vino a visitarme, me agarró del brazo, me llevó a la canchita de futbol y me habló una hora y media. Horacio fue el que me hizo abandonar la idea de hacer una macana…Me explicó dos cosas: que yo no soy sola y que además soy un testimonio ante el mundo de la maldad de este gobierno. Que yo tengo que entender que hay mucha gente peleando ahí afuera por los presos y que no los puedo abandonar. Que esto es más grande que yo. Y que tengo que dar testimonio. Esa noche se me dio vuelta la cabeza. Horacio me había convencido. Se ve que alguien le dijo que yo andaba con esas ideas, que yo no iba a bancarme esta injusticia. El `Perro´ [así se conoce a Verbitsky en el mundo periodístico] me ayudó mucho. Y me prometió que me iba a acompañar en los juicios. Y cumplió…” El día de los alegatos -el ultimo miércoles– se lo vio la “Perro” sentado en el suelo del juzgado, de frene a Milagros, y en la tarima que funciona de base al estrado del circunspecto tribunal Todos los periodistas acreditados susurraban sobre la sencillez y la contracción al trabajo de quien muchos de los presentes catalogaban como el más importante periodista de nuestro país. En un cuarto intermedio de la sesión que duró catorce horas, dos jóvenes camarógrafos de las televisión local se acercaron a un periodista que se encontraba sentado junto a Verbitsky para cerciorarse sobre su verdadera identidad: “no puedo creer que un tipo e esa trayectoria se banque estar tanas horas en un juzgado…nuestros jefes mandan a los perejiles a cubrir eventos de larga duración…y este quía que es ´Gardel` se la re-banca…” Las charlas se dieron cruzadas. Familiares, políticas y acerca de la cotidianidad de la vida en la carcel y como se organizaban los compañeros de distintos puntos del país en solidaridad con ella. Cada veinte minutos el personal del Servicio Penitenciario llamaba a Milagro para hacerle insípidos planteos sobre el volumen de la música o el juego de los niños, marcando el territorio represivo en su mínima expresión de acoso sutil. Llegaron los brindis con pastafrola y gaseosas. Una navidad con Milagro en la cárcel suena a algo lacerante. Sobre la mesa se repetían en murmullos los relatos sobre el barrio de la Tupac destrozado por la perversidad de Morales y sus acólitos “republicanos”. Los ojos de “la negra” vidriosos por un brindis con barrotes, agradecían la solidaridad del Comité y las iniciativas que le acercaban al Penal para visibilizar su lucha. El sol pegaba fuerte aunque estábamos refugiados en una media sombra amarrada por las flores de papel. Los uniformados se desplegaban en las inmediaciones para magnificar su poder momentáneo. “El tiempo es raro –dijo un compañero– no sea cosa que esto gire… que la taba haga caprichosas vueltas en el aire y los acusadores sean los acusados”. Esa fue una de las últimas frases escuchadas antes que el primer turno de visitas de abandonara Alto Comedero. La curiosidad radicaba en la similitud con lo expresado por los integrantes del Servicio Penitenciario, cuando recibían las visitas a Milagro. Como si la escenificación montada por el gobernador de Jujuy tuviese la fragilidad de las flores de papel que adoraban la “ranchada”. Y nadie quiere arriesgarse a estar cerca del viento que la derribe. *Sociólogo, periodista. Presidente del LLAMAMIENTO Argentino Judío

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Comunicados y Declaraciones, Portada

El LLAMAMIENTO y Garganta Poderosa

Fuente: Prensa Llamamiento 27 de OCTUBRE 2016 El martes último (25 de octubre) visitaron la sede del LLAMAMIENTO Argentino Judío integrantes de “La Poderosa”, la organización de resistencia villera nacida en 2004 y cuya trascendencia está íntimamente ligada al éxito de publicación de la revista “La Garganta Poderosa”, una acabada expresión de una cultura que el poder y los medios hegemónicos intentan marginar e invisibilizar. El encuentro fue producto de un intenso trabajo que están llevando a cabo los miembros de la Comisión de Asuntos Nacionales del LLAMAMIENTO quienes recibieron a Nacho Levy —el referente más conocido de la “la Garganta” y a los cuatro compañeros de la organización que lo acompañaron. Además de los integrantes de la comisión, Jorge Elbaum, presidente del LLAMAMIENTO, compartió el encuentro en el que se compartieron criterios y definiciones comunes a ambas organizaciones, entre ellas la discriminación y la estigmatización del “otro”. Nacho Levy explicó la estructura nacional —y transversal— de “La Poderosa” cuya experiencia está siendo replicada en varios países de la Patria Grande. Elbaum, por su parte, recordó la coyuntura que dio origen al LLAMAMIENTO y el camino recorrido. La coincidencia de temáticas determinó la configuración de una posible agenda compartida. Del encuentro también participó una representante de Bibliotecas Rurales Argentinas quien propuso una acción inmediata de las tres organizaciones. La idea fue analizada en el momento y se puso en marcha la planificación de una “movida” conjunta que se dará a conocer en los próximos días.

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Nacionales

«Desratizar» Nota en Página 12

Fuente Página 12 5 de OCTUBRE 2016 Por Jorge Elbaum* La convocatoria a “desratizar el Poder Judicial”, enunciada por el fiscal German Moldes la pasada semana asume reminiscencias históricas y sociales muy ligadas a las metáforas con las cuales se han estigmatizado, históricamente, a determinados colectivos y se han montado las bases para su posterior persecución. El hecho que el fiscal Moldes haya sido denunciado por el extinto Alberto Nisman como uno de los responsables de proteger a los encubridores de la Causa AMIA, en la cual lo “judío” aparece como un elemento central, resignifica la terminología adoptada para cuestionar a jueces y fiscales que no comparten sus criterios inquisitoriales. “Ratas judías” fue una de las formas de catalogación mediante la cual se inició el proceso de deshumanización que concluyó en las cámaras de gas. Gran parte del proceso de exterminio incluyó un pesticida utilizado a fines del siglo XIX para la desratización de vagones de ferrocarril y bodegas, el Zyklón B, elaborado por la compañía IG Farben, consorcio de tres empresas alemanas entre la que se destacaba la conocida Bayer. La analogía zoológica y la fumigación que conlleva el vínculo con los roedores fue recuperada creativamente por Art Spiegelman, el reconocido autor de la historieta Maus, relato de un sobreviviente para graficar y denunciar la vida de sus padres en los campos de concentración, instaurados por el nazismo. Las dos partes de Maus –“Mi padre sangra historia” y “Allí empezaron mis problemas”– se convirtieron en 1992 en la primera historieta en obtener un premio “Pulitzer”, otorgado por transmitir en forma artística y desgarradora la deshumanización (“ratización”) que requieren ciertos modelos de dominación para cometer sus crímenes desligados de la ética y de sus efervescencias culpabilizadoras. Cuando se define al otro como una rata y se convence al entorno de esa “cualidad” se llega al estadio en que el otro ya no merece el mas mínimo espacio de compasión. La primer etapa de todo proceso de discriminación requiere del “etiquetamiento”. Y este incluye convertir al otro, al enemigo, al inferior, al oponente, en algo no humano. El “otro” ya no es la expresión de una diferencia, un conflicto, un debate, una discusión, una “brecha”, un oponente político. El “otro” –ahora, para Moldes– se convirtió en algo no humano. En una rata. En algo que puede/debe desratizarse. Lo que de ninguna manera puede llegar a ser cuestionable porque “nos salva”, nos libra del peligro que la peste bubónica supone. El contagio. Las ratas contaminan. Así dicen los gatos nazis a los ratones judíos, en Maus. Desratizar es de alguna manera mejorar la especie. O –en la versión “Comodoro Py”– contribuir a un Poder Judicial sin múridos. Ante la peligrosa presencia de los roedores, es dable pensar en la utilización de del Zyklón B vernáculo, entre los pasillos y despachos de quienes no pretenden someterse a la hegemonía neoliberal del poder. Desratizar es aceptar una Justicia donde los ganadores son los encargados de definir quiénes son las ratas y quiénes son los hombres. Y en ese trámite no hay “enfrentamiento”, no hay un Otro con el cual difiero o entro en conflicto. El otro es una rata. Y con las ratas no se discute. Solo se las desratiza. Desratizar es una convocatoria a eludir el conflicto político. Es también una forma de clausurarlo. Ya no hay brecha. Ya no hay diferencias. Hay sólo hombres versus ratas. El sociólogo canadiense Erving Goffman analizó durante décadas el mecanismo por el cual algunos grupos sociales se dedican a estigmatizar a otros mediante clasificaciones inferiorizadoras. Dichos grupos utilizan “etiquetas” para reducir y esencializar a otros grupos y/o individuos para que sean reconocidos por una única cualidad o característica, generalmente negativa. Esos rotulamientos despectivos –una vez que se difuminan, se instalan y se instituyen como sentido común– aceleran una discriminación menos conflictiva, más “aceptada” por el entorno social, y por lo tanto más propicia para las segregaciones, las exclusiones y todas las violencias asociadas. Fue así como se logró convencer a la sociedad alemana del peligro del judío, el gitano y/o el comunista. Primero fue necesario “construir” un sujeto que sea digno del desprecio y el odio. Fue imprescindible instaurar una pátina de maldad sobre el grupo social etiqeutado. Y, frente a la peste de las ratas y a la evidencia de la maldad, solo queda “la defensa propia”. Es decir, desratizar. Para que sea posible asesinar pueblos originarios hay que catalogarlos –primero– de salvajes. Y hubo que justificar –paralelamente– que cortarle sus orejas era una evidente forma de civilización. Para esclavizar afrodescendientes con cierta legitimidad fue necesario nominarlos –y convencer de dicha caracterización– como sub-humanos, bestias de carga, cuerpos aptos para ser comprados y vendidos. Para enviar a personas con síndrome de Down a las cámaras de gas fue requisito catalogarlos inicialmente como portadores de “vidas que no merecen ser vividas”. Para detener musulmanes hay que “construirlos” –a todos– como terroristas. Para perseguir inmigrantes latinoamericanos hay que agruparlos como narcotraficantes actuales o potenciales. Para golpear a un individuo gay hay que instituirlo como integrante de un grupo de enfermos y pervertidos. Para lograr (poder) torturar una embarazada –en la ESMA o en cualquier otro centro de detención– fue imprescindible asociar a esa mujer con el “cáncer subversivo que corroe la sociedad”. Para continuar con la permanente sangría de femicidios es necesario persuadir a los varones (de ayer y de hoy) acerca del carácter de maldad intrínseca, debilidad y “brujidad” de la condición femenina. Después de Auschwitz la asociación con las ratas y la desratización no parece ser el discurso engolado y republicano que suelen vociferar quienes postulan el escéptico mundo de las normas. Pierre Bourdieu detalló hace unas décadas que toda clasificación (que hacemos) nos clasifica. Es decir: las formas que tenemos de ver el mundo, de nombrarlo, de caracterizar a los otros es la forma con la cual nos identificamos. Y la violencia simbólica –la de las palabras– es el territorio donde histórica y recurrentemente, se afilan las armas persecutorias de la violencia material.

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