Entre dos fuegos
Fuente: Horacio Verbitsky | El Cohete a la Luna Fecha: 01 JUL 2018 El gobierno de la Alianza Cambiemos adelgaza sus opciones, constreñido como está por las exigencias contradictorias del FMI y de los sectores sociales que resisten sus políticas de transferencia de ingresos. No es un determinismo inevitable sino la consecuencia de decisiones políticas que el presidente Maurizio Macrì adoptó libre y voluntariamente, motivadas en parte por intereses y en parte por anteojeras ideológicas. Conformar a ambos es imposible, porque se disputan los mismos recursos para fines distintos y por definición excluyentes. Lo previsible es un tironeo constante, en busca de esa conciliación imposible entre propósitos antagónicos, en el que a cada avance de un lado seguirá la reacción del otro. En otra escala, ese tipo de equilibrio inestable acompañó las dos décadas que median entre el golpe eclesiástico con ejecución castrense de 1955 y el golpe militar con sostén clerical de 1976, ambos con un fuerte componente empresarial, lo mismo que el intermedio de 1966. En aquellas dos décadas, se enfrentaron por la definición de políticas y por la participación en el ingreso nacional dos coaliciones económico-sociales, una formada por el sector agropecuario y las finanzas, otra por industriales y trabajadores. Los ciclos eran más largos y los antagonismos políticos no coincidían con la situación económica. La producción industrial, los niveles de empleo y remuneración eran más satisfactorios que los actuales, pero la inclusión del país en la lógica de la guerra fría exacerbó los enfrentamientos. El programa económico del golpe del ’55 no pudo aplicarse por la dura oposición social y también política encarnada en el peronismo, cuya supresión llegó a ser un propósito compartido por el conjunto de las clases dominantes, incluso aquellas que resultarían perjudicadas por su imposición a la fuerza a partir de 1976, luego del último intento fallido por otros medios, con el rodrigazo del año anterior. La globalización y dentro de ella la financierización, acortan los plazos y agudizan todas las contradicciones. Por eso, el tironeo entre intereses contrapuestos puede adquirir un ritmo paroxístico, favorecido por la caída a pique de la credibilidad del gobierno, la certidumbre de que no habrá reelección posible en 2019 y la duda acerca de si el actual gobierno llegará al término de su mandato. Las discusiones políticas a lo sumo especulan acerca de la posibilidad de un recambio dentro del PRO, en torno de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, del que ella misma no está convencida. Vidal y el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta evaluaron a principios de este año que Macrì no podría aspirar a un segundo periodo sólo si la crisis económica adquiriera impulso y profundidad de catástrofe y que, en tal caso, tampoco habría oportunidades para ellos. Eso no quita que el porteño y la bonaerense prodiguen gestos de diferenciación, tanto en la política económica que conduce a la hecatombe como en las opciones políticas y el personal que cada uno considera necesario para capear el temporal. Si bien no han cambiado su evaluación del semestre pasado, tampoco son fundamentalistas en ese sentido y según se presenten las cosas, están dispuestos a considerar alternativas. Pichetto y el plan del yo no fui Simultáneamente y no por casualidad, el Opoficialismo que tiene como emblema al Senador Miguel Pichetto, ha comenzado a contemplar la peor hipótesis para el gobierno. No hará nada para apresurar el final que prevé, porque teme las consecuencias colectivas y desea evitar que se cargue en su cuenta un nuevo naufragio como el de Raúl Alfonsín en 1989 y el de Fernando De la Rúa en 1999. “Esta gente no precisa ayuda para derrapar. Hay que prepararse para lo que venga después”, sostienen en la mayor reserva Pichetto y su aliado Diego Bossio. (A propósito de Bossio, el periodista de la revista Noticias Juan Luis González confirmó que el miércoles 20 una mujer le arrojó un vaso de agua mientras él lo entrevistaba en el restaurante del Museo Evita, y hablaban sobre Cristina Fernández de Kirchner. Pero negó que Bossio dijera que la ex presidente se hacía “la rata cruel” y que la mujer lo llamara traidor. “Le tiró el agua y se fue sin mediar palabra”.) Por eso, dicen, no bajaron a la sesión en minoría en la que el Frente para la Victoria y la izquierda reclamaron el envío al Congreso del acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional. Pero tampoco se sumarán al Gran Acuerdo Nacional que Macrì intenta convocar en torno de las pautas que Nicolás Dujovne acordó con Christine Lagarde. El paro general que la CGT no pudo menos que declarar pese a la aversión de los triunviros a toda medida de fuerza, la recalificación de la Argentina como mercado emergente por el juez y parte Morgan Stanley (seguida por una nueva disparada del dólar hasta rozar los 30 pesos, pese a que entre el BCRA y el Tesoro quemaron otros 450 millones de dólares) son pruebas elocuentes de la completa falta de confianza de unos y otros en las promesas y propósitos de Macrì. Luego del paro, los triunviros, acompañados por Gerardo Martínez, que maneja las relaciones internacionales de la CGT, y el economista de Víctor De Gennaro en la menor fracción de la CTA, Claudio Lozano, mantuvieron una cordial teleconferencia con los encargados de poner en caja a la Argentina en el FMI. El Fondo operó el plan oficial de un acuerdo económico-social, la recurrente fantasía de una Moncloa argenta en la que los perjudicados legalicen el atraco. Cuando resta poco más de un tercio del fallido mandato presidencial en curso, cada vez que Macrì se acerca a un micrófono o una cámara para reiterar generalidades tranquilizadoras, esa imagen hoy inquietante se superpone con la de la campaña de 2015, cuando sostuvo que contener la inflación era muy fácil y que en cuanto él asumiera la presidencia y el país saliera del cepo, lloverían las inversiones. Hay al respecto preguntas que sólo la historia podrá responder: ¿Es un ingenuo voluntarista? ¿Es un