El peor de todos
Fuente: Gabriela Cerrutti| Nuestras Voces Fecha: 25 de octubre de 2020 La confesión de Mariano Macri en el libro Hermano, de Santiago O’Donnell termina de confirmar lo que ya se sabía sobre el ex presidente y denuncia lo que no imaginábamos: cinismo, maldad y perversión. “Macri es el sumun del ultraliberalismo económico, autoritarismo político, egoísmo y codicia personal”, dice la diputada y periodista, Gabriela Cerruti, autora de El Pibe y Big Macri. Hermano contiene referencias a estos libros y a muchas de las investigaciones publicadas por Nuestras Voces. “Sos la principal protagonista después de los Macri”, me escribió Santiago O’Donnell hace una semana y confieso que me dio un poco de vértigo. Es atardecer de sábado, acabo de terminar de leer “Hermano” y respiro con cierto alivio. Como siempre, Santi es riguroso y tiene razón: las menciones a El Pibe y mis investigaciones son muchas y profusas, pero también la confirmación de Mariano Macri de cada una de esas historias. Las que conocíamos, las que habíamos podido documentar, las que escuchamos pero no teníamos confirmación. Y lo que no podíamos ni imaginar porque no entra en el sistema lógico de la vida humana de este lado del Big Bang: la insondable perversión del hombre al que su codicia y su soberbia impulsó más allá de su padre, sus hijos, sus hermanos. Y todos los argentinos. Hay algo en Hermano que es compasivo para todos los votantes del macrismo: ni siquiera su familia podía creer el nivel de cinismo y maldad de Mauricio Macri. Todos tardaron mucho en comprenderlo y admitirlo. Es tal vez la mayor revelación del libro. La confirmación del vaciamiento de las empresas, los autopréstamos, la triangulación para evadir impuestos, para ocultar patrimonio (da igual si es para estafar al estado, a la justicia o a una ex) es eso, una confirmación. Desde adentro mismo de la familia. Desde una mirada que intenta mostrarse inocente aunque es difícil saber los límites que se habrán cruzado. ¿Quién es Mauricio Macri? Siempre creí que de todo lo que hizo en sus empresas y sus gobiernos, hay un acto que lo define más que ninguno aunque en peso específico de dinero en juego pueda parecer menor. A poco de asumir como jefe de gobierno en la Ciudad de Buenos Aires, Macri se encontró con una oportunidad de negocios que, además, lo acercaba a su lugar en el mundo, la cancha de Boca. Con un fideicomiso, compró un viejo edificio de Alpargatas para construir viviendas de lujo que tendrían una particularidad: desde todas las ventanas se vería la Bombonera. Cuatro días después de comprarlo, mandó a la legislatura una ley para eximir de impuestos a todos los emprendimientos que se hicieran en esa manzana. Con tanta impunidad que el proyecto de ley, firmado por él, llevaba como anexo para mostrar el perímetro a eximir de impuestos el folleto de publicidad del futuro desarrollo. Cuando asumió como presidente, repitió el esquema. Primero, sus negocios. En los primeros seis meses de gobierno se intentó autoperdonar la deuda del Correo de setenta mil millones; aumentó los pagos por el Soterramiento del Sarmiento porque era una obra de Iecsa, que nunca dejó de ser suya a pesar de todos los pases de mano que intentaron, y habilitó el negocio de las Low Cost para que la empresa de aviación de la familia, Mac Air, pudiera entrar al negocio. Entrevisté en esos días a Colunga, la mano derecha de Franco Macri que había fundado la empresa de aviación y ahora no entendía bien cómo terminaba el negocio en manos de una empresa fantasma que llevaba el nombre de Avianca. “Franco está destrozado, se quedaron con todo los pibes del Newman”, me dijo entonces, anticipando el lamento de Mariano. Un año después iba a hacer votar la ley de blanqueo para que su hermano Gianfranco ingresara los millones que habían guardado en las cuentas en el extranjero. En el pase de manos queda claro como todo, siempre, es de Mauricio. Cuando asumió como jefe de gobierno, puso sus acciones de SOCMA a nombre de sus tres hijos mayores. Unos meses después, los hijos lo cedieron a nombre de Gianfranco. Gianfranco sacó todo a bancos europeos, y recién volvió a traerlo cuando Mauricio fue presidente. Queda claro que todo seguía siendo de Mauricio. Mauricio se quedó con todo, siempre. Franco estaba convencido que cuando lo dejó a cargo de la negociación con los italianos para la representación de la Fiat en la Argentina, Mauricio se había aliado con Ricardo Zinn, gerente de la empresa, y su tío Jorge Blanco Villegas para dejarlo afuera del negocio. En una escena de Francis Ford Coppola, Franco llegó a la cena en que se firmaba en el acuerdo y los vio en la cabecera de la mesa y se dio cuenta de todo. Rompió el acuerdo y abandonó el lugar. Es cierto que entonces echó a Blanco Villegas de la empresa y Zinn murió poco después en un inexplicable accidente de avión, más o menos en la época en que secuestraron a Mauricio. Una Famiglia complicada. Cuando lo entrevisté para El Pibe, Franco estaba convencido también de que Mauricio había simulado la venta de Iecsa a su primo Angelo Calcaterra pero que seguía manejando el negocio a través de la italiana Ghella, la misma empresa que hizo la obra de ingeniería más grande de su gobierno en la Ciudad de Buenos Aires, el entubamiento del Maldonado, y que se quedó finalmente con el soterramiento del Sarmiento cuando era presidente. Te mira como mira él, dice el hermano Mariano en el libro de O´Donnell. Con esa mira gélida, que nos transmite ningún sentimiento. Con la boca apenas abierta. Como si no entendiera qué le estás preguntando. Es que no entiende. Pero no es que no entiende por ignorancia o incapacidad de comprensión. No entiende porque su sistema de decodificación es diferente al de la mayoría. No entiende por qué alguien le cuestionaría que algo no sea para él, que algo no sea como él quiere, como él necesita, como a él le conviene. Es