El cuento del análisis de Gendarmería
Fuente: Raúl Kollman | Página 12 Fecha: 24 de SEPTIEMBRE 2017 El informe sobre la muerte de Alberto Nisman entregado el viernes por la Gendarmería –fuerza que no tiene ninguna trayectoria en el mundo de las autopsias ni los estudios médicos– se basa en una secuencia especulativa sobre la cual no hay evidencia científica alguna. Se supone que dos personas entraron al departamento del fiscal porque él les abrió la puerta. Es que no hay nada forzado y él cerraba las puertas por dentro, como quedó comprobado. Las visitas le habrían dado una bruta paliza, pero sin desordenar nada: le fracturaron la nariz, le pegaron en la zona de los riñones y en las piernas. Todos esos golpes –detectados por un grupo de peritos sin experiencia médica– no fueron advertidos ni por la médica policial, que analizó el cuerpo en el propio baño, ni por los dos experimentados profesionales que hicieron la autopsia unas horas más tarde, ni por trece médicos forenses designados por la Corte Suprema. Es decir que la Gendarmería sugiere que los médicos con más autopsias del país no vieron una fractura de nariz que, además, debió dejar un hematoma. El siguiente paso fue la supuesta administración de ketamina –tampoco detectada por los toxicólogos del máximo tribunal– a un fiscal que estaba ya desmayado por los golpes. No hay constancia alguna de la cantidad ni de cómo se le administró, ya que no registra rastros de inyección, la única manera de dormir a un individuo con ketamina. Estas manipulaciones son parte del arsenal usado para concluir lo que los poderes nacional e internacional exigían que fuera la conclusión: que a Nisman lo mataron. Es su forma de continuar la ofensiva contra el gobierno anterior, ya que le adjudicarán la responsabilidad, e incluso meterán en la bolsa a Irán y Venezuela, que integraron el comando sicario, según especulan sin una sola prueba. Se necesitaba mucha elucubración para contrarrestar las pericias anteriores que no dejaban demasiado resquicio para la hipótesis del homicidio. No había rastros de pelea ni en el departamento ni en el baño. No había desorden Las gotas de sangre salpicaron hacia los cuatro costados, lo que indicaba que no había ninguna otra persona en el baño No hay pisadas No hay huellas, salvo de Nisman y del informático Diego Lagomarsino, en una taza, en la que tomó café el sábado No hay ingreso forzado Nadie vió a personas sospechosas o ajenas al edificio Nisman le pidió el arma a Lagomarsino, pero antes lo hizo con el custodio Rubén Benítez y el ex comisario Bogoliuk. Es decir que buscó el arma. Nisman ingresó a su computadora el domingo 18 de enero a las 7.30 de la mañana y terminó revisando una página sobre el regreso de la muerte Golpiza Lo que le dieron a la Gendarmería era un guión escrito, un resultado marcado antes de iniciar la pericia. Por lo tanto había que buscar cómo encajar las piezas. La Gendarmería tiene un cuerpo de peritos con trayectoria en temas como balística, porque siempre les dieron los estudios en casos de gatillo fácil en que estaba apartada la Federal o alguna fuerza policial provincial. Lo mismo respecto de pericias de voz o, hasta cierto punto, comunicaciones. Pero la Gendarmería no tiene la menor trayectoria en lo que tiene que ver con autopsias, análisis médico de muertes, porque justamente la última palabra siempre fue del Cuerpo Médico Forense, dependiente de la Corte Suprema. Uno de los obstáculos mayores que afrontaban los gendarmes es que no hay ningún rastro de pelea. Resulta poco aceptable que un hombre de 1,90 de altura, como Nisman, no haya opuesto ninguna resistencia a un disparo realizado a menos de un centímetro. La solución que encontraron los gendarmes es que a Nisman lo tuvieron groggy gracias a una paliza singular. En primer lugar, concretada por alguien a quien el fiscal le abrió la puerta. No se puede sospechar en este caso de Lagomarsino porque cuando el informático subió al departamento de Nisman estaba acompañado por el custodio, Néstor Durán. Ambos subieron juntos en el ascensor, algo que quedó filmado por la cámara del propio ascensor. Como no hay ningún vestigio de cerradura violada, el fiscal le abrió la puerta a sus agresores, según la versión tácita de la Gendarmería. Y, además, Nisman no se dió cuenta del peligro, porque después le dieron la paliza. Todo ocurrió sin romper nada ni desordenar nada. La madre de Nisman, Sara Garfunkel, testimonió: “Cuando entramos al departamento estaba todo en su lugar, como cuando yo fui de visita dos días antes”. Los especialistas del CMF registraron dos golpes. Uno, en la cabeza, producto de la caída. El segundo en una pierna, de antigua data. En cambio los de la Gendarmería, que no tienen experiencia ni trayectoria en autopsias, sostienen que le fracturaron la nariz, algo que se le habría pasado a la doctora Gabriela Piroso, de la Policía Federal, que fue la primera que revisó el cuerpo en el propio baño. Unas horas más tarde, a las ocho de la mañana del lunes 19 de enero, dos veteranísimos forenses hicieron la autopsia: Héctor Di Salvo y Fernando Trezza, ambos del CMF. Tampoco vieron la fractura de nariz. Y finalmente, trece forenses, la gran mayoría del cuerpo de la Corte, tampoco percibieron algo tan obvio como una fractura reciente de la nariz que, por supuesto, deja hematoma. A esto se agrega que, según los gendarmes, también tenía un golpe al costado del cuerpo. Los especialistas de la defensa de Lagomarsino afirman, en cambio, que los gendarmes no tienen los equipos para hacer esos análisis y que usaron radiografías que no sirven para ese estudio. No sólo consideran que no tiene ninguna fractura sino que, en caso de existir, tiene que ser muy anterior. Ketamina Para seguir el guión prefijado, los gendarmes diseñaron una especulación en base a un químico que supuestamente se le encontró a Nisman en el hígado. La sustancia no fue detectada por el equipo de toxicología