El fin de la ilusión reformista
Fuente: María Laura Carpineta | Revista Zoom Fecha: 19 de OCT 2018 Hace apenas un año, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammad bin Salman, lanzó una campaña mundial para cambiar la imagen de su monarquía y convencer al mundo occidental de que era un líder reformista y moderno, que hablaba el idioma del desarrollo tecnológico, las inversiones y el comercio internacional, no el del radicalismo religioso y el autoritarismo. Gastó millones de dólares, se sacó fotos sonriente con los principales dirigentes políticos y empresariales de Estados Unidos y Europa, consiguió una portada que prometía apertura de género en Vogue y un artículo de un influyente columnista de New York Times que lo celebró como el cerebro de la Primavera Árabe saudita. Por un momento parecía que la campaña había funcionado, pero el velo se cayó en estos días cuando un periodista saudita desapareció dentro del consulado del reino en Estambul y a nadie le costó mucho creer la versión de que lo torturaron, asesinaron, descuartizaron y sacaron en valijas diplomáticas. Jamal Khashoggi, el hombre que el 2 de octubre pasado entró al consulado saudita en Estambul para conseguir un certificado de divorcio para casarse con su novia turca y luego desapareció, no era un veterano defensor de derechos humanos ni un histórico opositor de la monarquía de su país. Había sido asesor del príncipe Turki al Faisal cuando éste era embajador en Londres, jefe de redacción de uno de los diarios reformistas más importantes del país, Al Watan, y hasta había sido un simpatizante del Mohammad bin Salman cuando éste se convirtió en príncipe heredero, según contó el periodista Gabriel Sherman en un reciente artículo en Vanity Fair, en el que relató una conversación privada que tuvo con Khashoggi tras instalarse en Estados Unidos el año pasado. El periodista, que había sido parte de la élite saudita durante décadas pese a sufrir algunos roces por sus opiniones reformistas, decidió abandonar su país luego que le llegara la orden expresa de una persona muy cercana al príncipe heredero de callarse la boca. Una vez en Estados Unidos, entendió que la amenaza había sido más que real. Mohammad bin Salman ordenó la mayor purga palaciega de la historia de Arabia Saudita. Arrestó temporalmente a más de 200 figuras prominentes del reino y congeló sus fortunas. Uno de los detenidos fue el príncipe Turki al Faisal. “Cuando los arrestos comenzaron, enloqueci. Decidí que era tiempo de hablar”, le confió a Sherman. Así comenzó a escribir su columna en el diario The Washington Post y se convirtió en una voz crítica del liderazgo del príncipe heredero y, lo que es aún más importante, en un nombre conocido en el mundo del periodismo y de la política en la capital estadounidense. En algún momento antes de ingresar al consulado en Estambul, Khashoggi envió un artículo al diario estadounidense con el título “Lo que el mundo árabe más necesita es libertad de expresión”, que finalmente fue publicado este jueves. Pese a tener buenos contactos y un nombre conocido, sus columnas en The Washington Post no pudieron hacer frente a la multimillonaria campaña de publicidad que desplegó el sonriente y joven líder saudita en todos los grandes medios y los principales centros de poder de Occidente. Tampoco pareció afectar el secuestro del primer ministro libanés, Saad Hariri, a fines del año pasado en Riad -Hariri sorprendió al mundo al renunciar desde la capital saudita y quedarse dos semanas allí, casi sin aparecer en público, hasta que el presidente francés, Emmanuel Macron, viajó y negoció personalmente su salida y vuelta al gobierno en Beirut- o el bloqueo militar y los bombardeos diarios que las fuerzas sauditas lanzan sobre su vecino, Yemen, y que están provocando la peor crisis humanitaria en el mundo hoy. “Desafortunadamente vivimos en un mundo en el que no hay justicia y las grandes potencias tienen intereses que son más importantes que el respeto a los derechos humanos. Por eso, hoy estamos poniendo a prueba a los aliados occidentales de Arabia Saudita, como Estados Unidos y Reino Unido, para ver cuán lejos irán para mantener sus doble estándar”, aseguró en diálogo con Zoom Affrah Nasser, una joven periodista yemení, actualmente exiliada en Suecia, que el año pasado ganó el Premio Internacional de Libertad de Prensa del Comité para la Protección de Periodistas. “Hoy, el caso de Jamal (Khashoggi), le pone una cara humana a todos estos crímenes de guerra y violaciones al derecho humanitario cometidos en Yemen. El mundo entiende que la hambruna es el peor sufrimiento humano y que eso se está viviendo en Yemen. Pero la opinión pública no termina de comprender todos los detalles complejos que explican la guerra, todos los actores y sus responsabilidades. Por eso, una historia puede resonar -y en general lo hace-, tocar sus corazones y almas, y hacerlos actuar”, agregó la periodista de 33 años. La historia de la desaparición de Khashoggi resonó y sigue resonando. Por un lado, porque es un columnista de The Washington Post y el diario ha iniciado una cruzada por revelar la verdad. Por otro, porque la misma campaña de publicidad que instaló al príncipe heredero saudita en portadas y en el primetime televisivo, ahora le está pasando factura a través de sus aliados que, incómodos o miedosos de una posible asociación, se distancian como si se sintieran traicionados. Y, finalmente, porque todo lo que rodea la desaparición de Khashoggi parece salido de un libreto hollywoodense. Casi todo lo que se dice saber sobre el caso son versiones no oficiales. Lo único certero y que todos confirman es que Khashoggi entró al consulado saudita de Estambul el 2 de octubre pasado. Riad informó que el periodista hizo el trámite y abandonó el edificio, pero no tiene cómo comprobarlo de manera independiente porque ese día las cámaras de seguridad no funcionaban y las autoridades dieron el día libre a todos los empleados turcos de la sede diplomática. Sin embargo, la Policía turca sí consiguió la filmación de una cámara de seguridad