Mención: Nora Gruszka
Un poco de fresco, de viento, algo. Amanece, ni miras de nubes. La arena se calienta. El
hotel sólo tiene ventiladores de techo y el aire es cada vez más espeso. Las sábanas
están tan mojadas que él decide desayunar afuera, con la sombrilla orientada hacia el
este puedo hacer un asado durante la mañana, piensa.
En la carpa que está frente al mar hay tres parejas jovencísimas con muchos hijos. Los
hombres están en malla y las mujeres vestidas. Ellas colocan las sillas en semicírculo
mirando las olas. Sus largas polleras rozan la arena, las camisas abotonadas del cuello a
la cintura, sólo se sacan los zapatos. El calor es agobiante. Charlan mientras los
maridos juegan al truco y los pequeños corren por la orilla. Entran al mar en manada y
llaman a los niños que nunca dicen que no. A veces, las chicas se acercan a mojarse los
pies y vuelven a sus sillas.
Siempre se sientan en los mismos lugares. El semicírculo es igual cada día, los precios
del supermercado y qué cocinarán cada una esa noche son el tema. A las doce en
punto se paran, abren el librito y acompañan la lectura con movimientos de todo el
cuerpo, hacia adelante y hacia atrás. Luego preparan la mesa para almorzar. Una de
ellas se rasca mucho la cabeza, con ambas manos a los costados por encima de las
orejas y parece que el cuero cabelludo se mueve.
Como si tuvieran un reloj en el estómago, los hombres llegan con los niños. Ahí,
comienza la comilona. Las mujeres los atienden. Hablan todos a la vez. Los que
comparten el patio en la playa tienen un show extra cada mediodía. La tarde se vuelve
negra. De lejos se ve el cielo cada vez más gris y una leve brisa comienza a soplar. Las
mujeres que siempre permanecen sentadas se levantan a llamar a los niños para
abrigarlos y en un segundo se ve en la arena una peluca que vuela, y cerca de la orilla
otra y otra más allá y las mujeres que buscan a sus niños corren.
Son las pelucas voladoras, no pueden atraparlas, el viento hace remolinos, la arena se levanta, entra
en sus ojos y los pegotea. Las pelucas corren solas. Ellas desesperadas se tapan su
propio cabello con las manos, las pelucas llegan al mar. Las mujeres se las prueban,
pero imposible identificar la propia mientras el viento se las vuelve a sacar.
La lluvia cae y llega el alivio. Al otro día, la carpa que mira al mar está vacía.
Israel, un país de avanzada tecnológica no tendría que permitir estas prácticas machistas, de no valorar a las mujeres. No parecen de este siglo. Después comentamos el atraso de los países árabes en cuanto a la discriminación de las mujeres. Me avergüenza la situación de nuestras hermanas religiosas.