En esta columna, un momento antes de Iom Kipur, el Prof. Yuval Harari comparte su visión sobre hacia donde se dirige Israel, a la vez que propone detenernos para una verdadera introspección y preguntarnos a qué nos referimos cuando decimos “Hemos pecado, hemos traicionado, hemos despojado***».
Por: Yuval Noah Harari **| Nueva Sión
Iom Kipur es un buen momento para hacer una sincera introspección, no solamente a nivel personal, sino también a nivel grupal. Durante muchos años el debate sobre el conflicto palestino-israelí estuvo dominado por “la solución de los dos estados”. Durante la era Netanyahu, Israel abandonó esta propuesta y después de su fin, conviene preguntarnos francamente: ¿Hacia dónde vamos? Si no son dos estados para dos pueblos, ¿cuál es la visión alternativa de Israel? Cuando nos imaginamos el futuro, ¿qué vemos allí exactamente?
Supongamos que el libreto israelí más optimista se concreta y puede aplicar su visión en su totalidad. ¿Qué aspecto tendrá? En este caso, casi como con nuestra política nuclear: la mayoría de los israelíes preferirán dejar las cosas turbias. Pero cuando se vive en Israel con oídos atentos y ojos abiertos, la propuesta alternativa es tan clara como nuestro sol mediterráneo.
En síntesis, las fuerzas dominantes en Israel pasaron de “la solución de los dos estados” a “la solución de los tres status”. Ellos avizoran un solo estado desde el mar hasta el río Jordán, en el que vivan tres tipos de personas: judíos, que disfruten de todos los derechos; árabes de primera, que tengan parte de los derechos; y árabes de segunda, que casi no tengan derechos. Esta es la realidad que vivimos hoy y, si juzgamos de acuerdo a los votos en las urnas, parece que la mayoría de los judíos de Israel prefiere que esto permanezca así. Para siempre.
El genio de la lámpara
La solución de los tres status no es nueva, hace decenas de años que Israel la implementa paso a paso. Pero hasta ahora, Israel niega sus intenciones. El trato diferencial que reciben judíos, árabes ciudadanos de Israel y árabes que no son ciudadanos, es justificado con el argumento que consiste en una situación temporal que se desprende de la situación de seguridad del Estado de Israel. Incluso hoy, cuando representantes israelíes disertan públicamente -por ejemplo, en la ONU-, no se atreven a hablar abiertamente sobre la solución de los tres status como una solución permanente. Simplemente eso no huele bien.
En lugar de eso, los representantes de Israel despliegan los desafíos de seguridad o explican que, a pesar de que la extensión entre el Jordán y el mar pertenece completamente a Israel, nunca deberá otorgarle derecho a voto a los habitantes de Nablus o Belén porque ellos corresponden a una especie de criatura milagrosa denominada “Autonomía palestina”. Es una criatura especial, un poco parecida al genio de la lámpara de Aladino.
La mayor parte del tiempo, esta criatura está encerrada dentro de la pequeña lámpara y no nos impide comportarnos según nuestros deseos. Israel domina la mayoría de las tierras y el agua de Cisjordania, como así también todo el espacio aéreo y digital. Israel también se inmiscuye constantemente en la vida cotidiana de los habitantes palestinos y determina, por ejemplo, cuánto tiempo durará un viaje desde Nablus a Belén, y si una familia de Hebrón podrá ir al casamiento de un primo en Jordania. Miren la última página del diario y vean en la esquina superior izquierda. Encontrarán allí un mapa del pronóstico climático. Todo el espacio entre el mar y el Jordán – incluida la Franja de Gaza- está pintado del mismo color. No detectarán la Autonomía Palestina ni con una lupa.
Pero cuando debemos sacudirnos la responsabilidad -por ejemplo, la responsabilidad de vacunar a la población palestina contra el Coronavirus-, solo hay que frotar la lámpara y ¡listo! De repente asoma el genio en todo su esplendor y nos quita la responsabilidad. “¿Vacunar a los habitantes de Nablus y Belén? ¿Pero qué relación tenemos con ellos? Nablus y Belén no son nuestras, pertenecen a la Autonomía Palestina”.
Pero tal vez en Iom Kipur, cuando cada uno se encuentra consigo mismo, o con esos amigos en los que puede confiar, podremos ser más abiertos. ¿Podremos reconocer que estamos yendo hacia la “solución de los tres status”? Es decir, un estado con dos millones de sus habitantes discriminados en educación, vivienda y vigilancia policial; y otros millones más que ni siquiera tienen derecho a votar. Un estado con tres tipos de personas. Un estado en el que un tipo de persona siempre disfrutará de preferencia en seguridad personal, movimiento y ocupación.
Para algunas personas, esto les recuerda ejemplos históricos que no son relevantes para el caso. No hay dos hechos idénticos en la historia y cuando se hacen comparaciones históricas, inmediatamente se empieza a discutir si es parecido, si no es parecido y cuánto se asemeja a lo que pasó alguna vez y así se olvida de hablar de lo esencial: qué pasa aquí y ahora. Esto es lo que hay que hablar.
Traidores
La primera regla de “la solución de los tres status” es que está prohibido hablar de la solución de los tres status. Por lo menos, no en público. Está prohibido hablar de esto en público porque está claro que no es una solución justa. Se desprende de una concepción del mundo que ubica otro principio por sobre la justicia: la lealtad tribal. Quienes creen en el principio de la lealtad tribal piensan que la exigencia de justicia para los que no son de la tribu es una traición.
Mientras no se acepta entre nosotros hablar públicamente de la solución de los tres status, la palabra “traidor” es lanzada al aire todo el tiempo. En su origen, un traidor era alguien que revelaba secretos militares a un país enemigo. Por ejemplo, Markus Klinberg, que entregó a los soviéticos información sobre el programa de armas biológicas de Israel. Por el contrario, hoy en día, para muchos israelíes, “traidor” es todo aquel que piensa que la justicia es a veces más importante que la lealtad a la tribu judía. Aquel que, en nombre de la justicia, se opone a la solución de los tres status fue ascendido en el escalafón: dejó de ser un “alma sensible” para convertirse en un “traidor”, aunque sea un general de las Fuerzas de Defensa de Israel.
Piensen, por ejemplo, acerca de la Suprema Corte de Justicia, muchas veces acusada de traición. El problema que muchos israelíes tienen con la Corte Suprema no se desprende de alguna sentencia concreta, o de la identidad de tal o cual jueza. El problema deriva de la misma identidad de la Corte, que es la Suprema Corte de Justicia y no la suprema corte de lealtad. En la práctica, la Corte no impidió hasta hoy ninguno de los principales procedimientos que nos conducen a la solución de los tres status, pero quienes están interesados en esta solución temen que algún día, quizás, de todos modos, intente oponerse, en nombre de la justicia. Por esa razón, ellos prefieren liquidar de antemano la Corte; no quieren que exista en el país una institución comprometida con la justicia, por encima de la lealtad.
Chimpancés
Es posible comprender a quienes anteponen la lealtad a la justicia. Los respaldan millones de años de evolución. Todos los animales sociales -desde las hormigas hasta los chimpancés- respetan la lealtad a su grupo de pertenencia. Para los chimpancés, a pesar de comprender qué es la justicia, esta siempre está subordinada a la lealtad. En un conflicto entre dos miembros de su grupo, los chimpancés a veces se posicionan del lado de la justicia. Pero en un conflicto entre un miembro del grupo y un chimpancé extranjero, estos siempre preferirán al compañero, aunque la justicia se encuentra en el lado opuesto. Los seres humanos también se comportan así en numerosas situaciones, como por ejemplo en conflictos entre pandillas de delincuentes o en rivalidades entre equipos deportivos (cuando Maradona conquistó un gol con la mano, los simpatizantes argentinos no protestaron por la injusticia, sino que argumentaron que fue “la mano de Dios”).
El cálculo es totalmente claro. En muchísimas situaciones, si prefiero la justicia por sobre la lealtad a la tribu, eso dañará mis intereses y hasta puede poner en peligro mi vida. Pero justamente por esa razón se denomina “moral” a la preferencia de justicia y no “interés”. La moral existe para aquellas situaciones de la vida en las que el interés tira para un lado y la justicia para el otro. Indudablemente es más difícil comportarse de forma moral que por interés. Esta es la razón por la cual la religión judía estableció un día especial en el año para que nos preguntemos: “¿Acaso nos comportamos de manera suficientemente moral?”. No es necesario un día en el año para preguntarse si nos manejamos por interés. Esto nos lo preguntamos todo el tiempo.
Entonces, para este Iom Kipur, antes de pronunciar “Hemos pecado, hemos traicionado, hemos despojado”, conviene preguntarnos de acuerdo a cuáles principios morales definimos la culpa, la traición, el despojo. ¿Acaso pensamos que los judíos son seres superiores, merecedores de derechos especiales? ¿Creemos que la justicia es a veces más importante que la lealtad tribal o que esta siempre es superior a la justicia? ¿O acaso hay, de todos modos, un camino para conciliar el reclamo de justicia con el reclamo tribal de lealtad sin tener que optar por uno de ellos y sin que el deseo de hacer justicia sea considerado traición?
* Publicado en Yedioth Aharonot, 10.09.2021
** Profesor en el Departamento de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalem, autor de “Una breve historia de la humanidad”, “La historia del mañana”, “Veintiún pensamientos sobre el siglo XXI” e “Historia de la humanidad: una historia ilustrada”.
*** Comienzo de la plegaria “Vidui” (confesión), que se dice en Iom Kipur.