Por: Efraim Davidi
La ex ministra de Cultura del Likud, Miri Regev, denunció hace pocas semanas atrás, a principios de agosto, el «ADN blanco» de la dirección del partido derechista. Regev, que se jactó siendo ministra de «que nunca leyó a Chejov», alabó en una entrevista con el diario «Iediot Ajaronot» al ex-premier Netanyhau y habló de sus esperanzas de ser algún día primer ministro. Ella señaló que muchos puestos de liderazgo en Israel nunca han sido ocupados por un judío mizrají desde la creación de Israel, a pesar de que la mayoría de los miembros del Likud pertenecen a esa comunidad. Incluso comparó la situación de los mizrajíes con los negros en EE.UU.
Regev no es un nuevo Martin Luther King de habla hebrea. Después de una larga carrera en el ejército, la coronel Regev, que fuera responsable de la censura militar a los medios de comunicación existente en Israel desde 1948, fue elegida diputada por el Likud en el 2008 y se destacó por sus injurias contra los refugiados africanos que habitan el sur del Tel-Aviv. «Son un cáncer en el seno de Israel», profirió en una demostración racista realizada en el barrio pobre Shjunat Hatikva de Tel-Aviv.
Pero Regev resucitó la cuestión de los judíos de origen oriental (mizrají). La cuestión de los judíos mizrajíes o mizrajim (en hebreo en plural, mizrají en singular) es un tema recurrente en la política, la sociedad, la economía, la cultura, el cine, las artes, la literatura y la poesía de Israel.
¿Quiénes son los los judíos mizrajíes? Se puede buscar en vano el significado del término en cualquier diccionario en castellano de la lengua hebrea. No existe. Pero de acuerdo a «Wikipedia»: «Los judíos mizrajíes o mizrajim son descendientes de las comunidades judías del Medio Oriente y norte de África. Literalmente mizrají significa «oriental», ya que Mizraj (en hebreo: מזרח) significa «Este». Originalmente el uso del término mizrají y «Edot ha-Mizraj» fue una traducción de la palabra árabe mashrīqī (oriental), que se refería a la gente de Siria, Irak y otros países asiáticos, mientras que a los judíos del norte de África se les llamaba, en árabe, magāriba (magrebíes).
En el Israel actual esta palabra hace referencia a todos los judíos de países árabes asiáticos, aunque muchos mizrajím rechazan el uso de este término y prefieren ser identificados por su país de origen, o el de sus antepasados inmediatos, y no por una palabra que los englobe a todos. También se utiliza la palabra ‘sefardí‘, en un sentido amplio, aunque ello da lugar a confusión en ocasiones, ya que esta palabra debe emplearse únicamente para los descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica (Sefarad) en los siglos XV y XVI».
De estos párrafos se puede entender que en «el Israel actual [el término] hace referencia a todos los judíos de países árabes asiáticos». Pero no es así. «Mizrají» se utiliza incluso en la prensa diaria de mayor circulación en Israel («Iediot Ajaranot», por ejemplo) para designar a todo israelí procedente o descendiente de los judíos llegados al Estado Judío desde el Norte de África, el Medio Oriente y hasta Yemen, Irán y Afganistán (estos dos últimos no son países árabes).
¿Comunidad o comunidades?
Pero este término de uso diario tiene un origen. Y no tiene nada que ver con «las comunidades orientales» (Edot ha-Mizraj). Este último término apunta a que no hay una «comunidad oriental», sino «comunidades» (en plural), acorde con la ideología imperante en el establishment sionista en Israel en los 50 y 60 del siglo pasado. No es un secreto que el primer Premier del Estado de Israel, David Ben-Gurion, tenía una visión discriminatoria hacia esas comunidades.
Uno de los líderes del partido laborista gobernante de Ben Gurion, Mapai (Mifleget Poalei Eretz Israel), Giora Yoseftal dijo en el Congreso Sionista 23 realizado en Jerusalén en 1951 que «la condición indispensable para el crisol de diásporas es el necesario cambio en las concepciones de aquellos que provienen de los países atrasados. No hay nada en común entre los padres que dan todo a sus hijos y ven en su educación y la salud el objetivo de sus vidas y hasta pueden deprenderse de su comida y ropas por el bien de sus hijos; y aquellos que les quitan a sus vástagos las raciones de comida, los envían a trabajar, no entienden por qué los niños deben estudiar y no saben qué es un médico o un medicamento. No puede haber un crisol de diásporas cuando en una familia se obliga a la mujer a volver a trabajar a los pocos días del parto y en otra se gastan hasta los últimos centavos en el bienestar de los hijos».
Estas declaraciones de un líder laborista no es una visión puramente personal sobre «los recién llegados» (los mizrajim). Siete años después, en un debate en la Knesset, otro líder laborista, Mordejai Namir, a la sazón Ministro de Trabajo, se refirió al proyecto de ley de la bancada comunista de establecer el seguro de desempleo: «La gran mayoría de los desempleados son nuevos inmigrantes (olim jadashim). Tenemos un gran problema con este grupo: el solo hecho de trabajar, conocer por dentro un lugar de trabajo y la disciplina laboral, representa para ellos una revolución mayor en sus vidas e incluso una revolución personal en cada individuo, en su mente y en su cuerpo. La mayoría de ellos nunca trabajó, y están obligados aquí a estudiar los rudimentos del trabajo. ¿A esta gente le daremos dinero para que no trabajen? ¿Un seguro de desempleo no será para ellos una motivación más para dejar de trabajar? Incluso si este seguro de desempleo representa una entrada muy reducida, ¿no habrá entre ellos aquellos que quieran vivir en la pobreza – pero sin trabajar?»
El propio Ben-Gurion, que en junio de 1958, tuvo que hacerse cargo de la cartera de Bienestar Social por una defección en la coalición gobernante encabezada por su partido, declaró «estar a cargo en forma oficial de atender los problemas sociales y darles respuesta, pero no tengo ni idea de ellos». En una charla con un enviado de las Naciones Unidas que asesoraba al gobierno israelí sobre políticas sociales, Ben Gurion tuvo observaciones despectivas con relación a «las comunidades orientales» (Edot HaMizraj). Tampoco pidió más detalles sobre el plan propuesto por el experto, un renombrado profesor de Trabajo Social de los EEUU de origen judío, que le exigió «tener un poco más de compasión hacia los pobres, hacia aquellos que sufren de la discriminación».
Sociología hegemónica y sociología critica
Esta denominación en singular («mizrají«) no es producto de una elaboración espontánea de la sociedad israelí ni un término denigratorio (como «negrito» o «negrada» en Argentina) ni siquiera de una nueva identidad auto-adjudicada. Se trata de un término que fue fruto de un sector crítico de la sociología israelí, que por primera vez, a mediados de los 70, comienza a cuestionar (a) NO VA la corriente sociológica sionista hegemónica desde una óptica marxista.
La corriente dominante estaba encabezada por el veterano profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Shmuel Noaj Einseistadt (1923-2010) llamado el «padre de la sociología israelí» y denominada «funcionalista-estructuralista», (y) NO VA muy influenciada por la sociología estadounidense entonces en boga. En 1952 publicó Einseistadt su primer libro «Klitat Aliá» (La absorción de inmigrantes) donde afirmaba que los problemas que acarreaban la aclimatación de los inmigrantes (olim) de los países árabes en Israel estaban estrechamente relacionados con los valores y culturas (primitivos) que trajeron de sus países de origen.
Las críticas a las opiniones del Prof. Einseistadt se cristalizaron en la década del 70, en un nuevo grupo de sociólogos en la entonces joven Universidad de Haifa: Henry Rosenfeld, Debora Bernstein, Debora Kalekin y Shlomo Svirski. Este último, de origen argentino, utilizando la «teoria de la dependencia» fue el que más «transgredió» las normas de la sociología institucional y señaló que en el capitalismo israelí se formaron dos clases sociales basadas en el origen étnico de sus componentes: una hegemónica (ashkenazi) y otra trabajadora (mizrají). De acuerdo a esta óptica, el mizrají «debilitado» (mujlash) y periferial es quien crea las riquezas del ashkenazí que tiene las riendas del poder. No es un problema cultural o de valores, explica Svirski, el «fracaso en la absorción» de los judíos de origen oriental. Es ésta una expresión de la estructura social capitalista que «condena» al mizrají (junto al árabe-palestino, ciudadano de Israel) a permanecer por generaciones en la base de la pirámide social.
Esta «herejía» le valió a Svirski su puesto en la Universidad de Haifa, pero lo alentó a escribir uno de los primeros libros (y el más conocido de ellos) de sociología crítica israelí: «No débiles sino debilitados: Mizrajim y Ashkenazim en Israel – Un análisis sociológico acompañado por pláticas con militantes». Este libro de más de 360 páginas no fue aceptado para su publicación por ninguna editorial. Por lo tanto, el grupo de los sociólogos críticos lo publicó en 1981 bajo el sello editorial de «Cuadernos de Teoría y Critica», una publicación mimeográfica que ellos editaban, donde también se publicaron en hebreo trabajos de sociólogos palestinos, particularmente de la Universidad de Bir Zeit.
Los análisis y explicaciones de Svirski sobre la situación social y económica de los mizrajim, la explotación y represión que fueron parte de su absorción («klitatam«, en el original hebreo) por el establishment ashkenazi y el hecho de que fueron debilitados («menujshalim«) adrede y no débiles («jalashim«) por naturaleza correspondían a la experiencia vivida por muchas familias, vivencias de marginación social («hadara«) e injusticia.
El «descubrimiento» del mizrají tuvo una influencia que trascendió a los grupos de activistas y se afincó en la sociología israelí y en las diversas tendencias que se desarrollaron con el correr de los años y hasta hoy en día: la corriente «elitista» (que investiga la creación de las elites en el Estado de Israel y su conformación histórica) de Yonatan Shapira y la neo-marxista de Svirski, Rosenfeld, Bernstein, Kalekin y Sammy Samooha. También la «colonialista» (que ve la sociedad israelí como un producto del proyecto colonialista sionista) de Baruj Kimerling, la «post-moderna» de Adi Ofir, la «post-colonial y post-sionista» de Yehuda Shinav-Sharabani y Ella Shojat y de otros profesores e investigadores que no adscribieron a estas corrientes.
Más allá de los debates sociológicos, la realidad social es que existe en Israel una formación social-clasista que tiene mucho que ver con el origen étnico. De acuerdo a los estudios realizados por el Instituto Adva, basados en datos proporcionados por la oficial Oficina Central de Estadísticas de Israel, las brechas sociales son también étnicas (y de género). Adva publica anualmente su conocido estudio «Un panorama social de Israel» y (está demás) en el cual se comprueba que sobre la base de 100 puntos, el sueldo medio de un trabajador de origen ashkenazí es de 142, el de un trabajador mizrají de 111 y el de un árabe-palestino ciudadano de Israel sólo 68 puntos. Esta brecha étnica-clasista existe y persiste desde la creación del Estado de Israel en 1948 y hasta hoy en día.
Efraim Davidi
Además de ser profundamente desagradable no deja de ser curioso que este artículo que pretende ser antirracista y anti discriminatorio parezca considerar que, hasta para ser considerado como víctima, haya que ser judío. Una sociedad que ignora hasta ese punto a los que no pertenecen a un grupo determinado no es capitalista, es racista.
Me parece una consecuencia lógica de un proyecto nacido para crear un «estado judío», denominación discriminatoria si las hay por más «lógica y aceptable» que haya llegado a parecernos.
Herzl era un típico burgués europeo del siglo XIX, época de los imperios coloniales, y no debe sorprendernos que su «solución para el antisemitismo» fuera un estado creado por «europeos civilizados» en una tierra habitada por esos «nativos atrasados» que en su tiempo eran más considerados como parte del paisaje que como seres humanos.
Y lo que se describe en este artículo no es más que un llevar al extremo ese espíritu colonialista inicial, ya no basta con ser judío sino que hay que ser un judío muy especial.