Fuente: Editorial|Haaretz
Fecha: 20 de noviembre de 2020
Mike Pompeo eligió terminar su mandato como secretario de Estado con una gira de solidaridad con la extrema derecha de Israel, mientras escupía sobre décadas de política exterior estadounidense anterior a Trump, sobre las normas del derecho internacional y la justicia. El miércoles se mostró más como un líder extremista del Consejo de Asentamientos de Yesha que como el ministro de Relaciones Exteriores de la superpotencia. Es bueno que presumiblemente esta sea su última visita oficial. Es bueno que pronto deje el cargo.
El jueves por la mañana, después de su reunión con el primer ministro Benjamin Netanyahu, Pompeo anunció que el Departamento de Estado considerará al movimiento internacional de boicot, desinversión y sanciones como antisemita y llamó al movimiento un «cáncer». Con eso, el secretario de Estado abrazó la falsa propaganda del gobierno israelí, según la cual cualquiera que apoye un boicot a los asentamientos o a Israel por la ocupación es un antisemita. Esta peligrosa posición constituye un silenciamiento antidemocrático de la libertad de expresión.
No es necesario apoyar al BDS o ignorar los círculos antisemitas que pueden hacer uso del movimiento para reconocer que llamar al boicot de una ocupación ilegal que no es reconocida por la comunidad internacional es legítimo, no violento y ciertamente no necesariamente antisemita. Las sanciones y los boicots son herramientas aceptadas internacionalmente contra regímenes injustos, y mientras la ocupación israelí persista y el pueblo palestino no sea libre, habrá más y más llamamientos para utilizar estas herramientas contra Israel y los asentamientos.
Pompeo viajó hasta la bodega Psagot, en la zona industrial de Sha’ar Binyamin, donde le obsequiaron el vino al que le dieron su nombre. El vino se hizo con uvas cultivadas en tierras de propiedad privada que fueron robadas a sus propietarios palestinos, la mayoría de los cuales viven en la ciudad adyacente de El Bireh. El fundador y director ejecutivo de la bodega, que acogió a Pompeo, vive en una finca que él mismo construyó, también en terrenos privados robados.
El secretario de Estado dio el visto bueno del Departamento de Estado a los siguientes pecados: visitó asentamientos, bebió del cáliz envenenado, sancionó el despojo y más tarde también anunció que el Departamento de Estado permitirá que los bienes producidos en los asentamientos se marquen como israelíes cuando se exporten a los Estados Unidos. Parecería que lo único que aún le queda por hacer a Pompeo durante su visita es aprobar la anexión de Israel al Consejo de Yesha.
Estos son los últimos días de Pompeo. Qué bueno que este sea el caso.
Traducción: Dardo Esterovich
Pompeo y Trump se van, una buena noticia. Pero, aparte de la forma ¿cambiará en algo el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel, haga lo que haga?
Beguin, Sharon y Netanyahu, personajes detestables. Pero ¿realmente peores en el fondo que el responsable de la expulsión y transformación en refugiados de la casi totalidad de la población árabe autóctona, el «democrático» y «socialista» David Ben Gurion?
Es fácil centrar todas las culpas en algunos «villanos». Pero la solución de un problema requiere ir al fondo de la cuestión. Los que se sienten «obligados» a apoyar cualquier cosa que haga Israel solo porque es judío debieran reflexionar sobre lo que están apoyando y sobre la imagen que dan al mundo.
El sionismo nunca fue una solución para el antisemitismo. Herzl no pretendía otra cosa que separarnos de los antisemitas, en vez de en muchos guetos pequeños en un único gran gueto llamado «estado judío». Y hoy, a la vista de lo que Israel hace con el apoyo notorio de las organizaciones comunitarias y de muchos judíos, se ha transformado en una verdadera fábrica de antisemitas.