Fuente: Eduardo Sincofsky | Nueva Sión
Fecha: 24 de junio de 2020
¿Puede un judío apoyar un gobierno de tinte ultraderechista, que hasta ha tomado algunos rasgos discursivos del nazismo? ¿Puede el rechazo al comunismo y la ideología del libre mercado llevar a este extremo? Si bien no puede pensarse homogéneamente a la comunidad judía brasileña como “pro Bolso”, parte de ella se ha posicionado como una aliada estratégica, lo cual se vio reforzado desde lo simbólico por la excelente relación con el gobierno de Netanyahu, y por la apropiación por parte de algunos grupos de la bandera de Israel, exhibida en manifestaciones que piden intervención militar y el cierre de la Corte Suprema.Por Eduardo Sincofsky
Cada vez más frecuentes, diversos paralelos son trazados sobre la Alemania de Hitler y el Brasil actual de Bolsonaro. En su mayoría, refieren a las coincidencias en las condiciones del momento actual en Brasil y el ascenso de Hitler al poder. Fue lo que dijo el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Brasil, Celso de Mello, en una carta a sus colegas para alertar sobre el riesgo de un rompimiento inminente del orden democrático en Brasil. Suena alarmante, pero fue escrito por el decano de la Corte a sus pares el domingo 31/5.
Paradójicamente, miembros del actual gobierno usaron recientemente referencias al nazismo, en este caso para criticar acciones de la justicia o la cuarentena social. El canciller Ernesto Araujo comparó las medidas de aislamiento social contra el coronavirus con los campos de concentración nazis. El ahora exministro de Educación, Abraham Weintraub, comparó el pedido de allanamiento a empresarios y figuras influyentes próximas al gobierno con la Noche de los Cristales Rotos. “Hoy fue el día de la infamia, vergüenza nacional, y será recordado como la Noche de Los Cristales brasilera… Profanaron nuestros hogares y nos están sofocando. ¿Saben qué dirá la prensa oligarca/socialista? SIEG HEIL!”. Eterna victoria del desprecio a la memoria. Es probable que el exministro sepa poco acerca de lo que fue ese evento trágico.
Lo usa como mera frase de impacto, desprovisto de toda empatía y cualquier respeto por la memoria del pueblo judío. Hay algo perverso en esa narrativa. Siendo él de origen judío, sabe que esa frase causará más ruido, y el efecto multiplicador será mayor, independientemente de a quien hiera. Paradojas del destino, Weintraub renunció este jueves 18 de junio, y al día siguiente se subió a un avión con destino a los Estados Unidos, usufructuando aun del pasaporte de ministro (su salida solo fue publicada en el diario oficial el sábado 20 de junio, una vez que ya estaba en suelo norteamericano), estatus casi diplomatico, única vía de entrada para brasileros en la actual situación de pandemia.
Bolso y Bibi
No son pocos los que ligan al gobierno de Bolsonaro con Israel en particular, y los judíos en general. Y aquí la historia gana complejidad. Bolsonaro y Netanyuahu tejieron desde el inicio una relación estrecha: Bibi estuvo en la asunción del brasileño -convirtiéndolo en el primer premier israelí que visita estas tierras- y Bolsonaro retribuyó siendo uno de los primeros países al que viajó en su presidencia. Brasil votó junto con Israel y Estados Unidos de forma contraria a la resolución que pedía el fin del embargo a Cuba y se abstuvo de votar contra la posición que condenaba los asentamientos israelíes en partes de Jerusalén y las Colinas del Golan. Bolsonaro prometió varias veces mudar la Embajada a Jerusalén, y aun no lo concretó. Se dice que por presiones del alto empresariado brasilero, que tiene negocios importantes con el mundo árabe, y no quería correr el riesgo de sumar más leña al fuego de una relación ya controversial.
La imagen de las banderas de Israel flameando en los actos que piden intervención militar y el cierre de la Corte Suprema es una constante. Es triste y causa estupor, puede decirse que es una apropiación de un símbolo por parte de la derecha, y también de evangélicos que apoyan al actual gobierno. Esa aproximación generó diversos actos de repudio de las instituciones de la comunidad judía brasilera, preocupadas con la vinculación de un gobierno que camina a la deriva con la imagen de Israel. Y si las banderas de Israel están presentes en los actos golpistas, las de Palestina flamearon el fin de semana pasado en San Pablo y Río de Janeiro en actos pro democracia y a favor de la lucha anti racial, promovidos por amplios sectores transversales de la sociedad, desde movimientos que apoyan la causa negra, hinchadas de clubes de fútbol y partidos de izquierda. El hecho que salta a la vista es la estigmatización de Israel por su proximidad con este gobierno ultraderechista.
«Bolsonaro es un católico que anda para arriba y para abajo con la bandera de Israel… Es para saber de dónde viene el dinero del financiamiento«, dijo en mayo el verborragico Ciro Gomes, exministro de Lula y Fernando Henrique Cardoso, en un desliz cercano al antisemitismo.
Bolsonaro tiene dos funcionarios de origen judío en el alto escalón de su gobierno. El ya mencionado exministro de Educación, el economista Abraham Weintraub -de padre judío, a pesar de él reconocerse de grande como católico-, y el exsecretario de comunicación Fabio Wajgarten, actual viceministro del recientemente creado Ministerio de Comunicaciones. El primero tiene un altísimo perfil, conocido por sus provocaciones constantes a la comunidad educativa. Dijo que hacían “barbuldia” (lunfardo similar a “quilombo” en Argentina), que “plantaban marihuana” y también “no quiero sociólogos, antropólogos o filósofos con mi dinero”. También generó un incidente diplomático con tintes racistas con China (se burló de la pronunciación de las “l”) y sus horrores de ortografía, además de su lista de sus dislates, es larga.
Weintraub expresa el pensamiento ideológico extremo de Bolsonaro. Su última acción como ministro, este viernes 19, sintetiza su pensamiento: eliminó las cuotas en universidades públicas para personas negras y de origen indígena, una vieja reivindicación para tratar de garantizar espacios en la universidad a sectores postergados de la sociedad. ¿Qué diría Paulo Freire viendo a un ministro de tamaña inexpresividad? Es probablemente una síntesis de la bajeza y miseria intelectual de la política brasilera actual.
Por su parte, Fabio Wajngarten cabalga entre su perfil bajo para un secretario de gobierno y el hecho de ser el brazo comunicador de una narrativa nefasta. Apenas como dato: su antigua secretaría promovía el “placar da vida” (una especie de “resultados de la vida”), que mostraba los casos de personas recuperadas del coronavirus. En un país con el desatino de la política pandémica, es algo así como el “Vamos ganando” de los militares argentinos en Malvinas.
“Creo que 90% de los judíos está a favor de Bolsonaro”, dijo el empresario Meyer Nigri en febrero de 2018, desatando una catarata de reacciones institucionales. Nigri fue uno de los empresarios que presentaron al entonces ignoto candidato Bolsonaro en las ruedas del establishment paulista. También se lo sindica como uno de los motorizadores de los grupos de Whatsapp que desparramaban noticias diversas. Cierto es que no hay encuestas que prueben cuántos judíos apoyan a Bolsonaro, aunque podríamos conjeturar que fueron bastantes en las elecciones de 2018, y aún hoy, aunque parezca raro, lo siguen apoyando. Los hay quienes creen en su proyecto de extrema derecha, y también aquellos que piensan que puso personas “capaces” a conducir la economía. “It’s the economy”, dijo un famoso expresidente norteamericano. Conforman una especie de derecha con tintes liberales en la economía, a pesar de que algunos de estos le sueltan la mano enfrentados con la realidad disparatada de estos días. Estos dos grupos no critican lo que podríamos criticarles todos los que militamos en el campo democrático: haber votado, por ejemplo, en el impeachment de Dilma en homenaje al símbolo de la tortura y dictadura en Brasil, el coronel Carlos Ulstra (Bolsonaro invitó a su esposa ya como presidente dos veces a audiencias oficiales), el defender a la dictadura y buena parte de lo que es ya público. Recientemente, el mismo Bolsonaro posteó una frase del integralismo (fascismo brasilero): «Dios, patria y família».
Rara contradicción la de apoyar a este sujeto y ponerse los Tfilim al mismo tiempo. “Cualquier cosa es mejor que el PT”, era la frase que repetían varios conocidos de la comunidad en su momento. Cualquier cosa es Bolsonaro.
Cierto es que las instituciones formales, la CONIB -una especie de DAIA local- sobre todo, marcan los límites y señalan cada desliz de este gobierno (como cuando el exsecretario de Cultura Roberto Alvim grabó un video con una frase de Goebbels, lo que le costó el cargo), que existen saludables iniciativas de un campo judío progresista y democrático (como “Judeus pela democracia” o el “Instituto Brasil Israel”), que se muestran públicamente en marchas y redes sociales.
Causa repulsión pensar en quienes aún defienden a este gobierno, que ganó las elecciones con el eslogan “Brasil acima de tudo”, semejante a la frase que Hitler repetía: “Deutschland über alles” (“Alemania por encima de todo”). Es como si fueran adoradores secretos, invisibles, vernáculos, de Lionel Bergensdorf, aquel rabino adicto al régimen nazi norteamericano inventado por el genial Philip Roth en la novela “La Conjura contra América”. A la brasilera.
En la Italia de los años 20 hubo ricos judíos que se comportaron como otros ricos no judíos, apoyaron a Mussolini por miedo al comunismo.
En el Brasil de hoy algunos judíos apoyan a Bolsonaro por la misma razón por la cual lo apoyan algunos no judíos, no quieren otro gobierno como el de Lula, quieren un gobierno «serio» para el cual solo la «gente decente» cuente como seres humanos.
Hoy, además, existe Israel al que no le importa tener como amigos a los fundamentalistas protestantes USA, a los partidos europeos de ultraderecha o a gobernantes como Bolsonaro u Orban. Después del miedo al comunismo y el odio a los pobres entra en juego el «patriotismo».
Existieron Hitler y el Holocausto. Y siempre me he preguntado cuál hubiera sido la actitud de algunos judíos si Hitler no nos hubiera perseguido aunque hubiera hecho todo lo demás. Chaplin pareció tener la misma duda, en una escena de «El gran dictador» el dictador se vuelve transitoriamente «bueno con los judíos» y el barbero se dispone a apoyarlo.
Considerar a los judíos «diferentes» y «especiales» es propio de antisemitas. No creo que nosotros debiéramos participar de ese criterio, no hay diferencias entre judíos y no judíos, ni para lo bueno ni para lo malo.