marzo 2018

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Hacia una nueva etapa política. Del hartazgo a la esperanza

Fuente: Carlos Raimundi* | La Tecla Eñe Fecha: 08 de MAR 2018 En una conferencia, en 2013, se puso a prueba ante 500 personas la posibilidad de que alguno de los asistentes acertara el peso de un buey que el conferencista había conducido hasta el escenario. Votó cada persona presente y ninguna dio con la verdad. Pero, curiosamente, fue el promedio entre todos los votos la cifra que se aproximó casi con exactitud al efectivo peso del animal. Esta introducción es solamente un ejemplo aleatorio de eso, por momentos intangible, pero real, que podríamos llamar “sabiduría popular”. Macri no le habla al Pueblo. Ni saluda al Pueblo, como quedó corroborado con esa escalofriante imagen en que desde las puertas del Congreso agitaba su mano hacia la nada. Es un presidente sin Pueblo. Habló en su discurso de “crecimiento invisible”, y, lejos de lo que algunos creen no se equivocó. Era una metáfora más de esas que se elaboran en las cápsulas de ensayo del poder, para agradar al mundo de las empresas, que es el destinatario de sus trastabillantes palabras y deshilvanadas oraciones. Su preocupación no es la pobreza, sino la tasa de ‘riesgo país’, porque de ella depende que pueda seguir endeudándonos y haciendo pingües negociados. Pero, por un lado, las consultoras internacionales y los diarios especializados ya hablan de la insustentabilidad de su política económica. Por el otro, la inflación, las tarifas, los despidos, los recortes salariales y jubilatorios, tienen su reflejo en el creciente malestar de la gente. La macroeconomía comienza a decirle “no te presto más”, y el Pueblo comienza a decirle “no te aguanto más”. Cuando esas coordenadas se encuentren, tendrá lugar el punto de inflexión que han tenido históricamente las políticas de ajuste en la Argentina. Hace tiempo señalamos que nadie puede anticiparse a los procesos populares, ni enunciar de antemano qué forma adoptarán. Sólo podíamos decir que sabíamos, por experiencia, que un modelo basado en el endeudamiento externo, centralidad de la ganancia financiera, apertura comercial indiscriminada, cierre de fábricas y talleres, destrucción de la industria, fuga de capitales, concentración de recursos en pocas manos, no podía terminar de otra manera que en el hartazgo de gran parte de la población. Pero no sabíamos con precisión ni cómo ni cuándo éste se manifestaría. Debido a esa convicción nos opusimos y no consentimos desde un principio el acuerdo con los fondos buitre, la eliminación del cerrojo que limitaba el endeudamiento, la eliminación de retenciones, la re-primarización de nuestra economía, el ajuste social. Aun cuando tantas voces nos dijeran que no debíamos poner obstáculos a las primeras medidas adoptadas por un gobierno democráticamente votado. No se trataba de un antojo, ni de un oposicionismo caprichoso. Lo hicimos porque sabíamos que eran precisamente aquellas primeras medidas las que sentarían las bases de un modelo socialmente insustentable. El cansancio colectivo se hizo esperar, pero no tiene retorno. Se hizo esperar no sólo debido al ocultamiento mediático de las verdaderas características y consecuencias del modelo, sino a todo un complejo dispositivo de persuasión cuyo inicio data de varios años, y se propuso una capilaridad muy profunda, contó con elevados recursos financieros y estrategias de penetración altamente estudiadas, y trasciende las fronteras nacionales para extenderse por toda la región. Un dispositivo de persuasión diseñado más allá de nuestras fronteras, que cuenta con organizaciones intermedias creadas al efecto y que ha gastado mucho dinero en el entrenamiento de políticos, empresarios, jueces, editores, periodistas y otros formadores de opinión. No se trata sólo de un monopolio mediático. Se trata de todo un sistema de interpretación como el que inculca la publicidad de una trabajadora de una fábrica de pastas o de un trabajador de una fábrica de hielo que atribuye los cortes de luz a la conducta de las y los ciudadanos de a pie que poseen aire acondicionado, y no a la desinversión de las empresas, que gracias al aumento de tarifas han incrementado ostensiblemente sus ganancias pero no han invertido para mejorar el servicio. Este sistema de falsedades había penetrado profundamente en el registro simbólico de partes muy importantes de nuestra población. Se creó así todo un clima de desprestigio respecto del gobierno anterior, basado en asociarlo con la corrupción y el despilfarro, frente a lo cual el macrismo vendría a poner orden, pese a lo doloroso que ello resultara. Mucha gente de buena fe creyó, durante todo este tiempo, en el mensaje de que lo principal era odiar al kirchnerismo. Gente trabajadora y honesta para la cual, como consecuencia de aquella profunda estrategia de persuasión que va mucho más allá de lo mediático, le pasó inadvertido el clásico modelo de saqueo neoliberal vigente, porque el objetivo central se reducía a saturar la agenda con la idea de que el kirchnerismo “se había robado todo” y que de esa “pesada herencia” no se podría salir sin sacrificio. Supongamos que fuera verdad que el kirchnerismo “se robó un PBI”. De ser así, hoy, que estamos gobernados por personas supuestamente probas, estaría disponible para acciones de gobierno y políticas públicas aquel dinero del presupuesto que nosotros robábamos y ellos no, más los 200.000 millones de dólares ingresados en concepto de deuda externa. Es decir, tendrían que agregarse miles de escuelas a las 2.000 construidas por el kirchnerismo, decenas de universidades populares a las 19 creadas por el kirchnerismo, millones de computadoras para las y los estudiantes, fabricadas en el país al igual que las autopartes y los electrodomésticos. La mentira es inocultable, como lo es para cientos de comerciantes que votaron a Macri influenciados por el odio impuesto a su interpretación simbólica, pero que en su realidad concreta sufren el marcado descenso de sus ventas. En fin, cada vez más gente se está dando cuenta de la mentira. Durante todo este tiempo estuvieron centrados en odiarnos, debido a una supuesta ruta de dinero jamás encontrada, y que en todo caso conduce a las guaridas fiscales donde Macri y los funcionarios de su administración esconden el dinero que evadieron del país. Y mientras

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¿Por qué insultan los pueblos a sus gobernantes?

Fuente: Fernando Buen Abad Domínguez | Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación Fecha: 07 de MAR 2018 Viejos como la lucha de clases, los insultos proferidos por los oprimidos suelen tener una misma base histórica y un mismo propósito político. Son formas de la “expresión” popular que no siempre son “fáciles” ni siempre proliferan masivamente, pero marcan (como pocas) los territorios de la lucha simbólica donde, frecuentemente, el sentido del humor más corrosivo surte efectos demoledores en la moral de los “amos” y en sus ínfulas de prestigio. Desde luego, nunca falta el ingenioso genuflexo que se cree capaz de neutralizar los “dardos” del insulto popular con escudos de silogismos chatarra y tandas represivas a mansalva. Moral y palos. Hay insultos de todo tipo contra las clases dominantes. Se producen en todas las formas y en todos los géneros. Hay canciones, bailes, poemas… dramaturgia, pintura, cine y humor variopinto. Ironías, sarcasmos, chungas… e incluso afrentas francas basadas, casi exclusivamente en la procacidad fermentada por el hartazgo o en la necesidad profunda de herir al poderoso en alguna de sus fibras sensibles: madres, hijos o parientes cercanos. Aunque no tengan culpa directa de los “pesares” (humillación y explotación) que se acumulan en los lomos de la clase trabajadora. Hay un sentido subversivo en el insulto popular, contra los gobernantes del dinero y los gobernantes de la política, que se desliza de maneras diversas entre los territorios semánticos de cada época. La mayor o menor intensidad del insulto suele ser coyuntural y es siempre eco de conformaciones culturales predominantes. Nada escapa a los efluvios del insulto escupido por los pueblos en el rostro de sus verdugos. Lo supo Cervantes como lo supo Daumier… lo supo Chaplin y los supo Cantinflas. Abarca a las personas y a las instituciones, cruza los mares de la furia social para levantar tormentas de adjetivos, sustantivos y verbos… gestos, muecas y contorsiones. Todo sirve si el insulto es certero, si pone a temblar las estructuras del ego en sus más caras fortalezas del poder y logra ridiculizar todo aquello que sustenta la autoridad de unos cuantos contra la inmensa mayoría. Incluso hay insultos finísimos. Eso produce pánico en la clase dominante que necesita como el aire algunos reductos de “respeto” o miedo para mantenerse en pie. Un “subordinado” que se empecina en insultar a la autoridad, producto del ascenso de la conciencia o de la fatiga, comienza a ser temido y reprimido. En los casos más conspicuos se fragua un circulo virtuoso que, más temprano que tarde, precipitará la caída de algún verdugo y facilitará un paso, así sea pequeño, en el camino de la emancipación. Son testigo de eso las mejores tradiciones del grotesco y de los carnavales. Por aludir a algunos casos. Pero en el insulto también se reproduce la ideología de la clase dominante infiltrada en las cabezas de los dominados. Por ejemplo el sexismo que reina a sus anchas en el imaginario hegemónico burgués, escurre sin control ni filtro sobre el arsenal de los se ejercitan para insultar u ofender a los “patrones”. Por ejemplo, todo género de fetichismo de los genitales y toda clase de subordinación coital machista, suele florecer en la metralla ofensiva popular cargada con su sello de clase y con fuerza irreverente. Eso hace una diferencia clara pero plantea un desafío semántico nodal. No mediremos aquí con la misma vara la intensidad humillante de los insultos de la clase dominante frente a los arsenales de la clase subordinada. No caeremos en esa emboscada. El “modo” en el insulto popular es determinante. Implica a los matices y a las intenciones. Hay insultos que vienen de la picaresca y del humor sexualizado y hay insultos que emergen del miedo y de la rabia. No pocas veces son combinaciones barrocas con resoluciones explosivas. Pero en su tesitura áspera, el insulto al poderoso implica un rompimiento. No hay insulto popular contra los oligarcas que no pondere el enérgico tesoro de la rebeldía. Contundentes y expresivos los insultos enriquecen en su intensidad, y en su calidad, muchas de las fórmulas de la lengua española pero con la jactancia de quien descubre una fuerza ofensiva cargada con analogías que ven el léxico como un arma que tiene, indudablemente, aristas destructoras. La defensiva pasando a la ofensiva. Igual que los tesoros, los insultos suelen estar a flor de tierra y así, a lomos de muchos siglos, los lenguajes peyorativos de clase se ha fortalecido, pacientemente. Es un arsenal popular de palabras que al hacer temblar la vanidad del poder y el poder de la explotación, extienden su ejemplo y se contagian más allá de la perspectiva común y de la comarca del sometimiento (no hay límites idiomáticos ni gestuales). Es un jardín fértil donde se rehacen los armamentos de las batallas diarias y su poderío se vuelve potencialmente infinito. Pésele a quien le pese. También es posible crear nuevos insultos mediante la formación de conceptos y de vocablos contra los estereotipos impuestos que caracterizan una conducta determinada o el nombre de una clase de individuos (pero esto no es una cátedra de gramática) por cuanto el insulto refleja al modo de producción y a las relaciones de producción degeneradas en hartazgo y en rebeldía de pueblo contra sus “amos”. Quedan fuera de ésta reflexión aquellas manías burlonas que son sólo desplantes del individualismo burgués infiltradas en los pueblos como formas de catarsis reducidas a banalidades. De esas, no obstante, conviene rescatar lo que de ingenioso puedan desarrollar gracias la creatividad personal y que bien pueden dar un salto de calidad movilizadas por el abrigo de consensos que recojan lo que de fuerza rebelde aporten. Algunos ejemplos muy valiosos están fermentando, por ejemplo, en USA contra Donald Trump y las esquizofrenias mafiosas en sus empresarios de la guerra. Así y todo sabemos bien que sólo con insultos a los “poderosos” no se transforma la realidad. Que, incluso, una época fértil en denuestos no implica, “per se”, saldos positivos en materia de organización ni de elaboración de programas

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Impunidad domiciliaria para genocidas

Fuente: Carlos Rozanski | Página 12 Fecha: 07 de MAR 2018 La descabellada iniciativa del Gobierno, de mandar a su casa a 96 genocidas, con la excusa de que eso “descomprimiría” las cárceles, hiere a una parte importante de la sociedad. Si bien es cierto que las cárceles federales y provinciales, en violación de la Constitución Nacional, mantienen hacinados a decenas de miles de detenidos, es falso que al Poder Ejecutivo le interesen esos presos. No al menos los presos sociales –que son la inmensa mayoría- y los presos políticos, que sólo están encarcelados por decisión del régimen. Lo que en realidad les importa son aquellos procesados y condenados por delitos de lesa humanidad, cuya prisión colisiona con la ideología de quienes, por el momento, conducen la política oficial. No podemos soslayar que, desde el primer día de gestión, la banalización y negacionismo de las violaciones a derechos humanos cometidas por la dictadura de los 70, fue la regla y el precedente de este nuevo atropello. En ese sentido, cabe recordar que los delitos de lesa humanidad, que son aquellos cuya gravedad trasciende al daño individual ya que afectan a la humanidad toda, son los que, en nuestro sistema legal, reciben la mayor sanción prevista por el Código Penal. En nuestro país, los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar configuraron, además, el delito internacional de genocidio. A partir del año 2003, se dieron en la República Argentina las condiciones para que numerosos genocidas fueran juzgados y condenados por los tribunales locales, en un proceso histórico que no reconoce antecedente en el mundo. En ese proceso, cientos de represores han sido condenados por delitos gravísimos como homicidios, desaparición forzada de personas, apropiación de bebés, violaciones, torturas y robos calificados. Por la magnitud y características de las penas aplicadas y los delitos cometidos, los procesados y condenados, han permanecido en cárceles de nuestro país, ya sea durante los procesos, o bien cumpliendo sus condenas. Ante esa realidad, como sucede con todos los avances sociales que generan pérdida de privilegios o el fin de la impunidad, como la que gozaron durante décadas los genocidas, se producen reacciones. Esas reacciones pueden traducirse en amenazas o daños concretos a víctimas y testigos que los incriminen, llegando en el trágico caso del testigo Jorge Julio López a su desaparición forzada en el año 2006 durante la última etapa del juicio a Miguel Osvaldo Etchecolatz. El nombrado ex jefe policial – hoy en su hogar- resultó en esa oportunidad condenado a reclusión perpetua, pena máxima prevista por nuestro ordenamiento jurídico. Otro aspecto de las citadas reacciones reside en las estrategias llevadas adelante para lograr una impunidad de hecho, conocida como “prisión domiciliaria”. Se trata de un instituto regulado en la Ley 24660, que implica una opción y no una obligación de los jueces de conceder ese beneficio. Esto resulta fundamental porque pone en evidencia que esas prebendas son otorgadas por clara y explícita voluntad de los magistrados y no por obligación legal. La razón sistemáticamente esgrimida en las resoluciones favorables -en los casos de lesa humanidad- es la de que se otorga por “estrictas razones humanitarias”. Se impone explicar sintéticamente la falacia de esa argumentación. Las personas mayores de 70 años de edad suelen presentar algunos problemas de salud derivados de la etapa etaria que atraviesan. En diversos casos llegan a afecciones que incluso ponen en riesgo su vida, de no contarse con ayuda médica inmediata o lo más rápida posible. En ese sentido, algunos casos de detenidos por delitos de lesa humanidad ayudan a tener claro el tema. En el caso del nombrado Etchecolatz, se tramitaron –previo a su actual libertad domiciliaria- diversos pedidos de ese beneficio. Allí, el Hospital Penitenciario Central (HPC) respondió en su momento a preguntas específicas del tribunal actuante que el condenado en cuestión –o cualquier otro allí alojado-, en caso de requerir auxilio médico urgente, lo recibiría en el plazo aproximado de 5 minutos. Para situaciones de mayor riesgo que requirieran una complejidad de atención superior a la que dispone el HPC (que de por sí es bastante alta y competente), se podría trasladar al interno a un nosocomio de alta complejidad en un lapso de alrededor de 15 minutos. Resulta obvio que un detenido que gozara del beneficio de cumplir su pena en su casa en ningún caso estaría en condiciones de recibir ayuda médica en lapsos tan reducidos de tiempo. Esto, no por obvio deja de ser impactante, ya que da por tierra la excusa “humanitaria” en el caso de detenidos enfermos, sean leves o graves. Resulta claramente más humanitario proveer condiciones de ayuda médica rápida a quien la necesita, que mandarlo a su casa. Una prueba dramática de lo dicho es el caso del represor Miguel Colicigno, quien durante 1976 fue jefe del centro clandestino de detención y tortura «Protobanco» que funcionó en Camino de Cintura y Autopista Riccheri. El represor había estado prófugo de la justicia durante 2 años antes de ser detenido. El 16 de junio de 2016, ya apresado, Colicigno se encontraba en su casa gozando de la denominada “prisión domiciliaria” por su edad (86 años) y alegadas condiciones de salud. Sin embargo, su deceso se produjo a raíz de un suceso ocurrido mientras se encontraba subido a una escalera, podando un limonero. Desde allí cayó hacia una pileta de natación que no tenía agua y como consecuencia de las lesiones de la caída falleció. Emblemático desenlace para el tema en análisis. Está demás aclarar que la casa de Colicigno no fue precisamente un espacio seguro para su salud. En segundo lugar, su estado le permitió subir a una escalera para podar un árbol. Finalmente, los limoneros y la pileta de natación dan cuenta claramente del nivel de vida de quien, luego de permanecer dos años prófugo de la justicia, acusado de gravísimos delitos, es enviado a su casa por “razones humanitarias”. Si bien el tema permitiría un desarrollo más extenso, baste para finalizar este breve análisis, efectuar algunas conclusiones que considero oportunas. Los procesados o condenados por delitos de lesa humanidad deben afrontar el proceso y una eventual condena en prisión. Lo contrario viola el compromiso

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El legado de Chávez

Fuente: Atilio Boron | atilioboron.com.ar Fecha: 5 de MAR 2018 Hoy, 5 de marzo, se cumplen cinco años desde la desaparición física de Hugo Chávez Frías y es justo y necesario aportar una breve reflexión sobre el legado que dejó su presencia en Venezuela y en América Latina y el Caribe. Como antes, en 1959, Fidel con el triunfo de la Revolución Cubana, la irrupción de Chávez en la política de su país rápidamente se internacionalizó y alcanzó una proyección continental. No sería una exageración afirmar que con una diferencia de cuarenta años (recordemos que el bolivariano asume la presidencia de su país en 1999) la historia contemporánea de Nuestra América experimentó esos dos terremotos políticos que modificaron irreversiblemente el paisaje político y social de la región. Chávez recogió las banderas que habían sido izadas por Fidel: su exhortación martiana a luchar porla Segunda y Definitiva Independencia de nuestros pueblos y las enclavó en el fértil terreno de la tradición  bolivariana. Con Chávez se hizo realidad aquello que retratara el verso de Neruda cuando el Libertador dijera que «despierto cada cien años cuando despierta el pueblo». Y con la rebelión del 4F Chávez acabó con el letargo del pueblo, rebelión que, “por ahora”, había sido derrotada. Pero Chávez sabía que ese pueblo ya estaba alistándose para librar las grandes batallas a los que había sido convocado por Bolívar, re-encarnado en los cuerpos y las almas de millones de venezolanas y venezolanos que se lanzaron a las calles para instalar a Chávez en el Palacio de Miraflores. Y cuando la conspiración del imperialismo y sus peones locales quiso poner fin a ese proceso el 11 de Abril del 2002 una inmensa movilización popular hizo saltar por los aires a los lúgubres emisarios del pasado y reinstaló al Comandante Chávez en la presidencia. Los cinco años transcurridos desde su siembra otorgan una perspectiva suficiente como para evaluar los alcances de su frondoso y multifacético legado. Los avances económicos y sociales experimentados por el pueblo venezolano, hoy atacados con feroz salvajismo por el desenfreno norteamericano y la infamia de sus lugartenientes locales, son importantes pero no son lo esencial. A nuestro juicio lo fundamental, lo esencial, es que Chávez produjo una revolución en las conciencias, cambió para siempre la cabeza de nuestros pueblos, y esto es un logro más significativo y perdurable que cualquier beneficio  económico. Gracias a Chávez, en su país natal y en toda América Latina y el Caribe se hizo carne la idea de que los avances logrados en estos últimos veinte años son irreversibles y que cualquier pretensión de retornar al pasado tropezará con enormes resistencias populares. La inmensa popularidad de Chávez en toda la región revela la profundidad de esos cambios experimentados en el imaginario popular. Algunos dicen, con evidente mala intención, que el “ciclo progresista” ha concluido. Pero los ventrílocuos del imperialismo en vano tratan de ocultar que la heroica resistencia de los venezolanos ante las brutales agresiones y ataques lanzados por Washington revela, por el contrario, que pese a las enormes dificultades y privaciones de todo tipo a que está sometido el pueblo chavista, éste no tolerará un retorno al pasado, a aquella “moribunda constitución” que Chávez reemplazara con una pieza jurídica ejemplar. Y ese pueblo resiste, y lo hace con tanta fuerza que la oposición que pedía elecciones para acabar con el gobierno de Nicolás Maduro ahora ya no quiere competir porque sabe que será arrasada por un tsunami chavista. Su opción ahora es claramente extra institucional o, más claramente, insurreccional. Resisten en Venezuela como lo hace y lucha con increíble heroísmo el pueblo hondureño, ante la farsa electoral montada por “la embajada” en Tegucigalpa. Pasaron ya tres meses desde que se proclamara el triunfo de Juan O. Hernández y el pueblo sigue en las calles protestando por ese obsceno atraco electoral. Como lo hicieron antes, durante meses, los mexicanos a causa del robo perpetrado contra Andrés Manuel López Obrador en las elecciones del 2012. Pueblos que se adhieren a las candidaturas progresistas y de izquierda en México (otra vez con López Obrador) y en Colombia (Gustavo Petro); o que con su abstención muestra su repulsa ante la estafa electoral montada en las elecciones presidenciales de Chile. Resiste también en Brasil, donde Michel Temer, es el presidente más impopular de la historia reciente (con un nivel de aprobación del 3%, mientras que su imagen negativa se ubica en torno al 75 %) y lucha por elecciones honestas con Lula como candidato. Y en Perú, donde el gobierno de Pedro P. Kuczinski quedó lastrado por las evidencias del caso Odebrecht y se tambalea ante la creciente ola de descontento que recorre al país. Y resiste con determinación y coraje el pueblo en la Argentina, colocando a la defensiva al gobierno de Mauricio Macri y arrojando espesas sombras de duda sobre la posible continuidad del gobierno de Cambiemos después de las elecciones de 2019. He aquí el extraordinario legado de Chávez: cambió la conciencia de los pueblos, triunfó en la “batalla de ideas” reclamada por Fidel y a resultas de lo cual en América Latina y el Caribe la derecha ya no puede ganar elecciones, con la solitaria –y seguramente temporaria- excepción de la Argentina. En los demás países el imperio debe recurrir al “golpe blando” como en Honduras, Paraguay, Brasil; o al fraude más descarado, como en Honduras y México; o descargando su inmenso poder mediático para atemorizar y confundir a la población, como en Bolivia, o para blindar mediáticamente la corrupción del gobierno de Mauricio Macri en la Argentina; o  apelando al viejo expediente colombiano de asesinar a los candidatos de las fuerzas opositoras, como hace apenas un par de días intentaron hacerlo con Gustavo Petro, que encabeza la intención de voto en la sufrida y entrañable Colombia. Y allí donde todavía no hay fuerzas de izquierda o progresistas que se constituyan como verdaderas alternativas, caso de Chile, la respuesta popular es el retraimiento y el repudio a esa dirigencia política conservadora y neocolonial. Conclusión: ningún “fin de ciclo”. La lucha continúa mientras la

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