Fuente: Hagai El-Ad* | SinPermiso.info
Fecha: 27 de ABRIL 2017
El pasado 25 de abril, el primer ministro Netanyahu situó al ministro socialdemócrata alemán de asuntos exteriores, Sigmar Gabriel, ante un ultimátum durante su visita a Israel: o se reunía con B’Tselem o con Netanyahu, pero que con ambos era imposible. Gabriel se reunió con B’Tselem, convirtiendo a la pequeña ONG israelí en una alternativa de igual a igual con Netanyahu o, si se quiere, optando entre la ocupación o un acuerdo de paz que respete las fronteras de 1967. El director ejecutivo de B’Tselem explica de que se trata. SP
Todo un ejército de políticos y jueces, de agentes de relaciones públicas y diplomáticos, de agentes penitenciarios y del servicio de seguridad Shin Bet, de policías y soldados, de burócratas y funcionarios para mantener la ocupación. Y a pesar de todo, Netanyahu tiene miedo.
El primer ministro Benjamin Netanyahu no pudo impedir que el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania escuchará de B’Tselem algunos hechos sobre la ocupación esta semana. Este fracaso se suma al anterior de Netanyahu con el primer ministro de Bélgica, que también quiso ser informado de estos hechos hace unas semanas, ni tampoco pudo impedir su denuncia ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hace unos meses. El mundo ha escuchado, oye y seguirá oyendo hablar de la ocupación, y sólo hay una cosa que el gobierno israelí puede hacer al respecto: poner fin a la ocupación.
Los hechos son conocidos desde hace mucho tiempo. Menos de dos meses antes del 50 aniversario de la ocupación, todo el mundo sabe que Israel controla todo el territorio y a toda la población entre el mar Mediterráneo y el río Jordán. Saben que este control violento de millones de personas en Cisjordania (incluida Jerusalén oriental) y en la Franja de Gaza se concreta en una cruel rutina diaria de despojo, destrucción, matanza y subyugación de los palestinos, cada minuto de cada día durante medio siglo, a capricho de sus amos israelíes.
Durante la mayor parte de su historia, y cada día que amanece, el estado ha optado por seguir controlando a los palestinos. Todas las instituciones administrativas, legales, de planificación y militares israelíes son complaces de ello. Pero no hay encubrimiento ético o legal que pueda ocultar las profundas implicaciones de esta violencia diaria. La gente decente hará todo lo que esté en su poder para acabar con esta injusticia.
Si los hechos son conocidos, ¿de qué tiene miedo Netanyahu?
El primer ministro y sus colegas de la coalición, junto con la mayoría de los partidos de la «oposición», no tienen ninguna intención de terminar con la ocupación. Se han acostumbrado a la situación imperante en el último medio siglo, en la que Israel gradualmente avanza sus intereses a espaldas de los palestinos sin pagar un precio internacional por ello. Es un «Israbluff» de proporciones históricas; Israel no cumple con los requisitos más elementales de una democracia, pero se beneficia de ser miembro del club de las naciones democráticas. Esto nos permite seguir gobernando sobre otro pueblo, desafiando los principios morales fundamentales y el derecho internacional.
Como israelíes, no podemos resignarnos a la continuación de esta ocupación que dura ya 50 años y a las violaciones de los derechos humanos que implica. Pero mientras el mundo permanezca indiferente ante la situación y se abstenga de actuar, el Israbluff seguirá prosperando. Por esa razón, la comunidad internacional debe ser firme a la hora de explicar a Israel que sus acciones más allá de la línea verde cruzan líneas rojas.
A lo que tienen miedo Netanyahu y todos los que apoyan el status quo es que esta linea de conducta internacional se concretice.
Y ello debe alentar, y mucho, a los israelíes que se oponen a la ocupación. Los funcionarios internacionales que están ponderando sus políticas deben prestar mucha atención a estos hechos. Después de todo, B’Tselem es una organización pequeña, cuyo presupuesto anual apenas representa una décima parte de lo que se gasta en la seguridad de los colonos que viven en el corazón de los barrios palestinos de Jerusalén Este. El Estado, por otro lado, ha gastado durante 50 años miles de millones para preservar y mantener la atrocidad moral de la ocupación. La ocupación necesita un ejército entero de políticos y jueces, agentes de relaciones públicas y diplomáticos, agentes penitenciarios y del servicio de seguridad Shin Bet, de policías y soldados, de burócratas y funcionarios. Y a pesar de todo, Netanyahu tiene miedo.
Fomentar esa ansiedad de los partidarios del status quo debe ser parte de nuestro plan de trabajo. El camino no violento para acabar con la ocupación depende de que se pueda persuadir al mundo, y especialmente a los amigos de Israel, que deben dejar claro a Israel que lo que fue no será y que la continuación de la ocupación provocará medidas internacionales.
No obedecemos a Netanyahu. Tampoco el mundo. Sobre todo, no se puede ordenar que los hechos desaparezcan, ni tampoco se puede decretar que el mal se disfrace de justicia. Hoy, pocas semanas antes del 50 aniversario de la ocupación, existe la esperanza de que, manteniendo resueltamente la lucha aquí, en Israel, y en cualquier escenario internacional importante, se pueda acabar con la ocupación.
* Director Ejecutivo de B’Tselem (Centro de Información Israelí para los derechos humanos en los Territorios Ocupados)