Fuente: Alejandra Dandan | El Cohete a la Luna Fecha: 25 de MAR 2018 Podés patearla o tirar directo, dijo la piba de La Poderosa. El niño agarró la pelota con una foto pegada de Juan Miguel “El Nazi” Walk, comisario mayor y director de investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, con prisión domiciliaria en su casa de Mar del Plata. ¡Vamos!, volvió a decir la piba. El niño pateó directo a un arco de cancha, armado en medio de la Avenida de Mayo. No le falló la puntería. La piba dijo: ¡Adentroooo! Y el niño volvió a meter a Walk, de alguna manera, adentro de esa red callejera, esa suerte de prisión social de la que pese a todo, los genocidas ya no pueden escapar. La conmemoración del 42 aniversario del golpe de Estado volvió a tener ese aire de fiesta de la democracia. El pedido de cárcel común y efectiva para los responsables del horroroso exterminio de este país atravesó cada una de las postales del día: stencil en la calle, cartones transformados en pecheras, pasacalles con la palabra genocidas, remeras y hasta enormes retratos tamaño real preparados por primera vez por un grupo de sobrevivientes de la ESMA con todos los ‘malos’ más simbólicos sobre los que sobrevuelan vientos de impunidad. La calle abrió así su diálogo con el escenario, donde las domiciliarias aparecieron como parte de las consignas de la convocatoria del 24M de los organismos de derechos humanos. “A 42 años del golpe cívico-militar —decía—, denunciamos el mismo plan económico y sostenemos la misma lucha: por eso, hoy marchamos contra el ajuste, la represión y la impunidad. ¡Por una democracia sin presos y presas políticos ni genocidas sueltos!” Cientos de miles de mujeres y varones acudieron a la cita cuyo punto de encuentro fue la cabeza de la bandera de los detenidos desaparecidos, que ingresó alrededor de las tres de la tarde a la Plaza de Mayo, con la primera mitad liberada contrarreloj para esta marcha. Desde el escenario, integrantes de Madres, Abuelas, Hijos, Familiares, CELS y la Liga, entre otros organismos, leyeron el documento consensuado que tuvo entre sus subrayados muy especialmente el diálogo con la calle. Allí entró el 2×1 y las domiciliarias: “El pañuelazo de un millón de personas en todas las plazas del país”, que frenó el intento de liberar con el 2×1 a los genocidas encabezado por el gobierno y la Corte Suprema. Y el reconocimiento a “la lucha del pueblo”, volvió a oírse en fragmentos que recordaron que fue la movilización “la que posibilitó que se revocara el privilegio que permitió al genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz pasar el verano en una casa con pileta en Mar del Plata”. Ese pueblo que desde hace dos años sale a la calle para frenar intentos de retroceso en todos los frentes, volvió a ser evocado desde el escenario. “A los ciudadanas y ciudadanos que están en las calles —dijo Vera Jarach, de Madres de Plaza de Mayo—, queremos decirles que las Madres los abrazan”. Por ahí arriba también pasaron nombres que marcaron la agenda política del último año: Santiago Maldonado y su familia, su madre Elena y su hermano Sergio pisaron el escenario. Rubén, el hijo de Julio López. Y Carlos Zannini, recién liberado de la cárcel. Y el diálogo con la calle retumbó transformado en un silbido cuando el documento recordó la participación de la cúpula de la Iglesia sentada en la mesa de Videla o a los grupos económicos beneficiados por la dictadura. Dijeron Clarín, La Nación. Y la calle dijo: —¡¡Uhhh!! La Nueva Provincia de Massot, la editorial Atlántida, la Sociedad Rural Argentina. Y la calle repitió el silbido. Ledesma de Blaquier. La Ford, ahora en juicio. La Fiat. Mercedes Benz. La embajada de Estados Unidos detrás de todo, dijeron. Y la corporación judicial, que rechazó “miles y miles de hábeas corpus”. El Mundial. Malvinas. Y en el presente, las políticas de vaciamiento de los programas de memoria, verdad y justicia. Y la calle volvió a silbar. “También queremos destacar que cuando hay voluntad política, los derechos humanos pueden ser políticas de Estado”, dijo Estela Carlotto en el tramo de su lectura. “Así quedó demostrado durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, donde muchas de nuestras banderas se hicieron realidad. Hace 14 años, un 24 de marzo, Néstor Kirchner bajó los cuadros de Jorge Videla y Reynaldo Bignone del Colegio Militar. Esos genocidas murieron juzgados y condenados a prisión perpetua y en una cárcel común gracias a la lucha del pueblo. Por eso le reiteramos al gobierno que no permitiremos ni un retroceso en Memoria, Verdad y Justicia”. A las dos de la tarde Ramiro Pérez se compró su remera de Juicio y Castigo. Delegado del Ferrocarril Urquiza, parte de la Juventud Sindical, llegó con su organización pero también hizo recorrido aparte. Dijo que estaba ahí porque sí, porque es una fecha clave en su rol como delegado gremial. Cuando tenía 19 años y empezaba medicina, de lo que más se acuerda es de su madre diciéndole: No te metas en el centro de estudiantes. “Creo que me dio mucha vergüenza por mi vieja, yo terminé militando, pero entendí que ellos pertenecen a una generación que miró para el costado, criados por familia de milicos”. No dijo si su madre era una de cientos de señoras muy grandes que anduvieron por las calles enganchadas entre las multitudes, porque había muchas, pero perfectamente podría serlo: pasó el tiempo y la vida, su madre ahora es delegada de sanidad. La vendedora de las remeras del Juicio y Castigo tenía otras con 30.000, otras con pañuelos, ese símbolo una y otra vez recuperado por la calle. Y en una esquina puso a flamear bien a la vista una con la cara de Cristina y el Vuelve. Dijo que le sobró de la época de la campaña, pero, ¿viste?, agrega: Volvió. —¡¿Ustedes vieron a ese grupo de senegaleses tocando batucadas adelante de la Chilinga?!—, pregunta emocionada Ana González, antropóloga y militante—. ¡Acabo de decirles: ¡Massar