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¿Termina como en 1995 o como en 2001?

Fuente: Julian Zícari* | Página 12 Fecha: 29 de MAY 2018 Durante la década que rigió la convertibilidad el país tuvo dos crisis severas, una en 1995 y otra en 2001. Ambas pusieron bajo presión al sistema y llevaron a que los gobiernos a cargo de capearlas recurrieran al Fondo Monetario Internacional como prestamista de última instancia. Los resultados fueron totalmente opuestos en uno y otro caso. En 1995, tras sufrir una recesión de un año, la economía se recuperó y volvió a crecer durante dos años. En cambio, la crisis de 2001 no pudo revertirse y terminó en un terrible hundimiento. ¿Por qué se obtuvieron resultados tan distintos? La crisis de 1995 tuvo una causa clara. Estados Unidos comenzó una fuerte suba de su tasa de interés generando como consecuencia algo similar a lo que está ocurriendo hoy: muchos capitales especulativos decidieron dejar las economías periféricas -en especial las latinoamericanas- y refugiarse en destinos más seguros para captar las altas tasas. Tal huida de capital llevó a la economía mexicana a devaluar en diciembre de 1994. Lo sucedido en México pareció un anticipo de lo que podría ocurrir en Argentina, por lo que las corridas bancarias y cambiarias se hicieron sentir con fuerza, proyectando un derrumbe de la convertibilidad y de la economía. Para enfrentar el shock externo, el entonces presidente Menem y su ministro Cavallo recurrieron al FMI para obtener un salvataje, algo similar a lo que está intentando el macrismo en la actualidad. A su vez, se aplicó un fuerte programa de ajuste a partir de marzo de 1995, que incluyó el aumento del IVA, el despido de empleados estatales y la promesa de más privatizaciones. Lo llamativo fue que apenas dos meses después se realizaron las elecciones presidenciales (mayo de 1995), con la economía en recesión y el desempleo arriba del 18 por ciento, y pese a ello la población ratificó a Menem en la Casa Rosada. En suma, la mayoría demostró estar dispuesta a pagar cualquier precio con tal de mantener la convertibilidad, tolerando el ajuste. Años después, la situación volvió a ser complicada. La economía entró en recesión en 1998, se fue cerrando el flujo de fondos externos y se sembraron dudas sobre la continuidad de la convertibilidad. Por eso, en diciembre de 2000 el presidente De la Rúa cerró un acuerdo con el FMI para despejar temores y así obtuvo el Blindaje, con el cual pretendía cubrir las necesidades financieras del gobierno por los años siguientes. Eso demostró no ser suficiente y a mediados de 2001 se debió renegociar parte de la deuda externa con los acreedores, realizándose el megacanje. A su vez, al igual que Menem en 1995, el tándem De la Rúa-Cavallo buscó demostrar su compromiso con el pago de deuda y aplicó un gigantesco ajuste en julio, con la “ley de déficit cero”. Gracias a este “esfuerzo”, el FMI premió al país con el “salvataje” en septiembre de 2001, otorgándole otros 8 mil millones de dólares para terminar con las dudas frente a la crisis. El final de la historia de 2001 es conocida: apenas tres meses después del “salvataje” llegó el corralito, los saqueos y la rebelión popular que le puso fin a Cavallo y De la Rúa. ¿Por qué esta vez el resultado fue diferente? La respuesta no hay que buscarla en lo que hizo el FMI, ya que en 1995 asistió a Menem con 2300 millones de dólares y en 2001 con 10.600 millones. Es decir, en la crisis que terminó por estallar su intervención fue cinco veces más “generosa” y sin embargo todo explotó. La clave para la respuesta está en la capacidad de la tolerancia popular frente al ajuste: en 1995 la población pareció avalarlo, ya que ratificó a Menem en las elecciones. En cambio, en 2001 la población respondió con el “voto bronca”, con los piqueteros, los sectores medios activos y un sindicalismo que no dio tregua. En 2001 ya no hubo tolerancia a las políticas de ajuste. Por ello, para saber si el programa de recortes y de flexibilización laboral que el FMI busque imponerle al macrismo tendrá éxito o no, debemos preguntarnos si la población estará dispuesta a movilizarse o será pasiva. Esa es la cuestión hacia el futuro. *Julián Zícari: Autor del libro Camino al colapso. Cómo llegamos los argentinos al 2001.  

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Lo que exijan los mercados

Fuente: Carlos Heller | TiempoAr Fecha: 19 de MAY 2018 El gobierno acaba de redoblar su apuesta de mayor ajuste fiscal y monetario, y ahora, además, cuenta con la auditoría que ejerce el sistema financiero internacional. Sin embargo, no podrá esconder su responsabilidad por el costo productivo y social de sus políticas, que cada vez es más elevado. El presidente afirmó el miércoles: «Lo que pasó en estas semanas es que el mundo ha decidido que la velocidad con que nos habíamos comprometido a reducir el déficit fiscal no es suficiente en términos de garantizar que vamos a hacerlo con la seriedad y la profundidad que se necesita. Por eso tenemos que acelerar». Implícitamente está diciendo que los que votan cotidianamente no son los ciudadanos de a pie sino los mercados, y que es la credibilidad ante estos últimos la que debemos conquistar. Muy parecido a lo que ocurrió durante el menemismo y el gobierno de la Alianza, cuando las políticas públicas no se evaluaban en función de los resultados sociales sino de la reacción que mostraban las variables financieras. Daniel Artana, economista de FIEL, fue explícito: «Hay que mirar el riesgo país». ¿Recuerdan los lectores los aciagos días cuando a este indicador se lo señalaba como el reflejo de las tareas pendientes, y se lo informaba más de una vez por día? Los medios hegemónicos levantaron la idea de la «autocrítica» y el reconocimiento de Macri. Por ejemplo: «Hemos tenido problemas de coordinación entre el gabinete económico y el Banco Central»; o «pusimos metas (de inflación) demasiado optimistas y mucha gente se irritó». Cada vez suena más lejana la frase «el mejor equipo de los últimos 50 años», que junto con la idea de la autocrítica forman parte de la típica posverdad que ensaya el gobierno. Nada distinto ocurrirá mientras no se modifiquen las bases del modelo. El llamado «súper martes» se resolvió con relativa calma para lo que se anticipaba. Se renovó la totalidad de las Lebac e incluso se colocaron $ 5.000 millones adicionales. Sorprendió la colocación de dos bonos en pesos del Ministerio de Finanzas, a cinco y ocho años a una tasa fija del 20% y 19%, un rendimiento que está muy por debajo del de las Lebac y que fue convalidado por fondos de inversión externos altamente especulativos. Y se refuerza la hipótesis de que el evento cambiario pudo haber sido amplificado para permitir un salto devaluatorio, golpear luego las puertas del FMI y arremeter con un plan económico que anticipa crudos inviernos. De hecho, la tasa de interés de las Lebac ya se estableció en el 40%, reforzando una política monetaria con fuertes impactos en la actividad económica. Si sube la tasa de las letras que emite el BCRA arrastra consigo a toda la estructura de tasas –para préstamos y depósitos— del sistema financiero. Esto determina una economía que desestimula la producción. A lo que hay que sumarle el impacto del menor consumo por salarios que se ajustan muy por debajo de la inflación, y de la suba de tarifas, las más grandes amenazas para las pequeñas y medianas empresas. El ministro de Producción, Francisco Cabrera, cree que la situación es otra: «No hay una sola pyme que haya cerrado por las tarifas. La energía incide entre el 3% y el 5% de los costos. El 95% está en otras cosas». Niega la realidad: si cerraron, ocurrió por la conjunción de todos los impactos de las políticas de este gobierno, incluido el elevado peso de las tarifas. En la semana, Macri avaló la existencia de altas tasas de interés al señalar que «la política antiinflacionaria es exclusivamente responsabilidad del Central» y acto seguido su titular, Federico Sturzenegger, reforzó la idea: «No le habíamos prestado suficiente atención a las señales del mercado y por eso hicimos tres correcciones al alza a la tasa de interés y esta tasa vino para quedarse hasta cuando haga falta». En las «Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero», que publicó El Vaticano, se sostiene, entre otras ideas: «Cómo no pensar en la función social insustituible del crédito (…) Resulta claro que la aplicación de tasas de interés excesivamente altas que de hecho no son sostenibles por los prestatarios, representa una operación no sólo ilegítima bajo el perfil ético, sino también disfuncional para la salud del sistema económico». Argumento que se sitúa en la vereda opuesta a las ideas del actual gobierno. La herramienta antiinflacionaria de Cambiemos es la restricción monetaria con altas tasas de interés. Desde esta lógica monetarista, no habría política inflacionaria que pueda hacerse incidiendo sobre la estructura de conformación de precios. Tampoco sería posible disociar los precios internos de los internacionales, con herramientas como retenciones o permisos para exportar ciertos productos que forman parte de los denominados «bienes salario», como es el caso del trigo y del maíz. El monetarismo sólo puede tener «éxito» en parar la inflación si la tasa de interés logra frenar fuertemente el crédito interno, la producción y la ocupación. Por eso los funcionarios ya están descontando que habrá un menor crecimiento, como lo anticipó el ministro Nicolás Dujovne. Todo parece indicar que las altas tasas vinieron para quedarse y ello será complementado por un mayor ajuste fiscal. Argumentos que no son nuevos, y son los que manejan los directores y el staff del FMI. Según Macri: «El Fondo lo único que nos pide es saber qué le vamos a poder pagar y para eso tenemos que tener las cuentas en orden». Sin embargo, las declaraciones no se condicen con lo plasmado en las ya bien conocidas revisiones del Art. IV que publica el FMI. En la que elaboró en diciembre de 2017, para Argentina, se propone «una reforma integral de las instituciones del mercado laboral». Allí se sugiere reducir el nivel requerido de indemnizaciones por despido, fomentar los contratos temporarios, reducir el alcance de las asignaciones familiares, ampliar la cobertura del Impuesto a las Ganancias para los trabajadores, entre otras. Más aun,

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Macri no entiende

Fuente: Alfredo Zaiat | Página 12 Fecha: 17 de MAY 2018 Si el presidente Mauricio Macri está realmente convencido del relato de las causas de la corrida cambiaria que ofreció en la conferencia de prensa ayer en Olivos, y si es compartido también por su equipo de gobierno, otra vez las fuerzas políticas conservadoras, que tienen un inmenso ejército de economistas dedicado hace décadas a confundir a la sociedad, siguen sin entender nada de la debilidad estructural de la economía argentina y sus cíclicas crisis. Macri insistió una y otra vez que el principal problema es el déficit fiscal. Lo mismo repite la enorme red de propaganda pública y privada y casi todos los economistas que circulan por los medios. El camino para abordar el desequilibrio de las cuentas públicas, profundizado por medidas instrumentadas por la administración macrista (eliminación de retenciones y disminución de alícuotas de impuestos progresivos), será acelerar el ajuste fiscal, como informó Macri, en línea con lo aconsejado por el Fondo Monetario Internacional en la evaluación del Artículo IV. Aunque el discurso oficial y dominante continúe prometiendo la bonanza futura con la reducción del gasto público, incluso alcanzando déficit fiscal cero, el peligro de otra fase de la corrida cambiaria seguirá presente. La fragilidad de la economía no es las cuentas fiscales, nominadas en pesos, sino la de las cuentas externas, nominadas en dólares. El argumento falaz para avanzar en un ajuste regresivo es que disminuyendo el déficit fiscal no habrá que seguir mendigando dólares en Wall Street. Financiar necesidades en pesos con endeudamiento en dólares fue uno de los mayores desatinos de la economía macrista. Los billetes verdes que conseguía el Tesoro se los entregaba a cambio de pesos al Banco Central que, a la vez, los reabsorbía emitiendo Lebac, como estrategia principal de una política anti inflacionaria que se demostró fallida. El saldo es el actual desquicio económico con una bomba de tiempo mensual en cada mega vencimiento de Lebac, el agotamiento de la fuente de financiamiento de dólares de Wall Street y la profundización del déficit de las cuentas externas. La restricción externa, o sea la escasez relativa de divisas, es el factor más relevante para entender la inestabilidad económica argentina hoy y desde hace ocho décadas. No hay suficientes dólares para satisfacer la constante e importante demanda de diferentes actores económicos. Prometer entonces que acelerando el ajuste fiscal mejorará la economía, como hizo ayer Macri, actúa, en realidad, como una potente herramienta de extorsión a gobernadores y a la sociedad sensibilizada por la angustia de las últimas semanas agudizada por la memoria colectiva de crisis pasadas. El ajuste fiscal, que ya fue lanzado con la fortísima devaluación que licuó el gasto público y los ahorros de personas y empresas en pesos, es el camino señalado hacia un nuevo capítulo de incertidumbre financiera y, fundamentalmente, es el viento para atizar el fuego de las tensiones sociales. El saldo negativo de la suma del déficit comercial, del desequilibrio del rubro turismo y de otros servicios, de las ganancias enviadas por las multinacionales y bancos extranjeros a las casas matrices y del pago de los intereses de la deuda externa (en total, la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos) es el verdadero talón de Aquiles, no las cuentas fiscales. A esa suma se le agrega la intensa dolarización del ahorro doméstico. Para cubrir ese faltante se necesitan dólares, no pesos. El año pasado, el déficit de Cuenta Corriente fue de 31.000 millones de dólares, equivalente a 4,8 por ciento del Producto Interno Bruto. Desequilibrio que casi duplicó al de 2016 y es idéntico al de 1998, de acuerdo con las estadísticas compiladas por el Banco Mundial. La proyección para este año apuntaba a uno mayor, de unos 38.000 millones de dólares, equivalente a 6,5 por ciento del PIB, número que sería el peor de la serie desde 1976. La devaluación, que arrojó a la moneda nacional al provisorio techo de los 25 pesos, aliviará un poco ese déficit –por una eventual merma de importaciones por la recesión y menor demanda de dólares–, pero igual todavía seguiría siendo muy elevado. Mientras ese déficit puede ser financiado parece que no es importante. Es lo que ha sucedido en los primeros dos años del gobierno de Cambiemos. El 28 de marzo pasado escribí aquí: “El salvavidas inmediato de la economía argentina con déficit de Cuenta Corriente de 5 por ciento del PIB es el financiamiento externo. Este fue utilizado en forma irresponsable por el Gobierno para atender el déficit fiscal cuando lo podía haber hecho con deuda (en pesos) emitida en la plaza local. Las dificultades que se han presentado ahora para seguir seduciendo a los fondos internacionales para que compren nueva deuda es un escenario no tan apacible para el macrismo. El FMI se presenta como prestamista de último recurso si el panorama se sigue oscureciendo”. Y se oscureció en forma fulminante. Se cerró el grifo de dólares y estalló la magia macrista. No fue por el déficit fiscal, fue porque Wall Street dejó de aportar dólares para cubrir el inmenso desequilibrio externo. Como esa puerta no se abrirá por ahora, Macri se abrazó en forma desesperada al FMI. Lo hizo para evitar que siga la hemorragia de reservas y para conseguir los dólares que el mundo de las finanzas internacionales ya no entrega. Para que se entienda, la debilidad de la economía argentina no son los pesos, moneda que emite, sino los dólares, que no genera ni tiene suficientes. Mientras no se comprenda que éste es el principal problema, y no la cuestión fiscal como afirma Macri, y se promueva que con el ajuste del gasto público disminuirá las necesidades de financiamiento en dólares, el riesgo de una corrida cambiaria y el colapso de la economía macrista seguirán estando latente.

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Llover sobre mojado

Fuente: Claudio Scaletta | Página 12 Fecha: 06 de MAY 2018 Aunque abunden los aprendices de brujo, en la macroeconomía no existe la magia. Salvo situaciones límite, que no es el caso, siempre es posible encontrar un nivel de tasa de interés que frene, al menos por un tiempo, una corrida cambiaria. De la misma manera, también existe una tasa de desempleo que puede frenar cualquier proceso inflacionario. Son relaciones que suelen llamarse “de hierro”. El problema, como siempre, no es instantáneo, es lo que viene después. En las últimas dos semanas el modelo económico gubernamental comenzó a dar un giro brusco hacia la radicalización del ajuste. La dirección de las transformaciones emprendidas por Cambiemos era conocida, el dato nuevo fue el cambio de velocidad impuesto no por la voluntad gubernamental, sino por “los mercados”. El gobierno había apostado a planchar el dólar para intentar mantener la estabilidad de la macroeconomía afectada por otras variables, como el nuevo shock tarifario, pero los actores económicos, locales y globales, le dijeron que no. La idea subyacente en la tropa oficialista era que el Banco Central disponía de las reservas suficientes para contener cualquier corrida. No importa si más de 60 mil millones de dólares era mucho o poco, tampoco hilar fino entre reservas brutas y netas, lo que podría deparar sorpresas. El dato duro es que bastaron unas pocas semanas de puja cambiaria para que las reservas pasen de casi 65 mil millones alcanzados en enero a unos 55 mil la semana que pasó. En pocas palabras, se volatilizaron casi 10 mil millones, pero el precio del dólar no se detuvo. Mientras tanto, cuando se había borrado hasta la eterna sonrisa de Sturzenegger, el señor de los cuadritos descendentes, el Banco Central llevó la tasa de referencia al nivel récord del 40 por ciento, un costo sideral para que el dólar ni siquiera baje de los 22 pesos. ¿Eran pocas las reservas internacionales? En realidad no. Lo que quedó en evidencia fue que eran demasiados los desequilibrios acumulados por el modelo y que los llamados mercados comenzaron a advertirlo. Los detalles sobre impuestos a la renta financiera, cambio de condiciones internacionales e impericia en el manejo de la crisis vienen mucho después. También las infaltables sospechas de corrupción con ventas de divisas que habrían favorecido a entidades como el JP Morgan, entre otras, una línea argumentativa que siempre se evitó en este espacio, en el que se prefiere el análisis de la lógica del comportamiento de los actores. Lo que sucedió, al tope de la lista, fue que al establishment financiero le “cayó la ficha” de la insustentabilidad de un déficit de cuenta corriente de 5 puntos del PIB que, además, deberá financiarse con deuda por muchos más años que los previstos por la errática conducción económica colegiada. Luego, para sumar desconcierto en el observador imparcial, extraterrestre, el gobierno hasta se excluyó voluntariamente de disponer de los dólares “genuinos” de las exportaciones, ya que una decisión central de la política económica cambiemita fue eliminar la obligatoriedad de liquidar internamente (cambiar por pesos) las divisas de exportación. En un país con escasez crónica de dólares tanta creencia en la libertad individual produce azoramiento. Dicho de manera rápida, a la dependencia creciente con el exterior, implícita en la toma multimillonaria de deuda para cubrir el déficit externo, el oficialismo sumó la renuncia voluntaria de los grados de libertad brindados por los dólares “propios”. Una vez desatada la corrida y disparadas todas las variables de control, el gobierno recurrió a otra receta remanida, el anuncio de la profundización del ajuste como “señal de confianza para los mercados”. Otra vez las pantallas televisivas con ministros con cara de póquer anunciando la inevitable reducción del gasto público como solución a todo. Alcanza con remitirse a la historia económica para conocer los resultados de antaño de políticas similares. La experiencia enseña que los ajustes purificadores nunca llevan a futuros venturosos, sino a nuevos ajustes más profundos. Se trata de la viejísima historia del perro que se muerde la cola, se achica el gasto, cae la actividad, luego la recaudación y vuelta a empezar. Sucede que los objetivos reales de estas políticas no son los saneamientos anunciados, sino la disminución del peso del Estado en la economía. Un sustrato ideológico que, por supuesto, no se descubre aquí. Si vuelven a traducirse los hechos para el observador extraterrestre, lo que ocurrió es que en una semana se fue por un tubo todo el aparato de legitimación de la política económica, la larga zoncera del gradualismo. Ya no se podrá afirmar que caen los salarios, pero habrá más rutas y cloacas, o que se toma más deuda en dólares para que el gasto público pueda bajar más despacio, presuponiendo que tal baja es buena y deseable. En adelante habrá ajuste puro y duro. En apenas poco más de dos años el macrismo empardó a sus peores antecesores. No existe ninguna razón para pensar que el futuro tendrá resultados diferentes cuando se repiten las mismas políticas del pasado que llevaron al desastre. Y no solamente una vez. La secuencia ya comenzó: calificadoras de riego bajando la nota de la deuda local, prensa financiera internacional afirmando que llegó la hora de salir de la Argentina, el Banco Central obligando a los bancos comerciales a vender dólares y los inefables econochantas sugiriendo que todo sucedió por haber demorado un ajuste mayor. En adelante, el indicador de la futura velocidad de la crisis ya no estará solamente en el precio del dólar, sino también en el nivel de depósitos del sistema financiero. La estanflación, en tanto, llegó para quedarse.

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Aprovechando para reforzar el ajuste

Fuente: Carlos Heller | TiempoAR Fecha: 05 de MAY 2018 Para solucionar las tensiones financieras de esta semana, el gobierno responde a los requerimientos de los inversores externos: bajar el déficit fiscal y aumentar las tasas de interés. Hay un tema que debe quedar claro: el gobierno no está cometiendo errores, sino que está cumpliendo con sus objetivos. Es cierto que la inflación está excediendo sus metas. Pero con el cierre de gran cantidad de paritarias que acordaron un aumento en el año del 15% o menos, en cuotas y sin cláusula gatillo, tanto el salario medido en dólares, como el salario real, seguirán bajando: una ofrenda de «mejora de la productividad» en la mesa de los grandes empresarios. Precisamente, el «cambio» más reclamado por estos. El incremento del dólar le da pie al gobierno para avanzar en el ajuste: Nicolás Dujovne anunció el viernes pasado lo que los mercados esperaban: una reducción del objetivo del déficit fiscal primario del 3,2 al 2,7% del PBI para todo 2018. Unos U$S 3200 millones, bastante más que el gasto del gobierno nacional en Infraestructura, sumando Educación, Vivienda y Agua potable, en todo 2017. O el 70% de los gastos de funcionamiento del Estado (excluidos los salarios). Vaya si es un recorte, pero siempre desde el gasto social y nunca pensando en gravar la riqueza y los grandes ingresos. El ministro informó que la magnitud de los intereses a pagar no se verían afectados: me permito discrepar con esta proposición. En el primer trimestre de 2018 los intereses de la deuda pública crecieron algo más del 100%, y con el aumento del dólar crecerán en forma importante. Parece otra posverdad que desea instalar el oficialismo. Más aún, Dujovne asoció las subas en el dólar con que «tenemos más incertidumbre doméstica por la presión fiscal de los proyectos irresponsables que en el Congreso quieren modificar nuestra política tarifaria». También informó que, de prosperar estos proyectos, significarían un aumento del gasto público de $ 200 mil millones. Sin embargo, los subsidios a las tarifas energéticas se redujeron $ 83.552 millones en 2017, según detalla su ministerio. Si lo informado por el ministro es correcto, esta cuenta puede servir para reforzar una idea que expreso cotidianamente: una parte menor del aumento de tarifas realizado va a la reducción de subsidios, y una parte importante al aumento de la rentabilidad de las empresas de servicios públicos. Las razones de las tensiones que se desplegaron en las dos últimas semanas en el mercado cambiario son varias. La primera causa es la extrema liberalización de las variables financieras y cambiarias, que agregan volatilidad y una gran dependencia del exterior, especialmente para Argentina, en donde la moneda de ahorro y la referencia para tomar decisiones sigue siendo el dólar. También una fuerte liberalización comercial, que lleva a severos déficits de la Balanza Comercial (exportaciones menos importaciones) junto con la no obligación de los exportadores de ingresar divisas al país, convirtiendo así un negocio comercial en especulación financiera. En la actualidad, el mundo viene complicado. Se está viviendo la suba de la tasa de interés del bono a 10 años del Tesoro estadounidense, que superó el 3% anual. Este aumento, junto con los incrementos proyectados en la tasa de referencia de la Reserva Federal para lo que resta del año, generaron una apreciación del dólar en relación a las otras monedas. Y hay un «vuelo a la calidad» de las inversiones externas en los países en desarrollo, hacia Estados Unidos. Por este hecho, las monedas del resto de los países se depreciaron, ya sea el euro como el yen. Las monedas latinoamericanas cayeron en mayor medida: cobra especial importancia la baja del real, que impacta fuertemente en nuestra economía. Aquí aparece entonces el dilema del gobierno argentino: si permite que el tipo de cambio flotante se adecue a la situación internacional, con una depreciación de nuestra moneda, el aumento del valor del dólar determinará una mayor inflación, complicando este frente. Es lo que yo llamo «el efecto de la frazada corta». Si persigue un objetivo, empeora la chance de lograr el otro. De allí que ante la primera presión importante del mercado (un día antes que entrara en vigencia el impuesto a la renta para los inversores externos) el BCRA decidió mantener el dólar en torno al valor existente los días anteriores, $ 20,25. En esa oportunidad vendió U$S 1472 millones de las Reservas Internacionales, la cifra más alta de ventas en un día para los últimos años. En los días siguientes siguió vendiendo, pero el valor del dólar comenzó a deslizarse al alza. Después de haber vendido U$S 5686 millones en abril y los dos primeros días hábiles de mayo (que se suman a los U$S 2040 vendidos en marzo), decidió dejar flotar libremente la moneda y el dólar llegó a los $ 23 el 3 de mayo (debido a una solitaria operación realizada al final de la rueda mayorista). En el medio, el BCRA subió la tasa de interés de política monetaria 3 puntos hasta el 30,25% el último día de abril, y volvió a subirla 3 puntos, a 33,25% dos días hábiles después, el 3 de mayo. Cabe citar que este último día, el BCRA realizó operaciones de Lebacs a una tasa del 39% anual. Pero la artillería pesada se desplegó el 4 de mayo: subió la tasa de política monetaria 6,75 puntos a nada menos que el 40 por ciento. Además, decidió reducir en dos tercios el límite a la posesión de dólares de los bancos, llamativamente, volviendo al límite existente hasta noviembre de 2015. Esto implicará que los bancos coloquen en el mercado esos dólares que a partir del lunes no podrán tener en sus balances. Es una medida adecuada, pero indica que a los funcionarios del BCRA no les tiembla el pulso para reglamentar cuando resulta necesario, aunque vaya en contra de su ideología desreguladora. Con esta batería de medidas, el dólar BNA que el 3 de mayo cerró a $ 23,30 se ubicó al

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Pasar la tormenta

Fuente: Martín Alfíe | Anfibia Fecha: 04 de MAY 2018 Esta semana volvimos a hablar del dólar. Hubo rumores de corridas, corralito y otras yerbas. Antes que nada, cabe aclarar: el escenario está muy lejos de la crisis del fin de la convertibilidad. Sin embargo, la preocupación estuvo presente: hubo una escalada frente al dólar y la actitud del gabinete económico no fue la más adecuada. En el medio de la tormenta, al BCRA se lo vio bastante perdido, al menos hasta hoy. Corría de atrás al mercado y no encontraba la forma de frenar esta escalada. Si bien el fortalecimiento del dólar se dio a nivel global, acá en Argentina tomó otra dinámica y la floja respuesta del Banco Central generó una inquietud que no se vio en otros países. El público está siguiendo minuto a minuto la cotización del dólar. Entonces, por estas idas y vueltas, la preocupación y el miedo de las familias son lógicos: no poder pagar las cuentas, no llegar a fin de mes, perder los ahorros. Las recurrentes crisis macroeconómicas de nuestro país aún viven en la memoria colectiva. Lo que se esperaba es que el gobierno mostrara una mayor firmeza: medidas en el corto plazo más efectivas y también un plan más consistente en el largo plazo. En los últimos meses también vimos una descoordinación entre los distintos sectores del gobierno, y eso impactó negativamente. El Banco Central tironeando con Jefatura de Gabinete provocó incertidumbre tanto en los mercados como, por lo que esta semana con el dólar, en los pequeños ahorristas. Para salir de este enfrentamiento tiene que haber un plan más equilibrado y unificado de la conducción de la economía. Pueden seguir los mismos actores, pero lo importante es que todos tiren para el mismo lado. No que unos crean que hay que bajar la tasa de interés, que otros crean que hay que subirla, que haya peleas, idas y vueltas. Esas señales no vienen siendo positivas y es lo que está generando estos movimientos en el valor del dólar y esta preocupación de la población. Las fuertes medidas que tomó el Banco Central hoy son una señal en ese sentido. El BCRA cuenta con herramientas para frenar la tormenta, a pesar de que vino errando en sus movimientos. En efecto, hoy bajó luego de la conferencia del Ministro y el comunicado del BCRA. La jugada del BCRA fue fuerte: obligó a los bancos a desprenderse de sus dólares desde el lunes y anunció una muy fuerte suba de la “tasa de política monetaria”. Además, Dujovne anunció “metas fiscales” más estrictas. Esto es principalmente una señal a los inversores: muchos bancos de inversión pedían ayer en sus reportes un sendero fiscal más duro. Vale mencionar que un movimiento así era esperable: la economía argentina está muy expuesta internacionalmente, y la desregulación de los movimientos de capital lo amplifica. El problema es que se adelantó: esta semana se vio la salida de una parte de los fondos de inversión que habían venido a la Argentina y generó un ruido anticipadamente a lo que esperaba el gobierno y parte del mercado. La crisis del aumento del dólar, por lo tanto, es más bien externa que fiscal. Por eso la solución viene por otro lado. El ajuste de metas fiscales fue más para la “tribuna”. El problema del gobierno es que depende mucho de esa tribuna. Ahora hay que pensar en el futuro. Esta crisis quedó como una señal de debilidad, es decir, que en un momento de salida de capitales el Banco Central no se mostró de una manera activa y correcta frente al movimiento del dólar. Lo más probable es que esta tormenta pase y nos adaptemos a un escenario con un dólar más alto y con una tasa más alta. Pero lo que queda como preocupación es, si se vuelve a dar una situación así, qué rol va a jugar el Banco Central y si las herramientas que tienen son suficientes. Otro problema no menor a remarcar es el traslado a precios. Más allá de que el dólar pueda bajar un poco por las medidas del Banco Central, un movimiento de este nivel tendrá impacto en los precios, inclusive por subas precautorias. En agosto del año pasado el gobierno decía que el traslado del dólar a los precios había muerto. Y claramente durante este primer trimestre, con el movimiento del dólar y de los precios, ese argumento fue invalidado. Es un hecho que la economía argentina está dolarizada, que cualquier movimiento impacta fuerte en los precios. El propio Dujovne lo reconoció hoy en la conferencia de prensa. Finalmente, el BCRA mostró los dientes. Esta tormenta probablemente pase. Estaremos en un escenario de “equilibrio” temporal con tasa de interés más alta, dólar más alto y una aceleración inflacionaria en relación a dos semanas atrás. Pero el problema es estructural, de largo plazo, vinculado con el déficit de cuenta corriente y la dependencia de dólares financieros. Escenarios como el de esta semana van a ser recurrentes en los próximos años debido a la desregulación de la entrada y salida de dólares. Hoy hay que pasar la tormenta. Por ahora, pareciera que se puede ir guardando el paraguas.

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Acero y offshore

Fuente: Carlos Heller | TiempoAR Fecha: 24 de MAR de 2018 ¿Qué es una offshore? Una cuenta en el exterior. Un concepto amplísimo. Pero hay que señalar que la mayoría de las cuentas offshore están abiertas en guaridas fiscales. «Una offshore no es ilegal», definió tajantemente Mauricio Macri. No obstante, las críticas a varios funcionarios de su gobierno surgen porque tienen cuentas en guaridas fiscales. Islas Caimán, Vírgenes o Bermuda son las guaridas fiscales que primero vienen a la mente. Pero el podio en el ranking de secretismo elaborado por la Red de Justicia Fiscal (TJN) lo ocupa Suiza, seguida por EE UU (Delaware), Caimán, Hong Kong, Singapur, Luxemburgo y Alemania. Es un tema de interés de las naciones más poderosas, y por ello se les otorga un viso de legalidad. Aunque al escarbar un poco, fácilmente se encuentran diversas cuestiones objetables en la mayoría de las cuentas arraigadas en estas guaridas fiscales. La defensa de Macri apuntó a toda una forma de hacer negocios: «Es un instrumento que se utiliza para organizar inversiones y empresas». Podría preguntarse por qué los negocios no se pueden organizar desde el propio país. La respuesta es clara: porque en las guaridas no preguntan por el origen de los fondos. Las guaridas fiscales son regímenes de menor tributación. Entonces una multinacional que, por ejemplo, tiene sede física en EE UU abre una filial en Caimán y factura desde ahí sus operaciones internacionales. Así, paga una tasa del 5% o menos de impuesto a las ganancias. De no existir eso, la multinacional debería pagar 25% de sus ganancias al fisco estadounidense. Tal estrategia retrae recursos a los fiscos en donde se producen los servicios y las mercancías, restando financiamiento a la educación, la salud, la seguridad social y otras erogaciones prioritarias. Estas maniobras benefician a las multinacionales. Pareciera que el rol de las corporaciones está incluso por encima de los intereses de países centrales: se instalan donde tributan menos y eluden las leyes fiscales de sus países de origen. Volviendo a los dichos de Macri: «Si el que entra (a la función pública) tiene que andar explicando toda su radiografía de vida, qué es lo que hizo antes, con quién se asoció, con quién no, los tipos enloquecen». Y ante tal afirmación surge la pregunta, ¿qué tienen para ocultar? ¿Acaso no debería ser una condición indispensable la transparencia para encarar la función pública? Puede que algunas transacciones y negocios sean formalmente lícitos, pero muchos de ellos (y en especial para los funcionarios públicos) configuran una conducta reñida con la ética. Estas expresiones no configuran un enfoque aislado del presidente, responden a los postulados principales que inspiran sus medidas. Por ejemplo, en el proyecto de Ley de «Financiamiento productivo» que poco tiene de coincidente con su título (es principalmente la modificación de la Ley de Mercado de Capitales) se incorpora la figura de los «agentes administradores de inversiones». Estos se definen como aquellos que presten servicios habituales de asesoramiento financiero y administración de inversiones autorizados por la Comisión Nacional de Valores (CNV). En verdad, esta normativa intenta blanquear en nuestro país la actividad de «banca privada», mejor definida como «banca en secreto». Sabemos cuáles son los principales objetivos, aquí y en todo el mundo, de la banca en secreto: facilitar la inversión financiera del dinero «en negro», ya sea proveniente de la evasión fiscal u otros delitos. Y cobrar suculentas comisiones. La norma acaba de ser votada por el Senado, y si bien establece límites sobre estas actividades, son de difícil control. No es un dato menor que las operaciones de banca privada ya se realizaban en el país a pesar de que estaban prohibidas: ahora que están permitidas pareciera que tendrán mayor difusión. Acero y caramelos «Da lo mismo producir acero que caramelos», sostuvo el Secretario de Comercio de Martínez de Hoz. Una frase que superó el momento histórico en la cual se produjo y quedó como un potente resumen de las políticas de liberalización y desregulación. El tema ahora es que Donald Trump decidió suspender por el momento la aplicación de los aranceles de importación del 25% al acero y del 10% al aluminio, a Argentina, Brasil y la Unión Europea, entre otros, centrando sus medidas proteccionistas en China. El gobierno argentino solicitó esta exclusión, pero, ¿puede decirse que tuvo éxito?. Veamos. En los considerandos de la medida de excepción de Trump se menciona: «Estados Unidos tiene una importante relación de seguridad con Argentina, que incluye el compromiso compartido de apoyar mutuamente temas de seguridad nacional en Latinoamérica, particularmente la amenaza por la inestabilidad en Venezuela; nuestro compromiso compartido de afrontar los excesos globales de capacidad de producción de acero; la inversión recíproca en nuestras respectivas bases industriales y la fuerte integración económica entre nuestros países» (Clarín, 23.03.18). En la entrevista ya citada, Macri expresó respecto a la herencia recibida: «si no hacíamos nada nuestro destino era Venezuela». Se puede observar entonces cómo van ensamblando las piezas del rompecabezas político que está llevando a cabo el gobierno y su vinculación con la estrategia estadounidense. Además, ¿qué implica esa «importante relación de seguridad con Argentina»? ¿Hasta dónde se ve comprometida nuestra soberanía? ¿Cómo impactará esto en la vida diaria de la población? Conociendo la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Argentina, las respuestas a estos interrogantes surgen más fácilmente: estas relaciones casi siempre han favorecido los intereses del gigante del Norte. Y, luego de estos pedidos y lazos fortalecidos, y de quedar firme la excepción, Argentina volvería a la situación previa, aunque en un mercado del acero más enrarecido y probablemente con precios más altos. No parece gran ganancia. En este contexto, la Cámara Argentina del Acero (CAA) agradeció la gestión del gobierno. Su consejo directivo está integrado por tres representantes de Ternium Siderar, dos de Tenaris Siderca (ambas pertenecientes a Techint) y dos de Acindar (perteneciente a la mayor compañía siderúrgica mundial, Arcelor Mittal), llamativamente, todas con sede en Luxemburgo. La CAA informó el 5 de marzo: «gambeta de Techint en

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“La offshore solo sirve para operar con dinero oscuro”

Fuente: Martin Granovsky | Página 12 Fecha: 25 de FEB 2018 Escribe papers sobre economía desde hace 40 años, pero saltó a la fama mundial por hacer preguntas. Sobre todo una. El viernes, en el “Foro España Internacional” de Madrid, Jorge Fonseca le preguntó al ministro argentino de Hacienda, Nicolás Dujovne: “¿Cómo espera que vayan las inversiones a la Argentina si usted mantiene su patrimonio offshore?”. Fonseca no consiguió que Dujovne respondiera ese interrogante. “A diferencia de lo que ocurría en el gobierno anterior, mi patrimonio está perfectamente declarado y presentado ante la Oficina Anticorrupción”, dijo sin meterse en el tema económico de fondo. Tampoco afirmó o negó que su fortuna continuara fuera del país. La primera vez que trascendió dónde se ubicaba su patrimonio, el propio Dujovne se defendió con el argumento de que, “aun estando en el exterior, tengo un 90 por ciento invertido en activos argentinos”. Añadió que se trataba de dinero de 2016, cuando todavía no era ministro porque el puesto lo ocupaba Alfonso Prat-Gay. Sin embargo, aclaró entonces que “los funcionarios tienen derecho a decidir que su dinero esté depositado en el exterior”. Dujovne había declarado participación societaria en Florentine Global, presumiblemente una offshore con sede en Delaware, con 20 millones de inversión. Las afirmaciones del actual ministro de Hacienda datan de antes del escándalo de Valentín Díaz Gilligan, el subsecretario general de Presidencia que debió renunciar cuando trascendió que había sido testaferro en una cuenta offshore radicada en Andorra. Antes, también, de la pesquisa judicial que actualmente está enfocada en el ministro de Finanzas Luis Caputo. Argentino nacido en Córdoba, Fonseca vive en Madrid desde 1981. Doctor en Economía de la Universidad Complutense, donde enseña Economía Aplicada, es miembro del grupo de investigación internacional “Tendencias polarizantes en el sistema-mundo” que dirige el catedrático de la Universidad de Yale Immanuel Wallerstein. –¿Por qué eligió esa pregunta para Dujovne? –Quizás porque en Europa, y particularmente en España, la percepción sobre las empresas y las cuentas offshore es más dura. El presidente Mauricio Macri parece haber logrado instalar en la opinión pública que se trata de una cuestión normal. –Por lo menos lo intenta.  –Pero en España, por tener una empresa offshore, debió renunciar a su puesto José Manuel Soria, que era nada menos que ministro de Industria de Mariano Rajoy. Y los dos son conservadores, del Partido Popular. –¿Es el mismo que después no pudo postularse a la dirección ejecutiva del Banco Mundial? –El mismo. –En la Argentina, al menos, a veces la discusión se limita a si un funcionario violó o no un artículo del Código Penal.  –Es un punto importante, por supuesto. Pero no se pueden dejar de lado temas como la pobreza, la deuda y la relación entre ambas. Además, en cuestiones que tienen que ver con las leyes quizás haya que correr el horizonte de lo que está legislado. En la Universidad Complutense yo dicto el último curso. Les digo a los alumnos: “Hasta aquí han estudiado con lo que los han adoctrinado toda la vida. Pero hay otra forma de ver las cosas y analizarlas, y la estamos construyendo”. Se trata de una crítica que incluso puede ayudar a cambiar algunos marcos. Muchas veces lo que es legal es legal porque los que dominan logran imponer legislativamente auténticas violaciones de los derechos humanos, o al menos evitan que esas violaciones sean castigadas. –¿Las cuentas y las empresas offshore son una forma de corrupción? –Por lo pronto no deben ser tomadas como un hecho normal. –Sin embargo forman parte de la vida cotidiana de los grandes empresarios o financistas. –No hablemos solo de ellos. En todo el mundo los que no tenemos actitudes cómplices con la corrupción sabemos que una persona abre una offshore solo para evadir impuestos o lavar dinero. –¿Solamente? –¿Para qué, si no? Las otras argumentaciones son pretextos. Que un ministro tenga o haya tenido una offshore significa que opera u operó con dinero oscuro. Una offshore solo sirve para operar con dinero oscuro. –Nicolás Dujovne dijo que él tenía declarado su patrimonio en el exterior. La offshore sería Florentine, con domicilio en Delaware. –Perfecto. Entonces no les puede decir a los españoles, por ejemplo, que inviertan. –El ministro podría tener una inversión en la economía real de otro país. –Bien. Pongámoslo así: si un residente en la Argentina, sea ministro o no, tiene dinero invertido en el extranjero, en la economía real, uno podría decirle que sería deseable que hiciera esa inversión en la Argentina. Podría tener propiedades en el exterior. ¿Por qué no compra propiedades en la Argentina? El punto es que para eso no hace falta ninguna offshore. Pero el ministro Dujovne tiene o tenía una offshore situada en el estado de Delaware. ¿Sabe qué dicen los expertos en finanzas? Que más que un estado, Delaware es una dirección postal. Es grave el tema de los paraísos fiscales, porque a veces hay dinero de un funcionario y a veces se mezcla dinero que lava El Chapo Guzmán, el capo narco. Y no estoy diciendo que los funcionarios sean narcotraficantes. Estoy diciendo que acuden a los mismos lugares que otra gente dedicada a actividades ilegales. Los paraísos fusionan el dinero de todas las procedencias. De las “normales”, para llamarlas de alguna manera, y de las identificadas con El Chapo. ¿Cuál es la explicación del ministro Dujovne? Me temo que simplemente haya dado los datos a la Oficina Anticorrupción y entienda que ya está todo resuelto. Pero a mí, en particular, y supongo que también a quienes viven en la Argentina, me gustaría saber cómo acumuló esa riqueza en todos sus detalles y en todos sus pasos, y me gustaría saber por qué tiene o tuvo bienes en el exterior y por qué parte de esos bienes están o estuvieron en una offshore. Creo que ese derecho a saber es parte de la ampliación de las fronteras de la democracia. Discutamos sobre delitos. Los delitos de lesa humanidad, por citar un caso, son imprescriptibles. No existieron siempre. Lo

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El loop del debate por el dólar

Fuente: Claudio Scaletta | El Destape Web Fecha: 18 de FEB 2018 En dos meses el dólar pasó de menos de 18 pesos por unidad a más de 20. Como cada vez que la cotización sube un escalón, es decir, como cada vez que se produce una nueva devaluación significativa, regresa la discusión sobre costos, beneficios, causas y efectos. Un eterno loop de argumentos erróneos en el debate económico local. ¿Por qué determinadas discusiones siempre regresan? ¿La teoría económica no resolvió el debate? La respuesta es “sí”. Los macroeconomistas argentinos trataron prolíficamente la cuestión cambiaria y existen abundantes conclusiones en función de los objetivos de política. Un buen ejemplo es el capítulo 10 de “Doctrinas económicas, desarrollo e independencia”, el trabajo de Marcelo Diamand de 1971. O para no retroceder casi medio siglo, el reciente libro de la Universidad Nacional de Moreno, editado por Florencia Medici, “Discusiones sobre el tipo de cambio. El eterno retorno de lo mismo”, de 2017. La razón por la que el debate siempre regresa no se encuentra en sus dificultades teóricas, más bien sencillas, sino en aquello que, a la vez, es una de las definiciones centrales del problema: el precio del dólar (o “nivel del tipo de cambio”) es una “variable distributiva”, una variable que determina la distribución del ingreso al interior de la sociedad. El debate regresa eternamente, entonces, porque no es meramente técnico, sino un problema de economía política, una ciencia que se ocupa, entre otras cosas, de cómo se distribuye el excedente generado en el momento de la producción. Y dado que se discute cómo se distribuye el ingreso, el debate está cruzado todo el tiempo por intereses muy potentes. Como se sabe, la clase de los empresarios siempre demanda, bajo distintos formatos, tres cuestiones principales: menores impuestos, salarios bajos y dólar alto.Buena parte de la teoría económica convencional o vulgar apunta a justificar estas demandas, las que son traducidas por los medios de comunicación en sentido común. Es necesario, entonces, detenerse en los componentes de la construcción de este sentido. El dólar es una variable distributiva porque cuando aumenta su precio, los salarios en pesos bajan en dólares, a la vez que los exportadores reciben más pesos por sus ventas. El resultado neto es una transferencia desde los salarios a los exportadores. Esta relación no está socialmente oculta, no es desconocida ni negada, pero se afirma que ello sería bueno en tanto serviría para resolver “la solvencia externa de la economía”, es decir sería útil para aliviar o evitar el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos, hoy en niveles récord. El argumento parece de sentido común, se encarecen las importaciones a la vez que se vuelve más caro viajar al exterior y dolarizar carteras (fugar divisas), lo cual es por un tiempo cierto. Pero luego se agrega un cuarto elemento que no se verifica en la realidad: la mejora de la competitividad de la economía. Se supone que si se devalúa bajan los costos de producción internos en dólares, lo que permitiría aumentar las exportaciones. El argumento parece lógico, pero que no se verifica en la realidad. Las estadísticas muestran que las devaluaciones no mueven las cantidades exportadas. No hace falta repasar toda la serie histórica que lo verifica. En 2016 comenzó con una potente devaluación del 40 por ciento, pero las exportaciones no variaron, permanecieron estancadas. Sólo se registró una liquidación inicial de los saldos que estaban esperando la devaluación, pero nada más. Ello se debe a que, a diferencia de lo que sucede en países más desarrollados, las exportaciones locales no compiten por precios en el mercado internacional, sino que son tomadoras de los precios externos. En consecuencia, el cambio de costos de producción internos sólo significa “efecto riqueza” para el exportador, no aumento de cantidades vendidas. Luego, por tratarse mayoritariamente de commodities, el efecto riqueza tampoco tiene como contrapartida automática inversiones para aumentar la producción futura. Ergo, en materia de cuentas externas la devaluación sólo es una protección muy transitoria para las importaciones (incluidos los servicios turísticos como los viajes de residentes al exterior) y la salida de capitales. Pero el problema no se limita a la insuficiencia de esta foto, sino especialmente al proceso de ajuste que se pone en marcha tras la devaluación. Las estadísticas sí registran que las devaluaciones siempre provocan recesiones o como mínimo, si son pequeñas, frenan la evolución del PIB. Otra vez, 2016 es el ejemplo cercano. La explicación se encuentra en la pérdida del poder adquisitivo del salario por dos razones, al margen de su evidente e inmediata menor valuación en dólares. La primera es que los productos de la canasta salarial coinciden bastante con la canasta de exportaciones. La segunda es porque alrededor de la mitad de los insumos de la producción local se importan. Por lo tanto, producida la devaluación comienza un proceso inflacionario, primero de origen puramente cambiario, el ajuste de los precios locales a los internacionales, y luego por puja distributiva, los trabajadores comienzan a demandar subas salariales. El problema se agrava cuando, como en el presente, existen combustibles y tarifas dolarizadas que trasladan semiautomáticamente la devaluación a precios. El final de la película es que después de una suba del dólar (o devaluación del peso) los precios de toda la economía crecen más o menos rápidamente, generando inflación y licuando los pocos beneficios iniciales (barrera cambiaria a las importaciones y freno a la fuga) por lo que es un error conceptual afirmar que un tipo de cambio alto “recompone la sustentabilidad externa”. Puede ser un viejo sueño de la economía convencional, pero los problemas estructurales de la economía no pueden, lamentablemente, resolverse por la vía cambiaria. Explicitada la secuencia inflacionaria que se abre a partir de la devaluación, es evidente que su “éxito” relativo se mide por el tiempo que los precios demoran en acomodarse a la nueva paridad (el llamado pass through), en la capacidad de los asalariados de recobrar la pérdida de poder adquisitivo y en la concomitante capacidad de la economía de retomar el crecimiento. La de 2001-2002, por ejemplo, fue una “devaluación exitosa” porque luego

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