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García Linera celebra «A los plebeyos insurrectos de 1917»

Fuente: Emir Sader | Gracus Nº 122 Fecha: 2 de JULIO 2017 ¿Qué visión puede tener un revolucionario del siglo XXI en América latina sobre la epopeya de los bolcheviques 100 años después? Nadie mejor que Alvaro García Linera, hoy vicepresidente de la República Olurinacional de Bolivia (junto a Evo Morales) para hacer una reelectura de la revolución bolchevique en su centenario. En el libro ¿Qué es una revolución?, con el subtítulo De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros tiempos (Editorial Akal) García Linera rehace toda la trayectoria de las narrativas sobre la Revolución Rusa en un texto denso y lleno de elementos para pensar la contemporaneidad de la revolución. Antes que nada García Linera constata la dimensión del fenómeno en sus proporciones históricas: “La revolución soviética de 1917 es el acontecimiento político mundial más importante del siglo XX, pues cambia la historia moderna de los Estados, escinde en dos y a escala planetaria las ideas políticas dominantes, transforma los imaginarios sociales de los pueblos devolviéndoles su papel de sujetos de la historia, innova los escenarios de guerra e introduce la idea de otra opción (mundo) posible en el curso de la humanidad”. La Revolución Rusa anunció el nacimiento del siglo XX, poniendo la revolución como “referente moral de la plebe moderna en acción”. “Revolución se convertirá en la palabra más reivindicada y satanizada del siglo XX”. Por ello, “en los últimos 100 años morirán más personas en nombre de la revolución que en nombre de cualquier religión”, con la diferencia de que “en la revolución la inmolación es a favor de la liberación material de todos los seres humanos”. Enseguida García Linera encara la revolución como “momento plebeyo”, que es “la sociedad en estado de multitud fluida, autorganizada, que se asume a sí misma como sujeto de su propio destino”, antes de definir el significado de la Revolución Rusa. Linera critica las visiones reduccionistas de la Revolución Rusa, las que la reducen a la toma del Palacio de Invierno y a la instauración de un nuevo gobierno. “La revolución no constituye un episodio puntual, fechable y fotografiable, sino un proceso largo, de meses y de años, en el que las estructuras osificadas de la sociedad, las clases sociales y las instituciones se licúan y todo, absolutamente todo lo que antes era sólido, normal, definido, previsible y ordenado se diluye en un ‘torbellino revolucionario’ caótico y creador”. La combinación extraordinaria de una serie de eventos y factores es lo que hace posible la revolución: “Las revoluciones son acontecimientos excepcionales, rarísimos, que combinan de una manera jamás pensada corrientes de lo más disímiles y contradictorias, que lanzan a la sociedad entera, anteriormente indiferente y apática, a la acción política autónoma”. Una revolución, según García Linera, “es, por excelencia, una guerra de posiciones y una concentrada guerra de movimientos”, acercando a Lenin y Gramsci. En la intensa lucha ideológica previa, los bolcheviques se van haciendo políticamente hegemónicos en las clases subalternas. “En realidad, la insurrección de octubre simplemente consagró el poder real alcanzado por los bolcheviques en todas las redes activas de la sociedad laboriosa”, que “se presenta más que como ‘dualidad de poderes’, como ‘multitud de poderes locales’”. Así, para García Linera, la contraposición entre revolución y democracia es un falso debate, porque una “revolución es la realización absoluta de la democracia”. De la misma forma que es una interpretación equivocada considerar que las revoluciones son imposibles sin una “guerra de movimientos” que construye, a lo largo del tiempo, las condiciones del triunfo revolucionario. Por ello Lenin defiende el concepto de “frente único” en los debates de la Internacional Comunista, explicitado por Gramsci sobre las sociedades orientales y occidentales. Hay un aspecto universal de la revolución soviética que radica “en la victoria cultural, ideológica, política y moral de las corrientes bolcheviques en la sociedad civil”. Enseguida García Linera retoma los términos en que él caracterizó las etapas de la revolución boliviana, al enfocar las relaciones entre el momento jacobino leninista y el momento gramsciano hegemónico. El se refiere al momento jacobino como “el punto de bifurcación de la revolución”, que no tiene que ver con un momento de ocupación de instalaciones del viejo poder, ni del desplazamiento de las viejas autoridades. “Las revoluciones del siglo XXI muestran que esto último llega a realizarse por vía de elecciones democráticas”. “El punto de bifurcación o momento jacobino es este epítome de las luchas de clase que desata una revolución”, es “un tiempo donde los discursos enmudecen, las habilidades de convencimiento se repliegan y la lucha por los símbolos unificadores se opaca”. En la revolución cubana fue la batalla de Girón, en el gobierno de Allende el golpe de Pinochet, en Venezuela el paro de actividades de Pdvsa y el golpe de Estado en 2002, en Bolivia el golpe de Estado cívico-prefectural de septiembre de 2008. La importancia de ese momento “jacobino-leninista” radica en instituir “de forma duradera, el monopolio de la coerción, de los impuestos, de la educación pública, de la liturgia del poder y de la legitimidad político-cultural”. Esa combinación inseparable de los momentos “hace que una revolución con un momento gramsciano sin un momento leninista sea una revolución trunca, fallida”. El libro desemboca en la discusión de lo que es el socialismo. García Linera incorpora la idea de que si una revolución no se propaga a otros países termina agotándose. Frente a esa y a otras dificultades, observa: “Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos habilita simplemente a hacer algunas. Uno desearía que la revolución fuera lo más diáfana, pura, heroica, planetaria y exitosa posible –y está muy bien trabajar por ello– , pero la historia real nos presenta revoluciones más complicadas, enrevesadas y riesgosas. Uno no puede adecuar la realidad a las ilusiones, sino todo lo contrario: debe adecuar las ilusiones y las esperanzas a la realidad a fin de acercarla lo más posible a ellas, enriqueciendo esas ilusiones a partir de lo que la vida real nos brinda y

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Gente que odia también en Venezuela

Fuente: Juan Caros Monedero | blogs.publico.es Fecha: 01 de JULIO 2017 Nunca escarmentamos en cabeza ajena. Quizá por eso los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Ya en el siglo XVI se preguntó un joven francés por qué los pobres escogen a sus verdugos. Le echó la culpa a la rutina. En Venezuela rompe la rutina un helicóptero robado y pilotado por un golpista que dispara contra el Tribunal Supremo de Justicia, unos opositores que prenden fuego vivo a un chavista, gente que odia tanto a Maduro que disparan desde las ventanas de las urbanizaciones caras y matan a los suyos, gente que incendia hospitales, escuelas, centros culturales y le prende fuego a toneladas de comida y luego se manifiesta diciendo que faltan alimentos. A ellos nunca. Cuando Ulises y su tripulación llegaron a la isla de la hechicera Calipso, el problema no fue la hermosura del paisaje o la suculencia de los manjares, sino que la búsqueda de la patria había sido derrotada por la desmemoria. La maldición del olvido detiene el viaje. Sin memoria no hay proyecto y sin historia la nave se queda parada en un lugar sin gloria. En Venezuela llevan más de diez años repitiendo un manual de guerra escrito en las cancillerías imperiales. Y porque no entienden que les falle, redoblan el odio. Ocurrió en España en julio de 1936, cuando las potencias occidentales decidieron abandonar a la II República argumentando que se había escorado a la izquierda. Ocurrió en septiembre de 1973, cuando las democracias occidentales decidieron abandonar al Chile de Allende y el Frente Popular porque la guerra fría dictaba sus claves. Lleva pasando en Venezuela desde diciembre de 1998 cuando Hugo Chávez rompió la maldición que condenaba a la soledad a Venezuela y a América Latina y el “mundo libre” entendió que la libertad no se comparte con las mayorías. El modelo neoliberal no aguanta. Por eso cada vez está más violento. Y por eso las victorias cada vez son más luminosas. Ahí está Lenin Moreno en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Ahí está también Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Podemos en España, como señales que avanzan frente a la decadencia de Theresa May, la insania de Donald Trump o la corrupción de Mariano Rajoy. Ahí están igualmente los pueblos alzados de América Latina enfrentados al corrupto Temer en Brasil, al envilecido Macri en Argentina, al peluche Peña Nieto en México o al mentiroso de Santos en Colombia. Y también están en las calles de Santiago defendiendo el Frente Amplio o en las calles de Caracas sosteniendo el gobierno de Nicolás Maduro porque saben que los corsarios de la oposición vienen con cuchillo en la boca y pasaporte norteamericano. Claro que hay problemas en Venezuela. También en México, donde asesinan a periodistas pero eso al PP no le importa. En Caracas hay un choque de legitimidades: el Legislativo no reconoce al Ejecutivo, y el Ejecutivo busca salidas constitucionales que todavía tiene que explicar mejor. También en España hay un choque de legitimidades. El gobierno catalán no reconoce la Constitución española ni las órdenes emanadas del gobierno. El gobierno de Rajoy apela a la ley en España. Calla sin embargo cuando la oposición comete actos de terrorismo en Venezuela. La oposición venezolana está buscando un golpe de Estado como en España en el 36, en Chile en el 75, en Venezuela en 2002. ¿Por qué calla la OEA? ¿Por qué calla Estados Unidos? ¿Por qué calla España? Solo hay una explicación: tienen una comunidad de intereses con los terroristas venezolanos. Ni siquiera con la oposición, porque no toda la oposición es golpista. Y por eso tienen que desmarcarse de la violencia. Es impensable que en España alguien contrario al gobierno pudiera impunemente, en nombre de la libertad, robar un helicóptero y lanzar granadas y disparar contra instituciones del Estado. Sería señalado como un intento de golpe de Estado y como un acto de terrorismo. La Unión Europea se pronunciaría. Las policías se pondrían en alerta para detener a los terroristas. Pero Almagro calla, Rajoy calla, Trump calla. Igual se han callado cuando criminales mandan a muchachos a asaltar cuarteles militares en Venezuela. ¿Qué comparten los que callan con los golpistas? Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío no dije nada… Así explicó el clérigo Martin Niemöller el nazismo. Cuando se dieron cuenta era demasiado tarde. Cualquier demócrata que calle ante lo que está sucediendo en Venezuela está comportándose como aquellos temerosos alemanes. Sólo hay una solución en Venezuela: paz, diálogo y respeto a la ley. Y la semana instancias internacionales debieran ser garajes del diálogo. Para que los opositores que están anegando una salida democrática -que no son todos los que se sienten contrarios al gobierno de Maduro-, tengan que saber que en ningún lugar del mundo pueden tener favor ni apoyo. Cada vez que un gobierno recibe a golpistas, cada vez que un gobierno silencia actos terroristas, cada vez que una democracia mira para otro lado ante actos contrarios a la democracia, cada vez que toleramos en Venezuela la quema de instituciones, la violencia callejera, los asesinatos, el asaltos a instalaciones militares, los actos de sabotaje, el desconocimiento de las leyes, nos estamos haciendo un enorme daño a nosotros mismos. Porque esa gente que odia terminará llevando su odio a todos lados. Es legítima y necesaria la oposición a cualquier gobierno. Pero cuesta demasiado levantar una democracia para no darnos cuenta de que hay en marcha un intento claro de tumbarla en Venezuela. Y si cae Venezuela, los autoritarios de siempre en América Latina creerán que les ha llegado la hora de la venganza. Porque siempre han creído que el poder les pertenece. Ha pasado en muchos otros lugares en otros muchos momentos de la historia. Hay gente en Venezuela que quiere salir del gobierno de Nicolás Maduro con un golpe de estado, con una guerra civil como en Libia o en

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La Paz de Colombia, entre el espanto y la ternura

Fuente: José Schulman | Crónicas del Nuevo Siglo Fecha: 28 de JUNIO 2017 En el día de hoy, martes 27 de Junio de 2017, se realizó el acto oficial de dejación de las armas y en palabras del Comandante de las FARC, Timoleón Giménez, la organización político militar más antigua del continente no ha desaparecido sino que ha finalizado su etapa de rebelión armada para pasar a constituirse en una fuerza política así como señaló un cumplimiento muy desparejo de los acuerdos finales por parte de la insurgencia y el Estado Colombiano (acuerdo final que ya era muy, pero muy lejos de lo acordado durante los cinco años de diálogos con participación de importantes sectores del movimiento social colombiano). Puedo dar fe de ambas aseveraciones. En los últimos siete días he visitado un Penal, el de Chiquinquirá, donde se concentran unos trescientos prisioneros de guerra que esperan la amnistía acordada, y votada por el Congreso a finales de diciembre de 2016; también el Veredal Buena Vista cercano a Mesetas en el departamento Meta (el mismo donde se realizó el acto de hoy) que tiene dos sectores: uno, donde están los guerrilleros que dejaron armas y el otro donde están los prisioneros liberados de las cárceles pero que todavía tienen que pasar por el mecanismo de la Jurisdicción Especial para la Paz que decidirá finalmente sobre su libertad o eventual castigo, allí nos recibieron sus jefes compañeros Alduver Morante, Enrique Marulanda (hijo de Manuel) y Julián Suarez (sobrino del Mono Jojoy); acompañado de los compañeros de la Fundación Lazos de Dignidad pudimos dialogar con las organizaciones que componen la Coalición Larga Vida a las Mariposas (una red de organizaciones que defienden los presos políticos en todo el extenso país y sus más que numerosas cárceles de alta “seguridad”), también con el Secretario de la Jurisdicción Especial para la Paz, el Dr. Nestor Correa, con el responsable de derechos humanos de Marcha Patriotica Cristian Delgado que nos entregó un demoledor informe sobre las violaciones a los derechos humanos en el periodo de “diálogos para la paz” y denunció el asesinato de decenas de militantes de Marcha, y con el compañero Jairo Lesmes quien fuera representante oficial de las Farc en Argentina en los 90 y fuera liberado hace un año luego de ocho de encierro riguroso que casi acaba con su vida. También con decenas de presos políticos de Chiquindirá, del penal del Veredal y con militantes de diversas fuerzas liberados en los últimos años. Es mi tercer viaje a Colombia y siempre he venido con la disposición de escuchar todas las voces y no pretender ni saber todo ni dar consejos a nadie. Como integrante de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre he procurado mantener la disposición solidaria de siempre de la Liga como demostraron en sus viajes a Colombia los Dres. Guadalupe Godoy y Hector Trajtemberg y la compañera Graciela Rosenblum. El proceso de diálogos y acuerdos para la paz adquieren una importancia histórica difícil de exagerar, son una conquista de los más de cincuenta años de insurgencia armada como de las luchas realmente extraordinarias del movimiento campesino, sindical, estudiantil, de los afro descendientes, de las mujeres, de la comunidad LGTB, de la Universidad y los intelectuales y de tantas y tantos que sería interminable nombrarlos a todos. La posibilidad de conquistar una paz justa es de por sí, el solo hecho de existir como posibilidad, como proceso acordado entre partes antagónicas que guerrearon por décadas, un logro fantástico que los pueblos y más aún los luchadores por los derechos humanos y los revolucionarios valoramos sin condiciones ni egoísmos. Pero por ello conviene analizar rigurosamente los problemas que enfrenta y la situación real en que el proceso está, justamente por que los cambios en América Latina y el mundo van exactamente en la dirección contraria de lo que se intenta en Colombia. Solo repasar el rol fundamental que tuvieron en el proceso los gobiernos de Venezuela, Brasil y Argentina (y recordar sus graves problemas o su sustitución por personajes tan colonizados como Macri o Temer) debería mirar con inquietud el proceso. Comencemos, como militantes por los derechos humanos que somos, por el tema de los prisioneros políticos. Parte de la estrategia contrainsurgente, ampliada por la intervención imperialista norteamericana con sus Planes Patriota y Colombia, fue encerrar en condiciones infra humanas, sin lugar a dudas constituyendo su solo encierro condiciones de tortura, a todos los que ellos sospecharan que fuera parte de la insurgencia (no solo Farc, también ELN y otros grupos menos conocidos fuera de Colombia), de los que supuestamente colaboraban con la insurgencia, de todo aquel que protagonizara experiencias de organización popular autónomas y resistencias al proyecto neoliberal, extrativista, represor y colonial que se aplicó por décadas, y aún a cientos de simples campesinos que sufrieron causas armadas (como ya había constatado en 2015 cuando me reuní en Ibague, el Tolima, con campesinas encerradas por años sin razón política alguna). Se llegó a calcular unos siete mil presos políticos con la dificultad de que como el régimen penal negaba su calidad política, las cuentas siempre resultan provisorias. Al momento del acuerdo final se pactó lo siguiente (muy grosso modo): libertad a todos los presos políticos por medio de una amnistía irrestricta y un proceso de justicia no penal (reparativa, no punitiva) para todos los participantes en el conflicto armado con la sola (y fundamental) condición de decir la verdad, en caso de así proceder las penas serán de cumplimiento en libertad (trabajo social o de otro tipo) o con un máximo de 20 años de prisión para los que mientan o se nieguen a decir la verdad de los hechos imputados. Para ello se creó una Jurisdicción Especial para la Paz que deberá encargarse de tales tramites. Empecemos por el principio: según denuncia el Comandante Jesús Santrich, en huelga de hambre indeterminada desde el 26 de junio, la Farc reconoció como propios a 3400 prisioneros de los cuales solo salieron un poco más de quinientos y

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Una lección de oportunismo frente al colapso

Fuente: Eric Nepomuceno | Jornada/México Fecha: 18 de JUNIO 2017 Hace dos semanas, con Brasil encubierto por una formidable y terrible sucesión de escándalos que cayeron como avalancha sobre Michel Temer y sus principales cómplices, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso declaró con todas las letras que exigir la anticipación de las elecciones previstas para octubre del año que viene sería un atentado a la Constitución y un golpe inaceptable. El pasado miércoles, dos días después de que su Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) decidiera mantenerse aliado al gobierno nacido de un golpe impulsado precisamente por sus caciques, Cardoso cambió radicalmente de idea. Sin sonrojarse ni un milímetro se lanzó a una luminosa exhibición de un oportunismo descarado, y defendió que el ilegítimo Michel Temer tenga la ‘grandeza de renunciar y que se determine la inmediata realización de elecciones generales. Vale la pena observar para algunos aspectos de ese brusco vuelco de opinión. Es imposible olvidar, por ejemplo, que el golpe institucional que en 2016 destituyó a la malograda Dilma Rousseff y sus 54 millones 500 mil electores, fue armado por el mismo PSDB de Cardoso. Sin su pleno respaldo, la banda encabezada por el entonces presidente de la Cámara de Diputados y actual ocupante de una celda de la Policía Federal, Eduardo Cunha, no hubiese resultado. Sin el comando clarísimo del senador Aécio Neves, presidente del PSDB, y que espera, aislado y ansioso, por una orden de prisión a ser emitida por un juez del Supremo Tribunal Federal, nada ocurriría. Y todo eso ocurrió con el clarísimo aval de Cardoso. Michel Temer, hábil conspirador en las tinieblas, no tiene estatura para nada: sería como pedirle a un pigmeo que barriese nubes. Ahora mismo ese veterano corrupto y permanente traidor está a punto de ser acusado por el fiscal general de la Federación por crímenes de corrupción, formación de pandilla y lavado de dinero, entre otras hazañas similares. Dilma Rousseff cometió una serie de desatinos en la economía. Desconoció claramente las reglas –muchas veces burdas y nada republicanas– del juego practicado en un sistema político de raíces podridas. Dejó claro que dialogar y oír consejos no hacen parte de sus prácticas. No cometió, sin embargo, ninguno de los crímenes de responsabilidad previstos en la Constitución para que un mandatario surgido del voto popular sea destituido. Michel Temer fue su compañero de lista como parte de un espurio –e inevitable– acuerdo: a cambio de apoyo en las presidenciales, ocuparía la vicepresidencia. Y como él mismo se definió, sería un vicepresidente decorativo. Pero traicionó a su presidenta de manera abyecta, mientras que él cometía un sinfín de delitos ya no de responsabilidad, sino crímenes considerados comunes por la legislación brasileña, inherentes a su consolidada trayectoria de corrupto crónico. Luego de haber ocupado el sillón presidencial gracias al golpe diseñado y comandado por el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, siguió incurriendo en lo de siempre, es decir, mantuvo su trayectoria de corrupto y corruptor. Fue capturado. Todavía cuenta, o cree contar, con la complicidad de diputados en número suficiente para evitar su destitución y consecuente (e inevitable, si se respetan las leyes) prisión. Pero ya no cuenta con la unanimidad de los medios hegemónicos de comunicación: el empresariado y los dueños de capital quieren deshacerse de él tan pronto encuentren a un substituto aceptable y más que nunca el país está a la deriva. Las inversiones se evaporaron, su credibilidad es nula, y crece visiblemente en la opinión pública un clamor de rechazo irremediable hacia él, sus cómplices y su gobierno. ¿Cuáles de esas razones produjeron el súbito cambio en la posición de Cardoso, quien supo ser el más fuerte avalista del golpe? La principal de ellas: oportunismo desaforado, sin duda alguna. Al pedir a un pigmeo moral como Michel Temer que tenga un gesto de grandeza, Cardoso sabe que no hace más que tirar palabras al viento. ¿A quién quiere convencer? Para la opinión pública, la desmoralización irremediable de Aécio Neves y del mismo PSDB será cobrada en la factura de las próximas elecciones. El llamado sector joven del partido lo sabe, y defendió, en vano, la ruptura con el gobierno que ayudó a instalar. Cardoso, a su vez, conoce bastante bien a Michel Temer, y sabe que él y sus secuaces se aferrarán a sus cargos a cualquier costo. Mantener el llamado foro privilegiado es su única posibilidad de escapar de la cárcel, al menos por ahora. Lo más perverso de todo eso es que, mientras el país se hunde cada día, persiste una pregunta que nadie sabe contestar: ¿cómo impedir que Lula da Silva participe de las elecciones anticipadas, que ahora hasta el mismo Cardoso reconoce como inevitable? Ni el PSDB, ni el PMDB y mucho menos los partidos menores disponen de un nombre capaz de participar en una disputa con Lula. A menos, claro, que Cardoso, que cumple 86 años precisamente hoy, esté empezando a padecer de alguna especie de debilidad que le permita creer que sería un candidato viable.

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El malestar de la globalización

Fuente: Ricardo Aronskind* | Pág 12 – Sup. Cash Fecha: 18 de JUNIO 2017 Los problemas estructurales de la globalización son sistemáticamente negados y tapados con autocomplacientes diagnósticos de pronta mejora. Las estadísticas sobre un crecimiento débil y una tasa errática de empleo se repiten año tras año, luego de la crisis de 2008. Los gobiernos de los países centrales, impregnados por el marco ideológico e institucional neoliberal, usan mínimos instrumentos expansivos de política económica. Los países latinoamericanos deberían prepararse para una contracción global, que podría impulsar la tendencia declinante de la demanda de materias primas. La transformación del clima político en países centrales es la expresión de un malestar social creciente de la economía liberal: la concentración de la riqueza y la desposesión de las mayorías. El estancamiento relativo de la economía occidental es inocultable. Las estadísticas sobre un crecimiento débil y una tasa errática de empleo se repiten año tras años, luego de la crisis de 2008. Los gobiernos de los países centrales, impregnados por el marco ideológico e institucional neoliberal, usan mínimos instrumentos expansivos de política económica. Así, la política monetaria expresada por la “expansión cuantitativa” implementadas en Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y recientemente por el Banco Central Europeo ha alcanzado sus límites, sin que las economías hayan despegado. Se acumulan ya nueve años en los que sistemáticamente el Banco Mundial y otros organismos que conforman la institucionalidad del orden global, realizan pronósticos económicos de crecimiento mundial que son desmentidos por una realidad mucho más anémica. Los problemas estructurales de la globalización son sistemáticamente negados, y tapados con auto-complacientes diagnósticos de pronta mejora. Pero el impacto económico y político de una crisis financiera sin resolución no puede ser escondido, y se vuelve visible a través de numerosos eventos que ocurren con creciente frecuencia. La deuda global sigue creciendo y sepulta la reactivación. Según la revista Forbes, el mundo adeuda 3,3 veces su PIB, o lo que es lo mismo, 217 millones de millones de dólares. La deuda global ha seguido acumulándose vigorosamente luego del estallido de la crisis financiera en 2008, a pesar del débil crecimiento registrado en el período. Tres cuartos de esas deudas corresponden a los países desarrollados. Estados Unidos presenta uno de los endeudamientos más altos del mundo superando en 3,4 veces su PIB. La deuda federal sola es mayor que todo el producto anual del país (102 por ciento del PIB). El conjunto de las administraciones (federal, estatales y locales) ha incrementado fuertemente sus pasivos desde 2008 en un 80 por ciento. La solvencia del sector empresarial estadounidense se ha deteriorado durante 2016, especialmente en el sector no financiero. La deuda total de la Eurozona alcanza niveles records del 405 por ciento del PIB. La deuda gubernamental de los 19 miembros equivale al 110 por ciento del PIB agregado. El Reino Unido, donde la realidad política se ha vuelto extremadamente fluida, debe casi cinco veces su PIB (465 por ciento). Tres cuartas partes de la deuda total británica corresponden al sector privado, mientras que el resto es del sector público (115 por ciento del PIB). Solo el sector financiero acumula una deuda que equivale al 190 por ciento del PIB nacional. En Japón, sólo la deuda pública equivale a 2,5 veces su PIB, aunque en su mayoría ha sido contraída con prestamistas locales. Esta acumulación riesgosísima de deuda se explica por las políticas monetarias fuertemente expansivas implementadas por los principales bancos centrales de los principales centros económicos mundiales, y por el crecimiento “vegetativo” de la enorme deuda contraída por el resto, a pesar de las muy bajas tasas de interés. Ese crecimiento vegetativo revela, a su vez, la imposibilidad de “manejar” esas deudas, que son explosivas. Un aumento de las tasas aceleraría inevitablemente el crecimiento de las mismas, sobre cuya cobrabilidad crecen las dudas. Comentario aparte merecen las empresas “calificadoras de riesgo”, cuyas preferencias políticas por los países centrales y los gobiernos neoliberales son cada vez más difíciles de disfrazar de “evaluaciones técnicas”. Advertencias La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), en un documento oficial, ha señalado: “las pobres expectativas de crecimiento deprimen el comercio, la inversión, la productividad y los salarios”. El comunicado advierte: “las excepcionalmente bajas tasas de interés están distorsionando los mercados financieros y creando riesgos a lo largo del sistema financiero”. Aún más explícito es el siguiente párrafo: “La desconexión entre las subas de bonos y acciones y la caída de ganancias y de expectativas de crecimiento, combinadas con sobrecalentados mercados inmobiliarios en muchos países, incrementan la vulnerabilidad de los inversores a fuertes correcciones en los precios de los activos”. “Fuertes correcciones” significa en el lenguaje mesurado del organismo, la explosión de las burbujas creadas por el capital especulativo. Nadie puede decir que las advertencias no fueron hechas con claridad. Sin embargo el sistema global responde con la inercia, el silencio negador y la total ausencia de propuestas efectivas. Hechos políticos de enorme relevancia muestran un cambio crucial en el estado de ánimo de la opinión pública mundial en relación al fenómeno conocido como “globalización”. Uno es el Brexit, es decir, la decisión de Gran Bretaña de salir de la Unión Europea, producto de un referéndum (junio de 2016) que imprevistamente ganó la posición favorable a la salida. Otro es el triunfo de Donald Trump (noviembre de 2016), en contra de la favorita del establishment económico de los Estados Unidos, la demócrata Hillary Clinton. Justamente fue ella quien explicó con realismo –antes de las elecciones–, la lógica de los votantes de Trump: “demasiados estadounidenses sienten como si hubieran sido excluidos y abandonados por nuestra economía, por nuestro gobierno. Yo entiendo su frustración y francamente incluso el miedo que algunas personas sienten que no está funcionando para ellos, y que están en busca de respuestas”. El triunfo del candidato de centro-liberal Macron (mayo de 2017) en Francia ha sido presentado como una revalidación popular de la globalización liberal. Sin embargo, la simple suma de los votantes que cuestionan el estilo de ajuste y austeridad que

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Trump en Miami: Regreso a Jurassic Park

Fuente: Iroel Sánchez | Cuba Ahora Fecha: 17 de JUNIO 2017 La retórica de Donald Trump no puede encubrir una realidad: la mayoría de los estadounidenses y de los cubanoamericanos apoyan el fin del bloqueo a Cuba… El 30 de julio es duelo nacional en Cuba. En esa fecha, cada año, las calles de Santiago de Cuba se llenan en una peregrinación espontánea en la que caen desde los balcones pétalos de rosas y el público camina en silencio hacia el cementerio. Se recuerda así la reacción popular con que la ciudad, casi en pleno, respondió en 1957 al asesinato de los jóvenes Frank País y Raúl Pujol por la policía de Fulgencio Batista, pero también a todos los que como ellos fueron víctimas de acciones similares. Al hijo de uno de los asesinos de Frank y Josué escogió el Presidente estadounidense Donald Trump para el storytelling del discurso que realizó en Miami este 17 de junio. Un violín desafinó en manos del vástago las notas del himno nacional estadounidense, y -en un teatro que lleva el nombre de uno de los invasores que a órdenes de la CIA sufrió la muy recordada derrota en Playa Girón- un político entre cuyos adjetivos más socorridos está la palabra “perdedores” prometió lo mismo que ya el mundo entero -y hasta su antecesor en el cargo- reconocen está condenado al fracaso. El público -en su mayoría ancianos miamenses que hace décadas no ponen un pie en Cuba- gritaba “USA, USA”, mientras el Presidente anunciaba que los ciudadanos del país de las libertades seguirán teniendo prohibido hacer turismo en Cuba y si aun así viajan a la Isla deberán hacerlo en grupo y con una bitácora detallada y auditable, de modo que el Gran Hermano pueda controlar adecuadamente si cumplen con la misión que su gobierno les encarga: derrocar al “régimen” que se ha ocupado de que jamás vuelvan a ocurrir en la Isla crímenes como los del 30 de diciembre de 1957. El mismo Presidente que hace menos de un mes firmó un contrato por cien mil millones dólares en venta de armas a la monarquía de Arabia Saudita, firmaba otro ante personas que practicaron el terrorismo, ¿el objetivo?: evitar que llegue un solo centavo estadounidense a las Fuerzas Armadas de la República de Cuba. Insólitamente, para ello ha prometido que impedirá un comercio e inversiones que hoy no existen. Con el reto de cumplir las promesas de su campaña, y amenazado por una investigación congresional a partir de sus presiones sobre el ex director del FBI, James Comey, el Señor Trump parece ha encontrado entre la ultraderecha cubanoamericana de Miami la manera de aparentar que cumple su palabra y es aplaudido. Pero la retórica no puede encubrir una realidad: 73% de los estadounidenses y 80% de los cubanoamericanos apoyan el fin del bloqueo a Cuba, y sus anuncios de este viernes no harán sino aumentar ese rechazo. Vivir para ver, ya en la víspera, Trump logró poner de acuerdo a los analistas del Nuevo Herald de Miami con los de The New York Times. Del lado Sur del estrecho de la Florida no ha habido que esperar mucho. Los primeros resultados del show de Trump en Miami ya están a la vista en Cuba: Se habla más de política y en las redes sociales muchos jóvenes que no suelen aludir a esos temas manifiestan su indignación con el discurso miamense del Presidente norteamericano. Desde los tiempos del secuestro del niño Elián González los cubanos no habían recibido una imagen tan clara del Jurassic Park que mandaría en Cuba si no hubiera Revolución. Understanding the prevalence and impact of parasitic diseases in humans is essential for global health, as these conditions can lead to serious complications, especially in resource-limited settings. These diseases are often transmitted through contaminated water, food, soil, or insect bites, and they can affect various bodily systems. Education, improved sanitation, and access to healthcare are key components in combating these diseases. https://southwestsurgerylhc.com/parasitic-diseases-in-humans/

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50 años de ocupación israelí

Fuente: Daniel Barenboim | El País Fecha: 12 de JUNIO 2017 La política internacional actual está dominada por cuestiones como el futuro del euro y la crisis de los refugiados, la amenaza de que la presidencia de Trump provoque el aislamiento de Estados Unidos, la guerra de Siria y la lucha contra el extremismo islámico. No obstante, hay otro tema casi omnipresente desde la primera década del nuevo milenio pero que cada vez aparece menos en las noticias y, por tanto, cada vez está menos presente en la conciencia colectiva: el conflicto en Oriente Próximo. Durante decenios, el enfrentamiento entre israelíes y palestinos fue una preocupación constante para Estados Unidos y Europa, y la resolución del conflicto, una de sus grandes prioridades políticas. Sin embargo, después de numerosos y fracasados intentos de poner fin a esta situación, da la impresión de que el statu quose ha consolidado. El mundo sigue pensando —con malestar, con impotencia y con cierta desilusión— que este conflicto es irresoluble. La situación es más trágica aún en la medida en que los frentes se han ido reforzando y la situación de los palestinos ha empeorado sin cesar, y ni el más optimista puede atreverse a suponer que el Gobierno actual de Estados Unidos vaya a abordar el problema con una actitud prudente y sensata. Y la tragedia se va a hacer notar especialmente este año y el próximo, porque vamos a vivir dos aniversarios llenos de tristeza, en particular para los palestinos: en 2018 se conmemorará el 70º aniversario de lo que los palestinos llaman al Nakba, “la catástrofe”, que supuso la expulsión de más de 700.000 personas del antiguo territorio incluido en el mandato británico, como consecuencia directa del plan de la ONU para la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948. Al Nakba sigue vigente, puesto que más de cinco millones de descendientes directos de aquellos palestinos desplazados continúan hoy viviendo en un exilio forzoso. Y este año, el 10 de junio se han cumplido 50 años de ocupación continuada de las tierras palestinas por parte de Israel, una situación moral y físicamente intolerable. Incluso los que piensan que la Guerra de los Seis Días —que terminó el 10 de junio de 1967— fue necesaria porque Israel tenía que defenderse deben reconocer que la ocupación y todo lo que ha sucedido con posterioridad constituyen un desastre absoluto. No solo para los palestinos sino también para los israelíes, desde el punto de vista estratégico y desde el punto de vista ético. Ha pasado medio siglo desde entonces, y el final del conflicto parece más alejado que nunca. Nadie se hace hoy ilusiones de poder ver a un joven palestino o a un joven israelí tendiendo la mano al otro. Y es un problema que, a pesar de que haya dejado de ser “popular”, como decía antes, sigue siendo importante, incluso crucial. Para los habitantes de Palestina e Israel, para todo Oriente Próximo y para el mundo entero. De ahí que, coincidiendo con el 50º aniversario de la ocupación, me atreva a pedir a Alemania y a Europa que vuelvan a dar prioridad a la resolución del conflicto. No estamos hablando de un enfrentamiento político, sino de un enfrentamiento entre dos naciones que están completamente convencidas de que tienen derecho a reclamar el mismo, y pequeño, pedazo de tierra. Europa, que hace declaraciones sobre la obligación de ser más fuerte y más independiente, debe ser consciente de que esa nueva fortaleza y esa nueva independencia implican exigir de manera inequívoca que Israel ponga fin a la ocupación y reconozca el Estado palestino. El hecho de ser un judío y vivir en Berlín desde hace más de 25 años me permite tener una perspectiva especial sobre la responsabilidad histórica de Alemania en este conflicto. Si tengo la posibilidad de vivir libre y felizmente en este país es solo gracias a que los alemanes han afrontado y digerido su pasado. No cabe duda de que, incluso en la Alemania actual, existen tendencias extremistas y preocupantes contra las que todos debemos luchar. Pero, en general, la sociedad alemana es hoy una sociedad libre y tolerante, consciente de su responsabilidad humanitaria. Alemania e Israel, por supuesto, siempre han tenido una relación especialmente estable; la primera siempre se ha sentido, y con razón, en deuda con el segundo. Pero no tengo más remedio que ir un poco más allá: Alemania tiene también una deuda especial con los palestinos. Sin el Holocausto, nunca se habría llevado a cabo la partición de Palestina, ni se habrían producido al Nakba, la guerra de 1967 y la ocupación. Ahora bien, no son solo los alemanes los que tienen una responsabilidad hacia los palestinos, sino todos los europeos, porque el antisemitismo fue un fenómeno que se dio en toda Europa, y los palestinos siguen sufriendo sus consecuencias directas, a pesar de no tener ninguna culpa de aquello. Es absolutamente necesario que Alemania y Europa asuman esa responsabilidad respecto al pueblo palestino. Eso no significa que haya que tomar medidas contra Israel, sino en favor de los palestinos. La ocupación actual es inaceptable, tanto desde el punto de vista estratégico como desde el punto de vista moral, y debe terminar. Hasta ahora, el mundo no ha hecho nada verdaderamente importante para lograrlo, y Alemania y Europa deben exigir el fin de la ocupación y el respeto de las fronteras anteriores a 1967. Hay que fomentar una solución con dos Estados, pero, para eso, es necesario que se reconozca a Palestina como Estado independiente. Hay que encontrar una solución justa para la crisis de los refugiados. Hay que reconocer el derecho de retorno de los palestinos y ponerlo en práctica en colaboración con Israel. Hay que garantizar una distribución equitativa de los recursos y el respeto a los derechos civiles y humanos de los palestinos. Y todo esto es tarea de Europa, sobre todo ahora que vemos cómo está cambiando el orden mundial. Cuando han pasado 50 años

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Israel provocó la Guerra de los Seis Días en 1967

Fuente: James North | Mondoweis Fecha: 09 de JUNIO 2017 Título completo: Israel provocó la Guerra de los Seis Días en 1967 y no estaba luchando por su supervivencia Soy lo suficientemente mayor como para recordar claramente cómo se informó acerca de la Guerra de los Seis Días en su momento. Casi todo lo que se nos dijo entonces era falso, ya que los principales historiadores de la época hoy lo reconocen. Vamos a empezar con la forma en que la crisis fue cubierta cuando sucedió, hace 50 años: Gamal Abdel Nasser, el líder de Egipto, fue representado como un demagogo peligroso, muy popular en el mundo árabe, que quería destruir a Israel. La prensa occidental lo demonizaba con regularidad y era claramente el líder árabe más reconocido hasta Saddam Hussein. En mayo de 1967 Nasser hizo su movimiento. Ordenó a las Naciones Unidas retirar las tropas de mantenimiento de la paz de la península del Sinaí, donde habían estado sirviendo como un cortafuegos para evitar conflictos entre Egipto e Israel. A continuación, mediante el cierre del estrecho de Tirán a la navegación internacional, Nasser intensificó el bloqueo del puerto del sur de Israel, Eilat, lo que comenzó a estrangular el país. Mientras tanto, Nasser estaba conspirando con otros países árabes, principalmente Siria y Jordania, para lanzar una invasión conjunta y empujar a Israel al mar. La existencia misma de Israel estaba en peligro. Por lo tanto, Israel lanzó un ataque “preventivo” el 5 de junio, por temor a no tener otra opción si se trataba de sobrevivir. Afortunadamente, a pesar de las probabilidades en contra de Israel, este ganó la guerra en sólo 6 días. Para protegerse de otro ataque, Israel ocupó el Sinaí, los Altos del Golán y Cisjordania. La ocupación fue la consecuencia puramente accidental de una lucha por la supervivencia de Israel. Cincuenta años después esta corriente principal de narrativa permanece sin respuesta en la imaginación popular. Justo el otro día, un reportero del New York Times afirmó como un hecho que en 1967 “Israel desafió la aniquilación urdida por sus vecinos árabes”. Norman Finkelstein, el distinguido académico, ha hecho más que nadie para descubrir la verdad sobre la Guerra de los Seis Días. En una extensa entrevista en su oficina de Brooklyn, refutó punto por punto la narrativa de los principales medios de comunicación. Se puede encontrar su relato revisionista detallado en un capítulo de su ya clásico Image and Reality of the Israel-Palestine Conflict, complementado por otra obra: Knowing Too Much: Why the American Jewish Romance with Israel is Coming to an End. Finkelstein es conocido como una persona combativa, un hombre que no ha tenido miedo de luchar por la verdad a pesar del daño a su carrera a lo largo del camino. Pero lo que también es vital reconocer es que es un estudioso serio, talmúdico en su intensidad, y que nadie ha desafiado con éxito su investigación. Finkelstein hace hincapié en que en la actualidad, ningún académico, cualquiera que sea su orientación política, respalda la narrativa de los principales medios de comunicación. Comienza por identificar lo que ha denominado las “dos mentiras más grandes”. La verdad es que Nasser y los demás líderes árabes no tenían absolutamente ninguna intención de invadir Israel en junio de 1967. Y la existencia de Israel nunca estuvo en la más mínima duda, ya que tanto los líderes israelíes como los estadounidenses sabían que Israel podría fácilmente ganar cualquier conflicto, incluso en contra de una coalición de estados árabes. Finkelstein insiste en que no podemos entender la Guerra de los Seis Días sin volver 11 años antes, a la crisis del canal de Suez en 1956. Ese año el líder egipcio Nasser nacionalizó el Canal e Israel, Gran Bretaña y Francia lanzaron una invasión conjunta no provocada a Egipto para revertir el estado de la vía fluvial. Sin embargo Estados Unidos, bajo el presidente Dwight Eisenhower, se opuso al ataque y presionó a la fuerza de invasión tripartita para retirarse y dejar el Canal de Egipto. Suez fue una catástrofe para las tres naciones invasoras y el primer ministro británico Anthony Eden fue obligado a renunciar. Mientras tanto la reputación de Nasser en el mundo árabe y en África, Asia y América Latina, alcanzó nuevas cotas. Norman Finkelstein argumenta que el registro histórico muestra que en 1967 Israel anhelaba completar su misión fallida de 1956. En primer lugar, dice, “el principal objetivo de Israel era neutralizar a Nasser para dar un golpe de muerte a estos árabes engreídos y terminar con lo que se denominaba ‘nacionalismo árabe radical’”. Continúa con que el gobierno de Israel tenía un objetivo secundario, “la conquista de las tierras que había codiciado, pero no logró alcanzar en el 48: Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza y el Golán”. Los líderes israelíes tenían sólo una gran duda: ¿cómo iba a reaccionar EE.UU.? Si Israel atacase, ¿forzaría a Estados Unidos a humillarse como lo hizo en 1956? ¿O Washington miraría hacia otro lado? Finkelstein desafía las narraciones convencionales con las consideraciones de los eventos específicos en los meses previos a la guerra. Su análisis no es del todo inusual y es compartido en gran medida por otros estudiosos. Sostiene que los hechos demuestran que Israel no estaba cuidando pacíficamente sus propios intereses, sino que provocaba regular y violentamente a sus vecinos árabes. En noviembre de 1966, en la acción militar más grande desde la invasión de Suez, Israel atacó la ciudad cisjordana de Samu, entonces bajo dominio jordano, matando a 18 soldados jordanos y destruyendo 125 casas. Israel continuó instigando a lo largo de su frontera con Siria en abril de 1967, lo que provocó una batalla aérea en la que seis aviones sirios fueron derribados, incluyendo uno sobre Damasco. Voces en el mundo árabe comenzaron a acusar a Gamal Abdel Nasser, el líder de los árabes, de quedarse quieto sin hacer nada. Entonces Nasser pidió a las Naciones Unidas que retirara las fuerzas de paz asentadas en el Sinaí egipcio, sobre todo para

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Bye, bye, Thatcher

Fuente: Jorge Argüello* | Perfil Fecha: 04 de JUNIO 2017 Marcados a fuego por los liderazgos de Margaret Thatcher en los 80 y de Tony Blair en los 90, conservadores y laboristas han decidido romper con esos legados. El Brexit tiñó casi por completo la campaña electoral de Gran Bretaña, desde el inesperado llamado a las urnas de la primera ministra conservadora Theresa May hasta los picantes cruces con su rival laborista, Jeremy Corbyn, pero aquí, en suelo inglés, epidérmicamente se percibe que los británicos definirán mucho más que esa histórica ruptura. Detrás del polvo que levantó el referéndum de 2016 que decidió el Brexit y eyectó al premier tory David Cameron (2010-16), sucedido por May, en los dos grandes partidos del Reino Unido se verifican transformaciones ideológicas de grandes implicancias, más allá de a quién veamos festejar el próximo viernes por la noche en Londres. Marcados a fuego durante los últimos treinta años por los liderazgos de Margaret Thatcher en los 80 y de Tony Blair en los 90, conservadores y laboristas han decidido romper con esos legados. Es más audaz en el caso de May, ex ministra del Interior, que llegó al 10 de Downing Street sin ganar ni siquiera una elección interna del partido. Gran Bretaña escenificará el fin de dos épocas. Desde ya, el Brexit encaja en ese proceso. De hecho, May abandonó la idea de gobernar hasta 2020 con una envidiable mayoría propia en el Parlamento heredada de Cameron y llamó inesperadamente a elecciones generales, con el propósito de consolidar su liderazgo, argumentando que propios y adversarios complican las negociaciones del Brexit. En estos últimos días, cuando Corbyn se acercó en las encuestas, May volvió a agitar el Brexit para atraer votos entre sectores medios-bajos ganados por la fobia a la UE y a los inmigrantes, y para diferenciarse de su rival, aun cuando el veterano dirigente laborista ha insistido en que, Brexit mediante, el Reino Unido puede estar mejor fuera de la UE. Bye, bye, Thatcher. Cuando uno toma contacto físico con la actual política británica, comprueba sin embargo que ha ocurrido otra ruptura. La campaña puso sobre el tapete desde renacionalizaciones de servicios y aumento de impuestos a empresas y ricos, hasta inversiones en obras públicas y la recuperación de la asistencia social, la salud y la educación públicas, pasando por crear bancos públicos y poner topes a las tarifas. Cuando todos los partidos quieren una economía que funcione para todos, no para unos pocos, uno se da cuenta de que el neoliberalismo es el verdadero perdedor. El libre mercado dañó el tejido social y dejó a millones en el camino. Ahora, los programas electorales de todo el espectro político lo asumen, sintetizó en estos días el académico local Tim Jackson, un reconocido experto en desarrollo sustentable. En efecto, primero fue el turno del manifesto conservador. Para empezar, el programa tory ataca a los establishments: “En lugar de seguir una agenda definida y establecida por las elites de Westminster, gobernaremos en favor de la mayoría de la ciudadanía británica”. El reposicionamiento ideológico lleva a los tories a preferir una economía que asocie al Estado con los privados, bajo un fuerte liderazgo que sólo el gobierno puede proveer. La perplejidad es mayor cuando uno lee: “Creemos en estas cosas porque somos conservadores y no a pesar de ser conservadores. El conservadurismo nunca ha sido la filosofía que han descripto los caricaturistas. No creemos en los mercados libres sin restricciones. Rechazamos el culto al individualismo. Aborrecemos las divisiones sociales, la injusticia y la desigualdad (…?) Es una creencia no sólo en la sociedad, sino en el bien que el gobierno puede hacer”. Luego, el programa tory enuncia cuantiosas inversiones hasta 2020 en infraestructura, vivienda, rutas y trenes. Ningún beneficio fiscal para clases medias y muchas alusiones a regulaciones y restricciones a los privados. Esta nueva matriz conservadora se completa con un rígido control de la inmigración de un modo también poco thatcherista: castigando con más impuestos a las empresas que contraten inmigrantes. Todo iba sobre ruedas para May hasta que alguien leyó que se obligaba a los mayores con demencia senil propietarios de viviendas de más de 160 mil euros a cubrir con el valor de sus inmuebles los costos del cuidado del servicio público. En estos días, en Londres, hemos escuchado hablar tanto del impuesto a la demencia (dementia tax) como del Brexit. Semejante gaffe en una plataforma que ponía por primera vez en décadas mucho énfasis en lo social obligó a May a dar una brusca marcha atrás tan poco creíble que le costó el primer resbalón importante en las encuestas, pero sobre todo conllevó el costo de generar dudas sobre los límites de su capacidad intelectual y política. Nuevos viejos laboristas. En el campo laborista también hubo corrimiento, en este caso para abandonar la Tercera Vía de aires neoliberales concebida por Blair casi en paralelo con Bill Clinton. Pero la ruptura fue más previsible considerando las ideas más radicales con que Corbyn conquistó su partido, fáciles de emparentar con otras izquierdas europeas (Podemos o Syriza). El manifesto laborista (“For the Many, Not the Few) ofrece propuestas muy diferentes a las que sostuvo el partido en los 90, como la de renacionalizar los ferrocarriles, las empresas de energía y los servicios de agua, además de crear bancos de desarrollo y darles más poder a los sindicatos. En ese contexto, Corbyn quiere comprometer al Estado en una segunda gran industrialización del país y elevar el salario mínimo a 16 euros/hora. Aunque personalmente Corbyn cedió en sus propuestas más radicales (abolir la monarquía o desterrar la energía nuclear), los laboristas basan su programa económico en subir los impuestos al 5% que más gana para financiar grandes reformas de la salud, la asistencia social y la educación, y un plan de infraestructura multimillonario en diez años. El éxito de los programas electorales siempre depende de la calidad de los liderazgos. Lo nuevo en esta Gran Bretaña de 2017 es que las aguas que vemos correr

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