García Linera celebra «A los plebeyos insurrectos de 1917»
Fuente: Emir Sader | Gracus Nº 122 Fecha: 2 de JULIO 2017 ¿Qué visión puede tener un revolucionario del siglo XXI en América latina sobre la epopeya de los bolcheviques 100 años después? Nadie mejor que Alvaro García Linera, hoy vicepresidente de la República Olurinacional de Bolivia (junto a Evo Morales) para hacer una reelectura de la revolución bolchevique en su centenario. En el libro ¿Qué es una revolución?, con el subtítulo De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros tiempos (Editorial Akal) García Linera rehace toda la trayectoria de las narrativas sobre la Revolución Rusa en un texto denso y lleno de elementos para pensar la contemporaneidad de la revolución. Antes que nada García Linera constata la dimensión del fenómeno en sus proporciones históricas: “La revolución soviética de 1917 es el acontecimiento político mundial más importante del siglo XX, pues cambia la historia moderna de los Estados, escinde en dos y a escala planetaria las ideas políticas dominantes, transforma los imaginarios sociales de los pueblos devolviéndoles su papel de sujetos de la historia, innova los escenarios de guerra e introduce la idea de otra opción (mundo) posible en el curso de la humanidad”. La Revolución Rusa anunció el nacimiento del siglo XX, poniendo la revolución como “referente moral de la plebe moderna en acción”. “Revolución se convertirá en la palabra más reivindicada y satanizada del siglo XX”. Por ello, “en los últimos 100 años morirán más personas en nombre de la revolución que en nombre de cualquier religión”, con la diferencia de que “en la revolución la inmolación es a favor de la liberación material de todos los seres humanos”. Enseguida García Linera encara la revolución como “momento plebeyo”, que es “la sociedad en estado de multitud fluida, autorganizada, que se asume a sí misma como sujeto de su propio destino”, antes de definir el significado de la Revolución Rusa. Linera critica las visiones reduccionistas de la Revolución Rusa, las que la reducen a la toma del Palacio de Invierno y a la instauración de un nuevo gobierno. “La revolución no constituye un episodio puntual, fechable y fotografiable, sino un proceso largo, de meses y de años, en el que las estructuras osificadas de la sociedad, las clases sociales y las instituciones se licúan y todo, absolutamente todo lo que antes era sólido, normal, definido, previsible y ordenado se diluye en un ‘torbellino revolucionario’ caótico y creador”. La combinación extraordinaria de una serie de eventos y factores es lo que hace posible la revolución: “Las revoluciones son acontecimientos excepcionales, rarísimos, que combinan de una manera jamás pensada corrientes de lo más disímiles y contradictorias, que lanzan a la sociedad entera, anteriormente indiferente y apática, a la acción política autónoma”. Una revolución, según García Linera, “es, por excelencia, una guerra de posiciones y una concentrada guerra de movimientos”, acercando a Lenin y Gramsci. En la intensa lucha ideológica previa, los bolcheviques se van haciendo políticamente hegemónicos en las clases subalternas. “En realidad, la insurrección de octubre simplemente consagró el poder real alcanzado por los bolcheviques en todas las redes activas de la sociedad laboriosa”, que “se presenta más que como ‘dualidad de poderes’, como ‘multitud de poderes locales’”. Así, para García Linera, la contraposición entre revolución y democracia es un falso debate, porque una “revolución es la realización absoluta de la democracia”. De la misma forma que es una interpretación equivocada considerar que las revoluciones son imposibles sin una “guerra de movimientos” que construye, a lo largo del tiempo, las condiciones del triunfo revolucionario. Por ello Lenin defiende el concepto de “frente único” en los debates de la Internacional Comunista, explicitado por Gramsci sobre las sociedades orientales y occidentales. Hay un aspecto universal de la revolución soviética que radica “en la victoria cultural, ideológica, política y moral de las corrientes bolcheviques en la sociedad civil”. Enseguida García Linera retoma los términos en que él caracterizó las etapas de la revolución boliviana, al enfocar las relaciones entre el momento jacobino leninista y el momento gramsciano hegemónico. El se refiere al momento jacobino como “el punto de bifurcación de la revolución”, que no tiene que ver con un momento de ocupación de instalaciones del viejo poder, ni del desplazamiento de las viejas autoridades. “Las revoluciones del siglo XXI muestran que esto último llega a realizarse por vía de elecciones democráticas”. “El punto de bifurcación o momento jacobino es este epítome de las luchas de clase que desata una revolución”, es “un tiempo donde los discursos enmudecen, las habilidades de convencimiento se repliegan y la lucha por los símbolos unificadores se opaca”. En la revolución cubana fue la batalla de Girón, en el gobierno de Allende el golpe de Pinochet, en Venezuela el paro de actividades de Pdvsa y el golpe de Estado en 2002, en Bolivia el golpe de Estado cívico-prefectural de septiembre de 2008. La importancia de ese momento “jacobino-leninista” radica en instituir “de forma duradera, el monopolio de la coerción, de los impuestos, de la educación pública, de la liturgia del poder y de la legitimidad político-cultural”. Esa combinación inseparable de los momentos “hace que una revolución con un momento gramsciano sin un momento leninista sea una revolución trunca, fallida”. El libro desemboca en la discusión de lo que es el socialismo. García Linera incorpora la idea de que si una revolución no se propaga a otros países termina agotándose. Frente a esa y a otras dificultades, observa: “Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos habilita simplemente a hacer algunas. Uno desearía que la revolución fuera lo más diáfana, pura, heroica, planetaria y exitosa posible –y está muy bien trabajar por ello– , pero la historia real nos presenta revoluciones más complicadas, enrevesadas y riesgosas. Uno no puede adecuar la realidad a las ilusiones, sino todo lo contrario: debe adecuar las ilusiones y las esperanzas a la realidad a fin de acercarla lo más posible a ellas, enriqueciendo esas ilusiones a partir de lo que la vida real nos brinda y