La guerra de los mundos
Fuente: Andrés Ferrari Haines* | Página 12 Fecha: 22 de SEPT 2018 La adecuada comprensión del conflicto entre EEUU y China requiere descartar dos falsas interpretaciones: una, que se trata de una “guerra comercial”; otra que se genera por la personalidad peculiar del Presidente de Estados Unidos y que, además, va a contrapelo de los deseos en su propio país. Claro que Trump puede pesar y que el combate se inicia a partir decisiones económicas en su aspecto comercial. Pero el fundamento de la disputa es mucho más profundo y por lo tanto se trata de una cuestión que será duradera y que podrá manifestarse en otros aspectos además del comercial. El fondo del enfrentamiento es un conflicto insoluble sobre visiones o proyectos distintos del orden mundial que son incompatibles, aunque puedan llegar a convivir. Mientras la futurología de la trayectoria del conflicto está siempre abierta y difusa, es pertinente su análisis, que aquí toca solamente la visión de EEUU del mismo. A pesar de la expresión “guerra comercial” que definiría el conflicto, Trump anunció, en diciembre pasado, los cambios en su política comercial. En el documento de la futura estrategia de Seguridad Nacional China es calificada como competidora estratégica y como un país que desafía los valores y la influencia de Estados Unidos. Trump anuncia que aplicará medidas comerciales contra sus rivales – es decir, China – que hacen violaciones en este ámbito. Pero el informe también acusa a Pekín de cuestionar las normas internacionales y manifestó la preocupación del fracaso de décadas de esfuerzos de Estados Unidos para permitir que China se integre en el orden internacional y se liberalizara. Los líderes del Partido Comunista de China fueron acusados de intentar extender las características del sistema autoritario del país, de robo de propiedad intelectual y buscar la expansión de su modelo de economía. En resumen, China fue acusada de país ‘revisionista’ que pretende modelar el mundo de acuerdo a sus valores e intereses que son diferentes de los norteamericanos – o sea, establecer un orden mundial diferente al diseñado luego de la Segunda Guerra Mundial por Estados Unidos. Así, lo que se debe entender es cómo la “guerra comercial” es en realidad para Estados Unidos un conflicto de Seguridad Nacional y de definición de Orden Mundial. Se entiende que el orden mundial actual surgió de la Paz de Westfalia de 1648 que puso fin a la desgastante Guerra de 30 años en la cual prácticamente toda Europa se confrontó sin tregua. En realidad, era una continuidad de diversas confrontaciones que hacían parte de la vida cotidiana europea desde hacía siglos, que se venían agudizando fuertemente desde que Carlos de Habsburgo unificó gran parte del continente y procuró conquistar – mediante el proyecto de Monarquía Universal – el resto de Europa respaldado por la inmensa plata que extraía del recién conquistada América. Westfalia así sancionó el acuerdo que había sido una mera tregua en la Paz de Augsburgo (1555) entre católicos y protestantes que estipulaba Cuius regio, eius religió – a grosso modo “a tal rey, tal religión”. Es decir, el principio de no-intervención en asuntos internos de un Estado, concepto de soberanía que se considera — no sin controversias — está detrás el sistema moderno internacional de Estados-Nación. No que esto se haya respetado, en la práctica después de 1648; más bien lo contrario, no sólo se hizo más frecuente, sino también los conflictos se convirtieron de mayor envergadura en todos los sentidos hasta su ápice con la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas que, al transformar al siervo feudal en ciudadano-soldado en defensa de la “patria”, definió la transformación moderna de la soberanía de Westfalia como autodeterminación de los pueblos. Entre Westfalia y la caída de Napoleón (1815) con generosidad conceptual podrían señalarse unos pocos Estados europeos en ese sentido moderno (Holanda, Inglaterra-Reino Unido, Portugal, Suiza). Desde entonces, el proceso se acentúa luego de sobrepasar el Sistema Mitternich acordado en el Tratado Viena entre los Ancien Régimes europeos que sólo consiguieron contornarlo hasta mediados del siglo XIX. Pero en el continente americano esa transformación social la inauguró Haití y tomó fuerza después en el resto de América Latina. Claro, el caso inicial fue Estados Unidos en 1783 cuyo pueblo había cortado la sujeción colonial británica. Así, el concepto del Estado-nación como expresión de un pueblo libre se encuentra íntimamente ligada a la visión de orden mundial estadounidense. Woodrow Wilson intentó aplicarlo en la fallida Liga de las Naciones después de la Primera Guerra Mundial y luego fue incorporado a la actual Naciones Unidas tras la Segunda. Según expresa la Carta de Naciones Unidas, todos los miembros son de “igualdad soberana” más allá de su tamaño o poder por lo que “nada puede autorizar la intervención en asuntos que son básicamente dentro de la jurisdicción doméstica de cualquier Estado”. Este concepto de “a cada pueblo, su Estado-nación” fue impulsado por EEUU en las descolonizaciones europeas y tras la caída de la Unión Soviética. Pero la continuidad entre el concepto de orden mundial de Westfalia y el actual promovido por EEUU presenta una importante diferencia. Como observa, en su “Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia” (2014), el perspicaz Henry Kissinger Westfalia constituyó una acomodación práctica a una realidad: ningún Estado conseguía dominar al resto porque existía un control mutuo de todos los demás frente al que les amenace su existencia con su expansión (la “Razón de Estado” del Cardenal Richelieu). Es decir, el reconocimiento que existía un balance o equilibrio de poder entre los Estados europeos. Aquí, Kissinger apunta que no hubo una motivación moral detrás de Westfalia. Aquí entiende Kissinger que reside una diferencia crucial entre este proyecto de Orden Mundial europeo del que germinaría en el “Nuevo Mundo”: el Orden Mundial surgido desde Estados Unidos no reconocía enemigos y procuraba la convivencia pacífica entre todos los Estados. Así, mientras el modelo europeo generó políticas externas calculistas en base al interés nacional, la política externa de EEUU sería fundamentalmente moral. En este aspecto, los estadounidenses se consideran diferentes al resto del mundo y portadores de una moral superior que deben preservar y extender por todo el planeta. El requisito de convivencia pacífica mundial para Estados Unidos no consistiría en un cierto equilibrio de poder, si no en la verificación de ciertos